Versos y besos de Raúl Parra

Versos y besos de Raúl Parra

Esta historia comienza frente al mar. Un día de agosto excesivamente caliente en el que la arena de la playa se te pega a la piel, sudada y enrojecida, algo resbaladiza a causa de la crema solar; un día de esos en los que la brisa marina apenas consigue aliviar tu desaliento y la gravedad del tiempo te aplasta. Fue ese día irreconocible de agosto en el que me topé por primera vez con los «versos nómadas» de Raúl Parra.

Recuerdo que los leí tumbada en la arena, retozándome, extrañamente aislada pese al barullo de turistas que parloteaban a mi alrededor, en esa playa tan concurrida que es La Barceloneta. Sostuve en mis manos un ejemplar de Fatou, el poemario autoeditado por Raúl Parra e ilustrado por Marc Aguilar sobre su experiencia en África. Un libro «parido de un largo viaje» en el que se muestra aquel continente vasto e inabarcable desde la experiencia poética de alguien que busca la belleza a cada paso.

Y desde aquel día hasta el pasado jueves en La Cara B, un local del barrio barcelonés de Gràcia, en el que de nuevo me volví a encontrar con Raúl, esta vez frente a frente, para escuchar, junto al cantautor madrileño Santy Pérez, unos versos de no tanto amor. También aquella noche había cierto barullo entre el público, algunos expectantes, la mayoría conocidos o amigos de los artistas, y otros tantos enfrascados en conversaciones aderezadas con cerveza de barril. Los primeros aplausos vinieron cuando Raúl y Santy cogieron el micrófono, tan nerviosos, para confesar su gratitud ante los allí presentes. Aquel recital, más parecido a una tertulia entre amigos, mostró la faceta desertora del propio Raúl, quien confesó no volver a leer sus propios poemas.

Fue una noche de versos cantados con voz vigorosa: «mi patria es tu olor sobre mi alfombra después de habernos amado»; y también de versos contagiosos: «nadie con tanta fuerza para amontonar aquí a mi vera tantos destrozos de la Felicidad». Era escuchar el canto de quienes ansían tanto escribir como vivir.

«Barcelona es un beso de los tuyos y un deseo de los míos», escribió un día estando en África. Saber a qué mujer se dirige será la primera de las preguntas de nuestro café pendiente. Mientras tanto:

«A veces me pongo en tu piel y, créeme, eres tan aire,

tan magia y tan sin truco,

tan fina arena y tan agosto,

tan tostada y tan su miel,

tan erizo y tan abrazo».

Raúl Parra y Santy Pérez durante el recital «Versos nómadas, canciones desnudas» en Barcelona. Fuente propia.

Raúl Parra y Santy Pérez durante el recital «Versos nómadas, canciones desnudas» en Barcelona. Fuente propia.

De la impostura en la literatura y otras mentiras

De la impostura en la literatura y otras mentiras

«Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas»
Isak Dinesen

La primera vez que oí el nombre de Emmanuel Carrère estaba a punto de subir al avión. Me marchaba a Francia durante unos meses y alguien, que ahora no recuerdo quien o que simplemente no viene al caso, pronunció su nombre diciendo algo así como que L’Adversaire «valía mucho la pena». Fue así como conocí la fascinante historia de Jean-Claude Romand, el falso doctor de la OMS que un día decidió matar a su familia, incluidos sus propios padres, para evitar que su impostura saliese a la luz. Recuerdo que devoré aquel libro, pensando en las similitudes que guardaba con la narración de Truman Capote, A sangre fría, y lo olvidé.

O pensé que lo había olvidado, hasta que un buen día de nuevo el azar −¿quién sino?− me hizo rememorar aquellas páginas, la atrocidad de esa historia de muerte pero también de amor, de la que sobresale la falsedad sin ficción. Y sobre ficción y realidad leía por aquel entonces todo lo que encontraba, como otra de las obras que mencionaré aquí, El impostor, de Javier Cercas. ¿Quién se iba a imaginar que el presidente de la Amical de Mauthausen que decía ser un deportado nazi nunca hubiese estado preso en un campo de concentración? Toda una vida basada en el engaño, buscando el reconocimiento social a una heroicidad envidiable. Y esa fue quizás la gran impostura de Marco, pero sin duda no la única, como bien narra Cercas en su obra, a la que se obceca en catalogar como ‘novela’ pese a la hibridación genérica que recorre cada una de sus páginas. Pero este sería tema para otro artículo.

Preguntémonos: ¿por qué mentir? ¿qué nos empuja a la impostura y a la falsificación, a crear y a creernos otras personalidades? La respuesta no se encuentra en este artículo, ni tampoco en las obras aquí citadas, pues la verdad es que el anhelo por otras vidas condiciona nuestra propio entendimiento de la realidad. Algo parecido escribió Mario Vargas Llosa en su cita quincenal en el periódico El País acerca del pragmatismo literario, del que la autora reniega, en parte: «La literatura no documenta la realidad, la transforma y adultera para completarla, añadiéndole aquello que, en la vida vivida, sólo se experimenta gracias al sueño, los deseos y a la fantasía».

Sueños y fantasía es lo que encontramos en la ficcionalización de la vida de Gregorio Olías, ese personaje caótico y algo deprimente de Juegos de la edad tardía, de Luis Landero. No hay maldad en su intento de evasión, ni siquiera considero que su desinterés por quienes le rodean (en especial su mujer, Angelina) sea cuestionable, pero es cierto que la frustración que le invade es la responsable de la creación de ese otro «yo», el gran Faroni, que vive incontables aventuras como escritor de éxito anclado a la silla de su despacho. Del estilo pulido y acompasado de Luis Landero, destaca esta cita ya en las últimas páginas de la novela, que aquí incluyo más por deleite que otra cosa: «Los hechos menudos no dejan huella, ni sirven luego para nada. Al contrario, caen al olvido, descarnan el pasado y finalmente convierten en ceniza la vida».

A Enric Marco y a Gregorío Olías les pasó un poco como, salvando todas las distancias existentes, a Alonso Quijano, que de pronto dejó de ser él mismo para pasar a ser Don Quijote, en ese arrebato de locura no tan loca que escribió Cervantes, nuestra máximo orgullo literario aunque algunos todavía no lo sepan.

De impostores y de imposturas podríamos escribir largamente, al igual que hace Ignatus J. Reilly en sus diarios cada noche, renegando de la sociedad en la que vive y deseando, también, ser otra persona. O al menos así entiendo yo el planteamiento de John Kennedy Toole en su obra La conjura de los necios, un descarnado y satírico relato de nuestra vida en sociedad.

Mientras leía a Cercas y a Carrère imaginaba un hipotético encuentro entre ellos, en cualquier café de Barcelona o de París, desterrado de turistas. Imaginaba que conversaban sobre las dudas que ambos atesoraron al principio y durante el proceso de escritura de sus libros, y coincidía con ellos al aceptar que la realidad les había superado. Juntos compararían las vidas de Jean-Claude Romand y de Enric Marco, y seguirían asombrándose de que una única persona pueda ser el reflejo irreconocible de todos nosotros.  Cuánta vida le quedan a estos impostores.

Bibliografía

CERCAS, Javier. 2016. El impostor. Barcelona: Debolsillo Penguin Random House, 2014.

CARRÈRE, Emmanuel. 2014.  L’adversaire. Barcelone: P.O.L. Éditeur, 2000.

KENNEDY TOOLE, John. 1992. La conjura de los necios. Barcelona: Anagrama, 1982.

LANDERO, Luis. 2001. Juegos de la edad tardía. Tusquets Editores, 1989.

Sobre pintar y fotografiar

Sobre pintar y fotografiar

La fotografía destacada es Picture for Women (1979), un remake de la obra de Manet, Un bar aux Folies Bergère (1882), que es al mismo tiempo un autorretrato del propio Jeff Wall.

«Fotografío lo que no deseo pintar y pinto lo que no puedo fotografiar»
Man Ray.

La rivalidad entre pintura y fotografía nos viene acompañando desde hace ya más de dos siglos. Concretamente, desde la propia aparición de la fotografía en el siglo XIX gracias a la invención del daguerrotipo: Louis Daguerre desarrolló y perfeccionó el aparato en base a las primeras experiencias de Niépce. Desde entonces y hasta mediados del siglo pasado, fotografía y pintura han vivido en un eterno conflicto, más centradas en la diferenciación como disciplinas que en remarcar los puntos en común como artes visuales. Qué aspectos han marcado el desarrollo de la imagen y, en especial, de la fotografía; qué supuso este avance técnico para el desarrollo de la creatividad artística; y cómo la historia del arte se hizo eco de todo ello, son algunas de las ideas diseminadas en este artículo. «No el que ignore la escritura, sino el que ignore la fotografía será el analfabeto del futuro», afirmó Walter Benjamin. Sumidos en un mundo conquistado por la imagen y las pantallas, la falta de cultura visual constituye el reto de nuestro presente más inmediato.

La reflexión que están a punto de leer nace a partir de la lectura del artículo de Donald B. Kuspit titulado Fuego antiaéreo de los ‘radicales’: el proceso norteamericano contra la pintura alemana actual, recogido en Los manifiestos del arte posmoderno de Anna Maria Guasch (Akal, 2000). En un fragmento no demasiado extenso, Donald Kuspit alude a la concepción peyorativa que Charles Baudelaire tenía sobre la fotografía, de la que llegó a afirmar que era el medio por el cual «el arte reduce su dignidad postrándose ante la realidad exterior». Por aquel entonces, la pintura era considerada como el arte dominante, portadora del criticismo, mientras que la fotografía –al igual que le ocurrió a otros objetos puramente tecnológicos– se consideraba como algo que iba en detrimento del genio artístico. En la actualidad, el debate se ha invertido pues hoy en día la fotografía se considera potencialmente más crítica que la propia pintura. ¿Qué ha ocurrido para que se produzca esta inversión en los términos?

La primera parada es, sin duda, la conocida obra de Walter Benjamin, Pequeña historia de la fotografía (1931), centrada su época de esplendor, su primer decenio de vida. Los años que vendrían después marcarían los procesos imparables de industrialización y comercialización de la fotografía. Y aunque Benjamin incluyó el arte de fotografiar en su posterior crítica sobre la reproductibilidad técnica y la pérdida del aura, es cierto que siempre lo defendió por encima de la pintura. «¿Cuál es la idea de hablar de progreso a un mundo que se sume en la rigidez de la muerte? Toda época ha rechazado su propia modernidad; toda época, desde la primera en adelante, ha preferido la época anterior», son las últimas palabras de su ensayo, cuya lectura nos hace estacionar en la segunda parada: La cámara lúcida (1980), de Roland Barthes, que es al mismo tiempo un trabajo sobre la fotografía y la reflexión acerca de la propia muerte. A partir de una fotografía familiar –su madre retratada con apenas 5 años frente a un invernadero−, que el lector desconoce, Barthes reflexiona sobre el valor de la imagen, la memoria y nuestra capacidad de recordar. Cada alusión al pasado emana la nostalgia por el amor materno.

La tercera, los escritos de Susan Sontag, quien entiende la fotografía como un «rito familiar», sobre todo en Europa y América, donde la concepción en torno a la fotografía es tan múltiple que se presta a diversos entendimientos. La escritora estadounidense considera a la fotografía como la responsable de convertir la experiencia en una imagen y, por tanto, en un recuerdo. «Hacer una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa», afirma en Sobre la fotografía (2009), una recopilación de artículos publicados en The New York Review of Books, y que nos ofrecen una visión general y no estereotipada de la fotografía. En ella, y a lo largo de toda su obra, Sontag reflexiona acerca del valor de cada uno de los negativos que extraemos de la cámara, entendidos como los testigos de la despiadada disolución del tiempo. Aquello que distingue a la pintura de caballete de la fotografía no es ni la técnica, ni el tema ni tampoco la relación de la obra con el propio artista o el potencial espectador, sino el objeto o modelo al que se refiere y al que la fotografía le rinde una especie de homenaje. Lo fotografiado forma parte y es una extensión del tema, a la vez que un «medio poderoso» sobre el que ejercer nuestro propio dominio.

Lo que está claro es que la pintura ha ido deslizándose de las paredes de los museos, de forma sigilosa o quizás no tanto, y si ahora se exponen fotografías de gran calidad en galerías y museos es gracias al trabajo de fotógrafos como Jeff Wall, Patrick Tosani, Sebastiao Salgado, Hiroshi Sugimoto y Suzanne Lafont. La vorágine de imágenes que colma cada uno de nuestros actos cotidianos se incrementa conforme avanza la tecnología. ¿Estamos convirtiéndonos en una sociedad de fotógrafos? Más allá de los apuntes aquí expuestos sobre la fotografía, la realidad es que estamos faltos de una alfabetización de la imagen, e urge que nos aprovisionemos de las herramientas necesarias para leer y decodificar las imágenes que nos rodean, ya sean fotografías o pinturas.

REFERENCIAS:

Barthes, Roland. La cámara lúcida. Barcelona: Paidós Comunicación, 1994. 3ªedición.

Benjamin, Walter. Pequeña historia de la fotografía. 1931.

Guasch, Anna Maria. Los manifiestos del arte posmoderno. textos de exposiciones, 1980-1995. Barcelona: Akal, 2000.

Sontag, Susan. Sobre la fotografía. Barcelona: Random House Mondadori, 2009.

Bolaño, del ocultismo al éxito literario

Bolaño, del ocultismo al éxito literario

«Entonces, ¿qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso».

Discurso de Caracas, Roberto Bolaño.

La trayectoria vital y literaria de Roberto Bolaño (Chile, 1953-2013) está llena de claroscuros y de ambigüedades, de cierto dramatismo por su pronto fallecimiento, y hasta de un halo de admiración continua. Quienes le trataron en vida no han cejado en su empeño de dar a conocer a este grandísimo autor, poeta ante todo, que un día decidió convertirse en novelista, y que pasó del desconocimiento de la mundanidad a convertirse en un mito de la literatura latinoamericana y mundial. ¿Qué hizo que Roberto Bolaño ascendiera al panteón de los autores venerados en tan poco tiempo? ¿Fue su calidad literaria, su estatus de exiliado político aunque él jamás se considerase como tal, o quizás el golpe de suerte que supuso ganar aquel año de 1999 el Premio Rómulo Gallegos por su obra Los detectives salvajes (1998)? Puede que todo ello, junto a algunos otros factores, ayudase a consolidar la carrera artística del que es ya, sin duda alguna, uno de los autores de referencia de la narrativa contemporánea.

Uno de los puntos de inflexión en la vida de Bolaño, como él mismo reconocerá posteriormente, fue la mudanza que emprendió junto a su familia a México DF en 1968. Fue allí donde, a los diecisiete años, decidió abandonar definitivamente los estudios. Y fue allí también, donde comenzó su andadura como escritor, donde conoció a los poetas Mario Santiago y Bruno Montané, y juntos formaron el grupo literario conocido como Infrarrealismo. Daba comienzo así enero de 1974, el gran período de producción poética para Bolaño, que fue plasmado por él mismo en un poema titulado Los perros románticos y publicado en una antología con la que comparte nombre. A continuación incluimos el poema:

En aquel tiempo yo tenía veinte años/ y estaba loco. / Había perdido un país / pero había ganado un sueño./ Y si tenía ese sueño / lo demás no importaba. / Ni trabajar ni rezar,/ ni estudiar en la madrugada / junto a los perros románticos. / Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu. / Una habitación de madera, / en penumbras, / en uno de los pulmones del trópico./ Y a veces me volvía dentro de mí/ y visitaba el sueño: estatua eternizada / en pensamientos líquidos ,/ un gusano blanco retorciéndose / en el amor./ Un amor desbocado./ Un sueño dentro de otro sueño. / Y la pesadilla me decía: crecerás. / Dejarás atrás las/ imágenes del dolor y del laberinto / y olvidarás. / Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen. / Estoy aquí, dije, con los perros románticos / y aquí me voy a quedar.

En 1975 publica su poemario, Gorriones cogiendo altura, y pocos años después, en 1977, se instala en Barcelona definitivamente tras viajar una temporada por África y Francia. «Y a veces la patria de un escritor no es la gente que quiere sino su memoria. Y otras veces la única patria de un escritor es su lealtad y su valor. En realidad muchas pueden ser las patrias de un escritor», dijo al recibir el premio Rómulo Gallegos en 1999 por Los detectives salvajes. La nostalgia no era un sentimiento que le perteneciese a Bolaño, quien llegó a afirmar que carecía de él, y que echaba tanto de menos Chile como Inglaterra o Noruega. «Sólo siento nostalgia por los lugares en los que nunca estaré», confesó a la prensa en su primer viaje a Chile tras el exilio. Y aunque Bolaño conservó a lo largo de su vida la nacionalidad del país que le vio nacer, el escritor se sintió parte de cada una de los lugares en los que vivió, y sobre todo de Catalunya, concretamente de Blanes, ciudad en la que conoció a la que sería su mujer, Carolina, en aquel pueblo que imaginó a través de las páginas de Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé.

Según el teórico Pierre Bourdieu en su conocida obra Las reglas del arte: génesis y estructura del campo literario (1995), los conocidos como «principios de jerarquización» son los que provocan la subordinación del campo literario al campo de poder. Y esta relación desigual se aprecia en la trayectoria literaria de Bolaño. Un ejemplo de ello, fue la gran acogida por parte de la crítica de Estrella distante (1996), novela que por el contrario no tuvo su correlación en el mercado y produjo un escaso volumen de ventas, al igual que le ocurrió en su momento a otros grandes autores como Jorge Luis Borges o Frank Kafka.

El núcleo canónico de autores y obras está blindado por dos instituciones que aúnan sus estrategias para mantenerlo y detentarlo en el tiempo: la academia y la crítica literaria. La literatura de Roberto Bolaño ejemplifica el choque entre la «alta cultura», aquella que se ha insistido en relacionar con lo canónico y lo normativo; la «cultura media», la del gusto y en consonancia con la clase burguesa; y la controvertida «cultura de masas». A este respecto, algunos críticos literarios, entre ellos Rodrigo Fresán y Juan Villoro, no dudaron en situar a Los detectives salvajes como un heredera contemporánea de On the Road (1957), de Jack Kerouac. Y fue precisamente la crítica literaria −y en parte también la académica−, quienes auspiciaron a Bolaño hasta las primeras posiciones de la literatura mundial. Así pues, su internacionalización, aunque tardía, fue imparable. Y para ello el papel de la prensa fue determinante.

El pasado año 2011 se publicó la última obra póstuma de Roberto Bolaño que hay actualmente en el circuito literario, Los sinsabores del verdadero policía, otra novela inacabada, al igual que lo fue 2666 (2004). Terminamos con las que fueron, literalmente, sus últimas palabras; su epitafio: «El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y ésa es nuestra suerte».

 

Bibliografía consultada:

BOLAÑO, Roberto. Entre paréntesis. Ensayos, artículos y discursos (1998-2003). Barcelona: Anagrama, 2004.

——— ‘Los perros románticos’. Los perros románticos. Barcelona: Anagrama, 2006.

——— Los detectives salvajes. Barcelona: Anagrama, 2000.

——— 2666. Barcelona: Anagrama, 2004.

BOURDIEU, Pierre. Las reglas del arte: génesis y estructura del campo literario. Barcelona: Anagrama, 2010.

Fotografía: Retrato de Roberto Bolaño.  Fuente: Biblioteca Nacional de Chile: http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-73142.html

Vivian Maier, la fotógrafa misteriosa

Vivian Maier, la fotógrafa misteriosa

La fotografía le acompañó durante toda su vida. Vivian Maier (Nueva York, 1926 – Chicago, 2009) , niñera de profesión y fotógrafa de vocación, murió en la indigencia y sin ser consciente de que hoy sería reconocida como una de las fotógrafas más relevantes del siglo XX. De los 120.000 negativos que abandonó sin relevar en un sótano oscuro, la Fundación Foto Colectania de Barcelona expone cerca de 80 de sus mejores tomas, todas ellas incluidas ya en los anales de la historia de la street photography al mismo nivel que los consagrados Helen Levitt, William Klein y Garry Winogrand.

‘In her own hands’ colgará de las paredes de la Fundación hasta el próximo 10 de septiembre, una muestra que se realiza en consonancia con la que la Fundación Canal de Madrid inaugurará el próximo jueves 9 de junio, y que posteriormente viajará a Italia y Canadá. La exposición reúne algunas de aquellas escenas callejeras que protagonizó Maier como transeúnte habitual de Nueva York y Chicago a lo largo de las décadas de 1950 a 1980, primero en blanco y negro y posteriormente también en color. Son instantes captados en una sola toma, escenas cotidianas y espontáneas que constituyen el mejor archivo documental de la ‘América urbana’ de la segunda mitad del siglo pasado. Como apunta Anne Morin, comisaria de la muestra, la gran habilidad de Maier fue saber comunicar tanto el humor como la tragedia a través de la composición, la luz y el entorno específico en cada fotografía.

El gran archivo personal de Vivian Maier se descubrió por pura casualidad. Fue el historiador John Maloof quien en 2007 compró el almacén de Maier, subastado por impago, y comenzó a investigar en busca de imágenes antiguas de la ciudad de Chicago. No fue hasta 2009 cuando abrió aquellas cajas y empezó a vender las fotografías por internet, hasta que el también fotógrafo y cineasta Allan Sekula le alertó del gran valor de aquellas obras. Para el momento en el que se comenzó a reunir toda su obra, Maier falleció. Era el 21 de abril de 2009.

Niños que nos miran interrogantes, parejas que se besan en medio del bullicio del tráfico, la ciudad solitaria de noche y apabullante de día. Observar las fotografías de Vivian Maier es adentrarse en una época perdida, pero no olvidada, que desde el presente se recuerda con la nostalgia de quien no la ha vivido. También sus incontables autorretratos, el reflejo enigmático en espejos y vitrinas, son utilizados a menudo para realizar juegos de contraste y sombras. Su figura altiva y potente contrasta con la media sonrisa de su rostro, haciendo patente que su presencia está allí, tras la cámara, atenta a cualquier movimiento. Su apariencia casi invisible le valió a Maier la intromisión en la privacidad de aquellos paseantes anónimos −o no tanto− de los que tomó prestados algo más que instantes momentáneos de sus vidas.

Vivian Maier, in her own hands. Del 6 de junio al 10 de septiembre de 2016. Foto Colectania, Barcelona.