por Rubén Fausto Murillo | Jun 7, 2018 | Críticas, Música |
Todos tenemos en la vida ese compañero de cole, o de trabajo, que por alguna razón siempre ha estado cerca de nosotros, y que, con el tiempo, pasa de ser un compañero o un mero conocido a ser un amigo, alguien importante en nuestra biografía. Esa importancia suele estar marcada, además de por afinidades evidentes, por la presencia en los grandes momentos de ese devenir en este mundo, que solemos llamar vida. Y sinceramente, para un músico, pocas cosas hay más importantes y más íntimas, que tocar música de cámara. Cuando se tiene la oportunidad de hacerlo, sinceramente la experiencia es de una intimidad y de una familiaridad tremenda con el resto de intérpretes participantes. Para que un grupo de cámara funcione, ha de existir un elemento que una, que fusione visiones de la música, que pueden llegar a ser antagónicas. Aquí no hay un director musical que imponga, o sugiera un camino a seguir en la interpretación de una determinada obra, hay unos pocos músicos, todos iguales, que opinan y que muchas veces, lo hacen con vehemencia. Muchas veces, incluso, se pude tener la oportunidad de tocar al lado de un gran músico, he que inexplicablemente, la alquimia no se produce, haciendo imposible aquella comunión musical. Mantener unido a los integrantes de un cuarteto de cuerdas por veinte años, se nos antoja algo muy similar a cultivar una relación de intimidad muy profunda, con lo desgastante que ello puede llegar a ser. El solo anuncio de que uno de los mejores cuartetos de la actualidad, cumple estos veinte años y que, además, lo hace en un estado envidiable, es una gran noticia.
El Cuartero Casals, que nació en 1997, ha desarrollado una carrera llena de éxitos, ya no solo por la enorme cantidad de premios ganados, si no por la casi unánime aceptación que logra en sus conciertos. Han logrado unir en un todo, a cuatro estupendos músicos, que provienen de posturas por momentos muy diferentes. La música de cámara permite, a diferencia de la práctica orquestal, que el intérprete no solo mantenga un estilo y un modo personal de hacer música, sino que, además, este se desarrolle, con toda la congruencia que cada uno sepa aportar al camino elegido. Un cuarteto de cuerdas, entonces, no es una pequeña orquesta, es el punto de confluencia y acuerdo, de cuatro visiones diferentes, tanto de las obras a interpretar, como incluso, de cuatro maneras de tocar sus instrumentos. Los grandes cuartetos de la historia lo han sido en la medida en que sus integrantes, han logrado mantener su identidad personal como músicos excepcionales, pero al mismo tiempo, han aportado estas características al grupo. La sutiliza es muy fina, pero justo ahí, está la virtud de un grupo así.
Para celebrar estos veinte años de música, el cuarteto Casals ha querido marcarse un reto de órdago: la interpretación de la integral de cuartetos de L.v.Beethoven; palabras mayores señores, obras que definen el género en sí mismo y que suponen un reto a todos los niveles. Además de esta empresa, han encargado la composición de seis obras de estreno a compositores contemporáneos. El ciclo de conciertos, inició en la Wigmore Hall de la ciudad de Londres y culminará en el Musikgebouw de Amsterdam; en medio están conciertos en ciudades como Viena, Turín, Madrid y por supuesto, Barcelona.
Nuestra ciudad disfrutó de cuatro fechas dentro de esta gira de aniversario, en concreto los días 25, 27, 29 y 30 de mayo, en la sala 2 Oriol Martorell del Auditori de nuestra ciudad.
Ya días antes de la primera fecha, se podía ver en las taquillas del Auditori “entradas agotadas Cuarteto Casals”, la ciudad se había volcado con un grupo de músicos, que son sentidos por el público catalán como parte de lo que es actualmente la escena musical de nuestro país. Si se consulta la nutrida agenda del cuarteto, veremos que se presentarán en Tokyo, Berlín, Norteamérica, pasando por los Países Bajos y su imagen va siempre asociada a nuestra ciudad, y eso es, si se me permite decirlo en estos términos, un triunfo de país. Tomar conciencia de ello, hace muy grato ver llenos totales, en cuatro fechas tan próximas una de otra, para arropar a un grupo tan estimado en nuestra tierra.
Además de los cuartetos de Beethoven, como ya lo había mencionado, pudimos disfrutar 4 de las obras encargadas a compositores de nuestro tiempo: de Mauricio Sotelo escuchamos su Quartet de corda núm. 4 “Quasals” vB-131; de Benet Casablancas Quartet de corda núm. 4 “Widmung”; de Aurelio Cattaneo Quartet de corda “Neben” y de Lucio Franco Amanti Quartet de corda “ReSolUTIO”.
Por destacar un elemento de las interpretaciones de todos los conciertos, quizás la lectura del Cuarteto núm.13, op.130 de Beethoven quedará en la memoria de los asistentes. El mencionado cuarteto, fue interpretado como originalmente lo había planeado su autor, esto es, con la inclusión en el último movimiento de la famosa “Gran fuga” que posteriormente Beethoven separó en un opus diferente. Mucho se ha escrito sobre esta, pues marcó todo un hito en la escritura camerística del momento. Todas las reglas tanto estéticas, como formales y amónicas, se ven subvertidas en una partitura de una complejidad endiablada. Aun hoy día, hay que contar con muchas horas de vuelo para poder acometer con éxito la interpretación de este tipo de obras. En el caso de los integrantes del cuarteto Casals, veinte años de trabajo, respaldan una lectura tan bien realizada. Veinte años de caminar juntos, pero conservando sus estilos y posiciones particulares frente a la música. Cada uno de los integrantes del cuarteto, cuenta con una exitosa carrera profesional, y juntos, son un cuarteto que no deja de evolucionar. Esperemos poder seguir disfrutando de ellos por muchos años.
por Rubén Fausto Murillo | Jun 1, 2018 | Críticas, Música |
Barcelona tradicionalmente ha sido una ciudad wagnerina. Recuerdo incluso haber visto una carta afectuosísima de puño y letra de R. Wagner dirigida a una sociedad wagneriana barcelonesa. Esta condición o si se quiere, este estatus, durante muchos años no se ha puesto en duda, y es por ello, que me causó franca sorpresa escuchar no hace mucho tiempo, que esto ya no era del todo cierto. El idilio de Barcelona con la obra de R. Wagner parecía que no pasaba por sus mejores horas.
El pasado viernes 11 de mayo, tuve la agradable sorpresa de comprobar cómo nuestra ciudad sigue muy íntimamente unida, ya no solo al genio de Bayreuth, sino a autores que, durante su vida artística, estuvieron dentro de la órbita del maestro como es el caso de A. Bruckner.
La OBC, programó para los días 11, 12 y 13 de mayo, un programa que, a juzgar por la nutrida entrada que tuvieron las tres fechas y por las ovaciones recibidas después de cada concierto, podría ser calificado de todo un éxito.
Como primera obra, pudimos escuchar los Wesendonck Lieder en la orquestación realizada por Felix Mottl, ya que la versión original de Wagner es para voz y piano solo. Decir que Lise Davidsen es un portento, es decir bien poco, porque fue realmente maravilloso poder disfrutar de una obra tan hermosa, como lo son esta colección de lieder, en la voz de una cantante tan talentosa como ella. De origen noruego, en 2015 inicia una carrera internacional de altos vuelos, al ganar en el verano de ese año, tanto el concurso Operalia, como el Reina Sonia. Su voz es simplemente fantástica, con un color y una textura amplia y muy profunda. Su registro grave es robusto y lleno de armónicos. A ello hay que agregar una musicalidad delicada y elegante, que le permite frasear de manera orgánica las obras que canta. Cualquier obra firmada por Wagner está pensada para una soprano como Lise Davidsen, que, además, debutaba en este concierto con nuestra orquesta. Afortunadamente para nosotros, podremos disfrutar este verano nuevamente de su trabajo en la Shubertida de Vilabertran. Recomiendo muchísimo no perder esta oportunidad.
Los cinco lieder que integran la obra son poemas escritos por Mathilde Wesendonck esposa de Otto Wesendonck, comerciante de sedas muy adinerado y gran apasionado de la obra del maestro alemán. En 1852, en Zúrich, la pareja conoció a R.Wagner al que ofrecieron una casa de campo dentro de una de sus fincas. Evidentemente que Wagner no desaprovechó la oportunidad y los siguientes 5 años, vivió a cargo del bolsillo de su patrocinador y de paso, además de avanzar en la composición de su tetralogía, se dedicó a rondar amorosamente a Mathilde. El resultado, es un copioso epistolario lleno de cartas que rezuman romanticismo y este maravilloso ciclo de lieder. Huelga decir que, Mathilde como mucho, consintió tener lo que nosotros llamamos, un tonteo con el maestro, que tras ser descubierto por su primera esposa Minna, dejó Zúrich y escapó solo con destino a Venecia.
La segunda parte del programa, estuvo integrada por la Sinfonía número 4 en Mi bemol mayor, “Romántica” de A.Bruckner. Marc Albrecht logró en su también debut al frente de la OBC, una lectura llena de potencia y vida de una de las obras más famosas Bruckner. De hecho, esta sinfonía es el primer éxito que pudo paladear el maestro en su carrera. El reconocimiento público, siempre le había sido esquivo y para 1881, Bruckner contaba ya con casi 60 años y su carrera en Viena apenas si le había aportado una mínima satisfacción. Sus obras no solían ser programadas y él, buscando ser aceptado, consentía que, literalmente, le enmendaran la plana. Gracias a esta mala costumbre tenemos, como es el caso de la cuarta sinfonía, por lo menos cinco versiones posibles de la obra. Duele ver los destrozos que algunos mercenarios del momento propinaron a una obra tan bien pensada como la de Bruckner, pero, por otra parte, en su mente lo que perseguía era que al menos se tocaran sus obras.
En este caso, cuando Hans Richter eminente director en Viena, aceptó estrenar la cuarta sinfonía, Bruckner se sintió abrumado por la felicidad. Alejado como siempre había estado del trato habitual entre colegas, en una ciudad como Viena, solía cometer verdaderos ridículos públicos como el que describe Richter en una carta: “Dirigía una sinfonía de Bruckner por primera vez, en un ensayo. Por aquel entonces, Bruckner era un hombre mayor, sus obras no se ejecutaban casi en ninguna parte. Cuando terminó la sinfonía, Bruckner se me acercó. Estaba radiante de entusiasmo y felicidad. Sentí que ponía algo en mi mano. –Tómelo y beba un jarro de cerveza a mi salud-”. Richter aceptó la moneda y la llevó siempre unida a la cadena de su reloj, como “recuerdo de un día en que lloré”.
La OBC sonó cómoda con el repertorio abordado, no siendo obras sencillas, si fueron trabajadas por un director con una imagen muy clara sobre ellas y esta imagen fue además, muy bien comunicada y construida en la semana de ensayos con la orquesta. Lo que refuerza lo anteriormente dicho en este humilde espacio: nuestra orquesta es un grupo dúctil, y muy maleable, que resiente y mucho, los cambios de directores huéspedes, y esto es algo a tomar en cuenta a la hora de programar repertorios e invitados, y por momentos, parece que esto no siempre se hace. Por ahora, disfrutemos del buen sabor que aún se conserva de tan entrañable concierto. Seguimos
por Rubén Fausto Murillo | May 22, 2018 | Críticas, Música |
Cuentan que una mañana de 1790, F.J. Haydn recibió una inesperada visita en una de sus estancias en Viena presentándose de este curioso modo: «Soy Salomon de Londres y vengo a buscaros; mañana concluiremos un acuerdo”. Tal acuerdo, llevó a Haydn a la ciudad de Londres en dos temporadas de conciertos, que fueron patrocinados por el misterioso visitante que resultó ser Johann Peter Salomon, violinista, compositor y sobre todo, empresario de origen alemán, pero afincado desde hacía muchos años en la capital británica. En Londres, logró fortuna organizando conciertos memorables, donde él mismo actuaba como violinista o director, pero cuando en 1790 viajó a Viena, lo hizo con la intención de contratar para su empresa a los dos compositores más celebres del momento: F.J.Haydn y W.A. Mozart.
Con ambos llegó a un acuerdo: Haydn llegó a Londres el 2 de enero de 1791. Lamentablemente, a Mozart la muerte le impidió cumplir su compromiso con Salomon, pues falleció en diciembre de ese mismo año. Ironías de la vida, el mismo Mozart puso en el margen superior de la primera página de su “Requiem” el numero “792”, el año que ya no llegó a ver.
Haydn regresó a la capital británica tras esta primera gira, en 1794, logrando un éxito tal, que lo consagró sin género de dudas en el músico vivo más importante del momento.
Cuando la fama londinense lo alcanzó, Haydn contaba ya con 60 años, casi toda su vida artística había servido a la familia Esterházy, que gustaba de pasar los veranos en la celebre Esterháza ubicada en la actual Hungría, muy próxima a la frontera con Austria. Esto hizo que Hadyn, pasara periodos muy largos de aislamiento, que resultaron fundamentales para la consolidación de su estilo y de un lenguaje propio, alejado de cualquier tipo de envidia o comentario maldicente, pudo experimentar durante décadas con una buena orquesta solo esperando la aprobación de su patrón.
Los viajes a Londres trasformaron a Haydn en varios sentidos. Tras décadas confinado al servicio fiel y abnegado para una familia que, si bien lo apreciaban, siempre mantuvieron muy claras las diferencias que existía entre un simple músico, por muy célebre que este se volviera y una familia noble, considerada pilar del imperio. Londres, por el contario, lo llenó de homenajes, honores y mimos. En uno de estos actos que buscaban agasajar al maestro, Haydn escuchó Israel en Egipto de G.F.Händel y quedó profundamente impresionado. De esta experiencia, surge la idea que años después fructificó en la composición de sus dos grandes oratorios La creación y Las estaciones.
Para la composición de la “Creación”, Haydn se basa no solo en los textos bíblicos que todos conocemos, sino, y esto es fundamental para entender su visión del mundo, la obra bebe también de la obra de John Milton El paraíso perdido publicada en 1667 y que es todo un clásico de la literatura británica. La creación toda, tiene en la aparición del ser humano creado por Dios su momento más elevado. El ser humano, es con mucho, según esta visión, la cúspide de toda la obra creadora de Dios, que es colocado en medio de esta, en un estado de natural felicidad y plenitud. La tristeza ejemplificada en la obra de Milton por el demonio no aparece en el oratorio de Haydn, aquí se nos presenta a la pareja originaria Adán y Eva, en un perfecto estado de gracia, muy lejos de los trabajos y sufrimientos que les acarreará su desobediencia al Padre eterno.
El pasado lunes 14 de mayo en el Palau de Música Catalana, tuvimos la oportunidad de escuchar una maravillosa interpretación de este esplendido oratorio. William Christie al frente de Les Arts Florissants nospresentó una lectura brillante y llena de buen gusto. Los solistas vocales fueron realmente esplendidos: Sandrine Piau soprano con una larga y brillante carrera, mostró un timbre idóneo para este repertorio, posé una voz potente sin estridencias y muy bien timbrada, que corrió espléndidamente en el resiento; construyó con elegancia y buen gusto cada frase de sus numerosas arias. Tanto el tenor Hugo Hymas, como el bajo Alex Rosen, están en el inicio de sus carreras, que prometen ser espléndidas, ya no solo por la enorme oportunidad que supone que un director como William Christie, confíe en ti, si no porque, esta confianza se ve realmente refrendada por un desempeño espléndido en ambos casos. Tanto Hymas como Rosen, cuentan con voces muy bien trabajadas en cada uno de sus registros, que se unen a una musicalidad evidente y fluida.
La dilatada carrera de William Christie lo avala como uno de los mejores músicos vivos del momento. Gran clavecinista, es también un espléndido director, que ha sabido mantener por décadas la alta factura de todos sus proyectos. La noche del 14 de mayo, demostró estar en plenitud de facultades: atento al mínimo detalle, exigente con cada uno de los músicos, lleno de energía y vitalidad, supo construir una lectura espléndida bajo cualquier punto de vista de una obra llena de memorables momentos. Haydn en estado puro. Escuchar un concierto suyo es en si mismo un acontecimiento.
La última aparición pública de Haydn fue justamente para una ejecución de “La creación”, el 27 de marzo de 1808, en la universidad de Viena. Según las crónicas, el anciano compositor, se emocionó tanto al escuchar la obra en medio de las ovaciones que esta producía, que se desmayó, y tuvo que ser sacado tras el final de la primera parte. Era tal el prestigio del maestro, que Napoleón, que había bombardeado la capital austriaca en mayo de 1809, tras entrar en ella, mandó colocar una guardia de honor en la puerta del compositor. El músico, de orígenes más que humildes, había logrado ser respetado incluso por un emperador muy poco afecto a la música, pero que entendía el valor de lo que este músico representaba. Que lejos estamos en la actualidad de esto, ya ni los dictadores tiene estos niveles… cosas de la posmodernidad.
por Rubén Fausto Murillo | May 8, 2018 | Críticas, Música |
Recuerdo que hace ya muchos años, siendo un estudiante de apenas unos 20 años, tuve la oportunidad de recibir clases de una maravillosa profesora de clavecín. Esta profesora a su vez, había sido formada en París y nos contaba a sus alumnos lo que era estudiar y vivir en una ciudad como París. Aquellas charlas, cuando las recuerdo, aun me emocionan tremendamente porque, en parte, la decisión de liarme la manta a la cabeza pocos años después y cruzar el charco, fue motivado por el sabor que dejaban en mi esos relatos.
Entre estos entrañables recuerdos, uno me causó siempre una gran impresión: mi profesora refería que todos los domingos, muchos de sus compañeros y ella misma, asistían sin falta posible a la misa de medio día en la église de la Sainte-Trinitéen la capital francesa. Uno se preguntará, ¿qué de extraordinario tenía esa ceremonia para que este fervor religioso fuera posible?, y tal duda quedaba despejada cuando conocías la razón que animaba a los alumnos a llenar la mencionada iglesia: Olivier Messiaen en persona, no solo tocaba el órgano durante la ceremonia, si no que, tras finalizar el oficio, improvisaba casi durante una hora más.
Cuando pienso en la fortuna que tuvieron aquellos devotos estudiantes, de escuchar en vivo a uno de los músicos más importante del siglo XX, domingo tras domingo, pienso en la suerte que tuvieron a su vez, aquellos que escuchaban a Bach o Händel tocar el mismo instrumento: el órgano, del que ambos fueron míticos virtuosos. En Barcelona, no somos conscientes aun del maravilloso artista con que contamos viviendo entre nosotros, y que, si bien guardando las distancias, no podemos aun equiparar con los anteriores maestros, si es un consumado organista. Me refiero al maestro Juan de la Rubia y que, para más señas, es organista titular en la basílica de La Sagrada Familia.
El maestro de la Rubia, fue uno de los varios artistas que se presentaron el pasado 1 de mayo en el Palau de la Música Catalana, en un concierto integrado por obras de los arriba mencionados maestro alemanes, J.S. Bach y G.F.Händel.
La Freiburger Barockorchester dirigidos por Gottfried von der Goltz y el bajo-barítono Matthias Goerne, completaron el elenco de consumados artistas de la tarde. El programa estuvo integrado por las cantatas BWV56 y BWV 82, escritas para barítono solo, interpretadas admirablemente por el maestro Goerne. Heredero natural de la tradición vocal de Dietrich Fischer-Dieskau del que fue alumno, abordó con naturalidad y mucha autoridad ambas obras. Piezas de una belleza serena, es imposible no conmoverse al escuchar el aria inicial de la cantata BWV 82, que con dulce voz dice “Ya tengo bastante, tengo a mi Salvador, la esperanza de los piadosos, envuelto entre mis anhelantes brazos. ¡Ya tengo bastante!”, todo esto, mientras un oboe canta un delicioso contrapunto que te atraviesa el alma. El mismo Bach, cuando elige la tesitura vocal, lo hace pensando muy probablemente en la figura bíblica de Simeón, que, según el evangelio de San Lucas, da gracias a Dios, después de contemplar al Mesías que está siendo presentado en el templo por sus padres. Es la voz de un hombre de fe, que ha vivido ya muchos años y que solo espera la llegada de aquel en que siempre ha creído toda su vida. La cantata BWV 52 que lleva el nombre de “Con gusto llevaré la cruz“ se mueve en la misma línea, son obras pensadas para consolar y animar a los fieles congregados en los servicios dominicales en Leipzig. La interpretación de Matthias Goerne como ya lo hemos apuntado antes, fue maravillosa, llena de matices y de una diversidad de colores vocales, que buscaban reforzar el dramatismo de la música de Bach. Goerne, cuenta con una potencia vocal apabullante que, en los pasajes en que la música reclama de una delicadeza especial, es trasformada en un fino hilo vocal apenas audible que estremece al que lo escucha.
Los otros protagonistas de nuestro concierto fueron sin duda la Freiburger Barockorchester, dirigidos por Gottfried von der Goltz e indudablemente el maestro Juan de la Rubia que interpretaron al inicio de cada una de las partes del concierto, la 1ª y la 2ª sinfonías de la cantata BWV 35 de J.S. Bach donde el actor principal es el órgano solista. A ello se agrega la obra final del concierto, que fue el famoso concierto para órgano en Fa mayor, HWV 295 de G.F Händel y que, junto con las dos obras anteriores de Bach, nos mostraron el alto nivel técnico y musical del maestro de la Rubia.
El hilo conductor de todo el programa fue sin duda la unión y al mismo tiempo, el profundo contraste que existe entre los dos compositores del programa. Un elemento común, además de haber nacido con una pequeña diferencia de días en la misma zona de Alemania, es que, tanto Bach como Händel, fueron grandes organistas. Muchos testimonios nos hablan de que su obra escrita es solo una pequeña muestra de lo que estos maestros podían crear cuando se sentaban a improvisar al órgano. Los dos murieron ciegos quizás afectados por una diabetes no tratada. Ambos eran fieles luteranos, pero, y aquí las cosas se separan, Händel era un hombre tremendamente práctico y con un olfato natural para los negocios, además de un viajero incansable. Bach por su lado, nunca viajó fuera de Alemania, desconfiaba de las modas del momento, no le interesaban los negocios, ni las novedades. En sus obras, siendo tan diferentes la una de la otra, se encarnan los frutos más acabados del barroco tardío. Ninguno de los dos escribió con pretensiones de trascendencia y la trascendencia fue a su encuentro, ellos simplemente hacían lo sabían hacer: música, exactamente lo mismo que los maravillosos músicos que interpretaron sus obras. La música tiene la facilidad de acompañar los grandes recuerdos de la vida, como aquellos que nos contaba mi maestra. La música es finalmente vivencia pura. Quizás, en la vida haya que hacer y vivir más. Seguimos.
por Rubén Fausto Murillo | Abr 23, 2018 | Críticas, Música |
La frescura, sin duda es para mí, una de las características más remarcables de la música de H. Purcell. Cuando se tiene la oportunidad de escuchar alguna grabación y ya no digamos de hacerlo en vivo, de alguna de las obras del compositor británico, la experiencia es siempre muy reconfortante. La maravillosa frescura y facilidad con que logra envolverte en un fluido amable y dulce de melodías siempre atractivas, es algo que lo distingue de otros compositores del mismo periodo. En su obra, convergen una serie de tradiciones que al fallecer sorpresivamente, con tan solo 36 años, se vieron huérfanas y sin posibilidad de prolongarse en otro maestro de la misma talla artística nacido en las islas británicas. Efectivamente, ningún músico inglés, pudo si quiera aproximarse al nivel artístico de Purcell en siglos. El ambiente próspero para los negocios y una sociedad dinámica y muy abierta, atrajeron como contraparte, a músicos de la talla de N.Porpora o de G.F.Händel, que incluso llegó a ser naturalizado súbdito del imperio británico, en su último acto de gobierno por su majestad Jorge I.
Como se mencionó hace algunos párrafos, Purcell fue heredero de la centenaria tradición musical inglesa. Esta se distinguía por sus armonías dulces y amables, por la simpleza de sus estructuras, que contrastaba con la complejidad rítmica y formal de las obras escritas en el continente. La guerra de los cien años, que enfrentó a ingleses contra franceses en su territorio, a caballo entre los siglos XIV y XV no solo trajo muerte y devastación, si no que puso en contacto a artistas de ambas coronas y entre ellos, a personajes tan destacados como J. Dunstable del lado británico con G. Dufay de la parte gala. Este encuentro de dos maneras de hacer influyó de manera muy evidente en la música que se escribió a partir de esa época por toda la Europa continental. Del mismo modo, Francia dejó su impronta en los maestros británicos de las generaciones posteriores a la de Dunstable o Power; así cuando examinamos la obra de Purcell, nos encontramos con elementos típicamente franceses. Solo hace falta escuchar como estructura las oberturas de sus obras, siguiendo el modelo francés de Lento- Rápido -Lento, con un marcado pontée. El uso de la voz, por el contrario, es muy británico y es donde Purcell muestra el absoluto dominio sobre las tradiciones arriba mencionadas. Armonías dulces, melodías no excesivamente ornamentadas y muy pegadizas, un sentido innato del contraste dramático, lo que permite que su música sea siempre atractiva al oyente porque constantemente recibe estímulos nuevos y frescos. Gusta de cimentar grandes periodos de sus operas, en pequeñas arias llenas de encanto o por el contrario, es un consumado maestro a la hora de escribir en el tradicional ground ingles, forma británica de la Chacona que se practicaba en el continente y que consta de un bajo melódico, que tras ser expuesto en alguna voz, sigue sonando una y otra vez, dando sustento al desarrollo del resto de voces. En Purcell esta técnica compositiva logra alturas nunca escuchadas. El grado de refinamiento, de delicadeza con que va paulatinamente construyendo las diferentes variaciones temáticas, es embelesador, así, casi sin darte cuenta, la pieza puede prolongarse durante 7 o 10 minutos, sin que se tenga apenas conciencia del tiempo trascurrido.
Gran oportunidad tuvimos los amantes de la obra del llamado Orpheus Britannicus de disfrutar de una de sus obras más celebres: la semiópera King Arthur interpretada por Paul McCreesh al frente de su orquesta y coro, los Gabrieli consort and players. El Auditori de la ciudad de Barcelona fue el lugar donde con una estupenda entrada, se llevó a efecto el citado concierto el pasado 10 de abril. La fama que precede a McCreesh, junto con sus músicos, fue de sobra ratificada por un concierto lleno de aciertos y de belleza. Lamentablemente el maestro Dave Hendry trompetista del grupo, no tuvo su mejor noche y empañó, justo al final, la ejecución brillantísima que durante todo el concierto habían brindado sus compañeros. En defensa del maestro Hendry se puede apuntar que la trompeta natural es un instrumento complejo y cuya ejecución está expuesta a miles de accidentes que pueden empañarte, como fue el caso, una noche. De cualquier manera, la sensación que ya había generado en todos los presentes la estupenda ejecución del maestro McCreesh era ya tan fuerte que, al culminar el concierto, recibieron una más que merecida ovación.
La elegancia y la prestancia británica lo invadió todo a lo largo del concierto y realmente fue gratísimo poder paladear a un Purcell tan bien entendido como el que los Gabrieli consort and players nos ofrecieron. La obra estructurada en 5 actos, tiene grandes momentos, pero dos de ellos fueron quizás deliciosos, comenzando por la passacaglia «How happy the lover», llena de una alegría desenfada y de un virtuosismo vocal delicado y embelesador, nos habla de los placeres que el amor derrama sobre los que se dejan seducir por Cupido. Por el contario, la canción de taberna «Your hay it is mow´d, and your corn is reap´d» que cantan en el quinto acto un grupo de campesinos “ebrios”, encabezados en este caso por el mismísimo Paul McCreesh, que animaba a sus cofrades alegremente con una pandereta, ensalza en un canto patriótico la grandeza de “Britania”.
Algunos hablan de que la razón del fallecimiento de H. Purcell fue la tuberculosis, otros que se envenenó con chocolate, pero otros, dicen que realmente falleció al constiparse tras pasar una noche al raso. Su esposa, le habría cerrado la puerta de casa, a saber por qué razones. Tras de escuchar «Your hay it is mow´d, and your corn is reap´d», estas me quedaron claras, o por lo menos nítidamente insinuadas. De cualquier manera, su obra es fuente de profunda dulzura, de profundo placer. Seguimos.