De la corrupción política en España se han hecho muchos análisis, debates … Pero, tal vez, no se ha hablado tanto de otros factores como son las implicaciones culturales de esa corrupción o la estética que caracteriza a sus protagonistas.
Coches de alta gama, trajes a medida, relojes de lujo, «volquetes de putas»… A pesar de las razonables diferencias que cabe señalar entre las diferentes tramas de corrupción que ya son conocidas en el Estado español, lo cierto es que a los corruptores y los corruptos de por aquí no parece sobrarles imaginación. O, más bien, tienen (o creen tener) las prioridades muy claras en la vida.
No sé si, alguna vez, se han preguntado, por ejemplo, sobre la utilidad o la idoneidad (ya ni me atrevo a escribir sobre el «sentido») de poseer 20, 30 o 40 coches de alta gama. Es cierto que, rápidamente, se me puede contestar que es parte de un afán coleccionista, sin más. Pero es que eso me responde poco y mal: normalizamos un afán que, a mi parecer, suele tener un lado oscuro mucho mayor del que suponemos.
Respecto a las putas, ¿Alguien cree que el puterío de estos personajes tiene algo que ver con el sexo? A mi modo de ver: nada. Es sólo un componente más, y muy importante, de esa fachada que se construyen. De esa estética. Una estética en la que el dinero no es un medio para conseguir bienes, sino para construirse a sí mismo.
Ser ALGUIEN a través de un billete. De eso estamos hablando. Hablamos de que la cosificación del otro, el exhibicionismo pueril o el coleccionismo forman parte, aún cuando quizás no sean conscientes, de la necesidad de reafirmar algo. De reafirmar algo que creen ser o, cuanto menos, que creen que DEBEN ser.
La propensión a corromperse no es una novedad en la idiosincrasia humana. Pero tanto las condiciones en las que se produce como aquello conseguido a través de esa situación, denota diferencias.
Para empezar, ningún caso de corrupción en España, de aquellos que tienen relevancia pública, viene a suplir una carencia de sueldo para llegar al umbral de la subsistencia. No se puede decir que los sueldos de aquellos que se corrompieron les impedían poder sobrevivir. Pero ellos querían más. Y no creo que fuera por simple avaricia. Querían más, sí, porque disfrutaban viendo crecer números en una cuenta. Pero eso es sólo una consecuencia: querían más, porque querían tenerla más grande. La corrupción política en España se ha asociado con frecuencia a una forma casposa de entender la «virilidad». Pues incluso aun cuando las beneficiarias de la corrupción fueran mujeres, éstas sólo aparecen como parte de un mobiliario de quita y pon. No son protagonistas, no son las dueñas de su destino.
La corrupción política en España es vomitiva. Pero lo es no tan sólo por el perjuicio económico que comporta, si no por la pena que da observar como tanta gente vive de espaldas a cierta concepción de respeto al Otro. No hay feminismo, no hay pensamiento ecológico, no hay pensamiento que vaya más allá de que si puedo tener algo, debo tenerlo. Porque ser hombre debe implicar Tener, porque sin Tener, tal vez, uno se quedaría en la penumbra de la existencia. Y en la penumbra sólo cabe pensar o morir. Todo esto es una especie de Gangsta Style, de parecer para ser.