Apasionante «Catedral» de mujer, de Patricia Guerrero

Apasionante «Catedral» de mujer, de Patricia Guerrero

Con Catedral de la Compañía Patricia Guerrero nos transportamos a una iglesia nada más entrar al teatro con el olor que ya emana esta obra antes de que se levante el telón. En un ambiente que recrea los primeros retratos con aires fantasmagóricos y la oscuridad y el vestuario decimonónicos, los sonidos de las campanas tubulares nos llaman a conocer a una mujer sentada que nos atrapa con su presencia.

Patricia Guerrero es una bailaora y coreógrafa que tiene en su haber un curriculum realmente impresionante. En 2016 presentó su espectáculo Catedral con el que fue finalista como mejor intérprete femenina de danza en los Premios Max 2017 y que también contó con la nominación al mejor vestuario. Con motivo del Día Internacional de la Danza, el 28 de abril presentó su obra en el Teatro Real Coliseo Carlos III (San Lorenzo de El Escorial, Madrid), cuyo ambiente recogido incita a imbuirse en la historia que se narra, la cual tiene como protagonista la lucha de una mujer con lo sagrado y lo profano, las creencias, la lucha consigo misma y  la libertad.

La devoción aparece en escena con la percusión, la bailarina sentada, la mantilla y el vestido que la encorseta más por dentro que por fuera, y la música religiosa. Desde el primer momento Patricia Guerrero despliega tanta energía y expresividad sentada que el público queda atrapado en esa oscuridad mágica. La música religiosa con reminiscencias de canto gregoriano trata de imponer a la mujer lo que ha de hacer y esta se debate entre su devoción y su pasión. Con diferentes cuadros perfectamente enmarcados con cambios lumínicos que nos llevan desde la oscuridad hasta la más luminosa de las fiestas gitanas, este personaje se va desarrollando así como su baile. Desde los más «comedidos» movimientos hasta el más esplendoroso zapateado por todo el escenario donde da rienda suelta a su verdadero ser.

Este gran cambio en el personaje comienza con el quejío de José Ángel Carmona que levanta la pasión religiosa y la prohibida de este personaje femenino con los maravillosos versos Vivo sin vivir en mí [y tan alta vida espero] que muero porque no muero, de santa Teresa de Jesús. Este cantaor tiene una potencia vívida que embellece aún más estos versos y de la conjunción de su voz, el baile, el toque de Juan Requena y la ancestral percusión de David «Chupete» y Agustín Diassera, nos obsequian con una maravillosa reinterpretación del flamenco. En realidad no solo de flamenco, ya que las bailaoras realizan figuras que recuerdan otras culturas, efecto que se ve incrementado por el sonido del gong.

Una de las señas de identidad de esta obra es la fusión entre el flamenco y otros tipos de música en principio tan dispares a este estilo, como son la música antigua y la utilización del lamento de Dido When I am laid in earth de la ópera Dido and Aeneas del compositor inglés Henry Purcell cuando al fin esta mujer se siente liberada pero reaparecen las voces que representan la Iglesia y tratan de que vuelva a ser la que era: Remember me, remember me, but ah! forget my fate. / Remember me, but ah! forget my fate. (Recuérdame, recuérdame, pero ¡ah! olvida mi destino). Las voces perfectamente empastadas del contratenor Daniel Pérez y del tenor Diego Pérez son las encargadas de personificar la lucha representada entre el rojo de la imposición y el rojo de la liberación de la mujer, entre un estilo musical y otro, entre la opresión y la emancipación.

Las obras y artistas que acoge el Teatro Real Coliseo Carlos III lo han convertido en uno de los referentes de las artes de la Comunidad de Madrid y del panorama nacional. Con Catedral conocemos la liberación de la mujer a través de la lucha que ha de llevar a cabo con fuerzas externas que tratan de someterla y con ella misma por el conflicto interno entre lo que cree que debe hacer y lo que realmente ansía ser. Un flamenco feminista. Una maravillosa puesta en escena con un grandísimo arte que embriaga con su talento y energía con el flamenco como arte liberador y catártico que nos muestra el duende que posee Patricia Guerrero y que puso a todo el público en pie en una clamorosa ovación.

(Foto: Óscar Romero)

La dulzura inglesa

La dulzura inglesa

La frescura, sin duda es para mí, una de las características más remarcables de la música de H. Purcell. Cuando se tiene la oportunidad de escuchar alguna grabación y ya no digamos de hacerlo en vivo, de alguna de las obras del compositor británico, la experiencia es siempre muy reconfortante. La maravillosa frescura y facilidad con que logra envolverte en un fluido amable y dulce de melodías siempre atractivas, es algo que lo distingue de otros compositores del mismo periodo. En su obra, convergen una serie de tradiciones que al fallecer sorpresivamente, con tan solo 36 años, se vieron huérfanas y sin posibilidad de prolongarse en otro maestro de la misma talla artística nacido en las islas británicas. Efectivamente, ningún músico inglés, pudo si quiera aproximarse al nivel artístico de Purcell en siglos. El ambiente próspero para los negocios y una sociedad dinámica y muy abierta, atrajeron como contraparte, a músicos de la talla de N.Porpora o de G.F.Händel, que incluso llegó a ser naturalizado súbdito del imperio británico, en su último acto de gobierno por su majestad Jorge I.

Como se mencionó hace algunos párrafos, Purcell fue heredero de la centenaria tradición musical inglesa. Esta se distinguía por sus armonías dulces y amables, por la simpleza de sus estructuras, que contrastaba con la complejidad rítmica y formal de las obras escritas en el continente. La guerra de los cien años, que enfrentó a ingleses contra franceses en su territorio, a caballo entre los siglos XIV y XV no solo trajo muerte y devastación, si no que puso en contacto a artistas de ambas coronas y entre ellos, a personajes tan destacados como J. Dunstable del lado británico con G. Dufay de la parte gala. Este encuentro de dos maneras de hacer influyó de manera muy evidente en la música que se escribió a partir de esa época por toda la Europa continental. Del mismo modo, Francia dejó su impronta en los maestros británicos de las generaciones posteriores a la de Dunstable o Power; así cuando examinamos la obra de Purcell, nos encontramos con elementos típicamente franceses. Solo hace falta escuchar como estructura las oberturas de sus obras, siguiendo el modelo francés de Lento- Rápido -Lento, con un marcado pontée. El uso de la voz, por el contrario, es muy británico y es donde Purcell muestra el absoluto dominio sobre las tradiciones arriba mencionadas. Armonías dulces, melodías no excesivamente ornamentadas y muy pegadizas, un sentido innato del contraste dramático, lo que permite que su música sea siempre atractiva al oyente porque constantemente recibe estímulos nuevos y frescos. Gusta de cimentar grandes periodos de sus operas, en pequeñas arias llenas de encanto o por el contrario, es un consumado maestro a la hora de escribir en el tradicional ground ingles, forma británica de la Chacona que se practicaba en el continente y que consta de un bajo melódico, que tras ser expuesto en alguna voz, sigue sonando una y otra vez, dando sustento al desarrollo del resto de voces. En Purcell esta técnica compositiva logra alturas nunca escuchadas. El grado de refinamiento, de delicadeza con que va paulatinamente construyendo las diferentes variaciones temáticas, es embelesador, así, casi sin darte cuenta, la pieza puede prolongarse durante 7 o 10 minutos, sin que se tenga apenas conciencia del tiempo trascurrido.

Gran oportunidad tuvimos los amantes de la obra del llamado Orpheus Britannicus de disfrutar de una de sus obras más celebres: la semiópera King Arthur interpretada por Paul McCreesh al frente de su orquesta y coro, los Gabrieli consort and players. El Auditori de la ciudad de Barcelona fue el lugar donde con una estupenda entrada, se llevó a efecto el citado concierto el pasado 10 de abril. La fama que precede a McCreesh, junto con sus músicos, fue de sobra ratificada por un concierto lleno de aciertos y de belleza. Lamentablemente el maestro Dave Hendry trompetista del grupo, no tuvo su mejor noche y empañó, justo al final, la ejecución brillantísima que durante todo el concierto habían brindado sus compañeros. En defensa del maestro Hendry se puede apuntar que la trompeta natural es un instrumento complejo y cuya ejecución está expuesta a miles de accidentes que pueden empañarte, como fue el caso, una noche. De cualquier manera, la sensación que ya había generado en todos los presentes la estupenda ejecución del maestro McCreesh era ya tan fuerte que, al culminar el concierto, recibieron una más que merecida ovación.

La elegancia y la prestancia británica lo invadió todo a lo largo del concierto y realmente fue gratísimo poder paladear a un Purcell tan bien entendido como el que los Gabrieli consort and players nos ofrecieron. La obra estructurada en 5 actos, tiene grandes momentos, pero dos de ellos fueron quizás deliciosos, comenzando por la passacaglia «How happy the lover», llena de una alegría desenfada  y de un virtuosismo vocal delicado y embelesador, nos habla de los placeres que el amor derrama sobre los que se dejan seducir por Cupido. Por el contario, la canción de taberna «Your hay it is mow´d, and your corn is reap´d» que cantan en el quinto acto un grupo de campesinos “ebrios”, encabezados en este caso por el mismísimo Paul McCreesh, que animaba a sus cofrades alegremente con una pandereta, ensalza en un canto patriótico la grandeza de “Britania”.

Algunos hablan de que la razón del fallecimiento de H. Purcell fue la tuberculosis, otros que se envenenó con chocolate, pero otros, dicen que realmente falleció al constiparse tras pasar una noche al raso. Su esposa, le habría cerrado la puerta de casa, a saber por qué razones. Tras de escuchar «Your hay it is mow´d, and your corn is reap´d», estas me quedaron claras, o por lo menos nítidamente insinuadas. De cualquier manera, su obra es fuente de profunda dulzura, de profundo placer. Seguimos.

 

Un lugar tranquilo: terror en silencio

Un lugar tranquilo: terror en silencio

Un lugar tranquilo (con título original A quiet place) se desarrolla con un silencio con el que uno empatiza a respetar. Eso hace que su disfrute en el cine pueda darse en toda su magnitud, algo cada vez menos posible. Es una película novedosa, que toca muchas teclas correctas, aunque éstas no suenen –recordad, no se puede hacer ruido- y una de las más interesantes y logradas del género de terror de los últimos diez años.

Vemos a una familia caminar por el bosque. Van descalzos. La comunicación es no verbal. El sigilo debe llegar al extremo. Con calma y una narración bien estructurada nos van explicando el porqué de estos comportamientos post apocalípticos. Estamos de acuerdo en que la narración de una historia es tan importante como la historia en sí misma y aquí el director John Krasinski realiza un trabajo muy meritorio, introduciendo ideas frescas y algunos encuadres impactantes, que los fans exigentes agradecerán. Obvio que hay elementos típicos de las películas de terror pero es algo que no distorsiona el entretenimiento. Ni la tensión, que es mucha. Es la única -y supongo que última- vez en mi vida que en un cine no escucho a un solo espectador pronunciar una sola palabra durante la película, desde la primera escena hasta la última, esto es, un silencio del cien por cien. Durante una hora y media. Puede que hayamos sentado jurisprudencia y no porque fuéramos todos mudos. Esto no viene a ensalzar a nivel de prodigio -ni mucho menos- la película, que es muy inteligente y está fantásticamente hecha, pero lo comento como anécdota, una de mimetización inconsciente del público con la historia. Como si hablarle al compañero de al lado pudiera destrozarle la vida a esa familia de la pantalla. O quizás estábamos embrujados.

El mencionado John Krasinski -foto- es el director, guionista y coprotagonista de la película, muy habilidoso en las tres facetas. A su lado, la gran protagonista es Emily Blunt, que está firme como lo es su personaje, pese al continuo desasosiego en el que vive junto a su marido y sus hijos. Curiosa esta actriz que alterna, si miras su filmografía, papeles tensos en thrillers con otros ligeros en comedias románticas, como quien mezcla salado y dulce, melón con jamón. En Un lugar tranquilo trasciende algo más allá de la química entre ambos, como una confianza extraordinaria. Uno descubre que en la vida real están casados desde hace ocho años, tienen dos hijos y forman una de las parejas más encantadoras de Hollywood. Ved este magnífico Timeline de Cosmopolitan donde desprenden complicidad, es un ejercicio sano.

Tienes escenas de verdadera incomodidad y largos segundos de sufrimiento. Como es astuta y apenas recurre al susto habitual, buscando sus propias maneras, nos lleva a lo que aludía al principio: tanto -o más- importa la forma de contar una historia como la historia en sí. No es cine independiente ni tampoco es el típico blockbuster. Ambos tienen sus clichés y Un lugar tranquilo no es una excepción, pero se forja una personalidad propia a base de esfuerzo, algo que todo el mundo termina por reconocer. Las energías se transmiten.

La hija mayor es sorda y experimentamos su perspectiva del mundo. Son algunos de los mejores momentos de la película. Es como darle al mute, podéis hacer la prueba. O esta otra. Venden tapones para los oídos en droguerías por apenas dos euros, muy útiles para estudiar y la concentración. El mundo parece totalmente distinto. Es un filme sobre la sordera, sobre los monstruos y por encima de todo sobre adaptabilidad y supervivencia. Ya hemos visto películas de padres protegiendo a sus hijos, pero es que ésta lo hace muy bien. Tan bien lo hace que logra permanecer en la cabeza durante los días siguientes. Sobrevive. Uno la va recordando. Eso, en nuestra era de consumo masivo -consumir y olvidar- y expuestos a más estímulos que nunca ya es un logro. Y sin hacer apenas ruido.

En Norteamérica M. Night Shyamalan nos ofrecía siempre algo nuevo con sus historias, llenaba de riqueza y diversidad al terror con El sexto sentido, El bosque, Señales y La joven del agua entre otros, pero ya son diez años que giró hacia la ciencia ficción y los thrillers, dejándonos muy huérfanos desde el otro lado del charco. Solo Bone Tomahawk de Kurt Russell en 2015 y Get Out en 2017 dieron un soplo de aire fresco, despiadada la primera, enigmática la segunda. Desde entonces el terror inteligente y que arriesga, el que sigue aportando cosas nuevas, viene de Europa con joyas como Déjame entrar (Suecia), Martyrs (Francia), Goodnight Mommy (Austria) o Mientras duermes (España). La coreana Bedevilled, la australiana Babadook y la canadiense Pontypool completan los títulos más singulares de esta última década. La norteamericana mother! de Aronofsky está fuera de concurso por ser inclasificable, por si alguno la echabais de menos.

En Un lugar tranquilo, un análisis puritano, detallado, nos arrojaría que la película parece mejor de lo que en realidad es, no es demérito en absoluto. Es genial la habilidad con la que esconde sus debilidades, que no pasa nada por verlas y reconocerlas. Porque tenemos hordas de gente que derrochan hipérboles y la ensalzan ya como obra maestra del género. A los extremos sabemos que no hay que tomarlos muy en serio. Basta con ver la película. Se pasa lo suficientemente mal -ni poco ni demasiado- para que salgas del cine con esa sonrisa satisfactoria de quien ha finalizado una gran aventura. Un terror apto para casi todos los públicos, con poca sangre de por medio y mucha destreza.

Es bonito porque su éxito reside en un amor muy cómplice, el de Emily Blunt y John Krasinski en la vida real, que trasciende a la pantalla en forma de cinta de terror. Ahí está ese “algo” que engancha a la gente y explica el éxito de taquilla. Lo original, los grandes aciertos de la película nacen del ingenio que crea su complicidad. Descubrirlo me hace sentir un tanto culpable, como quien rompe la magia explicando un truco muy logrado. Espero al menos haberlo hecho en silencio.

A cuatrocientos años de Cererols

A cuatrocientos años de Cererols

Uno de los efectos más perniciosos del llamado “canon” de la música, es que nos aleja de otras músicas realmente valiosas, escritas por contemporáneos de esos grandes nombres, a lo que reverencialmente llamamos “grandes maestros”.  Un conspicuo caso es el de A. Salieri, estupendo compositor que tuvo la desgracia de compartir tiempo con W.A. Mozart y que por causas totalmente extra musicales está fuera de ese encumbrado listado de lo que define a la música clásica occidental como tal. No es este el espacio idóneo para discutir sobre los procesos que generaron este canon, pero los límites marcados, también excluyeron a compositores debido a su nacionalidad. Así, por ejemplo, aun subsiste en el inconsciente colectivo el íntimo convencimiento de que los países que en su momento pertenecieron al imperio español, por alguna extraña razón, nunca han tenido a ningún maestro de altos vuelos. Muchos fuimos educados pensando que los alemanes o los italianos, tenían algún tipo de plus musical en el ADN, que los hacía particularmente geniales. Esto es similar a lo que en la actualidad sucede con la llamada “música popular” o “urbana”, que pareciera que la inventaron los anglosajones y que por tanto, solo existen los grupos británicos o norteamericanos.

Volviendo al mundo de la música “clásica”, existen una enorme lista de maravillosos compositores nacidos tanto en la península, como en Latinoamérica, que, de nueva cuenta, por razones totalmente extra musicales, no solamente son sistemáticamente excluidos de ese tan deseado canon, sino que su música duerme el sueño de los justos en algún archivo esperando a que alguien haga sonar su obra. El maestro Jordi Savall ha realizado una labor encomiable en ese sentido, pues ha rescatado muchas obras de altísima calidad, que eran absolutamente desconocidas tanto aquí en la península, como en América Latina. En casa nostra no somos la excepción. Cataluña cuenta con una nutrida plantilla de grandes maestros que son injustamente despreciados y que cuentan con una obra de enorme factura. Dejando nombres que, aunque sea poco, pero se les escucha, como el Padre Antonio Soler que se formó en el monasterio de Montserrat, tenemos por ejemplo a los hermanos Joan y Josep Pla, o a Ramón Carnicer, músicos de primer nivel y que actualmente apenas se les conoce. Si miramos más atrás en el tiempo, brilla con mucha intensidad la figura de Joan Cererols, monje benedictino que ostentó la dirección de la escolanía de la abadía de Montserrat desde 1658 hasta el año de su fallecimiento ocurrida en 1680. Justamente en este año, celebramos el cuarto centenario de su nacimiento y por tal motivo, el maestro Jordi Savall presentó a la Jove Capella Reial de Catalunya, con los alumnos seleccionados de la XI Academia de Formación profesional de investigación e interpretación musical que él dirige, en un concierto integrado por dos misas de Joan Cererols. La cita fue el pasado miércoles 4 de abril en el Auditori de la ciudad de Barcelona, registrando una estupenda entrada, cosa que alegra y mucho, al constatar que el público responde tan entusiastamente a proyectos tan importantes como estos.

Las obras programadas fueron la Missa de Difunts a 7 veus y Missa de Batalla. En ambos casos se cuenta con las partes vocales y un bajo que por momentos no tiene ni el cifrado correspondiente. Ante tan magros recursos, el director que se enfrenta con las obras debe de tomar decisiones. Muy en la línea de lo que en su momento se hacía, en tanto que, la ausencia de partes instrumentales, por ejemplo, no indica su inexistencia, si no que el maestro de capilla decidía utilizar tal o cual conjunto instrumental de acuerdo a la solemnidad de la ceremonia en la que tal música sería ejecutada. Así, el maestro Savall, decidió acompañar ambas misas con tres consorts de instrumentos: uno de violas da gamba, otro de bajones y un tercero integrado por 3 sacabuche y un corneto. El estilo compositivo de Cererols, mezcla elementos aun de sabor renacentista muy propios del primer barroco, como la policoralidad que ambas misas pusieron de manifiesto en los diálogos mantenidos entre grupos vocales bien diferenciados los unos de los otros y que eran reforzados por los grupos instrumentales arriba mencionados. Por momentos, esta hermosa música recordaba a maestros tan encumbrados como Victoria o cualquier representante de la escuela romana del momento, y la atinada dirección del maestro Savall, que se encuentra muy cómodo en este repertorio, dio luz a obras que sorprende que nos sean tan ajenas en la actualidad.

La sensación general del concierto fue realmente buena, ya no solo por el rendimiento de los intérpretes, que fue estupendo, si no porque, ver mezclados interpretando música tan bien escrita, que lleva tantos años olvidada a un grupo de músicos tan jóvenes, con otros con tanta experiencia a sus espaldas, es algo realmente reconfortante. A tocar se aprende tocando y si a tu lado está alguien que te muestra como hacerlo, haciéndolo tan bien, el resultado es por fuerza, maravilloso, y esto lo pudimos disfrutar el pasado 4 de abril.

Mucho queda por hacer, cierto, pero el camino se recorre andando o en este caso tocando, y afortunadamente son cada vez más los que lo hacen. Nos queda a nosotros escuchar, como así sucedió en este concierto, el resultado de tan hermoso trabajo. Seguimos.

 

La pasión según…. Bach

La pasión según…. Bach

Es maravilloso poder examinar el manuscrito de la Pasión según San Mateo de J.S Bach. Pese al paso de los siglos y de que el papel ha comenzado a dar señales de deterioro, es posible acceder al documento. Afortunadamente para todos, este importantísimo documento está microfilmado y a disposición del que quiera trabajar sobre él. La sola contemplación del texto es realmente impactante. Bach puso mucho cuidado en su escritura, distinguiendo con tinta roja y púrpura el texto evangélico, del poético, por ejemplo. La fina y clara caligrafía del maestro, llena cada centímetro del papel con una precisión y un cuidado extremo. Con solo pasear un poco la mirada por él, se tiene la certidumbre de que esta es una obra no solo acuciosamente compuesta, sino muy estimada por su autor. Dentro de la familia Bach era conocida como “zur gross passion” la pasión grande o su gran pasión, y es que realmente esta monumental obra es, con mucho, uno de los grandes proyectos emprendidos por Bach. Su primera audición pública tuvo efecto el viernes santo de 1727 de acuerdo con las últimas investigaciones, pero para 1736 realiza una revisión definitiva, de la que nos queda el precioso manuscrito citado.

Narrar de manera dramatizada los sucesos del prendimiento y ejecución de Jesús de Nazaret, núcleo fundamental de la fe cristiana, había sido centro de los esfuerzos de varias generaciones de músicos dentro del mundo protestaste. En la ciudad de Leipzig en concreto, tal tradición la había iniciado J. Kuhnau, maestro cantor de la  iglesia de Santo Tomás, al que sucedió en 1723 J.S. Bach. Instauró la representación en las diversas iglesias de la ciudad, de una modesta narración de la pasión de Cristo, siempre guardando la mesura en la forma y bajo la estricta vigilancia de las autoridades religiosas, que siempre se mantuvieron muy recelosas de que tales manifestaciones artísticas, trivializaran algo tan relevante como la pasión de Cristo. Cuando toma posesión del mismo cargo, J.S.Bach profundiza en la misma práctica y lo hace mediante las diversas versiones que escribió de la Pasión según San Juan. El centro del debate teológico que hacía desconfiar a las autoridades sobre la utilidad pastoral de la composición de una obra musical sobre la pasión del redentor, residía no en el hecho de cantar o recitar los hechos que la tradición evangélica narra, sino que, en medio de la narración, se insertaban momentos poéticos, en los que se invitaba al fiel a reflexionar sobre lo ocurrido y es justamente lo que Bach realizó, tanto en su pasión según San Juan como, y aquí de una manera muy desarrollada, en la pasión según San Mateo.

Toda la obra está llena de simbolismos que invitan al fiel a una profunda reflexión sobre la redención prometida por Cristo. Así, la obra es profundamente ambiciosa y cada elemento presentado, está ahí integrando un todo que, repito, invita a los fieles de nuestro tiempo, a unirse ya desde el primer número a un proceso de trasformación personal muy profundo a través de la vivencia de la pasión de Cristo.

Para poder construir como intérprete semejante obra, independientemente de la profesión de fe que se tenga, forzosamente ha de conocerse toda esta compleja simbología que constituye cada partícula de la obra, para poder hacer una síntesis de ella y así, presentar al público el resultado de tal proceso. Estoy absolutamente convencido de que Marc Minkowski ha transitado por este camino, a juzgar por el maravilloso concierto presentado en el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, el pasado miércoles 28 de marzo en que, el citado maestro francés al frente de Les Musiciens du Louvre y un puñado de extraordinarios cantantes integrados dentro de la misma agrupación, nos conmovieron con una hermosa lectura de la Pasión según San Mateo.

Ya sorprendió el hecho de ver tan solo a 13 cantantes sobre el escenario. Acostumbrados como estamos a las monumentales masas corales, que tradicionalmente hacen esta obra. La flexibilidad que dio a la interpretación una textura coral tan fina, permitió a Minkowski tomar tempos mucho más rápidos, lograr matices mucho más apurados en muchos pasajes y sobre todo, generó un color vocal que produjo ya en sí mismo una sensación muy particular entre el auditorio, porque se escuchaba la voz casi desnuda, sin engolamientos, con un color vocal limpio que permitió respirar ampliamente  la música y que nos recordó a todos, que el origen de esta obra  es, la profesión de fe y no solo el disfrute estético.

Sería muy injusto destacar a un solo cantante de los que 13 que integraban las fuerzas vocales de esta lectura, pero debido a la importancia que tiene una aria como «Erbame dich», sin duda uno de los  momentos más conmovedores de toda la obra, la contralto holandesa Helena Rasket dio toda una demostración de cualidades vocales y musicales. Era realmente imposible no conmoverse al escuchar su profunda voz cantando con tanta verdad una aria con semejante mensaje. Por otra parte, el tenor florentino Anicio Zorzi llevó el tremendo peso del Evangelista con una suficiencia y una autoridad extraordinarias, emocionando muchas veces al público presente. A su voz, bien timbrada y llena de fuerza, se unió unas extraordinarias facultades  histriónicas que construyeron un papel realmente brillante.

La importancia de la conservación del manuscrito original arriba mencionado radica en que en él están expresados los deseos de un extraordinario músico que construyó en su momento una obra artística sobre la pasión de Cristo, pero estas, solo cobran vida y se realizan de nueva cuenta, cuando músicos honestos y con tanto oficio como los que se presentaron en nuestra ciudad, lo hacen posible. La música solo existe en el aquí y el ahora, la música, básicamente, es práctica y vivencia pura.

 

Música … ¿“bella”?

Música … ¿“bella”?

El desaparecido maestro Nikolaus Harnoncourt escribe en su libro La música como discurso sonoro (Acantilado, Barcelona 2006) “Desde que la música ha dejado de estar en el centro de nuestras vidas, todo esto ha cambiado: como ornamento, la música ha de ser ante todo “bella”. En ningún caso ha de molestar, no debe asustarnos. La música actual no puede cumplir con esa exigencia, ya que por lo menos, refleja -como cualquier arte- la situación espiritual de su tiempo, o sea del presente”. En general, cada uno de los textos que integran este maravilloso libro, son realmente brillantes, pero la anterior cita, me parece que resume perfectamente un fenómeno muy propio de nuestros días: cuando asistimos a un concierto en la actualidad, sobre todo si este concierto está dentro de lo que se suele llamar “música clásica”, lo que queremos es escuchar algo bello, o lo que convencionalmente se ha aceptado como bello, y lamentablemente esta definición suele encajar con algo tranquilo que no nos asuste, o como bien dice Harnoncourt en su texto, sobre todo, algo que no nos moleste.

La música, vista así, es simplemente algo bello, un ornamento, un adorno. Algo lo suficientemente inocuo como para que al tener nosotros el contacto directo con ella, esta no nos golpeé en la cara con algo incómodo de nuestra realidad. Al ser algo que proporciona un solo momento de esparcimiento o de evasión, nuestra sociedad permite que la música sea apartada de la formación de nuestros niños y jóvenes. En tanto que se entiende que no es algo fundamental en su formación, se puede prescindir de ella y se le coloca en un segundo o tercer plano, cuando realmente, si hay algo que es consustancial al ser humano, es la música.

Cuando se anuncian programas tan aparentemente “bellos” como el que se pudo escuchar el pasado martes 3 de abril en el Palau de la Música Catalana, integrado por dos obras emblemáticas del repertorio barroco:  el Dixit Dominus, HWV 232 de G.F.Händel y el Gloria, en Re major, RV 589 de A. Vivaldi uno se sorprende al darse cuenta que lo nosotros llamamos “bello” con una connotación bastante inocua, en el momento en que fueron escritas, el calificativo obtenido por ellas fue el de   “excitantes” o “sorprendentes”. Ambas partituras, ahora absolutamente domesticadas por nuestros oídos y que, como mucho, nos llevan a un pálido tonteo sentimental, en su momento, producían verdaderos estados alterados de la conciencia, y no es que la gente se emocionara un poco, es que existen registros de que ambos maestros a lo largo de su carrera, lograron estremecer a públicos que temieron ser arrollados por algún tipo de fuerza exterior, o por el realismo con que la música les evocaba algún tipo de peligro.

Al ser títulos que pertenecen al llamado “canon” de la música, nuestra época las ha escuchado ya muchas veces y el intérprete que se aproxima a ellas por primera vez, tiene la natural tentación de innovar en su lectura, sin pensar que, finalmente, la música es básicamente una práctica, y que la interpretación definitiva no existe. Así, tenemos un sin numero de posibilidades interpretativas de obras como las ya mencionadas, todas válidas y todas muy interesantes de escuchar. Nosotros tuvimos la oportunidad de escuchar la interpretación realizada a cargo del Ensemble Matheus, acompañando al Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana dirigidos por el maestro Jean-Christophe Spinosi.

Tal interpretación fue una lectura inconstante, en el sentido de que se tenía la impresión de que la orquesta y el coro no terminaban de complementarse realmente.

Era muy evidente la diferencia de concepciones. El Cor de Cambra, estupendamente preparado, mostró una sonoridad fuerte y potente, y esta nunca empastó con la sonoridad delicada y por momentos demasiado tenue de la orquesta. Eran dos mundos sonoros que a ratos se contrarrestaban el uno al otro. Por otra parte, los solistas, salían y entraban al escenario para cantar sus números y esto hacia que se interrumpiera el flujo dramático de ambas piezas. En términos generales, podríamos decir que, pese al prestigio que acompaña al maestro Spinosi, refrendado en numerosas ocasiones, en esta, nunca quedó clara su posición frente a las obras del programa o esta se confundió, al no lograr la mencionada fusión entre los dos bloques sonoros y que unidos, se dirigieran a una idea en común.

La música sonó, las notas fueron colocadas todas en su lugar, y así, el concierto fluyó sin mucha dirección. La emoción o la excitación arriba mencionadas nunca aparecieron y por momentos el letargo si que lo hizo.

Quizás podríamos calificar de bella esta interpretación y sería justo hacerlo, en tanto que todos los elementos estaban en su lugar, eso es innegable. Pero, y aquí está lo fundamental, esta música al menos nació con la aspiración de ser algo más que música bella, nació con la intención, no de acariciar, si no más bien de confrontar al que la escucha. Quizás para nosotros, que venimos de vuelta de tantas cosas, haya pocas que nos sorprendan, o quizás, es que las que nos sorprenden están ahí y no queremos verlas, y vamos a un concierto para seguir sin verlas, todo depende de con qué oídos escuchemos.