En una librería del centro de una ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme, me encontré con una novedad que me llamó la atención por el original y divertido dibujo de su portada -de la mano de Elsa Suárez Girard– y por su llamativo título: Jazz para el asesino del hacha (2016), de Ray Celestin. A priori me pareció una manera muy diferente de acercar al lector al bohemio universo de Nueva Orleans a principios del siglo XX pero uno de los aspectos más llamativos es que este libro se basa en un hecho real acaecido en 1919, ya que un asesino en serie aterrorizó en una de las capitales del jazz durante aquella época.
Comenzar una novela en la que se cita al gran Louis Armstrong me abrió un mundo de sensaciones muy prometedoras. ¿Permanecerían con el pasar de las páginas? Según avanza la narración, el autor nos va descubriendo diferentes mundos en una misma ciudad, los cuales están divididos no solo por los diferentes barrios caracterizados por la procedencia y/o la raza de sus habitantes, sino también por la moralidad de los personajes que viven en ellos, lo que incluye sus penurias, la discriminación y la segregación. El detalle con el que se nos describe cada una de las escenas, nos lleva a recorrer cada uno de esos distritos con sus peculiares características, donde destaca la sobriedad -meramente musical- relacionada con las investigaciones sobre todo policiales frente al entusiasmo de las diferentes celebraciones que recorren la ciudad a manos de las bandas de jazz y sus intérpretes negros. El hilo conductor son los crímenes cometidos por un asesino que es capaz de burlarse de todos para realizar sus homicidios y que trae de cabeza a toda la población, a los expertos y a los investigadores aficionados, y que además tiene el descaro de desafiar a todos los habitantes: o hacen lo que dice, o habrá más muertes.
Sin embargo, la expectativa por conocer la figura del niño y joven adulto Lewis Armstrong y sus inicios musicales -así como la dureza que vivió durante aquellos años, lo cual en general coincide con lo contado en las biografías sobre el músico-, decae pronto porque se centra en las diferentes investigaciones que se hicieron para capturar al asesino del hacha -como si de un primigenio Criminal Minds (Mentes Criminales) se tratara- y su figura pasa casi desapercibida en determinados pasajes del relato.
En la primera parte de la novela, nos encontramos con una narración pausada, tal vez en exceso en determinados pasajes, y llena de melancolía como la melodía de un blues que acompaña la decadencia latente de esta ciudad que parece que conoció tiempos mejores y cuyo declive aparece representado en el antiguamente bullicioso distrito de Storyville. Además, uno de los personajes principales, tal vez el más interesante de todos en esta sección, es precisamente el omnipresente a la par que ausente asesino, si exceptuamos sus brutales crímenes.
Sin embargo, en la segunda parte el ritmo de la narración cambia, los personajes evolucionan, sus destinos se van viendo entrelazados en aparentes casualidades y los misterios alrededor de este peculiar homicida se van desentrañando, a la vez que se empiezan a descubrir los secretos del resto de los personajes.
Este libro hace un recorrido histórico por una ciudad con (en)canto -de sirena en muchas ocasiones- de la mano de un personaje cuanto menos peculiar a la vez que brutal con un buen gusto ineludible, ya que adora la música jazz y es capaz de imponerla a todos los habitantes de esa ecléctica ciudad. A través de su peculiar orden conoceremos los entresijos y desigualdades de cada rincón de una Nueva Orleans de principios del siglo XX de la mano de una serie de personajes que descubren sus fortalezas y debilidades por el lugar donde viven y las dificultades a las que deben hacer frente en parte por esta ciudad y por las condiciones establecidas en aquella sociedad.
En relación al título, aunque hace referencia a la exigencia de este peculiar criminal, la música no es una de las narradoras de la historia, lo cual es decepcionante, ya que como en el propio texto se recalca: «(…) En Nueva Orleans a todo lo acompañaba la música (…). Era como si los habitantes no estuvieran contentos si no entonaban algún tipo de canción». ¿Tal vez al propio autor se le olvidaron sus palabras y la historia de la ciudad? Parece que en parte de la narración así es pero sobre todo en la noche impuesta por el asesino del hacha, la situación cambia y asistimos a innumerables fiestas donde la música y el alcohol fluyen a partes iguales.
En cualquier caso, se trata de una novela en la que se aborda un tema histórico no demasiado común y desde diferentes perspectivas, lo cual hace que se pueda entender mejor la sociedad creada tanto la de aquella época como la del propio texto.
Solo una recomendación: escuchen la -más bien escasa- banda sonora a medida que va apareciendo en el relato.
El estival es la época del año en la que tienen cabida una mayor cantidad de festivales de música y una de las ventajas que aportan estos eventos es que permiten al público conocer grupos y artistas que no suelen aparecer en las emisoras más comerciales, sobre todo cuando dichos eventos acercan la música que se interpreta en diversos lugares del mundo y que además tiene una conexión con su folklore.Tal es el caso del 5th World Music Festival que se celebró en Praga del 24 al 29 de agosto.
Pasear por esa bella ciudad y encontrarte con un festival con música diferente a la que se suele escuchar -y tan distinta a su vez entre la interpretada por unos participantes y por otros, cuyo rango de edad además era bastante amplio- es una auténtica delicia, sobre todo si quienes tocan son los componentes de grupos de culturas y músicas no tan usuales en la música occidental.En este festival hubo un ejemplo con el grupo V1MAST, formado por el (multi)instrumentista y cantante Viza K. Mahasa y el percusionista Vais Randi.
Se trata de un grupo de un país tan lejano como la República de Indonesia y se caracterizan por hacer una mezcla de estilos entre el pop-rock, la música electrónica y la música folklórica de su país. Aquí habría que recordar las sabias palabras de Wim Mertens que hace poco se recogieron en una entrevista: «Encontrar tu propia voz significa evitar la división obsesiva entre géneros de la música actual». Desde hace mucho tiempo se han fusionado estilos y tendencias pero ¿qué sucede cuando se aúnan músicas tan dispares para interpretarlas en un país con una tradición musical clásica y popular tan contrastante? Pues bien, ellos tocaron el día 25 y el 26 de agosto pero en este caso nos vamos a referir a la primera de sus actuaciones.
Una de las características de este conjunto es la energía y el buen ambiente que desprenden desde el escenario y la continua preocupación por implicar al público para que disfruten del concierto, lo cual consiguieron con ayuda de sus pegadizas melodías- algunas de las cuales, como Kurikulum Hatimu, no consigo sacarme de la cabeza desde que las escuché- y el singular acompañamiento que utilizan, ya que además del ordenador, la batería, y la guitarra eléctrica, combinan sus canciones con gamelán, angklung y sape dayak, los cuales hicieron las delicias del público asistente y de una servidora por sus formas y sus peculiares sonidos. Combinados con los instrumentos anteriormente mencionados da como resultado una textura singular pero, no obstante, bien empastada y le aporta un color inusual a canciones del estilo pop-rock.
Sin embargo, no todo fue alegría constante porque también hubo momentos más tranquilos propicios para la reflexión a través de canciones que hablan sobre los más vulnerables, esto es, los niños, como en la canción Race for Survival, obra compuesta por y para la carrera anual que realiza Save the Children. Además hubo guiños políticos por la libertad de su país, algo que muchos de los asistentes compartieron aunque fuesen de otras nacionalidades y lo cual provocó aplausos entre los espectadores mientras Viza mostró orgulloso la bandera de su país.
Fue un concierto divertido, un tanto inusual y que dejó un buen sabor de boca por la energía y la vitalidad de los integrantes de este grupo. Ojalá todos los artistas tuvieran tanto nivel de implicación en todos los sentidos.
Con motivo de la conmemoración del inicio de la Guerra Civil española estos días, vamos a hablar de los represaliados, sobre todo de uno de los grupos de población más castigados durante la posguerra: las mujeres.
El 22 de agosto de 1939 se acordó el Pacto de No-Agresión germano-soviético y el 3 de septiembre cuando atacó Alemania a Polonia, estalló la Segunda Guerra Mundial y el nuevo Gobiernode Francisco Franco declaró la neutralidad de España. Este Gobierno (auto)denominado «de la Paz» fue reorganizado el 9 de agosto de 1939 y fue testigo de la inanición de muchos españoles durante los años de la posguerra -según diferentes fuentes, serían alrededor de 30.000 personas las que murieron de hambre aunque no descartan que fuesen aún más- y que se vio acrecentado por el racionamiento de los alimentos con las famosas cartillas pero desde el principio el Régimen intentó dar una sensación de normalidad restaurando la vida cotidiana y las diversas instituciones.
Hasta entonces las mujeres habían ganado una serie de derechos durante la II República que se abolieron al finalizar la guerra y se las delimitó a roles tradicionales en el ámbito del hogar, cuyas funciones principales fueron los quehaceres de la casa y el criar a sus hijos. Según diversos autores, uno de los peores períodos fue el que abarcó desde 1939 a 1945. Durante esta época, también en años posteriores, se les desposeyó de todas sus pertenencias a miles de personas del bando republicano y se realizó una purga que se basó en el encarcelamiento -con condenas de cadena perpetua o de treinta años de prisión, que vendría a ser similar- y/o el asesinato, sobre todo a través de la «saca» por las noches que acababa con los detenidos muertos en las cunetas. Una de las cárceles más conocidas fue la Prisión de Mujeres de Las Ventas en Madrid -que fue una institución que debía albergar a cientos de mujeres pero que en realidad retuvo a miles de ellas en las condiciones inhumanas en las que vivía hacinadas- y donde también se realizó dicha práctica nocturna y algunas de las víctimas más conocidas fueron las Trece Rosas, quienes fueron jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y los 29 años que fueron torturadas y ejecutadas.
Por si esto fuera poco, además fueron sometidos a humillaciones públicas, que en el caso de las mujeres consistió, entre otras formas, en darles aceite de ricino para hacer de vientre mientras las paseaban por las calles; cortarles y raparles el pelo, lo cual fue una práctica común en los diferentes países europeos en guerra en aquellas décadas, y fue una manera de marcarlas para que todo el mundo supiera cuál era su vergüenza y su culpa-; y agresiones sexuales.
No bastaba con haber vencido al enemigo, había que hacerlo desaparecer con la exterminación -desaparición en miles de casos sobre todo por la «saca»- para someter al resto mediante la represión.
Además, las mujeres pasaron a depender completamente del hombre de la familia pero en el caso de estas mujeres, se encontraron con que sus padres, hermanos o maridos estaban muertos o encarcelados, por lo que su vida cotidiana fue aún más dura si cabe y en muchos casos ellas pasaron a ser la cabeza de familia debido a esta desestructuración familiar abrupta, con las connotaciones sociales que por aquel entonces conllevaba por haber tenido a los hombres de su linaje en el bando republicano. Esta nueva situación en muchas ocasiones desembocó en la necesidad de dejar a los hijos a cuidado de otros familiares o conocidos por no poder mantenerlos o que los niños tuvieran que ponerse a trabajar siendo todavía muy pequeños. Es destacable también el aumento de la prostitución -y por ende de las enfermedades venéreas- durante varias décadas, ya que bastantes mujeres no encontraron otra manera de obtener su sustento. Esto no pasó inadvertido para el Régimen que en 1941 creó una institución específica para aquellas que se ganaban así la vida: Prisiones Especiales para Mujeres Caídas.
Estas son solo algunos de los datos referentes a este tema tan duro y cruento de la historia de España, ya que se ha estudiado mucho sobre la Guerra Civil y la posguerra, sobre todo en las últimas décadas pero, aun así, todavía queda bastante por investigar y dar a conocer.
Vamos a bajar un poco las temperaturas veraniegas hablando de un vídeoque Greenpeace publicó el 19 de junio de 2016 por su campaña ‘Save the Arctic‘ (Salvemos el Ártico).
Se trata de un vídeo tremendamente original, no solo por la manera de concienciarnos sobre el deshielo en el Ártico y la necesidad de proteger este gran espacio, sino también porque para hacerlo crearon una performance con la naturaleza en su más absoluta belleza en decadencia como maravilloso fondo visual y sonoro. El compositor y pianista italiano Ludovico Einaudi fue el encargado de interpretar en un piano Steinway sobre una plataforma flotante -la cual simula un iceberg porque cuando llegaron a esa zona comprobaron que no había hielo y tuvieron que modificar la idea original que consistía en tocar sobre un bloque de hielo- la obra que compuso para tal ocasión, esto es, Elegy for the Arctic (Elegía por el Ártico), frente al glaciar Wahlenbergbreen (en Svalbard, Noruega).
El efecto conseguido es extraordinario, sobre todo si tenemos en cuenta las condiciones en las que se realizó la grabación, lo que incluye la dificultad de interpretar una obra con semejante frío y el probable acondicionamiento también del piano para soportar tales temperaturas. Aun así, el sonido es bastante bueno, gracias al piano que dota a la interpretación de un timbre extraordinario pero en gran parte es debido a la acústica proporcionada por el glaciar.
La obra en sí no entraña una gran dificultad en su ejecución pero consigue el objetivo perseguido: dotar a este vídeo de una banda sonora emotiva incrementada por el tempo de la obra y el ostinato que además le otorga un efecto reflexivo que se ve incrementado por los primeros planos de grandes bloques de hielo, sobre todo cuando en el desarrollo de la composición se ve y se escucha cómo un trozo de glaciar cae al agua y es tal el estruendo que produce que el pianista tiene que parar de tocar porque no se escucha la música, aunque continúa después de esto, dotándolo de esta manera de un efecto sobrecogedor.
Al finalizar, Einaudi realiza algo que es necesario cuando se termina de interpretar una obra: el gesto de deslizar los dedos sobre el teclado lentamente hasta las piernas en un acto de recogimiento donde el silencio se hace imprescindible. Ese tipo de momentos después de tocar son de absoluta quietud, los cuales sirven para asimilar y recapacitar sobre lo que se acaba de escuchar, momento que aquí es aprovechado para aumentar el volumen del sonido del agua que choca contra la plataforma y para que aparezca el mensaje de Greenpeace para salvar el Ártico.
Se trata de una manera más de utilizar la música, en este caso la música clásica, en un lugar único y espectacular en pos de una causa que conciencie tanto a la población como a organismos internacionales -baste recordar el concierto realizado hace tan solo unas semanas por la orquesta sinfónica del Teatro Mariinsky de San Petersburgo en el teatro romano de Palmira (Siria)- donde el paisaje sonoro aparece representado en todo su esplendor pero a su vez, como en esta singular interpretación, en toda su decadencia, lo que causa un efecto sobrecogedor en el espectador que escucha cómo la naturaleza se está descomponiendo en ese preciso instante.
La pregunta que cabe plantearnos es ¿cuál será la siguiente performance en plena naturaleza?
El Teatro Real acoge hasta junio, en colaboración con la Opéra National de Paris, la obra Moses und Aron de Arnold Schönberg, la cual fue estrenada en el Stadttheater de Zúrich el 6 de junio de 1957. En esta ocasión nos vamos a referir a la representación que tuvo lugar el 28 de mayo.
Schönberg compuso el libreto y la música de la ópera en tres actos Moses und Aron basándose en los capítulos 3, 4 y 32 del libro del Éxodo. Para ello, empleó treinta años: los dos primeros actos los creó entre mayo de 1930 y marzo de 1932, y el tercer acto, que no llegó a terminar, le llevó dos décadas. Solo dejó escrito el libreto y, por tanto, la obra finaliza cuando Moisés exclama «O Wort, du Wort, das mir fehlt!» («¡O palabra, tú palabra, que me faltas!»). Curiosamente, es precisamente ese tercer acto, con esa oración, el que parece darle cohesión a toda la obra. Además, el propio compositor aludió a la semejanza entre esta obra y su propia historia personal, relacionando el misticismo religioso de ambas.
Uno de los aspectos más destacables es la gran dirección de Lothar Koenigs quien consigue dotar de un vibrante sonido a esta partitura del compositor austríaco mediante un buen equilibrio tímbrico orquestal y del coro del Teatro Real, cuyo sonido envuelve al público de todo el teatro tanto en los fortísimos como en los susurros aprovechando de manera inteligente la acústica de la sala.
Se nos presenta un primer acto que comienza tras una pantalla que permite dilucidar lo que ocurre mientras el pueblo judío aparece esclavizado detrás de ella, tras lo cual se da paso a una serie de debates personales, internos, grupales e ideológicos en los que el pueblo deambula, sobre todo tras los cuarenta días en los que Moses desaparece y sin él, sin el hombre que trae la palabra de Dios, se encuentran absolutamente perdidos en diferentes desiertos.
Sin duda esta versión de Moses und Aron no es fácil de entender porque no solo se basa en la historia bíblica al uso y como el propio Schönberg afirmó en diversas cartas, parte de su vida se ve reflejada en esta obra. Se trata de una apuesta arriesgada por parte de Romeo Castellucci -quien es el director de escena, escenógrafo, figurinista e iluminador- quien trabaja con una amplia gama de simbología, significados y dualidades, las cuales tienen como base la importancia del texto y de la palabra, que aparece reflejada, entre otras maneras, con la proyección de multitud de vocablos a diferentes velocidades relacionados con el texto principal que se está interpretando. En relación a esa dualidad, se consigue un gran efecto dramático con puntos culminantes de tensión en esa discusión entre Moses y Aron por la importancia de la palabra, ya que los hermanos son representados de manera contrastante: Moses, interpretado por Albert Dohmen, se nos presenta como un hombre poco elocuente que se ve incapaz de expresar las palabras que Dios le revela desde las alturas en la zarza ardiente -que en este caso está representada a través de una cinta magnética que sale de un magnetófono que va descendiendo de las alturas y esta le empieza a envolver el cuerpo- y es algo que que se va desarrollando en los dos actos a través del Sprechgesang que caracteriza a este personaje; mientras que Aron, interpretado por John Graham-Hall, se muestra como un gran orador -caracterizado por un canto más lírico- capaz de convencer al pueblo de Israel de la importancia de olvidar a los antiguos dioses e incluso de obrar tres milagros para mostrarles el poder de Dios. Hasta en sus debates esa tensión es llevada a cabo con una gran capacidad vocal muy expresiva que involucra al espectador en el dilema de cómo poder expresar las leyes divinas sin imágenes y posteriormente sin las propias tablas que Dios le dio en el monte a Moses.
Sin embargo, no solo se tiene en cuenta en esta propuesta el debate entre la imagen y la palabra, la necesidad de tener una imagen a la que adorar y el no deber hacerlo, entre los dioses falsos y el Dios verdadero, sino que también hay una alegoría a la ciencia mediante el cayado que crea Aron para primero enfermar a su hermano con lepra y después de la misma manera curarle mediante una especie de cohete. Asimismo, el líquido utilizado para crear el controvertido becerro de oro y reconvertir al pueblo recuerda al preciado petróleo, lo cual nos lleva a destacar los colores utilizados siendo el blanco y el negro los principales con toda la gran simbología que conllevan y, de hecho, el becerro de oro aparece representado de color negro una vez creado. Resulta interesante la representación de la reconversión del pueblo hacia este nuevo falso dios sumergiéndose en el agua que en lugar de ser un agua purificadora, como suele aparecer en los relatos bíblicos, es un agua contaminadora y las personas que se convierten aparecen totalmente contaminadas de ese color negro que lo va absorbiendo todo.
Se trata de una propuesta diferente que en determinados aspectos puede resultar difícil de comprender en parte por esa gran carga simbólica de la que se le ha dotado pero existe una buen equilibrio entre la escenografía y la música destacando las grandes interpretaciones de la orquesta, el coro y sobre todo Dohmen y Graham-Hall consiguiendo imbuir al espectador en una obra emocionante.
Sin duda, es una gran apuesta que no deja indiferente a quien tenga la oportunidad de presenciarla.