por Cristopher Morales Bonilla | Oct 12, 2015 | Cine, Críticas |
Es extraño que Woody Allen todavía no hubiera creado un personaje como el de Abe Lucas, profesor de filosofía sumido en una crisis existencial por la cual no le encuentra sentido a nada de lo que dice y hace en su vida. Durante muchas películas, el personaje principal siempre había coqueteado con esta actitud de hombre destrozado por el absurdo y el sin sentido (Deconstructing Harry, Annie Hall, etc.). El resultado es un personaje, y una historia, que refleja con toda claridad la temática que Woody Allen viene desarrollando durante sus últimas películas: la crisis de la burguesía y su hegemonía cultural. Abe Lucas sufre de la típica enfermedad burguesa: se aburre.
La única excitación la encuentra por simple azar: un día, en una cafetería, escucha cómo una mujer en la mesa de al lado llora amargamente porque un juez despiadado está a punto de quitarle la custodia de sus hijos para entregarlos a su padre, el cual no quiere saber nada de ellos. Abe, al escuchar el relato, entiende que se trata de una injusticia insoportable. Ante esa situación, todas sus categorías filosóficas se ponen en marcha, llegando a una conclusión: debe asesinar al juez para impedir que una injusticia semejante se lleve a cabo. De repente, Abe encuentra el sentido de su vida a la ejecución del crimen perfecto.
Obviamente, el personaje cumple con el cliché: Abe llama la atención de una de sus mejores alumnas (Jill), con la cual acaba por tener un romance, dejando ella a un lado a su novio, el perfecto yerno que encarna a esa burguesía que todavía se toma en serio a sí misma. Ella pasará de la fascinación absoluta por Ape, incluso cuando éste muestra signos de enfermedad mental, a convertirse en la voz de la conciencia. Jill sólo quiere vivir esa aventura, salir de su vida predecible, monótona y aburrida. Pero no quiere pagar el precio que, a veces, eso comporta.
No obstante, el relato explica las consecuencias de abandonar esa misma vida burguesa, sólo que llevada ahora a la exageración. La aventura parece que tiene que terminar en tragedia, en arrepentimiento, incluso en crimen. Por eso, precisamente porque se trata de mostrar el proceso psicológico que lleva a la quiebra de la seguridad burguesa, el relato no es más que la demostración de que la monotonía de lo burgués es siempre mejor que la aventura, que acaba por llevar a la irracionalidad, es decir, al asesinato y la tragedia. El relato es el perfecto ejemplo de cómo ridiculizar una idea llevándola hasta su extremo, de tal forma que parezca absurda.
por Cristopher Morales Bonilla | Jul 25, 2015 | Cine, Críticas |
Toda la saga de los dinosaurios parece resumirse en una frase que se dice en la primera entrega: «la vida se abre paso». El componente salvaje de la naturaleza, representado por los dinosaurios en todas sus formas y tamaños, siempre acaba por ganar al intento humano de someter la naturaleza a su voluntad. Si las tres primeras entregas no hacían más que darle vueltas a esta idea, siempre en la forma de una historia de víctimas rescatadas por el héroe de turno, la última película de la saga ya no sólo habla de ese componente incontrolable de la naturaleza de los dinosaurios, sino del que existe en las relaciones humanas.
Obviamente, la única forma que tiene Hollywood de tratar esta cuestión es presentar al protagonista como el eterno macho alfa: antiguo militar, amante de las motos (cómo no) y siempre al cargo de la situación. Por si esto no fuera poco, la reafirmación del macho dominante se representa de la forma más absurda posible: es capaz de adiestrar a los velociraptores, esos mismos animales que llevaban comiéndose gente en las tres entregas anteriores. Parece que no hay nada imposible para el verdadero hombre.
Sin embargo, el nuevo Mundo Jurásico está llevado por una mujer, a la que, desde el primer momento, se la presenta como desbordada por la situación. La historia de la película comienza cuando el nuevo engendro de Ingen (ya los primeros dinosaurios lo eran) consigue escaparse de su jaula y empieza a sembrar el caos. Desde el primer instante la mujer, que hasta ese momento había sido capaz de gestionar un parque con decenas de miles de visitantes, se ve incapaz de tomar alguna decisión para solucionar el problema que se plantea. Para según qué cosas se necesita a un hombre. En ese instante, el amaestrador de velociraptores toma el control de la situación, hasta el punto de que en un par de escenas, no puede más que esbozar una sonrisita de placer al ser recordada por sus sobrinos (siempre tiene que haber un niño o varios en esta saga) lo cool que es su novio (no hace falta explicitarla: el macho alfa atrae de forma natural y salvaje).
Para enfatizar más el rol del macho alfa y de la hembra sumisa se introduce el papel del informático (un guiño a la primera entrega pero ahora presentado de forma más humillante). Dos momentos: en el momento del desalojo del parque, él decide quedarse como acto de hombría. Al despedirse de su compañera de trabajo hace lo que todo macho haría (lo que el macho protagonista hace más adelante en la película): tomar lo que es suyo, en este caso a la chica. Sin embargo, un informático no puede ser un verdadero alfa: la chica le recuerda que tiene novio. Es normal que un informático se lleve esas decepciones, porque no es un verdadero alfa. En otro momento, la hembra sumisa decide abrir la puerta del Rex para que éste luche contra el nuevo engendro. Para ello, necesita de la ayuda del informático: «actúa como un hombre por primera vez en tu vida y haz lo que te digo». Por supuesto, el hombre de verdad se dedica a adiestrar a raptores y no a jugar con ordenadores y maquinitas.
Mientras tanto, discurre la enésima destrucción del nuevo Mundo Jurásico, ya que the life finds its way. Pero en todo momento se tiene la sensación de que el verdadero tema es la naturaleza y su esencial violencia, bestialidad y dominación. Por supuesto, los dinosaurios son sólo una metáfora de lo que se presenta del modo explícito en la relación de los protagonistas: en la hora de la verdad, sólo la autoridad, la personalidad afirmativa y dominadora puede controlar cualquier situación. Sólo los fuertes sobreviven. Y funciona.
Por Cristopher Morales Bonilla