por Rubén Fausto Murillo | May 6, 2021 | Críticas, Música |
Si hay un término que puede definir cabalmente la casi totalidad de la obra de Robert Schumman, es el término alemán de Sehnsucht. Por su imposibilidad de traducción a las lenguas romances, este término al igual que muchos otros de raíz germana, suelen prestarse a la ambivalencia, pero, en un intento de descubrir lo que nos comunica, acudamos a la valiosa propuesta que en su día hizo el crítico croata Ladislao Mittner, que sugiere traducirlo como “tormento” o “nostalgia”. Lo que nos permite a su vez afirmar con Di Benedetto, que el Sehnsucht es el «mal del deseo”, deseo que se repliega sobre sí mismo, ante la imposibilidad de jamás ver satisfechos sus anhelos.
Esa constante búsqueda no satisfecha, ese tormento autogenerante que nunca termina, es a su vez, la más elemental de las conexiones con el misterio de la vida, la madre de todas las cosas, la manifestación más pura e íntima del misterio de la naturaleza. Con estos términos, llenos de trascendencia, autores alemanes de principios del s.XIX, definían lo que era el romanticismo, movimiento que hay que entender para poder comprender a su vez, esa fuerza misteriosa que impulsó la obra de Schumann.
Schumann, es para todos los efectos, un autor típicamente romántico. Solo hay que escuchar algunos de sus ciclos de canciones o sus fantásticas obras de cámara, para poder vivir esa constante búsqueda de expresión de las profundidades del alma humana. Esta actitud queda de relieve a nivel musical, en su renuencia a someter su pensamiento a las normas y estructuras de técnicas compositivas del momento, pues el arte para Schumann, manifiesta lo misterioso de la naturaleza y esa energía primigenia, no puede someterse a formalismos absurdos o convenciones estéticas. Schumann, solo responde ante sí mismo y en esa búsqueda, la forma académica suele ser interpretada como concesión, como derrota ante el verdadero arte.
Cuando Schumann abordó la forma sinfónica, tuvo que solventar dos grandes problemas. El primero de ellos, sin duda es su casi total ignorancia del arte de la orquestación, resultado de su inconstante formación musical. El segundo ya lo hemos atisbado en el párrafo anterior, Schumann mostró siempre una evidente renuencia a someter sus ideas musicales a una forma establecida y la sinfonía es una estructura formal, que tiene en la relación dialéctica de sus componentes, su razón de ser. Dentro de ella se exponen muy claramente temas perfectamente estructurados y estos, han de desarrollarse en un delicado equilibrio formal para que la obra prospere y pueda fluir, de lo contrario, el equilibrio se rompe y la pieza resulta tediosa, o simplemente aburrida. La solución que dio Schumann a estos grandes inconvenientes se puede seguir perfectamente si escuchamos las cuatro sinfonías que publicó y presentó, dejando ocultos otros trabajos que no terminaron de satisfacerle por alguna razón.
Estos son, a grandes rasgos, lo problemas que hacen complejo abordar con fortuna un ciclo de sinfonías de Schumann, pues sin duda, las cuatro son musicalmente brillantisimas, llenas de una música fantástica, llenas de un Pathos especial que enamora a quien las escucha, pero en repetidos casos, al analizar su escritura orquestal, vemos como aquella idea deliciosa, se ve saboteada por una orquestación poco conveniente, por no decir torpe, y como en aquel otro pasaje, si se ajustan algunos elementos, se puede obtener mejores resultados que los solamente sugeridos en la partitura. Esto nos lleva indudablemente a la necesidad de encargar a un buen director la conducción de semejante empresa, necesitando para tal efecto, de un músico inteligente, sensible y con mucho oficio, para poder guiar a la orquesta por terrenos llenos de riesgos que amenazan con hacer naufragar la ejecución, con lo que, cuando el Palau de la música anunció que el 12 y 13 de abril del presente año, la Mahler Chamber Orchestra presentaría la integral de las sinfonías del maestro alemán, dirigidas por Daniele Gatti, los que amamos estas fantásticas obras, nos alegramos profundamente.
Tras pasar horas bajas en su carrera, por un tema harto enojoso y que aquí no discutiremos, Gatti demostró el impresionante músico que es. Sus cómplices de empresa no le fueron a la zaga, pues la Mahler Chamber Orchestra es sin duda una orquesta de solera, con una factura artística impresionante, poseedora de un sonido muy hecho y trabajado, que hizo disfrutar enormemente al público que se congregó las dos fechas arriba mencionadas.
Gatti, siempre de memoria, estableció nítidamente desde el primer acorde del concierto del día 12, su autoridad sobre la orquesta, dando los impulsos necesarios donde él consideraba necesaria su presencia. En un principio, y en concreto durante la ejecución de la primera sinfonía, la comunicación entre la orquesta y el maestro no siempre fue del todo efectiva y por momentos, la lectura osciló, debido a que Gatti es un director que gusta de marcar muy claramente el final de algunas frases, relajando la tensión y ralentizando el pulso. Esto ocasionó, como hemos apuntado antes, que la obra se tambaleara casi imperceptiblemente, pero tanto el instinto de Gatti, como el oficio de la orquesta, solventaron perfectamente la ocasión. Para cuando escuchamos la sinfonía “Renana”, obra que cerraba el programa de ese día, el diálogo entre orquesta y director fue simplemente modélico, firmando una memorable interpretación de la obra.
Gatti al final del espléndido concierto del día 13 y que concluía el ciclo, visiblemente emocionado se giró y pidiendo la palabra, agradeció en nombre de la orquesta y del suyo propio, la posibilidad de tocar de nuevo juntos. Y esto es fundamental que no lo perdamos de vista, pues como Gatti apuntó, los músicos, además de estar pasándolo mal económicamente como muchos de nosotros a causa de las restricciones, añoran poder hacer su trabajo, con lo que, volver a tocar juntos después de más de 6 meses de no hacerlo, fue algo realmente significativo para cada uno de ellos. Gatti, al final simplemente dijo: “Thank you, really, thank you”.
Creo que la mezcla de aquel emotivo momento y de la espléndida música que habíamos escuchado dos días seguidos, nos permitió a algunos entender aquel término alemán que arriba les mencionaba, porque al salir de la sala de conciertos, realmente teníamos dibujado en la mirada aquel Sehnsucht. Seguimos.
por Rubén Fausto Murillo | Abr 5, 2021 | Críticas, Música |
Parece ser, que tras el estreno el viernes santo de 1727, la Pasión según San Mateo le atrajo a J.S. Bach una serie de recriminaciones y castigos por parte de sus superiores jerárquicos, logrando que finalmente, el impulso creador de sus primeros años en la ciudad de Leipzig, al cual debemos los ciclos completos de cantatas sacras de los que ahora disfrutamos, se detuviera casi en seco.
Mucho se ha escrito sobre la ceguera artística de personajes como el Rector de la Escuela de Santo Tomas, Johann August Ernesti, que pasó de ser un partidario de la obra del maestro cuando este llegó a la ciudad, a ser un fiero detractor tanto de su obra como de su persona, intentando por todos los medios a su alcance, mermar sus atribuciones como cantor y malmetiendo entre sus compañeros para hacerle irrespirable el ambiente.
El principal problema que esto buenos caballeros tenían con la obra de Bach, además de varios problemas personales con el altanero y levantisco maestro, era que, literalmente, dejaba sin trabajo a los pastores de las principales iglesias de la ciudad, pues los fieles tras escuchar por ejemplo la Pasión según San Mateo aquel 11 de abril de 1727, encontraron innecesaria la homilía que acompañó el servicio vespertino de aquel día tan señalado. La hondura de la música y las reflexiones teológicas de las que está llena la obra, deslucieron el discurso que se da en una ceremonia como la de viernes santo.
La tradición protestante en Alemania había más o menos establecido en muchas ciudades la costumbre de ejecutar “La Pasión según San Juan” de Johan Walter, seguidor y amigo de Martín Lutero y que, precisamente basándose en la Biblia traducida por el reformador, había compuesto una muy breve obra musical acompañado de algún modesto poema, donde el mayor peso dramático recaía en la pura narración de los hechos de la pasión y muerte de Jesucristo. Se trataba de que el fiel rememorara los hechos que constituían las bases de la fe cristiana, correspondiendo al pastor la interpretación de ellos en la homilía. La música cumplía dijéramos, un puro acompañamiento y cebo que podía hacer más atractiva aquella terrible narración.
Bach ya con la pasión según San Juan de 1724, inició un camino de renovación absoluta, profundizando en el dramatismo que existe en la historia de los tormentos sufridos por Cristo y el impacto que en la conciencia de los fieles producían aquellos relatos. Así, otorga a la música el protagonismo ya no solo en la narración, si no que la constituye en la generadora de profundas y hondas reflexiones sobre la redención humana. Para la pasión de según San Mateo, el relato de la pasión de cristo es solo el andamio sobre el que soporta la pieza, y hace que el peso dramático de la obra recaiga en las reflexiones que de los hechos contados se pueden desprender. Este espacio de honda introspección se realiza en lo que en ese momento fue nombrado como “madrigales” y que son las arias y números vocales que llenan la obra; espacio en el que la mezcla del texto y la música que de ella emana aboca al escucha a pensamientos de muy profundo calado.
En la Pasión según San Mateo, mejor que en ninguna otra del maestro, se ve reflejada una visión del mundo en la que se apela a la conmiseración por el que sufre sin culpa, en la que el espectador casi sin quererlo termina siendo parte, horrorizado, de algo que lo supera con mucho. En ella se nos reclama mirar muy dentro de nosotros y reconocer que es imposible escuchar semejante narración, sin sentirnos mínimamente conmovidos al margen, incluso de nuestras creencias. En esta obra, la narración de la pasión y muerte de Cristo se llena de una potencia dramática inmensa, dotándola de carne y sangre viva, hurtándola de los altares donde la tradición la había colocado, lejos de la gente común y restituyéndola en su fuero más íntimo.
Interpretar semejante monumento artístico es sin duda un reto para todo aquel que se aproxima a ella. El año pasado en medio de la primera ola de la pandemia, fue simplemente imposible disfrutar de todos los conciertos donde las dos pasiones del maestro de Leipzig aparecían programadas. Con lo que el público Barcelonés, esperaba, si cabe, aún con más ganas la oportunidad de disfrutar de unos conciertos que son ya tradicionales en nuestra vida musical. La cancelación de la lectura que debía presentar Sir John Eliot Gardiner de la Pasión según San Juan a causa de las restricciones de la pandemia, hizo pensar que quizás nuevamente este año nos quedáramos sin poder escuchar nada de este maravilloso repertorio. Afortunadamente para nosotros, nuestra vecindad con Francia tiene ya unos meses permitiéndonos disfrutar de grandes músicos y agrupaciones galas, y el pasado 25 de marzo pudimos escuchar por fin, la espléndida lectura que Raphaël Pichon al frente de su grupo Pygmalion, realizó de la Pasión según San Mateo.
Pichon es sin lugar a ninguna duda, un músico consumado en todos los sentidos y un director con un oficio inmenso, que aúna en su persona, una técnica logradísima con la que controla cada nota de sus músicos, con un instinto y una vena dramática que sabe crear interpretaciones con un alto impacto emocional en sus espectadores. Escuchar a Pygmalion estremece hondamente, entre otras razones porque todos los elementos musicales de las obras que interpretan están colocados en su justo lugar, para luego detonarse dentro de cada uno de nosotros de un modo tal, que acciona palancas internas que hacen imposible el no emocionarse. No se trata solo de la sola perfección técnica, que la hay y a raudales, si no que esta, está al servicio de la expresión trascendental de cada una de las piezas que abordan.
Pichon sabía muy bien a que se enfrentaba y supo construir magníficamente la obra, leyendo e interpretando cada recurso retórico, cada melodía sugerente, cada armonía significativa, todo, absolutamente todo estaba donde tenía que estar, en su justa proporción, lo que revela a un maestro de altos vuelos, a un músico que siendo aún muy joven está ya en posesión de una sabiduría musical muy especial y que promete seguir sorprendiéndonos con una brillantísima carrera.
Las partes vocales, en su conjunto, fueron simplemente deliciosas, destacándose mucho tanto por sus timbres poderosos y llenos de fuerza, como por un oficio inmenso en roles difíciles y que desgastan mucho a sus intérpretes, Julian Prégardien como el evangelista y Stéphane Degout como Jesús. Caso similar es el de Lucile Richardot, que con una voz robusta y muy bien timbrada bordó las arias a ella asignadas.
Injusto es solo nombrar a unos pocos protagonistas, cuando todos y cada uno de los participantes en la velada demostraron un altísimo nivel, realizando una interpretación que emocionó muy profundamente al público congregado esa tarde en el Palau de la Música. Aplausos que se prolongaron por más de diez minutos premiaron a los artistas que nos habían regalado semejante vivencia, y que por casi tres horas nos devolvieron a ese extraño gozo de estar en contacto con obras tan estimadas por todos los ahí congregados. Esperemos que poco a poco la oportunidad de disfrutar de estas experiencias sea cada vez más frecuente, pues el apetito de nuestro público dista mucho de verse saciado. Seguimos.
por Carlos Ibarra Grau | Mar 14, 2021 | Cine, Críticas, Evento |
El Oso de Oro de esta Berlinale 2021 estaba cantadísimo: Emi, una respetada y modélica profesora de un importante colegio de Bucarest, ve puesto en peligro su carrera profesional por un video de sexo casero filtrado en internet. Pese a llevar máscara, es identificada. El director Radu Jude aprovecha este punto de partida y centro de la trama para hacer un satírico repaso de la historia moderna de Rumanía. Sin dejar títere con cabeza, cultura, política, religión, sexualidad, educación y un interminable etcétera a lo largo de unos fantásticos cuarenta minutos explican cómo hemos llegado hasta aquí, esto es, a un absurdo tribunal escolar para decidir el futuro de Emi. Pero estas son la segunda y tercera parte de la película, dividida en tres actos.
Bad Luck Banging or Looney Porn, que vendría a traducirse como “sexo de mala suerte o porno de locos”, empieza disparando a matar y se avecina más de un abandono en las salas cuando la película se estrene en cines, porque claro, más de uno/una no aguantará el shock. Pero tranquilos que solo son cuatro minutos. Luego seguiremos a la protagonista Emi correteando por las calles de Bucarest, nerviosa, haciendo recados en plena pandemia. Porque sí, la película se rodó a mediados del pasado año y somos testigos de situaciones cómicas e irritantes, ya habituales en nuestro día a día con cajeras de supermercado con la mascarilla en la papada o esa persona en la cola que no guarda la distancia. De esta manera Bad Luck Banging or Looney Porn tiene una valor añadido, al ser un documento gráfico que nos hará recordar dentro de quince o veinte años cómo vivíamos durante ese loco y surrealista tiempo.

Emi y su marido tratan de eliminar sin éxito el video de internet, demasiado extendido y viralizado como para poder frenarlo. Entre medias, atendemos al nerviosismo imperante de un día en la capital rumana, que podría ser en cualquier otro sitio, con gente que aparca su coche en mitad de la acera o peatones insultando a conductores por frenar en el semáforo demasiado tarde. Tras el impacto de la escena inicial, esta aparente normalidad de un día cualquiera en el mundo Covid nos hace bajar la guardia. Y Radu Jude vuelve a atacar y lo hace con un amplísimo diccionario satírico, del cual traigo aquí tan solo tres ejemplos:
- Término: Navidad. Imagen: un pesebre. Suena un villancico.
Subtítulos: un comando situado en Semferopol, Rusia, recibe la orden de matar a 3.000 judíos y Sindi Roma antes de Navidad. La orden se ejecuta con gran diligencia y permite a las tropas celebrar el nacimiento de Jesús.
- Término: Respeto. Imagen: una mujer con vestido de novia.
Subtítulos: el jefe de policía ha declarado que las mujeres maltratadas por sus maridos no deberían llamar a la policía durante la noche, sino esperar a la mañana siguiente.
- Término: Cultura. Imagen: dos chicos actuando en un concierto con ropa femenina.
Subtítulos: “Un espectador: ¡Vergüenza os tendría que dar! ¿A esto llamáis cultura? ¡No sorprende que el sistema educativo sea un desastre!”
Como escribió el crítico de cine Ştefan Dobroiu, “Bad Luck Banging or Looney Porn no es precisamente una película que gustará al público, pero definitivamente es una obra que deben ver”. Porque tras este particular repaso histórico de Radu Jude, llega el desenlace de la película en su tercer acto, con el obsceno tribunal escolar donde el catetismo de los padres pone de relieve lo peor de la sociedad. Así, el director nos enfrenta a estos dos tipos de obscenidad y vemos que la obscenidad del vídeo porno no es nada comparada con lo que nos rodea, pero no le prestamos atención.

Un antiguo comandante que anhela los tiempos del dictador Ceaușescu, una pija estúpida y remilgada, un arrogante piloto de avión anticovid e incluso un cura son algunos de los padres de este comité escolar que tratan de ridiculizar a Emi, ya conocida como “la profesora porno”. Todo este tribunal transcurre entre un tono absurdo y estereotipado, donde el racismo, la hipocresía y un sinfín de los males de nuestro mundo se ponen de relieve. Radu Jude se dió a conocer en 2009 con “The happiest girl in the world”, apareciendo en la sección Forum de la Berlinale, atrayendo definitivamente la atención Internacional con el Oso de Plata a mejor director en 2015 por “Aferim”. Su idilio con el festival llega a su clímax con la conquista ahora del Oso de Oro (el tercero para Rumanía en los últimos nueve años, ojo al dato), y lo hace con una película abiertamente controvertida, ácida, inteligente y política como pocas. Y no existe festival más político que la Berlinale, solo hay que recordar aquel eslogan de su anterior director Dieter Kosslick en la edición del 2005: Sexo, política y Rock & Roll. De aquellos barros, estos lodos. Y que siga así, por favor.
Trailer de Bad Luck Banging or Looney Porn:
por Rubén Fausto Murillo | Mar 6, 2021 | Críticas, Música |
Como una llave que está medio abierta, y va dejando caer un fino hilo de agua, así, muy poco a poco van llegando hasta nuestros escenarios, conciertos de una calidad indiscutible. La pandemia, con la que llevamos ya casi un año conviviendo, lo ha revolucionado todo, las agendas de conciertos de muchos de los artistas más reconocidos del medio, antes pletóricas de actividad, ahora están, casi en su mayoría, invernando. No hay que olvidar que, no solo se trata de que las autoridades locales, como es el caso de las nuestras, permitan una cierta actividad cultural, si no que, en el caso de la música, es literalmente imposible que una orquesta sinfónica, pueda viajar por Europa para venir hasta nuestra ciudad para realizar un concierto. Ello ha llevado a la cancelación de muchos conciertos con orquestas de gran renombre o en el mejor de los casos, estos han sido prorrogados a la espera de que la pandemia remita y las medidas de protección se flexibilicen.
Ante este escenario, las agrupaciones pequeñas, como es el caso de una orquesta de música antigua, cuentan con más posibilidades de moverse dentro del continente, sobre todo con países vecinos. Esta proximidad geográfica, y yo diría que también anímica, ha permitido que podamos escuchar el pasado martes 16 de febrero, en l’Auditori, a una de las agrupaciones más importantes del mundo de la música históricamente informada, me refiero a Les Musiciens du Louvre.
Orquesta de reconocido prestigio que desde hace ya casi 30 años ha realizado una labor musical impecable. Primero, haciendo lecturas que son de absoluta referencia dentro del barroco francés. Con el tiempo, abriendo muy poco a poco su radio de acción a estilos y épocas que, bajo la ortodoxia interpretativa en vigencia, no serían su ámbito más “natural”, así, bajo la dirección de su director fundador el maestro Marc Minkowski, encontramos no sólo fantásticas lecturas de obras firmadas por un Lully o Rameau, si no también de partituras de Mozart, Schubert, Berlioz, Wagner e inclusive Stravinski, siempre con una calidad excepcional y con un cuidado de los detalles que hace que tras tres décadas de trabajo, Les Musiciens du Louvre sea sin lugar a dudas garantía de calidad.
El programa presentado en nuestra ciudad estuvo consagrado a la figura de G.F Handel. La velada se inició con un par de números de su oratorio Theodora, HWV 68, en donde la soprano húngara Emőke Baráth mostró porqué su nombre va ganando en prestigio conforme van pasando los años. Una voz hermosamente timbrada, articulaciones muy meticulosas y fraseos perfectamente cuidados, son solo algunas de las características que hacen un deleite absoluto escuchar a esta espléndida cantante. Su voz potente y llena de armónicos corrió perfectamente por la sala de conciertos, encontrando en el repertorio presentado, una fantástica oportunidad de mostrar no solo sus enormes habilidades vocales, sino la fantástica artista que ha conseguido ser actualmente.
Tras estas primeras obras pertenecientes a Theodora, pudimos disfrutar el Concierto para órgano n. 4 en Fa, op. 4, HWV 292, que fue ejecutada tanto en la parte solista como al frente de la orquesta por el maestro Francesco Corti. La relación que Corti mantiene con Les Musiciens du Louvre viene ya desde hace años, primero siendo parte de la orquesta en algunos proyectos puntuales, para posteriormente pasar a ser director huésped desde 2015. Los resultados de tal relación musical son simplemente fantásticos, pues la orquesta pese a no contar con su titular, el afamado Marc Minkowski, conserva ese sello sonoro tan distintivo de la agrupación francesa, que entre otros elementos muestra un sonido extraordinariamente dulce y delicado, perfectamente balanceado en todas sus secciones o cuando es necesario, logra crear fortísimos llenos de cuerpo y contundencia no muy escuchados en orquestas incluso de instrumentos modernos. A estas características, ya distintivas de la orquesta francesa, se unió la energía rítmica del maestro Corti, que abordó tanto en el caso del concierto de órgano en que actuó como solista, como en la obra que finalizó la velada, el motete Silete Venti, HWV 242, en tempos rápidos, que ayudaron a que la orquesta luciera luminosa, y llena de la energía.
La imagen de ese fino hilo de agua que mencionamos al inicio de esta pequeña crónica representa muy bien lo que para muchos de los asistentes fue aquel concierto. Poco a poco, la actividad de nuestros centros culturales se mantiene, o en algunos casos se va intensificando. Conciertos de esta calidad, transforman el páramo en que puede convertirse la vida que nos está tocando vivir en estos días. La música y en general el arte y la cultura, son sin lugar a duda parte de la clave, para que de esta situación salgamos, quizás, un poco mejores como seres humanos. Seguimos.
por Carlos Ibarra Grau | Mar 5, 2021 | Cine, Críticas, Evento |
Las primeras escenas de esta película georgiana de bello y largo título nos muestran el punto de vista de los perros, muy presentes durante las dos horas y media de un cuento muy particular. A la salida de un colegio, los pies de dos personas se tropiezan y vemos las manos recoger los libros caídos entre disculpas. Así es como Giorgi y Lisa se conocen y se enamoran, por el más puro de los azares. ¿Pero acaso existe tal cosa? Un torrente de recursos cinematográficos inunda los primeros 45 minutos: música de Schubert, planos imponentes e innovadores, una atmósfera mágica y una sugerente voz narradora que nos cuenta las aventuras y desventuras de Giorgi y Lisa. Como si de un cuento de hadas se tratara, maldiciones y embrujos dificultaran un amor quizás no destinado a ser tal. Porque como dijo Benedetti, es este uno de esos amores de tántalo y azar que Dios no admite porque tiene celos.
Podemos ver el viento a través de las hojas del suelo y de voces muertas que nos trae el aire. Y si miramos al cielo, como se pregunta el título de la película, vemos el azul claro de Kutaisi, una de las grandes ciudades de Georgia, y notamos en el ambiente que el verano amanece, es junio y resplandece. Un rio pasa junto a la casa de Lisa y sus siestas feroces son mecidas por el arrullo de la brisa estival. Todo es aún enigmático en What do we see when we look at the sky. Pero como sabemos, los encantamientos duran poco y uno después no recuerda si aquel amor idílico fue real o fue un sueño, amenazando con escapar entre los dedos, como un suspiro. Porque pasada toda esta ensoñación y este misticismo georgiano, se nos habla ahora de futbol, del mundial y de la pasión de Giorgi por Messi. Y desde ahora, todo girara en torno a esta pasión y a los bares donde los ciudadanos de Kutaisi disfrutan del evento.

El encuentro fortuito que unió a Giorgi y Lisa parece que sucedió hace mucho, en otra vida, quizás en otra película, así como Schubert ya no embriaga y Debussy viene al rescate, pero la magia ya está perdida. El tono anodino del día a día de los dos jóvenes convierte el resto de What do we see when we look at the sky? en una historia simple y nada excepcional, donde ambos encuentran trabajillos de verano y los perros cobran nombre y también quieren ver el futbol. La figura de Messi termina por convertirse en casi el centro de la historia, una historia ficticia donde Argentina deslumbra y gana el mundial, esto es, algo banal y muy alejado de la poesía y de un cine elevado.
A veces la película busca reconciliarse con ese cine, volviendo con destellos sugerentes de elementos de la naturaleza, pues bien lo sabía Tarkovski, en ella se encuentra la verdad y su presencia en el cine conecta siempre con lo más profundo de nuestro interior. Pero la idea del proyector no funciona bien, la claridad del día que aún es no permite ver a los jugadores con nitidez sobre la pantalla improvisada del bar, así que uno aguanta hasta que termine esta historia, resignado. Empecé a leer un bello poema y alguna sirena de ambulancia me despertó. Al despertar, nada quedaba de aquello.
Sea como fuere, el mundo no es blanco o negro, al igual que las películas no son simplemente buenas o malas. Casi siempre hay aspectos positivos que destacar de cualquier obra. What do we see when we look at the sky? ya no solo deja entrever sino que muestra algunos momentos de un gran cine, y lo suficientemente talentosos como para tener en cuenta el nombre de Alexandre Koberidze de cara al futuro.
Trailer de What do we see when we look at the sky? :
por Carlos Ibarra Grau | Mar 4, 2021 | Cine, Críticas, Evento, MujeRes |
No se puede ver desde los ojos de un niño porque ya hace mucho que lo fuimos, seguramente tampoco desde la adolescencia. Pero como siempre sucede en la vida, hay personas con un don, con un talento innato que les otorgan habilidades especiales. Y Céline Sciamma es una de ellas. Como si ese obstáculo no existiera, como si las experiencias que hemos vivido de adultos no nos hubieran cambiado la perspectiva del mundo, Nelly se adentra en el bosque y descubre tras un camino a una niña jugando. Una niña muy parecida a ella.
Escribir una historia es más fácil si es verdadera, si uno no requiere de la gran inspiración y de la aparición del misterio de la creatividad artística para lograrlo. La verdad, cuando se yergue ante nosotros, es todopoderosa y siempre reconocible. Y así, uno imaginaría que Nelly es Céline de pequeña y que nos está contando su historia a través de un cuento de hadas, utilizando esa magia que tan solo la verdad es capaz de otorgar. Marion, la nueva amiga de Nelly, tiene su misma edad y vive con su madre, en una casa curiosamente idéntica a la de Nelly.
Ver a una niña con andar de persona mayor es raro, al haber heredado los problemas físicos de su madre que la llevaron a operarse a una edad muy temprana. Tras la muerte de la abuela al mismo comienzo de la película, Nelly ayuda a sus padres a limpiar la casa de la infancia de la madre, un bonito lugar en medio de un bosque. Y sorpresivamente, la casa árbol que su madre construyó de pequeña sigue allí, al otro lado de ese camino mágico.
Si Céline Sciamma hubiera hecho la película a la edad de 8 años, Petite Maman podría ser una de esas historias tan bonitas con niños y adolescentes de la sección Generación. Seguramente se hubiera estrenado aquí. Y de hecho Céline creció como cineasta aquí, en Berlin, logrando su primer gran éxito internacional en 2011 con Tomboy, que se alzó con el Teddy Award, el premio de mayor prestigio mundial para películas de temática queer-lgtbi+. Lo bonito del cine de Sciamma es que no ha perdido con los años un ápice de inocencia y verdad infantil, la niña que aún es puede escribir y regalar películas tan bonitas como Petite Maman.

De la abuela solo vemos al principio su bastón, un bastón ya no habitual de la gente mayor, sino que usaba ya de joven por unos problemas genéticos que le impedían caminar con normalidad. La madre de Marion también camina con bastón y concierta una operación para su hija, para evitar que crezca con sus mismos problemas. Estas tres generaciones de mujeres se enlazan en la película como los lirios de colores en el agua, como Water Lilies, el maravilloso debut de Sciamma allá por el 2007 (disponible en Filmin aquí) No hace tanto tiempo de aquello, pero crecemos a una velocidad vertiginosa y a uno se le antoja que ha pasado una eternidad, cuando en realidad son apenas 15 años, exactamente la edad de las adolescentes de ese primer largometraje de la directora francesa. No es un círculo que se cierra, la vida es un círculo abierto donde la niñez de Nelly se mira frente a un espejo mágico y uno deja de ser hijo único, encontrando una amiga cual hermana con la que jugar, salida de enmedio del bosque, alguien como solo te pude entender un hermano, la familia.
La cámara esta siempre a la altura de Nelly, volvemos a ver el mundo como cuando éramos niños, desde una perspectiva donde ese mundo es mucho más grande de lo que luego como adultos pudiéramos imaginar. Y ser adulto tiene sus ventajas, alguna tendrá, pero nada como sentirse identificado y liberado recreando la niñez. Porque esa es la ofrenda más importante de Petite Maman: la reconciliación. Nelly tiene un nudo en la garganta por no haberse despedido como quisiera de su abuela antes de morir, su madre le pregunta “¿Y cómo te hubiera gustado despedirte?” y la niña recrea la despedida con su madre, y ésta la abraza y a su vez le devuelve la despedida. Nelly consigue reconciliarse. Y más tarde hará lo mismo su madre. Quizás, cuando vuelva a mi casa, le diré a mi madre que nunca agradecí como debiera aquel regalo que me hicieron, y que en ocasiones, cuando me viene a la mente, me sigue aun inquietando casi 30 años después, llevándome ese nudo a la garganta. Porque yo quería un muñeco que le había visto a un amigo. Y mi madre, al estar agotado en las tiendas, me regaló dos distintos pero de la misma colección. Recuerdo como para mí aquello no fue suficiente, ni siquiera cuatro muñecos hubieran llenado el vacío de esperar un juguete que hubiera sido mi favorito. Y reaccioné enfadado, lloriqueando, mientras mi madre decía “pero mira, son dos y también muy chulos” Hasta que pueda volver a casa, he vuelto a aquel momento gracias a Petite Maman y he hecho las paces conmigo mismo y con mi madre, a través del espejo de Nelly con la suya. Y Nelly también se reconcilia con Marion, su amiga enigmática del bosque, eso poco antes de un crescendo musical que me recordó a Retrato de una mujer en llamas, donde también terminé por llorar, al igual que aquí. Y recordé que de eso hace más de un año y no había vuelto a llorar con una película.
Diez años después de Tomboy, Céline Sciamma ha vuelto a Berlin y ojalá siga volviendo, emocionando una y otra vez con historias llenas de amor y de una sensibilidad tan solo al alcance de una mujer nacida con un don.