por Camilo Del Valle Lattanzio | Feb 12, 2019 | Cine, Críticas |
[Foto sacada de: https://www.hollywoodreporter.com/review/skin-review-1142180]
El dicho de “árbol torcido jamás se endereza” o bien, repitiendo la famosa canción de salsa, “palo que nace dobla’o, jamás su tronco endereza”, parece ser aquello que con un gesto optimista Guy Nattiv trata de refutar con su última película “Skin” (2019), estrenada ayer en la sección Panorama del Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale). La piel le sirve al director de metáfora para pensar los cambios aparentemente permanentes que dejan ciertos actos en el carácter, o bien, en la esencia de una persona, si es que algo como tal exista. La película parece plantear sin embargo, que la piel no deja de ser superficie y se enfoca en la idea de que por más cicatrices que se lleve un cuerpo, el trabajo en sí mismo y el cambio de vida son posibles. He allí tal vez el patetismo de la película – el desarrollo de sus personajes tienden a eso inevitablemente: al optimismo que deviene fatalidad.
Bryan ‘Babs’ Widner (Jamie Bell) es un neonazi estadounidense que fue adoptado desde pequeño por Fred ‘Hammer’ Krager (Bill Camp) y su esposa Shareen (Vera Farmiga) en su casa que más que casa es una fabrica de machos racistas militantes por la ‘supremacía blanca’. Sin embargo, las similitudes a un hogar común y corriente terminan siendo el cimiento de su comunidad: la lealtad a su supremo jefe, el compañerismo y el apoyo mutuo se entienden como principios esenciales de la convivencia en ese orfanato neonazi, y los cuales se ven amenazados por las propias premisas de odio del hogar. Aquí parece jugar un gran papel el proverbio de “cría cuervos que te sacarán los ojos”. Los machos son creados como asideros exclusivos de odio, un odio que se vierte en contra de todos, sin embargo la mayor traición viene a ser la del amor mismo con su radicalidad subversiva: la decisión del mismo Bryan de optar por abandonar el camino de la militancia nazi, motivado por el encuentro con el amor de su vida Julie Price (Danielle Macdonald) y sus tres hijas, desencadena la tragedia de la película. La radicalidad del amor, que parece ejercer una violencia más extrema que la de la ‘supremacía nazi’, lleva a Bryan a la huida pesadillesca de su pasado.
La piel de la cara de Bryan está totalmente tapizada de tatuajes, lo que complica la huida como si el racismo se invirtiera en el cuerpo del personaje de un momento a otro: la piel es ahora la que le impide llevar una vida tranquila. Bryan trata de dejar de ser el “bad guy” que ven las hijas de Julie en él, haciéndose a un trabajo sobre su cuerpo mismo – borrar las marcas de lo que se quiere dejar de ser. En comparación con el retrato desalentador de Bustamante en la Berlinale con su película Temblores (comentada por mí para este medio), Skin parece gritar (un poco a la Hollywood) que el amor sí puede liberar a un sujeto de las garras de un sistema moral opresivo.
Las maravillosas actuaciones de Danielle Macdonald y de Jamie Bell, como también de Bill Camp y Vera Farmiga, hacen de esta película con paupérrimo desarrollo de la trama, un filme para no perderse. El suspenso, que es intensificado con una habilidad sorprendente, hará de esta película seguramente una memorable. El romanticismo como clave para desenvolver el odio nihilista que se vive en los EEUU de Trump, o bien, el amor como antídoto, pero el amor en su radicalidad política, parece ser la propuesta de Navitt para cambiar el rumbo de las cosas.
(Véase Srećko Horvat «The Radicality of Love«)
por Camilo Del Valle Lattanzio | Feb 12, 2019 | Cine, Críticas |
[Foto sacada de: https://variety.com/2018/film/festivals/berlinale-2018-jayro-bustamante-readies-tremors-1202701988/]
Tiembla dos veces, o más bien, tiembla constantemente en la nueva película Temblores (2019) del director Jayro Bustamante estrenada en la sección Panorama del Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale). Después de su maravillosa película Ixcanul (2015) estrenada en el mismo festival alemán, Bustamante ofrece de nuevo una imagen poderosa a las salas, esta vez ya no el volcán sino otra alegoría geográfica, los temblores. Se trata de una alegoría de lo inevitable, aquello que como el deseo irrumpe sin avisar en la vida del individuo, ese temblor en medio del cual tratamos de buscar refugio, un asidero hecho de normas, lo predecible, el hogar, los compromisos maritales, la familia tradicional. La película de Bustamante trata de explorar el desajuste de un hombre casado, pasado de los cuarenta y con dos hijos, al ver que su deseo homosexual amenaza la estabilidad de su familia. La presión de una tradición de generaciones y unos sueños heredados, que pesan más que una cruz de acero, lo llevan a destruirse a sí mismo y a renunciar a su vida, encandelillado por una maquinaria sucia de manipulación moral – ese artefacto familiar a toda máquina, el de la homofobia.
El terremoto se siente más fuerte entre más rígidas estén construidas las paredes de la casa. Ese es el caso de la de Pablo (Juan Pablo Olyslager), hijo de una familia burguesa activa en una iglesia evangélica (o bien “iglesia cristiana”) en Guatemala. La noticia de su romance con Francisco (Mauricio Armas) solamente podía significar lo que el título anuncia: un temblor, un sacudón tremendo de las rígidas vigas de su hogar. La película trata entonces de mostrar hasta dónde llegará la familia para defender los cimientos de su casa, de su moral y aunque esto signifique pasar por encima de la felicidad de sus miembros. El amor erótico viene a ser despreciado como «placer» en medio de una ideología de la “felicidad” trascendental que ofrece la moral cristiana: la unión entre marido y mujer, el matrimonio, los hijos, la seguridad de la ley.
El filme de Bustamante es un viaje terrorífico al centro más cálido del volcán de la homofobia, siempre amenazante – se trata también de una familia que grita constantemente la palabra amor como un mantra, pero que paradójicamente demuestra la falta absoluta de lo que predica. Se trata entonces de la denuncia directa de un cristianismo mal entendido, una denuncia en forma de ese trágico retrato de un hombre homosexual que es obligado a dejarse tratar con los métodos más desesperados de la heteronormatividad: castración química, terapias de “masculinización”, auto-maltrato emocional y muchas otras torturas por las que tienen que pasar lastimosamente muchos hombres en estas comunidades cristianas en Latinoamérica.
La película, que hasta ahora solamente se ha mostrado en el contexto liberal berlinés, quiere ser justamente lo que el título anuncia: un terremoto en Guatemala y, por consiguiente, en toda América Latina. La denuncia es clara: la homofobia y el trauma que causa son culpa no solamente de la iglesia y su moral inquisitiva, sino de una familia mal entendida y fundada en el desconocimiento de lo otro y del otro, y en la negación de la naturaleza del deseo humano.
Al final de su estreno mundial el domingo pasado en Alexanderplatz, en el centro de Berlín, parte del equipo se prestó para una ronda de preguntas y respuestas. El director y dos de sus actores hicieron hincapié en la necesidad de la película, en su cualidad denunciatoria. Sin embargo, cuando la actriz Diane Bathen que asumió el papel más negativo en la película –el de la mujer de Pablo, Isa, que trata de imponer de forma egoísta y ciega su ideal de familia y de ‘amor’– dejó escapar una apología innecesaria de su personaje. Todo el público, sumergido en una conmoción absoluta después de haber visto la película, solamente pudo recibir este comentario como un balde de agua fría: la falta de empatía de una persona que con pretextos de entender las razones de la maternidad y de sentirse sola como mujer de familia, se atrevió a defender una posición ultrajante e ignorante. Su comentario inoportuno fue recibido con desagrado por parte de un público que se podía sentir identificado plenamente con el sufrimiento bajo la homofobia. Este hecho dejó ver qué tan importante, o bien, qué tan urgente es esta película en un contexto latinoamericano donde hasta los mismos participantes de la denuncia desconocen la profundidad de las raíces de la homofobia institucionalizada.
La homofobia y la moral familiar calan fuerte en la psiquis de todos nosotros, sin embargo, el deseo parece poner en jaque constantemente esta dolorosa idea de familia. ¡Qué vengan más temblores, sacudones, terremotos!
por Carlos Ibarra Grau | Feb 10, 2019 | Cine, Críticas, Evento |
Gracias a Dios (Grâce à Dieu, de François Ozon) es una película basada en hechos y en tiempo real que denuncia casos de pederastia en la Iglesia francesa. Entre 1986 y 1991 el Padre Preynat abusó de casi cien niños de entre nueve y diez años, quienes tres décadas después se han atrevido a hablar. A cargo del arzobispado de Lyon, el Cardenal Barbarin encubrió todos los hechos. Decía que en tiempo real porque es ahora: el pasado lunes siete de febrero se inició en Lyon un juicio contra Barbarin, acusado de no informar de estos abusos. El siete de marzo se dictará la sentencia. Por desgracia el Padre Preynat ha sido previamente absuelto, pues según la ley de prescripción francesa sobre la violación de menores, se establece un plazo máximo de 20 años para emprender acciones legales desde que la víctima haya alcanzado la mayoría de edad. Las víctimas ya habían sobrepasado los cuarenta años.
Con un ritmo prodigioso, la película empieza directa y sin miramientos con la correspondencia entre Alexander, un buen cristiano en sus cuarenta y pocos padre de cinco hijos, y el Cardenal Barbarin en el año 2014. Tras descubrir Alex que el cura que abusó de él seguía ejerciendo y con menores a su cargo, exige en estos emails la renuncia del Padre Preynat por pederastia, quien sorprendentemente acepta reunirse en persona con Alexander: “Siempre sentí atracción por los niños, es una enfermedad, lo sé, pero no tiene tratamiento (…) algunos padres me atacaron y causaron desperfectos en mi casa pero que yo abusara de los niños no es razón para que los padres fueran violentos conmigo” La respuesta de Alexander hiela la piel porque conocemos la ceguera que causa eso que llaman fe: “Padre, estoy haciendo esto por el bien de la Iglesia, no quiero destruirla, soy católico”
Así muestra el director François Ozon de manera trepidante -y sin que perdamos el hilo de los hechos- a diferentes victimas que siguen el ejemplo de Alexander y se suman a la denuncia, relatando sus propios casos y detalles de los abusos. Si bien éstos nunca son explícitos – la cámara cambia siempre a tiempo de que veamos nada- el sufrimiento de estas personas relatando por primera vez lo ocurrido en su niñez es demoledor: arrastran todo tipo de traumas y cicatrices en sus personalidades, inseguridades en su sexualidad y marcas internas muchas de ellas de por vida. De entre todas las actuaciones destacan Swann Arlaud y en especial el gran Denis Menochet, famoso por encarnar en la durísima Custodia Compartida (Jusqu’à la garde, 2017) a un violentísimo padre de familia. De abusador a abusado, la compleja profesión de un actor de cine.
En la rueda de prensa posterior al estreno de la película François Ozon hablaba de las dificultades para sacar adelante el proyecto: “Lyon es una ciudad increíblemente católica. Hemos filmado en Bélgica y Luxemburgo, pero en Lyon tan solo las primeras escenas, porque allí el catolicismo es muy grande. Fue difícil encontrar la financiación porque la Iglesia y la pedofilia es un tema que molesta a mucha gente, que no quieren verse involucrados”
Pero hay que involucrarse y “Lo privado es político” es el lema de esta Berlinale 2019. Cada año el festival alza un slogan desde cuya perspectiva leer las películas que vamos a ver. The private is political es un lema surgido durante la segunda ola del feminismo a principios de la década de los 60. La frase buscaba poner de relieve las conexiones entre la experiencia personal (lo privado) y aquello que es público (del griego polis) que es exactamente lo que movimientos actuales como el #metoo o el #speakup vienen a rescatar. Numerosas películas de esta Berlinale están abordando la avidez de la sociedad contemporánea por carraspear fuerte y gritar, sacando a la luz aquellas injusticias que durante muchos años fueron un nudo en la garganta. Que lo privado quede en casa es algo ya obsoleto en pleno 2019: vivimos en una sociedad intercomunicada que nos ofrece plataformas para denunciar todo aquello que no está bien. De esta manera, son los hombres los que en Grâcie à Dieu encuentran la valentía para denunciar los abusos que sufrieron y son sus mujeres las primeras que apoyan su lucha, conocedoras de que también es la suya. Si la Berlinale se ha venido definiendo en los últimos años como un festival político, que Gracias a Dios ganara el Oso de Oro no vendría sino a dar la razón de que estamos tomando el camino correcto. Con o sin la ayuda de Dios.
por Carlos Ibarra Grau | Feb 8, 2019 | Cine, Críticas, Evento |
La película inaugural de esta Berlinale 2019 ha sido The Kindness of Strangers (La amabilidad de los extraños) de la directora danesa Lone Scherfig (An Education, 2009) El grueso de este artículo viene a reparar lanzas más que a romperlas, a tratar de hacer entender que el mundo es un lugar mejor de lo que nos han hecho creer y que mientras haya un vecino que salude no todo está perdido en la comunidad. En el último año del director Dieter Kosslick, una película de Lena Scherfig ha abierto la Berlinale. Hace dieciocho años en 2001, su primera vez a cargo del festival, otra película de Scherfig fue la elegida para inaugurarlo. Bonita manera de despedirse, auf Wiedersehen maestro.
The Kindness of Strangers cuenta la historia de Clara (protagonizada por la Zoe Kazan de La Gran Enfermedad del Amor) quien escapa con sus dos hijos nada más empezar la película, en vista de los malos tratos que su marido ha empezado a infringirles. Esta mujer trata de mantenerlos a flote bien con hurtos en tiendas, bien recurriendo a la ayuda de extraños. Y estos extraños acarrean asimismo sus propias losas. Esta es la moraleja de la película: uno no se deja ayudar por alguien cuya situación es envidiable sino por alguien que asimismo atraviesa dificultades. Así es la empatía, energía, karma, psicología o fuerzas del universo. Para subsistir, Alice (la dulce Andrea Riseborough) se triplica entre su trabajo en el hospital como enfermera, dando terapias de grupo en una iglesia y prestando ayuda en comedores sociales. Hasta que ya no puede más. O Marc (Tahar Rahim), quien tras cuatro años de cárcel pese a ser inocente encuentra un trabajo en un restaurante. Diversos personajes, todos ellos de ojos tristes pero llenos de amor, van encontrándose de una manera u otra. Pese a un reparto elegido con gran acierto, The Kindness of Strangers ha sido tildada por una parte importante de la prensa como “azucarada, naif o maniquea” nada más finalizar su estreno. ¿Y sabéis qué? No hagáis ni caso. Id a verla cuando llegue a los cines o la estrenen las plataformas. Más allá del mensaje, es una película de una factura excelente.
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No se debe pretender transformar a un pesimista en un optimista si nosotros mismos no predicamos con el ejemplo y dejamos de avergonzamos de cómo somos. Un pesimista se define a sí mismo como realista. Un optimista no se define, se refugia en el miedo a la incomprensión y a ser tildado de infantil, así que no comparte su visión interior. Estos son los tiempos en los que vivimos. Es por ello que en el cine el término medio- así como la clase media en la sociedad- amenaza peligro de extinción, dejándonos dos bloques de películas bien diferenciadas: historias semi alegres – semi tristes con dosis de comedia y dramas desesperanzadores. Dado esto, es ejercicio sano -y casi obligatorio- alzar la voz o el bolígrafo cuando uno topa con una película que pertenece a ese término medio que tanto escasea. Uno que muestre las tribulaciones de sus personajes sin que terminen ahogándose en ellas, sino demostrando que a veces se sale a flote. En el cine moderno, Hollywood nos ha hecho ver tantas veces la misma historia con un predecible final feliz que los críticos de cine aborrecen una película si ésta no termina mal. Yo alzo la voz ante un cine tan realista como el de los pesimistas, uno hecho con talento que nos permita mantener la esperanza y no caer en la desconfianza al prójimo.
Pues Lone Scherfig defendió en rueda de prensa a los personajes de sus películas, a los que no considera superhéroes, y a su manera de hacer cine, cuyos finales no considera necesariamente felices. Ella es realista a su manera, a esta manera: “Yo creo en manejar grandes problemas con historias íntimas (…) El mundo es un lugar duro, pero me gusta hacer sentir a la gente que pertenecen a la comunidad”
por Carlos Ibarra Grau | Feb 4, 2019 | Cine, Críticas, Evento |
Se va el hombre del sombrero negro y la bufanda roja. El festival de cine de Berlin, más conocido como la Berlinale, vuelve como cada año a principios de febrero, en esta ocasión entre el jueves 7 y el domingo 17. La despedida de Dieter Kosslick, director de la Berlinale durante los últimos 18 años, supone el fin de una era y el inicio de otra del festival de cine más grande y de más público del mundo. Cultural Resuena estará allí otro años más cubriendo el evento de manos de un servidor.
Medio millón de visitantes y 330.000 tickets vendidos en diez días. Es como la segunda navidad en la capital alemana. Los números avalan la gestión de Míster Berlinale pues, para entender la magnitud, desde que Kosslick se hizo cargo en 2001 el presupuesto del festival ha pasado de 11 a 24 millones de euros y las venta de entradas ha aumentado en un 40%. Pero una gran parte de la crítica y del periodismo en general dicen que la Berlinale ha perdido fuelle y es una sombra de lo que fue. ¿Y por qué? Porque en este mundo las modas y las directrices del éxito vienen desde Hollywood a través de sus estrellas, son éstas las que dictan lo que triunfa y lo que no. A diferencia de los festivales de Cannes o Venecia, la Berlinale apuesta más por el talento por descubrir y por películas de un carácter poco comercial, una apuesta exitosa si miramos los números año tras año y que demuestra que otro tipo de películas y de maneras de hacer cine siguen suscitando el interés de muchísimas personas; esto es algo que debería alegrar a la crítica y sus periodistas en lugar de enfadarlos. Martin Freeman, Christian Bale, Catherine Deneuve, Tilda Swinton, Jamie Bell, Charlotte Rampling o Juliette Binoche son solo algunos de los nombres que pisaran la alfombra roja en esta edición. Juzguen ustedes. Si son suficiente estrellas o no en un evento en el que prima el cine político y social, historias fidedignas al contexto actual, arriesgadas y valientes que nada tienen que ver con el glamour. Ni falta que hace.
A Berlín llegará Isabel Coixet, la gran abanderada española presenta Elisa y Marcela o, lo que es lo mismo, la primera película de la historia producida por Netflix que la Berlinale acepta en competición; aprende del error de Cannes al dejar escapar a la Roma de Cuarón que Venecia no dudó en abrazar. Elisa y Marcela cuenta el amor prohibido de dos mujeres a principios de siglo pasado, una historia real en la que el propio festival ha puesto el foco y que podría alzarse con el Oso de Oro a mejor película. Coixet sería la primera española de la historia en conseguirlo y la tercera mujer consecutiva en los últimos tres años.
Elisa y Marcela
Hablando de mujeres, en este 2019 ellas dirigen 7 de las 17 películas en competición, representando un 41% del total. En Cannes el año pasado la cuota de mujeres fue de un 17% y en Venecia un terrible 4% (solo 1 de las 21 películas en competición) La escasa presencia de directoras en la industria del cine no solo es debido a su poca visibilidad, es que en realidad hay pocas mujeres dirigiendo películas. Necesitamos más mujeres al frente de las producciones para añadir calidad y diversidad al cine, pero tienen el acceso mucho mas complicado que los hombres. Tenemos que seguir luchando por el progreso.
España estará presente en otras nueves películas en esta Berlinale 2019, de las que destacan dos esperadísimos cortometrajes dentro de la sección Berlinale Shorts:
- Suc de Sindria, dirigida por la barcelonesa Irene Moray.
- Leyenda dorada, codirigida por el donostiarra Ion de Sosa y el ilicitano Chema García Ibarra, a quienes Cultural Resuena entrevistará unos días previos a finalizar el festival.
Siguiendo en el apartado hispanohablante Cultural Resuena tiene cerrada otra entrevista, con la directora costarricense Antonella Sudasassi que presenta en El despertar de las hormigas una fantástica historia de sueños despiertos, hecha con una inteligencia que rezuma belleza y talento en cada escena. Otra de las novedades será el retorno del guatemalteco Jayro Bustamante; quien ganara un Oso de Plata en 2015 por Ixcanul vuelve cuatro años después con Temblores, un drama punzante acerca de la homofobia y del fanatismo del cristianismo en Guatemala. Tanto Brasil como Argentina volverán a ser, una edición más, los países sudamericanos con mayor representación entre todas las secciones.
Destaco en el apartado internacional -dentro de la sección Panorama– a la siempre excepcional Geraldine Chaplin, herencia viva del mítico Charles Chaplin, quien protagonizará junto a Udo Kier La fiera y la fiesta, film rodado en la República Dominicana que está despertando mucha expectación. Siguiendo en Panorama, resalto otras tres películas: la coreana Woo Sang, porque la enorme calidad del cine coreano siempre nos trae alegrías, la norteamericana Skin, con un Jamie Bell (Billy Elliot) haciendo de neonazi renegado al estilo Edward Norton y también de EEUU llega Light of my life (Luz de mi Vida) donde Casey Affleck (el bueno de los hermanos) dirige y protagoniza una historia de corte independiente dentro de un bosque en un futuro post apocalíptico.
Y llegamos a la joya de la corona o sea a Competición, o sea a las películas que se disputarán el Oso de Oro con Isabel Coixet. Tendremos al maestro Zhang Yimou, uno de los mejores directores asiáticos en activo, a François Ozon con una historia de abusos sexuales de la Iglesia en Grâce à Dieu, a la vuelta con The Golden Gloves del hijo pródigo alemán Fatih Akin, ya ganador del Oso de Oro en 2004 o a la polaca Agnieszka Holland con Mr Jones y la historia del legendario periodista Gareth Jones. Otros nombres ya conocidos en el circuito europeo y algunos debuts completan un total de 17 películas. Especialmente me llama la atención la macedonia Dios existe, su nombre es Petrunya con una peculiar y original mezcla de géneros que podría dar la sorpresa.
Y por último las estrellas, que están fuera de competición. El señor Christian Bale aparecerá el lunes día 11 pisando la alfombra roja para traer Vice, donde encarna al diabólico exvicepresidente americano Dick Cheney. Un día antes, Diane Kruger y Martin Freeman estrenarán un thriller de agentes del Mossad israelí en The Operative. El actor brasileño Wagner Moura (Narcos, Tropa de Élite) ha dirigido su primera película titulada Marighella acerca de un guerrillero que luchó contra la dictadura de Brasil en 1964. Y por encima de todos, los 90 años de la última Grand Dame del cine: Agnès Varda. En lo que parece su adiós definitivo, la belga hará en Varda par Agnès un repaso a toda su carrera durante dos horas, dos horas de una de las pioneras del cine feminista.
Llegará entonces la Berlinale a su fin, tras diez días de paneles, de discusiones sobre Netflix y el streaming, del futuro de las salas de cine, de talentos que cuentan sus experiencias y como aprender de nuestros errores, diez días de correr en el metro para llegar a una película y seguir luego corriendo para llegar a la siguiente, de gente sentada en los bancos mirando el programa de la Berlinale, decidiendo entre esa maraña de 400 películas, de esas ruedas de prensa mágicas en las que directora y actrices respiran por un corazón excitado tras el estreno, de hacer entrevistas cambiando a última hora una pregunta por otra, diez días de apenas comer y dormir aún menos. Morir, dormir: dormir, tal vez soñar. El fin de una era y el principio de otra. Se va el hombre del sombrero negro y la bufanda roja.
Le invito a seguirme en mi Instagram @gato_grau y mi Twitter @cineypoesia donde diariamente se estará publicando más información sobre el festival.
por Elisa Pont Tortajada | Ene 24, 2019 | Artículos, Cine, Críticas, Sin categoría |
Ayer se inauguró en Barcelona la nueva edición del Miradocs, el ciclo de cine documental que muestra las obras realizadas por autores catalanes en el último año, con un especial interés en dar voz a jóvenes realizadores y estudiantes de cine. Y lo hizo con la película, que no documental -o no sólo-, Penélope (94min, 2017), de la guionista, directora y música Eva Vila.
La película, que se presentó en la Sección Oficial del 14º Festival de Cine Europeo de Sevilla en 2017, reescribre el relato de la Odisea, de Homero, adaptándolo a nuestra época y códigos sociales, a través de la realidad y las experiencias vitales de dos personajes reales: Carme y Ramón. Ambos se convertirán, bajo las ordenes de Vila, en Penélope y Ulises, a saber dos de los grandes personajes de la historia de la literatura universal, para hablarnos de la espera, el paso del tiempo, el retorno al hogar y la muerte. Todo ello enmarcado en un espacio físico concreto, Santa Maria d’Oló, un pequeño pueblo del interior de Cataluña, situado en la comarca del Moyanés, que hace a su vez de Ítaca.
Uno de los aspectos a destacar del ciclo es la voluntad de crear espacios de diálogo entre directores, guionistas y equipo técnico con el público asistente. Y así ocurrió ayer, Vila presentó Penélope como una obra que chupa de la “realidad” pero que al mismo tiempo se nutre de referencias mitológicas, historiográficas y de una buena dosis de actualidad y también de cierto costumbrismo.
Penélope es, sin duda, una pieza audiovisual híbrida, que transita entre distintos géneros cinematográficos, sin acabar de decantarse por ninguno en concreto, y quizás sea eso lo que deja en el espectador una sensación de agotamiento y lentitud narrativa. La delgada línea que separa los elementos ficcionales de los reales hacen pensar, en parte, en la utilización del lenguaje treatral, con cierta impostura o exageración en los movimientos de los personajes. Los escasos diálogos y la repetición de escenas casi idénticas, que bien sirven para reflejar ese sentimiento de espera, de tránsito hacia la muerte, hacen no obstante compleja la identificación con Carme y Ramón. Ella, solitaria, algo maniática y todavía jovial pese a su avanzada edad; él, reflexivo, huraño y nostálgico por lo que perdió al abandonar su pueblo natal.
A su favor, destaca una banda sonora muy cuidada y que juega un papel crucial en la ambientación poética del relato, dejando así constancia de la formación musical de la directora. Y también el toque estético de cada uno de los planos, de la luz de los atardeceres y de la combinación de espacios abiertos y cerrados, entre el paisaje montañoso y el interior de sus viviendas.
Consulta aquí la programación completa del MiraDocs, coorganizado por Barcelona Espai de Cinema (BEC) i La Casa Elizalde.