por María Carrasco Mejuto | Mar 1, 2017 | Críticas, Teatro |
La Puerta Estrecha no es una sala convencional, pero no por ello sus representaciones son menos teatro. Resistiendo en el en el corazón de Lavapiés, en la calle Amparo, y alejada de cualquier tipo de pretensión elitista, es uno de esos lugares que nos recuerdan que el teatro es algo más que un mero espectáculo de entretenimiento y Lavapiés algo más que un barrio de moda.
Siempre que he entrado en la Puerta Estrecha he tenido la impresión de que me iba a encontrar con alguna propuesta sugerente. No me equivocaba cuando recientemente asistí a la representación “Otelo” a cargo de Actoral Lab, adaptación de la obra que hace Paco Montes, y que dirigen él mismo y Lucas Smint. Otelo se fusiona muy bien con la Puerta Estrecha. Quizá porqué ella vive por y para el teatro. Quizá porque un clásico no puede encontrar un lugar mejor para alojarse que donde la temporalidad se rompe para conectar lo que sucede entre sus muros, el teatro, y lo que ocurre fuera, el mundo.
La obra de Paco Montes mantiene el planteamiento e hilo conductor de la original, que, como es habitual en las tragedias de Shakespeare, escarba en lo profundo de nuestros sentimientos. En este caso son los celos, pero sobre todo la envidia y la codicia, los que acaban por corromper el alma de las personas, en concreto la del protagonista, Otelo. Lo innovador de esta pieza es que se sitúa en nuestros días para hacer una crítica de la sociedad en la que vivimos. Lo bueno es que lo hace con éxito. La propuesta se sostiene y funciona, corroborando que las pasiones que nos mueven son atemporales, y que Shakespeare era un gran conocedor de las debilidades humanas.
Desde el inicio queda claro que lo que busca la representación es provocar al espectador, mostrando una verdad cruda y “desnuda”. Vivimos en una sociedad hipócrita que es capaz de sacar lo peor de nosotros e incluso llegar a destruirnos. Poniendo en escena la visceralidad de sentimientos tóxicos, como la ambición y la envidia, nos muestra los daños colaterales de la violencia existente en el mundo en el que vivimos: la guerra y sus consecuencias, la violencia machista y la degradación del ser humano en general.
Aunque es Otelo el protagonista, el eje central de la acción es la ambición sin límites de Yago (literalmente el eje del mal), ya que esta será su impulso para avanzar sin escrúpulos en busca de aquello que codicia. Es de hecho Yago quien se encarga de portar la moraleja final de la obra: quienes llegan a lo más a alto son los que tienen menos escrúpulos, y a la vez los que configuran el mundo en el que vivimos. Mientras tanto “nosotros” nos resignamos a ser devorados por él como perros a merced de la condescendencia de nuestros amos. Siempre mirando hacia otro lado para convertirnos en cómplices de una verdad que no nos gusta.
La representación elimina todo tipo de artificio innecesario para darle el protagonismo a las pasiones y los conflictos de los personajes, que son las que deben destacar. Así evita desviar al espectador del mensaje que pretenden transmitir y tan solo se echa mano de material audiovisual como medio para conseguir articularlo.
En resumen, lo mejor de la obra es que trasciende al tiempo y al espacio, mostrando ese mundo que quieren que veamos. Estamos ante una interpretación muy personal del Otelo de Shakespeare que sirve como teatro político o de denuncia, y que los directores usan para contarnos su verdad. Una verdad que sentenciará la representación para quienes no estén de acuerdo ella.
por María Carrasco Mejuto | Feb 27, 2017 | Críticas, Teatro |
La Sala Cuarta Pared estrenó el pasado 23 de Febrero la obra Modelos Animales, del director Pablo Iglesias Simón. Una representación basada en un texto de Aixa de la Cruz y protagonizada por Nieve de Medina, actriz tanto teatral como cinematográfica que cuenta entre su filmografía con películas como “El bola” o lo “Los lunes al sol” (por la que fue nominada al Goya a la mejor actriz revelación).
La obra que tenemos delante se articula sobre un texto sobresaliente, inteligente y mordaz, y es sostenida por la interpretación magistral de una actriz que se da vida a ella misma, Nieve de Medina. Entre el tono cómico y el trágico, y en ocasiones con tintes shakesperianos, vemos como una mujer de 50 años asiste resignada al fin de su carrera como actriz, como mujer y como persona. Nieve se está transformando en otra cosa y ya nunca será la misma. Se enfrenta a un mundo que la margina y la fuerza a reinventarse, en una edad que ya es de por sí complicada para una mujer. Y es ante la obligación de seguir adelante como se embarca en una aventura nada propia de la cincuentena: viajar a Quebec para trabajar de dramaturga. Nieve creará un texto para la joven Carla, y a través de esta actriz novel irá observándose en su pasado y presente para sentar los cimientos de su futuro. Su hija Nora, el director de la obra, y un gato que rescató del contenedor tres años atrás cierran el cuadro de personajes que dan vida al universo de la protagonista.
Los fuertes de la propuesta, un gran texto y la actuación de Nieve (única actriz sobre el escenario), se completan con proyecciones y otros elementos visuales y auditivos para mostrarnos una representación muy metafórica cargada de sensaciones contradictorias.
Se trata de una obra muy emotiva, en la que la actriz nos tiende la mano para asistir a su forzado viaje experimental. Ella es capaz de transmitirnos esa desorientación que cualquiera que se haya enfrentado a un cambio vital importante conoce, sobre todo si esa evolución ha sido inevitablemente forzosa. La contradicción de los sentimientos de la protagonista se palpa sobre el escenario y aparece esa duda que es transitar entre dos aguas y no saber dónde vamos a acabar. Porque como en todo rito de paso ¿acaso está asegurado que al otro lado encontraremos una versión mejorada de nosotros mismos? Es cierto que el tiempo y la experiencia nos hacen sabios, pero es ese mismo tiempo el que, como a la actriz, muchas veces nos roba lo que nos hace felices: nos niega una vida que era nuestra y nos gustaba. Es entonces cuando hay que luchar y sobreponerse a ello o caer al vacío.
Otro de los temas insertados en la trama es la soledad, en ocasiones inexorablemente ligada al cambio. La protagonista transita incomprendida y sola a través de un oscuro agujero. Y es que el cambio puede relegarnos a situaciones de aislamiento y soledad, ya que hay caminos por los que nadie puede o quiere acompañarnos.
Al final Nieve se embarca en un viaje que sorprende, y nos deja con una pregunta ¿es la protagonista quien ha decidido su propio destino o se ha visto forzada a llegar hasta donde ha llegado? En la obra la realidad y la metáfora se mezclarán alimentando la duda a este respecto. Todo esto hace que durante los 80 minutos de representación nuestros sentimientos oscilen constantemente, entre la simpatía, la lástima y en ocasiones el miedo o el desagrado.
Modelos animales habla de muchos cambios, el personal, el físico y el profesional de la protagonista, y sirve también para mostrar la realidad de las actrices, que, despojadas de su brillo juvenil, son apartadas porque “ya no valen”. La propuesta, alejándose de la literalidad, no nos ofrece un argumento masticado y nos obliga a hacer nuestra propia interpretación de lo que vemos en el escenario.
por María Carrasco Mejuto | Feb 8, 2017 | Críticas, Teatro |
La XXXIV edición del Festival de Otoño a Primavera trae al teatro Canal “Orlando” de Guy Cassiers, adaptación teatral de la novela homónima de Virginia Woolf. El festival continúa trayendo a España composiciones teatrales de primera línea en el panorama dramático internacional. Guy Cassiers, uno de los directores con más renombre a nivel europeo y mundial en cuanto a innovación y teatro experimental, nos trae desde Bélgica esta propuesta, interpretada en holandés con traducciones a cargo del gobierno de Flandes.
La pieza se construye a partir de la obra “Orlando”, de Virginia Woolf, publicada en 1928, y narra la biografía de la vida de un joven aristócrata Inglés y sus peripecias a lo largo de 4 siglos de historia, desde la época isabelina hasta el presente (el año de publicación de la obra). En esta novela la autora trata temas controvertidos para la época como la homosexualidad, la transexualidad y la situación de la mujer, e inspira parte de su relato en la vida de su amiga y amante Vita Sackville-West.
Guy Cassiers y Katelijne Damen, única actriz de la obra que hace las veces de narradora y biógrafa, ponen en escena esta inusual propuesta que funde fondo y suelo en un todo, como si de un mismo libro se tratara.
Los distintos parajes del texto de Woolf son ilustrados a través de proyecciones en una pantalla al fondo del escenario, que recoge imágenes grabadas de unos paneles móviles situados sobre el suelo. Sin duda una de las imagines más espectaculares es lo que parece la bóveda interior de la catedral de Constantinopla, y que contextualiza el pasaje del libro en el que Orlando ejerce como embajador del rey en la capital del antiguo Imperio Turco.
Katelijne Damen ofrece a los “lectores” la posibilidad de avanzar con ella en la narración, moviéndose por el escenario como si fuese las mismas palabras de un libro, saltando de página en página. A pesar de ser una obra en versión original, la actriz es capaz de que el público empatice con ella. Para ello se vale de su voz, cuerpo y ritmo, y ayudada por la música de fondo que le acompaña consigue dar énfasis y trasladar sensaciones al público, al que incluso consigue hacer reír hasta en un par de ocasiones.
Un momento de la obra. Fuente: Teatros del Canal
No obstante, y pese a la brillante ejecución de escenografía y texto (fiel al original), esta propuesta no es un producto para el gran público, tanto económica como culturalmente, pudiendo ser considerado en ambos sentidos teatro de élite. Además, pese a su estética elegante habría que cuestionarse hasta qué punto una obra que se apoya en la indisolubilidad entre texto e imagen es adecuada para un público que no domina la lengua utilizada. La dificultad de leer y seguir a la vez lo que pasa en el escenario hace que perderse sea fácil, lo que añade dificultad a que una obra de carácter experimental pueda enamorar al público medio.
La obra se va del Teatro Canal y no parece probable que se vuelva a representar en un futuro próximo, no obstante es recomendable para quienes quieran experimentar con nuevos modos de hacer teatro. Sin embargo, aquellos que busquen algo más accesible en términos de entretenimiento o para quienes la sustancia juega un papel más relevante que la forma se pueden ver defraudados por esta propuesta, ya que, y ese sea quizá sea el único pero de la representación, en cuanto a contenido no aporta nada nuevo.