Foto con copyright de Christian Vium

Un año más da comienzo el ciclo Sampler Series, un proyecto de L’Auditori de Barcelona dirigido a la programación mensual de música contemporánea.

El pasado 15 de octubre  se abría la serie de conciertos con el estreno español de Inszenierte Nacht (2013), del compositor Simon Steen-Anderseninterpretada de manera ejemplar por el Ascolta Ensemble (¿Habrá una referencia en el nombre a J-L. Nancy?).  Me resulta realmente difícil escribir cuando algo me ha gustado tanto como lo hizo esta obra: parece que casi todo lo que puede decirse sobra.

Inszenierte Nacht se divide en tres partes (movimientos?). La primera, toma como referencia ‘Schlummert ein, ihr matten Augen’ de Ich habe genug BWV 82, de J. S. Bach. Al principio, un chelista, un trombonista y un teclista tocan su melodía correspondiente de la orquesta, que suena por los altavoces, así como la voz solista.Se trata de una versión antigua, llena, muy dramática. Poco a poco, mediante un proceso de ralentización, la voz de va deformando y se dilata en una masa sonora gravísima. Los músicos en directo siguen la deformación hasta que la melodía se vuelve pastosa. También las luces de van apagando poco a poco, hasta que queda toda la sala en la penumbra. Steen-Andersen nos incita a transitar en la ‘noche escenificada’, viviendo todo aquello como si nos hubiesemos dormido colectivamente. Sigue literalmente el texto de la música de Bach, que dice: «Schlummert ein, ihr matten Augen/
fallet sanft und selig zu! […]» que se podría traducir como «Dormitad [o morid, ya que «Einschlummern» tiene ambas connotaciones], vuestros ojos débiles, cerraos dulce y pacíficamente».

Una cámara nocturna muestra cómo nuevos músicos intentan incorporarse a la sala. El sonido de tablas y crujidos acompaña sus pisadas, que retumban en el silencio casi sacro que ha dejado ese Bach derretido del inicio. La sensación, con aquella oscuridad, es la de la incomodidad que da el mínimo ruido cuando nos movernos por una casa cuando todos duermen. La siguiente parte está basada en Träumerei, de Schumann. Pero, en lugar de recurrir al piano, la pureza de la obra se (re) construye con diapasones, una marimba y dos minúsculos amplificadores colocados en micrófonos que emiten un sonido que la boca modifica, ya que hace de caja de resonancia cuando se aproxima a ellos. Esta parte es de una delicadeza extrema. Diría incluso, si no fuera porque en la academia este tipo de conceptos no se pueden usar sin que algunos salten a la yugular de la que escribe, que fue bellísimo.

Pero, de pronto, algo se interrumpe. Uno de los músicos sale del escenario y se mete por una puerta por la que suena música techno. Rápidamente, casi sin saber cómo, bajamos del mundo casi flotante que había surgido de la obra basada en Schumann para alcanzar lo más terrenal, una suerte de fiesta kitsch en la que la música de techno maquinero se ha inspirado en el aria -así llamada en el ámbito comercial- de la ‘reina de la noche’ (Der hölle Rache kocht in meinem Herzen) de La Flauta mágica de Mozart, ese hit de la música clásica (sea lo que sea música clásica). El trompetista del ensemble es el encargado de cantarla sobre un escenario con un telón rojo mientras sus compañeros le observan sentados, una actitud opuesta a la esperada en una fiesta de baile. Después de esa interrupción, vuelve la música de Schumann, como si nada hubiera pasado aunque todo ha cambiado.

La tercera y última parte de Inszenierte Nacht se basa en la versión para piano de Gaspard de la nuit (digo versión porque hay dos versiones para orquesta, aunque no fueron hechas por Ravel), de Ravel, en un piano que, en realidad, ha sido silenciado. Lo que se oye en el sonido de la pulsación de las teclas, que se añade como efecto a la grabación de la pieza que él ha hecho anteriormente y que suena por los altavoces. Un juego de luces del propio piano, que casi al final recorren el teclado mientras la música sigue sonando aunque el pianista ya se ha ido; proyecciones del propio (?) Ravel tocando y una voz fantasmagórica que suena por toda la sala y que lee fragmentos del texto en que se inspira la obra, hacen de esta parte algo estremecedor.

Steen-Andersen pretendía un doble juego. Por un lado, la revisión contemporánea de buena parte de la historia de la música. Por otro, revisa esta historia radicalizando lo que las obras tenían que contar. En la de Bach, se toma muy seriamente la gravedad (tanto musical como temática) y la explora hasta el final de sus consecuencias. En la parte basada en Schumann, intentó potenciar el carácter de ensueño: precisamente, esta palabra (ensueño) es la que une las dos acepciones de Träumerei (‘sueños’ y ‘fantasías’). Este ensueño, como en la noche contemporánea, la interrumpen las fiestas de los vecinos o el disturbio del ajetreo de coches y gente. Así aparece la reina de la noche, que hoy bien podría hacer referencia a un club nocturno venido a menos. Además, la deformación de los hits de la música clásica (sea lo que sea) que se da gracias a la industria de la cultura genera que sea muy posible encontrar en el futuro algo así en temas del verano de Lady Gagas y otros miembros del star system que gustan de mezclar piezas de los 100 imprescindibles de la música clásica  y otros recopilatorios de calidad dudosa con sus canciones. Es decir, es muy probable que en el futuro tengamos algo parecido a lo que construyó Steen-Andersen. En esta pieza se da, además, un guiño al culto casi enfermizo que se da a la música clásica (sea lo que sea) sólo por ser considerada como tal. Lo representan el resto de músicos, que escuchan sentados al cantante que ‘destroza’ (¿o le da más sentido?) a Mozart. La última parte, la basada en Ravel, se hace cargo del demonio que inspira el texto y la música. El  intérprete semi ausente, que mueve las manos frenéticamente por el teclado pero que toca a medias, la voz que se mueve por los altavoces de la sala como un escalofrío y los juegos de luces, que en la penumbra constante de la sala proyectan sombras que bien podrían identificarse con seres conjurados en el ensueño traen sobre el escenario el corazón de la obra de Ravel. Al mismo tiempo, como decía, Steen-Andersen revisa la historia de la música y también lo que hemos hecho de ella. Además, la reconoce tomándose muy en serio lo que la música cuenta por sí misma y utilizando los medios actuales para conseguirlo.

De pronto, el despertador suena y las luces se prenden, después de casi una hora en casi total oscuridad. Aplaudimos. No sabemos si hemos soñado todo aquello, tampoco si es posible que todo aquello pase si no se pone el marco de lo soñado. Inszenierte Nacht es una suerte de revisión musical del Cuento de Navidad de Dickens, ese al que a un viejo avaro le visitan fantasmas que le hacen revivir momentos de su infancia, madurez y vejez. Aquí, los fantasmas de la músicas  aparecen desde sí mismas y arrastran al público a esa ‘noche escenificada’ a encontrarse con otros fantasmas: los de cada uno de los oyentes, que salimos modificados después de escuchar esta obra con tantos niveles, lecturas, sencilla y compleja al mismo tiempo y que nos hace tantas preguntas.