El impresionismo evocativo de Debussy y Ravel con Michel Plasson y la Orquesta Sinfónica de RTVE

El impresionismo evocativo de Debussy y Ravel con Michel Plasson y la Orquesta Sinfónica de RTVE

El 24 de noviembre la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española (RTVE) interpretó un concierto con obras de autores del impresionismo bajo la dirección de Michel Plasson en el Teatro Auditorio San Lorenzo de El Escorial (Madrid), el cual es la nueva sede que alberga los conciertos de esta orquesta.

El programa seleccionado nos trasladó al París de la capital cultural europea de finales del siglo XIX en el que uno de los máximos exponentes fue Claude Debussy, creador del impresionismo musical, en el que utilizó un nuevo tipo de lenguaje repleto de timbres y tonalidades, al igual que el de los pintores impresionistas. En esta ciudad también exploraron sus sonoridades otros compositores como Maurice Ravel, a quien se suele englobar dentro de esa misma vanguardia pero que también recorrió a su particular manera el neoclasicismo. Ambos maestros consiguieron relacionar la armonía, el color y el timbre orquestal de manera global y en cada una de las secciones que componen la orquesta. Además, en la Exposición Universal de 1889 en París pudieron asistir a conciertos de músicas de lugares lejanos de Oriente, siendo especialmente importante la orquesta del gamelán, las cuales les influyeron, así como su interés por la música de otras épocas. Con estos compositores, las obras seleccionadas y estos intérpretes, nos sumergimos en el arte de la evocación.

La primera parte del programa estuvo destinada a Ravel. Comenzaron interpretando los ocho Valses nobles y sentimentales con los que nos trasladamos a las cortes imperiales donde fueron tan populares durante el siglo XIX y principios del XX. Aunque los tiempos de estos valses son contrastantes, la sensación de baile se transmitió en cada uno de ellos, transmitiendo ese halo de grandiosidad del que se hicieron eco en aquella época.

A partir de aquí, la imaginación se hizo indispensable en la escucha de las siguientes obras pero a la vez resultó muy fácil imbuirse en ella. Con la suite Ma mère l’Oye (Mamá Oca), nos adentramos en el maravilloso mundo de los cuentos, cuya música Walt Disney utilizó posteriormente para algunas de sus películas. Aquí pudimos asistir a una bella narración musical de cada uno de estos cuentos en el que los solos de los instrumentos-personajes estuvieron interpretados con una gran expresividad (la Bella Durmiente, Pulgarcito, la Emperatriz de las Pagodas, la Bella y la Bestia, y El jardín de las hadas). En ellos se evocó cada uno de los reinos mágicos de sus personajes con la utilización de los timbres del xilófono, la celesta, el gong, el arpa y las campanas ayudan en la recreación de esos lugares y de sus personajes, en los que la orquesta estuvo perfectamente empastada.

La segunda parte estuvo destinada al considerado por algunos autores como el verdadero impresionismo musical, con obras de Debussy. En esta ocasión comenzaron con Prélude à l’après-midi d’un faune (Preludio a la siesta de un fauno), una obra de 1894 inspirada en el poema homónimo de Stéphane Mallarmé. Podemos asistir al despertar de un fauno en plena naturaleza y cómo esta le influencia y hace que sucedan los acontecimientos. Esta es una obra revolucionaria porque posteriormente fue concebida para uno de los Ballets Rusos del empresario Sergei Diaghilev, el cual fue coreografiado e interpretado por el audaz a la par que intrépido Vaslav Nijinsky, quien escandalizó con su excesiva libertad artística a la sociedad parisina. En esta obra para orquesta también nos encontramos con el acercamiento a la naturaleza, las imágenes y las impresiones que estas nos causaron al escucharlas.

En este concierto la Orquesta Sinfónica de RTVE deleitó nuestros sentidos con unas magníficas interpretaciones de estas obras. Por su parte, Michel Plasson dio una lección magistral de dirección durante todo el concierto. Consiguió el empaste de cada una de las secciones de la orquesta, las sonoridades tan amplias que requieren estos compositores que van desde el más sutil de los sonidos suaves a la grandiosidad de los fortísimos de toda la orquesta cuyo gran oleaje rompe en las rocas del gong.

Tal fue la plasmación musical, que tanto el director como la orquesta consiguieron fusionar la sensación pictórica y musical de este movimiento vanguardista llamado impresionismo. Como agradecimiento, obtuvieron una gran ovación y nos obsequiaron con un bis a cargo de otro compositor con un gran sentido del humor como es Eric Satie.

(Foto: Orquesta y Coro RTVE)

Club Gretchen inundado por la música en vivo de Alfa Mist y Yussef Dayes.

Club Gretchen inundado por la música en vivo de Alfa Mist y Yussef Dayes.

Hay tardes en las que, en busca de nuevos artistas, entras en Youtube y te tambaleas de vídeo en vídeo escuchando música. Por supuesto hay jornadas de sequía, en las que poco sacas de provecho, pero de vez en cuando cierras el ordenador con una buena presa entre tus manos. Recuerdo hace no mucho, que un mismo vídeo me proporcionó dos capturas de golpe, frescas, y de muy buena calidad. Sus nombres: Alfa Mist y Yussef Dayes.

Suelo pasear con música, y en los días posteriores al descubrimiento, en mis cascos sonaba, como si de un bucle se tratara, la música de ambos artistas. Fue en una de estas caminatas por Berlín, cuando me topé con la programación del Club Gretchen, una de las salas de concierto más emblemáticas de la ciudad. ¿Cuál fue mi sorpresa? Ver que tanto Alfa Mist como Yussef Dayes venían a la ciudad a presentar sus propios proyectos, el primero el domingo 12 de Noviembre, y el segundo el miércoles 15 de Noviembre. Imagínense mi alegría. Lo que sucedió en el escenario se lo cuento a continuación, pero antes de eso conozcamos un poco más a Alfa Mist:

Está gestándose una nueva ola en UK de jóvenes talentos del jazz en la que encontramos nombres como Nubya Garcia, Mansur Brown o Moses Boyd entre muchos otros. Un claro ejemplo de ello fue la creación del proyecto “Are We Live” formado por Tom Misch, Alfa Mist, Barney Artist y Jordan Rakei, en el que se traza una nueva línea entre el hip-hop, el soul y el jazz, con una mirada respetuosa al pasado, pero con los pies en un futuro innovador.

 

 

En esta ocasión el pianista venía a presentar su nuevo trabajo “Antiphon”. Él mismo lo define como “unapologetic” y no se me ocurre mejor forma para hacerlo. Tras su primer Ep titulado “Nocturne”, en este nuevo álbum ha conseguido plasmar un sonido muy personal de forma honesta y decidida.

Su lenguaje es el claro ejemplo de que “menos es más”. El tratamiento armónico de sus temas es de una delicadeza y una riqueza abrumadoras, complejo y clarificador al mismo tiempo.En ocasiones su música se disfraza de funambulista y camina sobre una fina cuerda llamada ritmo. La duda de si caerá o no caerá al vacío nos hace contorsionarnos para finalmente liberar toda tensión al llegar a tierra firme. 

En cuanto al directo, Alfa Mist y su teclado Rhodes C80 supieron trasladar a la sala el sonido Antiphon desde el primer momento, creando una atmósfera mágica de la que se hizo muy difícil salir. Una atmósfera que se fue creando poco a poco a través del respetuoso diálogo establecido entre los diferentes miembros de la banda: Jamie Houghton (batería); Kaya Thomas-Dyke (bajo); Jamie Leeming (guitarra); y Johnny Woodman (trompeta).

Suele ser habitual ver como las bandas acaban apostando más por la individualidad que por la conjunción de los miembros como un todo. Esta vez tuvimos la suerte de ver como se apostaba, y muy fuerte por la segunda opción. Por nombrar los extremos, uno de los momentos más emotivos nos lo regaló la voz de la bajista Kaya en el tema “Breathe”, al contrario de Jamie Leeming que con sus solos de guitarra fue capaz de lo mejor y de lo peor. Sus ideas parecían caóticas a la par que inmaduras, lo que provocó cierto desequilibrio en el conjunto sonoro de la banda.

A pesar de ello el directo no defraudó. Fue el reflejo de un proyecto y un artista que apuntan muy alto como son “Antiphon” y Alfa Mist. Con su corta edad podemos decir con seguridad que este pianista tiene todavía mucho que decir y ofrecer.

Tras dos días digiriendo el concierto de Alfa Mist volvíamos al Club Gretchen a ver qué nos ofrecía el joven batería londinense Yussef Dayes.

El show comenzó con el guitarrista Mansur Brown, en un escenario al que poco a poco se fueron uniendo los demás miembros. El segundo en aparecer fue el pianista de apenas 22 años Charlie Stacey y finalmente Yussef Dayes que arrancó los primeros gritos de un público expectante nada más sentarse en su banqueta.

No hicieron falta más de diez minutos para que todos los presentes nos diéramos cuenta, de que lo que iba a acontecer en la próxima hora y media no iba a ser un concierto más. Así que rápidamente la gente se fue agolpando en las primeras filas para constatar que lo que estaban escuchando no era ficticio.

El virtuosismo de Yussef Dayes es tan obvio que no hace falta ni mencionarlo. Parece haber conseguido trascender a cualquier pensamiento técnico desarrollando un diálogo con su instrumento que va más allá de lo puramente rítmico. La riqueza de su paleta sonora con la batería es tal, que llega a sugerir estructuras melódicas y armónicas, y todo ello con una organicidad atroz. Su música se convierte en las cuerdas de una marioneta (el oyente) y él simplemente las mueve a su antojo.

El resto de la banda no se quedó ni mucho menos atrás. De hecho, el joven Charlie Stacey fue uno de los grandes descubrimientos de la noche. Su actuación fue abrumadora y puso la sala patas arriba. La sensación era la de escuchar a grandes nombres como Cory Henry, Brad Meldhau o Robert Glasper en un solo ser, y además con un estilo personal que escapaba a las copias. El entendimiento entre él y Yussef estuvo presente durante todo el concierto y nos regalaron conversaciones inolvidables entre ambos, en las que sus instrumentos eran eso mismo, un mero instrumento a través del cual expresarse, discutir, debatir y llegar a acuerdos, estableciendo capas de diálogo al alcance de muy pocos músicos.

El guitarrista Mansur Brown es uno de los nombres más sonados en el panorama actual del jazz en Inglaterra. Sin ir más lejos fue uno de los colaboradores estrella en la elaboración del disco “Antiphon” de Alfa Mist.

En el concierto, Mansur también tuvo su momento y no lo desaprovechó. Su guitarra desprendió fuerza a la par que elegancia y nos hizo disfrutar de una intro a solo que difícilmente podré olvidar. Aunque la conexión entre batería y piano lo relegó a un segundo plano estuvo brillante en cada una de sus intervenciones.

Cuando ya creíamos que el listón no podía subir más, llegó una invitada especial al escenario, cogió el listón y lo partió por la mitad. Su voz nos trasladó al mismísimo corazón del más puro Bronx, y junto con el resto de la banda nos sumergieron en uno de esos momentos que escapan a cualquier tipo de temporalidad establecida. No podría decir cómo empezó ni cuánto duró, solamente me acuerdo de la sensación de atemporalidad de la que desperté como si de un sueño se tratara.

En definitiva, todos los que asistimos a este concierto pudimos disfrutar de música en vivo, de una música que se crea en el momento, que reacciona a los estímulos del presente y que finalmente te emociona.

 

El violín según Mutter

El violín según Mutter

El pasado viernes 17 de Noviembre en el Palau de la Música tuvimos la oportunidad de asistir a un concierto de esos que dejan huella. La violinista alemana Anne-Sophie Mutter, acompañada de los maestros Lambert Orkis al piano y Roman Patkoló al contrabajo, presentaron un programa donde el aroma a Mutter fue constante. (más…)

La fiesta drag. Sobre la cultura drag y RuPaul’s Drag Race.

La fiesta drag. Sobre la cultura drag y RuPaul’s Drag Race.

(Foto sacada de: https://www.pinterest.de/pin/36943659417237332/)

Maquillaje en grandes cantidades, tacones altos, peinados exuberantes, minifaldas y escotes generosos, todo un repertorio infinito de glamour, obscenidad y extravagancia que constituye lo que sería el infierno más profundo  del feminismo o bien, su campo de batalla. Sin embargo, hay que tomar un poco de distancia de esta primera impresión y darse cuenta de que el travestismo tiene un asterisco gigante encima, un asterisco que es precisamente aquello que lo diferencia radicalmente del concurso de belleza: detrás de la peluca y de los senos falsos no está una mujer sino un hombre. Ese «pero“, esa nota al pie es el corazón y el sentido del movimiento drag, su centro de pólvora, su posicionamiento político. La desaparición y la aparición del pene es en sí parte de la agenda drag, casi su esencia política: la libertad de poner y quitarse el falo. Una drag queen celebra la inautenticidad de su presencia y de todas, la apariencia engañosa y al mismo tiempo la verdad detrás de esta: el travestismo celebra el movimiento de las superficies que constituyen la diferencia entre los géneros; la performatividad del género en carne viva. Una drag queen celebra la libertad de las formas, se celebra a sí misma como individuo, resquebrajando así el imperativo impuesto por la clasificación anatómica, por el pene mismo: una drag queen celebra al sujeto como ente de autopoiesis pura.

Lo drag es fiesta, grito de libertad, orgía de formas, celebración del mal gusto, de lo obsceno y lo abyecto. Se alza un mundo alternativo pero uno brillante y hermoso.

Lo que pareciera ser un gesto misógino, la burla de lo femenino por parte del hombre, no es más que el juego de superficies que tiene un potencial altamente político: el sujeto adquiere la libertad de salirse de las casillas en las que ha sido encarcelado. El travesti muestra una y otra vez que las catalogaciones sociales responden solamente a una lógica de las superficies, y es por eso que decide trastocarlas y moverlas: el origen de estas nuevas capas del sujeto es sola y únicamente el sujeto mismo. Toda acción que parte del sujeto es (para Spinoza por ejemplo) un acto de libertad, una actividad verdadera, en contraposición a lo reactivo, a la representación pasiva, a aquello que se hace por los otros. RuPaul, la drag queen más célebre de los Estados Unidos y tal vez del mundo entero, recuerda esta importancia política al final de cada uno de los episodios de su reality show RuPaul’s Drag Race:

And remember, if you can’t love yourself, how in the hell you gonna love somebody else? Can I get an amen?

Estas palabras clausuran cada episodio, justo después de que uno de los o las concursantes fuera eliminado o eliminada de la competencia. Una de las partes más importantes del show de RuPaul es rescatar la importancia de la libertad del sujeto, la fuerza de este, y es por esto que no se recuesta en humildades falsas: el sujeto decide lo que quiere, se siente mejor que los otros y acaba de una buena vez con la autovictimización y con la autocompasión. No se trata de sujetos reactivos que compiten en cuál de todos se despoja de más fuerza; al contrario, todas son fuerzas activas en competencia, en pelea continua. Una de las virtudes más celebradas en la serie es precisamente la facultad de poder reírse de sí mismo, dominando así con maestría la burla de los otros. RuPaul defiende a capa y espada su presencia y fuerza escénica, no evita el elogiarse a sí mismo, prefiere celebrarse pero siempre con un último objetivo: revertir la arrogancia y el glamour en una carcajada. La falsa humildad tediosa que se empareja con la arrogancia es desechada por una arrogancia que tiene como objetivo el humor crítico. Si el show no hace reír, si no pone de cabeza la seriedad del concurso y las diferencias de género, si una carcajada no estalla en medio del juego de las formas, entonces no estamos hablando de lo drag.

De esta manera, RuPaul es más rey o reina que presidente o presidenta: su jurado es decorativo y antes de decir quién debe salir de la competencia, anuncia de forma jocosa: I’ve made my decision. No se trata de una decisión democrática sino de su decisión propia, y con esto barre con toda pretensión de democracia y defiende de frente lo que el show mismo es: el concurso de RuPaul.

Sin embargo, no todo funciona como uno quisiera. En el movimiento drag hay también un impulso homogenizante que destruye por completo el corazón político de esta forma de vida que es en sí la celebración de la heterogeneidad del sujeto. Lastimosamente las drag queens recaen en lo que pretende ser imitación «fidedigna» de un concepto peligroso de lo femenino y en este sentido, ya no se trata de un juego de reflejos y superficies sino de la acentuación de una idea mal entendida, de un juego mimético que colinda con la misoginia. La fiesta se vuelve aburrida cuando los únicos bienvenidos a celebrar se ven igual que todos, reproducen una idea errónea de la mujer y hacen de esto una imagen de culto. El caso de la ganadora de la séptima temporada Violet Chaski exalta lo que los reinados de belleza premiarían.

No obstante, la serie procura constantemente alejarse de un concepto fascistoide de belleza e intenta resaltar la celebración de las formas (ese es el caso de la ganadora de la octava temporada, Bob the Drag Queen, y de la novena, Sasha Velour), de lo grotesco y de lo abyecto que se convierten allí, donde el humano se despoja de sus falsas armaduras de humildad y mojigatería, en fiesta pura, fiesta de vida. Lo femenino como cliché viene a ser desmantelado como falsedad, lo femenino no termina siendo eso que el hombre espera de la mujer sino algo más: lo drag en sí, una estética independiente cuya esencia radica únicamente en la transgresión del buen gusto, de la diferenciación de los géneros y de la modestia arrogante, justo allí en medio de la carcajada.

Sin embargo, pareciera que la cultura drag necesitara de ese asterisco, de ese recordatorio de lo verdaderamente importante en ella, parece que necesitara de alguien que subraye constantemente el aspecto trans-gresor para no dejar que tanta fiesta se descarrile en su contrario, en una homogeneización de las formas. Es por eso que me hace falta en el drag de RuPaul un poco del punk de Vaginal Davis, justamente como era en sus primeros performances; pero supongo que la importante intención de insertar el travestismo y lo queer en la cultura mainstream requiere ciertos sacrificios.

(Posdata: Sasha Velour recibió hace poco, con ocasión de su victoria en la última temporada del show, un video de felicitación de nada más y nada menos que Judith Butler. A propósito de performatividad y de lo político…)

 

 

Blade Runner 2049: Replicando con honores al mito de los 80

Blade Runner 2049: Replicando con honores al mito de los 80

“- ¿Qué edad tengo?
– No lo sé.
– Nací el 10 de abril del 2017. ¿Cuánto voy a vivir?”

Ridley Scott dirigió en 1982 la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos (con permiso de la leyenda de Metrópolis de Fritz Lang): Blade Runner. Los coches voladores, el humo continuo e interminable que salía de ninguna parte, los replicantes (que término tan genial) que se preguntaban sobre la vida y sobre su propia existencia, la estética neo-noir de una ciudad distópica oscura, muy oscura, como El Infierno del Jardín de las Delicias de El Bosco y sobre todo, la inolvidable banda sonora de  Vangelis, el compositor que dibuja los sueños electrónicos del universo: treinta y cinco años después de todo esto, uno de los mayores talentos del Hollywood actual, Denis Villeneuve (Arrival, Sicario, Prisioneros) se atrevió a tocar uno de los últimos mitos del cine libre de secuelas.

Como un mito no se entiende si no se pone en contexto, todo empezó en 1968 con la célebre novela de Philip K. Dick ¿Sueñan lo androides con ovejas eléctricas? Blade Runner (ambientada en el año 2019) se basa en el libro de manera libre, tomando a personajes y centro de la historia, pero desarrollándolos a placer. Es mucho más rica en matices que la novela, algo remarcable pues esto suele suceder como sabemos a la inversa. Pese a sus innumerables virtudes, aciertos y encantos (Oh, la mirada triste de la replicante Rachael), estética y banda sonora tenían un embrujo tan mágico que si le quitáramos todos los diálogos a la película- “Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo”- si siquiera se pronunciase una sola palabra, sería una película aún más fascinante. Un estilo y una música perfectos. Permitiríamos tan solo al final, quizás y eso sí, el celebérrimo epitafio del replicante Roy Batty.

Dennis Villeneuve (Quebec, 1967) es un outsider dentro de Hollywood. Otrora director de cine independiente en Canadá, realiza desde 2013 superproducciones americanas, pero conservando ese perfil bajo en sus películas, igual lo desorbitado que sea el presupuesto. Su siguiente proyecto conocido es nada menos que Dune, otro clásico ya llevado a la pantalla por un tal David Lynch en 1984. Será por osadía.

Blade Runner 2049 (a partir de ahora, simplemente 2049) imagina cual es la historia de la Tierra a treinta años vista, proyectando a futuro ese icónico universo propio que el libro inseminó y la película original parió. En este futuro hay ahora un modelo de replicante superior al anterior y, paradójicamente, estos nuevos modelos se encargan de retirar a los antiguos, por orden de la policía. Retirar, ¿una manera muy sutil de decir matar? No. Para que algo sea matado, debe previamente cumplir un requisito obligatorio: tener vida. Un replicante es un androide tremendamente evolucionado, un ser creado mediante ingeniería genética con piel humana y de apariencia casi imposible de distinguir, pero al fin y al cabo no es un ser humano. En el universo Blade Runner supura el anhelo por la vida natural, nacida, la envidia por lo auténtico en una Tierra decadente dominada ahora por lo artificial. Por vida artificial. La vida natural se puede matar, la artificial se retira. El lenguaje ha llegado a esa fase de desvirtuación, frio y calculador.

                                                                                           K

                                                               Nunca he retirado algo que haya nacido.

                                                                                       Joshi        

                                                                      ¿Y qué diferencia habría?

                                                                                          K            

                                                             Nacer significa tener alma, supongo.

Ryan Gosling interpreta a K, un replicante de última generación que ejerce de Blade Runner, esto es, un policía que busca y retira a replicantes considerados peligrosos o no deseados por el gobierno. Joshi (Robin Wright) es su jefa del departamento de policía. El film arranca, Hans Zimmer se pone el traje futurista y revive a las ondas cósmicas, empezando su homenaje particular a Vangelis. Mientras tanto Ridley Scott, ahora productor ejecutivo, sonríe. La primera misión del agente K es localizar y retirar a un replicante de modelo antiguo, uno que lleva treinta años apartado del mundo en una zona remota, es agricultor y vive de lo que cultiva. ¿Qué amenaza podría suponer para la sociedad? ¿Qué sociedad es esa? Jared Leto interpreta a Niander Wallace, el sucesor de Tyrell que ha continuado con el legado de la producción masiva de replicantes. Ejerce como Dios y creador, su personaje ve a estos individuos como el futuro de la humanidad, lo que es una perspectiva interesante y diferente, pues la mayoría percibe a los androides como simples esclavos, máquinas creadas con el fin de satisfacer a los hombres.

K posee recuerdos de su niñez -los replicantes son creados ya adultos- por lo que supone que son recuerdos implantados, algo común a la mayoría de los replicante para hacerles sentir “más humanos”. ¿Implantados? ¿Por quién o por qué?  Por la sociedad del futuro que imagina Blade Runner, más deshumanizada que nunca. K tiene una novia que es un holograma, una inteligencia artificial llamada Joi (Ana de Armas). Publicitada por toda la ciudad como objeto de deseo, es un producto creado para ser la compañía perfecta. O casi. No es palpable así que no puede satisfacer al contacto físico, pero sí mediante el resto de sentidos: Su eslogan “Todo lo que quieres ver, todo lo que quieres escuchar

2049 transmite intrascendencia. ¿Qué sentido tendría una Tierra con cada vez más androides y menos seres humanos? El vacío existencial es tan logrado que perjudica a la película durante su primera hora, cuesta entrar en la historia porque ésta así lo quiere, en su afán por percibir una sociedad gélida e inmersa en una crisis total de valores,

Efecto logrado en gran medida por la inexpresividad pasmosa de Ryan Gosling. Descoloca. Pocas veces se ha visto un ejercicio mayor de contención interpretativa. Su cara de asepsia ocupa una cantidad ingente de minutos en la pantalla, levantando incluso alguna risa del público, de extraña incomodidad. Si nos ensuciamos un poco las uñas, cavando en la arena, encontraremos lo que escondió Villeneuve. Desenterrar y hacer nuestra esa lucha interior de un ser que se siente especial pero no humano y lo desearía. Se advierten en K trazos de humanidad, cuando sus dientes gritan de rabia o sus ojos lloran, aunque el resto de su cara se mantenga impasible. Se busca que el espectador se sienta en la película como K dentro su cuerpo, atrapado. ¿De qué parte atrapada de un replicante hablo? ¿Alma?

Se juega con Ryan Gosling en 2049 igual que con Harrison Ford en Blade Runner. La eterna pregunta vuelve a salir: ¿Humano o replicante? ¿O es acaso posible un futuro con androides tan perfeccionados, capaces de desarrollar sentimientos, pero no lo suficiente como para expresarlos? Existe otra teoría intermedia, una que aventura la película y a su visionado me remito. ¿Puede Joi amar de verdad y K sentir su amor? ¿Puede si acaso algo que no sea humano sentir? Quizás sientan de una manera artificial, algo que los humanos no somos capaces de entender.

Intencionadamente, Hans Zimmer nos conduce con el crescendo de la música una y otra vez a la frustración, al no culminar sus torbellinos eléctricos en grandes giros de la historia o sucesos épicos que le den sentido. Es la frustración existencial de los replicantes. La de K cuando descubre un secreto tan potente que se lo impiden difundir, porque podría cambiar el funcionamiento del sistema y como cada sistema que se ve amenazado, se revuelve blandiendo el advenimiento del caos. Si K estaba solo ahora más que nunca, si no fuera por el amor holográfico pero abnegado de Joi, tanto que lo considera humano. Cuando llega el momento, la historia nos conduce a donde debería y ningún otro camino podría darse: a la reaparición de Harrison Ford. Gemidos en la sala. Se escuchan goteos.

“Joder, es salir en pantalla y parece el primer ser humano que vemos en una hora, bueno y al primer actor de verdad, los de antes eran como principiantes” le espeto a mi compañero de butaca, quien me mira sonriendo, dándome la razón. Rick Deckard ha vuelto. Suenan ahora Elvis y Sinatra recibiendo a la vieja gloria, cuyo carisma todavía juvenil y seductor sigue provocando resbalones en el suelo, a cada mueca de su sonrisa. El fugitivo rodará en 2018 una nueva entrega de Indiana Jones. Claro que si guapi. Porque él puede. Porque puede incluso llevar a esto.

Con su aparición la película se desdobla y el contraste con el resto del elenco es ahora abrumador. Porque Ryan Gosling es per se inexpresivo, el papel le viene como anillo al dedo, por eso le eligieron. Creo que nunca sabremos si es un actor mediocre que ha caído de pie o un genio. Porque Jared Leto lleva años haciendo de personaje excéntrico de la película y ese personaje se está comiendo a la persona. Porque a Ana de Armas una secuela de Blade Runner le queda unas tres tallas grandes y sus escasas dotes interpretativas no se disculpan por el hecho de ser un holograma. Y porque Robin Wright padece el encasillamiento de Claire Underwood en House of Cards y le queda el personaje forzado, ella siempre parece forzada.

Con estas cartas sobre la mesa, aventuro que se eligió al dedillo este variopinto reparto con el único fin de acentuar la frialdad de la película: actores que le dejan a uno frio porque no están en su mejor momento (Leto) porque son fríos ya de por sí (Gosling) porque carecen de las tablas necesarias para una superproducción (de Armas) o porque ha olvidado actuar lejos de su alter ego (Wright) Sus comportamientos de desapego frígido con la realidad permiten entender mejor el universo Blade Runner y hacen destacar para nuestro goce más todavía a Ford.

Villeneuve y Zimmer están sobrados de talento para lograr una buena secuela, pero quien destaca y sobremanera por encima de todos es Roger Deakins, el director de fotografía. El film es una exquisitez desde el punto de vista técnico, con imágenes impecables que son néctar y ambrosía para el paladar visual. Verbigracia un mundo lejano y olvidado, rescatado de la novela con gran acierto, donde todo está cubierto por una enigmática arena del desierto. Un polvo amarillento que infunde un ambiente desolador a una zona de la Tierra, donde antaño hubo vida y ahora solo van los que lo hacen para ir a morir.

La palabra que mejor define a 2049 es contención. La secuela de Blade Runner es una película contenida, porque así lo ha querido su director. Esa acción que nunca llega a estallar del todo y, cuando lo hace, continua con ese perfil bajo, casi de ultrasonido, imperceptible al oído, pero que el corazón entiende porque articula un lenguaje sin letras. Blade Runner 2049 es vivir dentro de un replicante, uno que sobrevivió a Los Ángeles 2019 y, treinta años después, sigue anhelando ser un humano. La secuela no posee grandilocuencia ni espectacularidad, como tampoco lo tiene el libro. Y esta es la manera más honesta de construir un homenaje, manteniendo un grado de fidelidad.

Voces importantes dentro de Hollywood y de los críticos norteamericanos la consideran ya una de las mejores secuelas de la historia. Imagino porque lo creen, pero yo lo hago por otra razón. Villeneuve ha creado a propósito una obra que simplemente cumpla, pudiendo aspirar a una sobresaliente, no por el riesgo personal de fracasar sino por el simple hecho de intentarlo, manchando la imagen de la película original como ha pasado con tantas y tantas secuelas. Elige dejar su impronta y su visión del universo Blade Runner, replicándole a la original pero sin permitir que interfiera su vanidad, porque el objetivo final es homenajear al mito de los 80.

Oh, esa mirada triste de la replicante Rachael…..

Quizá fuera Villeneuve y su amor por Blade Runner el director perfecto para afrontar una secuela, una combinación de fan acérrimo más un talento humilde nos ha permitido retrotraernos a una de las películas de nuestra vida, volviendo a la mirada sin fondo de Rachael, a la tenacidad incansable de Rick Deckard, a la fe en el amor y en la vida en un mundo devastado, como la fe de unos brotes verdes en un bosque donde ya no llega el sol, y sobre todo, a emocionarnos otra vez con Tears in the rain, cerrar los ojos y sentir como la naturaleza contacta con nuestros poros, flotando en el éter infinito del universo, imaginar naves ardiendo más allá de Orion, rayos C brillando en la oscuridad, la puerta de Tanhauser… con todos estos recuerdos que se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia, como aquel pobre replicante que solo quería vivir más, hasta que llegado el momento, aceptó su hora de morir.

 

 

Beethoveniada con Kavakos y Pace (III): apoteósico final de una integral memorable

Beethoveniada con Kavakos y Pace (III): apoteósico final de una integral memorable

El pasado jueves 2 de noviembre pudimos disfrutar del último concierto de la integral de las sonatas de L.V. Beethoven por Leonidas Kavakos y Enrico Pace en el Palau de la Música Catalana. Después de escuchar las sonatas núm. 6, 3, 2, 7 en el primer concierto y 4, 5, 10 en el segundo, ya sólo nos quedaban por escuchar la primera, octava y novena sonata op. 12, 30 y 37 respectivamente. Independientemente de la razón que tuvieron los intérpretes para situar la primera y octava sonatas al final del ciclo, resulta evidente el motivo por el cual situaron la Kreutzer en el útimo lugar, ya que es la sonata más conocida junto con La Primavera (núm. 5) por su gran exigencia técnica, virtuosismo y larga duración.

A pesar de encontrarse un público un poco tenso y nervioso por la situación política actual en Cataluña, Kavakos y Pace supieron actuar elegantemente en el escenario, sin inmutarse por la atmósfera, y atacaron el Allegro de la primera sonata de forma impecable, enérgica y decidida. Igual que en sus otras actuaciones se pudo ver un gran entendimiento entre los dos músicos, que se demostraba en los ataques de las notas -claros y limpios- y en los cambios contrastantes y progresivos de los matices.

La interpretación de Leonidas Kavakos es esencialmente intelectual. Una vez que está en el escenario, la obra y ejecución le absorben completamente con una concentración absoluta, el público desaparece en la oscuridad en silencio y el intérprete da rienda suelta a un diálogo profundo y fraterno entre su instrumento y el piano. En esta conversación no hay ningún elemento que se ejecute al azar- sonido, matices, cambios, articulaciones…-a cada uno de ellos se le da una relevancia especial, y al mismo tiempo se enlazan cuidadosamente entre sí. A través de un meticuloso control de la cantidad, velocidad y peso del arco regula el sonido, prepara los cambios de posición pensando en el tipo de registro que casa en el momento y las articulaciones y matices son claros. El sonido nunca muere, se mantiene en movimiento incluso a través de los silencios.

Como ejemplo de su interpretación en el concierto, las cuerdas dobles (cuerdas que se tocan de forma simultánea) o acordes que pudimos escuchar sobre todo en las sonata núm. 1 y 9, comprendían un único sonido y  gozaban de una gran profundidad. Además, los pasajes rápidos, los tocaba con un arco muy concentrado en el centro, la zona del arco que rebota más y donde es más fácil separar las notas, con el fin de conseguir una buena articulación, en el mismo lugar donde también tocó el bariolaje [footnote] alternar entre varias cuerdas [/footnote] de la octava sonata, que por la velocidad sonaba casi como si fueran cuerdas dobles. Asimismo los trinos sonaban elegantes, cuidados y a una velocidad constante.

También fue interesante observar que Kavakos utilizaba las cuerdas al aire en numerosas ocasiones sin ningún rubor, siempre que fuera con el carácter y color del pasaje. Puntualizo esto porque en la escuela de violinistas romántica de donde parten Mistein, Elman y Heifeitz -violinistas que se consideran de referencia en Beethoven y de los que están influenciadas una gran multitud de grabaciones- es característico el uso de vibrato contínuo en todas las notas posibles y por lo tanto muchos violinistas evitan el uso de las cuerdas al aire, ya que no se pueden vibrar. Este manera de pensar -utilizar el vibrato como recurso permanente y automático-, sin embargo, puede acabar obstaculizando la verdadera función del vibrato como herramienta para enfatizar y dar color a los pasajes y notas que lo necesiten ya que no se produce un verdadero contraste en el tipo de sonido.

Acortumbrados a la típica entrada triunfal del adagio sostenuto de la sonata Kreutzer, Kavakos optó por arpegiar los acordes con un carácter dulce y sensible. De esta manera la introducción al presto se convirtió en un pequeño soliloquio íntimo y reflexivo, que contrastaba con la siguiente parte, de una racionalidad mecánica y furiosa. En medio de la tempestad del presto, al final del primer movimiento fue notable un pequeño momento de calma súbito en pianísimo que por su profundidad y delicadeza recordaba al carácter del adagio. Los pizzicatos, claros y diáfanos, eran gotas de sonido que se precipitaban en la sonoridad inquieta y envolvente del piano.

Kavakos nos demuestra que no es necesario agregar elementos fuera de la partitura – glissandos, vibrato continuo o algún truco para obtener alguna sonoridad o efecto concreto- o teatralizar la interpretación para conseguir un buen resultado, minucioso y de una gran calidad musical. Escuchando su interpretación, fácilmente nos podemos imaginar cómo el violinista tiene presente en todo momento el mapa mental de la obra y cómo la va desmenuzando y plasmando de manera escrupulosa en el escenario. Esperamos volver a tener la oportunidad de disfrutarlo nuevamente en un futuro próximo.

 


Palau de la Música Catalana, Barcelona. 2 de noviembre de 2017.

Leonidas Kavakos, violín
Enrico Pace, piano

Programa: Integral de las sonatas para violín y piano de Beethoven (III)

I
Sonata para violín y piano núm. 1, en Re mayor, op. 12/1
Allegro con brio
Andante con moto: tema con varizioni
Rondo: allegro

Sonata para violín y piano núm. 8, en Sol mayor, op. 30/3
Allegro assai
Tempo di minuetto
Allegro vivace

II
Sonata para violín y piano núm. 9, en La mayor, op. 47,“Kreutzer”
Adagio sostenuto
Andante con variazioni
Finale: presto