25 años sin el talento de Freddie Mercury

25 años sin el talento de Freddie Mercury

El 24 de noviembre se conmemoró el veinticinco aniversario de la muerte de Freddie Mercury. Me llama la atención que muchas noticias se hayan centrado en los entresijos de su vida privada, su enfermedad y su muerte pero creo que no tanto en su faceta profesional que fue enorme. Probablemente si me preguntaran por «la gran voz masculina», diría su nombre. Pero él no era la mejor voz, sino que por encima de todo fue un gran artista que a su vez era el cantante y el líder de la banda de rock Queen, además de compositor, pianista y un personaje tremendamente carismático en el escenario y fuera de él.

Vayamos por partes pues. Su voz tenía una tesitura amplísima y su versatilidad le hacía poder cantar cualquier tema del estilo que quisiera, pasando del rock a por ejemplo hacer un dúo con una soprano como Montserrat Caballé en el tema Barcelona para las Olimpiadas celebradas en esa ciudad en 1992. La canción en sí tuvo su función pero, sin embargo, cuando se trata de una gran voz de ópera, no es tarea sencilla encajar y empastar otro tipo de voz con ella porque lo habitual es que la voz del cantante que no pertenece a ese género sea enmascarada por la voz del de ópera pero no es este el caso, sino que Mercury resultó ser un compañero ideal a la vez que sorprendente por su capacidad vocal y expresiva.

Él, como líder de su grupo Queen y también como artista en solitario, pasaba de levantar a todo un estadio con el tema We will rock you con una energía increíble -que ya de por sí anima a participar con el ritmo que marca la batería y el breve pero pegadizo estribillo- a tocar la fibra sensible a ese mismo público con una balada o una canción con una estructura inusual como Bohemian Rhapsody -con seis partes muy diferentes entre sí en cuanto a estilos y carácter- acompañándose al piano sin descansos ni números intermedios como es tan habitual en los conciertos de pop actuales. Cambiar tan fácilmente de todo tipo de registros es tremendamente complicado, aún más si se trata de un concierto multitudinario donde las debilidades interpretativas quedan tan expuestas. Esta es una de las razones principales por las que para este texto he elegido sobre todo vídeos de sus actuaciones en directo porque en ellas es donde se muestra a un artista tal cual es.

En cuanto a su faceta como pianista, tal vez no haya sido el mejor de la historia pero precisamente el día de tan señalada conmemoración vi un vídeo de un concierto en el que cantaba y tocaba el piano de pie y de pronto lo vi: su estilo era parecido al de Little Richard interpretando por ejemplo Tutti Frutti. Esa energía arrolladora que recorría su cuerpo y se marca en el brazo derecho cuando toca los acordes, recuerda esa tendencia en las interpretaciones musicales de hace siglos a hacerlo todo aún más difícil para incrementar el espectáculo y envolverlo en un halo virtuosístico. Porque eso era también Freddie Mercury, además de un auténtico showman, puro espectáculo en el escenario donde su expresividad era irradiada a través no solo de su portentosa voz, sino también de sus gestos habituales como el puño derecho alzado, esos movimientos enérgicos con el micrófono (rara vez vi a un artista desenvolverse de una manera semejante con el micro), paseos arriba y abajo, carreras, saltos,… No es de extrañar que podamos verle (prácticamente) en ropa interior en algunas partes de aquellas actuaciones -cómo olvidar los dos conciertos que ofrecieron en el estadio londinense de Wembley en 1986- porque el esfuerzo físico debía de ser enorme y a eso hay que sumarle el vigor interpretativo aunque se aprecie de lo más natural, lo cual le añade más valor a sus actuaciones.

Estas son algunas de las pinceladas de un cuadro que nos lleva a poder permitirnos el afirmar que Freddie Mercury fue un artista inigualable con un gran legado musical que podemos seguir disfrutando aunque él ya no esté, ya que su talento y su música perdurarán. The Show Must Go On.

La dualidad de The Hole Zero

La dualidad de The Hole Zero

The Hole Zero es la precuela de The Hole y The Hole 2, un multiespectáculo que se puede disfrutar en Madrid en el Teatro CalderónLos espectadores solemos comparar entre las diversas partes de una saga pero en este caso me remitiré solo a esta precuela porque fue la única que vi y para ello voy a romper con una de sus principales premisas: «Lo que pasa en The Hole, se queda en The Hole».

Uno de los aspectos más llamativos de este musical es la sensualidad y la sexualidad que se intuye en el título, en el atractivo de los artistas y la temática, lo cual se palpa nada más entrar al teatro pero si solo nos quedáramos con eso, meramente vislumbraríamos el agujero, no entraríamos de lleno en él.

The Hole Zero nos traslada a la Noche Vieja de 1979 de la mano de la MC (maestra de ceremonias) Mariola Fuentes -durante el mes de noviembre- y su antagonista en forma de conciencia o Conchi, quien resulta ser otro torbellino en el escenario, Noelia Pompa. Con ellas vivimos una época que deja atrás cuarenta años de dictadura en España y parece que está inmersa en la búsqueda de la libertad, así que desde nuestros asientos viajamos a Nueva York, al sin par Studio 54 que albergó a muchos artistas en boga en aquel entonces como Liza Minnelli, Donna Summer Andy Warhol y su séquito. Allí nos recibe La Diva, el espíritu de esta famosa discoteca encarnado en Marta Ribera quien acompaña sus sensuales movimientos con una voz cálida pero también potente y expresiva. Como en aquel local, no todo es tan glamuroso como en principio parece, ya que los escándalos en Studio 54 fueron habituales debido al consumo de drogas y a la libertad sexual a la que dio cabida y que aquí también se recrea a través de bailes, discursos, bromas,… Sin embargo, ese universo no solo recrea la luz del glamur, la fantasía, la fama, sino también su lado oscuro a través de la adicción a las drogas y uno de los números más expresivos es el solo de la bailarina María Hinojosa, quien interpreta a Lady Fifty Four, en unos intensos movimientos en un éxtasis del personaje necesitado de esa sustancia que la tiene atrapada.

Además, la combinación de luces (o su práctica ausencia en la llamativa actuación del príncipe africano Salomón, representado por Axe Peña) que nos envuelven en diferentes atmósferas nos adentran en cada uno de los números, los cuales necesitan mucha coordinación y resulta evidente el gran esfuerzo que han de realizar para llevarlos a cabo pero el resultado no es mecánico, sino que por encima de todo resalta la gran plasticidad que consiguen a través de actuaciones realmente intrépidas que en el caso de la rueda de la muerte nos llegó a poner el corazón en un puño en algún momento sumamente arriesgado.

Hay que destacar que sobre ese escenario aparecen grandes artistas de diversas especialidades, comenzando por el Duo Ballance cuya fuerza, equilibrio, coordinación y concentración entusiasmó al público. Desde aquella noche la melodía del número de la equilibrista/diosa egipcia Eliza Khachatryan -quien a varios metros de altura ejecuta unos pasos muy complicados en punta- me acompaña. Se trata de Lovin’ you (1975) de Minnie Riperton, ya que la banda sonora de este musical está bien seleccionada y es acorde a la época que retrata. Otro de los artistas que consiguió el clamor de los allí presentes fue el dios caballo -con una crin con los colores de la bandera del orgullo gay- Nacho Sánchez en un número aéreo espectacular y bello. Con las mismas cualidades nos encontramos con la actuación de Oleg Tatarynov, quien elevó la plasticidad a su máximo apogeo. 

Y la aparición de un «actor« singular en una apología de la libertad en relación al derecho de ser quien queramos y amar a quien consideremos: la rata Cristóbal. Aunque a la mujer que tenía al lado no le gustó en absoluto porque se levantó y se puso a gritar -parece que últimamente suelo acabar cerca de espectadores chillones-, momento que Mariola Fuentes utilizó para «criticar« su actitud mediante un espontáneo sentido del humor.

Este gran espectáculo resulta complicado de narrar y necesita un guion sólido que sirva de hilo conductor entre las diversas partes y es ahí donde este cabaret flaquea. Por otro lado, es un musical difícil de ejecutar por la variedad de artistas y especialidades que se llevan a cabo; el presentarnos las luces y las sombras de ese universo de manera que la historia tenga sentido; el unir el cabaret, el musical y el circo, además haciendo que el público participe, baile y se divierta. No es fácil desde luego pero lo consiguen. Es más, todos los artistas transmiten un buen ambiente y complicidad entre ellos que se nota sobre el escenario y favorece el espectáculo y el entretenimiento.

La controvertida «Norma» de Bellini en el Teatro Real

La controvertida «Norma» de Bellini en el Teatro Real

El sábado 29 de octubre tuvo lugar la séptima representación de la ópera Norma (1831) de Vincenzo Bellini en el Teatro Real. Esta gran obra del bel canto ha tardado más de cien años en regresar a este teatro para ser representada, por lo que la expectación era máxima, sobre todo en el aria Casta diva. Estuvo bajo la dirección de Roberto Abbado y de Davide Livermore en la dirección de escena.

Se trata de una ópera en dos actos ambientada en el mundo de los celtas de una región de la Galia en torno al año 50 a.C. que quiere conseguir su independencia del Imperio Romano tanto a nivel político como religioso y es ahí donde conocemos a la gran sacerdotisa Norma (representada por la soprano Maria Agresta), una líder espiritual y política para todo su pueblo que la tiene como un gran referente a todos los niveles y quien tiene en su poder convocarles para la guerra contra los romanos o mantener la paz. Como exigencia por pertenecer a la orden del dios Irminsul, todas sus sacerdotisas van vestidas de blanco, como también Adalgisa, debido a sus votos de castidad. Pero este ídolo femenino tiene pies de barro y guarda profundos secretos, ya que ama al procónsul romano Pollione (interpretado por el tenor Gregory Kunde) y tuvo dos hijos con él. Una alta traición en diferentes campos que es elevada al más alto nivel porque este hombre se ha enamorado de la sacerdotisa Adalgisa y quiere huir con ella traicionando a Norma y pretendiendo que la joven también la traicione como ha hecho con su orden y sus votos. Es en este punto donde los sentimientos se expanden porque Norma es pura controversia: amar u odiar, mantener la paz o ir a la guerra, matar a sus hijos o dejarles vivir, perdonar a su amiga o condenarla, salvarse o morir. Y es en el auge de ese conflicto donde esta mujer excepcional resurge en toda su grandeza para darle una lección a Pollione, a su pueblo e incluso a su mismo dios.

La historia de un amor prohibido es atractiva en una ópera y debido a que la ambientación principal es en el bosque sagrado de los druidas, se espera que esté muy bien representado. No obstante, durante toda la ópera hubo una especie de plataforma de color marrón con una escalinata que simulaba a la vez el templo, un tipo de árbol gigante que además servía de escondite y de pira funeraria. Todo en uno. Al menos lo dotaron de movimiento y reconozco que en ocasiones me recordó una especie de coche mecánico gigante teledirigido más propio en ocasiones de un concierto de rock que de una ópera. Porque la escenografía en general fue muy monótona, sin apenas cambios y con esa inmensidad en el escenario de forma casi perenne. Al menos aprovecharon el cuerpo de baile, esos seres del bosque prácticamente invisibles, en los árboles que surgían del cielo y en la mimetización con el gran árbol sagrado con una buena interpretación.

Sin embargo, tras un prometedor comienzo en el que intervienen esos seres divinos, se representa el famoso bosque con imágenes y niebla -la cual prácticamente no abandona la obra-, y donde se nos muestra a este pueblo celta hasta con antorchas pero ese fulgor se fue diluyendo poco a poco a lo largo de todo el primer acto y lamentablemente estuvo acompañado de grandes fallos. Los cantantes principales no tuvieron la mejor actuación de su carrera, sobre todo Agresta, pero hubiese sido de agradecer que hubieran acompañado su actuación precisamente de eso: actuación. Son personajes con un gran estatus social y político, por lo que sus gestos y movimientos debieran ser, a mi entender, majestuosos y en ciertos momentos hasta hieráticos pero no prácticamente todo el tiempo, máxime cuando se interpretan esos momentos trascendentales para la trama en los dúos. En contraposición Karine Deshayes, que le dio vida a Adalgisa, fue sumamente expresiva hasta en sus gestos faciales. En cuanto a las interpretaciones vocales en sí, no fue la noche de Agresta que interpretó la famosa aria Casta diva con todo el coro acompañando sus palabras, una atmósfera nocturna bien lograda con la luna con su divina presencia que iluminaba el acto pero con un manto que no me transmitió demasiado cuando es una pieza sumamente expresiva. De hecho, la soprano a lo largo de la obra pasó algunos apuros de afinación, de empaste con la orquesta (también hubo algunos descontroles del volumen de esta que en ocasiones no permitió escuchar a los cantantes) y hasta un momento de gran descoordinación entre la cantante y la orquesta en el primer acto.

Tras el descanso, el segundo acto fue mejor que el primero -lo cual calmó los nervios de algunos asistentes- y aunque hubo algún que otro error, el resultado fue mucho mejor que en la primera parte, gracias en parte a ese apoteósico y dramático final donde precisamente uno de los puntos a destacar fue la actuación del coro, ya que le dio empaque, solemnidad, fuerza y presencia a las escenas en las que apareció, a la cabeza de Michele Pertusi como Oroveso, jefe de los druidas y padre de Norma.

En esta ocasión voy a destacar un acontecimiento que sucedió fuera del escenario porque entre el público hubo quejas debido a esta representación pero lo realmente lamentable fue cuando a medida que iba transcurriendo el primer acto un hombre del patio de butacas iba abucheando cada vez con más fuerza al final de cada número, hasta que al acabar el primer acto abucheó más todavía, dio patadas muy fuertes en el suelo y le gritó «asesino» al director. He de decir que asistí a muchos actos y representaciones y es la primera vez que viví una actuación tan bochornosa y lamentable por parte de alguien del público. Se puede estar disconforme e incluso hasta enfadado por la mala actuación y la escenografía pero no hay que olvidar que tras cada actuación hay profesionales que pueden tener un mal día -como cualquiera- y, aún más, para llevar a cabo todo eso hay que dedicarle muchas horas de trabajo y estudio. Existen diversas maneras de protestar sin insultar de esa manera. Lo mínimo es tener respeto y educación hacia los que allí estaban trabajando y a los asistentes.

Knockin’ on (traditional?) Heaven’s Doors y la moda de criticar a Bob Dylan

Knockin’ on (traditional?) Heaven’s Doors y la moda de criticar a Bob Dylan

Escribir sobre Bob Dylan se ha convertido en sí en una moda porque o bien se le critica duramente o se intenta hacer ver el valor de su trabajo, todo ello desde hace unas semanas cuando la Svenska Akademien (Academia Sueca) de los Premios Nobel anunciaba los galardonados de este año y desde el primer minuto cobró una especial relevancia uno de ellos: «El Premio Nobel en Literatura 2016. Bob Dylan. Por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana».

Con estas palabras se desató la denominada polémica: si se debería haber seleccionado otro ganador que fuese mejor, por qué se le ha concedido al músico, qué nuevas implicaciones puede conllevar,… Por otro lado, cabría plantearse toda una diatriba de consecuencias relacionadas con concederle este reconocimiento a otro literato, pero demasiado a menudo caemos en brazos de subjetividades personales y culturales. Hace pocos días Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura en 2010, explicó en un foro mucho más serio que las revistas del corazón que no debería concedérsele tal galardón a un cantante. Creo que una de las afirmaciones que más me han sorprendido fue que habría que plantearse la nueva conexión entre la poesía y la música porque pareció como si de pronto algunos hubieran olvidado el presente tan globalizador en el que vivimos y a la vez también un pasado muy lejano. Es más, considero que no habría que plantearse por qué le han concedido el Premio Nobel a Bob Dylan, sino ¿por qué no habrían de dárselo? ¿O acaso es que no es tanto el hecho de premiar a Dylan como el valorar el arte popular al mismo nivel que el designado culto? Más de cuarenta años después de su creación, tal vez más que en épocas anteriores, seguimos Knockin’ on Heaven’s Door.

Para ello vamos a realizar un breve viaje en el tiempo, ya que desde la antigüedad se han acompañado las canciones principalmente con instrumentos de cuerda como en la antigua Grecia de la que heredamos tanto y en donde se consideraba que poeta era aquel hombre que componía la letra y la música de una de estas obras. Era común que un cantor se acompañara de la lira dando lugar a la creación de la poesía lírica que predominó sobre todo en los siglos VII-VI a.C. Con el paso del tiempo, la influencia griega pasó a lo largo de los siglos por Europa con los trovadores y sus coetáneos de otras zonas, que eran los poetas modernos de aquel entonces, y los juglares quienes los interpretaban. En un artículo reciente se hizo referencia -citando supuestamente unas palabras del poeta Allen Ginsberg– a que Dylan es un juglar pero no es así, es un trovador porque es un poeta. Así, pues, tenemos que Dylan compone sus letras y su música acompañándose generalmente de la guitarra y también suele aparecer tocando la armónica. Durante estos días se le denominó como músico o cantante pero, sin embargo, es un poeta en el sentido clásico o tradicional del término.

Además se hizo mención a su faceta inicial en la canción protesta (en aquel texto el término aparecía entrecomillado) y la posible vinculación política entre la concesión de este premio y la supuesta propaganda que conllevaría para que Donald Trump no alcance la presidencia en Estados Unidos. Probablemente haya que recordar y destacar esa faceta de Dylan pero también la de otros artistas como por ejemplo Pete Seeger o Woody Guthrie, o con otras figuras que vivieron auténticas tensiones políticas y miliares como la del chileno Víctor Jara.

En tono sarcástico se ha escrito que tal vez haya que empezar a comprar libros con las letras de Dylan en lugar de escucharlas en sus discos. Pues bien, el estudio de su música y de sus letras es objeto de estudio en universidades de diferentes rincones del planeta desde hace años, incluidas universidades españolas donde se han defendido tesis sobre este artista, aunque donde más se le ha estudiado es en su país y probablemente se convierta en un objeto de estudio aún más atrayente con este importante premio. Además, la Academia Sueca ha destacado todos sus trabajos, no solo su discografía. También leí referencias mordaces sobre que esta institución no tuvo en cuenta la única obra en prosa de Dylan que fue un fracaso en ventas. No recuerdo el nombre del autor pero sí que pensé que es raro encontrar un personaje al que se le recuerda por su excepcional trabajo pero que en algún momento de su carrera no haya tenido fracasos porque incluso conocemos casos en los que el artista en cuestión murió sin conocer las mieles del éxito, como Vincent Van Gogh. Que Dylan tuviera un fracaso -es de suponer que ese libro será éxito de ventas en breve, si no lo es ya- parece casi anecdótico porque su carrera está llena de trabajos memorables y giras, de hecho sigue con ellas -si bien también hay detractores sobre la calidad de sus actuaciones en los últimos tiempos- porque es un artista que sigue en activo a sus 75 años Like a Rolling Stone.

Víctor Jara, el poeta revolucionario chileno

Víctor Jara, el poeta revolucionario chileno

El 16 de septiembre es el aniversario del asesinato de Víctor Jara (1932-1973) y he querido rendirle este pequeño homenaje, lo que además coincide con las diversas conmemoraciones que hacen durante este mes desde la Fundación Víctor Jara bajo el lema «Septiembre, Víctor en la memoria«.

Hablar sobre una personalidad que abarcó tantas facetas interrelacionadas no es tarea sencilla -algo que constaté con mi Trabajo Fin de Máster sobre él y su obra-, aun así intentaré explicar con algunos ejemplos por qué este poeta me atrae tanto.

Víctor Jara fue uno de los cantautores latinoamericanos más importantes y que mayor proyección ha tenido porque fue uno de los creadores de la Nueva Canción Chilena. Aquí destacaré que también fue profesor de teatro en la Universidad de Chile y director artístico de grupos chilenos como Cuncumén y Quilapayún. Polifacético, como dije.

En el desarrollo de su música fueron importantes las influencias de la música folklórica chilena -apreciables a nivel visual a través de su característico Poncho embravecido-, los temas históricos que vivió, la situación social de determinadas clases sociales como la indígena que por aquel entonces no tenían derechos y vivían en situaciones deplorables en la mayoría de los casos, así como su ideología de izquierdas y los artistas que conoció y con los que colaboró, como su «maestra» Violeta Parra.

Lo que sucede con la figura de Jara y con su legado es que la visión que se ha tenido de él ha dependido de la situación política de su país y podemos determinar tres períodos diferentes relacionados con el momento histórico y político que se vivió en Chile:

  • El primero corresponde a la vida de Jara porque denunció las carencias y desigualdades que existían en su país. A nivel político se involucró en la cuarta campaña de Salvador Allende para ser presidente, estuvo afiliado al Partido Comunista de Chile y fue nombrado Embajador Cultural del Gobierno de la Unidad Popular. Por todo esto el día del Golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973, fue arrestado, torturado -entre otras abominaciones le destrozaron las manos- y asesinado. Aunque este hecho fue denunciado y repudiado a nivel internacional, no impidió que determinados artistas extranjeros, alguno español, cantaran tan solo unas semanas más tarde en ese estadio que albergó semejante genocidio. De vez en cuando aparece en los medios alguna noticia sobre el proceso judicial contra sus presuntos asesinos.
  • Hasta el fin de la dictadura de Augusto Pinochet, en 1990, determinados artistas y sus obras estuvieron prohibidos incluyéndose en las listas negras, por lo que dejaron de escucharse en la radio y en la televisión y sus discos no estuvieron a la venta, por lo que tuvieron que ser publicados en otros países, sobre todo en Europa.
  • Desde 1990 y coincidiendo con la instauración de la democracia en Chile se ha producido una (re)contextualización de su figura y su música tratando de recuperar y divulgar su obra.

Una de las atractivas características de Jara es que fue un artista cercano al pueblo y el medio principal con el que lo consiguió fue la canción popular para lo cual utilizó instrumentos folklóricos y en sus canciones habló sobre los acontecimientos históricos de esa época, algo que en general era afín a la población. Tampoco fue ajeno a otra de las temáticas de la Nueva Canción Chilena como fue la religiosa porque -además de por cuestiones personales que de joven le llevaron a ingresar en el seminario de san Bernardo– a través de la canción protesta se trató de cambiar el pensamiento de la sociedad y uno de los temas que utilizaron fue la crítica a la Iglesia cuyo poder estaba asociado a los regímenes dictatoriales y opresores del que unas pocas clases sociales se beneficiaban. Precisamente en relación a este tema, uno de los álbumes que destaco es Pongo en tus manos abiertas (1969) y dentro de este una serie de temas como Plegaria a un labrador donde le puso voz a un campesino entremezclando lo sacro y lo profano; también la Zamba del Che porque la victoria de Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara en Cuba supuso una gran influencia a nivel cultural, así como el asesinato del Che en Bolivia.

Pero como no todo estaba relacionado con temas profundos y serios, en varias de sus canciones dejó plasmado su buen humor, como es el caso de La beata -donde aparece el tema religioso de una manera muy distinta-, cuya primera versión la hizo en 1966 y la segunda en 1973 y en las que a ritmo de polca queda claro que «a la beata le gustaba con el fraile la cuestión». Escuchando este tema no es de extrañar que titulara a ese álbum Canto por travesura. Recopilación de cantos folklóricos y tampoco que la Iglesia Católica lo censurara.

Y con este humor suyo A Cochabamba me voy parafraseando a este poeta sobre un tema, por desgracia, actual: «Que los derechos humanos los violan en tantas partes».