Fotos de Javier Pinilla, «Jotapí»

Hay un sitio escondido en las calles del Raval de Barcelona -aunque cada vez cuenta con más asiduos- que transporta a sus visitantes a muchos lugares, a muchos nombres, a muchas épocas. Es un sitio pequeño, con sillas cada una de su padre y de su madre; sus paredes están decoradas de fotos eróticofestivas (sobre todo festivas) y en la pizarrita que enmarca la barra se habla de pastelitos de chocolate, de cervezas (que siempre es la penúltima) y de vinos blancos y tintos. Los jueves, a las 20:30 puntualmente comienza desde hace cuatro años una jam session que siempre se sabe quién y cómo comienza, pero a duras penas cómo y quién las acaba. Es la exigencia mínima de las jam sessions: que sólo la música dicte lo que tiene que pasar. La banda base son (casi siempre) los miembros de la Barcelona gipsy klezmer orquestra, un grupo multicultural que unen su talento con sus orígenes para hacer, como dice Mattia Schirosa, el acordeonista, «swing, jazz, gipsy, klezmer o, en realidad lo que nos dé la gana». Después de un par de temas, invitan al escenario a músicos y bailarines que quieran participar. Así, hemos visto y oído múltiples voces, claqué, danza del vientre e instrumentistas de todos tipo (desde el espectro que va desde el bodhram hasta el laúd, pasando por violines, clarinetes, trompetas, guitarras, y casi todo lo imaginable).

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Todo esto pasa en el Despacho cultural «El arco de la virgen» en el que, aparte de estas jam sessions, que ya congregan a varias decenas de personas que hace cola un buen rato antes de que empiece, ofrecían un rastrillo, exposiciones de artes visuales y gráficas y performances. Como ven, ya comienzo a introducir los pasados. Y es que hay una orden de precinto del local programada para el 16 de septiembre. Desde Cultural Resuena, queremos mostrar todo nuestro apoyo al equipo de La Virgen y a su causa que, como explican en su web, es un «problema [que va] más allá de nuestro local y que to[ca] a todos aquellos establecimientos que organizan eventos en la ciudad». «El arco de la virgen», como otros espacios en Barcelona (y en otras ciudades) promueven el arte fuera de los límites del consumo y las vías institucionales, ofrecen obras de gran calidad, y su estrella, la jam de los jueves, es un soplo de aire fresco: no sólo podemos hablar de un grandísimo nivel interpretativo, sino también de creación de momentos de esos que sólo se pueden vivir para entenderlos (y permítanme este paréntesis poético). Salvar «La Virgen» es salvar algo de Barcelona que nos están arrebatando, es pedir algo legítimo: que la ciudad sea de sus ciudadanos y que su normativa se ajuste a las necesidades que nos van surgiendo a los que habitamos sus calles. De un tiempo a esta parte, Barcelona se está transformando en un constructo barroco: una fachada para los turistas, que encuentran en la ciudad obras del modernisme, bocadillos que valen cinco euros y muchas estampitas del Barça. Una fachada que, como en el barroco, poco o nada  dice de la realidad de lo que pasa más allá de Las Ramblas. El cierre de «La Virgen», si se llega a hacer efectivo, no será sólo cosa de los que lo regentas y aquellos que ya nos hemos vuelto asiduos. Será una concesión más a las tramas de poder que nos quieres arrebatar nuestros rincones.

Aquí está la petición, no te vayas sin firmar.