Es extraño que Woody Allen todavía no hubiera creado un personaje como el de Abe Lucas, profesor de filosofía sumido en una crisis existencial por la cual no le encuentra sentido a nada de lo que dice y hace en su vida. Durante muchas películas, el personaje principal siempre había coqueteado con esta actitud de hombre destrozado por el absurdo y el sin sentido (Deconstructing Harry, Annie Hall, etc.). El resultado es un personaje, y una historia, que refleja con toda claridad la temática que Woody Allen viene desarrollando durante sus últimas películas: la crisis de la burguesía y su hegemonía cultural. Abe Lucas sufre de la típica enfermedad burguesa: se aburre.
La única excitación la encuentra por simple azar: un día, en una cafetería, escucha cómo una mujer en la mesa de al lado llora amargamente porque un juez despiadado está a punto de quitarle la custodia de sus hijos para entregarlos a su padre, el cual no quiere saber nada de ellos. Abe, al escuchar el relato, entiende que se trata de una injusticia insoportable. Ante esa situación, todas sus categorías filosóficas se ponen en marcha, llegando a una conclusión: debe asesinar al juez para impedir que una injusticia semejante se lleve a cabo. De repente, Abe encuentra el sentido de su vida a la ejecución del crimen perfecto.
Obviamente, el personaje cumple con el cliché: Abe llama la atención de una de sus mejores alumnas (Jill), con la cual acaba por tener un romance, dejando ella a un lado a su novio, el perfecto yerno que encarna a esa burguesía que todavía se toma en serio a sí misma. Ella pasará de la fascinación absoluta por Ape, incluso cuando éste muestra signos de enfermedad mental, a convertirse en la voz de la conciencia. Jill sólo quiere vivir esa aventura, salir de su vida predecible, monótona y aburrida. Pero no quiere pagar el precio que, a veces, eso comporta.
No obstante, el relato explica las consecuencias de abandonar esa misma vida burguesa, sólo que llevada ahora a la exageración. La aventura parece que tiene que terminar en tragedia, en arrepentimiento, incluso en crimen. Por eso, precisamente porque se trata de mostrar el proceso psicológico que lleva a la quiebra de la seguridad burguesa, el relato no es más que la demostración de que la monotonía de lo burgués es siempre mejor que la aventura, que acaba por llevar a la irracionalidad, es decir, al asesinato y la tragedia. El relato es el perfecto ejemplo de cómo ridiculizar una idea llevándola hasta su extremo, de tal forma que parezca absurda.