Al entrar al teatro el programa rezaba «Pretender hacer de nuevo El ángel exterminador sería una tarea tan banal como imposible: El ángel exterminador ya existe, está ahí como una de las más grandes películas de Buñuel, forma parte de la historia del Cine y del Arte en general.»
Lo mismo podría llegar a pensar uno sobre la crítica de dicha obra, pero considero necesaria cierta valentía para no quedar abrumado por la tarea y atrapado en una especie de impotencia. Atrapados como los personajes de la obra. Atrapados en sus delirios de grandeza, atrapados en sus pecados.
Esta producción del Teatro Español deslumbra por todos lados. Nada más entrar a la sala queda ya uno cautivado por el impresionante despliegue realizado. Un pequeño vértigo se apodera de uno: gran despliegue escénico y gran obra. Surge la pregunta: ¿quedarán los actores atrapados por una obra demasiado grande?
Para la tranquilidad del público, disipan esa duda incluso antes del comienzo marcado por la sala. Tanto Don Julio, Camila y Lucas aportan un gran saber hacer en la caracterización de sus personajes, demostrando el resultado de un laborioso trabajo.
El resto del elenco no es para menos. A pesar de las exigencias de una obra dónde constantemente están en el escenario (aunque el foco no siempre reside en éstos), realizan un gran trabajo artístico con sus personajes. Me gustaría decir que mantienen el alto nivel del comienzo, aunque la verdad es que se van degradando. Un proceso en paralelo a lo que sienten sus personajes quienes, al ser incapaces de salir del comedor, acaban abrumados por el peso de sus pecados. Lo digo como algo extremadamente positivo, como un reconocimiento de ese trabajo.
Viven toda una experiencia religiosa a medida que avanzan por la senda del pecado, regocijándose en ellos alienadamente, sin ser conscientes. La desesperación les corroe incluso llegan a la adoración de falsos ídolos (¿sabremos jamás quiénes son?) llegando a querer ofrecer como sacrificio la carne del hombre.
Y al final la redención llega; y éstos personajes son capaces de escapar y recuperar su libertad. Magnífico, una vez más, el esfuerzo de los actores externalizando ese proceso y esa penitencia posterior a tamaña experiencia mística.
El conjunto está a la altura, aunque no dejan de haber un par de sorpresas. No sé si son decisiones de dirección, exigencias del guion o consecuencia de la inmersión en el personaje. No me pareció igualado el trato entre el cuerpo masculino y el femenino, aunque me quedé con la duda de si se trata de alguna especie de representación de algún instinto reprimido del autor de la obra. A pesar de eso, no llega a sobreponerse al resto del trabajo.
Al acabar salí satisfecho por saberme libre. La reflexión me llevó a creer mejor que esos personajes atrapados por sus miserias. No me daba cuenta como, a medida que avanzaba por el sendero de este pensamiento, me hundía más y más en esa misma actitud denunciada en la obra. A modo de cierre, se debe elogiar la obra, pues me hizo salir atrapado. Atrapado por mis propias miserias.