por Carlos Ibarra Grau | Feb 4, 2019 | Cine, Críticas, Evento |
Se va el hombre del sombrero negro y la bufanda roja. El festival de cine de Berlin, más conocido como la Berlinale, vuelve como cada año a principios de febrero, en esta ocasión entre el jueves 7 y el domingo 17. La despedida de Dieter Kosslick, director de la Berlinale durante los últimos 18 años, supone el fin de una era y el inicio de otra del festival de cine más grande y de más público del mundo. Cultural Resuena estará allí otro años más cubriendo el evento de manos de un servidor.
Medio millón de visitantes y 330.000 tickets vendidos en diez días. Es como la segunda navidad en la capital alemana. Los números avalan la gestión de Míster Berlinale pues, para entender la magnitud, desde que Kosslick se hizo cargo en 2001 el presupuesto del festival ha pasado de 11 a 24 millones de euros y las venta de entradas ha aumentado en un 40%. Pero una gran parte de la crítica y del periodismo en general dicen que la Berlinale ha perdido fuelle y es una sombra de lo que fue. ¿Y por qué? Porque en este mundo las modas y las directrices del éxito vienen desde Hollywood a través de sus estrellas, son éstas las que dictan lo que triunfa y lo que no. A diferencia de los festivales de Cannes o Venecia, la Berlinale apuesta más por el talento por descubrir y por películas de un carácter poco comercial, una apuesta exitosa si miramos los números año tras año y que demuestra que otro tipo de películas y de maneras de hacer cine siguen suscitando el interés de muchísimas personas; esto es algo que debería alegrar a la crítica y sus periodistas en lugar de enfadarlos. Martin Freeman, Christian Bale, Catherine Deneuve, Tilda Swinton, Jamie Bell, Charlotte Rampling o Juliette Binoche son solo algunos de los nombres que pisaran la alfombra roja en esta edición. Juzguen ustedes. Si son suficiente estrellas o no en un evento en el que prima el cine político y social, historias fidedignas al contexto actual, arriesgadas y valientes que nada tienen que ver con el glamour. Ni falta que hace.
A Berlín llegará Isabel Coixet, la gran abanderada española presenta Elisa y Marcela o, lo que es lo mismo, la primera película de la historia producida por Netflix que la Berlinale acepta en competición; aprende del error de Cannes al dejar escapar a la Roma de Cuarón que Venecia no dudó en abrazar. Elisa y Marcela cuenta el amor prohibido de dos mujeres a principios de siglo pasado, una historia real en la que el propio festival ha puesto el foco y que podría alzarse con el Oso de Oro a mejor película. Coixet sería la primera española de la historia en conseguirlo y la tercera mujer consecutiva en los últimos tres años.
Elisa y Marcela
Hablando de mujeres, en este 2019 ellas dirigen 7 de las 17 películas en competición, representando un 41% del total. En Cannes el año pasado la cuota de mujeres fue de un 17% y en Venecia un terrible 4% (solo 1 de las 21 películas en competición) La escasa presencia de directoras en la industria del cine no solo es debido a su poca visibilidad, es que en realidad hay pocas mujeres dirigiendo películas. Necesitamos más mujeres al frente de las producciones para añadir calidad y diversidad al cine, pero tienen el acceso mucho mas complicado que los hombres. Tenemos que seguir luchando por el progreso.
España estará presente en otras nueves películas en esta Berlinale 2019, de las que destacan dos esperadísimos cortometrajes dentro de la sección Berlinale Shorts:
- Suc de Sindria, dirigida por la barcelonesa Irene Moray.
- Leyenda dorada, codirigida por el donostiarra Ion de Sosa y el ilicitano Chema García Ibarra, a quienes Cultural Resuena entrevistará unos días previos a finalizar el festival.
Siguiendo en el apartado hispanohablante Cultural Resuena tiene cerrada otra entrevista, con la directora costarricense Antonella Sudasassi que presenta en El despertar de las hormigas una fantástica historia de sueños despiertos, hecha con una inteligencia que rezuma belleza y talento en cada escena. Otra de las novedades será el retorno del guatemalteco Jayro Bustamante; quien ganara un Oso de Plata en 2015 por Ixcanul vuelve cuatro años después con Temblores, un drama punzante acerca de la homofobia y del fanatismo del cristianismo en Guatemala. Tanto Brasil como Argentina volverán a ser, una edición más, los países sudamericanos con mayor representación entre todas las secciones.
Destaco en el apartado internacional -dentro de la sección Panorama– a la siempre excepcional Geraldine Chaplin, herencia viva del mítico Charles Chaplin, quien protagonizará junto a Udo Kier La fiera y la fiesta, film rodado en la República Dominicana que está despertando mucha expectación. Siguiendo en Panorama, resalto otras tres películas: la coreana Woo Sang, porque la enorme calidad del cine coreano siempre nos trae alegrías, la norteamericana Skin, con un Jamie Bell (Billy Elliot) haciendo de neonazi renegado al estilo Edward Norton y también de EEUU llega Light of my life (Luz de mi Vida) donde Casey Affleck (el bueno de los hermanos) dirige y protagoniza una historia de corte independiente dentro de un bosque en un futuro post apocalíptico.
Y llegamos a la joya de la corona o sea a Competición, o sea a las películas que se disputarán el Oso de Oro con Isabel Coixet. Tendremos al maestro Zhang Yimou, uno de los mejores directores asiáticos en activo, a François Ozon con una historia de abusos sexuales de la Iglesia en Grâce à Dieu, a la vuelta con The Golden Gloves del hijo pródigo alemán Fatih Akin, ya ganador del Oso de Oro en 2004 o a la polaca Agnieszka Holland con Mr Jones y la historia del legendario periodista Gareth Jones. Otros nombres ya conocidos en el circuito europeo y algunos debuts completan un total de 17 películas. Especialmente me llama la atención la macedonia Dios existe, su nombre es Petrunya con una peculiar y original mezcla de géneros que podría dar la sorpresa.
Y por último las estrellas, que están fuera de competición. El señor Christian Bale aparecerá el lunes día 11 pisando la alfombra roja para traer Vice, donde encarna al diabólico exvicepresidente americano Dick Cheney. Un día antes, Diane Kruger y Martin Freeman estrenarán un thriller de agentes del Mossad israelí en The Operative. El actor brasileño Wagner Moura (Narcos, Tropa de Élite) ha dirigido su primera película titulada Marighella acerca de un guerrillero que luchó contra la dictadura de Brasil en 1964. Y por encima de todos, los 90 años de la última Grand Dame del cine: Agnès Varda. En lo que parece su adiós definitivo, la belga hará en Varda par Agnès un repaso a toda su carrera durante dos horas, dos horas de una de las pioneras del cine feminista.
Llegará entonces la Berlinale a su fin, tras diez días de paneles, de discusiones sobre Netflix y el streaming, del futuro de las salas de cine, de talentos que cuentan sus experiencias y como aprender de nuestros errores, diez días de correr en el metro para llegar a una película y seguir luego corriendo para llegar a la siguiente, de gente sentada en los bancos mirando el programa de la Berlinale, decidiendo entre esa maraña de 400 películas, de esas ruedas de prensa mágicas en las que directora y actrices respiran por un corazón excitado tras el estreno, de hacer entrevistas cambiando a última hora una pregunta por otra, diez días de apenas comer y dormir aún menos. Morir, dormir: dormir, tal vez soñar. El fin de una era y el principio de otra. Se va el hombre del sombrero negro y la bufanda roja.
Le invito a seguirme en mi Instagram @gato_grau y mi Twitter @cineypoesia donde diariamente se estará publicando más información sobre el festival.
por Carlos Ibarra Grau | Sep 30, 2018 | Cine, Críticas |
Retazos, retazos no inconexos pero sueltos como lo son los traumas del pasado que vuelven a la mente sin que uno pueda decidir, cuarenta, treinta y nueve, treinta y ocho, treinta y siete, treinta y seis, treinta y cinco, treinta y cuatro, treinta y tres, treinta y dos, treinta y uno, treinta, veintinueve, la cuenta atrás la usa el maltratado para llevar su mente lejos de su cuerpo, lo suficiente para que éste sufra sin apenas sentir, una abstracción que es, a su vez, una conexión entre Joe y Nina, esa empatía entre personas que sufren igual aunque no sufran por lo mismo – como yo que soy melancólico y me atrae la melancolía de esa chica francesa de mirada triste porque a veces le duele la vida- de Joaquin Phoenix (Joe) y Ekaterina Samsonov (Nina) que se necesitan tanto que les deseamos lo mejor cuando baja el telón, que hipnotizan como toda belleza extraña, como ya logró la directora Lynne Ramsay en esa bruta Tenemos que hablar de Kevin (con ese niño terrible) aquí en En realidad, nunca estuviste aquí -lindo título por inusual- son niños que sufren cosas terribles, tráfico de abusos, deberíamos pensar en que hacer con esa gente, quien abusa, ese hombre en el cine que al acabar la película se levantaba mientras se arreglaba el pantalón y abrochaba la bragueta, porque había estado tocándose, excitándose, teníamos un pederasta en la sala, pero no teníamos pruebas, porque en realidad no lo habíamos visto masturbarse, junto al impacto que causa la película, me deja la mente como un cristal que se ha caído al suelo y se ha roto, yo me agacho e intento juntar los trozos para darle un sentido, un orden, pero no lo consigo, el hombre que se excita con niños ¿no estamos acaso rodeados de gente con todo tipo de filias y fobias y muertos en el armario, y ni lo sabemos, que es el vecino un poco raro o el del supermercado con esa actitud nerviosa y extrañamente amable, o quien escribe, quién está libre de perturbaciones?
Con un cuerpo musculado venido a menos, de quien estuvo durante años a entrenamiento, con una barba descuidada y mirada loca, rota, como los cristales en el suelo que no pueden volver a juntarse- porque siempre hay algún trozo que se queda bajo el mueble del televisor- con esa presencia que tiene Joaquin Phoenix, de persona más diferente de lo normal, excéntrico sin que tenga que hacer nada por demostrarlo, solo estar (en Alemania lo llaman Ausstrahlung, derivado de austrahlen que significa radiar) esa ira contenida y esos ojos desolados, pero siempre llenos de bondad como en Her o Señales o El Bosque, incluso ese tirano emperador Cómodo de Gladiator –¿no tenían bondad esos ojos, incluso cuando mataba a su padre Marco Aurelio o apuñalaba a Máximo?– subyacía, digo, ese mirar casi de niño sorprendido y enfadado por todo y “Al final, en cada película, cada vez que leo un guion, llego a la misma conclusión para encarar el reto: el personaje es solo un hombre, y debo averiguar qué siente en ese momento” decía Joaquin un febrero en Berlín, reconocido ex alcohólico e “inseguro, para regodeo de mis amigos, y aún me sorprende que mi trabajo conecte con la gente” que podría ser una falsa modestia o una verdad, que una estrella de Hollywood, si es que Phoenix es acaso una estrella, seguro una no habitual de los cánones, pueda ser modesta, pues no deja de ser solo un hombre, traumatizado y descompasado en sus películas y sonriente y feliz en las entrevistas, pero no esa sonrisa radiante que acostumbramos a ver en las estrellas, es la sonrisa retraída de quien anteayer estaba en la mierda en el fondo de una botella y ahora disfruta la calma del éxito junto a su familia.
El encargado de la música Jonny Greenwood te envuelve y conduce a un lugar donde te sientes seguro, donde no importan los males de la película, las imágenes son ahora poesía, te sumerge en ellas, en un bienestar extraño, incómodo, un nudo en la garganta como de culpa, quizá por gozar de una música que acompaña una temática tan dura, el abuso a menores, ya así lo hacía Ramsay en su anterior película, niños de por medio y música que liberaba la tensión…
…acordes desordenados y punteos, oh, lo ves venir, tu pie estará enseguida punteando el suelo, punta y cabeza al ritmo de Joe observando la ciudad por la noche en un taxi- se vuelven de repente tan incómodas las melodías, violines que chirrían y fascinan, fastidiosamente, creando un malestar contradictorio, de ritmos psicodélicos, vanguardistas y electrónicos, el siguiente paso será elegir qué película vamos a ver en base a si Jony Greenwood compone la banda sonora, aun a riesgo de mareo, una decisión acertada no deja de serlo porque esté basada en una extravagancia, como la estética de la película, una fusión de imágenes que hemos visto en algún sitio- en Lanthimos –Langosta– en Kubrick –Resplandor– en Scorsese–Taxi Driver– en Park Chan Wook– Oldboy– o en Eastwood –Medianoche en el jardín del bien y del mal– bellas reminiscencias de una directora que disfruta mezclando e innovando, que es lo que vemos aquí, innovación, flashes de hiperviolencia hechos con tanto gusto que la sangre parece algo limpio, vuelve ahora el beat, el ritmo arrítmico que no se deja seguir, la mente perturbada de Joe, los acordes descompasados atacando de nuevo, Ramsey y Phoenix y Greenwood y la inspiración consiguen que la pantalla tenga luz aunque parezca que en la película siempre es de noche, que hay esperanza pese al dolor, no importa cuánto, siempre podremos contar hacia atrás desde cuarenta y si no funciona probaremos con setenta, hasta que el monstruo se haya ido y vengan a rescatarnos, volver a notar el aire en la espalda sin temor a que sea el suspiro de un malvado, sonriamos de bienestar y enamorémonos de cualquier pequeño detalle, un amigo lejano que te regala su voz, la chica que te sonríe por la calle sin conocerte, un bebe en el metro que juega con su manita sobre tu brazo, y esa sensación de repente es otra vez inconexa y el bienestar empieza a diluirse, a parecer lejano y queda ese poso, tan parecido a los otros, no paramos de movernos para terminar en el mismo sitio, a miles de kilómetros de distancia, pues uno siempre está consigo mismo.
Paralela a la entrada de la sala del cine, en la fila de en medio, la deambulante que sirve como pasillo, mientras él estaba al descubierto pero nadie vio nada, con el pene en la mano y la depravación por las nubes, mientras esto sucedía, Joe martilleaba en la película, jugueteaba al suicidio y miraba a ningún sitio en el andén, esperando que llegara el tren, sangre artística y bolsa en la cabeza con violines desafinados, una mente turbada, perturbada y curvada, como la realidad que se pliega cuando, tras encenderse las luces, el hombre de la fila de en medio se levanta, mientras también se levanta el pantalón y se lo abrocha como el acto más natural del mundo, niñas, perversiones y una persona enferma luchando, vengándose de hombres enfermizos en una película de clase, la propia y sus influencias, como el Oh Dae-su de Oldboy o el Travis de Taxi Driver, el Joe de En realidad nunca estuviste aquí hubiera desparramado el cráneo del hombre que se masturbó en el cine, pero quizá ese hombre tampoco estuvo allí, quizás Ana y yo lo imaginamos, paradoja de una realidad y una sociedad que destroza a los desviados, que no traga saliva y se pregunta por qué se desvió ese hombre, sino que le escupe en la cara, que el estómago se nos revuelva no debería revolvernos la mente, despedirse de cualquier perspectiva, Joe despedido vagando en la venganza, cajas de música con bailarinas y perros de peluche, Phoenix a rugido de todoterreno año tras año- el mejor actor de su edad- con esa mirada de quien ha tocado suficiente fondo como para alcanzar la genialidad, curiosa esta vida, un osito de labio sensible y corazón leporino, en una atmósfera que rodea de matices, como abejas que te van picando y dejan en la percepción de la memoria un veneno con desmayo de belleza, oscurantismo, detallismo e hipnotismo, como el griego Lanthimos, esta película es una langosta musculada e hinchada, carnosa pero con una cabeza que no recomendamos chupar, albergando horrores como la noche que es oscura, una herida que inflama la encía y va dilatando el rostro.
Tras ahogos, golpes, líquidos y fluidos, versos y caricias, el dolor de la risa, el placer del desgarro, el mañana que no avisa, cuarenta segundos, dos minutos, el ruido se termina y la voz en tu cabeza, quedan restos y algún chillido, pero grita muy bajo para tomarlo en serio, empieza otra etapa, es un día hermoso, it is a beautiful day.
por Carlos Ibarra Grau | Abr 23, 2018 | Cine, Críticas |
Un lugar tranquilo (con título original A quiet place) se desarrolla con un silencio con el que uno empatiza a respetar. Eso hace que su disfrute en el cine pueda darse en toda su magnitud, algo cada vez menos posible. Es una película novedosa, que toca muchas teclas correctas, aunque éstas no suenen –recordad, no se puede hacer ruido- y una de las más interesantes y logradas del género de terror de los últimos diez años.
Vemos a una familia caminar por el bosque. Van descalzos. La comunicación es no verbal. El sigilo debe llegar al extremo. Con calma y una narración bien estructurada nos van explicando el porqué de estos comportamientos post apocalípticos. Estamos de acuerdo en que la narración de una historia es tan importante como la historia en sí misma y aquí el director John Krasinski realiza un trabajo muy meritorio, introduciendo ideas frescas y algunos encuadres impactantes, que los fans exigentes agradecerán. Obvio que hay elementos típicos de las películas de terror pero es algo que no distorsiona el entretenimiento. Ni la tensión, que es mucha. Es la única -y supongo que última- vez en mi vida que en un cine no escucho a un solo espectador pronunciar una sola palabra durante la película, desde la primera escena hasta la última, esto es, un silencio del cien por cien. Durante una hora y media. Puede que hayamos sentado jurisprudencia y no porque fuéramos todos mudos. Esto no viene a ensalzar a nivel de prodigio -ni mucho menos- la película, que es muy inteligente y está fantásticamente hecha, pero lo comento como anécdota, una de mimetización inconsciente del público con la historia. Como si hablarle al compañero de al lado pudiera destrozarle la vida a esa familia de la pantalla. O quizás estábamos embrujados.
El mencionado John Krasinski -foto- es el director, guionista y coprotagonista de la película, muy habilidoso en las tres facetas. A su lado, la gran protagonista es Emily Blunt, que está firme como lo es su personaje, pese al continuo desasosiego en el que vive junto a su marido y sus hijos. Curiosa esta actriz que alterna, si miras su filmografía, papeles tensos en thrillers con otros ligeros en comedias románticas, como quien mezcla salado y dulce, melón con jamón. En Un lugar tranquilo trasciende algo más allá de la química entre ambos, como una confianza extraordinaria. Uno descubre que en la vida real están casados desde hace ocho años, tienen dos hijos y forman una de las parejas más encantadoras de Hollywood. Ved este magnífico Timeline de Cosmopolitan donde desprenden complicidad, es un ejercicio sano.
Tienes escenas de verdadera incomodidad y largos segundos de sufrimiento. Como es astuta y apenas recurre al susto habitual, buscando sus propias maneras, nos lleva a lo que aludía al principio: tanto -o más- importa la forma de contar una historia como la historia en sí. No es cine independiente ni tampoco es el típico blockbuster. Ambos tienen sus clichés y Un lugar tranquilo no es una excepción, pero se forja una personalidad propia a base de esfuerzo, algo que todo el mundo termina por reconocer. Las energías se transmiten.
La hija mayor es sorda y experimentamos su perspectiva del mundo. Son algunos de los mejores momentos de la película. Es como darle al mute, podéis hacer la prueba. O esta otra. Venden tapones para los oídos en droguerías por apenas dos euros, muy útiles para estudiar y la concentración. El mundo parece totalmente distinto. Es un filme sobre la sordera, sobre los monstruos y por encima de todo sobre adaptabilidad y supervivencia. Ya hemos visto películas de padres protegiendo a sus hijos, pero es que ésta lo hace muy bien. Tan bien lo hace que logra permanecer en la cabeza durante los días siguientes. Sobrevive. Uno la va recordando. Eso, en nuestra era de consumo masivo -consumir y olvidar- y expuestos a más estímulos que nunca ya es un logro. Y sin hacer apenas ruido.
En Norteamérica M. Night Shyamalan nos ofrecía siempre algo nuevo con sus historias, llenaba de riqueza y diversidad al terror con El sexto sentido, El bosque, Señales y La joven del agua entre otros, pero ya son diez años que giró hacia la ciencia ficción y los thrillers, dejándonos muy huérfanos desde el otro lado del charco. Solo Bone Tomahawk de Kurt Russell en 2015 y Get Out en 2017 dieron un soplo de aire fresco, despiadada la primera, enigmática la segunda. Desde entonces el terror inteligente y que arriesga, el que sigue aportando cosas nuevas, viene de Europa con joyas como Déjame entrar (Suecia), Martyrs (Francia), Goodnight Mommy (Austria) o Mientras duermes (España). La coreana Bedevilled, la australiana Babadook y la canadiense Pontypool completan los títulos más singulares de esta última década. La norteamericana mother! de Aronofsky está fuera de concurso por ser inclasificable, por si alguno la echabais de menos.
En Un lugar tranquilo, un análisis puritano, detallado, nos arrojaría que la película parece mejor de lo que en realidad es, no es demérito en absoluto. Es genial la habilidad con la que esconde sus debilidades, que no pasa nada por verlas y reconocerlas. Porque tenemos hordas de gente que derrochan hipérboles y la ensalzan ya como obra maestra del género. A los extremos sabemos que no hay que tomarlos muy en serio. Basta con ver la película. Se pasa lo suficientemente mal -ni poco ni demasiado- para que salgas del cine con esa sonrisa satisfactoria de quien ha finalizado una gran aventura. Un terror apto para casi todos los públicos, con poca sangre de por medio y mucha destreza.
Es bonito porque su éxito reside en un amor muy cómplice, el de Emily Blunt y John Krasinski en la vida real, que trasciende a la pantalla en forma de cinta de terror. Ahí está ese “algo” que engancha a la gente y explica el éxito de taquilla. Lo original, los grandes aciertos de la película nacen del ingenio que crea su complicidad. Descubrirlo me hace sentir un tanto culpable, como quien rompe la magia explicando un truco muy logrado. Espero al menos haberlo hecho en silencio.
por Carlos Ibarra Grau | Mar 18, 2018 | Cine, Críticas, Evento |
Lo que fuera que fuese ya no lo es y no lo volverá a ser. La criatura ha crecido por fin y cada año es más fuerte, viaja al extranjero, ha mejorado su inglés y empieza -por méritos propios- a ser respetada en su propio país. Nos empezamos a quedar sin razones para criticar al cine español. El salto de calidad de nuestro cine en la última década no cesa, con obras de una vez maduras en estilo, género y forma.
Estas cinco producciones nos representaron en la Berlinale 2018. Cuatro películas y un documental que lo explica todo:
El malagueño Ramón Salazar ha creado con La enfermedad del Domingo un género nuevo -diríase- mezclando géneros y subvirtiendo estilos, dando como resultado una película inclasificable. Un thriller de estética futurista, con una gama de colores y una luz espléndida, misteriosa, creando una atmósfera onírica de malas vibraciones, como de insalubridad -imagina que una capa de polvo muy fina cubre el espacio donde respiras- y de apariencia postapocalíptica, con personajes que parecen vivir aislados de una civilización a la que ignoran. Una película de innovación y de clase. Treinta años después de ser abandonada, una hija (Bárbara Lennie) se presenta en casa de su madre (Susi Sánchez), con una simple y extraña petición. Esta es la premisa. Ambas fabulosas, transmiten un vacío -una carencia en la emoción- que traspasa la pantalla: el vacío del abandono, gestos de caras con capas de pérdida y de existencia irrelevante.
Una extraña tensión domina los diálogos, silencios entre frase y frase y preguntas sin responder son coreografiados con un metrónomo defectuoso, uno que ya no emite tic tac pero sigue marcando el pulso. El abandono es un acto anti natura que pervierte la vida que será, logrando una película de fría melancolía por unos recuerdos que no pudieron llegar a ser.
“Era un 2 de novembro, pola noite, durmía intranquila e de súpeto sentimos. Non podía falar, non podía moverme, non podía emitir ningún son, so sentía frío” En la sierra de O Courel, a unos noventa kilómetros al sur de Lugo, la gallega Diana Toucedo capturó la vida que hay en la ausencia. Tras seis años de trabajo, esta cineasta de fuego en el cabello retrata en Trinta Lumes otra manera de percibir el mundo. Madera carcomida por la lluvia, antiguas lápidas rotas y casas abandonadas, su cámara los recorre junto a quienes todavía allí viven, en aldeas olvidadas. La lluvia y el viento son la manifestación de lo invisible, de esa «otra percepción» La pequeña Alba de doce años vive dentro de esa riqueza cultural gallega, de leyendas y mitos: “No me gusta acercarme a las ventanas, porque puede tocarme el aire de los difuntos. Me gustaría poder acercarme más, pero me paraliza el miedo” Lume significa fuego en gallego, pero en la sierra de O Courel también es hogar, familia, aquella casa que está en activo. Es el 2 de noviembre, día de los Difuntos y a través de Alba advertimos, por fin, a las lumes, treinta almas que brillan en otro mundo, uno tan legítimo, real y veraz como ese nuestro tan científico que impera.
Cuenta Isabel Coixet que tardó diez años en sacar adelante La Librería, a nadie le convencía su guion: «No pasa nada ¿no?» «¿Por qué no hay una historia de amor?» Parece ser que la historia de amor por la lectura no era suficiente, comenta. Florence Green (interpretada por Emily Mortimer) abre en 1959 la primera librería en un pueblito inglés, contra el desprecio y burla de una elite pedante que dicta lo que es cultura y lo que no. Basada en una novela “extraña y muy seca, nada sentimental, donde todo pasa con distancia” según la propia directora, es para mí una película incompleta. La actuación de Bill Nighy es excelente, como arquetipo de señor británico reprimido y emocionalmente no muy hábil, encerrado en su casa leyendo libros, decepcionado con un mundo que considera espantoso. Mortimer, la actriz protagonista, no encaja sin embargo en la película igual que Green no encaja en el pueblo, unida a la sobreactuación como rica déspota de una Patricia Clarkson que tampoco ayuda, pese a ser una gran actriz. Un film apacible cuyos chistes agradables no me terminan de casar con un drama que se advierte dulcificado, quizá adaptado para un público más amplio, donde se cambió el final de la novela porque, según Coixet, era demasiado desesperanzador.
Con el viento nos habla la mente y ordena sentimientos, en un tiempo parado. Con el viento es una obra hermosa, es personal, es triste. Es una película de un talento emocional sorprendente y de un poderío muy dulce, de una cineasta con mucho amor y sensibilidad. En un mundo rural que va desapareciendo, el de trabajar la tierra como modo de vida, la muerte del padre trae a Mónica de vuelta al hogar. Se van acabando las cosas y nos acabamos todos. Hace décadas que hizo su vida lejos y ahora, con su madre viuda y su hermana recriminando su larga ausencia, baila. Mónica baila sobre páramos, cañones y cerros de 250 millones de años, en una tierra enclavada entre Burgos y Palencia donde la directora Meritxell Colell casi nos teletransporta. Urge visitar Las Loras. Quizás quedarse allí unos días, sentir el viento y sus aullidos, los pájaros y esa belleza en la inclemencia de la tierra. Llorar y recordar como Mónica esa vida que olvidamos y llevamos dentro, aunque no la hayamos vivido, nuestras raíces, las de nuestros padres o abuelos. Y sentir entonces la paz incluso en la tristeza, gracias a un cine que recuerda y que educa, que inspira y que libera. Y que baila con el viento
Y El Silencio de los Otros, el documental que lo explica todo
Esta es María Martin en la carretera de Buenaventura (Toledo) bajo la que yace, en una fosa común, su madre: uno de los 114.226 cuerpos esparcidos en fosas por España, el segundo país con más desaparecidos del mundo. Son personas asesinadas por el franquismo. El Silencio de los Otros se adentra en la inhumanidad de España, ese al que José Sacristán se refirió como “país de mierda”.
Es un documental sobre el ensañamiento del ser humano consigo mismo. «Lo injusta que es la vida…No la vida, los humanos. Somos injustos» recapacita María. Se pregunta a la calle sobre el pacto del olvido. Nadie tiene ni idea. La historia reciente de España se nos ha negado a dos generaciones. El pacto hace referencia a la Ley de Amnistía de 1977, que deja impunes todos los crímenes del franquismo. Por ejemplo, su artículo segundo dicta quedan amnistiados los delitos cometidos por los funcionarios y agentes del orden público contra el ejercicio de los derechos de las personas. La ley sigue vigente. Tanto que José María Galante, natural de Madrid, tiene como vecino del barrio al torturador que hace cuarenta años lo colgaba desnudo y golpeaba los genitales. Tan macabra casualidad sucede en un país que se considera a sí mismo democrático.
Vemos nacer a la histórica querella argentina, la única causa abierta que investiga los delitos y crímenes de lesa humanidad del franquismo. Es argentina porque desde allí se investiga y se juzga, dado que en España está prohibido por la Ley de Amnistía. El gobierno español amenazó a Argentina con romper relaciones diplomáticas y consiguió paralizar las videoconferencias de las víctimas, organizadas desde la embajada argentina en Madrid para que pudieran declarar. Así pues, en febrero de 2014, Ascensión Mendieta tiene que viajar a sus 88 años en avión a Argentina para pedir allí a una jueza poder recuperar los restos de su padre, fusilado en 1939 y tirado a una fosa común en Guadalajara. Pocos meses después muere María Martin, sin haber podido recuperar los restos de su madre de la fosa. El abogado de la querella, el argentino Carlos Slepoy, muere en abril de 2017 manteniendo la esperanza hasta el último día «Algún juez español anulará algún día esta ley que no puede amparar crímenes contra la humanidad» El Silencio de los Otros, producido por Almodóvar, recibió el Premio de Cine por la Paz y el Premio del Público al mejor documental de la Berlinale. Berlín y Alemania saben por desgracia de fascismo. Las caras del público el día de su estreno, alemanes y gente de todo el mundo, eran de estupefacción. Éste es un logro por la visibilidad, un altavoz metastásico de las miserias de un país vendido como chiringuitos de sol y playa, construido encima de los huesos de nuestros familiares asesinados.
Estas cinco obras son un ejemplo como para estar orgullosos, al menos de nuestro cine, por la variedad de temas y por la calidad con la que se están haciendo películas. El cine está ahora a la altura. Le toca el turno a las salas y al público. A todos nosotros.
por Carlos Ibarra Grau | Mar 6, 2018 | Cine, Críticas, Evento |
José Javier Rosa observa en un veterano podcast de cine llamado El Octavo Pasajero que estamos acostumbrados a decir “vaya mierda” o tildar de injusto un premio cuando no es el que deseábamos, al olvidar que no gana el que tú quieres sino el que es. Advierte en la gente cuando habla de cine una radicalización de la opinión, esa ida de madre de la indignación absurda tan habitual en el fútbol y los programas del corazón.
La Forma del Agua me pareció un cuento de fantasía dulzón de Antena 3 de ritmo perfecto para dormir la siesta el domingo e ir despertando entre los anuncios sin problemas para seguir la historia, esto mientras se filtra el sol por la persiana del fondo del comedor. Un largo etcétera de desaciertos unido a un hombre anfibio que es un monstruo cutre de los Power Ranger de los noventa. Así pues, me indigné cuando Guillermo del Toro recogió los premios a mejor director y mejor película porque no ganó quien yo quería. Pero, entonces, me emocionó su discurso y aplaudí. Y la emoción de la actriz principal cuando Del Toro agradeció entre lágrimas a su madre transformo el cáncer de mi indignación en alegría. La Forma del Agua ha ganado cuatro Oscar, le encantó a la crítica y tiene un gran éxito de público en las taquillas. Detrás de ella habrá el mismo o más trabajo que en las películas que yo creía “merecedoras” de ganar. Estoy en proceso de madurez.
Una mujer fantástica ganó como mejor película de habla no inglesa, que afianza la buena salud de Chile. Su protagonista Daniela Vega es la primera actriz transgénero en conseguir un Oscar, un hecho histórico y un triunfo para el propio cine, como viento que impulsa el progreso de la sociedad y visibiliza la riqueza de la realidad. Progreso fue también ver a una mexicana-keniata y a un pakistaní criado en Iowa hablar sobre el sueño americano. Los actores Lupita Nyong’o y Kumail Nanjiani recordaron a los 800.000 inmigrantes menores de edad que Donald Trump quiso deportar del país. Estancamiento es, sin embargo, que Greta Gerwig fuera la única mujer directora de las ocho películas con más nominaciones. En el Hollywood actual 21 de cada 22 películas están dirigidas por hombres. Así pues, movimientos como #TimesUp y #MeToo deben de ser la punta del iceberg de mucho más que ha de llegar. Pero es un inicio.
Roger Deakins obtuvo una merecida estatuilla tras catorce nominaciones en su larga carrera por la mejor fotografía en Blade Runner 2049, que también ganó el de efectos visuales. Muchos seguimos perdidos buscando una salida en ese insondable desierto amarillento. Y con ochenta y nueve años se convirtió James Ivory en la persona más longeva de la historia en ganar un Oscar, por el mejor guion adaptado en Call me by Your Name y protagonizando uno de los momentazos de la noche: homenajeó al actor protagonista Timotheé Chalamet vistiendo una camisa con un dibujo de su cara. Un homenaje original y a la atura de la actuación inolvidable del joven.
El cine es sin duda magia. La del exbaloncestista Kobe Bryant ganó una estatuilla por Dear Basketball, un poema animado basado en su emotiva carta de retirada. La de Coco y el valor del recuerdo, la familia y la fe en uno mismo: un premio por unanimidad a otra maravilla de Pixar. Magia es el lenguaje de signos y así agradeció Rachel Shenton el Oscar por The Silent Child, un cortometraje acerca de una niña sorda de cuatro años. Y mágico es Christopher Nolan y Dunkirk una experiencia auditiva, ganando tres estatuillas a mejor montaje, sonido y efectos sonoros.
Finalmente, Frances McDormand como madre desgarrada en Tres anuncios a las afueras y Gary Oldman por su mimetismo con Churchill en La Hora más Oscura cumplieron todas las quinielas a las mejores interpretaciones. Ambos son dos de los mejores actores de su generación. Ella, con su segunda estatuilla después de Fargo, hizo levantarse a todas las mujeres nominadas de la gala para visibilizarlas y abogar por una mayor inclusión. Él, con su primer Oscar, protagonizó el discurso más largo al recordar su vida, sus inicios y cerrando con el agradecimiento a su madre casi centenaria. Merecido y casi obligado premio el suyo tras treinta años de grandes actuaciones.
Guillermo del Toro cerró estos Oscar 2018 agradeciendo a Steven Spielberg y a los padres del género fantástico que le abrieran un camino que él luego ha seguido y animando a todos los jóvenes cineastas a seguir adelante.
El cine es a veces como el reflejo en un lago cristalino, donde montañas heladas, nubes y cielo azul se duplican con exactitud milimétrica. Otras veces es un charco en la carretera en el que a duras penas distinguimos nuestro propio rostro. Siempre se ha dicho que el cine es un reflejo de la realidad. Ha llegado la hora de que el cine sea la realidad.