Por norma general, no suelo recomendar a quienes me preguntan qué ver en Amsterdam que paseen por el barrio rojo, pues con toda probabilidad acabarán bañados de la cerveza que ingentes masas de beodos ingleses en despedida de soltero blanden por los canales más tórridos de la ciudad. Pero este fin de semana las cosas cambian, y es que entre vitrinas y «coffee shops» se ha instalado la segunda edición del Red Light Jazz, un festival anual de jazz que pretende acercar a todos un estilo musical menos comercial, por asociarse con esos apátridas que yacen postrados sobre taburetes de cuero raído, colilla en una mano y bourbon en la otra, entre humo de tabaco negro y rubias platino venidas a menos, en locales sin cartel de calles olvidadas. Nada más lejos de la realidad. Este festival viene a demostrar todo lo contrario: bares y cafés que otrora pasan desapercibidos entre las ventanas de luces rojas invitan a pasar con un enorme cartel en la puerta que reza un New York – Amsterdam, sentando las bases de lo que va a ser un fin de semana en el que podremos saltar de club en club, escuchando la música que nos gusta, como si nos hallásemos en el mismo corazón de Harlem.
La agenda es variada, y será difícil que podamos asistir a todos los conciertos. Que cada uno elija los suyos… Dejo, a modo de guía, cómo pasamos la tarde del sábado, y cómo ésta se convirtió en noche.
Lo primero que uno debe notar es que se encuentra en Amsterdam. ¿Qué quiere decir eso? Que hay que beber. Por algún motivo u otro, los holandeses no conciben la vida sin cerveza, y cuando digo la vida me refiero a todos y cada uno de sus momentos (algunos incluso tienen una pequeña nevera en el baño). Por lo tanto, tenemos que ponernos a tono antes de empezar, y con qué mejor que una IPA, una Zatte o una Zink de la Brouweij’t IJ, la cervecería-molino más reputada de Amsterdam.
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Fra Fra Sound (Cotton Club – 7pm)
El Cotton Club es uno de los dos locales musicales del Nieuwmarkt que ayer por la tarde albergaba al Fra Fra Sound, un grupo de raíces surinamesas, fundado a finales de los años setenta por un unos adolescentes que se reunía para pasar el rato en Bijlmer, y que con el paso de los años ha ganado fama mundial, manteniéndose siempre sobre sus raíces, en una mezcla de música negra, tonos caribeños y kaseko, y que ha ido sumando ritmos de varias culturas a medida que la banda ha viajado por el mundo. Los protagonistas son un saxo tenor, un trompeta y un bajo, acompañados de piano, batería y unas notas desgarradas en una guitarra por un abuelo caribeño, y a los que en momentos dados se añaden instrumentos de corte africano y mesoamericano, como el palo de lluvia.
Al poco de empezar a tocar, todos los asistentes nos fuimos animando, y más de uno se puso a bailar, con más o menos acierto, hasta la hora del descanso, en la que nosotros aprovechamos para cambiar de tema.
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Biggles Big Band (Café Casablanca – 8pm)
La calle Zeedijk es la arteria principal del Red Light Jazz. Al margen del festival, la calle está repleta de bares minúsculos donde la gente se aprieta para beber, hablar y escuchar música, y que, con su llegada, han abierto puertas y ventanas para que la música se difunda por la calle llamando la atención como si se tratase de un anzuelo.
La Biggles Big Band tiene, como dice su nombre, el formato de big band, pero su repertorio es más completo. Empezaron la tarde con parte del álbum Atomic Basie, en homenaje a Count Basie, interpretando After Supper, Doble-O y Teddy the Toad, para pasar después a arreglos que el trombonista del grupo había hecho sobre temas popularizados por las big bands en los años 30 y 40 del siglo pasado (Don’t sit under the apple tree y Bésame mucho).
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Un cena con acompañamiento (9pm)
Después de cerca de hora y media de música y cerveza, sin nada más que comer que unos cacahuetes pasados, era un buen momento de sentarse a la mesa tranquilo y… bah, a quién vamos a engañar. Quién querría sentarse en una mesa aburrida con toda la vida que había en la calle. Compramos un kebab grasiento (en lo que puede ser uno de los peores sitios en los que he entrado) y nos sentamos en una acera a escuchar una banda improvisada de cuatro abuelos holandeses que se habían montado un escenario callejero en la Zeedijk sin temor a motos y bicis que pasaban a ras. Saxo alto, trompeta, contrabajo y banjo. Nos interpretaron varios temas popularizados por Glenn Miller (A string of pearls e In the mood son algunos de los que pude reconocer), sobre los que el saxo y la trompeta fueron improvisando, acompaños por el banjo y el contrabajo al fondo.
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Trio Thijs Cuppen (Bethany’s Jazz Club – 22pm)
Los tres grupos que habíamos escuchado por el momento eran, por decirlo de algún modo, más cercanos. Con la caída de la noche empezaba ese jazz que todos tenemos en la cabeza, el jazz del trío de músicos bohemios a los que les importa más bien poco que al público les guste la música o no.
Thijs Cuppen es un pianista holandés con bastante reputación en su país (lo podríamos comparar con un Lluís Coloma en el nuestro), que se ha montado un trío con batería y contrabajo. Las composiciones son propias de Cuppen, y vienen aderezadas con las cabriolas de Philippe Lemm a la batería, en la que llegó a usar 7 tipos distintos de varillas, las uñas de las manos y los zapatos para crear distintos tipos de sonidos que se iban concatenando con las graves notas de un contrabajo en primer plano.
El Bethnay’s, en una de las calles accesorias el Nieuwmarkt y justo enfrente de siete vitrinas rojas, es un sótano de techos volteados e iluminado únicamente con velas. Muy apropiado para las melodías íntimas de Cuppen, experimentales, podríamos decir, y que recuerdan un poco a Philip Glass en lo minimalista (al principio), pero que se distinguen de éste a medida que avanzan, pues se van desarrollando poco a poco hasta acabar en un tema distinto al inicial.
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Andreas Kühne Trio (Skek – 23pm)
Para acabar el día, volvimos a la Zeedijk, donde un grupo ecléctico ocupaba una esquina del Skek. Ecléctico porque el trío está formado por el austríaco Andreas Kühne al contrabajo, un teclista italiano y un batería holandés. Pero es que además, ayer por la noche se les unió un saxofonista de Dallas, Texas, que alternó saxofón y flauta travesera durante los cerca de 60 minutos en los que el grupo fue improvisando varios temas sobre una partitura simple, protagonizados por cada uno de los instrumentos, de entre los que destacó el texano por saberse amoldar a la voluptuosidad del grupo de jóvenes (sabiéndolos, a su vez, guiar ya con el saxofón o con la flauta).
En total casi cinco horas de música en directo, en las que pudimos disfrutar de distintos estilos: un resumen del jazz de los últimos 60 años, podría decirse.
Por Albert Fernández Chafer