De un tiempo a esta parte estamos viviendo una evolución en los medios de comunicación y entretenimiento porque proliferan los personajes que tienen un perfil muy distinto al del prototipo de mujer que sigue siendo mayoritario en series, películas y libros. Esto es, lo que podríamos denominar «mujeres princesas» porque viven por y para ser rescatadas por un hombre y así supuestamente alcanzar la felicidad. Sin embargo, algo está cambiando, las chicas son guerreras, y nos podríamos plantear ¿por qué ahora hay esta explosión de superheroínas/personajes femeninos tan activos con un carácter tan marcado?
El tipo de protagonistas dependientes tienen una connotación histórica y cultural muy arraigada en la sociedad desde hace siglos y este estereotipo se repite constantemente ya adentrados en el siglo XXI y a veces nos llega disfrazado con dosis de (supuesto) humor. Sirva como ejemplo la serie La que se avecina. Aquí tenemos todo un elenco de personajes femeninos que, en su inmensa mayoría, están desesperadas por encontrar un hombre -pasada determinada edad nos transmiten que ya da igual el que sea porque lo importante es estar con uno- y hacen todo tipo de disparates para conseguirlo, incluyendo someterse a cirugía y mentir sobre si tienen o no hijos dependiendo de lo que esté buscando el hombre en cuestión.
Otro ejemplo lo constituyen las arquetípicas películas románticas en las que las mujeres suspiran y ponen ojitos (nada que ver con las miradas de la gran Marlene Dietrich) y todo tipo de mohines para enamorar a su objeto de deseo en situaciones en las que, de una o varias maneras, las protagonistas dependen del amado.
No obstante, algo está cambiando y cada vez podemos ver más mujeres de otro tipo tanto en las series como en la gran pantalla. Son inteligentes, independientes, seguras, fuertes, decididas y bellas. Luchan por lo que quieren en la vida, hasta de manera literal. Con el universo de los cómics Marvel y DC, se han hecho aún más populares las superheroínas como Viuda Negra de The Avengers (Los vengadores) y la película Wonder Woman (2017) fue un éxito en taquilla. En este último trabajo se nos muestra el lado humano de la supuesta hija de Zeus en esta versión y su capacidad de lucha a todos los niveles. Hay que resaltar el dato de que al contrario que sus compañeros masculinos cuyas películas podemos disfrutar desde hace años, Wonder Woman ha tenido una película propia en 2017 y que incluso se vaticinó que sería un fracaso. Cabe plantearse si es por el antecedente de la película Elektra (2005), por ser la protagonista encarnada por Gal Gadot una superheroína y/o si tuvo que ver en la formulación de esa hipótesis que la dirección estuviera a cargo de una mujer, Patty Jenkins.
Otro caso es el de la evolucionada Alice Abernathy, interpretada por Milla Jovovich en la saga de seis películas de Resident Evil (2002-2017), dirigida mayoritariamente por Paul W. S. Anderson y que está basada en una colección de videojuegos. Esta mujer se enfrenta a su amnesia, sus temores, malvados seres humanos sobrevivientes y un desolado mundo infestado de zombis y monstruos. Para ello cuenta con sus increíbles habilidades y su inteligencia.
Una de las actrices a quien más se ha criticado por cómo vive su vida es Charlize Theron, quien juega a placer en su papel de ¿heroína o antiheroína? durante todo el largometraje de Atomic Blonde (2017). Este personaje está sacado de la novela gráfica The Coldest City (2012) de Antony Johnston y Sam Hart. En esta película vemos a una mujer con lesiones por todo el cuerpo tras haber realizado su trabajo como espía más que eficaz, luchando en la época de la caída del muro de Berlín en 1989 y además podemos escuchar una banda sonora representativa de esa década. Ella es preciosa, inteligente, eficaz y letal.
Tal vez el ejemplo más notorio de los últimos años de que las chicas son guerreras, lo tenemos en Game of Thrones (Juego de tronos).Hace un tiempo escribí sobre cuatro de las mujeres que son reinas de hielo y fuego en esta serie (las que encabezarían este elenco serían las reinas Cersei Lannister y Daenerys Targaryen) pero podría incluir a muchas más por diferentes razones. Aquí nos volvemos a encontrar con superheroínas y antiheroínas, con y sin poderes, que luchan por ellas y por lo que quieren. Son inteligentes, astutas y casi todas son letales con estilos muy dispares.
Esta evolución que podemos contemplar en la pequeña y en la gran pantalla, en general, está sacada del mundo de la literatura, de los videojuegos y del cómic, donde las protagonistas no están tan limitadas como estamos acostumbrados a ver. Dejando a un lado la importancia que supone la industria en todo esto, lo que planteo es ¿por qué no seguimos con esta re-evolución y que se extienda a otros/todos los campos?
Oro, la nueva película de Agustín Díaz Yanes, es una obra que tiene el encanto especial de agradar con lo previsible, de entretener con la repetición y de reflexionar sobre la falta de raciocinio.
Basada en un relato de Arturo Pérez Reverte, Oro nos traslada a la América, aun no marchita del todo y sin embargo tampoco virgen, de mediados del s.XVI (1538). Una expedición de unos 30 españoles intenta hallar «El Dorado» para obtener «fama y fortuna». Obviamente, con este objetivo en el horizonte, el incremento de la violencia con el paso de los minutos de metraje era algo que se anticipaba.
Y, sin embargo, no todo es violencia en ese clima asfixiante que se genera alrededor del paisaje de una selva amazónica tan y tan viva. Es cierto que cuando no hay oponente externo, se busca dentro. Pero también hay en lo que creer: el poder de la letra, de aquello que, siguiendo a un célebre filósofo francés, deja huella. Pero el problema es que aquí no todos pueden llegar a detentar este poder, o eso parece. Porque el poder parece algo sólido y fijo, hasta que alguien se da cuenta de que se puede mover.
Cabe destacar la actuación de un Raúl Arévalo que parece ser uno de los hombres de moda del cine español. Todos sus personajes, hasta el momento, me resultan creíbles y bien armados. Si hubiera que poner un pero, tal vez, sería su carácter excesivamente taciturno y serio en todos sus papeles. Esto último, no obstante, debe ser consecuencia de lo que le piden, porque hasta el momento lo ha sabido ofrecer muy bien.
En definitiva, aunque Oro sea una historia de la que cualquiera puede tener un guión aproximado antes de verla, creo que es un film que merece la pena ver. La estética está muy bien trabajada, hay recursos: buenas actuaciones, sobriedad, un pequeño punto de reflexión y, sobre todo, crudeza, mucha crudeza.
El pasado 13 de octubre en la Sala 2 de l’Auditori de Barcelona la banda británica GoGo Penguin realizó una doble inauguración: la decimoquinta edición del festival In-Edit y la primera de la programación Sit Back, el nuevo ciclo de música amplificada de L’Auditori. Para ello presentaron su nuevo proyecto, la interpretación en directo de su nueva banda sonora para el documental Koyaanisqatsi, una obra de culto dirigida por Godfrey Reggio el 1982. (más…)
Hace unas semanas tuve el gusto de poder ver la nueva película documental de David Arratibel: «Converso». En ésta, el director aborda la cuasi-abrupta irrupción de la fe religiosa (católica) en su familia. Dada la particularidad de este trabajo, consideré que antes de hacer cualquier reseña sobre el mismo, sería más interesante poder hablar con su creador. Y he aquí el resultado:
Como director, has utilizado un título muy sugerente para tu obra: Converso. A decir verdad, si lo pienso bien, sería difícil encontrar una palabra más precisa para el fenómeno que se vive en tu familia. Sin embargo, quizás no acabe de ser del todo adecuada pues, en mayor o menor medida, tu madre y Raúl, cuanto menos, ya habían creído con anterioridad. ¿Has encontrado alguna explicación que te satisfaga a esta re-intensificación del sentimiento religioso?
Para mí el título tiene como mínimo dos significados: uno, el de las personas, ellos, que se convierten a una nueva religión; y otro, la primera persona del presente del verbo conversar. Este segundo sentido es para mí el verdadero del título, porque, para mí, ésta es una película sobre conversaciones pendientes que, por fin, en presente, frente a la cámara, se producen.
Respecto al reencuentro o re-intensificación de Raúl y mi madre con la fe, creo que ellos explican en la película cuál ha sido ese camino de vuelta. A mí, desde fuera, me cuesta mucho responder a ese tipo de cuestiones.
Durante la película, mientras hablas con Paula, hay un momento en el cual comentas que el sentido de reunir a tus hermanas, tu madre y tu cuñado, está en ver qué tienen en común para entender el origen de sus “conversiones”, de su fe renovada, ¿Crees haber hallado un hilo conductor entre todos o algún tipo de respuesta?
El capítulo en el que le pregunto eso a mi hermana Paula se titula “No se puede filmar el Espíritu Santo”. En ese capítulo recojo los momentos en los que yo intento entender cómo se cree, cómo es ese proceso de llegar a tener la certeza de que Dios existe. Y se lo pregunto a mi hermana pequeña porque ella es neuróloga y pienso que quizá me pueda dar una respuesta. Pero ni ella ni nadie me ha podido dar una explicación que no tenga un componente abstracto e inenarrable. En ese sentido, la película admite su incapacidad de documentar el proceso de tener fe.
David Arratíbel (izquierda), con su cuñado, su madre y sus dos hermanas, en un fotograma de ‘Converso’.
Siguiendo con tu conversación con tu hermana Paula, tu manifiestas la sensación de lástima que sentiste al ver que la capacidad crítica de tu hermana podría verse mermada al adquirir un dogma religioso (digamos, un paquete cerrado). Sin embargo, tal y como hablan los integrantes de tu familia, no está tan claro que ellos sigan de pe a pa toda la doctrina católica sino que anteponen su fe en un ser que los reconcilia con algo a unos preceptos religiosos concretos. ¿Piensas que se puede desligar la Fe de la Iglesia (o, cuanto menos, restarla a esta última un papel crucial)? ¿Qué crees que piensa tu familia al respecto?
Con mi hermana mayor he hablado mucho sobre esto, sobre la distancia entre tener fe y una vivencia religiosa, y estar de acuerdo con los preceptos de la Iglesia católica. Ella me da una explicación que, a mí, me vale: me dice que la iglesia es el legado de Jesucristo y que, con todos sus defectos, ellos quieren estar dentro para, si se puede, mejorarla en lo que les sea posible. Para mí es algo parecido la la democracia: sabes que es imperfecta, que tiene mil vías de agua, pero no se me ocurre salir de ella para intentar cambiarla.
En algún momento de tu obra, comentas la frustración que te generó ver que te quedabas “sólo”, sobre todo después de la conversión de tu hermana pequeña. ¿No te viste atraído en ningún momento por la fe de ellos o, de alguna forma, deseaste creer igual que ellos? Y al hilo de esto, ¿Cómo te explicas la conversión masiva, casi por contagio, en el seno de tu familia?
Durante el proceso de hacer la película, y también en el diálogo con el público, no he tenido momentos en los que “peligrase” mi agnosticismo (risas). Pero es curioso que, después de tanto hablar de religión, el primer momento en el que he mirado hacia adentro -o hacia el cielo- con cierta actitud de búsqueda ha sido debido a que un gran amigo mío está luchando contra un cáncer muy fuerte. Soy una persona poco espiritual pero creo que la presencia de la muerte nos hace asomarnos a todos a ese abismo que comenta Raúl en la película.
Por más que yo intentara visionar el documental desde una perspectiva neutral, no me podía quitar de mi cabeza el hecho de que una película documental sobre personas que, de repente, se arraigan de nuevo a unas convicciones religiosas muy poderosas y que ocurre en Navarra tiene algo de no-casual (no podía evitar pensar en el Opus Dei y otras órdenes religiosas, lo lamento). ¿Crees que el contexto socio-religioso de la región tuvo un papel relevante en la “conversión” de tu familia?
Es una pregunta bastante recurrente a la que sólo puedo responder que mi familia no está dentro del Opus Dei. Podría estarlo, porque en Navarra tiene mucha presencia, pero no es el caso.
En tu documental se puede apreciar un uso muy meticuloso de la estética. Y, de hecho, el tema de la estética emerge de forma recurrente en tus entrevistas. Tu madre admite, de forma directa, que ella siempre estuvo detrás de la búsqueda de la hermosura y tu hermana se “convirtió” a través de la visión interna (estetizada) de toda la pasión de Cristo. Me gustaría saber si has sacado alguna conclusión respecto a la importancia que la estética católica tiene en la fe de sus feligreses.
Es algo muy presente en la película, sobre todo en la música. Como dice Raúl, ya Santo Tomás de Aquino dijo que la música del órgano “arrebata el alma a lo celestial”. Así, en la película, vemos llegar algo abstracto, desmontado en un camión. Esa cosa va tomando forma y se crea, por la mano de hombre, un instrumento que es una metáfora de la Iglesia, porque el viento del Espíritu Santo entra en el órgano y hace que todos los tubos, como todos los miembros de la Iglesia, generen un acorde armónico. Yo estaba y estoy fuera de ese acorde del órgano-Iglesia, pero intento buscar la armonía sin pasar por el instrumento -en el sentido de doble de la palabra- cantando a capella, con sólo la voz humana.
Raúl, tu cuñado, te comenta en un momento de la película que la fe es compleja porque nadie se la merece ni está preparado para recibirla, simplemente es un regalo que se da y por eso cuesta tanto hablar de ella. ¿Piensas haberte puesto en la piel de tu familia para sentir lo que ellos sienten pese a que no creas en lo que ellos creen?
Eso he intentado y, aunque no haya conseguido entender o vivir su experiencia trascendental, sí que me he he puesto en su piel para tratar de acercarme a su “sentir” religioso.
Hoy se ha estrenado en Netflix la última y esperada película de Borja Cobeaga titulada Fe de etarras. He de decir que, después de la exitosa Ocho apellidos vascos, no esperaba demasiado de este nuevo film del director donostiarra. Al ser estrenada, además, en esta plataforma, pensaba que sería un producto concebido para el mero entretenimiento. Pero, nada más empezar a verla, se me han caído a los pies todos mis prejuicios. Porque he de reconocer que la película ha «decepcionado» mis expectativas con creces y me ha dejado un sabor amargo y la necesidad de una profunda reflexión. Esperaba una comedia vacua, banal, llena de tópicos y gags previsibles, pero Fe de etarras, en realidad, ni siquiera es una comedia. Lo que hace Cobeaga con verdadera maestría es contar, desde el humor, una historia real y dolorosa sobre Euskadi, personificando en un comando etarra algo sui generis las tensiones internas de la banda terrorista ETA en un momento histórico muy concreto.
La narración acontece en el verano de 2010, el verano del Mundial de Fútbol de Sudáfrica del que la Selección Española salió campeona. Sin embargo, ese verano es también el previo a que ETA declarara un alto al fuego el cinco de septiembre de ese mismo año. Como Didi y Gogo en Esperando a Godot, los cuatro integrantes del comando esperan la llamada de Artetxe, jefe de ETA, para que les dé indicaciones sobre el siguiente gran golpe. La espera es, pues, casi un acto de fe de estos cuatros personajes: el jefe del comando, un riojano de nacimiento e integrante histórico de la banda, que “si puede jugar en el Athletic, también puede ser etarra”; una pareja de jóvenes que, más allá de las consignas románticas de la kale borroka, poco pueden aportar; y un anarquista de Albacete del que tienen que echar mano porque ya nadie dentro de la organización sabe manejar explosivos. De esta manera, Cobeaga nos muestra una ETA venida a menos, en la que la inercia y la incapacidad de los personajes de vivir de otra manera les llevan a continuar una vía sin saber en realidad por qué ni para qué. Esperan a Godot, pero éste, como no podía ser de otra manera, no se hace presente.
La tensión interna es evidente durante toda la película, tanto entre los integrantes del grupo como dentro de cada uno de los personajes. La pareja sueña con una vida en común, en Uruguay o como comando itinerante. Sin embargo, no pueden escapar del todo de lo que han sido y son, de esa ansia de hacer historia de Euskal Herria. Se quieren ir, pero no pueden. Se quieren quedar, pero no tienen nada que hacer. El jefe del comando juega a mantener viva la ilusión de un gran acto terrorista, pero a la vez manipula y evita la llamada de Artetxe. El anarquista quiere formar parte de esa idea romántica de la lucha, quedándose, de esa manera, en la parte estética del asunto, obsesionado por euskerizar su nombre e imaginándose en los titulares de los informativos como un mártir.
El título de la película no es casual, porque ser etarra en 2010 es un acto de fe, una cuestión religiosa. Pero la organización interna de ETA ha entrado ya en un proceso de secularización que no tiene marcha atrás. Ahogada tanto por los agentes externos, simbolizados aquí en el entorno hostil en el que se mueven, en el ambiente generalizado de orgullo patrio futbolístico -valga la redundancia-, el comando sólo existe en el claustrofóbico piso franco en el que pasan los días. Fuera no son nada y dentro, las tensiones entre ellos sólo se palían gracias al deseo irracional que tienen en común de continuar un camino a todos ojos absurdo y patético. Sin querer hacer de spoiler, solamente mencionaré una de las frases que el gran Ramón Barea pronuncia hacia el final de la película: “a los cobardes se les espabila a hostias, pero cuando no hay fe, no hay nada”. Y Cobeaga retrata esta pérdida de fe interna, el paso de la idea romántica de los personajes históricos de ETA a una nueva realidad dentro y fuera de la organización de manera brillante. Y lo hace a través de un humor fino y sutil, sin dejar de ser, sin embargo, incisivo y serio, muy serio a ratos.
Sólo espero que esta película se reciba como lo que es: una crónica de una muerte anunciada, pero no una banalización del mal. La película molestará a algunos sectores de la sociedad, pero eso es seguramente lo que el humor serio de Cobeaga pretende. Ahora que la equidistancia está tan mal vista, el director nos muestra una película llena de grises y matices, como lo está también de frustraciones, miedos y dolor. Pero esto es, en definitiva, lo que ha dejado en todos nosotros una época marcada por el patriotismo y el fanatismo. Y, para que no se me malinterprete, diré que me refiero aquí no sólo a la cuestión de la lucha armada en la que Cobeaga se centra más, sino a lo que se ve en los vecinos de la comunidad en la que se encuentra el piso franco. Una comunidad que recoge una muestra algo sesgada, pero real, de las diferentes simplificaciones de las que hacemos uso para comprender mejor la complicada realidad que nos rodea. Porque, al final, lo que hemos sido y lo que somos siempre puede volver a llamar a la puerta. Y no diré más.
En la primera vez me siento en la butaca sin más referencias de lo que va a acontecer que la del nombre del director y los dos actores principales. Me siento sin previo aviso envuelto en llamas, pero alguien me sonríe y la luz se abre camino, invadiendo la oscuridad. No hay más sonidos que los pasos de una madre y el latir de su corazón, que es el corazón de la casa, el corazón de un mundo enfermo.
La madre es Jennifer Lawrence, la protagonista del nuevo bebe de Aronofsky, un delirio artístico regurgitado en forma de película: mother!, madre! en la cartelera española. Javier Bardem interpreta a su esposo, un poeta de renombre que atraviesa una fase de bloqueo del escritor. Darren Aronofsky (Nueva York, 1969) dio a luz al monstruo tras un parto de cinco días, imbuido por un ataque de fiebre narrativa, cinco días solo en su casa sin apenas dormir, tecleando como un poseso que atraviesa una epifanía, castigando, lacerando las yemas de sus dedos, emanando el humo que precede a un fuego.
Es el fuego de la casa del poeta, que se incendió, pero luego apareció ella, su inspiración, con tanto amor por él que la empieza a reconstruir de arriba abajo, día tras día, pared a pared, un brochetazo tras otro, una labor de dimensiones faraónicas.
“Quiero convertir esta casa en un paraíso”
La madre tiene una conexión especial con la casa, puede oir su propio corazón, como si de un ser vivo se tratara. Una casa aislada, en medio de una nada posible en cualquier sitio, tu casa, la mía, la casa de todos. No es una película de terror ni de “casas encantadas”, como el tráiler hace creer; hay terror, sin duda alguna, pero a otros niveles, a niveles tan profundos como profunda esté tu alma, ahí llegará si permites que la película te despedace. Hay que estar dispuesto a pagar este peaje. El frio, los males del planeta, del ser humano, se avecinan, conformando una experiencia sensorial de dos horas única. ¿Como lo consigue? Principalmente, con el impresionante uso de la cámara. Este poema febril ofrece tan solo tres tipos de ángulos y son todos de la madre: primeros planos de su cara, por encima de su hombro y lo que sus ojos ven. Ella eres tú. Tú eres ella. Estás dentro de la casa desde el inicio de la película.
Cuando llega el primer invitado a la casa, que no ha sido invitado por nadie, un doctor interpretado por el gran Ed Harris, y el segundo, una majestuosa Michelle Pfeiffer, que da vida a su mujer, la sensación de tensión contenida, de intranquilidad, como la de una pesadilla que acaba de empezar y todavía no es tal, ese picor por el cuello de que algo no encaja, de que algo anda mal, se cierne poco a poco sobre tu consciencia y va apoderándose de ella.
El recién llegado matrimonio es atípicamente inquietante y son el desencadenante de más personajes extraños que van llegando a la casa, aumentando tu incomodidad. Ambos están espléndidos en sus papeles, el surrealismo en su comportamiento, una rareza no humana, genera en el espectador la risa incómoda, es la respuesta inconsciente al malestar, a huéspedes indiscretos y terribles, que te tratan como si la rara y fuera de lugar fueras tu, en tu propia casa. Mientras, tu marido parece encantado de tener a esta gente alrededor, al poeta se le ilumina la cara para tu estupefacción.
mother! es una pieza de arte ultratransgresora, vulgar pero elegante, explosiva e ingeniosa, con múltiples y copiosas capas, con metáforas y alegorías continuas, la casa es un enorme cubo de Rubik: las piezas y las combinaciones entre sí son las interpretaciones posibles y las diversas lecturas que de ellas sacas, respectivamente. Dependiendo de por qué lado mires el cubo éste tendrá una apariencia u otra, ahora homogéneo como una cara con las piezas del mismo color, ahora desordenado, cuando las teorías giran por tu cabeza a la velocidad que el cubo en manos de un experto.
En la rueda de prensa del festival de Venecia, un periodista preguntó a Darren si la casa es el paraíso y Ed Harris y Michelle Pfeiffer son expulsados de él. El director sonrió y dijo que había emprendido un buen camino y le animaba a continuarlo, pero que era muy largo. Las interpretaciones son tantas y tan válidas entre si que es un milagro que esta película haya ocurrido. Una de las lecturas centrales y más claras gira en torno a la religión y a como el director la relaciona indivisiblemente al fanatismo y a la destrucción de la persona. Aronofsky, ateo declarado, ensarta a sangre fría en un palo afilado a Dios, a la religión, a la contaminación del medio ambiente y la Madre naturaleza, la avaricia, la codicia, el machismo, la violencia, a las guerras: cuantos más elementos se van sumando al palo, más se inclina éste acercándose al fuego, siendo el palo la película, que es la madre, que eres tú, que es el mundo y sus males……que es en primera y última instancia una sesión de terapia del propio Darren Aronofsky, quien juega a ser Dios y se comporta como tal, haciendo gala de un narcisismo de dimensiones bíblicas, pues lo que subyace es que la película es Él, por encima de actores, lecturas y simbolismos.
“Toda esta gente ha venido solo para verme”
Disfrutamos del mejor papel en la carrera de Jennifer Lawrence y también el más exigente, reconocido por la actriz misma; espectacular en su gesto contenido, de lucha interior contra la angustia creciente, por guardar las formas en un mundo donde parece que nadie las respeta. Su comportamiento, sin embargo, también es enigmático y misterioso, fuera de sitio en ocasiones. Es la cara del agobio, de la opresión y del sufrimiento. Bardem la acompaña a un nivel altísimo, con una expresión de lejanía constante, de mirada al infinito, a veces quema de tan fría y en otras sale el Bardem que más conocemos, ese carácter fuerte, de amalgama de sentimientos. La mezcla de ambos en la película es explosiva.
Atendiendo a la banda sonora no vamos a encontrarla, no tiene. En las obras más célebres de Aronofsky, Requiem por un sueño(2000) y Cisne negro(2010) la música es absolutamente fundamental, tanto o más importante que el resto de componentes, para tele transportarnos e hipnotizarnos, antes de darnos el subidón definitivo de adrenalina. “Me di cuenta de que cada vez que pones música en una película estás diciendo a la gente como se tiene que sentir. Sin música no sabes lo que va a pasar y eso es lo que queríamos, hacer a la gente sentirse insegura, tan insegura como Jennifer Lawrence”
En su lugar, mother! amplifica los sonidos por encima de lo permitido, donde el girar del pomo de una puerta, un golpe en la cara o el crujir de los peldaños de una escalera se reproducen a escasos centímetros de tu tímpano. Este hiperrealismo sonoro, unido al continuo seguimiento de la angustia de la madre, es un chute en vena de opresión y profundo malestar, lo que no deja de ser habitual marca de la casa del director, pero aquí un meritorio triunfo personal: se ha deshecho de la música, una de sus grandes armas, pero el reto, el hándicap, deviene en lograr su mejor película, a sus casi 50 años.
El desasosiego va avanzando de lento a constante. La madre se siente cada vez más incomprendida, el clima empieza a estar profusamente cargado cuando se sobrepasa la hora de película y esas risas que descargaban la tensión van dejando de oírse en la sala; lo que era un thriller dramático con ambientación de película de terror se transforma de repente en el apocalipsis, capas y lecturas saltan por los aires, al surrealismo reinante se le suma una bárbara y disparatada esquizofrenia que lo engulle todo. Se empieza a ir todo a la mierda y contigo incluido.
“Esta película es Jodorowsky puesto de esteroides”
Es el cénit de la carrera del director, unos minutos del fin del mundo que deben ser escritos en mayúsculas como de los mejores de los últimos tiempos en el cine, apabullantes, gloriosos, pero eso es lo que seguramente menos te importe a ti en ese momento, porque la tensión te ha mantenido los párpados abiertos, secándote el lagrimal, para ahora darte unas punzadas con una aguja. La película no tiene piedad, pero la poesía de la cámara de Matthew Libatique sí; el fotógrafo de los filmes de Aronofsky siempre transmite belleza, una magia poética añadida a lo que muestra la imagen, ayudando a rebajar el clima pero solo lo suficiente, lo justo como para seguir permitiéndonos respirar, como los fade to white (fundido en blanco, una ruptura en la historia, que da lugar a otro acto) Nada más. mother! no va a ofrecerte ninguna otra licencia ni nada de lo que le pidas, sino todo lo contrario, te lo quitará todo y mucho más.
“A los hijos les das, les das y les das….pero nunca es suficiente”
A mi mother! me ha destrozado, me arrancó las entrañas tras hacerme sufrir, sin el menor reparo o miramiento, pero para renacer; para volver siendo más fuerte hace falta antes morir. Si vas a verla, si aceptas el reto, que no sea un viernes o sábado noche a un centro comercial, cuando adolescentes y gente joven no preparada para películas profundas van a poder fastidiarte o arruinarte la experiencia. Hazte un favor, ves a un cine de barrio, si tienes la suerte. Si no, ves a verla donde puedas, pero que sea entre semana. Vengo muy recientemente de empezar un camino nuevo en mi vida, cuando justo se atravesó esta película en él. Tras meses sin escribir, sumido en una depresión escondida a plena luz, una charla con un amigo y mother! me hicieron recuperar la pasión, por mi hobby, por las críticas, y poder renacer. He ido a ver la película un total de tres veces, una auténtica autoflagelación, la última tras la cual lloré, me paraba por la calle y tenía que sentarme, no podía más, exploté, por fin, exhausto, como hacia nunca. Joder, puto Aronofsky, esto ha dolido en el alma, pero gracias. Éste soy yo insertando mi sesión de terapia psicológica, de mi vida más personal, en una crítica de una película. En realidad, es a lo que conduce el filme, es lo que Aronofsky quería.
Si cuando acabe este parto de dos horas, sentís que no habéis entendido casi nada, ignorad el shock un minuto y prestad atención a la canción que suena con los créditos y a su título. Se nos ofrece un regalo musical para terminar de convertir nuestro corazón en cenizas y para que entendamos el mensaje principal, la moraleja primigenia de esta historia. Tendréis que verla hasta el final para averiguarla.
“Hay muchas maneras de entretener a la gente (……) siempre va a haber un nivel en el gusto acerca de cuán lejos se puede llegar y estoy seguro de que habrá gente que no va a querer tener este tipo de experiencia…y me siento totalmente bien con eso, porque fui y he sido muy claro al respecto, acerca de esta película: es una montaña rusa, ven solo si estás preparado para dar vueltas unas cuantas veces” Amén.