Tejiendo una red de trabajo artístico internacional: Paula Herrera Nóbile en Puerto Rico
Imagen © paula herrera nobile
La primera vez que vi a Paula Herrera Nóbile fue a través de una proyección suya, una videollamada en directo desde Buenos Aires. A su lado, con la mirada en pendiente, Fiamma Carranza, su colaboradora. Era la reunión introductoria de Sistemas poéticos de investigación: la escena y la performance, un taller desarrollado por la plataforma de intercambio artístico internacional El Cruce, gestionado por la Casa de Cultura Ruth Hernández Torres. Ambas rebosaban de simpatía, interesadas en conocer a cada uno de aquellos personajes que se habían sentado en un salón, al otro lado del mundo, para sostener este encuentro.
Esa fue la primera complicidad. Un mes más tarde, ya en vivo y a todo color, Paula y Fiamma conducían una orquesta de cuerpos, dirigiendo una veintena de voces y carnes por el salón. Su práctica se basa en el entrenamiento del cuerpo afectivo en relación con el resto de cuerpos y objetos en el espacio, en clave de improvisación. Fue un proceso de despellejamiento continuo y atroz, de limpieza. Fue un procedimiento para alcanzar la nitidez de la escena, la armonía entre las partes, la libertad de la expresión individual. Mientras tanto, desde el público (¿?), Paula daba indicaciones, nos interpelaba, nombraba a quienes ahora debían incorporarse a la escena, siempre pisando esa línea que separa el ensayo –el borrador, el estudio- de la obra final y cerrada. Una vertiente de trabajo poco habitual y que exige confianza en la dirección: la segunda complicidad.
La próximas complicidades se llevaron a cabo con cerveza en mano.
Reproduzco en íntegro la corta entrevista realizada a la artista argentina Paula Herrera Nóbile, durante la residencia hecha en Puerto Rico junto a su equipo de Espacio Granate, laboratorio de artes escénicas, visuales y performáticas en Buenos Aires. Herrera Nóbile es, además de artista, directora y curadora de dicho espacio. A continuación, comenta sobre su propuesta a través de Granate, su participación en El Cruce y su experiencia en la isla.
Pregunta: Vienes de tu propio espacio de entrenamiento y práctica en Buenos Aires. Cuéntanos un poco de Espacio Granate.
Respuesta: Granate nació en el 2008 como la posibilidad de meter en una sola caja todas mis barajas. Es un espacio con capacidad para cuarenta espectadores, donde anteriormente funcionaba un comité del Partido Radical, un partido político argentino. Y como casi todos los cientos de salas independientes de Buenos Aires, antes de eso, fue una casa. Allí pude mezclar esas cartas marcadas: teatro, danza, fotografía, diseño de vestuario, biología. Barajar, mezclar y dar de nuevo. Granate es un laboratorio multifacético. Vive en constante crecimiento y mutación. Sin embargo tiene esa piedra fundante granate como esencia poderosa constante. Ese corazón duro es fortaleza y oráculo. Excede el espacio físico y late en otros planos. Arma redes y colorea paisajes con tinta lavable. También es crudo y escupe sangre. Mancha y me mancha para siempre. Es una gran matriz y una gran teta. Ahí doy mis clases y ensayo mis piezas, y es donde se desarrollan los proyectos devenidos de los talleres. A lo largo de los años me ha permitido analizar modos de ver y concebir lo artístico. Modos de producir en mi ciudad y con mis compañeros.
Granate soy yo, Granate es una plataforma y una obra.
P: En cuanto a ti respecta, ¿cuáles son las líneas que, de algún modo, encauzan tanto tu práctica artística como curatorial?
R: Mi practica es una contradicción. Por una lado trabajo compulsivamente, desvelada en una voluntad desesperada por hacer que mis discusiones aterricen, en sostener procesos contra viento y marea; por el otro trato de que esas «ganas de vivir» no me enfermen, y recordar que la idea del trabajo y el descanso son síntomas de una enfermedad capitalista. A como están las cosas en el “arte contemporáneo” ya no quiero ser una artista. Me da pudor usar esa palabra para definirme. Está vinculada con un mundo al que no creo pertenecer. Fui una artista emergente a los cuarenta años y eso me obligó -o permitió-hacer un camino fuera del circuito. Estoy focalizada en procesos, en los vínculos con lo distinto. Más alejada de los productos terminados y mas cerca de la potencia de las relaciones. Y por supuesto de las personas. La materia de mi trabajo son los cuerpos y sus afectados. Articulaciones poéticas conjuntas e inclusivas. Como un sistema abierto que permite digerir la incomodidad y sigue vivo. Allí es donde aparecen las nuevas dramaturgias, o esas preguntas acerca de como contar para que haga sentido ahora, para que lo que sucede nos conmueva. Mi trabajo es intenso, visceral y discutidor. Busco interlocutores todo el tiempo. En el mundo real y en el virtual. Algunos me responden, otros me ignoran, otros me manda pal carajo. Con eso trabajo.
P: Has estado en Puerto Rico en varias ocasiones. ¿Podrías compartir tus impresiones en torno a la labor artística y crítica en la isla? ¿Difieren mucho de aquellas que te formaron o de las que te nutres hoy?
R: Tengo una mirada fascinada por la isla. Como una gallina tiesa veo la belleza de lo otro. A donde mire la naturaleza se imprime con mucha fuerza por el mar, el viento, la vegetación; como una ola que me revuelca, me deja ciega, pero finalmente me devuelve a la orilla. Ha sido mi primer intercambio profundo con personas-comunidades cruzando fronteras. En principio fue con Helen Ceballos y Kairiana Nuñez a través de practicas en Granate en Buenos Aires. Ellas, como representantes de otros mundos que nutrieron trabajos y proyectos, sembraron inquietudes. Desde residencias para artistas en el Delta de Buenos Aires, hasta una pieza teatral llamada «El niño Deif» donde Kairiana encarna a una madre que viene de una isla del Caribe. Su hijo Deif, actuado por Gianluca Zonzini, actor argentino, es parido en Buenos Aires. Este año podremos mostrar esa pieza –aunque tal vez sea sólo una vez– en el Teatrito de la UPR. Hicimos un intento el año pasado de venir a mostrar ese trabajo y a Gianluca no le dieron la VISA para entrar a USA. Luego de un año y medio de gestiones para recaudar fondos y tramitar los permisos, estamos aquí ocho artistas argentinos (Fiamma Carranza Macchi, Juana Rinaldi, Daniela Korovsky, Gianluca Zonzini, Ezequiel Tarica, Fernando Sala Conill, Josefina Schmipp y yo) tratando de poner a prueba nuestro sistema diseñado para intervenir, interactuar, digerir esa alteridad.
Mi «drama» es el extranjerismo. Así que mi apreciación mas vulnerable es desde la testigo, la que no pertenece. En la isla eso me vuelve potenciado por el sino de la colonización, una lectura que me funciona como metáfora. Me siento frágil, desplazada, sola en mi propia isla sin poder plantar bandera. Una oportunidad para experimentar esa vulnerabilidad. Al mismo tiempo no he conocido gente más hospitalaria. Me han abierto desde ollas y heladeras hasta puertas de instituciones.
Creo que las labores artísticas no difieren tanto en términos de lo que nos atraviesa. No estamos exentos como artistas-gestores-latinoamericanos de esta estética emergente donde lo precario podría ser un signo. Pero, tu sabes, no me considero una critica. No tengo estudios académicos oficiales y mi formación es transversal y poética: le huyo a lo «políticamente correcto».
P: ¿Qué te motivó a colaborar con El Cruce? ¿Qué te llevas de la isla, en términos de crecimiento como gestora y artista, habiendo participado en la escena puertorriqueña de tantas maneras?
R: Las experiencias de intercambios de plataformas son las zonas en las que me quiero mover, entonces en ese sentido El Cruce fue una gran oportunidad. Para nosotros que venimos de tan lejos y sin subsidios en nuestro país, Casa Ruth fue la pocita desde donde tirarse a nadar en este mar de cultura y arte boricua. Durante el taller de El Cruce trabajamos más de veinticinco personas durante una semana intensa de entrenamiento, escritos y muestra. Esta aventura de abrir procesos o instancias de trabajo es parte de nuestra propuesta. De la experiencia de verse vulnerable surge el verse arrebatado y conmocionado. Así llegamos a la poesía: “No hay poema sin accidente, no hay poema que no se abra como una herida, pero también que no sea hiriente» *. El taller se llamó sistemas poéticos de investigación y tuvo entre sus objetivos autorizar la propia manera de construir, además de evidenciar postas que otros pueden continuar y encarar proyectos sin pretensión. Ahí mismo conocimos otros proyectos de la Casa Ruth como La espectacular, y a su actual residente, Orlando [Hernández]. Lo invitamos a un ensayo de nuestra pieza Part Y, y se produjo un encuentro enriquecedor.
Mi participación en la escena puertorriqueña ha sido casi siempre desde los talleres o charlas. Esta es la primera vez que vengo como directora y con mi equipo de trabajo. Estamos muy conmovidos. Es tal el nivel de exposición e impacto que estamos recibiendo, que entender ahora “que me llevo”, me tomará un tiempo descifrar. En este mientras tanto surgen, a modo de ejemplo, algunos momentos: la experiencia de bailar con personas desconocidas (ahora compañeros de trabajo) en la calle Tasca mientras hieren de bala a dos personas en la Sanse; largos pasajes de trance en un grupo de entrenamiento muy dispuesto mientras cae el sol en Río Piedras y se escuchan las ruedas de skates como música desde la Plaza de la Convalecencia; recorrer en bicicleta la ciclo vía de Piñones mientras repaso con nueva autoridad viejos pensamientos destructivos, inspirada por la libertad que percibo cuando puedo discutir “¿qué es el descanso?” con personas inspiradoras en círculos de arena; gozar Bomba y Plena en ese estado de alineación que me da al terminar el taller, mientras veo una inmensa montaña de botellas y latas de Medalla que tardarán siglos en descomponerse.
*Jacques Derrida