Sofia Coppola debutó en el cine cuando tenía un año. Lo hizo en la película El padrino, dirigida por su padre, Francis Ford Coppola. Interpretaba a un bebé en un bautizo. Podría ser una anécdota insignificante, pero no lo es. Sofia Coppola creció a la sombra de la figura de su padre. Creció entre cámaras, sets de rodaje y festivales de cine. La pequeña de la familia Coppola sabe muy bien como es la soledad del acompañante, el invisible, el eterno otro. Posiblemente por ello ha dedicado su filmografía a dar voz a esos otros. En Lost in Translation, Scarlett Johansson interpreta a la pareja de un fotógrafo destinado a Tokio y que todavía no sabe qué hacer con su futuro. En Somewhere, una jovencísima Elle Fanning interpretaba a la hija de un conocido y desorientado actor de Hollywood que no sabe como tratarla y en Maria Antonietta, Kristen Dunst interpreta a la conocida reina de Francia separada de su familia austriaca para dar estabilidad a la corona francesa.
En Priscilla, todavía en cines, Coppola vuelve a inspirarse en una historia real escogiendo retratar a la esposa de Elvis. Como si una de las últimas novelas de Maggie O’Farrell se tratara, la figura del mito, de Elvis, queda desplazada, quien importa ahora es ella. Priscilla Ann Beaulieu Wagner, conocida más tarde como Priscilla Presley, conoce a Elvis en Wiesbaden, Alemania, lugar en el que el padrastro de Priscilla está destinado en calidad de oficial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y lugar en el que está haciendo el servicio militar el propio Elvis. Priscilla ni siquiera se interesa de forma activa por Elvis, es abordada por un oficial en una cafetería que le pregunta si le gusta Elvis “y a quien no” dice ella y en seguida el oficial le ofrece asistir a una de sus fiestas. Como si por alguna razón ya supiera que a Elvis le gustará conocerla. Elvis entonces tiene 24 años, ella 14. La complicidad entre ambos es casi instantánea.
De algún modo, Priscilla responde a un tipo de mujer deseable para Elvis; discreta, tímida, elegante, pequeña, vulnerable, dulce. Alguien a quien proteger y alguien que le va a cuidar. Elvis decide que ella debe ser su compañera y desde el primer momento la pone en un lugar del que nunca más la saca. Ella tiene un personaje que interpretar y tiene que limitarse a él. En un principio Priscilla no opone resistencia; es Elvis, por supuesto que hará lo que él quiera mientras pueda estar con él, de entre todas la ha escogido a ella, no puede decepcionarle.
Algo que me gusta mucho de la estética de las películas de Coppola es que hay a menudo un entorno de mucha belleza y vitalidad; Versalles, Tokio, Graceland, Las Vegas… Todos sus escenarios parecen ser lugares en los que todo es posible, un mundo lleno de posibilidades y recursos en el que el todo parece estar al alcance de la mano, pero son también lugares de profunda incomodidad. La felicidad no siempre está en la abundancia. “Pide lo que necesites y haré que te lo traigan” le dice Elvis por teléfono a Priscilla. Elvis se lleva a Priscilla a vivir a Graceland, su mansión en Memphis, pone toda su familia a su disposición, le compra ropa, le regala un adorable caniche blanco, le apunta a una escuela católica para que termine sus estudios, pero sin embargo, todo se vuelve pronto vacío y banal. Graceland es una claustrofóbica jaula de oro en la que Priscilla está sola y aburrida la mayor parte del tiempo.
Elvis casi nunca está, pero tampoco permite a Priscilla ocupar su tiempo. “No puedes trabajar si estás conmigo, tienes que estar disponible para cuando te necesite”. Priscilla se convierte en una mujer-objeto al servicio de las necesidades de Elvis y sin derecho a tener necesidades propias. Él decide que ropa le sienta bien y cual no, decide como debe maquillarse y peinarse, incluso decide que se tiña el pelo de negro, porque de algún modo así quedarán mejor juntos. Ella sabe cómo debe vestirse y arreglarse para complacerlo y durante toda la película la vemos aparecer en elegantes, pero nunca demasiado pomposos vestidos, ciertamente un vestuario que encaja muy bien con la era Coquette en la que vivimos y que analiza en detalle Victoria Zárate en S Moda. Priscilla siente que tiene que cuidar su imagen en todo momento, y la escena en la que se maquilla antes de partir al hospital para dar a luz es muy significativa. Sin embargo, todo intento de tomar sus propias decisiones es visto como un desafió para él, una traición.
Él no tiene interés en conocer a Priscilla, se enamora de ella sin conocerla, no vemos ningún tipo de conversación profunda entre ellos, no sabe cuáles son sus gustos, no sabe cuáles son sus intereses, sus deseos. Tampoco ella parece conocerle cuando decide irse a vivir con él; es Elvis y está sufriendo porque su madre acaba de morir y su compañía le reconforta. “Le necesita”, no importa todo lo demás. Toda la relación entre ambos está mediada por la soledad. Son muchas las escenas en las que vemos a ambos en la cama juntos, abrazados, de algún modo felices, pero a su vez profundamente solos, sin nada que decir.
Creo que sería un error enmarcar la historia de Priscilla como el relato un amor tóxico sin más. El periodista y poeta gallego Adrían Viétez considera que la estética general de la película consigue “generar un efecto muy complejo de ambigüedad moral”, una película sobre el espacio interior, privado, que a la vez no deja de recoger “esas macroestructuras que intervienen una vida mediatizada hasta tal punto, una gran vida simulacro”. Coppola juega muy bien ese gris que existe entre una relación claramente disfuncional condicionada por aquello que en cada momento “debe ser” y sin embargo un incontestable aprecio mutuo que no desparece en ningún momento.
Ambos son esclavos de esa manera torpe y superficial de relacionarse que han construido y que aparece como única manera de coexistencia posible entre ellos. Elvis sabe que cuando Priscilla está molesta por sus exigencias tan solo tiene que amenazarla con enviarla con sus padres para que ella caiga rendida y desconsolada. También Priscilla aprende a ponerse firme cuando se siente menospreciada y demostrarle que él también la puede perder a ella y que él tampoco quiere que eso ocurra. Pero las muestras de vulnerabilidad solo aparecen en situaciones extremas, cualquier intento de profundización del vínculo parece imposible y claramente desigual. Priscilla aprende a conocer la vida de su marido a través de la prensa, también los rumores de sus múltiples aventuras amorosas que él siempre trata de desmentir. Vive en una constante espera. Una relación que se construye sobre todo a partir del silencio.
Cuando por fin Priscilla decide poner fin a su relación, sus vidas están tan alejadas entre sí que no parece tampoco que a Elvis le sorprenda del todo. El abandono de la relación parece la única salida posible a un amor que termina por demostrar la incapacidad de Elvis de estar presente y de salir de su propio personaje para hacer espacio a alguien más. El mito se come a la persona que hay detrás, en algún lugar. “If I should stay I would only be in your way” proclama Dolly Parton en las primeras frases de I Will Always Love You poco antes de los créditos, canción que le va como anillo al dedo y que arregla un poco lo que para mí es un final algo torpe y poco orgánico, con frases algo manidas, pero que, a fin de cuentas, no es lo que más importa.
Tres son para mí las películas más destacadas del año, con permiso de Barbie y Oppenheimer, y las tres ponen el amor en el centro del debate público. Una es palma de oro en Cannes, otra el premio del jurado y la otra ganó el Gotham; Anatomía de una caída, Fallen Leaves y Past Lives. Son muchas las películas que este año han hablado sobre temáticas similares y me propósito aquí es hablar de algunas de las más importantes. Como avancé en la primera parte, gran parte de estos largometrajes tienen en común cierta desmitificación de los vínculos, la caída de algunos mitos y la subversión de algunos finales previsibles que habrían hecho que probablemente cualquiera de estas películas se convirtiera en una más que pasa desapercibida por cualquier cartelera.
En Past lives, opera prima de Celine Song, Nora y Hae Sung son dos jovenes coreanos que se conocen desde niños. Siempre se han sentido atraídos el uno por el otro y han sentido una de esas conexiones que perduran, por mucho que pase el tiempo. Nora se fue a vivir a Estados Unidos cuando era todavía una niña y no se han visto desde entonces, pero han ido manteniendo el contacto a distancia de manera intermitente. La película se divide en tres partes, la niñez común en corea, la juventud a distancia y el reencuentro pasados los treinta. Fue para mí particularmente emotivo el momento en que ambos están estudiando en la universidad y ella decide pedirle que dejen de tener contacto. Por aquel entonces hablan cada día, de manera compulsiva, y no pueden negarse la evidencia, les separan miles de kilómetros de distancia que ninguno de los dos puede recorrer en ese momento y el contacto constante les impide vivir plenamente la vida que están viviendo cada uno en su país de residencia. Cuando deciden rencontrarse años después en la ciudad de Nueva York, podría ser el momento perfecto para ellos y ni siquiera el marido de Nora parece un obstáculo para que el encuentro se produzca. Él mismo es consciente de ello, «no puedo competir con una historia así» dice. Pero en la vida no siempre la opción más romántica es la mejor y hay siempre muchos elementos en juego.
Para la poeta María Elena Higueruelo, es precisamente el personaje del marido el más conmovedor. «A mí me conmovió sobremanera la escena final de la película, con su marido esperándola en la escalera. Creo que ahí está el gesto de amor más genuino de la película por todo lo que comprende: el ejercicio de la espera fuera de plano, respetando el tiempo de la despedida; la capacidad de anticipar su respuesta emocional como resultado de conocer íntimamente a la otra persona; y, sobre todo, el abrazo con el que la recibe, habilitando dentro de la relación un espacio para el duelo por otro amor que no pudo ser, que a la vez es un duelo por la propia identidad.» Como avanza María Elena, la migración de la protagonista y el modo de vida que elige en Estados Unidos le aleja de un antiguo amor que en realidad representa un pasado nacional al que ya no pertenece «la inviabilidad de ese amor no radica en el estado civil de ella, sino en las personas que han llegado a ser. Que él sea «demasiado coreano» significa que ella no es «lo suficientemente coreana». Migrar le ha ofrecido la posibilidad de ser una persona, pero le ha robado la posibilidad de ser otra.» La película juega constantemente al engaño, dando el protagonismo a los dos personajes coreanos, dando espacio a todo lo que tal vez habría podido y finalmente no será, porque la vida que elegimos nos lleva a un lugar concreto en el que la confianza y la estabilidad importa más que el recuerdo lejano de un amor que nunca se llegó a materializar, por muy intenso que este sea y que finalmente es una incógnita. Nora, que ha cambiado tanto que incluso se ha cambiado de nombre, afirma «¿Tu crees que soy el tipo de persona que lo deja todo por un hombre? Sabes que no» y Arthur lo sabe y «espera en las escaleras en vez de hacerlo en casa, dispuesto desde ya a ser consuelo en ese proceso de duelo con tantas capas de significado que tiene lugar dentro de su propia relación» concluye María Elena.
En Anatomía de una caída de Justine Triet, la misteriosa aparición del cadáver de un hombre, fruto aparentemente de una caída, cerca de la casa que comparte con su mujer en medio del paisaje nevado de los alpes franceses, lleva la relación de pareja de ambos a juicio. Hay un punto de inflexión claro cuando el abogado de la viuda le admite que nadie se va a creer que esa muerte ha sido un accidente, ni siquiera él. Solo hay dos escenarios posibles, suicidio o asesinato y solo hay una sospechosa, su mujer. Este escenario es al excusa perfecta para que la relación de pareja de ambos entre a debate. Los dos son escritores, ella escritora de éxito, él escritor frustrado, siempre a la sombra de su mujer, siempre inseguro de sus propias ideas, incapaz de terminar ninguna novela. El hijo que ambos comparten, con una discapacidad visual fruto de un accidente del que ambos se sienten responsables a su manera, juega un papel muy importante.
Samuel es el que asume las tareas de la casa y el cuidado del niño y hay una escena en que por medio de un flashback vemos como estalla en mil recriminaciones hacia su mujer en una escena que interesó especialmente a Dídac Peyret, periodista de El Periódico y Sport. «Es mi escena favorita de la película: cuando el marido le reprocha que está en una posición de desventaja, que siguen un patrón donde siempre cede, y ella lo acusa de inmaduro y naif porque está convencida de que esa es la naturaleza misma de las relaciones.» En este sentido a Dídac le recuerda a la novela Una cabeza cercenada de Iris Murdoch. «Supongo que en un momento donde hay tanta teoría sobre los vínculos y los cuidados, me llamó la atención una visión más cruda y seguramente más realista del asunto. Esa brecha entre lo aspiracional del marco teórico y las dinámicas en el terreno siempre es interesante» apunta Dídac, a quien le parece interesante que se subviertan los roles y sea el marido quien asuma la mayor responsabilidad en los cuidados, rol asociado habitualmente a las mujeres. Es para Sandra, visto en cierto modo como victimismo, de ahí el desencuentro, como una manera que tiene Samuel de excusarse a si mismo por no ser capaz de dar un paso adelante en su carrera. «Nadie te impide dejar de escribir, dejaste de escribir porque quisiste» le reprocha Sandra con su frialdad alemana habitual, al mismo tiempo que le recuerda que se fueron a vivir allí porque él quiso. Samuel decide escolarizar a su hijo en casa, decide arreglar la casa, decide encontrar mil motivos para no tener tiempo para hacer aquello que desea pero le aterra, escribir. Lo que le da miedo es fracasar, no ser lo suficientemente bueno, no tener nada valioso que decir y la pareja se desgasta por ello lentamente. El personaje de Sandra resta impasible gran parte de la película y hace dudar al espectador si todo forma parte de su estrategia de defensa o de su incapacidad de poderse expresar. Volviendo a la reflexión de Dídac, rara vez se da la reciprocidad en una pareja, lo importante aquí es como se asume esta falta de reciprocidad, como se acepta, como se negocia y sobre todo al servicio de que se pone, que utilidad tiene. No hay malos ni buenos en Anatomía de una caída, se mueve entre grises y está bien que así sea, sería muy fácil condenar a cualquiera de los dos y poner al otro como un santo, pero nunca nada es blanco o negro cuando dos almas heridas se encuentran.
¿Cuál es la naturaleza real del amor? En Fallen Leaves dos trabajadores precarios ven uno en el otro el único espacio de tranquilidad y esperanza para una vida miserable y vacía llena de alcoholismo, horarios interminables, despidos y pocos caprichos. El amor es una salida, el amor es una oportunidad, la posibilidad de ser personas mejores, de salir del bucle del dolor. Pero ese es siempre solo el estado inicial, que es el único que Aki Kaurismäki nos decide mostrar. En Passages se nos muestra un tipo de amor más crudo y desenfrenado. Para la crítica de cine Ana Jimenez «se puede pensar que el protagonista de la película, Tomas, un hombre bisexual, es la materialización de una identidad queer tóxica y manipuladora basada en la mercantilización de los cuerpos.» Y es que Tomas vive atrapado entre dos pasiones con las que juega a placer con tal de no perderlas, con tal de no quedarse solo. «Uno de los grandes problemas del cine queer contemporáneo es la incapacidad de pensar la complejidad y flexibilidad de las relaciones queer desde la impureza, dando lugar a una representación del amor que es inocente y moralmente bueno por sí mismo. En Passages, en cambio, se elabora un pensamiento visual queer que trasciende está moralidad amorosa. Una de las claves para ello es la elección de una serie de planos en los que Tomas cubre visualmente el cuerpo de sus parejas, habitualmente en las relaciones sexuales, alejándolos así de la vista del espectador» destaca Ana. La pasión no siempre está al servicio del bien, la pasión habitualmente es egoísta, busca llenar un vacío individual y personal que no siempre tiene que ver con el amor y la comprensión del otro. En este tipo de relaciones impulsivas y demandantes a las que se acostumbra Tomas «el cuerpo de sus amantes ahora le pertenece, lo canibaliza por completo. Ira Sachs se aleja de cualquier interés ejemplarizante, no busca responder a cómo debe ser el amor queer, sino cómo se ama, desea y posee el cuerpo queer desde la contradicción, la imperfección o la pasión desmesurada» termina Ana.
Barbie ha llenado cines de medio mundo por su discurso feminista para el gran público, su estética de cuento y su discurso irónico, pero también se reserva energías para hacer una reflexión sobre la naturaleza de las relaciones románticas y sus peligros. Lorena Fernandez, conocida en redes por hablar de libros, series y cine desde una perspectiva feminista, habla de como la trama final de Ken denuncia el tipo de amor que han vivido históricamente las mujeres: «Greta Gerwig lo que hace es invertir los roles y pone sobre la mesa como Ken, en un mundo que es completamente lo opuesto al patriarcado, necesita del amor romántico, necesita ser visto por Barbie para ser importante, porque no puede ser nada más». No existe Ken sin Barbie, «I’m just Ken«. Para Lorena «El amor romántico ha sido como una forma de anestesiar a las mujeres, para que sigan siendo sumisas, para que sientan que lo único que importa es la validación de la mirada masculina, y, en este caso, se invierte para dejar eso en evidencia. También porque eso en un hombre parece algo «ridículo», otro tema que habría que abrir, y por eso choca más. El amor no es eso, sino estar en igualdad de condiciones con el otro y no perderse a uno mismo en esa relación». Se abre al final un lugar para la esperanza para Ken, la posibilidad de tener una identidad propia, de buscar su propio lugar, su propio destino, al margen de su relación con Barbie, dejar de sentirse insuficiente sin la mirada del otro y dejar atrás «los días en que creía que el amor me salvaría» como canta estos días Chiara en OT, interpretando la canción Mía de Belén Aguilera.
A propósito de eso podemos volver brevemente al cine español para terminar con Las chicas están bien una agradable película sobre la amistad que no comenté en el primer artículo y que recupero ahora. En uno de los monólogos finales, para mí el mejor de la película, el personaje de Irene Escolar se declara por primera vez a alguien, a través de una nota de voz «Me gustas independientemente de si yo te gusto o no. Me gusta no depender de tu mirada, porque estoy un poco cansada ya de depender de la mirada de los demás y no me apetece más. El amor es completamente mío y no una respuesta a tu mirada» y sentencia diciendo «Al final todo es muy sencillo, muy muy sencillo, hay obras de teatro enteras para decir cosas muy sencillas». Podría ser un buen propósito para este 2024, tratar entre todos de hacer las cosas un poco más sencillas.
Creo que es de justicia definir 2023 como un año intenso a nivel sociocultural en torno a la idea instituida de amor y no son pocos los debates que se han puesto sobre la mesa y los productos culturales que se han hecho eco de estos. El año ya empezó fuerte con Shakira sacando un tema con Bizarrap en el que destripaba su ruptura con Gerard Piqué. Las redes ardieron sobre si tal exposición era lícita o no y sobre como deben o no deben vivirse las rupturas. Alexandra Lores hizo un artículo en Vogue recogiendo algunos de los debates que se abrieron en el que tuve el gusto de participar. No fue la única ruptura que generó revuelo, ya que pocos meses después supimos que Rosalía y Rauw Alejandro, ya prometidos y con su casa en Manresa, pusieron fin a su relación. «Todas las parejas están cortando menos la mía, necesito cortar» ironizaba la actriz y influencer argentina Julieta Coria en uno de sus vídeos virales a propósito de Venus retrogrado, un fenómeno astrológico que parecía ser el responsable de que este verano muchas parejas que parecía que nunca cortarían cortaron. El clima social se volvió raro y muchas personas en redes empezaron a decir que si Rosalía ponía fin a una relación que se nos mostró en redes como idílica, no tenía sentido seguir creyendo en el amor.
El cine no ha estado aislado de este debate público y no tardaron en aparecer memes que asociaron la ruptura de Rosalía con la película de Barbie, por ejemplo. ¿Es todo una gran coincidencia? Los nacidos en los noventa estamos presenciando últimamente muchas rupturas si, pero también muchas bodas. Muchos de los que poblamos las redes estamos entrando en al década de los treinta. Es un momento vital en que para bien o para mal las cosas se ponen serias y deben tomarse decisiones. Los artistas y cineastas que consumimos también viven momentos vitales similares a nosotros y, de forma inevitable, su obra queda impregnada de ello.
Son muchas las películas españolas recientes que giran en torno a una crisis de pareja a menudo vinculadas al espacio rural. Ya en 2022 tuvimos la premiada Cinco Lobitos donde Laia Costa interpretaba a una madre primeriza que veía como su relación se iba haciendo añicos poco a poco ante el desinterés de un novio/padre que no estaba en los momentos que tenía que estar y decidia irse a vivir con sus padres, en un pequeño pueblo del país vasco. En Suro, Vicky Luengo y Pol López interpretaban a una pareja de neorrurales que veían como su nueva vida conjunta en el campo ponía sobre la mesa sus evidentes diferencias sociales y morales. Anna Castillo en Girasoles Silvestres, atravesaba tres relaciones en la década de los veinte plagadas de conflictos e incomprensión. Una película que toca muchos temas interesantes y que creo que pasó muy desapercibida y en la que Anna Castillo hace un gran papel, con un estelar Oriol Pla en el papel de un perfecto chulo de extrarradio que es la pesadilla de cualquiera.
Si bien a Anna Castillo le han dado un papel más alegre en la divertida a la par que absurda El fantastico caso del Golem, a Laia Costa le ha tocado repetir en personajes que sufren de desamor. En Els Encantats de Elena Trapé (Las distancias) y en la esperada Un amor de Isabel Coixet, adaptación de la novela homónima de Sara Mesa. En Els encantats vemos un personaje casualmente muy similar al de Cinco Lobitos, casi como si de una continuación de esta se tratara. Irene se ha separado recientemente de su pareja con la que tiene una hija de cuatro años. Durante el transcurso del largometraje vemos como ella debe lidiar con la primera vez que experimenta la separación de su hija, que está con su padre. Para llevar la soledad va a pasar unos días en una casa familiar de los Pirineos de Lleida. Es una película esencialmente intimista, casi introspectiva, en la que Irene decidirá quitarse de encima a un pesado Daniel Pérez, con mucha prisa para formalizar una relación que solo él parece ver. Las dudas asaltan a una recién divorciada que ve como la estabilidad de su vida ha desaparecido por completo y los remordimientos afloran, a pesar de que las constantes recriminaciones cruzadas con su expareja no cesan tras la ruptura. Destacable el papel de Pep Cruz, que hace de vecino de Irene, casi el último superviviente de un pueblo fantasma y es un importante apoyo para ella.
Un amor habla de un conflicto más incómodo, como nos tiene acostumbrados ya Sara Mesa. Laia Costa interpreta a Nat, una traductora que aterriza en una casa de pueblo que se cae a pedazos y que intuimos que tiene un pasado complicado que le ha impulsado a huir. Ante la necesidad de reparar el tejado de su casa, Nat recibe con incredulidad el intercambio sexual que le propone Andreas (Hovik Keuchkerian), pero pronto vemos como termina cediendo a una relación a la que acude repetidamente, con necesidad. Me hizo sufrir mucho Nat, ya que tiene tanta necesidad de cariño y compañía que accede a una relación que no le hace bien y busca un conjunto de cuidados en personas que desde un inicio ya le han dejado claro que no van a poder dárselos. Termina completamente desquiciada por la impotencia de sufrir en una situación en la que se ha puesto ella sola y de la que no sabe huir a tiempo. Nat nos demuestra que el tipo de relaciones que tenemos muchas veces dicen más de nosotros que de los demás.
No quería cerrar esta sección dedicada al cine peninsular sin hablar de la que es para mí una de las películas del año. Creatura, dirigida y protagonizada por Elena Martin (Júlia ist, Suc de síndria) con la participación en el guion de Clara Roquet (Libertad) ahonda todavía más en el amor y también en el sexo desde una perspectiva personal, casi psicoanalítica. Mila se va a vivir a una casa familiar en un pueblo con Marcel (Oriol Pla) que es su pareja. La vuelta al pueblo en el que creció hace aflorar en Mila un conflicto personal vinculado al sexo que tiene su origen en la infancia y hace su acto de presencia a través de una dolorosa urticaria en su piel. La infancia y la adolescencia de Mila son recordadas por medio de flashbacks mientras vemos como la pareja va entrando en una crisis cada vez más importante. La falta de confianza y deseo sexual de Mila hace que Marcel, que en muchos momentos es torpe y poco empático, se sienta cada vez más inseguro. Se convierte en un conflicto que pone en juego la relación entera y que ninguno de los dos sabe como resolver. Crece entre ambos una distancia cada vez más grande, incapaces de comunicarse, incapaces de entenderse. El cuestionamiento social del deseo femenino y la presión que las mujeres sienten para expresarlo de manera libre, protagonizan una película que no tiene miedo en buscar el origen del trauma. A pesar de tocar temas delicados, no cae en el cringe, la falta de sensibilidad o la simplificación, aunque no por ello deja de ser incómoda. Creatura habla de conflictos personales, íntimos, que muchas veces nos cuesta reconocer o nos cuesta saber de donde vienen y que afectan a como nos relacionamos. Habla también de la importancia de la relación con los padres y de como esta afecta a la construcción de nuestra personalidad sin caer en debates psicoanalíticos, sin explicar más de lo necesario para el desarrollo de la trama que quiere contar.
En el resto del mundo el cine también ha dialogado sobre temas comunes y nos ha dado películas que desarollan temáticas que creo que pueden servir de referente para la ficción de los próximos años. Sería abrir muchos temas y saldría un artículo con una extensión tal que asustaría a cualquier lector, así que me emplazo a mí mismo a una segunda parte de este pronto.
La primera novela de C Pam Zhang , publicada por Gatopardo ediciones a principios de año, es una singular exploración del western buscando aquellos espacios que no aparecen en la habitual imagen de postal del género. Relata el viaje que se ven obligadas a emprender dos jóvenes hermanas chinas, apenas adolescentes, cuando su padre muere, dejándolas huérfanas. Después de pedir un préstamo sin éxito y de perder los nervios en el intento, se ven obligadas a huir del poblado minero en el que vivían. Ambas son la encarnación de aquello que nunca es tenido en cuenta en los Estados Unidos de la fiebre del oro, mujeres e inmigrantes, acostumbradas a espabilarse solas, con una madre fallecida hacía tiempo y un padre ausente, a causa de su alcoholismo.
Las dos hermanas brillan por sus diferencias, Sam es el hijo que sus padres nunca tuvieron, siempre pendiente de su padre al que admiraba, convertida prácticamente en miembro del género masculino, vestía como hombre y trabajaba en la mina como hombre. Lucy a su vez, ha vivido a la sombra de su hermana, despreciada por su progenitor, acusada de débil, tiene una sensibilidad que la hace más consciente de su entorno y también más práctica. Las dos bagan por una tierra áspera y casi desierta, con el cadáver de su padre metido en un baúl, arrastrado un caballo robado, buscando sin mucho éxito un lugar adecuado para enterrar a su padre.
Mientras Lucy busca respuestas a la inestabilidad permanente de sus vidas, Sam ha heredado el inconformismo iluso de su padre. El de tantos hombres de la época pensando en qué el próximo lugar será mejor; tendrá más posibilidades de encontrar oro, tendrá mejores condiciones laborales. El destino suele ser siempre la misma tierra árida, vacía, los mismos huesos del búfalo ya extinguido, testimonio de un pasado más abundante.
Ambas están condenadas a entenderse, aunque el viaje hacia ninguna parte termina por convertirse en un viaje al pasado, en el que afloran recelos entre ambas. Buscan encontrar su identidad en un territorio que no las reconoce y que no duda en repudiarlas siempre que puede. Sus padres han luchado para conseguirles un futuro digno, pero acaban frustrados y divididos en el intento, terminando por recurrir a la fortuna, el juego y el engaño intentando conseguir aquello de lo que son negados. Aquello que más les aleja de la prosperidad es algo que no se puede borrar, sus rasgos asiáticos. Las niñas negadas de educación, el padre negado de un sueldo digno. Nos encontramos ante una novela anticlimática que viene a contestar a los relatos épicos del género mostrando todo aquello que una nación en construcción está dejando atrás, todo aquello que excluye.
Es por eso que en algunos momentos me ha resultado algo lenta. Una lentitud que parece responder a la voluntad de la autora de mostrar aquellas vidas en las que no sucede nada y aquellos territorios desiertos. Lugares de paso, lejos de los grandes núcleos de población, centros de la historia, pero insignificantes en las vastas tierras que los envuelven.
Los breves momentos en los que aparece el oro, no hace más que construir una ilusión de un futuro próspero en el que podrán comprar tierras y dejar de trabajar en la mina, pero tan rápido como el oro aparece desaparece. La novela muestra como el oro que todos buscan solo muy pocos lo encuentran, mostrándose como aquella opulencia que los demás no tendrán jamás.
Si gran parte de la novela es un flashback, he disfrutado más el final, en el que se nos presenta un futuro en el que ambas hermanas han terminado por separarse, buscando su manera de vivir en el mundo. Lo hacen aprendiendo que la sociedad americana del momento no quiere saber la verdad, quiere saber una mentira plausible que permita mantener una relación cordial entre extraño o entre viejos conocidos.
Pam Zhang se desplaza al viejo oeste para excavar en los orígenes de los Estados Unidos y de los orígenes de las familias migrantes. Un país que justo empieza a construirse, pero que ya excluye a los recién llegados aunque no haga muchas más décadas que han llegado que ellos. Sobrevuela durante todo el relato algo que es más importante que la raza, la clase social. La novela muestra como el dinero lo puede comprar casi todo, pero precisamente son los migrantes los que están desprovistos de él. Es por eso que el entendimiento entre personas de origen social tan diferente se muestra casi imposible en la novela, sus preocupaciones son muy diferentes. También es una reflexión en torno a la familia y el pasado, un pasado que siempre acaba volviendo. Alberga una reflexión en torno a cómo los hijos repiten de algún modo la historia de sus padres, llevan consigo los anhelos de estos el resto de sus vidas.
2021 ha llegado cargado de novedades editoriales y ha hecho aumentar considerablemente la lista de pendiente de muchos lectores. En mi caso, me he encontrado de golpe con mucho material analizable, ya que me interesa especialmente la novela escrita por mi generación, la nacida entre los ochenta y los noventa, conocida como generación millenial. Por razones obvias, estas novelas suelen ser autoreferenciales y suelen ser también novelas debut, puesto que no son pocos los escritores que empiezan a escribir entre los 25 y los 35 años. Entre sus características principales encontramos la precariedad laboral, la diferencia de clase, el descubrimiento y la reivindicación de la mirada femenina y la denuncia de la opresión social y de género. Varios hitos recientes sobrevuelan estas novelas como son la crisis económica de 2008, o el movimiento Me Too. Por supuesto, muchas de estas novelas son comparadas con uno de sus mayores éxitos editoriales, Sally Rooney. Más allá de los evidentes objetivos comerciales, personalmente considero que es útil que se genere una narrativa entorno a una suerte de nuevo género literario, y que se ponga el foco sobre él, siempre y cuando se haga con interés en sumergirse más allá de su superficie y se sepa detectar las singularidades de cada autor.
Sin duda, Miranda Popkey es muy diferente de Sally Rooney y poco tiene que ver con esta más allá del interés por la intimidad femenina y la visibilización de las diferencias sociales que operan en la sociedad y condicionan las relaciones entre sujetos. Como veremos, Popkey se interesa principalmente por la naturaleza impuesta del deseo.
Temas de conversación que se vuelven trascendentes
Una de las cosas que más llaman la atención de la novela de Miranda Popkey es su particular estructura. Pronto nos damos cuenta de que la voz narrativa no tiene un especial interés en construir un relato cronológico clásico con una continuidad definida. Cada capítulo se sitúa en un lugar y en un momento concreto y el interés por lo fragmentario es tal que los capítulos llegan incluso a situarse diez años después del anterior sin que sea necesario contextualizar demasiado ese salto. De alguna manera similar a la triología de Rachel Cusk, la mayor parte del texto de Popkey parte de conversaciones que mantiene la protagonista que desencadenan una reacción en esta. Ya sea por el momento vital del personaje o por los pensamientos que las conversaciones hacen aflorar, toda conversación se vuelve de golpe trascendente, como si se tratara de una revelación, y a través de estos momentos es como conocemos al personaje protagonista. A partir de el diálogo interno que surge de esos encuentros conocemos sus inquietudes, su historia y aquello más la preocupa íntimamente. De esta manera, la mayoría de capítulos se construyen como un relato, similar a los nueve cuentos de Salinger. Un relato que tiene sentido por sí mismo y que refleja un instante concreto de la vida de un personaje que supone de algún modo un antes y un después en su vida.
Aunque estos momentos en un principio parecen algo dispares poco a poco puede verse un denominador común en ellos que es, como ya he dicho antes, la reflexión entorno al deseo y la falta de este. Las mujeres que aparecen durante la novela, amigas, compañeras de trabajo, compañeras de universidad, madres o madres de amigas, se encuentran habitualmente enfadadas con la sociedad, odian a los demás y se odian a ellas mismas por sus actos. Se encuentran aburridas, han llegado a la vida adulta dándose cuenta de que esta no les satisface, no cumple sus expectativas o no encuentran que exista ninguna expectativa que valga la pena mantener y así se encuentra también la protagonista.
Esta manera de estar en el mundo, sin preocuparse por los demás o incluso buscando hacerles daño, roza la sociopatía que vemos también en la novela de Alexandra Kleeman, otra novela reciente publicada también en Gatopardo ediciones, pero tiene siempre un trasfondo de incomodidad personal detrás. Hacer daño a las personas cercanas y de esta manera alejarlas de su vida, es la manera más fácil que encuentra la protagonista para hacerse daño a sí misma y romper con un pasado que cada vez se vuelve más difícil de gestionar.
El lado oscuro del deseo
La conclusión compartida de todas estas mujeres que habitan en la novela, es que no se sienten preparadas para gestionar su deseo, precisamente porque sienten que su deseo, el deseo femenino, no ha recibido la suficiente atención que necesitaba y siempre ha sido supeditado a los deseos de los demás, a los deseos de los hombres. El tipo de relaciones que se muestran en el relato habitualmente se basan en una desigualdad implícita de poder. Son relaciones con hombres mucho mayores que ellas, con profesores o con jefes. Relaciones que en un principio son vistas como deseables, sentirse deseadas por un hombre con más poder, con más conocimientos, más interesantes que ellas, es visto como algo cercano a un halago y desear estar con alguien que tiene tanto por darles y enseñarles parece una relación que merece la pena querer. Pronto descubren que no es así, que si aquellos hombres quieren estar con ellas es porque se sienten atraídos por el poder y el control que pueden ejercer sobre ellas, la capacidad que tienen de hacer que ellas se plieguen fácilmente a sus deseos y nunca se encuentran realmente en una situación horizontal en la que sean capaces de escucharlas y procurar su felicidad.
Estas mujeres han descubierto que se habían dejado llevar por una inercia en la que hacían lo que se suponía que debían hacer, deseaban lo que debían desear y de esta manera abandonaban sus carreras profesionales para casarse con esos profesores de universidad que tanto habían hecho por ellas y los seguían a todas las ciudades a las que ellos debían acudir.
Curiosamente, más allá del movimiento Me Too en el que Popkey confiesa inspirarse, estos temas son de absoluta actualidad en casos como el del Institut del Teatre de Barcelona, la escuela más importante de teatro de Catalunya en la que recientemente se han destapado varios casos de profesores ilustres que se creían con el derecho a intentar seducir a una gran cantidad de alumnas y en algunos casos incluso conseguirlo mantener relaciones con ellas.
Algunos fragmentos de la novela me han impactado especialmente, como cuando se refiere a la llamada fantasía de la violación, en la que el deseo de dar el control de la situación al otro es tal que la simulación de sentirse forzada a tener sexo resulta excitante. Popkey reflexiona alrededor de esta idea considerando que el problema viene de que durante mucho tiempo se ha dado por hecho que las mujeres no desean tener sexo y se las ha educado en esa falsa suposición. La fantasía de la violación vendría a ser la forma de evitar la vergüenza de confesar el propio deseo frente al otro, un deseo que a menudo ha sido negado.
Popkey también considera que la educación sexual a menudo se ha dirigido solo hacia aquello que uno debe evitar; los lugares que debe evitar o las conductas que debe evitar para así mantenerse segura. Esto llega a tal punto que si no se enseña a reclamar el deseo uno acaba por pensar que para reclamarlo debe hacerse todo aquello que se supone que no se debe hacer para así atraer a los hombres, con a menudo trágicas consecuencias.
Popkey alerta en su novela de esos puntos de no retorno en la inercia, en ese dejarse llevar y es por eso que la maternidad no deseada y la maternidad después del divorcio, tienen también un lugar importante en la novela, en que hay después de la catástrofe, en si puede ser demasiado tarde o no para que esas mujeres insatisfechas puedan rehacer su vida.
La voz narrativa de Popkey es particular, a veces me ha parecido algo impostada o pedante, incluso torpe, se toma su tiempo y en algún momento parece que da vueltas en círculos y no saber a donde quiere dirigirse pero también es visceral y en algunos momentos muy lúcida, es también por esto que me recuerda a Salinger, al fin y al cabo es uno de los referentes principales que sobrevuelan muchas narrativas contemporáneas. Aunque imperfecta, la profundidad del discurso que subyace durante la novela me ha dejado un buen sabor de boca y creo que puede ocupar un lugar importante en mi estantería, espero que también en la vuestra.