Entrevista a Lola Arias y su TEATRO DE GUERRA en la Berlinale

Entrevista a Lola Arias y su TEATRO DE GUERRA en la Berlinale

“Hay que darle espacio a las personas para que se sientan representadas, para que se sientan parte de un algo y para eso una tiene que hacer concesiones, pararse y decir “esto no va a entrar en la obra”. Aunque te gustaría, es más importante que la persona se sienta bien”

La bonaerense Lola Arias tenía solo seis años cuando se inició la Guerra de las Malvinas en abril de 1982, que dejó mil muertos y más vivos con cicatrices de todo tipo. En Teatro de guerra junta a seis veteranos -tres argentinos y tres ingleses- quienes narran y recrean sus vivencias treinta y cinco años después del conflicto. El documental es un cruce entre realidad y ficción y fue uno de los protagonistas de la Berlinale, obteniendo el premio de la Confederación de Cines de Arte y Ensayo (Cicae) y el premio del Jurado Ecuménico, otorgado a películas que “crean conciencia sobre los valores espirituales, humanos y sociales.”.

Esta entrevista tuvo lugar una semana antes de conocerse a los premiados, a finales de febrero. El término artista multidisciplinar encaja en ella como anillo al dedo: es escritora, compositora, música, actriz, curadora, performer, directora de teatro y de cine. Estudió dramaturgia en la Escuela de Arte Dramático de Buenos Aires, la Royal Court Theatre de Londres y en la Casa de América de Madrid.

Ha declarado que no le interesa la guerra, sino la posguerra. “Me importa qué le pasa a una persona que pasó por esa experiencia. Me importa qué hizo la memoria, qué borró, qué transformóCon esta directriz en mente entramos en la sala de entrevistas. Lola se levanta del sofá con una sonrisa cordial, nos saluda y se vuelve a acomodar tranquilamente, sentada sobre una pierna que cruza por debajo de la otra. Le brillan los ojos de una curiosidad arrebatadora y es la entrevistada la que dispara primero. Nos pregunta acerca de nuestro medio y nuestro interés por entrevistarla.

 Cultural Resuena es una revista donde abarcamos todo tipo de artes: ópera, teatro, cine, literatura, artes plásticas…La idea de entrevistarte surgió tras ver Teatro de Guerra, la obra con la que compites en esta Berlinale, al observar que tu arte es asimismo multidisciplinar. Muchas felicidades por esta película.

Muchas gracias.

Circula por la red un poema tuyo sobre Berlín, en el que no consta fecha. En él escribes “estoy tan sola en Berlín” y hay palabras como huérfano, suicidio, tragedia…

Es un poema muy viejo (se ríe)

Queríamos saber cómo estás ahora. ¿Tienes una relación de amor/odio con Berlin?

No, es una relación totalmente de amor, en una ciudad donde viví muchos años y en la que probablemente vuelva a vivir el año próximo. Es una ciudad en la que creé muchos proyectos. Por ejemplo, Atlas del comunismo que se estrenó el año pasado en el teatro Gorki -histórico teatro berlinés de rebeldía social y política- hice también muchos proyectos en el HAU -espacio de diferentes disciplinas artísticas- así como obras argentinas y otras que creé especialmente en Alemania. Es por lo tanto una ciudad con la que tengo una relación muy buena, es mi segunda casa.

¿Qué hay de diferente en estrenar en la Berlinale a por ejemplo en el teatro Gorki que ahora mencionas?

Bueno, es diferente estrenar una película que una obra de teatro. Como yo trabajo, con personas que no son actores profesionales, el estreno es siempre una situación muy limite y de mucha tensión porque no sabes como van a reaccionar con el público. En cambio, en el estreno de una película ya sabes lo que vas a ver. Esta película empezó como una videoinstalación en el 2014, con veteranos argentinos que hablaban de sus memorias de la guerra (Veteranos) y reconstruían en su lugar de trabajo una historia. Por ejemplo, un veterano que ahora es psicólogo reconstruía la explosión de una bomba en el hospital donde hoy trabaja. Otro veterano, que es ahora cantante de ópera, reconstruía el hundimiento del barco Belgrano y después cantaba…eran como representaciones visuales de flashbacks: la idea de que uno está en su vida presente y de repente el pasado irrumpe. A partir de eso tuve la idea de juntar en un proyecto a veteranos argentinos con ingleses: así surgió Campo Minado, que es la obra de teatro y paralelamente hicimos esta película, Teatro de Guerra. Con lo cual, el proyecto tiene casi ya 5 años, la película es el punto final de un proyecto que tuvo una videoinstalación, una obra de teatro, también un libro que recogía todas las historias y ahora una película. Es un proyecto multiformato.

Creemos entrever en la película un intento de acercar a la gente del cine al teatro, ¿Es premeditado? La manera poco convencional en la que mezclas géneros hace al teatro muy atractivo a la gente que suele ir más al cine.

No era exactamente esa la intención, pero sí creo que uno puede ver como hay un camino que va del uno al otro. Vemos primero las audiciones, después los primeros encuentros entre los veteranos, con escenas que muestran los conflictos que hubo durante la creación de la película y avanzamos lentamente hacía la ficción que es la secuencia final, en la que los jóvenes… (servidor decide evitar el spoiler). Este recorrido muestra un proceso de trabajo, donde se ve como el teatro sirve para volver a representar algo del pasado. Entonces uno puede pensar que hay un camino del teatro al cine, porque las primeras escenas son muy teatrales y evolucionan hacia otras mucho más cinematográficas en términos narrativos…es un recorrido en la forma de trabajar en un mismo medio.

¿Te consideras una terapeuta de la performance?

Siempre aparece una pregunta en muchos de mis proyectos acerca del aspecto terapéutico que éstos tienen sobre los protagonistas. Creo que la sala de ensayo o set de filmación tiene muchas veces algo de espacio utópico donde la gente comparte historias muy personales; eso tiene efectos impredecibles en la vida de las personas, en general buenos, pero también desestabilizadores. Son procesos muy largos, por eso comparto mucho tiempo con ellos para que entiendan que ellos son los responsables de todo lo que hacen y dicen frente a la cámara…ahí está la diferencia entre generar un espacio de colaboración artística y el usar simplemente lo que te sirve de cada uno para hacer luego lo que tú quieres.

¿Qué quieres decir con responsables de lo que hacen y dicen?

Responsabilidad en el sentido ético y político. En el sentido de que yo digo lo que quiero decir. Mucho de lo que compartimos o hablamos no está finalmente en la película o en la obra de teatro porque ellos no quisieron, no les parecía bien o había ciertas cosas que se preferían guardar. Todo lo que dicen y hacen es porque ellos querían hacerlo, eran autónomos. Son tan parte del proceso que no hay una manipulación donde se conviertan en objetos de algo que no quieren hacer. Eso para mí es muy importante.

¿Qué has aprendido, que gran lección sacas de cara a futuros proyectos de ese camino que iniciaste en 2014 y termina ahora en Teatro de Guerra?

Lo importante que es darle espacio a las personas para que se sientan parte de algo, se sientan autores. Hay veces que uno tiene que hacer concesiones, hacer y decir cosas de otra manera a la que desearías para que la persona se sienta bien. Y en este proyecto en particular, porque ha sido el más largo y complejo que he hecho, fue algo con lo que me enfrenté muchas veces: pararse y decir “esto no va a entrar” aunque me gustaría, porque prima que la persona se sienta bien, se sienta representada por lo que está haciendo. Creo que para una artista es difícil a veces hacer estas concesiones.

Vamos con la última pregunta, ¿te imaginas un escenario, dentro de unos 25 o 30 años, donde seas la propia protagonista de tu documental y hables de los traumas de la guerra, pero de la guerra con The Square 1?

Fui protagonista de un proyecto teatral que hice llamado Melancolía y Manifestaciones sobre la historia de mi madre en la Argentina de la dictadura y la depresión…fue un proyecto muy personal, que me costó mucho pero también muy hermoso, porque tomé mi propia medicina al trabajar con tu propia experiencia y hacer público algo doloroso y difícil. Sobre The Square, es muy simple: alguien usó mi nombre sin pedir autorización, lo que es antiético y no se puede hacer. Ahora estamos en acciones legales contra la productora y Robert Östlund (director de la película) y esperemos que paguen por lo que hizo, simplemente.

Terminada la entrevista, Lola se levanta y nos vuelve a agradecer nuestra presencia con su sonrisa franca. Charlamos unos segundos y le reconozco que es la primera entrevista que hago en mi vida, que he tenido un día muy largo, que estaba nervioso y que espero que todo eso no se haya notado demasiado. Reacciona ampliando la sonrisa, ahora bellísima y me dice que lo he hecho bien, que puedo estar tranquilo. Ojalá en la guerra todos los enemigos fueran como ella.

 

1 Lola Arias es mencionada como autora de una obra de arte en The Square, película ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Utilizaron su nombre sin su consentimiento para una obra que ni siquiera era suya. Previamente la habían llamado para hacer un papel que luego no apareció en el film.

Lo que se esconde tras el oso y bajo la alfombra: comienza la 68. Berlinale

Lo que se esconde tras el oso y bajo la alfombra: comienza la 68. Berlinale

                                                                                                      © Internationale Filmfestspiele Berlin / Velvet Creative Office

Anoche soñé que volvía a Manderley. Me encontraba ante la verja, pero no podía entrar, porque el camino estaba cerrado. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí poseída por un poder sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que se alzaba ante mí. El camino iba serpenteando, retorcido y tortuoso como siempre. Pero a medida que avanzaba, me di cuenta del cambio que se había operado: la naturaleza había vuelto a lo que fue suyo y, poco a poco, se había posesionado del camino con sus tenaces dedos. El pobre hilillo que había sido nuestro camino avanzaba y, finalmente, allí estaba Manderley. Manderley, reservado y silencioso.   (Rebecca, 1951)

335.000 entradas vendidas, 500.000 visitantes, 1085 proyecciones, 20.000 profesionales acreditados de 127 países, 9.000.000.000 de lectores potenciales online…son números de la Berlinale 2017. Con un incremento en la venta de entradas de casi un 50% en la última década, el festival engorda acorde a la expansión de la ciudad.

Pero ¿qué hay detrás de unas cifras tan grandes como un oso berlinés y tan largas como la alfombra roja de Potsdamer Platz?

De dónde venimos

El 6 de junio de 1951, Hitchcock viajó con Joan Fontaine desde Manderley a Berlín, inaugurando con el film Rebecca la primera Berlinale de la historia. Como un viejo rico que no se ha olvidado de sus orígenes, el festival de público más grande del mundo rinde culto desde 1977 a sus clásicos en cada certamen. Así, detrás del glamour de la sección estrella Competition, encontraremos los Berlinale Classics, restauraciones en alta calidad de grandes clásicos –El Cielo sobre Berlín – o a la sección Retrospektive, que se centra este año en el cine de la República de Weimar, la historia de Alemania comprendida entre 1918 y 1933.

Donde estamos

Estamos en la innovación, en el atrevimiento y en la experimentación. Abundan los cortos, las películas heterodoxas y los formatos vanguardistas. Tenemos decenas de talleres, charlas, exposiciones y nuevas formas de interacción que se ramifican cada jornada por la ciudad, transformando el evento en un mastodóntico punto de encuentro para todos. El cine es una excusa para intentar explicar la realidad y reivindicar el derecho a que todos podamos expresarnos libremente. Por supuesto, siempre habrá gente que lo conciba como puro entretenimiento y eso está bien, faltaría más.

Estamos junto a quienes volverán a decir que el festival está politizado, porque esta edición vuelve a poner un foco potente en los refugiados y en las guerras. Asimismo, es alta la presencia de películas africanas, de protagonistas homosexuales y transgénero, de filmes en un sinfín de lenguas, como farsi, quechua o gallego, de sexo explícito e incluso una que toca el canibalismo. La diversidad es fundamental para que el amor gane terreno al odio. Para que el conocimiento se imponga a la ignorancia. Básicamente de eso se trata todo esto. De amplitud de miras. La Berlinale intenta generar conciencia y deconstruir el lenguaje: hablar de temática social, sexual o política es quedarse corto. Se habla de la realidad. Y los cientos de formas que ésta toma tienen visibilidad durante diez días en la capital alemana, en un total de 385 producciones, entre largometrajes, cortos y documentales.

También estamos en la época de la búsqueda de espacio y la contraprogramación. Paralelamente a la Berlinale, durante exactamente las mismas fechas, confluyen dos peculiares festivales: Woche der Kritik, donde críticos de cine y cineastas debaten sobre el cine de autor antes de cada película, y la Boddinale, con películas, conciertos y fiestas de acceso gratuito en el R.A.W, la zona de arte urbano más alternativa de la ciudad y un hervidero de cultura callejera.

Y por supuesto estamos en el #metoo y el speak up, en unos meses históricos cuya dimensión alcanzaremos a valorar pasado un tiempo. Donde cada vez más mujeres se atreven a denunciar a sus agresores, el cine da ahora un paso de gigante. Berlín es tan pionera que ha instalado una asesoría para asistentes al festival, una asesoría para aquellas que se hayan sentido violentadas o abusadas durante el transcurso del mismo.

Adónde vamos

Nos encaminamos a una Berlinale, no muy lejana, en la que el festival lo abrirá un corto, un clásico de los sesenta remasterizado por su aniversario o, quien sabe, un mediometraje grabado enteramente con un iPhone. A un futuro donde Netflix no es el enemigo sino un aliado. Los directores de la exitosa serie Dark charlaran en Berlín sobre el making of y los secretos de una de las series de moda.

Y, por último, vamos hacia el final de una era. El año que viene concluye el contrato de Dieter Kosslick, director de la Berlinale durante los últimos 17 años, el periodo de mayor expansión y éxito del festival. Una comisión de expertos trabaja desde hace meses en la búsqueda de un sucesor. Para ser sinceros, en Berlín se respira melancolía y miedo en el ambiente. El listón está muy alto. Pero hasta entonces, hasta que pase o no todo esto, nos permitiremos disfrutar de esta edición, del presente. Y ser valientes y temerarios, tratando de apartar al oso de la alfombra roja y mirar la realidad, esa otra que hay debajo.

Algunos nombres a seguir en la Berlinale 2018

El prolífico y polifacético Williem Dafoe (Platoon, Arde Misissippi, La última tentación de Cristo) será galardonado con un Oso de Oro honorífico por su trayectoria.

Nuestra Carla Simón -que nos llevará a los Oscar con Verano 1993– será cabeza de cartel en una charla pública dentro de la sección Berlinale Talents, donde expondrá sus estrategias para poner de nuevo en boga al cine de autor. Dicha sección reúne a 250 jóvenes cineastas en Berlín, procedentes de 81 países y con amplia mayoría femenina.

Kim Ki Duk, que estrena una nueva película no apta para todos los estómagos: Human, Time, Space and Human. El director coreano nada como pez en el agua en la controversia y lo subversivo.

Nuestra Isabel Coixet con La Librería, recientemente multipremiada en los premios Goya. Pese a estar fuera de concurso por el Oso de Oro, la expectación entre el público es notable.

Y la miel para el postre con Lav Díaz, un extraño filipino que hace poesía en blanco y negro con películas kilométricas.Season of the Devil es su última obra, de «tan solo» cuatro horas. En la Berlinale 2016 estrenó una cinta de ocho. Cuatrocientos ochenta y seis minutos. El impacto de su duración, unido a unas imágenes que eran versos, le cambió el ADN a Meryl Streep, dicho literalmente.Nunca he escuchado una mejor definición del cine.

Blade Runner 2049: Replicando con honores al mito de los 80

Blade Runner 2049: Replicando con honores al mito de los 80

“- ¿Qué edad tengo?
– No lo sé.
– Nací el 10 de abril del 2017. ¿Cuánto voy a vivir?”

Ridley Scott dirigió en 1982 la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos (con permiso de la leyenda de Metrópolis de Fritz Lang): Blade Runner. Los coches voladores, el humo continuo e interminable que salía de ninguna parte, los replicantes (que término tan genial) que se preguntaban sobre la vida y sobre su propia existencia, la estética neo-noir de una ciudad distópica oscura, muy oscura, como El Infierno del Jardín de las Delicias de El Bosco y sobre todo, la inolvidable banda sonora de  Vangelis, el compositor que dibuja los sueños electrónicos del universo: treinta y cinco años después de todo esto, uno de los mayores talentos del Hollywood actual, Denis Villeneuve (Arrival, Sicario, Prisioneros) se atrevió a tocar uno de los últimos mitos del cine libre de secuelas.

Como un mito no se entiende si no se pone en contexto, todo empezó en 1968 con la célebre novela de Philip K. Dick ¿Sueñan lo androides con ovejas eléctricas? Blade Runner (ambientada en el año 2019) se basa en el libro de manera libre, tomando a personajes y centro de la historia, pero desarrollándolos a placer. Es mucho más rica en matices que la novela, algo remarcable pues esto suele suceder como sabemos a la inversa. Pese a sus innumerables virtudes, aciertos y encantos (Oh, la mirada triste de la replicante Rachael), estética y banda sonora tenían un embrujo tan mágico que si le quitáramos todos los diálogos a la película- “Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo”- si siquiera se pronunciase una sola palabra, sería una película aún más fascinante. Un estilo y una música perfectos. Permitiríamos tan solo al final, quizás y eso sí, el celebérrimo epitafio del replicante Roy Batty.

Dennis Villeneuve (Quebec, 1967) es un outsider dentro de Hollywood. Otrora director de cine independiente en Canadá, realiza desde 2013 superproducciones americanas, pero conservando ese perfil bajo en sus películas, igual lo desorbitado que sea el presupuesto. Su siguiente proyecto conocido es nada menos que Dune, otro clásico ya llevado a la pantalla por un tal David Lynch en 1984. Será por osadía.

Blade Runner 2049 (a partir de ahora, simplemente 2049) imagina cual es la historia de la Tierra a treinta años vista, proyectando a futuro ese icónico universo propio que el libro inseminó y la película original parió. En este futuro hay ahora un modelo de replicante superior al anterior y, paradójicamente, estos nuevos modelos se encargan de retirar a los antiguos, por orden de la policía. Retirar, ¿una manera muy sutil de decir matar? No. Para que algo sea matado, debe previamente cumplir un requisito obligatorio: tener vida. Un replicante es un androide tremendamente evolucionado, un ser creado mediante ingeniería genética con piel humana y de apariencia casi imposible de distinguir, pero al fin y al cabo no es un ser humano. En el universo Blade Runner supura el anhelo por la vida natural, nacida, la envidia por lo auténtico en una Tierra decadente dominada ahora por lo artificial. Por vida artificial. La vida natural se puede matar, la artificial se retira. El lenguaje ha llegado a esa fase de desvirtuación, frio y calculador.

                                                                                           K

                                                               Nunca he retirado algo que haya nacido.

                                                                                       Joshi        

                                                                      ¿Y qué diferencia habría?

                                                                                          K            

                                                             Nacer significa tener alma, supongo.

Ryan Gosling interpreta a K, un replicante de última generación que ejerce de Blade Runner, esto es, un policía que busca y retira a replicantes considerados peligrosos o no deseados por el gobierno. Joshi (Robin Wright) es su jefa del departamento de policía. El film arranca, Hans Zimmer se pone el traje futurista y revive a las ondas cósmicas, empezando su homenaje particular a Vangelis. Mientras tanto Ridley Scott, ahora productor ejecutivo, sonríe. La primera misión del agente K es localizar y retirar a un replicante de modelo antiguo, uno que lleva treinta años apartado del mundo en una zona remota, es agricultor y vive de lo que cultiva. ¿Qué amenaza podría suponer para la sociedad? ¿Qué sociedad es esa? Jared Leto interpreta a Niander Wallace, el sucesor de Tyrell que ha continuado con el legado de la producción masiva de replicantes. Ejerce como Dios y creador, su personaje ve a estos individuos como el futuro de la humanidad, lo que es una perspectiva interesante y diferente, pues la mayoría percibe a los androides como simples esclavos, máquinas creadas con el fin de satisfacer a los hombres.

K posee recuerdos de su niñez -los replicantes son creados ya adultos- por lo que supone que son recuerdos implantados, algo común a la mayoría de los replicante para hacerles sentir “más humanos”. ¿Implantados? ¿Por quién o por qué?  Por la sociedad del futuro que imagina Blade Runner, más deshumanizada que nunca. K tiene una novia que es un holograma, una inteligencia artificial llamada Joi (Ana de Armas). Publicitada por toda la ciudad como objeto de deseo, es un producto creado para ser la compañía perfecta. O casi. No es palpable así que no puede satisfacer al contacto físico, pero sí mediante el resto de sentidos: Su eslogan “Todo lo que quieres ver, todo lo que quieres escuchar

2049 transmite intrascendencia. ¿Qué sentido tendría una Tierra con cada vez más androides y menos seres humanos? El vacío existencial es tan logrado que perjudica a la película durante su primera hora, cuesta entrar en la historia porque ésta así lo quiere, en su afán por percibir una sociedad gélida e inmersa en una crisis total de valores,

Efecto logrado en gran medida por la inexpresividad pasmosa de Ryan Gosling. Descoloca. Pocas veces se ha visto un ejercicio mayor de contención interpretativa. Su cara de asepsia ocupa una cantidad ingente de minutos en la pantalla, levantando incluso alguna risa del público, de extraña incomodidad. Si nos ensuciamos un poco las uñas, cavando en la arena, encontraremos lo que escondió Villeneuve. Desenterrar y hacer nuestra esa lucha interior de un ser que se siente especial pero no humano y lo desearía. Se advierten en K trazos de humanidad, cuando sus dientes gritan de rabia o sus ojos lloran, aunque el resto de su cara se mantenga impasible. Se busca que el espectador se sienta en la película como K dentro su cuerpo, atrapado. ¿De qué parte atrapada de un replicante hablo? ¿Alma?

Se juega con Ryan Gosling en 2049 igual que con Harrison Ford en Blade Runner. La eterna pregunta vuelve a salir: ¿Humano o replicante? ¿O es acaso posible un futuro con androides tan perfeccionados, capaces de desarrollar sentimientos, pero no lo suficiente como para expresarlos? Existe otra teoría intermedia, una que aventura la película y a su visionado me remito. ¿Puede Joi amar de verdad y K sentir su amor? ¿Puede si acaso algo que no sea humano sentir? Quizás sientan de una manera artificial, algo que los humanos no somos capaces de entender.

Intencionadamente, Hans Zimmer nos conduce con el crescendo de la música una y otra vez a la frustración, al no culminar sus torbellinos eléctricos en grandes giros de la historia o sucesos épicos que le den sentido. Es la frustración existencial de los replicantes. La de K cuando descubre un secreto tan potente que se lo impiden difundir, porque podría cambiar el funcionamiento del sistema y como cada sistema que se ve amenazado, se revuelve blandiendo el advenimiento del caos. Si K estaba solo ahora más que nunca, si no fuera por el amor holográfico pero abnegado de Joi, tanto que lo considera humano. Cuando llega el momento, la historia nos conduce a donde debería y ningún otro camino podría darse: a la reaparición de Harrison Ford. Gemidos en la sala. Se escuchan goteos.

“Joder, es salir en pantalla y parece el primer ser humano que vemos en una hora, bueno y al primer actor de verdad, los de antes eran como principiantes” le espeto a mi compañero de butaca, quien me mira sonriendo, dándome la razón. Rick Deckard ha vuelto. Suenan ahora Elvis y Sinatra recibiendo a la vieja gloria, cuyo carisma todavía juvenil y seductor sigue provocando resbalones en el suelo, a cada mueca de su sonrisa. El fugitivo rodará en 2018 una nueva entrega de Indiana Jones. Claro que si guapi. Porque él puede. Porque puede incluso llevar a esto.

Con su aparición la película se desdobla y el contraste con el resto del elenco es ahora abrumador. Porque Ryan Gosling es per se inexpresivo, el papel le viene como anillo al dedo, por eso le eligieron. Creo que nunca sabremos si es un actor mediocre que ha caído de pie o un genio. Porque Jared Leto lleva años haciendo de personaje excéntrico de la película y ese personaje se está comiendo a la persona. Porque a Ana de Armas una secuela de Blade Runner le queda unas tres tallas grandes y sus escasas dotes interpretativas no se disculpan por el hecho de ser un holograma. Y porque Robin Wright padece el encasillamiento de Claire Underwood en House of Cards y le queda el personaje forzado, ella siempre parece forzada.

Con estas cartas sobre la mesa, aventuro que se eligió al dedillo este variopinto reparto con el único fin de acentuar la frialdad de la película: actores que le dejan a uno frio porque no están en su mejor momento (Leto) porque son fríos ya de por sí (Gosling) porque carecen de las tablas necesarias para una superproducción (de Armas) o porque ha olvidado actuar lejos de su alter ego (Wright) Sus comportamientos de desapego frígido con la realidad permiten entender mejor el universo Blade Runner y hacen destacar para nuestro goce más todavía a Ford.

Villeneuve y Zimmer están sobrados de talento para lograr una buena secuela, pero quien destaca y sobremanera por encima de todos es Roger Deakins, el director de fotografía. El film es una exquisitez desde el punto de vista técnico, con imágenes impecables que son néctar y ambrosía para el paladar visual. Verbigracia un mundo lejano y olvidado, rescatado de la novela con gran acierto, donde todo está cubierto por una enigmática arena del desierto. Un polvo amarillento que infunde un ambiente desolador a una zona de la Tierra, donde antaño hubo vida y ahora solo van los que lo hacen para ir a morir.

La palabra que mejor define a 2049 es contención. La secuela de Blade Runner es una película contenida, porque así lo ha querido su director. Esa acción que nunca llega a estallar del todo y, cuando lo hace, continua con ese perfil bajo, casi de ultrasonido, imperceptible al oído, pero que el corazón entiende porque articula un lenguaje sin letras. Blade Runner 2049 es vivir dentro de un replicante, uno que sobrevivió a Los Ángeles 2019 y, treinta años después, sigue anhelando ser un humano. La secuela no posee grandilocuencia ni espectacularidad, como tampoco lo tiene el libro. Y esta es la manera más honesta de construir un homenaje, manteniendo un grado de fidelidad.

Voces importantes dentro de Hollywood y de los críticos norteamericanos la consideran ya una de las mejores secuelas de la historia. Imagino porque lo creen, pero yo lo hago por otra razón. Villeneuve ha creado a propósito una obra que simplemente cumpla, pudiendo aspirar a una sobresaliente, no por el riesgo personal de fracasar sino por el simple hecho de intentarlo, manchando la imagen de la película original como ha pasado con tantas y tantas secuelas. Elige dejar su impronta y su visión del universo Blade Runner, replicándole a la original pero sin permitir que interfiera su vanidad, porque el objetivo final es homenajear al mito de los 80.

Oh, esa mirada triste de la replicante Rachael…..

Quizá fuera Villeneuve y su amor por Blade Runner el director perfecto para afrontar una secuela, una combinación de fan acérrimo más un talento humilde nos ha permitido retrotraernos a una de las películas de nuestra vida, volviendo a la mirada sin fondo de Rachael, a la tenacidad incansable de Rick Deckard, a la fe en el amor y en la vida en un mundo devastado, como la fe de unos brotes verdes en un bosque donde ya no llega el sol, y sobre todo, a emocionarnos otra vez con Tears in the rain, cerrar los ojos y sentir como la naturaleza contacta con nuestros poros, flotando en el éter infinito del universo, imaginar naves ardiendo más allá de Orion, rayos C brillando en la oscuridad, la puerta de Tanhauser… con todos estos recuerdos que se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia, como aquel pobre replicante que solo quería vivir más, hasta que llegado el momento, aceptó su hora de morir.

 

 

La angustia de todas las madres: mother!

La angustia de todas las madres: mother!

En la primera vez me siento en la butaca sin más referencias de lo que va a acontecer que la del nombre del director y los dos actores principales. Me siento sin previo aviso envuelto en llamas, pero alguien me sonríe y la luz se abre camino, invadiendo la oscuridad. No hay más sonidos que los pasos de una madre y el latir de su corazón, que es el corazón de la casa, el corazón de un mundo enfermo.

La madre es Jennifer Lawrence, la protagonista del nuevo bebe de Aronofsky, un delirio artístico regurgitado en forma de película: mother!, madre! en la cartelera española. Javier Bardem interpreta a su esposo, un poeta de renombre que atraviesa una fase de bloqueo del escritor. Darren Aronofsky (Nueva York, 1969) dio a luz al monstruo tras un parto de cinco días, imbuido por un ataque de fiebre narrativa, cinco días solo en su casa sin apenas dormir, tecleando como un poseso que atraviesa una epifanía, castigando, lacerando las yemas de sus dedos, emanando el humo que precede a un fuego.

Es el fuego de la casa del poeta, que se incendió, pero luego apareció ella, su inspiración, con tanto amor por él que la empieza a reconstruir de arriba abajo, día tras día, pared a pared, un brochetazo tras otro, una labor de dimensiones faraónicas.

Quiero convertir esta casa en un paraíso

La madre tiene una conexión especial con la casa, puede oir su propio corazón, como si de un ser vivo se tratara. Una casa aislada, en medio de una nada posible en cualquier sitio, tu casa, la mía, la casa de todos. No es una película de terror ni de “casas encantadas”, como el tráiler hace creer; hay terror, sin duda alguna, pero a otros niveles, a niveles tan profundos como profunda esté tu alma, ahí llegará si permites que la película te despedace. Hay que estar dispuesto a pagar este peaje. El frio, los males del planeta, del ser humano, se avecinan, conformando una experiencia sensorial de dos horas única. ¿Como lo consigue? Principalmente, con el impresionante uso de la cámara. Este poema febril ofrece tan solo tres tipos de ángulos y son todos de la madre: primeros planos de su cara, por encima de su hombro y lo que sus ojos ven. Ella eres tú. Tú eres ella. Estás dentro de la casa desde el inicio de la película.

Cuando llega el primer invitado a la casa, que no ha sido invitado por nadie, un doctor interpretado por el gran Ed Harris, y el segundo, una majestuosa Michelle Pfeiffer, que da vida a su mujer, la sensación de tensión contenida, de intranquilidad, como la de una pesadilla que acaba de empezar y todavía no es tal, ese picor por el cuello de que algo no encaja, de que algo anda mal, se cierne poco a poco sobre tu consciencia y va apoderándose de ella.

El recién llegado matrimonio es atípicamente inquietante y son el desencadenante de más personajes extraños que van llegando a la casa, aumentando tu incomodidad. Ambos están espléndidos en sus papeles, el surrealismo en su comportamiento, una rareza no humana, genera en el espectador la risa incómoda, es la respuesta inconsciente al malestar, a huéspedes indiscretos y terribles, que te tratan como si la rara y fuera de lugar fueras tu, en tu propia casa. Mientras, tu marido parece encantado de tener a esta gente alrededor, al poeta se le ilumina la cara para tu estupefacción.

mother! es una pieza de arte ultratransgresora, vulgar pero elegante, explosiva e ingeniosa, con múltiples y copiosas capas, con metáforas y alegorías continuas, la casa es un enorme cubo de Rubik:  las piezas y las combinaciones entre sí son las interpretaciones posibles y las diversas lecturas que de ellas sacas, respectivamente. Dependiendo de por qué lado mires el cubo éste tendrá una apariencia u otra, ahora homogéneo como una cara con las piezas del mismo color, ahora desordenado, cuando las teorías giran por tu cabeza a la velocidad que el cubo en manos de un experto.

En la rueda de prensa del festival de Venecia, un periodista preguntó a Darren si la casa es el paraíso y Ed Harris y Michelle Pfeiffer son expulsados de él. El director sonrió y dijo que había emprendido un buen camino y le animaba a continuarlo, pero que era muy largo. Las interpretaciones son tantas y tan válidas entre si que es un milagro que esta película haya ocurrido. Una de las lecturas centrales y más claras gira en torno a la religión y a como el director la relaciona indivisiblemente al fanatismo y a la destrucción de la persona. Aronofsky, ateo declarado, ensarta a sangre fría en un palo afilado a Dios, a la religión, a la contaminación del medio ambiente y la Madre naturaleza, la avaricia, la codicia, el machismo, la violencia, a las guerras: cuantos más elementos se van sumando al palo, más se inclina éste acercándose al fuego, siendo el palo la película, que es la madre, que eres tú, que es el mundo y sus males……que es en primera y última instancia una sesión de terapia del propio Darren Aronofsky, quien juega a ser Dios y se comporta como tal, haciendo gala de un narcisismo de dimensiones bíblicas, pues lo que subyace es que la película es Él, por encima de actores, lecturas y simbolismos.

“Toda esta gente ha venido solo para verme”

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Disfrutamos del mejor papel en la carrera de Jennifer Lawrence y también el más exigente, reconocido por la actriz misma; espectacular en su gesto contenido, de lucha interior contra la angustia creciente, por guardar las formas en un mundo donde parece que nadie las respeta. Su comportamiento, sin embargo, también es enigmático y misterioso, fuera de sitio en ocasiones. Es la cara del agobio, de la opresión y del sufrimiento. Bardem la acompaña a un nivel altísimo, con una expresión de lejanía constante, de mirada al infinito, a veces quema de tan fría y en otras sale el Bardem que más conocemos, ese carácter fuerte, de amalgama de sentimientos. La mezcla de ambos en la película es explosiva.

Atendiendo a la banda sonora no vamos a encontrarla, no tiene. En las obras más célebres de Aronofsky, Requiem por un sueño (2000) y Cisne negro (2010) la música es absolutamente fundamental, tanto o más importante que el resto de componentes, para tele transportarnos e hipnotizarnos, antes de darnos el subidón definitivo de adrenalina. “Me di cuenta de que cada vez que pones música en una película estás diciendo a la gente como se tiene que sentir. Sin música no sabes lo que va a pasar y eso es lo que queríamos, hacer a la gente sentirse insegura, tan insegura como Jennifer Lawrence”

En su lugar, mother! amplifica los sonidos por encima de lo permitido, donde el girar del pomo de una puerta, un golpe en la cara o el crujir de los peldaños de una escalera se reproducen a escasos centímetros de tu tímpano. Este hiperrealismo sonoro, unido al continuo seguimiento de la angustia de la madre, es un chute en vena de opresión y profundo malestar, lo que no deja de ser habitual marca de la casa del director, pero aquí un meritorio triunfo personal: se ha deshecho de la música, una de sus grandes armas, pero el reto, el hándicap, deviene en lograr su mejor película, a sus casi 50 años.

El desasosiego va avanzando de lento a constante. La madre se siente cada vez más incomprendida, el clima empieza a estar profusamente cargado cuando se sobrepasa la hora de película y esas risas que descargaban la tensión van dejando de oírse en la sala; lo que era un thriller dramático con ambientación de película de terror se transforma de repente en el apocalipsis, capas y lecturas saltan por los aires, al surrealismo reinante se le suma una bárbara y disparatada esquizofrenia que lo engulle todo. Se empieza a ir todo a la mierda y contigo incluido.

Esta película es Jodorowsky puesto de esteroides

Es el cénit de la carrera del director, unos minutos del fin del mundo que deben ser escritos en mayúsculas como de los mejores de los últimos tiempos en el cine, apabullantes, gloriosos, pero eso es lo que seguramente menos te importe a ti en ese momento, porque la tensión te ha mantenido los párpados abiertos, secándote el lagrimal, para ahora darte unas punzadas con una aguja. La película no tiene piedad, pero la poesía de la cámara de Matthew Libatique sí; el fotógrafo de los filmes de Aronofsky siempre transmite belleza, una magia poética añadida a lo que muestra la imagen, ayudando a rebajar el clima pero solo lo suficiente, lo justo como para seguir permitiéndonos respirar, como los fade to white (fundido en blanco, una ruptura en la historia, que da lugar a otro acto) Nada más. mother! no va a ofrecerte ninguna otra licencia ni nada de lo que le pidas, sino todo lo contrario, te lo quitará todo y mucho más.

A los hijos les das, les das y les das….pero nunca es suficiente

A mi mother! me ha destrozado, me arrancó las entrañas tras hacerme sufrir, sin el menor reparo o miramiento, pero para renacer; para volver siendo más fuerte hace falta antes morir. Si vas a verla, si aceptas el reto, que no sea un viernes o sábado noche a un centro comercial, cuando adolescentes y gente joven no preparada para películas profundas van a poder fastidiarte o arruinarte la experiencia. Hazte un favor, ves a un cine de barrio, si tienes la suerte. Si no, ves a verla donde puedas, pero que sea entre semana. Vengo muy recientemente de empezar un camino nuevo en mi vida, cuando justo se atravesó esta película en él. Tras meses sin escribir, sumido en una depresión escondida a plena luz, una charla con un amigo y mother! me hicieron recuperar la pasión, por mi hobby, por las críticas, y poder renacer. He ido a ver la película un total de tres veces, una auténtica autoflagelación, la última tras la cual lloré, me paraba por la calle y tenía que sentarme, no podía más, exploté, por fin, exhausto, como hacia nunca. Joder, puto Aronofsky, esto ha dolido en el alma, pero gracias. Éste soy yo insertando mi sesión de terapia psicológica, de mi vida más personal, en una crítica de una película. En realidad, es a lo que conduce el filme, es lo que Aronofsky quería.

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Si cuando acabe este parto de dos horas, sentís que no habéis entendido casi nada, ignorad el shock un minuto y prestad atención a la canción que suena con los créditos y a su título. Se nos ofrece un regalo musical para terminar de convertir nuestro corazón en cenizas y para que entendamos el mensaje principal, la moraleja primigenia de esta historia. Tendréis que verla hasta el final para averiguarla.

“Hay muchas maneras de entretener a la gente (……) siempre va a haber un nivel en el gusto acerca de cuán lejos se puede llegar y estoy seguro de que habrá gente que no va a querer tener este tipo de experiencia…y me siento totalmente bien con eso, porque fui y he sido muy claro al respecto, acerca de esta película: es una montaña rusa, ven solo si estás preparado para dar vueltas unas cuantas veces” Amén.

Hungría echa la puerta abajo: los sueños de On Body and Soul iluminaron la Berlinale

Hungría echa la puerta abajo: los sueños de On Body and Soul iluminaron la Berlinale

Cuando salieron las primeras entradas de venta anticipada de la Berlinale, allá a principios de febrero, no imaginé que tendría la suerte o el sexto sentido de comprar un ticket para la ganadora del festival; además, en su último pase el día de clausura y en el majestuoso teatro Friedrichstadt-Palast. A decir verdad, me dejé llevar por solo dos detalles: que era húngara y que la foto de los ciervos me despertaba un hormigueo de ternura en el estómago.

Ha sido ésta una Berlinale atípicamente más tranquila, quizás al generar menos ruido las estrellas hollywoodienses que participaron, a diferencia de ediciones anteriores. Esto nunca será un problema en Berlín, sino más bien lo contrario: la mayoría de cinéfilos de este festival no venimos a ver a Richard Gere o a Hugh Jackman -eso lo dejamos para los turistas y las televisiones- sino a cineastas más anónimos que exponen sus obras, raramente exhibidas en los cines durante el resto del año. Un año 2017 cuya última jornada del festival de los sueños amaneció triste: la Berlinale acababa, pero queríamos que durara todo febrero. Canta Ismael Serrano en su tema pequeña criatura que “la esencia más pura va en frasco pequeño”; quizá lo bueno dura poco porque la magia alargada en el tiempo deja de ser sabrosa al paladar.

Bajo el título original en húngaro Testről és lélekről, On Body and Soul empieza con dos minutos de un hermoso bosque nevado, donde un par de ciervos – macho y hembra- campan entre la nieve con un punto de inquietud de quien se sabe presa potencial de devoradores. Cuando esta bonita introducción termina, le precede un pausado fundido en negro y observamos a un hombre con expresión de tedio delante de un ordenador en el trabajo. Así empieza la ganadora del Oso de Oro de la Berlinale 2017.

 María y Endre son los dos protagonistas de esta curiosa y original historia. Ella, una joven treintañera de larga cabellera rubia, comienza un nuevo trabajo como controladora de calidad de reses. Él, un delgado cincuentón ojeroso, es su jefe en el matadero. Ambos son personas tranquilas y parcas en palabras y ambos dos almas solitarias. La cruda realidad del día a día en un matadero va contrastando con la enigmática de los sueños de los ciervos, que se intercalan poco a poco durante la película. María, Endre y los ciervos oníricos desarrollan una trama dibujada sobre la comedia negra, el drama y el romance, mezclando los géneros de tal manera que parezcan uno solo.

Es On Body and Soul una cinta de sello propio, que desprende un toque muy personal de cine de autor, de los que gustan en los festivales del antiguo continente. Es explícita sin reparos, mostrando tal cual algunas cosas que, generalmente, se ruedan disimulando el enfoque con la cámara. Su directora, la húngara Ildikó Enyedi, es una respetada cineasta en el circuito europeo, poseedora de múltiples galardones y miembro de la Academia de Cine Europeo, presidida por Wim Wenders. En 1992 fue miembro del jurado de la Berlinale y su primer largometraje My 20TH Century fue elegido como una de las 12 mejores películas húngaras de todos los tiempos. Veinticinco años después, el cine húngaro contemporáneo se ha convertido en una pequeña estrella que brilla con luz propia. Es una estrella recatada y algo tímida, por eso emana una luz tenue en sus filmes, enmarcando las historias que nos cuentan en ambiente de sueños vívidos. Así, tenemos la enigmática luz de Lily Lane en 2016, que pasó injustamente desapercibida en el pasado festival berlinés, o la esta sí multipremiada El Hijo de Saúl, que arrebató el Oscar a mejor película extranjera a la magnífica El Abrazo de la Serpiente de Ciro Guerra. De esta manera, le llega el turno ahora a On Body and Soul y lo hace echando definitivamente abajo la puerta, cosechando el mayor premio del certamen y poniendo a Hungría en merecida boga.

Sus casi dos horas de metraje se pasan volando, como si de un corto se tratara. Ello es debido a una conjunción de aciertos, en especial el de saber contar con inteligencia una historia interesante y original, porque por muy interesante y original que una sea, en el cine prima tanto el buen obrar en la narración como la historia en sí misma. Poco o casi nada nos desvelan de porqué los dos protagonistas son como son y de cómo han llegado hasta ahí, apenas un par de pistas acerca de su pasado; esto no deviene en problema para entender la película sino, en la práctica, un aliciente para que el espectador hile sus propias hebras y complete sus propios nudos. On Body and Soul – en español “En Cuerpo y Alma” – arroja diversas lecturas, siendo una el de las primeras y segundas oportunidades, para las que nunca es tarde. María aparenta, pese a su edad y su belleza, no haber tenido nunca ni una pareja ni una amigo de verdad; su peculiar y fría personalidad le ha hecho caer en la incomprensión de la sociedad y, lo peor, es que lo tiene aceptado. Endre ya hace mucho que pinta canas y arrugas, renunció hace tiempo a darse una segunda oportunidad en el amor y en la compañía; ahora el destino les reúne cada día en el trabajo y lo hace en cuerpo y alma.

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Con la relación entre estos dos personajes tan particulares avanza la película, en la misma línea temporal en la que los sueños de los ciervos se suceden por las noches. El tono cómico del film es lo suficientemente ocurrente para limar excesivas asperezas dramáticas y lo suficientemente comedido para elaborar una historia seria y creíble. Es muy meritoria la evolución de la extraña química que surge entre ambos, aunque quien brilla en especial es María. Alexandra Borbély, la actriz que la encarna, desarrolla un papel hechizante, recluida en sí misma y en sus rarezas, con una ligera sonrisa, triste y robótica, que ilumina la atmósfera tenue en la que se enmarca la película: una atmósfera, digámoslo ya, marca de la casa del cine húngaro actual. El y ella son como los ciervos de los sueños, solitarios y en un constante y contradictorio estado de alerta tranquila. Los sentimientos, cuando se reprimen por mucho tiempo, terminan explotando de manera abrupta. Así, el film arroja también un acertado estudio sobre aquellos que no tienen unas habilidades sociales muy desarrolladas, de cómo es su existencia entre nosotros y de cómo existen unos tipos de cine todavía por explorar y explotar, a los cuales ningún amante del séptimo arte debería de serles ajeno.