«Durante su corta vida, van Gogh no permitió que su ardor se escapara. Fuego y ascuas fueron sus pinceles durante los pocos años de su vida, mientras él ardió por su arte. He pensado, y deseado, que a la larga, con más recursos a mi disposición, pudiese mantener mi ardor como él, y pintar con candente pincel hasta el final.” (Edvard Munch, 28.10.1933)

El color expresa algo por sí mismo. No se puede pasar sin él; hay que usarlo.” (Vincent van Gogh, carta a Theo No 537 – c. 28.10.1985)

Las dos citas anteriores vistas conjuntamente o, mejor dicho, una tras otra, sirven de certero resumen del cambio que estos dos nombres supusieron para la historia del arte, y que hoy están fijados en el imaginario popular como esas dos mentes turbadas que, a la manera del artista solitario de Nietzsche, alejado de una sociedad que no le comprende, plasmaron su mundo interior en un arte que tardaría en ser admirado. Si bien esto es del todo cierto para van Gogh, lo es menos para un Munch que supo valerse durante su vida de esta ilusoria aura de genio para sacar más partido a su arte, y fue dejando muestras (pruebas) del misterio de su creación artística, que diría Zweig.

No es nueva la idea – más, el firme reconocimiento – de que ambos pintores están intrínsecamente unidos (si bien nunca coincidieron), y ya a finales del siglo XIX, el crítico francés Thadée Nathanson o el comentarista alemán Julius Meier-Graefe, quienes alabaron la pintura de ambos artistas (quién sabe si por concurrir a la misma mesa), escribieron sobre las similitudes entre los dos, y, sobre todo, sobre la influencia de van Gogh en Munch, quien sin duda había admirado las obras del primero en su estancia en París. Pese a que esta idea – los paralelismos entre van Gogh y Munch – esté arraigada desde hace años en la sociedad moderna, ahora, el Museo van Gogh de Amsterdam y el Museo Munch de Oslo presentan una retrospectiva de ambos artistas que, después de 6 años de trabajo y colaboración, permiten ver los dos nombres yuxtapuestos y apreciar mejor las similitudes y divergencias entre ambos: qué influencias tuvieron, estructura compositiva y técnicas pictóricas, y qué pretendieron alcanzar.

La exposición comienza con un breve repaso de los precursores que más inspiraron a van Gogh (Millet, Manet, Gauguin) y a Munch (además de los anteriores, y del propio van Gogh, Heyerdahl), y del momento en que ambos sienten la necesidad de pintar como vehículo para expresar lo que sienten (“un ave de presa ha tomado morada dentro de mí”, en propias palabras de Munch), tomando el color como principal medio de expresión, por encima de la forma, pero sin llegar nunca a la abstracción: ambos declararían que pintaban tomando como modelo “lo que veo o lo que recuerdo que he visto”. Pese a las influencias que ambos recibieron de París (van Gogh llegó a vivir con Gauguin durante varios meses), cada uno de ellos desarrolló un estilo propio que abriría la puerta (sobre todo en el caso de Munch) del expresionismo alemán: Emil Nolde, tras visitar la colección privada de un conocido, diría que “el desnudo de Munch y los dos lienzos de van Gogh son magníficos. La impresión que me causaron permaneció en mí largo tiempo.”

The Sower

Van Gogh, El sembrador, dentro de ‘el ciclo de la vida’, en el que el sol naciente se convierte en la aureola de un campesino, aquí elevado a la categoría de santo, al preparar la vida para la siguiente estación.

La idea (más bien, la necesidad) de expresar lo que ven y cómo lo ven (sienten) hace que el simbolismo (heredado de Gauguin) adquiera un rol más importante que en épocas anteriores. Este constituye el corpus de la exposición, que se estructura en distintos leitmotiv, sin dar apenas importancia a la época en la que fueron pintados los lienzos, o a las técnicas que se usaron, cambiantes en función de las influencias externas, si bien poco a poco cada uno de ellos fue definiendo el estilo que les ha hecho famosos, y sin dejar de lado la supremacía del color.

 

Munch, El Grito, dentro de ‘ansiedad’, si bien la exposición no ofrece el óleo aquí representado sino la versión en cera sobre cartón.

Munch, El Grito, dentro de ‘ansiedad’, si bien la exposición no ofrece el óleo aquí representado sino la versión en cera sobre cartón.

La exposición se cierra con una muestra de obras, frecuentemente vistas por separado, que fueron ideadas por sendos artistas como series que ofrecerían un mayor significado vistas en su conjunto. Van Gogh las ideó para decorar su casa de Arles, y el ejemplo más célebre son sus girasoles, como parte de una serie de motivos florares. Munch, que se sirvió para ello de carboncillo y acuarela sobre cartón, creó un universo oscuro y angustioso, de entre los que Madonna es el que, parafraseando las palabras de Nolde, aún permanece en mi imaginación.

The Sunflowers


Madonna

Munch, Madonna

Albert Fernández Chafer