De la oscuridad al más esplendoroso amanecer.

De la oscuridad al más esplendoroso amanecer.

Cuando se diseña el programa de un concierto, se puede proceder de muy diversas maneras. El típico paradigma de concierto de una orquesta sinfónica, que consiste en: una obertura, un concierto solista y tras un intermedio, una sinfonía, aún es muy socorrido por orquestas de todo el mundo. También se  puede programar girando en torno a una temática, ya sea histórica, literaria, o incluso, política. Pero lo que la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña hizo en el programa presentado los días  15, 16 y 17 de diciembre, fue zambullirse en el abundante repertorio germánico y presentar tres obras  de épocas bien diferenciadas de la historia alemana, contando además, con un solista de excepción: el gran violista alemán Frank Peter Zimmermann.

La primera parte del concierto estaba integrada por dos obras peculiares: la primera de ellas fue una trascripción para violín y orquesta realizada por Wilfred Fischer (en el programa de mano escrito Ficher)  sobre el concierto para teclado y orquesta núm. 1 en Re menor BWV 1052  de Johann Sebastian Bach, y por la hermosa Fantasía en Do mayor para violín y orquesta Op 131 de Robert Schumann. En ambos casos se trata de la primera lectura de ellas por parte de nuestra orquesta.

Sinceramente, la OBC no se encontró nunca ni medianamente cómoda con la obra de Bach. Es un repertorio que, al menos en este caso, fue interpretado de manera muy superficial y sin atender a los detalles mínimos de fraseo y de articulación que el estilo exige. Fue una lectura bien realizada, sin mayor repercusión musical. Por momentos, incluso, pese a los esfuerzos de los primeros atriles que siempre estuvieron manteniendo la cohesión del grupo, se tenía la impresión de que algo no funcionaba bien, parecía que el maestro Ono, director titular de la orquesta, entorpecía la comunicación entre el solista y los músicos. En general, la sensación no fue buena y el regusto final fue que estábamos ante una obra que no había sido bien interpretada.

En el caso de Schumann, las cosas comenzaron a cambiar, tanto el solista como  la orquesta, se encontraron en un territorio mucho más familiar. Zimmermann mostró la enorme calidad técnica que lo respalda como unos de los grandes violinistas de la actualidad, esto sin detrimento, claro está, de su enorme estatura musical. La orquesta estuvo mucho más afortunada, acompañando y reforzando el discurso musical del solista. Kazushi Ono, mostró, el enorme instinto musical que siempre lo ha caracterizado, atento a los balances tan problemáticos siempre en Schumann, cuidando que la orquesta fluyera con soltura y naturalidad en torno de una obra, que está escrita para lucimiento de un gran solista: el mítico violinista alemán Joseph Joachim, amigo íntimo no solo del matrimonio Schumann, sino también, de Johannes Brahms.

El intermedio llegó, y todos nos preparamos para escuchar el plato fuerte del programa. Obra de una gran dificultad técnica y musical, que marcó un hito desde su estreno efectuado en 1896, y que es en palabras de su autor: “Glorioso, de lejos la más importante de todas mis obras, la más perfecta en forma, la más rica en contenido y la más individual en carácter”. Me refiero al poema sinfónico Así habló Zaratustra de Richard Strauss.

Cuando en 1896 Strauss en una carta dirigida a Cosima Wagner le informa que está trabajando sobre el Zaratustra de Nietzsche, ella se lo tomó en un principio  como una  broma, para posteriormente confesar, que pese a no conocer el libro, algo tendría de significativo que había generado en Strauss la necesidad de trabajar sobre él. El resultado de apenas 6 de meses de trabajo, fue una obra maestra que requiere de una dotación instrumental enorme y sobre todo, de una orquesta al nivel de semejante reto. La OBC y su titular brillaron con una intensa luz tras la oscuridad de la primera parte. Si al inicio hubo indefinición, en Zaratustra todo encajó casi milimétricamente y dejó muy claro el alto nivel musical de nuestra querida orquesta, que en obras como estas, desarrollan todo el músculo que han logrado acumular en todos estos años de duro trabajo, tanto con el maestro Kazushi Ono como con anteriores titulares. Un gusto tremendo escucharles en plenitud de facultades.

No quisiera terminar está humilde crónica sin mencionar a un actor muy destacado de nuestro concierto, que brilló por momentos muy notoriamente en él y que son los más diversos tosidos y sonidos varios que parte de la concurrencia aportó al concierto aquí reseñado. Ya en el programa de mano, intentaron prevenirse contra ello, a tal grado ha llegado esto, que la orquesta solicita que se intente controlar el efecto sonoro de semejante malestar respiratorio, acudiendo a un simple pañuelo para contener el sonido generado, pero se ve que al menos en esta ocasión, no obtuvieron una buena acogida a sus ruegos, porque, por ejemplo, mientras el maestro Ono tejía la pausada y grave fuga correspondiente al pasaje llamado “ De la ciencia”  en los últimos momentos de  Zaratustra, eran mucho más notorias las toses que hacían un contrapunto a la citada música que la obra misma. Esperemos que un poco de educación y buenos modos, o como antes se le llamaba, simple y llanamente urbanidad, solucione al menos en parte este problema.

Barcelona cuenta sin lugar a dudas con una orquesta de primer nivel y muestra de ello, es ver en cada uno de sus conciertos, la sala casi llena, integrada por un público cada vez más heterogéneo, que está respondiendo a la calidad musical de su orquesta y también, por qué no decirlo, a una buena estrategia comercial que está logrando impactar poco a poco en las diferentes capas de la sociedad, bravo por ello, continuemos  disfrutando.

 

‘Star Wars: Los Últimos Jedi’ La redención soñada

‘Star Wars: Los Últimos Jedi’ La redención soñada

Cuando muchos salimos hace un año de las salas de cine tras ver El Despertar de la Fuerza nos quedamos con la sensación de haber visto una especie de remake moderno de Una Nueva Esperanza. No cabe duda que hay un gran número de fanáticos de la saga que alaban esta cinta, pero es más un acto de fe ciega carente de visión objetiva que otra cosa. Para otros apasionados de este universo, como un servidor, el Episodio VII fue una tomadura de pelo organizada por un JJ Abrams con un ego como la Estrella de la Muerte, por lo que las esperanzas puestas en esta nueva entrega no eran demasiadas. ¡No podía estar más equivocado! Nos encontramos sin duda ante una de las mejores cintas de Star Wars, incluso con la capacidad de competir con la trilogía original y, por supuesto, dejando las precuelas por los suelos.

Finn (John Boyega), Rey (Daisy Ridley) y Rose Tico (Kelly Marie Tran)

Rian Johnson ha escrito y dirigido esta película demostrando que no es necesario ser George Lucas para saber contar historias de otra galaxia. El ritmo narrativo que nos ofrece nos hace navegar por un entramado de historias en paralelo perfectamente hiladas y que concluyen en la unión casi perfecta de las mismas. Los tiros de cámara empleados combinados con cambios de plano armoniosamente ejecutados, guiado todo ello por una banda sonora de John Williams de auténtico diez, crea una simbiosis rítmica que hace de las dos horas y media un viaje cinematográfico capaz de cortar la respiración. Johnson ha conseguido sacar minutos de tensión que logran que público grite de forma frenética, y no solo en una o dos ocasiones, sino que podemos vivir situaciones de verdadero clímax a lo largo de todo el metraje.

Como buena película de Star Wars que se precie, las batallas espaciales son un punto fundamental y de obligatorio cumplimiento. Ya pudimos ver un trabajo excelente de este apartado en Rouge One, en la que, por lo general, se disfrutó mucho de la Batalla de Scarif. Con esta referencia como base han hecho de este punto uno de los más impresionantes y destacables del Episodio VIII. Los planos secuencia de las naves, lo picados y contrapicados de los destructores, combinado todo ello con unos efectos visuales excelentes y la humanización de los pilotos (muy a lo Biggs Darklighter), consigue un paralelismo precioso de las batallas cinematográficas de la II Guerra Mundial que todos podemos recordar de películas clásicas.

Bombarderos de la Resistencia en el Episodio VIII

La dirección de fotografía se ha ejecutado de forma excelente, logrando en diversas ocasiones ser el personaje principal de las escenas. Junto a unos paisajes increíbles se puede disfrutar en gran medida de un uso del color exquisito, minucioso y muy simbólico, como podemos observar en la batalla final sobre el salar de Crait con el uso del blanco y del rojo como símil del lado oscuro y el luminoso.

La trama de la cinta da respuesta a gran número de incógnitas que surgieron en el capítulo anterior, siendo por tanto éste el eje central de la trilogía ya que tanto los personajes como la historia maduran y se consolidan, conformando un elenco más compacto y mejor posicionado en el universo de Star Wars. Aún así es destacable un punto no muy favorecedor en este apartado ya que se decidió, seguramente por parte de Johnson y Abrams (Productor Ejecutivo), dar a ciertos personajes principales (no diré cuales para evitar spoilers) un papel más insulso que el que tuvieron en el episodio anterior, lo cual, ya que gozaban de dos horas y media de película podían haber tratado de profundizar un poco más.

Deslizadores de la Resistencia en la Batalla de Crait

Como no todo puede ser positivo es necesario señalar que en Los Últimos Jedi se encuentra un uso del humor que no agrada a todo el mundo. Sí, es una película con una gran carga dramática y que tiene momentos de verdadera tensión, pero precisamente para cortar dicha tensión se ha recurrido en muchas ocasiones al humor. A veces está bien empleado y en otras ocasiones te saca totalmente de la historia, por lo que para futuras ocasiones deberían poner un filtro más duro a los chascarrillos infantiles. También se pueden ver algunos problemas de la trama en cuanto a la religión Jedi se refiere. No es que no lo trabaje bien en la película, es más, nos ofrece una visión de los maestros totalmente nueva y que no gustó mucho a algunos fans, pero el problema realmente importante es que no deja muy buen futurible para éstos; el nombre Los Últimos Jedi le viene al pelo.

Por desgracia el punto menos favorable se lo lleva la General Organa, mejor conocida como la Princesa Leia. Su actuación como no podría ser de otra forma es realmente extraordinaria. Carrie Fisher tenía la increíble capacidad de mostrar el tremendo dolor de su personaje mientras tiene la responsabilidad de comandar un ejercito, por lo que su trabajo es impecable. El problema no viene de su parte, más bien es responsabilidad del Johnson que no ha logrado hacer honor a Carrie, a pesar de que esta película va dedicada a ella. Una de las escenas más criticadas tiene como protagonista única a la princesa y por lo tanto la mayoría se quedarán con eso en vez de con la magnifica actuación que nos ha ofrecido antes de su muerte. Una lástima.

Estamos sin duda ante una de esas cintas que merece la pena ver más de una vez ya que cada pequeño detalle, personaje secundario y escenario nos ofrece tantos detalles que es imposible disfrutarlo todo en una única vez. También tenemos la suerte de que a la hora de crear a las diversas criaturas no han tirado tanto de CGI y han buscado más los animatronics, lo que dota de mucho más realismo a la película. Esperemos que este sea el camino que quiere seguir la franquicia y que los próximos episodios que vayan a ver la luz tengan el mismo aura que el Episodio VIII.

Una tropa de generales redescubriendo a Telemann

Una tropa de generales redescubriendo a Telemann

“Son una orquesta de generales”, tal frase se ha aplicado en las medianías del siglo XVIII tanto a la orquesta de Mannheim en sus más luminosos momentos,  como también se ha dicho en pleno siglo XX de la Filarmónica de Berlín en tiempos de Herbert von Karajan intentando con estas palabras, separar a la agrupación berlinesa del resto de orquestas del mundo colocándola, en una especie de olimpo al que nunca podrían acceder el resto de orquestas del mundo.

Un servidor lo confiesa, nunca ha sido un gran admirado de esa época de la mítica Filarmónica de Berlín, porque sin detrimento de sus innegables méritos artísticos, con el tiempo se ha visto que mucho del brillo de aquellos años, provenía de una minuciosa campaña de mercado donde la cabeza era Karajan y otras personas de muy dudosa honorabilidad, al menos en el plano estrictamente artístico. Es por ello que creo que sería más justo aplicarle esta frase a un grupo donde sus integrantes sean verdaderamente unos generales,  poseedores de una autoridad y de una autonomía en exclusiva reservada a seres que obtengan tal autoridad de un conocimiento muy profundo y de un ejercicio honesto y concienzudo de su labor como músicos y sinceramente, creo que el pasado domingo 3 de diciembre en Barcelona en la sala Oriol Matorell de l’Auditori, tuvimos la oportunidad de ver a una auténtica “orquesta de generales”. Me refiero sin ningún género de duda al conocidísimo grupo italiano Il Giardino armonico.

Con una sala llena, el mencionado grupo interpretó un programa homenaje a G.P. Telemann, nombre injustamente vituperado por demasiados y que está a la altura de los grandes nombres de su época, sean estos Bach, Haendel  o Alessandro Scarlatti. El drama de Telemann tiene su origen en varias fuentes, todas tienen solución en la medida en que la musicología moderna haga su trabajo. La reelaboración del famoso canon de la música de donde tantos nombres han quedado apartados es más que necesaria. Música de una factura magistral, escrita por ejemplo, por mujeres de un enorme talento, duerme el sueño de los justos. En el caso de Telemann en parte, es víctima del enorme volumen que ocupa su obra. Se calcula que su catálogo, que dista de estar concluido, está integrado por más de 700 obras. Semejante volumen  hace que al ser un corpus poco conocido tanto por músicos como por el público, oculte sus más notables tesoros. Actualmente para el gran público, casi cualquier obra firmada por el maestro alemán es algo a descubrir y créanme cuando les digo que Telemann nunca defrauda. En él confluyen los tres grandes estilos del barroco tardío, y podemos encontrar como en el concierto del pasado 3 de diciembre, obras escritas en un solemne estilo francés, como también hermosas y sentidas melodías más propias del estilo italiano. Esto, sin menoscabo de un trabajo armónico y contrapuntístico de primer nivel que evidentemente tiene en Alemania su matriz.

Las obras que integraban el programa de nuestro concierto iban desde una suite o una sonata hasta un concierto, lo que confirma lo antes dicho: Telemann conocía perfectamente el funcionamiento de todas las escuelas y estilos de su época. Fue un hombre de un carácter afable y muy social, que viajó muchísimo, aprendiendo cuanto podía del lugar que visitaba y logrando el reconocimiento sincero de colegas tan encumbrados como el mismo J.S.Bach, que le pidió que fuera padrino de bautizo se su segundo hijo, nada más y nada menos, que el genial C.P.E Bach.

El que un grupo tan sólido como el Il Giardino Armonico, integrado por tan buenos músicos, interprete un programa casi consagrado en su totalidad a un compositor que está siendo cada vez más revalorizado como es el caso de Telemann es muy de agradecer. La única obra que no estaba firmada por nuestro autor, era una sonata para dos violines, viola y bajo continuo en do menor escrita por J.G.Goldberg, el famoso alumno de Bach destinatario de las célebres variaciones que llevan su nombre. La interpretación del programa fue realmente espectacular, las obras del programa, al necesitar una dotación casi de música de cámara dejaban al descubierto la precisión y la enorme solvencia de todos los músicos que integraban la orquesta. Era realmente satisfactorio ver las miradas de complicidad que existían entre el grupo, las sonrisas, los gestos que daban pie al compañero, los momentos en que  juntos tejían tal o cual pasaje de las obras de este concierto. Todo estaba perfectamente preparado, pero todosurgía de una manera espontánea. Realmente eran generales, que en vez de comandar, conversaban amigablemente.

Giovanni Antonini su director y además solista en esta ocasión, es un músico delicado y que cuida al extremo todos los detalles, no solo de la agrupación que dirige, sino, además, de su ejecución a la flauta dulce, instrumento que puede con mucha frecuencia dar notas bajas o una sonoridad saturada. En su caso, nunca fue así, la afinación siempre fue perfecta, la sonoridad justa y nítida, la musicalidad constante. Caso semejante fue cuando el mismo Antonini junto con Tindaro Capuano ambos al chalumeaux interpretaron dos obras donde el solista fue este instrumento del que en su momento Telemann fue un virtuoso consumado.

Como no podía ser de otro modo, tras una enorme ovación, la orquesta nos obsequió con un pequeño bis del mismo Telemann culminando un concierto que nos dejó un gratísimo sabor de boca y  con unas tremendas ganas de que en futuras fechas regrese a nuestros escenarios Il Giardino Armonico.

 

Nunca pierdas una oportunidad de perder una oportunidad

Nunca pierdas una oportunidad de perder una oportunidad

Cuando escuché el título del nuevo programa de talentos de La 2 de TVE, pensé por un momento que había algo de luz al final del túnel. Clásicos Irreverentes, quiso entender mi optimista cerebro. Pero, como casi siempre, éste me había jugado una mala pasada convirtiendo una conjunción copulativa en un prefijo de negación. Clásicos y Reverentes es, pues, el nombre del nuevo talent show de la televisión pública. No esperéis verlo en hora punta, ya que se le tiene reservado el privilegiado horario del mediodía dominical, entre el programa Pueblo de Dios y Zoom Tendencias. Tampoco esperéis aprender nada de música clásica ni mucho menos ser testigos de algo reverencial, porque este programa de una larga hora de duración se mueve entre lo cutre y lo ridículo.

Sendos retratos caricaturescos de Vivaldi, Bach, Mozart y Beethoven presiden el plató. Esa es, pues, la imagen de la música clásica que resiste, a base de empeño, al paso del tiempo y se fosiliza y enquista en el imaginario colectivo. Unos señores que vivieron hace mucho tiempo, cuyos nombres nos suenan, como nos suenan ciertas marcas de yogur. Y, a partir de ahí, todo es aburrimiento, simulada frescura, falsa excelencia y tristeza, mucha tristeza. Porque el gran problema de este programa es que ni siquiera se han molestado en que sea un espejo distorsionado de la realidad, sino que se trata, directamente, de la realidad misma. Y, ¿quién quiere ver en televisión la cruda realidad? ¿Acaso no pago yo religiosamente mis impuestos para poder encender la televisión y ver algo que, aunque falso, me ilusione? ¡Que me mientan, por favor! ¡Que me digan que un mundo mejor es posible!

Lo presentan como el Operación Triunfo de la música clásica. Jamás pensé que diría esto, pero, ojalá lo fuera. Vayamos por partes. Por un lado, este no es un programa de música clásica, sino un programa en el que unos jóvenes instrumentistas se enfrentan a una prueba de orquesta con el mismo procedimiento con el que se suceden a lo largo y ancho del mundo. Cada uno elige una obra libre de la que sólo podrá tocar dos minutos, ya que, cuando pasen esos ciento veinte segundos, uno de los miembros del jurado tocará una campanita para que se calle. Esta fase es eliminatoria y sólo tres de los cinco pasarán a la segunda que, cómo no, consiste en la interpretación obligada de alguno de los conciertos de Mozart (o de Haydn) escrito para el instrumento en cuestión. El tiempo límite vuelve a ser de dos minutos y la odiosa campanita volverá a hacerlos callar. Así pues, querido melómano, olvídese de escuchar música clásica, ya que lo único que llegará a sus oídos serán unas cuantas obras clásicas o románticas mutiladas, descontextualizadas y acompañadas por un pianista que toca como puede las reducciones de orquesta y con el que no se ha podido ensayar. Como la vida misma, vamos. Y lo digo sin ninguna ironía.

Por otro lado, el objetivo didáctico no se ve por ninguna parte: no se explican las obras que se tocan, no se contextualizan ni se tocan enteras. Las valoraciones de los miembros del jurado, formado por Máximo Pradera -conocido experto en la materia…televisiva y quien hace un año publicó el libro Tócala otra vez, Bach: Todo lo que necesitas saber de música para ligar-, Judith Mateo -a quien presentan como “la única mujer violinista del rock español”-, Albert Batalla -Subdelegado Artístico de la Orquesta y Coro RTVE– y Ramón Torrelledó -director de orquesta-, las valoraciones, pues, consisten en una sucesión de obviedades, exageraciones y superficialidades del tipo “normalmente la gente entiende los lentos”, “pareces una muñequita de una caja de música”, “el clarinete suena como un pajarito cantando” o “tienes una sonoridad que yo no había escuchado en la trompeta con anterioridad”. Si Miles Davis levantara la cabeza…

Los cinco aspirantes que tocaron el domingo pasado en Clásicos y Reverentes compiten por formar parte de la plantilla de la Orquesta de RTVE en el concierto de gala que presentará Anne Igartiburu. Habría estado bien aprovechar el empeño y la ilusión de estos jóvenes para crear un producto televisivo un poco más atractivo, tanto para ellos como para los espectadores. Al final, estos instrumentistas se encontrarán con pruebas de este tipo durante el resto de sus carreras, por lo que quizás habrían agradecido enfrentarse a una experiencia en la que la creatividad tuviera un poco más de espacio. Lo preocupante, sin embargo, no es el hecho de haber perdido de nuevo una buena oportunidad para la difusión de la música clásica en el medio televisivo, sino que todo hace sospechar que hay muy poca voluntad de cambiar ciertos clichés desde dentro de la profesión. Nos encontramos con el papel gregario del intérprete, que tiene que demostrar sus capacidades técnicas en dos minutos, pero del que poco cuentan sus capacidades intelectuales ni creativas; la autoridad incuestionable del director de orquesta; el repertorio canónico clásico-romántico, fuera del cual no creo que en este programa escuchemos nada.

La televisión, como medio de comunicación de masas, funciona como creadora de realidades. Todo lo que en ella sucede es mentira, pero -y ese es el éxito de los realities– se asimila como verdad. Esto tiene el peligro de que tengamos una imagen distorsionada de lo que es la realidad. Sin embargo, precisamente por lo mismo, la televisión puede ser una gran herramienta para crear las realidades que queremos que sean, de proyectar la imagen que queremos alcanzar como sociedad. Este programa, en cambio, decide mostrar una imagen encorsetada, triste, competitiva y muy poco creativa de la música clásica y de la juventud relacionada con ella. Una pena.

 

Malograda Le Prophète en la Deutsche Oper de Berlín: horror vacui, machismo y voces grises

Malograda Le Prophète en la Deutsche Oper de Berlín: horror vacui, machismo y voces grises

Desde el 26 de noviembre la Deutsche Oper de Berlín cuenta entre su programación con una rareza del canon operístico, la poco visitada Le Prophète de Meyerbeer: todo un gesto, habitual en esta casa, de compaginar clásicos del canon con obras infrarepresentadas. En el caso de Meyerbeer, además, su olvido es ciertamente injusto. A simple vista, parece una grand ópera para entretener a burgueses con esmoquin y anteojos. Sin embargo, la composición tiene un talante cosmopolita, mezclando lo mejor de todas las aportaciones nacionales ya claramente disponibles en ese momento; y, al mismo tiempo, pone en cuestión algunos de los recursos clásicos de la ópera, en especial en su exploración del sufrimiento y del formato monólogo del rol de Fidès, como por ejemplo el uso del modo mayor cuando están a punto de matarla) o el acompañamiento basado en las interrupciones instrumentales cuando Fidès tiene que aceptar que su hijo no la reconoce. Su segunda representación, la del 30 de noviembre, es el objeto de esta crítica. La excelente apertura del coro, de gran potencia vocal y mucho criterio musical, auguraban una velada de alta categoría. No tardó en defraudarse la expectativa, con problemas de afinación importantes en los vientos -que reaccionaron con premura- y, sobre todo, un trabajo muy desigual entre los solistas -que no supieron reaccionar en toda la obra-.

Gregory Kunde, en el papel de Jean de Leyde, no estuvo a la altura de las circunstancias. Llegaba ahogado a muchos finales, con serios problemas de afinación en los agudos. La impostación de su voz era irregular, a veces profunda y potente, otras casi nasal. Parecía siempre en búsqueda de su propio sonido: algo impropio cuando ya se está en la función. Llegaba tarde en la preparación del personaje. Sus complicaciones vocales le impidió  un trabajo cuidado de lo teatral, algo en lo que tampoco cooperaron Derek Welton (Zacharie), Andrew Dickinson (Jonas) ni Noel Bouley (Mathisen), el trío de secuaces anabaptistas. Los tres también mostraron sus problemas de afinación y de coordinación (¡era un escándalo lo inexactas que iban las melodías a octavas!) desde su primera aparición con el “Ad nos, ad salutarem undam”. Clémentine Margaine (Fidès) y Elena Tsallagova (Berthe) estuvieron, en comparación, mucho mejor. Aunque ambas exageraron el vibrato y quizá el virtuosismo no estaba del todo justificado para sus personajes, expresivos por otros medios, y que en cualquier caso reclamaba su atención por encima de aspectos teatrales relevantes, estuvieron por lo general muy equilibradas y es de agradecer el trabajo conjunto evidente. Especialmente Margaine brilló por su excelente representación. Sus apariciones eran donde verdaderamente era posible meterse en la historia, donde era posible esa unión de artes que la ópera promete (en su propia definición, incluso antes de Wagner), que no se veía interrumpida por personajes malogrados. La orquesta, que estuvo brillante, especialmente la sección de viento-maderas, destacó aún más por su controladísimo talante ante las dificultades de los cantantes. Parecía que tenía que compensar, de alguna manera, el mal gusto de alguno de ellos y mantener la tensión de la historia. Escuchar la excelente interpretación bajo la batuta de Enrique Mazzola  hizo que, sin duda, la noche valiera la pena.

Ahora viene otro tema polémico: la escenografía, a cargo de Olivier Py. La idea giratoria y modular del escenario estuvo pobremente aprovechada, pues no había verdadera comunicación entre lo que pasaba en el escenario y los personajes. Simple en colores -casi todo en tonos grises- los tonos de color solían provenir de pequeños detalles en el escenario, como carteles o luces. Pero, en lugar de modificar la relación cromática o la estructura del escenario, eran puro exceso, marca del horror vacui de esta escenografía: es el caso de unas imágenes horteras sobre el universo (cuando, además, se hablaba del cielo) o de un avión sacado del más indigno anuncio de cualquier compañía aérea. De ese intento introducir elementos rupturistas en la monotonía cromática y en los módulos (que al final eran los mismos colocados de una forma distinta), se añadieron elementos un tanto hípsters y claramente en diálogo con propuestas más contemporáneas. Se mostraban mensajes en cartón (como vimos en Satyagraha o en el Mondparsifal) y aparecía de vez en cuando un ángel con el torso desnudo y alas también de cartón. Un pastiche mal ejecutado. El mismo intento efectista lo escondía la malograda introducción de un perro en el segundo acto, que intentaba mostrar el lado más humano de de Leyde. Pobre perro. Qué habrá hecho él para que lo metieran de forma tan absurda en la ópera, por no decir lo cuestionable que es el uso de animales en este tipo de contextos. El gesto más creativo, que fue la de aprovechar el escenario giratorio para hacer el ballet del tercer acto también giratorio, resultó ser monótono al cabo de cinco minutos. El presunto caos organizado que quería propiciarse era puro efecto. Y, encima, incidió en otros de los graves asuntos de esta ópera: la inexistente reflexión sobre los roles de género que se estaban reproduciendo.

Y es que hubo varios momentos claves en los que el trato gratuitamente desigual (es decir, no justificados ni siquiera por la época o por la lógica de la historia) eran evidentemente fruto de la escasa reflexión al respecto. El encierro de Fidès y Berthe se convierte en una violación de ésta por parte de Oberthal, en la que solo ella aparece desnuda. Las violaciones son una constante en el ballet giratorio (que dio lugar a un sonoro abucheo entre el público), algo que termina banalizando una experiencia límite y donde, por cierto, eran solo las mujeres las que las sufrían. La estetización de la violencia era una constante, sin dar lugar a ningún tipo de reflexión crítica al respecto. La guinda del pastel fue en la escena final en la que, en el fondo, aparecía una orgía o un club de swingers, no lo tengo muy claro. El caso es que, aunque las relaciones no eran heteronormativas, ellos iban desnudos y peludos, ellas depiladas y con tacones. Es lamentable y, desde luego, inaceptable en los tiempos que corren.

 

Austeridad germana con sabor del Lacio

Austeridad germana con sabor del Lacio

Refiere Christoph Wolff en su monumental biografía BACH, El músico sabio (Barcelona: Ma non tropo,2008, p.24) que a los pocos días de fallecido J.S.Bach, era publicado un texto firmado por Johann Friedrich Agricola, compositor y organista de la época,  donde defendía la obra del finado maestro de los ataques de un tal Filippo Finazzi, cantante de la ópera de Hamburgo, diciendo:

“Él [ Finazzi] niega a su música [la de Bach] un efecto placentero para el oyente que no puede gustar unas armonías tan difíciles. Pero aun asumiendo que las armonías [las estructuras musicales] de este gran hombre sean tan complejas que no siempre consigan el resultado previsto, éstas, no obstante, sirven al deleite del genuino conocedor. No toda persona instruida es capaz de entender a Newton, pero quienes han avanzado con suficiente profundidad en la ciencia pueden entenderlo y encontrar enorme gratificación y beneficios reales leyendo su obra”

Me he tomado la libertad de citar a Wolff, porque creo que en esta ocasión estamos ante un concierto que podría encajar dentro de la descripción que realizó Agricola sobre la música de Bach.

El miércoles 29 de noviembre, dentro del ciclo Palau Bach tuvimos el placer de escuchar en un programa integrado en su totalidad por obras del cantor de Leipzig, una de las más célebres partituras escritas por él, me refiero: a la Ofrenda musical BWV 1079. Obra que pertenece al último periodo creativo de J.S. Bach y que nos presenta una cara poco visitada del maestro, la del músico sabio.

Los intérpretes eran de primera línea, Laura Pontecorvo a la flauta travesera, Andrea Rognoni y Antonio De Secondi a los violines, Marco Ceccato al violoncelo y coordinando todo desde el clave, el célebre director y clavecinista Rinaldo Alessandrini. Iniciaron el concierto con una sonata para flauta travesera y unos canons del mismo Bach, que cumplían la función de preparar al auditorio para la obra central del programa. Tras escuchar las primeras piezas arriba mencionadas, Alessandrini comenzó con la ejecución del  Ricercare a 3 voces para clave solo que da inicio a la obra. Ciertamente en algunos pasajes no estuvo todo lo fino técnicamente que nos tiene acostumbrados un artista de su nivel, pero, lo cierto es que en conjunto estableció ya el tono que guardaría toda la ejecución de la pieza. Era particularmente llamativo el sonido delicado, íntimo, con que todos los intérpretes trabajaban tejiendo los canons y fugas que integran la obra. El escucha moderno, acostumbrado a las grandes sonoridades, al embotamiento sonoro, tiene que verse sorprendido de súbito por esta invitación a lo quedo, lo reposado, lo íntimo, el universo de Bach ya simplemente en este pequeño detalle, comenzaba a quedar muy claro.

Cuando Bach aborda la composición de esta pieza lo hace desde una posición casi de reclusión interna. Fatigado cada día más por todas las obligaciones de su cargo en Leipzig, con una ceguera que llegó a ser total, cuando trabaja en su estudio, lo hace desde la distancia del mundo que lo rodea, y más aún, lo hace desde una postura estética muy diferente a la que sus contemporáneos aceptaban. El yo, propio de la modernidad se había instalado cada vez más en la mentalidad de las personas, y la música que se hacía ya en esa época, era diametralmente diferente a la que Bach escribía. A la verdadera música se le pedía, bajo este paradigma, que trasmitiera en una melodía perfectamente perfilada los sentimientos de las personas, la vida emocional del compositor y de sus escuchas. Un universo muy diferente del de Bach, que parte de una plataforma diferente, cuando considera a la música como una ciencia, sí, un arte, pero este arte se materializa en una ciencia musical, de la que él es un notable exponente, y que logra describir a través de sus obras, y sobre todo las de carácter especulativo, como la que nos ocupa ahora, la multiplicidad de formas y sustancias de las que está compuesto el universo mismo. La postura de Bach, entonces, es casi cósmica: ha dejado hace rato de pensar en la cotidianidad y ve al horizonte para expresarse. Cuando pensamos de este modo a Bach, es cuando entendemos la descripción que hacía Agricola de él en el texto arriba citado.

La base de la que parte Bach es muy clara: el contrapunto, o sea, la simultaneidad de melodías es la materialización de la armonía y de la perfección del universo, cuando Bach escribe una fuga o un canon, aplica esa ciencia que permite que escuchemos físicamente la unión de dos o más realidades sonoras, que de no seguir estas reglas, sería imposible que sonaran simultáneamente.

Queda claro entonces que a nosotros mismos, parados en nuestro siglo, esta visión nos quede muy lejos y necesitemos de un esfuerzo extra para disfrutar de un programa así. Cuando vamos a un concierto en la actualidad, lo hacemos desde el paradigma moderno, a que nuestra vida emocional aflore o sea estimulada, y no hay nada de censurable o malo en ello, es nuestro paradigma. Esto puede llevar a la desilusión de algunos escuchas, que asisten a escuchar La ofrenda musical o El arte de la fuga, esperando escuchar los Conciertos de Brandenburgo.

La interpretación fue de muy alto nivel, considerado que es una obra exigente ya no solo a nivel individual sino sobre todo, en lograr cohesionar la diversidad que arriba he descrito. Los cinco músicos dirigidos por Alessandrini demostraron no solo un altísimo nivel técnico, sino una inteligencia musical muy elevada, construyendo con mucha precisión la totalidad de la pieza.

Al final, tras una merecida ovación por parte del público que casi llenó el Palau, nos regalaron con un pequeño destello de luz, un ágil movimiento de la Tafelmusik de G.P.Telemann que concluyó un estupendo concierto, que si bien es cierto nos había elevado a dimensiones desconocidas, la brillante interpretación del conjunto italiano, le aportó un toque de fuerza y vigor propio de los músicos latinos.