Entrada y saludo inicial.

S: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R: Amén.
S: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo
estén con vosotros.
R: Y con tu espíritu.


Acto penitencial.
S: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados.
R: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de
pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso
ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que
intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
S: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a
la vida eterna.
R: Amén.
S: Señor, ten piedad.
R: Señor, ten piedad.
S: Andrés, ten piedad.
R: Andrés, ten piedad.
S: Ana, ten piedad.
R: Ana, ten piedad.
S: Antonio, ten piedad.
R: Antonio, ten piedad.
S: Ylia, ten piedad.
R: Ylia, ten piedad.
S: Daniel, ten piedad.
R: Daniel, ten piedad.


En la nueva Iglesia de lo Flamenco el deseo y la culpa, el cuerpo y la carne, lo animal, lo
visceral y las entrañas conviven y de hecho se muestran como conceptos y emociones
radicalmente crudas. Andrés Marín y Ana Morales comparten carne a bocados desde el suelo,
justo después de que Antonio Campos -matarife, cantaor y guitarrista- comience a despiezar
un animal tras afilar el cuchillo con un sonido que sobrecoge -!qué importante es lo sonoro en
el flamenco contemporáneo!-.


En un remix tan inquietante como atractivo, sarcástico y seductor, este Matarife/Paraíso
presentado en la XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla nos conduce por entre las grietas de
sentido que nos produce ver todo un Cremaster -a lo Matthew Barney– jondo. Poco importa si
transitamos por soleá o seguiriya, si canta Antonio Campos o si es la voz del propio Andrés
Marín desde el suelo, en un escorzo boca arriba, la que canta las letras de Laurent Berger, de
Campos o de él mismo. Estamos frente a una confesión posthumana en la que Ana Morales,
transfigurada en Medusa, en Virgen semanasantera, en rockera trasnochada o en nazarena
futurista danza hacia, contra, para y por Andrés Marín, también mudado en danzante carnívoro, Cristo Cautivo, Silvio crucificado -magnífica y francamente divertida la interpretación del Rezaré enamorado- o penitente que vuelve al útero materno en el que se convierte toda iglesia católica.

Archivo Fotogr‡fico La Bienal de Flamenco. Espect‡culo Matarife, teatro Central, Sevilla, 14 Septiembre, 2024. Foto: @Laura Le—n


La violencia expresa de algunos pasajes -que recuerdan poderosamente a un Rodrigo García
o a una Angélica Lidell a lo flamenco- convive y retroalimenta a esas otras escenas en las que
símbolos de la peculiar fe sevillana se ven fina y también sarcásticamente alterados. Las
cornetas de Manuel Jesús López y Francisco Javier Pérez apelan a un imaginario musical
hondamente conocido por el público de un Teatro Central repleto.
Resulta hartamente difícil describir la potencia de las imágenes que construyen Marín y
Morales (AN/AM) a lo largo de Matarife/Paraíso en conjunción con el diseño de iluminación
de Carlos Marqueríe, el sonido de Pedro León y sobre todo con el espacio sonoro de Ylia, la
escenografía y atrezo de Pepe Barea, el vestuario de Roberto Martínez y los atavíos de José
Miguel Pereñíguez
pero lo que sí es francamente sencillo recomendar que no se la pierdan.
Sin duda, esta propuesta ilustra de manera emblemática un flamenco contemporáneo que se
busca de manera incesante y persistente, que nos incomoda porque nos interpela de forma
incluso agresiva pero que se convierte en una de las pocas formas de crear hoy.