El futuro sobre arenas movedizas: algunas impresiones sobre Colonia, novela de Juan Carlos Martini (2004)
A veinte años de su primera edición, Colonia, la novela del escritor argentino Juan Carlos Martini, vuelve a reafirmar ante los ojos del lector que todo lo sólido se desvanece en el aire. Decir que el mundo está girando al revés no es novedoso, muchas son las experiencias que quedan grabadas en este joven cuarto de siglo. ¿Es posible confiar en lo novedoso y en las verdades cuando estas siguen manteniendo debajo de su alfombra el inhumano mareo de crueldades, hambrunas, guerras y genocidios? Pareciera que nada es nuevo, salvo el desasosiego que empeora. Sin embargo, el efecto de la literatura.
Cuando la realidad se vuelve profundamente despiadada y sin sentido, una novela podría ayudarnos a enloquecer mejor.
Colonia. La novela comienza por la indeterminación de su título. ¿Aislamiento, gueto, comunidad, una ciudad del Este, una casa, una institución con reglas? ¿Qué reglas?… Posiblemente estas sean algunas de las ideas que comienzan a aparecer en la mente de lxs lectorxs cuando se inician en la lectura. De este modo, podemos resaltar que estamos ante una marca de ambigüedad, y el transcurso de la lectura nos irá dando la razón. Si tuviéramos que comentar de qué va la historia, diríamos que se desencadena a partir de la llegada de Alejandro Balbi a la colonia, un sociólogo de 47 años quien se interna por voluntad propia. A simple vista no hay sentimientos que lo atraviesen, ni un pasado que quiera compartir al resto de los internos (o compartirnos a nosotrxs). En un cuaderno se dedica a escribir una frase que dará sentido a la estructura de la novela: «La vida es el recuerdo de la vida«. Si la memoria sirve para reparar algo del presente, ¿cuál es la idea de recuerdo/verdad que intenta reflejar Balbi? Sofía Garay, otro de los personajes dice “las mentiras de Balbi no matan”, porque en las mentiras de un internado hay, de repente, algo que puede asemejarse bastante a la realidad.
Este lugar pareciera ser un neuropsiquiátrico, y aunque nunca se termina de afirmar, no importa qué es, sino qué intuimos nosotrxs, sus lectorxs. Este lugar es una polisemia. Balbi, parece ser nuestro principal protagonista, pero como en este terreno todo es permeable, también podríamos afirmar que es una excusa para hilar esta historia desenmarcada. De Balbi tendremos mucha información o la información necesaria que el narrador nos quiera brindar, que no quiere decir que sepamos sobre él: cuando parece que lo tenemos entre las manos, aparece la duda o la mentira que hace tambalear de su identidad o nuestra certeza. Lo mismo ocurre con los demás personajes que irán construyendo el escenario, entre ellos, el doctor Alvaro Luque y su celador Amadeo Cantón; y sus compañeras y compañeros internos: Suárez, Julia Conte, Juana García, Sofía Garay, y el puntual Galván el Rechazado, que se destaca por dos cosas: primero por la vulgaridad en su lenguaje, y segundo, su discurso sobresale un monólogo interno, propio del fluir de la conciencia:
Ahora el diente de plástico muestra al hombre torcido yo tengo bien lo conozco miente siempre como una mujer la mujer engaña todas las mujeres le mienten hacen ¿qué? mienten todos mienten putas perros celadores de mierda muestran o mienten el diente que tiene yo no sé pero sé de qué manera a ella la envuelve ella se entrega envuelta se lleva ella misma sin que dude al fondo y en el fondo la espera qué la esperan los golpes la paliza una mujer pegada cabra de mierda (…)
Cada personaje tiene su propia voz dentro del relato, lo que la convierte en una narración coral. Todos nos hablan a la vez. Todos componen esta atmósfera que se desdobla, que se quiebra, que exhibe momentos intensos, oscuros, enigmáticos y sin salida, propios de la alienación de la colonia, que no son más que los reflejos de una sociedad enfermiza en un inolvidable comienzo de siglo agitado, roto y en crisis. La marca de esta historia se da en cómo se expresan y habitan nuestros protagonistas, con sus individualidades y en relación a su entorno. Esta colonia pareciera ser la nave de los locos, tanto promiscua como ingenua, perdida en el fondo del sudeste de un continente tercermundista, donde sus tripulantes aparecen en el mismo presente en el que se diluyen contra toda esperanza. Un lugar no lugar, en sentido de no sentido.
Lo rico de esta novela es la estructura y la trama que hacen que las palabras sean solo la punta del iceberg, tal como nos ha enseñado Hemingway. En ese sentido, Martini nos desafía a errar desde la introducción, donde cita a W. G. Sebald diciendo que “la realidad, como sabemos, siempre es diferente a todo”: es la/el lector quien erra, quien está en movimiento en las arenas movedizas de esta novela narrada en pedazos. ¿Por qué será que Martini elige construir esta realidad ficcional a través de fragmentos de la cotidianidad? La cosmovisión rupturista y experimental nos ofrece un abanico de posibilidades para reflexionar(nos), y cada posibilidad permite (re)pensar al mundo desde otras obras literarias. Por ejemplo, si pensamos en la figura del narrador, ¿con qué tipo de narrador nos encontramos? ¿Cuánto sabe, cuánto se limita? ¿Será parte del lugar? ¿Será parecido al narrador borgeano del cuento El hombre de la esquina rosada, o al de Hernán de Abelardo Castillo? Así como pensamos en este narrador enigmático, tenemos que pensar a la novela desde un enfoque narrativo múltiple, esta forma de ver la realidad nos lleva a obras actuales y frescas como La maestra rural, novela del cordobés Luciano Lamberti, donde se explota la coralidad. Si pensamos en un posible escenario social, ¿nos dirá Martini que Colonia es reflejo de Buenos Aires (o de Argentina o del mundo bajo una ultraderecha desquiciada) y viceversa, así como Shakespeare nombraba a Dinamarca o Italia cuando quería hablar de Inglaterra? Si pensamos en su forma, desde lo fragmentario o lo múltiple, ¿desde qué punto podríamos encontrar acercamientos de este estilo en Estrella distante de Bolaño o en Respiración artificial de Piglia? Tampoco podemos dejar de lado a Galván, el Rechazado, ¿hacia dónde nos lleva el concepto fluir de la conciencia y el absurdo, como historia y como artificio? Por ejemplo, ¿qué palabras tendrá para decir Winnie, en Los días felices, la obra de teatro de Beckett, autor citado por Martini en el último capítulo de Colonia?
¿Qué hay de la locura? ¿Cómo la pensamos? ¿Podremos invocar, por ejemplo, a Marisa Wagner, una poeta que vivió diez años internada en neuropsiquiátricos, quien se autodefinía como “poeta y loca”? ¿Cómo entra, este reflejo, como un artificio estratégico de sentidos? Michel Foucault en su texto La literatura y la locura dice:
La locura es el espejo de la literatura, es el espacio ficticio que le devuelve su propia imagen; (…) en la medida en que la literatura se pone a prueba como peligro absoluto, en el que la lengua corre el riesgo de perecer, la locura continúa siendo su imagen: locura que muestra el grito bajo la palabra y la derrota de todo sentido.
Por último, la novela presenta más elementos que la trama que la contiene, es interesante ver el sentido literario que propone Martini, un sentido que transgrede los tabúes del lenguaje, donde lxs lectorxs y los protagonistas nos vemos entrecruzados entre los límites de la existencia de la realidad y la ficción. Pensar cada obra literaria como un tejido hace que tengamos mejores sentidos. Así nos desafía Sofía Garay en diálogo con Alejandro Balbi:
Yo sé que es difícil decir bien lo que quiero decir y es difícil a lo mejor entenderlo. Pero es así: pensaba que lo que pasó entre Suárez y yo no pasó. Es decir, las cosas suceden cuando suceden, y cuando terminan queda esa baba estúpida, débil y sucia que llamamos recuerdo. El recuerdo no es real. El recuerdo es lo que inventamos para convencernos de que un sentimiento, a veces, existió.