La fábula del decoro

La fábula del decoro

Había una vez un lugar en el que el respeto, el buen hacer y el decoro eran las máximas imperantes.

Allí, sus gentes admiraban las virtudes de sus gobernantes y les aplaudían por su coherencia.

El portavoz de esos gobernantes era un hombre tan ecuánime que se ganó el favor no sólo de sus compañeros sino también de sus adversarios. Éste hombre jamás osó desconsiderar el dolor de nadie y siempre se comportó de forma noble ante todo el mundo.

Pero el portavoz tuvo en quién mirarse entre los suyos. Su líder no escatimó nunca en elogios hacia el anterior jefe de gobierno. Se reflejaba tanto en su antecesor (como líder) que tuvo a bien dominar,  como él, la lengua vehicular del mundo.

 

Fábula – El Greco (1600)

 

La magnificencia no sólo era virtud sino norma. Por ello, en este lugar se toleraba cualquier broma, pues, no se temía a las dudas. Y, sobre todo, existía el equilibrio: no había opiniones mejores ni peores, cualquier idea era respetada, incluso las que no respetaban a nadie.

Al manifestarse, todos los órganos de poder expresaban una cristalina imparcialidad. Alcanzaban la Verdad porque, como es bien sabido, está sólo es alcanzable por y para los decorosos.

Rara vez se producía injusticia alguna en estas lares, y cuando se hacía, todos trabajaban para resolverla de inmediato.

Allí, todo el mundo tenía su voz, su voto y su pan. Pues a nadie se le hubiera ocurrido hurtar a nadie lo que es, por derecho, suyo. Todos los derechos que se reflejaban en La Carta eran cumplidos a raja tabla.

En dicho pueblo, toda la ciudadanía estaba no sólo contenta, sino extasiada de felicidad. Felicidad derivada del conocimiento cierto de que la ley era igual para todos, de que podían expresar lo que quisieran con total libertad y de que todos iban a poder dormir calientes y con el estómago lleno.

Las maravillas de este sitio perduraron en el tiempo, tanto y tanto que no nos alcanzan las palabras para seguir contando más verdades. Y como sin Verdad no se puede vivir, este es el momento de concluir con la fábula del decoro.

 

Me ha costado mucho escribir esto. A decir verdad, no es «este» artículo el que me ha resultado difícil. Lo complicado ha sido dejar de estar acumulando decenas de borradores para intentar decir algo sobre el bombardeo informativo de las últimas semanas. Por eso, al final creí que era mejor escribir una fábula.

El carnaval ya no existe

El carnaval ya no existe

Los carnavales de Gran Canaria de 2017 han terminado. Y no sin polémica. Me estoy refiriendo, por supuesto, a Drag Sethlas con un espectáculo que, para algunos, representa una aberración.

En el susodicho espectáculo, Drag Sethlas se disfrazaba de monja, aparecía crucificado… Determinados colectivos religiosos (y no sólo cristianos), han manifestado su repulsa a esta gala y han tachado lo ocurrido en ella de blasfemia. Incluso, desde plataformas no-religiosas se ha tildado lo ocurrido de, cuanto menos, carecer de buen gusto.

Los defensores de la perfomance consideran que la libertad de expresión les ampara y que, además, el carnaval es  propicio para este tipo de situaciones. El carnaval es una fiesta de transgresión.

Lo cierto es que, sin ánimo de pretender ser políticamente correcto, en este caso hay una parte de razón en cada esquina.

 

Nelson Rodriguez Moreno, Drag Sethlas, atendiendo a la prensa. EFE/Elvira Urquijo

Nelson Rodriguez Moreno, Drag Sethlas, atendiendo a la prensa. EFE/Elvira Urquijo

 

De una parte, es bien cierto que la recreación llevada a cabo puede ser considerada blasfemia. La religión cristiana es fideísta y la fe se fundamenta en una convicción. La caricaturización, sea con los fines que sea, de una escena religiosa supone un cierto quebranto en la credibilidad de una fe. Aunque quién caricaturice pueda no ser creyente, esto no lo exime, desde la perspectiva religiosa, de tomar con seriedad (y la palabra no es aquí baladí) aquello que, stricto sensu, es serio. Por ende, es perfectamente comprensible el enfado que suscitó esta representación en determinadas comunidades de creyentes.

Por otra parte, el carnaval ha sido, tradicionalmente, una excepción a la regla. El carnaval significaba una válvula de escape: al igual que otras festividades europeas extintas como la Fiesta de los locos, representaba la instauración de un mundo al revés. Según dicho mundo, el poderoso obedecía al débil y viceversa. En este contexto, la blasfemia religiosa era una constante. Sin embargo, cabe recalcar que toda blasfemia entraba dentro del tiempo de una festividad PERMITIDA. En sociedades oscurantistas como lo eran, por ejemplo, las del medievo-tardío en Europa, el carnaval permitía sacar a relucir una vis cómica y profundamente transgresora de la vida que les permitía soportar el resto de año de observancia a unas reglas muy estrictas. Es decir, el carnaval significaba una algarabía que merecía la pena.

Pieter Brueghel- De strijd tussen Carnaval en Vasten (1559)

Pieter Brueghel- De strijd tussen Carnaval en Vasten (1559)

 

Si atendemos a lo escrito, se podría pensar que no cabe duda: Drag Sethlas y sus defensores tienen razón. An fin y al cabo: ¡era carnaval!

No obstante, tengo una noticia que dar: el carnaval ya no existe. Debe observarse que he escrito sobre esta fiesta en pasado. Es cierto: en infinidad de rincones del mundo se celebra cada año durante unos días una festividad denominada carnaval. Sin embargo, el espíritu de éste, hoy en día, dista mucho de su potencial transgresor original. Aún quedan recovecos de este origen en celebraciones como las Chirigotas de Cádiz, por ejemplo. En ellas se ofrece una visión cómica de diferentes asuntos de la «seria» actualidad. No obstante, el contenido principal del carnaval se puede resumir, actualmente, en ser una gran fiesta de disfraces. Y si no, ¿qué pregunta le haces cada año a tus amigos cuando llega carnaval? Casi con toda seguridad: si se va a disfrazar o no y, en caso afirmativo, en qué consistirá su disfraz.

En el carnaval de antaño también había disfraces. Pero esos disfraces eran un mero reflejo estético de una intención mucho más profunda: la inversión de su mundo. En cambio, en general, los disfraces de hoy en día no tienden a ir más allá del goce estético de «cambiar de look».

Por ello, cuando alguien se acoge a la significación original del carnaval, como hizo Drag Sethlas, para transgredir el orden de la religión, es vilipendiado. Porque hoy ya no es el tiempo del carnaval.

¿Qué razones explican este cambio histórico? Obviamente, escribir sobre ello daría para mucho más que un artículo de magazine. No siendo tema fácil, es posible aventurar que este cambio en el fenómeno guarda relación con algún cambio en las sociedades occidentales. En concreto, con el hecho de que muchas de las reglas existentes hoy en día son más «líquidas» que antaño (utilizando la terminología de Zygmunt Bauman). En las democracias occidentales de hoy, ninguna regla guarda una observancia tan estricta como antaño. Esto que, en principio, debe ser considerado como un rasgo positivo, tiene un oscuro reverso. La difuminación de la regla ha impedido observar, también, cuando se produce una transgresión. Y lo que es más importante: ha impedido comprender la importancia social que esta transgresión puede llegar a tener.

Más allá de las razones que expliquen el porqué hoy no entendemos el significado del carnaval, lo cierto es que hoy cualquier ambiente cultural se está tornando irrespirable. Cabe recordar, según lo que he expuesto, incluso las sociedades feudales toleraban la blasfemia puntualmente. Y eso no quita que siguiera siendo blasfemia en el marco de reglas religioso. Simplemente: la presión social debía evadirse por algún lado.

Quisiera terminar este artículo abogando por la modestia. Según lo veo, la modestia intelectual se opone a la corrección política actual. Cada vez con más frecuencia, cuando se analiza una cuestión, se quiere ir mucho más allá de las evidencias. La única intención de este artículo es tratar de comprender porque se ha armado tal revuelo con Drag Sethlas. Creo que esto sólo se puede llegar a ver si se entiende que el carnaval ya no existe. Y pienso que esto es una pena: nadie nos avisó. Tal vez, este espacio pueda significar el germen de una reflexión más concienzuda sobre las ventajas e inconvenientes de una sociedad «líquida».

 

 

 

 

La cena de los bufones: Donald Trump

La cena de los bufones: Donald Trump

El pasado fin de semana saltó la noticia de que Donald Trump había rechazado asistir a la tradicional cena de periodistas que tiene a bien organizar la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca desde los años 20 del pasado siglo. Por esta cita han pasado casi todos los presidentes de los Estados Unidos desde entonces. La última ausencia, excusable, fue la de Ronald Reagan en 1981.

El motivo principal que me mueve a escribir este post es la propuesta que algunos corresponsales habrían lanzado tras el desplante: llamar a Alec Baldwin. Desde hace algún tiempo, es bien conocida la imitación que el actor norteamericano hace del presidente Trump. De hecho, algún medio de comunicación ha tenido serios problemas a la hora de discernir quién es quién. En esta idea de sustitución, por tanto, hay algo más que un mero comentario jocoso. Está la intención real de llevar el juego de la imitación hasta sus últimas consecuencias: la suplantación.

 

Pese a que el magnate/presidente americano no se ha pronunciado (todavía), al respecto de que Baldwin pueda sustituirlo en dicha cena, es presumible pensar que no debe ser una idea que le entusiasme, habida cuenta de las críticas furibundas dirigidas al actor que ha osado darle vida a una caricatura de su imagen.

Pero, ¿es, o puede ser, la imitación de Baldwin una herramienta subversiva? ¿O es, más bien, una válvula de escape? Es decir, ¿representa realmente este tipo de ejercicios un desafío? O, tal vez, ¿el «desfogue» de dicha válvula de escape no hace sino fortalecer la regla/código que se viola? En el fondo se trata de observar si hay una verdadera crítica que pueda «socavar algo» o si, simplemente, como no se puede cambiar (por el momento) el hecho de que ese hombre esté donde está, se intenta que al menos pueda resultar vulnerable por unos instantes.

No puede decirse que el enfado de Trump, hasta ahora, pueda deberse al peligro que su imitación representa. El ejercicio de Baldwin parece, por resumirlo, un intersticio en la realidad: una válvula de escape. Como tal, su potencial subversivo dista de ser tal. Si acaso, es plausible pensar que  que se relaciona con una falta de comprensión de la importancia que tiene la transgresión cómica para estabilizar las sociedades. Y, sobre todo, de un ego desmesurado e inquebrantable.

Sin embargo, la potencia de insertar al Trump de Baldwin en la cena de Corresponsales es un giro que debe valorarse. Esta sustitución puede ser importante en la medida en la que puede significar la colisión entre el mundo al revés que representa la caricatura, y el mundo «real» que representa la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca (curiosamente, es posible plantear que la razón sobre la que subyace la negación de Trump a participar en dicha cena, es la que de ese mundo de los periodistas «no es real», pues el mantra es: «Fake news»).

 

Hacer explícito este choque de trenes entre una forma de entender la realidad y una forma de entender lo cómico, podría derivar en una crítica mucho más potente que la que se ha hecho hasta ahora: evidenciando las penurias de Donald Trump. Todo dependerá no únicamente de la asistencia o no de Baldwin a esta cena sino de la intención última de éste: ¿entretener a los asistentes o hacer que el presidente se arrepienta de su ausencia?

¿Es posible una «ética del humor»? Sobre el nuevo libro de Juan Carlos Siurana

¿Es posible una «ética del humor»? Sobre el nuevo libro de Juan Carlos Siurana

Detalles de la obra:

Autor: Juan Carlos Siurana
Título completo: Ética del humor. Fundamentos y aplicaciones de una nueva teoría ética.
Editorial: Plaza y Valdés Editores (Colección: Dilemata).
Publicación: 11 de mayo de 2015.
Extensión: 442 páginas.

Juan Carlos Siurana publicó el pasado año 2015 su obra Ética del humor. Fundamentos y aplicaciones de una nueva teoría ética en la que trata de abordar la problemática referente a uno de los temas más en boga por parte de la reflexión contemporánea: el humor.

Desde hace ya bastante tiempo, el autor persigue el concepto de humor a través de su investigación y cree haberlo podido contener en una definición según la cual “el humor es la capacidad para percibir algo como gracioso, lo cual activa la emoción de la hilaridad, que se expresa a través de la sonrisa o la risa”.

Pese a todo, se antoja complicado resumir el carácter y el contenido que uno se halla en esta obra filosófica, con tales pretensiones y tal extensión. No obstante, el autor realiza un esfuerzo considerable por remarcar aquello que considera crucial: construir un nuevo modelo de teoría ética que tenga en su base el humor o, más concretamente, el buen humor. Esto es: el humor ético.

En este libro, Siurana, por una parte,  sintetiza y recopila las aportaciones que filósofos, científicos y toda suerte de profesionales de la reflexión han depositado durante siglos a propósito del humor, a la vez que, por otra parte, todo ello le sirve para poder construir su propia teoría ética, fundamentada en lo que él denomina como método clínico-ético: “Defino el método clínico-ético como el método médico-filosófico consistente en extraer información moral sobre una persona a partir de los signos y los síntomas que exterioriza.”

De ahí surge una relación entre filosofía, biología y medicina que le lleva a estrechar la conexión entre el estado ético de una persona y su estado de salud.

El autor está convencido de que todos los métodos de indagación filosófica anteriores (método racionalista, método dialéctico-materialista, etc.)  pueden aportar cosas a su propósito de construir una nueva teoría ética pero, no obstante, resultan insuficientes e imprecisos para construir una ética fundamentada en la racionalidad discursiva y biológica del humor.

Porque sí, efectivamente este es un libro eminentemente de reflexión filosófica pero, como nos advierte el autor, los antiguos paradigmas de la filosofía parecen rebasados. Al principio fue el ser, luego la conciencia, después el lenguaje y, en las últimas décadas, parece ser la biología el soporte que se complementa con la filosofía y que la nutre de justificaciones.

Sin lugar a dudas, atendiendo a lo mencionado, el autor es un hombre de su tiempo. No le basta con esbozar someramente una relación entre ética y humor, ni con apelar a la conciencia del emisor del mensaje humorístico. Siurana va más allá y ahonda en los motivos profundos, biológica y médicamente hablando, que justifican que esté bien reírse de determinadas cosas y no de otras. Pues se deben comenzar a apreciar, según nuestro autor, los efectos (positivos) del humor ético, así como los efectos (negativos) del mal humor. El hándicap de este método reside, tal vez, en que requiere de una relajación o disolución del término humor, que lo llega a equiparar, en algún momento de la obra, al mero “júbilo” (entendiendo como tal la diversión, que autores como Plessner distinguen del verdadero humor).

Se debe reconocer, por tanto, un enorme desempeño, como el mismo autor nos comenta, por crear algo diferente: si bien la reflexión sobre el humor, aunque aislada y poco sistemática, ha sido una constante a lo largo de la historia del pensamiento occidental, no sería fácil encontrar un tratamiento exhaustivo de este calibre sobre las conexiones entre ética y humor.

No obstante, de sus puntos fuertes se pueden extraer, también, las debilidades de esta obra. Si bien la bibliografía es inmensa y el trabajo compilatorio mastodóntico, quizá el autor adolece de una cierta fijación por atraer a sus posturas la reflexión de la mayor parte de autores documentados y citados. Es una tentación natural del investigador, se comprende, el querer poder llegar a la meta estipulada, pero en algún momento se ve algo de forzado en todo ello, así como en la necesidad marcada como imperiosa de educar en el humor ético: un humor que no haga daño a los demás y que sea saludable para quién lo practica. No se trata, por supuesto, de que esto no sea deseable y de que no tenga razón en los datos aportados, sino del hecho de que, quizá, se pueda advertir una atmósfera un tanto asfixiante a la hora de analizar tan al detalle toda expresión humorística, puesta siempre en aras de validarla o invalidarla éticamente.

En cualquier caso esto es, quizá, una valoración un tanto personal que no desmerece, en absoluto, el esfuerzo del autor por cumplir su misión principal: construir un nuevo modelo ético que se fundamente en la importancia que el humor tiene para el desarrollo humano.

Siurana, en definitiva, acerca al lector un libro con una gran densidad de contenidos pero, a su vez, con un gran esfuerzo pedagógico que reduce al mínimo los requerimientos teóricos de este mismo lector. Es, por tanto, una obra accesible y en la que uno se puede adentrar a poco que tenga un poco de voluntad en indagar en los entresijos tanto de la reflexión sobre el humor, como de los requisitos éticos que a este “sentido” se le debe solicitar.

Y creo que, a la postre, aquellos que nos dedicamos desde hace algún tiempo a la investigación y reflexión sobre temas afines al humor, debemos agradecer no sólo el esfuerzo, sino el aporte, el atrevimiento y la originalidad de Juan Carlos Siurana para con la reflexión humorística, aún más que para con la ética, pues creo poder decir que hace falta, aun hoy en día, comprender mucho sobre la risa y sobre el humor.

Intermezzo literario de Andrés Barba. Sobre su libro ‘La risa caníbal’

Intermezzo literario de Andrés Barba. Sobre su libro ‘La risa caníbal’

 

Detalles de la obra:

Autor: Andrés Barba

Título completo: La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder.

Editorial: Alpha Decay (Colección: Héroes modernos).

Publicación: 1 de febrero de 2016.

Extensión: 152 páginas.

 

“Cada vez que un hombre abre la boca para reír está devorando a otro hombre”. Con esta sentencia inicial ya tenemos la declaración de intenciones completa del autor: reírse es siempre “reírse de…”.

Las fuentes de las que bebe Barba para cimentar esta obra son claras desde el principio: siguiendo a Bergson, el autor sostiene una suerte de teoría de superioridad de la risa (entendiendo la risa en todo momento como correctivo social) y una proximidad muy estrecha entre la razón (o, quizá, más bien se deba formular de otra forma: la racionalidad) y el humor. Por contra, allá donde el sentimentalismo radica con fuerza la risa está en peligro.

Formalmente muy bien escrita (como, por otra parte, era de esperar viniendo de un novelista de la talla de Andrés Barba), la risa caníbal es una obra fresca, aguda y que utiliza ejemplos muy sugerentes cuando no para sustentar sus tesis, sí para reflejar anécdotas a tener en cuenta.

Sin embargo, adolece de una visión un tanto parcial y un enfoque teórico estrecho a la hora de interpretar las diferentes expresiones humorísticas que analiza en cada momento. Pese a su vasta cultura, el prisma bajo el que se quiere interpretar todo es demasiado angosto.

Quizá el primer traspiés a tener en cuenta se produce en su introducción, cuando describe el contexto de tensión bélica del siglo XX (sobre todo, durante la Segunda Guerra Mundial) como un mundo excesivamente sentimental y en el que, por tanto, se reía poco. No obstante, para estos casos tal vez sea apropiado recordar el ensayo de la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer para comprender que, a decir verdad, la masacre nazi (como máximo exponente del belicismo y la tragedia del siglo XX) consuma, en última instancia, el ideal de máxima racionalización contemplado por el Siglo de las Luces. Solo hace falta recordar el juramento al Führer que, tras la apariencia del Derecho más riguroso, amparó las actuaciones de todos y cada uno de los oficiales y suboficiales (y, por ende, de los subordinados de estos) a la hora de eximir su responsabilidad particular: solo se cumplían órdenes. Fuera esto una excusa o no, formalmente la apelación era al rigor lógico y formal más absoluto: a la razón, encarnada en este caso en el Führer. Una razón pervertida, sí. Pero no se apelaba a un sentimiento (otra cosa bien diferente es el sentimentalismo dirigido hacia el Volk para apelar al orgullo nacional, racional… Pero, incluso en este caso, detrás hay una lógica dicotómica muy clara: el rechazo al otro  es una necesidad).

En cualesquiera de los casos, no se puede decir con tanta rotundidad que el siglo XX haya sido un siglo sentimental y que, precisamente por ello, la risa haya estado marginada (al relacionarla Barba con la razón y no mencionar su relación, por ejemplo, con la empatía para con el otro).

Pasando al detalle, el autor nos deja interesantes análisis sobre diferentes aspectos a tener en cuenta del mundo del humor y sus condiciones afines.

Barba hace gala de un gran tino a la hora de elegir, por ejemplo, a Chaplin y El gran dictador para versar sobre la parodia. No tan sólo como género, sino como actitud vital.

Su mención a Garganta profunda plantea otra de esas grandes conexiones habituales: el sexo y lo cómico. El éxito de este hito pornográfico de los 70 no hace sino ratificar esta conexión que se puede testimoniar, como bien indica Barba, al menos desde los tiempos de Aristófanes (y probablemente este último tan solo recogió los frutos de un terreno ya abundantemente fértil).

A estos dos capítulos les siguen otros en los que en la risa caníbal se analizan el papel del engaño, el disimulo y el anonimato en el chiste (“sobre el chiste como una de las bellas artes”), la inconsistencia o las contradicciones de las vidas de aquellas personas que son profesionales del humor (“la vida privada de los cómicos”), la importancia ancestral del ventriloquismo (“de muñecos y hombres”), la relevancia crucial del pensamiento cínico en el desarrollo del sentido del humor y las diferentes expresiones humorísticas, así como en la sustentación de una actitud radicalmente diferente a cualquier otra a la hora de afrontar la vida y sus circunstancias (“el pensamiento cínico o el arte de la <<performance>>”) o las particularidades cómicas de una figura tan patosa como relevante en la esfera política de principios del siglo XXI como fue el presidente norteamericano Bush (“George Bush, o el payaso involuntario”).

Mención aparte tienen los dos últimos capítulos (“Prohibir la risa. El 11-S y la comunidad herida” y “Hombres que se ríen de los dioses”) en la medida en que son vectores principales (como, probablemente, ningunos otros) de la discusión más actual acerca del humor y sus límites (además de que, a título personal, es un tema central de investigación del reseñador de estas páginas).

Al 11-S le siguió una deriva hacia el humor naif y patriótico, consecuencia de una autocensura sin precedentes en los EEUU, que, sin duda, suscitó la quieta atención de buena parte del mundo que, por una parte, sabía que algo no funcionaba como antes pero que, por otra parte, no iba a decir nada dado que, más allá del miedo a bromear sobre un atentado tan trágico, se tenía miedo a la propia risa. “Miedo a reír”, nos comenta el autor.

En el último capítulo, “Hombres que se ríen de los dioses”, Andrés Barba escribe, fundamentalmente, sobre la risa religiosa para, también, acabar sacando a la palestra uno de esos temas que están tan en boga a día de hoy: los límites del humor.

Sin duda alguna, cuando la risa se enfrenta a lo sagrado de la religión (especialmente, en las tres grandes religiones monoteístas) se producen fricciones que ponen a prueba estos supuestos límites.

Las causas de este conflicto, no obstante, no son tan sencillas de dilucidar y la propuesta del autor de que, tal vez, es la propia falta de convencimiento en la consistencia de una creencia, la que hace que el creyente se ofenda ante la risa dirigida hacia su fe, no es ni obvia ni evidente.

Fe y risa, a decir verdad, tienen un nexo común: nacen como absurdos en el seno de la razón (espero que se perdone al reseñador esta intromisión de parte de su investigación doctoral) . Pero uno representa la convicción inquebrantable y el otro la duda más escéptica.

Luciano de Samosata, citado en este capítulo, ya intuyó probablemente esta conexión: frente a la religión no se debe oponer la filosofía (razón) sino la risa (“ácida anarquía”). La risa y la fe son como el agua y el aceite, se repelen. Pero no se puede decir a la ligera que una es el de adalid de la razón y la otra del sentimiento, como se pretende sostener en algunas partes de la risa caníbal, dado que ambos discursos quedan excluidos de la razón pero, también, del mero sentimiento: el debate se halla en los márgenes.

Los motivos por los que la Shoah y la representación gráfica de Mahoma suponen límites en el corazón del humor son muy diferentes pero, en ambos casos se pueden hallar explicaciones. Aunque, desgraciadamente, en muchos casos esas explicaciones no aumentarán la permisividad para con la risa.

En cualesquiera de los casos, el análisis de Barba se hace muy interesante al tratar de conciliar la visión de diferentes autores con la suya y, desde esta perspectiva, tratar de analizar acontecimientos recientes que han impactado en la opinión pública por la conflictividad latente que allí había.

En definitiva, la risa caníbal es una obra amena, bien escrita, con ejemplos sugerentes y que, sin duda, puede aportar una visión fresca y diferente de nuestra relación como humanos con la risa. No todo es rigor teórico ni todo entretenimiento: léase como un intermezzo.

Cultural Resuena informa: el jueves 3 de marzo, a las 20,  estará Andrés Barba enla biblioteca del Hotel de las Letras (Gran Vía, 11, Madrid), presentando La risa caníbal. Le acompañará Joaquín Reyes.