¡Larga vida a la reina! «Gloriana» de Benjamin Britten en el Teatro Real

¡Larga vida a la reina! «Gloriana» de Benjamin Britten en el Teatro Real

Por primera vez en España se representó la ópera Gloriana de Benjamin Britten en el Teatro Real. Esta obra fue compuesta para las celebraciones por la coronación de la reina Elizabeth II de Inglaterra en 1953. Para ello el compositor se basó en Elizabeth I, reina de Inglaterra e Irlanda durante el siglo XVI. Hija de Enrique VIII y Ana Bolena, fue conocida con el sobrenombre de Gloriana. Fue una mujer del Renacimiento: culta, hablaba varios idiomas, tocaba varios instrumentos y le gustaba la poesía. Este gran papel estuvo representado el 22 de abril por Anna Caterina Antonacci y la dirección musical estuvo a cargo de Ivor Bolton.

A priori, la figura de esta reina elegida era ideal para rendirle pleitesía a la nueva reina de Inglaterra. Sin embargo, con el libreto de William Plomer y la música de Britten, mostraron a una reina con mucho poder pero cuando ya es anciana y se enamora de un hombre treinta años menor que ella, Robert Devereux, conde de Essex (interpretado por Leonardo Capalbo). Por esto en determinados momentos aparece como una mujer colérica, celosa y vengativa que utiliza su poder para dejar imponer su voluntad personal frente a sus súbditos. Debido al planteamiento, a cómo se muestra a esta soberana y a la partitura, esta ópera fue muy criticada en su estreno.

En esta ocasión, el director de escena fue David McVicar, quien presentó un único espacio que se va modelando según las tres escenas. Este está coronado por tres elipses con dos astros. Hace referencia a la época de esplendor de este imperio y de desarrollo de la ciencia. Esos elementos aportan la luz a una escenografía oscura, una ambivalencia cuyo personaje principal también alberga. Sobrio y esplendoroso a la vez. Además, el vestuario también está ambientado en la época de esta historia y el resultado es muy rico y variado, desde la reina hasta la posadera o el bufón acróbata disfrazado de demonio, quien hizo un gran trabajo.

Con esta ópera, Britten recogió la herencia musical inglesa adaptada a su lenguaje imbuido en el siglo XX. Recorrió la música de baile de la corte, la de los espectáculos del pueblo, mascaradas y la de las ceremonias solemnes. Bolton conoce a la perfección esta partitura y así lo transmitió a los músicos, con lo que consiguieron una vigorosa expresividad. El lenguaje que utilizó el compositor sirve para reivindicar cada una de las facetas de esta reina que se encuentra en una encrucijada política y personal: casi al final de su vida es consciente que el sacrificio personal que ha hecho por su amado país al no casarse y que no se la vea solamente como mujer, lo que le ha acarreado estar condenada a la soledad. Además, está enamorada de una hombre mucho más joven, casado y que le ha traicionado a nivel político, por lo que se debate entre su amor como mujer y su deber como reina. Es en ese instante cuando Robert Devereux irrumpe en sus aposentos y se muestra a una reina anciana, sin maquillar, sin peluca y con el pelo canoso. El tándem formado por Anna Caterina Antonacci y Leonardo Capalbo fue brillante y sobrecogedor. De hecho, esta cantante actúa, baila, se mueve y gesticula como la reina y no necesita una gran aria final, sino que el monólogo hablado que realizó fue tan expresivo que no hizo falta música. Estuvo soberbia.

Apasionante «Catedral» de mujer, de Patricia Guerrero

Apasionante «Catedral» de mujer, de Patricia Guerrero

Con Catedral de la Compañía Patricia Guerrero nos transportamos a una iglesia nada más entrar al teatro con el olor que ya emana esta obra antes de que se levante el telón. En un ambiente que recrea los primeros retratos con aires fantasmagóricos y la oscuridad y el vestuario decimonónicos, los sonidos de las campanas tubulares nos llaman a conocer a una mujer sentada que nos atrapa con su presencia.

Patricia Guerrero es una bailaora y coreógrafa que tiene en su haber un curriculum realmente impresionante. En 2016 presentó su espectáculo Catedral con el que fue finalista como mejor intérprete femenina de danza en los Premios Max 2017 y que también contó con la nominación al mejor vestuario. Con motivo del Día Internacional de la Danza, el 28 de abril presentó su obra en el Teatro Real Coliseo Carlos III (San Lorenzo de El Escorial, Madrid), cuyo ambiente recogido incita a imbuirse en la historia que se narra, la cual tiene como protagonista la lucha de una mujer con lo sagrado y lo profano, las creencias, la lucha consigo misma y  la libertad.

La devoción aparece en escena con la percusión, la bailarina sentada, la mantilla y el vestido que la encorseta más por dentro que por fuera, y la música religiosa. Desde el primer momento Patricia Guerrero despliega tanta energía y expresividad sentada que el público queda atrapado en esa oscuridad mágica. La música religiosa con reminiscencias de canto gregoriano trata de imponer a la mujer lo que ha de hacer y esta se debate entre su devoción y su pasión. Con diferentes cuadros perfectamente enmarcados con cambios lumínicos que nos llevan desde la oscuridad hasta la más luminosa de las fiestas gitanas, este personaje se va desarrollando así como su baile. Desde los más «comedidos» movimientos hasta el más esplendoroso zapateado por todo el escenario donde da rienda suelta a su verdadero ser.

Este gran cambio en el personaje comienza con el quejío de José Ángel Carmona que levanta la pasión religiosa y la prohibida de este personaje femenino con los maravillosos versos Vivo sin vivir en mí [y tan alta vida espero] que muero porque no muero, de santa Teresa de Jesús. Este cantaor tiene una potencia vívida que embellece aún más estos versos y de la conjunción de su voz, el baile, el toque de Juan Requena y la ancestral percusión de David «Chupete» y Agustín Diassera, nos obsequian con una maravillosa reinterpretación del flamenco. En realidad no solo de flamenco, ya que las bailaoras realizan figuras que recuerdan otras culturas, efecto que se ve incrementado por el sonido del gong.

Una de las señas de identidad de esta obra es la fusión entre el flamenco y otros tipos de música en principio tan dispares a este estilo, como son la música antigua y la utilización del lamento de Dido When I am laid in earth de la ópera Dido and Aeneas del compositor inglés Henry Purcell cuando al fin esta mujer se siente liberada pero reaparecen las voces que representan la Iglesia y tratan de que vuelva a ser la que era: Remember me, remember me, but ah! forget my fate. / Remember me, but ah! forget my fate. (Recuérdame, recuérdame, pero ¡ah! olvida mi destino). Las voces perfectamente empastadas del contratenor Daniel Pérez y del tenor Diego Pérez son las encargadas de personificar la lucha representada entre el rojo de la imposición y el rojo de la liberación de la mujer, entre un estilo musical y otro, entre la opresión y la emancipación.

Las obras y artistas que acoge el Teatro Real Coliseo Carlos III lo han convertido en uno de los referentes de las artes de la Comunidad de Madrid y del panorama nacional. Con Catedral conocemos la liberación de la mujer a través de la lucha que ha de llevar a cabo con fuerzas externas que tratan de someterla y con ella misma por el conflicto interno entre lo que cree que debe hacer y lo que realmente ansía ser. Un flamenco feminista. Una maravillosa puesta en escena con un grandísimo arte que embriaga con su talento y energía con el flamenco como arte liberador y catártico que nos muestra el duende que posee Patricia Guerrero y que puso a todo el público en pie en una clamorosa ovación.

(Foto: Óscar Romero)

Razones para amar a Bob Dylan. O no

Razones para amar a Bob Dylan. O no

«No se debe juzgar un libro por su portada» y es lo que sucede con Bob Dylan. Está de gira por Europa con su tour Trouble No More, que además lleva el nombre del álbum recopilatorio (2017) Trouble No More – The Bootleg Series Vol. 13 / 1979-1981, que recoge canciones de esos años de su etapa cristiana. También el año pasado se publicó el libro Bob Dylan. 99 razones para amarlo (o no). Como en 2017 hubo unas cuantas controversias con este músico, las publicaciones de diversa índole proliferaron. El autor, Jordi Sierra i Fabra, tiene el don de la escritura ágil y ligera. Nos cuenta la vida del Nobel de Literatura de 2016 en 99 mini capítulos que recorren su carrera profesional y la (auto)creación del artista y el mito de Bob Dylan.


En su momento escribí el artículo Knockin’ on (traditional?) Heaven’s Doors y la moda de criticar a Bob Dylan en el que explicaba por qué sí es un poeta y por qué se criticó tanto que se le concediera el Premio Nobel de Literatura, al mismo tiempo que planteé interrogantes sobre si uno de los verdaderos problemas era considerar el arte popular al mismo nivel que el designado culto. También hice referencia a una serie de artistas porque resulta que cuando leemos textos sobre alguno de los grandes músicos del rock desde hace décadas, hay nombres que aparecen como pilares de inspiración de estos cantantes: Woody Guthrie, Bill Haley & The Comets, Elvis Presley y quien para mí es la auténtica bomba del rock’n’roll, esto es, Little Richard. Todos ellos vuelven a aparecer en este libro como inspiradores de un joven Bob Dylan que busca su camino en sus inicios al piano. De hecho, una de las notas más hermosas es referente a su relación con Woody Guthrie:

No importaba la diferencia de edad, que uno se estuviera muriendo y el otro empezara una fulgurante carrera. Cuando se habla el mismo lenguaje, y en la música más, no hay diferencias, solo el sonido y las palabras.

Ya desde sus inicios fue un hombre que de una u otra manera no pasaba desapercibido. El 23 de septiembre de 1961 se publicó en The New York Times la crítica de Robert Shelton sobre el joven músico, donde se muestran algunas de las características que conservaría a lo largo del tiempo:

La voz de Dylan es cualquier cosa menos bonita. Él trata conscientemente de capturar la ruda belleza de la voz de un obrero del campo del sur de Estados Unidos […]. Es un actor cómico y a la vez un actor trágico […]. Sus frases son elásticas y las estira hasta que uno piensa que van a romperse.

En las páginas de este libro se insiste en las duraciones de las canciones de Dylan porque era algo inusual en la época. La realidad es que a ambos lados del Atlántico se exploraban nuevas formas y medios. Bob Dylan fue uno de ellos pero no el único. En este trabajo también nos encontramos con un total de 99 capítulos y de una ingente cantidad de discos porque se trata de un músico muy activo. Una de las características de prácticamente cada capítulo es la insistente -y exasperante- puntualización de los puestos que consiguieron cada uno de los discos de este artista en Estados Unidos y en Reino Unido. Imagínense…

Que Bob Dylan es un hombre con mucho carácter (una de las razones por las que encanta. O no), queda patente en sus actuaciones hasta cuando recoge importantes premios y considera que no quiere (o no necesita) hablar. Allá por 1964 se negó a actuar en Ed Sullivan Show porque le censuraron su canción John Birch Society Club. Esta trata sobre un grupo cuyo hobby era buscar comunistas a lo largo y ancho de su país. Si a esto le sumamos una de las épocas más tensas de la Guerra Fría entre Estados Unidos versus la Unión Soviética y Cuba en un pulso entre John F. Kennedy y Nikita Jrushov (o Kruschov/Kruschev/Khrushchev) y Fidel Castro, el cocktail musical de Dylan, hubiera sido más que incendiario en uno de los programas de más éxito durante casi treinta años. No fue el único que sufrió la censura en ese programa: Elvis Presley también, algo que ya les conté a colación de la influencia del rey del rock and roll en mi artículo Bruce Springsteen, Born To Run.

Otra de las grandes influencias llegó desde Inglaterra con bandas como The Beatles o Rolling Stones. Conseguían éxitos fulgurantes y el señor Dylan consideró que su carrera debía evolucionar, por lo que le dio un giro y pasó de hacer folk a hacer folk rock. Una de las grandes aportaciones a la música moderna que ha influenciado a todo tipo de músicos es la mítica Like a rolling stone (1965) con sus versos How does it feel? / How does it feel? / To be on your own / With no direction home / A complete unknown / Like a rolling stone?

 

¿La evolución de su estilo le valió la consagración con el público? No. Tampoco entre otros artistas. Se le tachó de «traidor». Además, otro de los motivos por el que se le critica como músico es que versiona sus grandes obras a placer, según el momento y la ocasión. Lo que el público parece querer escuchar es exactamente la misma versión de esas canciones tal y como se interpretaron hace 30 o 40 años. Es algo difícil de mantener a lo largo de varias décadas. Aún más, ¿se imaginan tratando de interpretar sus obras de la misma forma que las crearon a lo largo de todo ese tiempo? ¡Qué aburrimiento para ese músico! ¡Qué hastío para el público! Aquí pueden escuchar diferentes versiones de la misma canción, Blowin’ In The Wind, comenzando por Joan Baez. Si el gran Jimi Hendrix le versionó, por algo sería.

Lo que no se puede negar es que Bob Dylan es un músico que ha influido en varias generaciones y a músicos muy importantes (como The Boss), tiene en su haber importantes premios, sigue en activo y de gira. Parece que continúa haciendo las cosas a su manera. Lo que me planteo con esta etapa pos-Nobel es ¿estará este genio a la altura de su propia leyenda?

La exótica «Aida» de Verdi en el Teatro Real

La exótica «Aida» de Verdi en el Teatro Real

Después de 20 años, el Teatro Real ha repuesto Aida (1870) de Giuseppe Verdi, la cual ha estado dedicada al tenor Pedro Lavirgen, un gran intérprete de Radamès. En 1998 fue un espectáculo suntuoso y novedoso que al parecer maravilló al público. En esta ocasión contó con la dirección de Nicola Luisotti y la dirección de escena de Hugo de Ana. ¿Sucedió lo mismo dos décadas después?

El libreto de esta ópera es de Antonio Ghislanzoni y está basado en un guion (1869) de Auguste Mariette. Cuenta con cuatro actos que nos trasladan al Antiguo Egipto, donde se vivieron importantes batallas para ocupar el gran trono, que en esta obra está regido por el faraón de Egipto (a cargo del bajo Soloman Howard) y es disputado desde Etiopía por el rey Amonasro. Uno de los temas universales de la historia del arte es el amor prohibido entre enemigos y aquí está encarnado por el capitán del ejército egipcio, Radamès, y la princesa de Etiopía, Aida, que es capturada por sus enemigos y convertida en esclava. Además, el acceso a ese amor prohibido cuenta con otro inconveniente, ya que la princesa de Egipto, Amneris, también está enamorada de este héroe. Todos lucharán por algún tipo de amor y contra sí mismos por no traicionar aquello en lo que creen.

Y, sobre todo, está la exaltación del país, el amor a la patria, el sacrificio por la tierra amada por encima de cualquier circunstancia. Porque esta ópera fue compuesta cuando Italia estaba en un momento de máximo apogeo nacionalista y fue una época que además estuvo marcada por la historia y el exotismo. Este último a nivel musical está representado por las melodías del oboe, las arpas y la flauta. Por lo que en esta obra tenemos la visión un tanto romántica del Antiguo Egipto que nos ha sido trasladada de diversas maneras ya en pleno siglo XXI.

La obra comienza con un espectacular telón con símbolos egipcios. Uno de los (in)convenientes al tratar el tema del Antiguo Egipto es que hay que conocer muy bien su historia y su mitología. Por ejemplo, algunos símbolos de vida estaban presentes en las telas que amarraban a Radamès cuando es ajusticiado y posteriormente condenado a muerte. ¿Vida o vida eterna?

Las imágenes proyectadas nos llevaron a las pirámides de Gizah (forma parte del área metropolitana de El Cairo) y a algunos de los templos más importantes de ese país, como el de Luxor. De hecho, los dos primeros actos estuvieron presididos por un gran obelisco -en cuya base había esculturas femeninas, algo que sorprende- y los dos últimos, por la gran pirámide de Keops. Uno simboliza el día y la vida. El otro, por el contrario, la noche y la muerte.


En cuanto a las interpretaciones musicales, el pasado día 17 brilló desde el principio la gran Aida (a quien dio vida la soprano Anna Pirozzi) con la que recorrimos estados de ánimo intimistas y dramáticos: nos hizo vivir su amor, su entusiasmo, sus dudas trascendentales y su determinación en la muerte. Estuvo acompañada por George Gagnidze, quien conoce a la perfección los personajes de padre fervoroso, como demostró en Norma de Vincenzo Bellini la temporada pasada en el Teatro Real. Ekaterina Semenchuk fue la antiheroína ideal con quien Aida tuvo que medirse no solo en el amor, sino también en los dúos. Sin embargo, el héroe de esta obra, Radamès (interpretado por el tenor Alfred Kim) no estuvo a la gran altura de sus enamoradas y tuvo una mejor actuación en los dos últimos actos.

La suntuosidad y el colorido del Antiguo Egipto, el exotismo y la magnificencia fueron puestos en escena con el vestuario, la escenografía y los bailarines. Las danzas que realizan fueron espectaculares por transmitir fuerza, sensualidad, determinación y belleza. Incluso en la escena en la que trabajan con telas. Se trata de un guiño a las momias de hace miles de años y de nuevo se puso en escena una dualidad entre la vida (los bailarines) y la muerte (con las telas y los movimientos un tanto extraños de momias vivientes). Un gran trabajo de la coreógrafa Leda Lojodice y de todo el cuerpo de baile.

Belleza sonora según J. S. Bach

Belleza sonora según J. S. Bach

En el mes de marzo muchas instituciones le dan una especial relevancia a las mujeres, como el Real Coliseo Carlos III (en San Lorenzo de El Escorial, Madrid), que alberga el ciclo «Coliseo Mujer». Además, en la Comunidad de Madrid se celebra el XXVIII Festival Internacional de Arte Sacro, por lo que el día 11 se celebró un evento que aunó ambos ciclos gracias al concierto de las 3 sonatas para viola e cembalo de Johann Sebastian Bach, que contó con las interpretaciones de Isabel Villanueva e Ignacio Prego.

J. S. Bach es uno de los compositores más importantes de la historia de la música. Resulta paradójico, si tenemos en cuenta que durante su vida no gozó de un grandísimo reconocimiento. Aun así, sus obras son de las más (re)conocidas por el gran público, como el Preludio y fuga en re menor para órgano. Sin embargo, estas tres sonatas para viola y cémbalo (también demoninado clavecín, clave o clavicémbalo) no son tan conocidas. Originalmente fueron compuestas para viola da gamba y en esta ocasión fueron interpretadas por Isabel Villanueva a la viola e Ignacio Prego al clavicémbalo.

El teatro Real Coliseo Carlos III cuenta con grandes ventajas, entre las que destaca el transportarnos al siglo XVIII nada más pisar esa calle. En su interior el ambiente es tan acogedor y recogido que hace que te sientas en familia, por lo que invita a disfrutar aún más de esa música. Por su parte, la genialidad de J.S. Bach como maestro de las texturas acoge también la dualidad de timbres entre estos instrumentos, teniendo en cuenta las imitaciones que están escritos para los instrumentos originales, el juego de contrapuntos entre ambos y la expresividad coexistente. Porque por encima de la genialidad de la escritura de estas obras, destacó la inmensa musicalidad que consiguieron transmitir estos músicos durante todas las interpretaciones.

Las sonatas primeras sonatas constan de cuatro movimientos y la tercera contiene tres movimientos. En aquella época era característico que cada uno de esos movimientos tuvieran un tiempo, compás y carácter contrastante pero que en conjunto conformaran una obra con cohesión. Esto requiere destreza interpretativa y ser capaz de expresar distintos temperamentos. Tanto Villanueva como Prego no solo lo lograron, sino que envolvieron al público con su exquisita expresividad que nos embelesó desde el principio hasta el final. Bach no es un compositor en absoluto fácil de interpretar, especialmente en los pasajes con figuraciones más rápidas, ya que requiere cierto grado de virtuosismo para salir airoso. Si a esto le sumamos la capacidad que tienen estos intérpretes de captar la máxima atención posible y de finalizar cada una de las partes -y aún más en el último movimiento de cada obra- de manera que van extinguiendo poco a poco el sonido hasta llegar al silencio, el resultado es más que sublime.