Deseo y amor en la literatura de Miranda Popkey

Deseo y amor en la literatura de Miranda Popkey

2021 ha llegado cargado de novedades editoriales y ha hecho aumentar considerablemente la lista de pendiente de muchos lectores. En mi caso, me he encontrado de golpe con mucho material analizable, ya que me interesa especialmente la novela escrita por mi generación, la nacida entre los ochenta y los noventa, conocida como generación millenial. Por razones obvias, estas novelas suelen ser autoreferenciales y suelen ser también novelas debut, puesto que no son pocos los escritores que empiezan a escribir entre los 25 y los 35 años. Entre sus características principales encontramos la precariedad laboral, la diferencia de clase, el descubrimiento y la reivindicación de la mirada femenina y la denuncia de la opresión social y de género. Varios hitos recientes sobrevuelan estas novelas como son la crisis económica de 2008, o el movimiento Me Too. Por supuesto, muchas de estas novelas son comparadas con uno de sus mayores éxitos editoriales, Sally Rooney. Más allá de los evidentes objetivos comerciales, personalmente considero que es útil que se genere una narrativa entorno a una suerte de nuevo género literario,  y que se ponga el foco sobre él, siempre y cuando se haga con interés en sumergirse más allá de su superficie y se sepa detectar las singularidades de cada autor.

Sin duda, Miranda Popkey es muy diferente de Sally Rooney y poco tiene que ver con esta más allá del interés por la intimidad femenina y la visibilización de las diferencias sociales que operan en la sociedad y condicionan las relaciones entre sujetos. Como veremos, Popkey se interesa principalmente por la naturaleza impuesta del deseo.

Temas de conversación que se vuelven trascendentes

Una de las cosas que más llaman la atención de la novela de Miranda Popkey es su particular estructura. Pronto nos damos cuenta de que la voz narrativa no tiene un especial interés en construir un relato cronológico clásico con una continuidad definida. Cada capítulo se sitúa en un lugar y en un momento concreto y el interés por lo fragmentario es tal que los capítulos llegan incluso a situarse diez años después del anterior sin que sea necesario contextualizar demasiado ese salto. De alguna manera similar a la triología de Rachel Cusk, la mayor parte del texto de Popkey parte de conversaciones que mantiene la protagonista que desencadenan una reacción en esta. Ya sea por el momento vital del personaje o por los pensamientos que las conversaciones hacen aflorar, toda conversación se vuelve de golpe trascendente, como si se tratara de una revelación, y a través de estos momentos es como conocemos al personaje protagonista. A partir de el diálogo interno que surge de esos encuentros conocemos sus inquietudes, su historia y aquello más la preocupa íntimamente. De esta manera, la mayoría de capítulos se construyen como un relato, similar a los nueve cuentos de Salinger. Un relato que tiene sentido por sí mismo y que refleja un instante concreto de la vida de un personaje que supone de algún modo un antes y un después en su vida. 

Aunque estos momentos en un principio parecen algo dispares poco a poco puede verse un denominador común en ellos que es, como ya he dicho antes, la reflexión entorno al deseo y la falta de este. Las mujeres que aparecen durante la novela, amigas, compañeras de trabajo, compañeras de universidad, madres o madres de amigas, se encuentran habitualmente enfadadas con la sociedad, odian a los demás y se odian a ellas mismas por sus actos. Se encuentran aburridas, han llegado a la vida adulta dándose cuenta de que esta no les satisface, no cumple sus expectativas o no encuentran que exista ninguna expectativa que valga la pena mantener y así se encuentra también la protagonista. 

Esta manera de estar en el mundo, sin preocuparse por los demás o incluso buscando hacerles daño, roza la sociopatía que vemos también en la novela de Alexandra Kleeman, otra novela reciente publicada también en Gatopardo ediciones, pero tiene siempre un trasfondo de incomodidad personal detrás. Hacer daño a las personas cercanas y de esta manera alejarlas de su vida, es la manera más fácil que encuentra la protagonista para hacerse daño a sí misma y romper con un pasado que cada vez se vuelve más difícil de gestionar. 

El lado oscuro del deseo 

La conclusión compartida de todas estas mujeres que habitan en la novela, es que no se sienten preparadas para gestionar su deseo, precisamente porque sienten que su deseo, el deseo femenino, no ha recibido la suficiente atención que necesitaba y siempre ha sido supeditado a los deseos de los demás, a los deseos de los hombres. El tipo de relaciones que se muestran en el relato habitualmente se basan en una desigualdad implícita de poder. Son relaciones con hombres mucho mayores que ellas, con profesores o con jefes. Relaciones que en un principio son vistas como deseables, sentirse deseadas por un hombre con más poder, con más conocimientos, más interesantes que ellas, es visto como algo cercano a un halago y desear estar con alguien que tiene tanto por darles y enseñarles parece una relación que merece la pena querer. Pronto descubren que no es así, que si aquellos hombres quieren estar con ellas es porque se sienten atraídos por el poder y el control que pueden ejercer sobre ellas, la capacidad que tienen de hacer que ellas se plieguen fácilmente a sus deseos y nunca se encuentran realmente en una situación horizontal en la que sean capaces de escucharlas y procurar su felicidad. 

Estas mujeres han descubierto que se habían dejado llevar por una inercia en la que hacían lo que se suponía que debían hacer, deseaban lo que debían desear y de esta manera abandonaban sus carreras profesionales para casarse con esos profesores de universidad que tanto habían hecho por ellas y los seguían a todas las ciudades a las que ellos debían acudir.

Curiosamente, más allá del movimiento Me Too en el que Popkey confiesa inspirarse, estos temas son de absoluta actualidad en casos como el del Institut del Teatre de Barcelona, la escuela más importante de teatro de Catalunya en la que recientemente se han destapado varios casos de profesores ilustres que se creían con el derecho a intentar seducir a una gran cantidad de alumnas y en algunos casos incluso conseguirlo mantener relaciones con ellas.

Algunos fragmentos de la novela me han impactado especialmente, como cuando se refiere a la llamada fantasía de la violación, en la que el deseo de dar el control de la situación al otro es tal que la simulación de sentirse forzada a tener sexo resulta excitante. Popkey reflexiona alrededor de esta idea considerando que el problema viene de que durante mucho tiempo se ha dado por hecho que las mujeres no desean tener sexo y se las ha educado en esa falsa suposición. La fantasía de la violación vendría a ser la forma de evitar la vergüenza de confesar el propio deseo frente al otro, un deseo que a menudo ha sido negado. 

Popkey también considera que la educación sexual a menudo se ha dirigido solo hacia aquello que uno debe evitar; los lugares que debe evitar o las conductas que debe evitar para así mantenerse segura. Esto llega a tal punto que si no se enseña a reclamar el deseo uno acaba por pensar que para reclamarlo debe hacerse todo aquello que se supone que no se debe hacer para así atraer a los hombres, con a menudo trágicas consecuencias. 

Popkey alerta en su novela de esos puntos de no retorno en la inercia, en ese dejarse llevar y es por eso que la maternidad no deseada y la maternidad después del divorcio, tienen también un lugar importante en la novela, en que hay después de la catástrofe, en si puede ser demasiado tarde o no para que esas mujeres insatisfechas puedan rehacer su vida. 

La voz narrativa de Popkey es particular, a veces me ha parecido algo impostada o pedante, incluso torpe, se toma su tiempo y en algún momento parece que da vueltas en círculos y no saber a donde quiere dirigirse pero también es visceral y en algunos momentos muy lúcida, es también por esto que me recuerda a Salinger, al fin y al cabo es uno de los referentes principales que sobrevuelan muchas narrativas contemporáneas. Aunque imperfecta, la profundidad del discurso que subyace durante la novela me ha dejado un buen sabor de boca y creo que puede ocupar un lugar importante en mi estantería, espero que también en la vuestra. 

Algunas lecturas del 2020 (y algunas propuestas para 2021)

Algunas lecturas del 2020 (y algunas propuestas para 2021)

No quisiera insistir demasiado en el tópico de que este año 2020 que acabamos de dejar atrás ha sido un año diferente, pero lo cierto es que lo ha sido también en el terreno literario. Algunas editoriales han tenido algunas reservas en publicar ciertos títulos en días de pandemia ya que las dificultades han sido evidentes; ha sido difícil realizar presentaciones, las librerías no siempre han sido accesibles y mucha gente ya tenía suficientes problemas laborales como para encontrar tiempo y ganas para gastar. Así pues, algunos lanzamientos se han pospuesto varios meses, incluso hasta 2021. Este año que empieza parece prometer muchas novedades esperadas, algunas de las cuales avanzaré más adelante, pero sobre todo lo que me apetecía hacer en estas líneas era un repaso de algunas de las lecturas que más me han gustado de este año que se ha terminado. Como siempre, aviso para navegantes, hay muchas novedades que no he leído así que mí lista es limitada. No busco hacer un ranking de mejores lecturas del año, ya que eso supondría haber leído una lista mucho más extensa de la que realmente he leído. El año también ha sido complicado para los lectores, incertidumbres laborales, distancia social y confinamientos han dificultado también la concentración de muchos. 

La verdad es que no recuerdo mucho del 2020 anterior a la pandemia, es un recuerdo difuso que pareció ocurrir hace años La primera lectura que considero que vale la pena comentar es posiblemente una de las novedades del año de la editorial Gatopardo. La primera novela de Alexandra Kleeman, con extenso y confuso título Tu también puedes tener un cuerpo como el mío, en realidad se publicó en Estados Unidos en 2015,  pero nunca había sido traducida hasta ahora. Me sorprendió que Gatopardo nos trajese una novela de una autora millenial, nacida en el 86, pero fue para mí una grata sorpresa. Otra sorpresa fue descubrir que la novela encajaba tan bien con el marzo de 2020, ya que nos hablaba de aislamiento, histeria colectiva y distopía pseudosectaria, no sabías si te estaba hablando de ficción o se trataba de una visión premonitoria. Escribí sobre él en Resuena así que no diré mucho más, podéis consultar el artículo aquí. 

Gatopardo parece seguir queriendo apostar por ficción millenial y nos traerá en febrero la novela, Temas de conversación de Miranda Popkey, que probablemente también reseñaré. Autora del 87, ha sido un éxito reciente en Estados Unidos este 2020 y parece que nos transportará aún más que Kleeman, si cabe, al universo literario millenial habitualmente comparado con otro de los éxitos del 2020, en su caso por la serie de su novela de 2018, Sally Rooney. Otra de las novelas millenials que tendremos este 2021 de la mano de la editorial Temas de Hoy es Días apasionantes de Naoise Dolan, autora de 28 años también irlandesa y también estudiante del Trinity College, las comparaciones con Rooney no faltan en ninguno de los numerosos artículos dedicados a su novela debut. La novela de Dolan habla de una joven bisexual irlandesa en Hong Kong en la que conocerá a un joven rico y a una atractiva mujer. Diferencias sociales, intimidad e ingeniosa comicidad marxista, las comparaciones con Rooney son imposibles de evitar pero no por eso deja de ser prometedora. La respetada escritora británica Zadie Smith ya le ha dado su sello de aprobación y ha sido una de las novelas del año en Estados Unidos, junto a Luster de la escritora afroamericana del año 90 Raven Leilani, que este enero llegará al Reino Unido y que esperemos que pronto llegue a España. 

Sería imposible hablar de novela millenial sin hablar de Panza de Burro de Andrea Abreu, que podemos considerarla casi nuestra Rooney canaria, con ya un montón de ediciones, traducciones y los derechos de una futura película concedidos. Abreu publicaba su primera novela con solo 25 años en julio en una edición modesta de la editorial Barret y Sabina Urraca, que hacía de editora por un libro, y lleva ya más de 15.000 ejemplares vendidos. Una novela sobre dos amigas íntimas de poco mas de diez años que viven en un pequeño pueblo del interior de la isla de Tenerife, justo en ese periodo entre la infancia y la adolescencia. Una amistad de amor odio y de descubrimiento narrada con un lenguaje poético y un uso del lenguaje canario único y muy especial. Esta es una de esas novelas que te guste más o menos la sinopsis tienes que leer porque desde luego será recordado como un hito en la literatura española y ojalá que Abreu no sea escritora de un solo libro.

En el terreno de la no ficción, o de ese punto intermedio difícil de catalogar entre la autobiografía y la autoficción, ha sido un año bastante prolífico como va siendo habitual los últimos años. Jia Tolentino, redactora de 32 años del New Yorker, publicó a principios de año Falso Espejo (Temas de Hoy), un compendio de textos sobre la generación que creció con internet. En ellos aborda temas muy variados como política, televisión, precariedad laboral y feminismo entre otros, y su lucidez y amplia documentación hace que sea una lectura muy agradable y gratificante para entender el mundo actual y entendernos a nosotros mismos.

Otro de los fenómenos del año, que también reseñé aquí, es la novela autobiográfica de Vanessa Springora, editora francesa que relata la relación con tuvo con el conocido escritor francés Gabriel Matzneff cuando ella tenia 13 años y él 48. Ha sido un fenómeno mediático en Francia que ha abierto incluso causas judiciales contra Matzneff y que abre el debate sobre el poder y el abuso en las relaciones sentimentales aparentemente consentidas entre hombres adultos y mujeres menores. 

También ha sido un año en el que han aparecido muchos libros donde la migración tiene un peso importante, alimentados en parte por el movimiento Black Lives Matter y coincidiendo con el auge de la literatura africana y latinoamericana del que también se podría escribir mucho este año. 

Dos obras me han impactado especialmente. Por un lado En la tierra somos fugazmente grandiosos, Anagrama, escrita por Ocean Vuong, estadounidense de ascendencia vietnamita, que es esencialmente una extensa carta a su madre en la que con lenguaje muy expresivo habla de sus orígenes, su infancia, su familia y su precariedad. Una familia marcada por la guerra de Vietnam, con una abuela que aún tiene visiones de las explosiones y limitada por la diferencia de idioma. Vuong, cansado de no ser capaz de comunicarse en inglés fluidamente, estudió lengua y literatura inglesa, se convirtió en profesor y en el intérprete de su familia. Durante su obra, aparecen algunas referencias a sus inicios en la escritura y el descubrimiento de su homosexualidad y la poderosa influencia de su familia por la que destila mucha simpatía. 

La otra novela que personalmente me ha impresionado es Desencajada de Margaryta Yakovenko, editada por Caballo de Troya en uno de los últimos títulos editados por Luna Miguel y Antonio J. Rodriguez antes de que el sello joven de Penguin Random House pase a manos de Jonás Trueba. En ella, a través del personaje de Daria, vemos el proceso de emigración de la Ucrania postsoviética de los noventa de una niña de 7 años. A través de un juego de saltos en el tiempo, vemos cómo la joven Daria  y sus padres tienen problemas para ser aceptados y sentirse parte de la España del boom inmobiliario y de cómo esta consciencia de emigrada perdura a lo largo de los años. Yakovenko habla de emigración forzosa y todo lo que comporta, y de ese angustioso sentimiento de no sentirse parte de ningún lugar y de no obtener pleno reconocimiento ni como miembro de el país de acogida ni del país de origen. 

Por último quería nombrar un par de novelas de autoras muy notables que nos han sido traducidas por primera vez al español, algo que es muy buena noticia por la dificultad que arrastramos aún en España con las lecturas en inglés hacen que nos perdamos muchos autores destacables. Por un lado, la Japonesa Yuko Tsushima, editada por Impedimenta, con la obra Territorio de luz, una novela íntima y esperanzadora sobre la maternidad en soledad y la dificultad de tirar adelante de las mujeres solteras japonesas sin ser juzgadas, en una sociedad conservadora  y rígida como la japonesa, donde la apariencia es tan importante. Sigue la estela feminista de la también japonesa Sayaka Murata y su novela La dependienta que publicó Duomo en 2018 y que recientemente ha vuelto a ser publicada en inglés con éxito con una nueva novela, probablemente la tendremos pronto en castellano. 

La otra escritora es la británica Tessa Hadley que en su novela Lo que queda de luz habla de dependencia emocional, amor y el peso de los secretos a través de la historia común de cuatro artistas burgueses de mediana edad. Una novela muy completa que recuerda a la tradición americana de retratar la intimidad de las clases altas en la ficción y que personalmente me ha sorprendido por su capacidad de hablar sin tapujos del redescubrimiento del amor y la sexualidad en edades próximas a los cincuenta, algo que no  acostumbro a ver en la ficción literaria. 

2021 nos reserva algunas novedades esperadas como la nueva novela de la exitosa Maggie O’Farrel títulada Hamnet (Libros del asteroide) que verá la luz en España en febrero, que ha recibido muy buenas críticas y que en esta ocasión tendrá un trasfondo histórico alrededor de la figura de Shakespeare. Ya más cerca del verano, en mayo, se publicarán en inglés las nuevas novelas de Kazuo Ishiguro y Rachel Cusk, y es de esperar que no tarden mucho en ser traducidas (si sigue como hasta ahora, por Anagrama y Libros del Asteroide respectivamente) y seguro que muchas novedades estimulantes e inesperadas más. Buena entrada de año a todos. 

Para los periodistas de siempre

Para los periodistas de siempre

Este texto es resultado de un consenso. Tampoco yo estoy a favor de la ética de los resultados, como dice Martín Caparrós en el libro dialogado que es El viejo periodismo (2020), editado por la Revista 5W. De lo contrario no estaría escribiendo estas palabras, tomándome con relativa importancia la tarea no siempre sencilla de ordenar las ideas, para luego volcarlas de la forma más legible y atractiva posible.

Aquí, sin quererlo, ya aludí al estilo, a la labor del escritor – o escribidor, como dice Agus Morales, el otro protagonista de la conversación–, y además utilizando la primera persona del singular, tan temida por unos y tan auspiciada por otros en el mundo del periodismo.

Y es que esta colección de diálogos celebra su quinto aniversario en un 2020 en el que como sociedad caminamos al borde del abismo; un año en el que no hace falta viajar hasta el fin del mundo para toparse con suicidas, y en el que una lectura consigue paliar tantos y tantos abrazos prohibidos. 

Para quienes no conozcan la revista, ésta se estructura en base a los 5 principios fundamentales del reporterismo, las 5W: Who, what, when, where, why [Quién, qué, cuándo, dónde, por qué]. También bajo esta premisa se articulan sus libros-diálogo que consiguen reunir a dos personajes afines y expertos en algún tema concreto, durante varios días, en una misma habitación de hotel, con el objetivo de compartir experiencias, opiniones y de teorizar acerca de, por ejemplo, qué carajo pasa con el oficio periodístico.

El libro ‘El viejo periodismo’, editado por Revista 5W

Who

Caparrós presenta a Morales. Morales presenta a Caparrós. Se nota que se conocen bien, se aprecian, se respetan.

El primero recuerda su libro Larga distancia (1992), aquellas crónicas de sus viajes por algunos de los países que conformaban la Latinoamérica de entonces y, primero se indigna al pensar que, quizás, le habían robado su título para una revista, pero luego recapacita, y se cerciora que aquello es una especie de homenaje a posteriori.

El segundo aprovecha la figura del escritor argentino para reivindicar que la literatura y el periodismo son una “carrera de fondo” en la que el esfuerzo es el motor principal. También deja al descubierto sus ínfulas de éxito cuando confiesa que ojalá Caparrós ganase el Nobel de Literatura en un futuro y así poder reeditar su libro No somos refugiados (Círculo de tiza, 2017), del que Caparros, a su vez, dice: “No somos refugiados trata con solvencia, sensibilidad, inteligencia, uno de los dos o tres grandes temas –intratables– de estos tiempos: las migraciones, sus historias, sus razones y sinrazones y desastres, sus hallazgos”.

La verdad es que se merece el Nobel y Morales una reedición con su prólogo de altura.

What

En esta sección Caparrós nos describe qué es el periodismo Gillette, por qué lo detesta y le aburre tanto. Según el escritor, lo que este tipo de periodismo persigue, y muchas veces consigue, es “mejorar un poquito los errores y excesos del sistema para que el sistema pueda seguir funcionando”. Una lección – de honestidad, de lucidez – que no amedrenta a Morales, más joven y, en apariencia, menos abatido.

Él, Morales, le replica aludiendo a la reputación del periodismo anglosajón, que tuvo “mucha influencia en mi forma de pensar”. Las discrepancias cesan cuando sale a colación el término, en palabras de Caparrós, de fuck-checking, esa fiebre por la comprobación exhaustiva y milimétrica de la información publicada. ¿No estaremos volviendo todos un poco locos con tanta verificación? Si el periodista investiga, el editor revisa y el medio responde por su equipo, ¿por qué tanto embrollo? ¿O es que acaso ya no existe equipo de periodistas, editores con solvencia, medios que respondan? Silencio. 

También a lo largo de estas páginas se habla sobre el “clima de excelencia técnica bajísima” en el que vivimos; sobre las formas diversas de hacer periodismo, que no deja de ser siempre, una y otra vez, resultado de una misma premisa: “averiguar, pensar y contar”; sobre el (sin)sentido de la pandemia de coronavirus en nuestras vidas, también en la de aquellos que ya no están; y, sobre todo, se reflexiona en torno a la figura de un hipotético lector o lectora, la “inmensa minoría” como la llamaba Juan Ramón Jiménez, referente para Morales. 

“El error contemporáneo, en muchos casos, es pretender que el consumo de periodismo sí sea masivo. Entonces, para conseguirlo, se desvirtúa todo lo demás”, sentencia Caparrós. Los modelos de negocio, a examen.

El periodismo Gillette intenta mejorar un «poquito los errores y excesos del sistema para que el sistema pueda seguir funcionando», argumenta Caparrós.

When y Where

Buenos Aires, Madrid, París, Pakistán… Son muchas las ciudades y los países que conforman el mapa vivencial de ambos periodistas. Pero, quizás, de todos ellos, sea el continente africano el que más les une. Caparrós ha retratado el hambre y la miseria de sus gentes; Morales, las enfermedades contagiosas y otra gran epidemia, la del Ebola.

En estos dos capítulos abordan la no menos controvertida labor de la acción humanitaria. “El cinismo a veces nos devora. Yo creo en el valor absoluto de la vida: si no salvas a esa gente, va a morir. No hay vuelta atrás. Y por eso creo en el modelo de emergencias”, argumenta Morales. Por su parte, Caparrós cree que la responsabilidad, pero sobre todo la solución, va más allá de la actuación de las ONG sobre el terreno. Saben de lo que hablan pues ambos han trabajado de la mano de Médicos Sin Fronteras (MSF) por medio planeta y han sobrevivido a la “pornografía de la miseria”.  

Tanto Caparrós como Morales coinciden en que el mundo comenzó a resquebrajarse a partir del 11-S, bajo la atenta y conspiranoica mirada de Occidente, que vive siempre con el anhelo del protagonizar los logros y desastres de la humanidad, y que se agravó con la muerte de Bin Laden y la desestabilización de la región de Oriente Medio y Norte de África. Vivimos continuamente en “mundos en ebullición”, recordando a otro argentino venerado, Jorge Luis Borges.

Why

Para los seguidores de Caparrós, reconforta leer su opinión acerca de la posición de la crónica como género periodístico: “[en una situación] marginal en el sentido de que no se convierta en una formula consagrada. Que esté siempre mirándose desde fuera, extrañada, criticándose, recreándose. Que, más allá de su capacidad de comunicación, sea además un objeto estético que merezca la pena”. Pero, sin caer, como más adelante advierte, en un tipo de “estetización inane” de las que no pueden escapar ciertas crónicas.

“El cinismo a veces nos devora. Yo creo en el valor absoluto de la vida: si no salvas a esa gente, va a morir. No hay vuelta atrás. Y por eso creo en el modelo de emergencias», asegura Morales.

Como decía al principio, este es un libro-diálogo que habla del oficio periodístico, por eso en él abundan las referencias y agradecimientos a quienes ejercieron de maestros, aun sin saberlo, de entre quienes destaca el poeta Juan Gelman. Quizás a esta reseña le falta visión crítica y le sobra adulación, pero, a fin de cuentas, en ningún momento prometí lo contrario.

 

 

 

El consentimiento, límites y monstruos del amor.

El consentimiento, límites y monstruos del amor.

Desde niño, siempre he intentado observar y analizar al género masculino. Nació como una incipiente curiosidad infantil por mis referentes adultos y terminó por convertirse en una forma de tratar de entenderme a mi mismo. Desgraciadamente, creo que es mucho más fácil encontrar patrones de conducta entre hombres que entre mujeres, somos generalmente más simples. Es por eso por lo que pronto me aburrí de mi propio colectivo aunque no por eso dejé de fijarme en él, siempre temeroso de reproducir sus características más nocivas, lugares en los que no he podido evitar encontrarme muchas veces.

Para mí, El consentimiento de Vanessa Springora, pese a ser una novela autobiográfica donde la propia Springora es la clara protagonista y en la que su propio testimonio tiene mucho peso y trascendencia, es en esencia una novela sobre los peligros más grandes de la masculinidad que todos los hombres tenemos incrustados a través de la herencia social.

Los hombres solemos ser caprichosos y obsesivos, y solemos llevar estas obsesiones hasta extremos totalmente descabellados e infantiles. Nos creemos capaces de llegar al éxito económico a través de absurdas ideas de negocios irrealizables, creemos que todos, sobre todo las mujeres, están a cargo de nuestros cuidados y creemos que la posesión de la belleza y el placer propio están por encima de todo lo demás.

Leonardo DiCaprio es el claro ejemplo de un sistema masculino que rechaza la madurez femenina, todas sus parejas son menores de veinticinco años, por mucho que él envejezca, su edad límite para las relaciones siempre es veinticinco como refleja este gráfico. A su vez, esta inmadurez permanente, habitual en los hombres, es potenciada por la sociedad y unos referentes maternos que por su propia herencia tienden a sobreproteger. Es por ello por lo que a menudo somos más egocéntricos y aprendemos a cuidar de los demás más tarde, y es probable que por eso no resultemos atractivos a mujeres de nuestra edad. Me imagino hace tres años, con la edad que tiene actualmente mi pareja y me veo incapaz de tener mucha de la madurez que tiene ella.

Son comunes entonces parejas con diferencia de edad y en las que el hombre siempre es mayor. Las vemos a menudo en nuestro entorno y hay algunas que incluso se vuelven mediáticas, pero la situación es especialmente grave cuando estamos hablando de hombres plenamente adultos con menores de edad, menores incluso de la edad legal para mantener relaciones. Es entonces cuando esto adquiere un carácter totalmente perverso, casi patológico.

Vanessa tenía trece años cuando conoció a Gabriel Matzneff y catorce cuando empezó a tener relaciones sexuales con él, Gabriel tenía cuarenta y ocho. Como el nombre del libro indica, esta relación fue consentida y duró dos años, pero el texto gira precisamente entorno a si el consentimiento a estas edades es suficiente y nos muestra de manera muy cruda lo reprochable que fue que su entorno cercano, su familia y sus amigos, apenas advirtiera a la joven Vanessa que aquella relación desigual podría llegar a destrozarle la vida.

Gabriel Matzneff, que hoy tiene ochenta y cuatro años, era por aquel entonces un escritor bastante respetado que no se escondía de reflejar en sus libros sus habituales relaciones con menores y que fue el claro beneficiado de un contexto histórico permisivo con ese tipo de relaciones.

En los años setenta se escribieron varias cartas que se publicaron en conocidos diarios franceses firmadas por intelectuales de prestigio donde se pedía la despenalización de las relaciones de adultos con menores (y cuando hablo de menores, me refiero a menores de 15). Entre ellos firmaron intelectuales de izquierdas de la talla de Jean Paul Sartre, Guilles Deleuze, Louis Althusser, Jacques Derrida e incluso Simone de Beauvoir. Solo algunos pocos como Michel Foucault y Marguerite Duras se negaron a firmarla.

Cuenta Springora que no fue hasta años más tarde que se descubrió que esas cartas estaban escritas por Matzneff. El progresismo de la época desatendía los derechos de los adolescentes bajo una supuesta necesidad de libertad sexual y de rechazo a la represión. No deja de ser paradójico que el rey de la denuncia a la represión sexual, Foucault, se negara a firmar dicha carta.

Por supuesto, la mejor manera de entender lo traumática que puede ser una experiencia así, y el motivo por el que el libro de Springora se ha convertido en un fenómeno mediático en Francia, es el testimonio de la víctima, en este caso la propia autora.

Vanessa Springora vivía únicamente con su madre cuando conoció a Matzneff. Lo poco que oímos de su padre en el relato es que con frecuencia era violento con su mujer y hacía poco o nulo caso a su hija. Su madre se separó de él y a partir de entonces se convirtió en un padre ausente al que apenas vio durante años. La influencia de su madre, editora, le hizo apasionarse por los libros muy temprano. Cuando conoció a Matzneff se quedó atrapada a él porque conocerle fue encontrar el referente masculino amable que nunca tuvo. Con él compartía la pasión por los libros y se sintió valorada y amada por primera vez. La novela es también una reflexión acerca de la doble vara de medir que existe aún y que es especialmente significativa en Francia con los intelectuales y los artistas. A un artista se le perdona todo, el testimonio de Emil Cioran hacia el final del libro es desgarrador: «G. es un artista […] Usted lo ama y debe aceptar su personalidad. G. nunca cambiará». La vida del artista es entendida como extraordinaria y a menudo no se rige por la moralidad.

Poco a poco Springora descubre que Matzneff no tiene relaciones con mayores de edad y que es incapaz de tener una relación exclusiva. Su obsesión con el sexo con menores es absolutamente desmesurada. Aunque Matzneff se siente un adolescente permanente, sin duda no por ello deja de ser consciente de su posición de poder y de su experiencia y manipula a sus víctimas sin contemplaciones para que crean que lo que están viviendo es una excepcional e incontrolable historia de amor.

Por el camino, Springora descubre que todo aquel amor que tanto ansiaba y creía haber encontrado no era más que una constante demanda de sexo, mentiras continuas para ocultar traiciones y abandonos, y una nula preocupación por sus sentimientos e inquietudes. Ese duro descubrimiento llevará a Springora a la total falta de autoestima y de ilusión por la vida, al aislamiento de la mayoría de sus conocidos (incluso de su madre), a sentirse cómplice de un maníaco delincuente y a la total incapacidad de volver a confiar en nadie durante años.

Es un relato que por momentos se vuelve muy duro de leer y aunque al principio me generó mucho interés (me leí más de la mitad en un día cuando no suelo ser un lector tan voraz) necesité parar de leerlo unas horas porque sentía que me estaba afectando personalmente, que apelaba a la magnificación de un conjunto de actitudes que no me resultan tan ajenas como me gustaría. La complicidad, plasmada en el libro, de algunos hombres que admiran a Matzneff, que sueñan con hacer lo mismo que él y que no dudan en hacérselo saber a ella es repugnante.

Sin duda, en el relato vemos plasmado lo peor de la masculinidad que a menudo tiene mucho de inseguridad y necesidad de ser el centro de atención, sentimientos que rápido se convierten en violencia. Matzneff es un hombre que no se conforma con conseguir el amor incondicional de una niña a quien en realidad no ama ni con ser el filtro absoluto por el que ella descubre la sexualidad. Busca anular su poder de decisión y sus ambiciones, convertirla prácticamente en un juguete y cuando la pierde no respeta su derecho a la intimidad por simple vanidad y orgullo, y la convierte en la protagonista de muchos de sus libros, llevándola al foco mediático una y otra vez, tergiversándola. Springora, cansada de sentirse perseguida por esa historia que preferiría haber no vivido y de que le negaran durante años el derecho a pasar página, decidió escribirla.

Entre fantasmas. Sobre el último libro de Carolina Sanín «Tu cruz en el cielo desierto».

Entre fantasmas. Sobre el último libro de Carolina Sanín «Tu cruz en el cielo desierto».

“Saber que no se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura”

Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso

 

“De repente mi escritura ya no me cobija, sino que me expone, y entonces tengo que salir a otro círculo de mí, a una órbita más exterior, para seguir contando y buscando abrigo”

Carolina Sanín, Tu cruz en el cielo desierto

 

Pedro Páramo de Juan Rulfo encauza su narración en un viaje por el paisaje desértico en busca del padre, que termina siendo un viaje a la muerte, o bien, un viaje a sí mismo. El pueblo al que llega, Comala, lleno de fantasmas comienza a complicar la búsqueda, el personaje se pierde en espejismos de todo tipo, o bien en la literatura misma, en literatura fantasmal: y el yo termina al final desmoronándose como un montón de piedras. Al final del libro la lectora ha llegado de la mano de la escritura a encontrarse ella misma sumergida entre fantasmas, entre letras, buscando símbolos, perdida, leyendo. La escritura pues como fantasma, o búsqueda o amor por el fantasma del Padre – el mismo que se le aparece a Hamlet –. El fantasma es desierto y promesa de contacto, de tacto y de intimidad: el yo está sujeto entonces, como si la vida se le fuera en ello, sobre la cuerda floja de la ausencia, del fantasma. “Tenerme a la distancia del fantasma, a la distancia de la letra, era ya darme por muerta”.

La escritura de Fernando Vallejo ha girado también en torno a los fantasmas, y sobre todo a su fantasmal yo: ese nostálgico y fugaz yo que se pierde entre fantasmas, y grita, impreca y llora, llora el amor imposible de ese yo efímero como una candelilla, el corazón de un globo de papel. Dos imágenes en perpetua analogía, el fantasma y el corazón, llevan a cualquier lectora al centro de la tragedia amorosa y al mismo tiempo de toda literatura: el sujeto amado, inalcanzable, forjado como un sueño profundo en el amante (“Ojos de perro azul”), en el interior, en el pecho. Metáforas o fantasmas que se alejan y se acercan: el quehacer literario, la analogía.

En clave fantasmal leo el último libro de la escritora colombiana Carolina Sanín Tu cruz en el cielo desierto. Aparte de ser un libro sobre el amor y sus laberintos en la era digital (“En las relaciones virtuales, el otro está muerto y resurgido como fantasma”), sobre el amor y su teatralidad, es un libro sobre la escritura misma, sobre la literatura y el deseo. Es por eso que se trata de un libro no solamente sobre la escritura sino sobre la lectura (“El juego, en todo caso, era la lectura”): los ecos infinitos, fantasmales de otras letras entran a jugar un papel erótico, dialogante y escurridizo en el ensayo de Sanín. Además de ser la historia de un amor ahogado en la promesa del encuentro, es un ensayo autobiográfico, o bien autoficcional, de la escritora y la lectora y su amor por la literatura y el lenguaje: la lectora Sanín encuentra entonces en todas partes las analogías a un amor que es justamente su lectura, el deseo de su encuentro, de una imagen: “La metáfora es una operación resucitante”. La narradora va entonces por el mundo y por la literatura (que es el mundo, “la cabeza redonda como la tierra”) como por el cuerpo del amante (“[l]a imagen del amado se pone en el lugar del mundo, y el mundo entero adquiere sentido y se aparece en ella”). El amado, un chileno en China, parece ser solamente un pretexto, un juego erótico y literario con la literatura misma: “[p]ues cada personaje que la literatura ha inventado corresponde a una de las partes innumerables de la persona infinita”. Por ese mundo de letras, por el mundo de la lectora y la narradora, viaja la escritura buscando una otredad para reflejarse en ella (de la Biblia y Las mil y una noches a Shakespeare, Dante, Rulfo, Lezama Lima o Nerval), recomponiendo, fantasma por fantasma, el rostro de su amado. En la analogía se hace la escritura de Sanín al cuerpo del amante.

“Este libro, que es sobre una no entrada en materia, no entra en materia”. El libro de Carolina Sanín es un prólogo, un gran prólogo de una obra que nunca llega: el amor prometido, el amor reducido a la escritura misma, al chat, el amor en la ausencia absoluta del amado. Y contradictoriamente el prólogo ya ha entrado, penetrado desde el comienzo en la materia: la celebración de la ausencia y la promesa, el aviso de llegada (como la resurrección) es ya el camino que emprende la escritura, el camino del deseo. Octavio Paz entendió que en el centro de lo poético estaba el deseo, el deseo entre dos voces (dos lenguas, dos bocas o bien dos oídos, “[l]os amantes se aman como dos oídos”) que se atraen y se repelen: esa otra voz (el silencio) que en la voz del amante lleva a la imagen y al ritmo, signos en rotación sobre el vacío. Como El arco y la lira puede leerse en clave erótica, Tu cruz en el cielo desierto puede leerse en clave de poética: el amor es solamente un fantasma, un alejamiento y acercamiento poético al quehacer literario.

El libro de Sanín reflexiona constantemente una y otra vez sobre el texto mismo, sobre las palabras (enajenadas como si fueran de otra voz, una lengua extranjera), y vuelve a su etimología, las observa como cuerpos inertes y tornados en vivientes en la misma escritura, una vez se hayan convertido en voz, en lengua. “El español: esa era la lengua que querías que te lamiera entre los muslos”. Analogías de la vida en clave de letras que se persiguen unas a otras (del fantasma al corazón, del corazón a la tela, de la tela a la traga, de la traga al hurto, del hurto a la lanza, de la lanza a la cruz, de la cruz al desierto, …) como en una carrera erótica que la devuelve a sí misma, a su cuerpo, a la soledad de la escritura y de la enamorada.

Ensayo, novela, autoficción, diario y muchas otras formas literarias pero, sobre todo, libro erótico, pornográfico: ¿cómo entender lo pornográfico sin pensar en cómo la imagen, la letra, sin contacto físico lleva una y otra vez al cuerpo solitario y desesperado, al placer? En medio de la pandemia del Covid-19, el libro de Sanín habla de ese confinamiento de la literata que se ha transformado, en medio de una aparente soledad, en cuerpo erótico – el libro habla de la exaltación del mismo cuerpo como anclaje para muchos otros (el cuerpo como texto, como textura o textil). El tema es entonces la soledad colmada de fantasmas, un cuerpo de múltiple posesión fantasmal, la revolución erótica. Es indiferente si ese mundo, su amado, existe materialmente o no, su existencia está en el lenguaje, en la candelilla endeble y vulnerable de la amante, pero candelilla al fin y al cabo, fuego.

“Se me ha hecho la violencia invisible y extrema de convertirme en un sueño de mí misma. Se me ha dado esa otra vida”. Y es que al final se trata de una violencia – el sujeto amarrado, deseoso y expectante – que en la figura de la mujer, de la hija y de la amante, y su coqueteo con explicaciones psicoanalíticas de su deseo, se pierde en reproducciones infinitas de lo fálico hasta deshacerlo (“[y]a eres un falo. Un faro. La torre de Babel”). La somatización corporal de los símbolos o bien la simbolización de lo corporal son también el tema del libro: ¿cómo entender esa herida deliciosa en la carne que causan las palabras o las imágenes, esa penetración fantasmal de lo otro, el contagio sin tacto?

El libro de Sanín es entonces el prólogo al mundo, al mundo forjado en y por la palabra.

Entonces está la lectora, yo, mi otro yo “fugaz fantasma”, a quien va dedicado el texto (“voy en pos del lector, que es mi proyección”) y con el que se comparte el mundo y en su vastedad una intimidad desértica. El libro de Sanín es en definitiva una carta de amor destinada a la lectora y es por eso que es inevitable encontrar mis lecturas, mis fantasmas, una y otra vez en las letras de este libro. “voy por tu cuerpo como por el mundo” (O. Paz).

 

Carolina Sanín (2020): Tu cruz en el cielo desierto. Bogotá: Laguna Libros. 

Confinamientos voluntarios, vacío, egoísmo y todo lo que saca el miedo.

Confinamientos voluntarios, vacío, egoísmo y todo lo que saca el miedo.

Tenía pendiente hace bastantes días esta novela que ha sacado recientemente Gatopardo y lo cierto es que me ha costado acabarla. No porque no me haya gustado sino porque las circunstancias que estamos viviendo con el confinamiento son duras. Hablando con personas creativas de mi entorno la sensación es compartida, todos tenemos muchas preocupaciones de índole diversa y concentrarse cuesta mucho. Aun así, lo cierto es que es importante mantenerse ocupado e intentar aprovechar el tiempo. Por una cosa u otra, el contenido cultural que consumimos estos días suele hacernos reflexionar sobre la situación excepcional que estamos viviendo. No tengo claro si es por eso por lo que el libro de Alexandra Kleeman me ha hecho pensar en ello, sea como sea, lo cierto es que las reflexiones que la novela evoca son plenamente pertinentes para el momento presente.

Tú también puedes tener un cuerpo como el mío es una novela que podríamos catalogar de distopía, aunque la distopía novelada es tan similar con la realidad que prácticamente parece una descripción dramatizada de la sociedad contemporánea, similar a como funciona la novela Kentukis de Schweblin, de la que ya hablé aquí.

Nos encontramos en una sociedad desquiciada, una sociedad que ha dejado de creer en si misma. A, la protagonista del relato, es un ejemplo de ello, pasa los días mirando anuncios, concursos y programas de televisión y cuando no hace eso espía a sus vecinos. Todo aquello que ocurre en televisión tiene a menudo una intención morbosa o comercial, busca impresionar al espectador y lo consigue de una forma tremendamente fácil, ya que nada de lo que ocurre fuera de la pantalla parece tener ningún tipo de interés. A se siente resignada a encontrar su función en el mundo, todo lo que les ocurre a los demás parece más interesante y se limita a observarlos y obsesionarse con ellos. Suple sus frustraciones con el consumo de productos alimenticios o de belleza o se conforma con el simple deseo de poseerlos ya que prácticamente solo se alimenta a base de naranjas.

A se encuentra socialmente aislada y prácticamente solo tiene contacto con B, su compañera de piso, y con C, su novio. Mantiene una fuerte dependencia emocional con ambos aunque su relación con ellos no se puede catalogar de agradable. Esta dependencia obsesiva parece sin duda fruto del propio vacío, de una inseguridad respecto a sí misma que genera la necesidad casi desesperada, de contar con algún apoyo humano, aunque este se dé por medio del silencio o la incomunicación. Durante toda la novela A piensa mucho en B y en C pero a menudo no dialoga con ellos. Lo mismo le ocurre a su compañera B, que está muy obsesionada con ella y le provoca una intensa inseguridad encontrarse sola en casa sin A, pero cuando está con ella es incapaz de prestar atención a nada de lo que esta le dice. Lo mismo o peor le ocurre con su novio C. La mayor parte del tiempo que están juntos están viendo la televisión y cuando se acuestan siempre lo hacen con películas porno de fondo. En la novela se expone un concepto que me parece muy interesante que es la delgadez del presente. Todo el mundo está siempre haciendo dos o tres cosas a la vez porque el presente por sí mismo no tiene ningún valor, es insuficiente. Encontrarnos solos en el presente y nada más es incluso aterrador y siempre que hacemos algo estamos pensando o haciendo otra cosa a la vez. Eso hace que las experiencias se difuminen casi al instante, se vuelvan borrosas y según la propia A terminamos por añadir capas de realidad a la fantasía y capas de fantasía a la realidad.

Uno no acaba por entender por qué A sigue con C, nunca se hacen caso el uno al otro, no se escuchan, no hablan y cuando lo hacen a menudo se desprecian, se aburren. Sin embargo A se aferra a él, el temor a la soledad es demasiado grande y la alternativa poco prometedora, no hay nada ni nadie mejor ahí fuera. Parece que los personajes se llamen A, B y C porque podrían ser cualquiera, podrían ser intercambiables, todas las vidas son similares y todas buscan parecerse a los demás. Es algo en que la novela parece hacer mucho hincapié, todos se odian a si mismos y a los demás pero aún así buscan parecerse desesperadamente, mimetismo por falta de identidad. Se crea un dilema entre la adaptación o la nada. A su vez, cuando más profunda es la sensación de la nada más se busca encontrar cualquier excusa, por más perversa que sea, para hacer algo diferente, salir de esa espiral de monotonía. Es cuando llega la amoralidad, el sálvese quien pueda, utilizar a los demás bajo la promesa del beneficio propio aunque sea a expensas del desgaste psicológico de los otros. Sin duda esta sensación de vacío nos debe resultar familiar a muchos estos días.

Vivimos acostumbrados a estar activos y cuando se nos pide que paremos durante tanto tiempo pueden salir muchos monstruos. El coronavirus puede ser motivo de divorcios, de violencia o incluso de crímenes como ya ha pasado en China, pero también puede ser creativo y revelador en un sentido radicalmente opuesto. Las crisis sirven también para esto, escuchar al que tenemos al lado, saber con quién y con que podemos contar, investigar quien somos, que queremos ser, repensarnos, comunicarnos. Sin duda Kleeman nos está poniendo frente a un espejo y nos muestra como nos llegamos a conformar con llevar vidas vacías. Yo siempre trato de ser profundamente optimista, el optimismo es lo único que nos puede hacer seguir a delante pese a las adversidades y siempre le doy la vuelta a estos relatos apocalípticos. El mensaje que podemos extraer es que necesitamos más que nunca ser exigentes con nosotros mismos, sacar la fuerza para analizar lo que nos está ocurriendo y encontrar cómo podemos salir de esta espiral de apatía de forma propositiva. 

La novela da un cambio importante a partir del momento en que los vecinos de A y B desaparecen de forma abrupta. El ambiente general empieza a trastornarse, padres de familia empiezan a desaparecer huyendo de sus asfixiantes contextos y las grandes empresas, sectas y religiones de diversa índole parecen interesadas en confundir, frustrar y trastornar a los individuos. Esto también me parece un poderoso mensaje de alerta que la novela nos manda. Nada resulta más fácil para aquellos que mueven los hilos o pretenden moverlos que aprovecharse de una situación en que los individuos ya están de por sí confundidos y no parece que exista una tormenta perfecta mejor que la que estamos viviendo ahora con el coronavirus por bandera. La novela explica de una forma bastante perturbadora cómo poderes invisibles pueden conseguir que los individuos se anulen a sí mismos por voluntad propia y se conviertan en policías unos de otros controlándose y delatándose de la misma manera como ya está sucediendo hoy con los chivatos de balcón y que tiene unas reminiscencias inquisitoriales que para nada son buenos recuerdos.

Efectivamente, como A, B y C nos encontramos perdidos, nos estamos buscando y parece que centremos nuestros esfuerzos en buscar retornar a un pasado más feliz, controlado, idílico. Pero no podemos conformarnos con replicar lo que ya hemos vivido, lo que ya conocemos. Si todo es sustituible acabamos por llegar a un comercio de los efectos en el que todo vale, cualquier persona sirve y la individualidad de cada uno no cuenta, no es relevante. Creo que el momento presente nos pide más. Parece ser que nada va a volver a ser igual y nos toca reinventarnos, conocernos más, conocer a quien tenemos al lado. Parafraseando a Zizek, que por cierto tiene el premio al más rápido en la carrera por sacar tajada económica y mediática a la pandemia, ¡Bienvenidos a tiempos interesantes!