© Photo: Susesch Bayat / DG

La Orquestra da Camera es la demostración de la calidad musical de nuestro país y la formación solida de las nuevas generaciones musicales, como tuvimos ocasión de presenciar el pasado 6 de mayo en el Palau de la Música de Barcelona. La conjunción en la biografía artística de estos músicos de la música de cámara y el repertorio sinfónico, hacen de esta orquesta un instrumento compacto y de sonido uniforme.

Estar acompañados de los solistas Alexander Janiczek, Marta Argerich y un talento tan estelar de nuestro país como Mireia Farrés hicieron la velada inolvidable.

Uno de los elementos que más llamó la atención fue la disposición de la orquesta.

Para la primera pieza tocaron de izquierda a derecha violines I/ violines II/ cellos

/ violas. Cuando la práctica habitual en este tipo de repertorio, que se viene observando en los últimos años, es poner a los violines enfrentados de manera que la disposición de la orquesta sea: violines I/ violas/ cellos/ violines II.

Para la segunda pieza conservan esta misma disposición, pero por la idiosincrasia de la orquesta de rotar solistas, las violas deciden intercambiar los atriles interiores por los exteriores. Siguiendo el patrón moderno de colocación de orquesta (aunque los cellos pueden intercambiar su posición con las violas).

Para sorpresa de todos, en la última pieza utilizan la disposición violines I/ violas/ cellos/ violines II (la que hubiera sido más lógica para interpretar la pieza de Bach) con la madera en su disposición normal y los metales repartidos a los lados (trompas a la izquierda y trompetas a la derecha), lo que desde mi punto de vista funcionaba a nivel de balance a la perfección. No tan acertada fue la posición de los timbales en el lado derecho del escenario, interpretados quizá con una baqueta demasiado dura en la mayoría de las intervenciones que no favorecía al empaque general del grupo instrumental (seguramente por las condiciones de visibilidad y espacio del escenario.

A pesar de todos los cambios de disposición en la cuerda de la orquesta, no se notaron diferencias a nivel sonoro. En todas las disposiciones se escuchó una cuerda de arcos sólida, empastada y con unidad de criterio.

El concierto para violín de Bach BWV 104 demostró la soltura de Alexander Janiczek que interpretó el primer movimiento sin forzar la articulación, de una manera sencilla y orgánica y un gran empaste con la orquesta.

El segundo movimiento sorprendió por el vibrato en las notas largas, utilizado con gusto y de una forma nada pretenciosa.

Y por último el tercer movimiento, fue interpretado con un tempo natural, una articulación definida, una ornamentación perfectamente ejecutada.

El concierto para piano, trompeta y cuerdas num.1 op. 35 interpretado por Martha Argerich y Mireia Farrés, destacó por la naturalidad escénica de ambas solistas.

Los que somos músicos estamos acostumbrados a que nos enseñen a permanecer inertes y en algunas ocasiones hasta inexpresivos corporalmente en el momento del concierto, alegando que esto distrae al público. Se agradecían las sonrisas y gestos de ambas que no sólo no molestaban al espectador, sino que ayudaban a la escucha. Así mismo ambas solistas dirigían a la orquesta de una manera segura en los ataques y los cambios de tempo y velocidad.

Martha demostró un dominio absoluto de la articulación, el fraseo y el contraste dinámico. Y Mireia se presentó con su sonido dulce y rico en colores.

Quizá por las condiciones de la sala el primer movimiento quedó poco balanceado a nivel de unidad dinámica y se echaban de menos las respuestas de la orquesta, que quedaban veladas por las intervenciones enérgicas de Martha.

El segundo movimiento se desarrolló con un bonito fraseo de la orquesta que parecía multiplicarse en volumen de instrumentistas en los pasajes más intensos dinámica mente, siempre sin forzar el sonido. La pianista se mostró emocionante y temperamental.

El cuarto movimiento brilló por su unidad rítmica y precisión en cambios de tempo. Un buen juego entre la orquesta y las solistas, siempre con humor. Brillante y nunca estridente, donde Martha demostró un gusto genuino en cuanto a la tímbrica.

El broche ideal para la velada fue la Sinfonía num. 4 en Si b Mayor, op. 60 de Beethoven, sin duda la obra maestra de este programa.

Asombra la forma en que sin director, la orquesta atacó la primera nota, absolutamente compacta. Los ataques siguieron la misma dinámica el resto de la pieza.

La sección de maderas estableció un diálogo fantástico caracterizado por una flauta solista brillante y con gran rango dinámico, un oboe dulce, un clarinete que asombraba con su expresividad y un fagotista perfecto en la ejecución y el fraseo, a pesar de lo difícil de este papel en concreto que eleva al fagot en importancia melódica al resto de la sección de maderas.

Del mismo modo, la sección de metales no brillaba por encima de las maderas y se integraban y empastaban de una forma asombrosa.

Pocas veces se puede escuchar una cuerda tan compacta como la de esta orquesta, en especial la sección de cellos, con un timbre absolutamente genuino, que establecía unos diálogos asombrosos en timbre en la alternancia cuerda/viento. Los pizzicatos de igual manera fueron ejecutados con una limpieza y precisión extraordinarios.

Cabe destacar la belleza de los pasajes fugados en el tercer movimiento y las tensiones armónicas y crescendos bien creados.

Finalmente, a pesar de la vertiginosa velocidad del cuarto movimiento, la orquesta nunca dejó de sonar compacta y los contrastes dinámicos, siempre en su justa medida, no sonaban en ningún momento agresivos.

Programa

  1. Concierto para violín en La m BWV 1041 J. S. Bach

– Sin indicación de tempo

– Andante

– Allego Assai

  1. Concierto para piano, trompeta y orquesta de cuerdas nº1 en Do m- D. Shostakovich

– Allegro moderato

– Lento

– Moderato

– Allegro con brio

3. Sinfonía nº 4 en Si b M op. 60- L. van Beethoven

– Adagio- Allegro Vivace

– Adagio

– Allegro Vivace

– Allegro ma non troppo

Por Helena Garreta Suárez