La cata es una relato corto de Roald Dahl (1916-1990). En sí no es una novedad editorial porque esta obra se publicó por primera vez en la revista Ladies Home Journal en 1945 y años más tarde, en 1951, en The New Yorker. No obstante, su originalidad reside en el formato en el que se volvió a publicar y del que hablaremos más adelante.
Por su parte, Roald Dahl es autor de obras como Relatos de lo inesperado o de otras tal vez más conocidas porque también fueron llevadas al cine como Matilda, dirigida por Danny DeVito en 1996, o James y el melocotón gigante y su dirección corrió a cargo de Henry Selick también en 1996. Otro famoso texto que tuvo igualmente su versión cinematográfica es Charlie y la fábrica de chocolate cuya primera adaptación fue realizada por el director Mel Stuart y protagonizada por Gene Wilder en 1964 pero la versión probablemente más conocida de esta obra es la interpretada por Johnny Depp desde la visión de Tim Burton en 2005. El hecho de que sea un autor cuyos libros hayan sido adaptados al séptimo arte en principio para el público infantil, nos hace ver que se trata de alguien con una gran imaginación y una especie de halo mágico para ello. Sin embargo, si nos quedáramos con ese aspecto de su trabajo, meramente vislumbraríamos la superficie del mensaje que aparece en algunos de sus relatos.
En este caso nos vamos a centrar en La cata. Esta obra ilustrada parece estar más destinada al público adulto por su temática: una cata de vinos que tiene lugar en el elegante hogar londinense de Mike Schofield. Se trata de un corredor de bolsa cuya familia invita a una suculenta cena esa noche al narrador de la historia, a su mujer y a un personaje bastante peculiar llamado Richard Pratt, un famoso gastrónomo, con quien el señor Schofield tiene una rivalidad elegantemente velada en cuanto a quién es el más entendido en estos suculentos caldos. Durante su aparente cordial comida van apareciendo casi todos los pecados capitales: la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria y la gula. Todas estas flaquezas son acaparadas por los principales personajes masculinos encarnados por el anfitrión y su invitado principal. En cambio, los personajes femeninos a duras penas tienen voz y mucho menos voto -sobre todo la hija del anfitrión que pasa a ser objeto de una subasta- porque dependen del cabeza de familia. Aquí hay que destacar que este texto fue escrito en 1951 y algunos de estos pasajes nos plasman parte de la realidad de aquella época. En cambio, hay un personaje femenino que trabaja en esa vivienda y por eso tiene un papel terciario pero, sin embargo, le da un giro inesperado y cómico al desenlace.
Esta nueva versión de La cata tiene el añadido de contar con las fantásticas ilustraciones de Iban Barrenetxea, quien plasma casi como si fuesen fotografías el exterior y el interior de este distinguido hogar con unos detalles estéticos que caracterizan determinados barrios de Londres. Ya en el interior de esta casa lo que predomina es una elegante sobriedad en la que destaca la simetría en todos sus elementos, incluso en la disposición de los personajes en la mesa teniendo en cuenta su grado de parentesco y sus características. Además, Barrenetxea prestó especial atención a los detalles que RoaldDahl menciona en su relato en cuanto a la disposición de los distintos elementos en la mesa como los detalles que en ella aparecen. Por ejemplo, las flores amarillas que, junto con el gato negro, configuran una serie de símbolos con mensajes contradictorios. Por un lado, tenemos la alegría y la energía de una tonalidad tan vívida a la que también se le asigna el significado de inteligencia y sabiduría, ya que estas cualidades son las que presumen poseer nuestros antagonistas. Por otro lado, la presencia de un animal de ese color se asoció en la antigüedad a la buena suerte aunque en determinadas épocas se le vinculó con aspectos bastante negativos pero en la época victoriana pasó a considerarse una alegoría de buena suerte para los novios recién casados porque significaba que tendrían prosperidad en su matrimonio. Por lo que este es un símbolo ambivalente cuya presencia tiene especial sentido en este relato, sobre todo relacionado con el singular Richard Pratt, con quien llega a mimetizarse en su peculiar cata de uno de los vinos.
Con esta temática y los diversos significados que contiene la obra, podríamos (re)plantearnos lo siguiente: ¿se trata de un relato solo para adultos? Podríamos afirmar que no porque en realidad se trata de un texto para todos los públicos que tiene un sentido del humor que hace que, acompañado de unas estupendas ilustraciones, esta se convierta en una deliciosa lectura.
Con la nueva situación política en Estados Unidos tras la proclamación de Donald Trump como presidente se han abierto muchos interrogantes y han reaparecido manifestaciones de épocas pasadas como la canción protesta para reivindicar una serie de derechos y libertades. La música del gran personaje que nos ocupa vuelve a sonar una vez más a todo volumen. Por mi parte, después de la autobiografía de Phil Collins,Aún no estoy muerto (2016), quise leer la de Bruce Springsteen, Born To Run (también de 2016). A lo largo de más de cuatro décadas se ha ganado el apodo de The Boss (El jefe), ya que es una de las grandes figuras musicales y en los últimos días volvió a ser noticia por la situación política en su país y porque el 12 de enero tocó en un concierto de despedida para el ex presidente de los Estados Unidos Barack Obama. La banda sonora compuesta e interpretada por el músico de Nueva Jersey nos ha acompañado en diferentes medios de comunicación pero ¿quién es Bruce?
Un libro autobiográfico de este gran músico es un llamativo reclamo. Nada más abrirlo se nota que lo insufló con su manera de ser cuidando hasta el mínimo detalle, como el tipo de hojas utilizadas que tiene la acreditación de Greenpeacede ser un libro «amigo de los bosques». Toda una declaración de personalidad. Este voluminoso texto fue escrito a lo largo de siete años y está dividido en tres libros compartimentados a su vez en numerosos capítulos a los que en general les puso como título canciones tanto propias como ajenas, sobre todo de bandas y músicos de las épocas que va narrando.
El primer libro, Growin’ Up (Creciendo), tiene unos deliciosos pasajes en los que rememora su infancia, su amor incondicional hacia su familia, especialmente hacia sus abuelos, su madre y su hermana pequeña. Al hablar sobre su infancia utiliza un lenguaje más cuidadoso pero sin esconder la verdad sobre su situación familiar -especialmente la difícil relación con su padre-, y académica. Conocemos la herencia de sus raíces italianas y escocesas y cómo sus parientes ayudaron a desarrollar parte de su carácter. También nos cuenta cómo siendo un adolescente vio en la televisión a Elvis Presley, (se trata del famoso vídeo en el que la CBS tenía miedo de difundir unas imágenes en las que un hombre atractivo se movía de una manera tan lasciva, por lo que decidieron evitar los planos provocativos y solo le enfocaron de cintura para arriba) y sintió que necesitaba hacer música, así como su admiración por los músicos de aquella época y las posteriores como The Beatles y The Rolling Stones, lo que conforman lo que él denomina «advenimientos». Todos ellos tenían en común que habían dado carpetazo con su apariencia y su música a toda una época y le gritaban al mundo que había gente que necesitaba cambios y vivir de otra manera, algo que Springsteen adoptó, lo que le ocasionó no pocos problemas simplemente por dejarse el pelo largo. Llegados a este punto me gustaría hacer un paréntesis porque hay un dato llamativo y es que los usuarios de redes sociales se sorprenden cuando ven un vídeo de un concierto de The Boss en Leipzing (Alemania) en 2013 cuando coge una pancarta de alguien del público que le pedía que tocara YouNever Can Tell-tal vez les suene por ser un tema importante en la película Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino– y empezó a buscar el tono para tocar con su banda esta canción de Chuck Berry. No se sorprendan, estudió todos los discos de artistas de épocas anteriores, coetáneas y posteriores para formarse como guitarrista y cantautor.
Hubo una época en la que sintió miedo: cuando recibió una carta informándole que debía presentarse para alistarse como soldado para combatir en la guerra de Vietnam. Miedo. Pánico. Ideó todo tipo de estrategias para intentar evitarlo pero no las necesitó porque no le aceptaron por haber sufrido un accidente. Otros amigos suyos no tuvieron esa suerte y murieron en combate. Porque Springsteen no olvida ni un solo nombre que haya sido más o menos importante en su vida (exceptuando sus novias cuyos nombres no menciona), especialmente el de sus amigos. En esta etapa asistimos a sus ansias por aprender; las dificultades económicas para poder comprarse guitarras; los tugurios en los que vivió; cómo creó su primera banda; cuáles eran los locales y zonas según la raza, procedencia y música y cómo fueron ampliando su abanico de locales musicales en los que ir perfeccionándose. También conoció a muchas personas que le prometieron que le ayudarían en su carrera musical para de pronto desaparecer sin dejar rastro, así como sus dos intentos fallidos de triunfar en California. Fue a la vuelta de su segundo fracaso en San Francisco donde Bob Dylan cobra relevancia en su vida como nueva fuente de inspiración y le dedica las siguientes palabras:
(…) Bob Dylan es el padre de mi país. (…) Bob había puesto su bota sobre la cortesía alienante y la rutina cotidiana que camuflaban la corrupción y la decadencia. […] Bob señaló el norte y sirvió como faro para ayudarte a encontrar tu camino en aquella tierra salvaje en la que se había convertido América. Plantó una bandera, escribió las canciones, cantó las palabras esenciales para la época, para la supervivencia emocional y espiritual de muchos jóvenes norteamericanos de ese momento.
Por lo que Bob Dylan se convirtió en uno de los pilares y modelos en los que se quiso basar para crear su obra y continuar su carrera musical con la banda que le ha acompañado durante cuarenta años: la E Street Band, una agrupación producto de su gusto por el rock y otros estilos como el soul en la que él es el jefe y dice cómo y por qué se hacen las cosas, siendo sus referentes en este sentido James Brown y Sam Moore. La formación estuvo integrada principalmente por Garry Tallent (bajo), Danny Federici (órgano), Steve Van Zandt (guitarra), Max Weinberg (batería), Roy Bittan (piano) y Clarence Clemons (saxofón). Fue con ellos con los que le dio forma a Born To Run (Nacido para correr). Con este gran disco comienza su segundo libro y fue con este trabajo con el que inició una carrera mundial que comenzó con el reconocimiento por parte de la prensa y la primera gira por Europa en 1975.
«Cada disco era una declaración de intenciones». Así que para ello empezó a indagar en su vida y los acontecimientos acontecidos en su país y le dio voz a la clase trabajadora estadounidense con influencias del country, el blues y Woody Guthrie. Conoció a dos ex soldados de la guerra de Vietnam, los problemas a los que se enfrentaban estos veteranos de guerra y organizó un concierto para ellos en 1981. Años más tarde, en 1988, recorrió el mundo con una gira organizada por Amnistía Internacional donde fue consciente de los problemas a los que tenía que hacer frente la población de cada uno de los países en los que estuvieron. Estamos ante un hombre con unas fuertes raíces que ama el espíritu y la vida de pueblo, fue crítico con el presidente Ronald Reagan y es consciente de los problemas del mundo. Es por eso que apoyó a sus conciudadanos en las grandes catástrofes que azotaron su país, como el 11-S o el huracán Katrina (2005) que asoló Nueva Orleans, de la mejor manera que sabe: creando música para la población y ofreciendo giras con por aquel entonces nuevo material que mostraba al mundo los sentimientos de una nación henchida de dolor.
Mucho trabajo y exigencia a él mismo y a su banda, problemas con los medios técnicos de aquellos años para grabar los discos tal y como los había concebido, nuevas giras, su terapia en la carretera y, de pronto, en uno de sus viajes con un amigo tocó fondo. Se dio cuenta de que estaba sumergido en un oscuro abismo y desde entonces ha luchado por salir de la tenebrosa depresión con la que ha tenido que lidiar en diferentes etapas de su vida. A finales de su segundo libro y durante el tercero, Living Proof (Prueba viviente), en su relato nos lleva a su madurez y estabilidad -a pesar de su lucha interna constante- donde la influencia de Patti Scialfa es indispensable para él. Se trata de una guitarrista, compositora y cantante que rompió el sesgo masculino de la E Street Band en 1984, infundiéndole un nuevo aire musical, y cuya presencia algo más tarde salvó a Bruce Springsteen de sí mismo, convirtiéndose en una fuente de inspiración musical y personal. De hecho, el libro está lleno de muestras de amor y admiración incondicional hacia Patti, su «revolución pelirroja».
Debido a sus ansias por recorrer nuevos caminos musicales y un desgaste después de tantos años tocando juntos, las carreras musicales de los miembros de este gran grupo se separaron. Uno de los proyectos en los que se embarcó el príncipe de Nueva Jersey, con permiso de Frank Sinatra, fue una canción para la película Philadelphia (1993) dirigida por Jonatham Demme, lo que dio lugar al tema Streets of Philadelphia (Calles de Filadelfia) con el que ganó el premio Oscar. Sin embargo, tras 10 años recorriendo sendas distintas, sintió que nada podía igualar a la sensación de tocar con la banda con la que tanto había compartido. Así surgió la reagrupación.
Leer a Bruce Springsteen y en parte adentrarse en su mente es como recorrer una ruta larga en coche o en moto: en ocasiones placentera, en otras la travesía se torna dura por los obstáculos que hay que superar pero, aun así, no puedes dejar de adentrarte en ese viaje en el que adquirirás nuevas experiencias. Él es sabedor de su talento pero también se llega a describir de la siguiente manera: «Llevaba conmigo al trabajador que había en mí, para bien o para mal, era alguien normal y corriente, y siempre lo sería». Disculpe, señor Springsteen, pero afortunadamente para el público usted no es alguien normal y corriente.
El escritor y crítico cultural Carl Wilson sorprendió con un libro diferente con un título distinto, Música de mierda (2016), en el que va desentrañando una serie de cuestiones que se fue planteando a nivel personal y que a su vez plantea al lector. En mi caso esta podría ser una historia de amor en la que libro ve a chica, chica ve a libro con título atrevido, sonríen y acaban juntos, ya que el título Música de mierda es más que llamativo pero la verdadera intención del autor está en su subtítulo: Un ensayo romántico sobre el buen gusto, el clasicismo y los prejuicios en el pop.
Este libro comienza con un prólogo de Nick Hornby, autor de High Fidelity (Alta fidelidad), quien ensalza el trabajo de Wilson. Eso no me dijo demasiado porque aunque sé que Hornby es un gran melómano, después de leer su obra tengo mis reservas con él. Sin embargo, Wilson nos descubre su odio -tal cual- hacia Céline Dion por ser como es y sobre todo por la música que interpreta, por lo que nos cuenta sus motivos para albergar esos sentimientos. Aquí en parte le entendí porque quien no haya padecido durante todo un año My Heart Will Go On -tema principal de la película Titanic (1997)- en todas partes sin cesar, no puede apreciar el bombardeo musical exacerbado que hizo que a día de hoy esa canción sea probablemente la única que no soporto escuchar.
Para ello, el autor se plantea una serie de cuestiones en relación al gusto que le hacen indagar en diferentes aspectos. Comienza este ensayo planteándonos el entorno familiar y social de la joven de la preciosa ciudad de Quebec (Canadá) que inicia su carrera como cantante y gana concursos internacionales. También nos descubre el entorno musical en el que creció y el particular mundo musical de esa ciudad que le ha aportado características que, según el autor, no han sido comprendidas por mucha gente.
Hay un capítulo especialmente interesante, «Hablemos de gustos», en el que hace un visionado -tal vez demasiado general- sobre la estética del gusto tomando como referencia la experiencia de los artistas rusos Vitaly Komar y Alexandir Melamid sobre una aproximación a la objetividad mediante una votación por Internet sobre las canciones más y menos deseadas pero solo en Estados Unidos, en el que llegaron a una serie de conclusiones como que el arte no es democrático porque quienes crean sus criterios y sus leyes son quienes realmente tienen el poder, lo que nos llevaría a la conclusión de estar inmersos en una sociedad musical totalitaria. O también se basa en filósofos como David Hume, Immanuel Kant y cómo estos allá por el siglo XVIII trataron de definir en qué consiste el gusto. Basándose en algunas de las ideas de Kant, el crítico de arte Clement Greenberg dijo que la ideología del Romanticismo sobre el arte lo había dotado de un estatus sagrado, además de añadir que nos gusta aquel tipo de arte que nos proporciona placer.
Entonces ¿este libro aclara al fin en qué consiste el gusto? No. Wilson le intenta dar una explicación basándose primero en su experiencia, tanto musical como personal hasta el punto de rozar en determinados pasajes un (auto)psicoanálisis. También en ocasiones tuve la sensación de estar leyendo a uno de esos pseudoculturetas que proliferan sobre todo en las redes sociales (estos son, para mí, aquellos seres que critican de manera generalmente cruel y tosca cualquier tipo de expresión -aunque en este contexto me refiero a la artística- sin haber sido estudiosos de aquello que critican ni dedicarse a ello). Porque tal y como él nos cuenta, este autor caía en muchos estereotipos y prejuicios musicales (y de qué manera) antes de ser uno de los objetos de su ensayo. Sin embargo, dejando esos párrafos a un lado, el autor expone de manera general teorías y planteamientos sobre todo de filósofos (aunque en el caso de Theodor Adorno, me pareció que se quedaba más en la superficie que con otros autores) que van enriqueciendo su descubrimiento y acercamiento personal en lo concerniente al gusto ejemplificado en las canciones de Céline Dion para acabar admitiendo la evolución estilística y musical de la cantante, así como su acercamiento a determinados temas de su compatriota. Además, en la última parte del libro podemos leer la interesante crítica que hizo sobre la reedición del disco Let’s Talk About Love para la revista 33 1/3. En ella también podríamos plantear que los engranajes (de la industria discográfica) de cualquier interpretación no solo pasan por los productores y los artistas, sino que intervienen otros muchos profesionales, como los olvidados por Wilson: los compositores y los arreglistas, quienes saben perfectamente por qué, para qué y para quién componen.
Al final este libro me sirvió para (re)plantearme cuestiones en relación a una serie de temas y me quedo con la reflexión que pueda surgir con la siguiente cita del filósofo Boris Groys: «hoy no es el observador quien juzga la obra de arte, sino la obra de arte la que juzga -y a menudo condena- a su público».
Durante semanas nos inundan con mensajes e imágenes sobre la Navidad y su significado, en el que cobra una especial relevancia el amor, la fraternidad y los compromisos sociales. También los villancicos navideños de diferentes estilos musicales nos acompañan durante estas señaladas fechas, desde los más tradicionales como Los peces en el río a versiones de lo más dispares. A muchas personas les gusta esta época del año pero a otras muchas no por diversos motivos como pueden ser su cada vez mayor espíritu consumista, la ausencia de personas importantes o simplemente la saturación de los tipos de mensajes mencionados.
Leí recientemente en unartículo de Diario16 que todas las canciones sobre la Navidad «hablaban de magia, ilusión y felicidad». Dejando a un lado que las generalizaciones suelen llevar a terrenos peligrosos, no comparto esa opinión porque hay grupos que aprovechando los tradicionales villancicos crearon otros que siguen una línea muy diferente a través de la cual hacen críticas sociales, como Soziedad Alkoholika que en 1999 hizo un tema muy crítico llamadoFeliz Falsedad, Ska-P con suVillancico o K.O. con su Qué asco de Navidad. Algunas de sus características son el sonido más potente, las letras reivindicativas y la mención directa a una época del año donde, según la letra de las canciones, la hipocresía luce con más brillo. Desde luego no son los típicos villancicos aunque estén basados en ellos.
Sin embargo, también hay otro tipo de villancicos que utilizan el humor como base. De hecho, hace unos días apareció una nueva canción navideña: Falaz Navidad, creada por el cantautor Víctor Lemes e interpretada por la actriz Antonia San Juan, quienes utilizando la sátira y el humor también hacen una crítica de la sociedad -como ya hicieron con el tema Hater Hater– y más concretamente de la pequeña/gran sociedad que es una familia. Parece que ha habido un cierto revuelo por el tema que tratan pero permítanme decirles que al lado de las canciones anteriores, el contenido de esta me parece bastante light. ¿O acaso ha sorprendido que hayan hablado sobre un tema en parte tabú como son las relaciones familiares en estas fiestas?
En el vídeo comenzamos viendo una familia idílica como la que nos venden en los anuncios pero en cuanto el personaje de Antonia San Juan aparece vestida de rojo (aparentemente un color muy acorde a las cenas en estas celebraciones), comienza a desarrollarse esa falsedad que da título a la canción y ella se ve en la obligación de saludar cordialmente a gente que no soporta. Se desarrolla una cena como todos los años anteriores, con los mismos invitados, conversaciones y clichés, donde hay que mantenerse cordial aunque se toquen temas que son motivo de discusión como la política o las propias relaciones personales, ya que este tipo de reuniones sirven como base para largas conversaciones a lo largo del año sobre lo que sucedió y lo que no, y las posteriores relaciones (o no) entre los miembros de esa familia.
Lo que sucede es que esta mujer rubia vestida de rojo (símbolo del poder, la pasión, la acción, la sangre,… En definitiva, las pasiones) encarna la tentación y se fija en un joven invitado, aparentemente pareja de una pariente, al que desnuda con la mirada y nos deja claro que le desea. Otro tema poco tratado actualmente y que aquí también se refleja es el de las relaciones de mujeres con hombres más jóvenes. A esto hay que sumarle cuando ella le intenta seducir a su manera delante de todos los presentes mientras se hacen una foto para inmortalizar lo feliz que está siendo esa familia de 13 miembros, cuya díscola componente central no está dispuesta a acatar las aparentes normas preestablecidas e ignora los dedos acusadores y a todos los asistentes que parecen pedirle explicaciones en la foto que hacen que muestra la realidad de esta familia.
He de reconocer que viendo esta parte final sonreí ante la audacia que parece haber pasado desapercibida pero no para alguien que haya contemplado muchas obras de arte. Porque el final de este vídeo representa La última cena de Leonardo da Vinci, una obra maestra no solo del Renacimiento, sino del arte universal. Una manera de meter de nuevo en este vídeo el tema de lo sacro y lo profano en una celebración familiar. Es una alegoría a la última cena de esta familia, tanto la de la canción que nos ocupa como la del cuadro, en la que la figura central se mantiene impasible y en paz vestida de rojo -aunque en la canción sea una mujer quien parece adoptar a su vez la personalidad de Judas pero en esta ocasión traicionando a un familiar-, mientras el resto de parientes adoptan exactamente las mismas posturas que los apóstoles en aquella santa cena que acabó siendo tan dramática por la traición de uno de aquellos miembros a Jesús. Como en el cuadro, aquí los personajes aparecen agrupados en cuatro grupos de tres y poner en la parte central a «la traidora» representa todo un cúmulo de mensajes.
Todo ello nos muestra que cualquier tipo de canción puede servir para añadirle significados que en un principio no tenían asociados y en estos casos concretos una feliz o falaz Navidad depende del contenido de la letra de dichas canciones.
Con Phil Collins me sucede como con el actor Robin Williams,con quien por cierto pudo trabajar en la película Hook (1991) de Steven Spielberg: me transmiten una gran afabilidad a través de su semblante y su mirada. Mediante su autobiografía Aún no estoy muerto (octubre de 2016), Collins se nos acerca con esa expresión y un título un tanto inquietante. Sin embargo, suelo leer las autobiografías de cualquier personaje con una trayectoria pública con escepticismo, no en vano en más de una ocasión me encontré con el mero ensalzamiento de dicha persona y poco más.
Personalmente tengo una serie de imágenes, o más bien músicas, asociadas a este polifacético intérprete. La primera corresponde a la banda sonora de la canción principal de Tarzán (1999), con cuyo tema You’ll Be in My Heart ganó un Oscar, y de ahí en adelante toda una serie de canciones que me acompañaron a través de diversas emisoras como la MTV cuando todavía era una cadena de vídeos musicales. Mi sorpresa fue mayúscula cuando siendo más mayor descubrí a ese señor que cantaba con una voz cálida y que se acompañaba del piano, tocando en un concierto la batería como un auténtico virtuoso. Y es con este gran instrumento con el que su vida estuvo relacionada con la música y así nos lo cuenta, desde su más tierna infancia a sus primeras experiencias con baterías creadas con diferentes materiales, su necesidad de tocar, cómo descubrió que además era capaz de componer y que después de una mala experiencia en el musical Oliver! en Londres por su cambio de voz, descubrió que -citando al autor- «no cantaba mal». Pero su relato no se basa solo en la cara amable y no escatima en contar los acontecimientos como sucedieron, que tal y como él mismo puntualiza, no tuvieron que ser exactamente así ni como los vivieron los demás, sino que es como él los recuerda. Por lo que conocemos su historia familiar y la relación con su padre que tanto le marcó y que hasta la fecha le supone motivos de reflexión como hijo y como padre.
Además, nos encontramos con un texto que es la radiografía de varias décadas de música y comenzamos conociendo las vicisitudes de un músico muy joven que está empezando, «el chico del final de la línea [de metro]», tiene talento, es un gran admirador de The Beatles y especialmente de George Harrison, y tiene que dedicarle muchas horas a su instrumento para mejorar y poder vivir de ello, ya que no todo fueron éxitos desde el principio, vivió grandes decepciones y una vez que consiguió entrar en el grupo de rock Genesis, aun congeniando muy bien con los miembros del grupo, deja claro las tensiones internas que hubo desde ese comienzo -donde la personalidad de Peter Gabriel les ayudó a darse más a conocer gracias a su voz y sus ideas, como la del disfraz de la señora Zorra (esto es, vestido de mujer y máscara de zorro) en un concierto en Dublín en la canción The Musical Box (1971) sin que los demás miembros supiesen que iba a aparecer así, lo que les supuso un gran éxito- y cuando los conciertos fueron un fracaso. La marcha de un artista como Peter Gabriel les llevó a una encrucijada y por aquella misma época Collins empezó a colaborar con el grupo Brand X, lo que conllevó que la prensa diera a Genesis por acabado. Sin embargo, consiguieron un nuevo cantante -a pesar de sus inseguridades- que dejó la batería para pasar a estar con el micrófono. De hecho, su inseguridad y su (casi) obsesión por el trabajo es una de las tónicas que al parecer le han acompañado toda su vida, dentro y fuera del escenario porque ha colaborado con muchos grupos y artistas como los anteriormente mencionados y otros como Eric Clapton, Robert Plant,… Porque además es productor y nos cuenta los entresijos de la producción de discos propios y ajenos, sus fallos y sus aciertos, lo cual es aplicable a su vida profesional y también la personal. Se trata de un hombre muy consciente de las críticas que se le hicieron a lo largo de toda su carrera en diferentes medios y por motivos de diversa índole pero un ejemplo de que él puede llegar a ser su peor crítico lo tenemos con el mega concierto Live Aid realizado en el estadio Wembley de Londres (mítico por acoger conciertos muy importantes de grandes bandas como Queen), y en Filadelfia el 13 de julio de 1985, ya que ese día tocó en ambos continentes con todo lo que eso conlleva y supuso una gran hazaña que tuvo sus consecuencias en la calidad de las interpretaciones -y un reaparecer con Led Zeppelin gracias al parecer a un malentendido- aunque huelga decir que no fue el único y los demás artistas no hicieron aquel viaje.
Durante décadas vivió en una espiral de ocupación constante -dentro de la que volvió a actuar, produjo, compuso, cantó y tocó- en la que se entremezcla la pasión, la devoción y la obligación rozando la adicción al trabajo. Es más, en ocasiones leyéndole tuve la sensación de que se ha juzgado con severidad en multitud de ocasiones y que se exigió a sí mismo el 200%, lo que le ocasionó no pocos problemas con sus (ex) esposas y el poder cuadrar su abarrotada agenda con las estancias/visitas de sus hijos quienes vivieron en diferentes países y continentes durante bastantes años. Pero hubo un punto de inflexión en su vida cuando teniendo algo más de cuarenta años conoció a una mujer bastante más joven que él en Suiza y se enamoró. Sopesó durante mucho tiempo lo que esto podía suponerle a nivel personal (estaba casado con su segunda mujer con quien tenía una hija) y profesional porque llevaba tiempo pensando en abandonar el estilo de vida de las grandes giras mundiales con Genesis y también el grupo. No es difícil imaginar la lluvia de críticas de aquella época. Hubo un gran escándalo en diferentes sectores por todo ello pero al fin pudo alcanzar la paz en un nuevo país con su nueva mujer. «Libertad», dice. Lo que sucede es que a estas alturas de su historia, el lector ya conoce un poco a este músico y sabe que libertad no es sinónimo de ociosidad, ya que creó una big band de jazz donde pudo colaborar con Tony Bennett (permítanme un inciso: por si no le conocen, les recomiendo sus sublimes discosDuets I y Duets II) y descubrió que tras décadas en el rock, las relaciones en este nuevo mundo musical eran un tanto más complicadas. Por si esto fuera poco, le surgió la oportunidad de trabajar con Disney primero en la banda sonora de la mencionada Tarzán -con su posterior musical en Broadway también compuesto por él- y más tarde en Hermano oso (2003), realizando ambos proyectos entre Suiza y Estados Unidos.
¿Se imaginan estar trabajando prácticamente sin descanso durante más de tres décadas a caballo entre varios continentes mientras desarrolla su carrera con su grupo y su carrera individual, con sus consiguientes giras además de compaginarlo con colaboraciones de diversa índole? Debe ser emocionante a la par que muy exigente y es precisamente ese ritmo el que le llevó a su cuerpo a decir basta. Creo que como músicos una de las peores cosas que nos pueden suceder es perder la audición -una de las muchas razones por las que admiro a Ludwig van Beethoven es que compuso su Novena sinfonía estando completamente sordo- y a él le sucedió perder de pronto la audición de uno de sus oídos, al igual que la sensibilidad en uno de sus brazos, cuya consecuencia fue que no pueda volver a tocar la batería. Estamos hablando de alguien que ante todo profesionalmente se considera batería. Esta es sin duda la parte más humana de todo su relato porque se desnuda aún más delante de millones de lectores -lo que no tiene que ser nada fácil- para mostrarnos a un hombre que de repente se encuentra con los huesos debilitados, diversas operaciones, con sus hijos muy lejos y un grandísimo problema con el alcoholismo que a punto estuvo de costarle la vida. Porque cuenta cómo fue su cruda realidad sin adornos y entiendo que no haya querido obviar ni un solo nombre de todas las personas que tanto le ayudaron durante aquellos años.
Este extenso texto es como tener una conversación mientras te tomas un café -bien cargado- con un amigo de toda la vida, solo que dicho «amigo» en este caso es Phil Collins. Tal es su proximidad y en realidad es ahí donde reside su éxito como transmisor de su mensaje. Saboreando este gran café pasé de estar muy interesada en cómo fue construyendo su faceta profesional a cómo consiguió mantener varias carreras a la vez -y por qué no admitirlo, con algún pasaje con demasiados nombres y otros en los que me hizo reír- para acabar quedándome con esa humanidad que desarrolló todavía más en la última parte de su relato.