Entrevista a Kateryna Gornostai, directora de «Stop-Zemlia» en la #Berlinale2021

Entrevista a Kateryna Gornostai, directora de «Stop-Zemlia» en la #Berlinale2021

«Si apruebas los exámenes finales está bien, y si no, también está bien. ¿Sabías que tu madre no lo consiguió a la primera, sino al tercer intento? Si no, no nos hubiéramos conocido».

Encontrar la comprensión de los adultos en una edad tan complicada como la adolescencia es para Kateryna Gornostai (1989, Lutsk, Ucrania) no un deseo, sino una realidad próxima. Stop-Zemlia, presentada en la Berlinale dentro de la sección Generación, es la historia de tres amigos, la protagonista Masha con Yana y Senia. Tienen una buena comunicación y utilizan los teléfonos móviles de forma sana, es decir, no como pensamos. «Mientras trabajaba con ellos, solían tener el teléfono en la mano, pero no lo usaban mientras se interesaban por lo que estaba ocurriendo en ese momento. Ví que pueden estar presentes en el aquí y el ahora, y no en su mundo virtual. Así que creo que la escuela va a cambiar para involucrarlos más, utilizando los teléfonos de forma saludable… se avecina una evolución».

De adolescente, Kateryna estaba muy interesada en hacer fotografías y tenía una vieja cámara soviética de su padre. Quería estudiar periodismo, pero finalmente se decidió por la biología. Una vez terminó, sintió la necesidad de hacer algo visual, se fue a Moscú y estudió Cine Documental. Antes del rodaje de Stop-Zemlia, preparó una especie de laboratorio durante nueve semanas donde el casting de adolescentes trabajaba con la improvisación y hablaba de experiencias personales, algunas de ellas presentes en la película a modo de entrevistas. «Durante estos experimentos en el laboratorio bailaban, se expresaban, escribían, hablaban, la idea era estar juntos, una especie de preparación para la película, trabajando unos con otros» dice Kateryna con una luz brillante en los ojos.

En la película, la profesora habla de temas como las hormonas y el estrés, cosas muy importantes para un adolescente. Senia llega tarde y la profesora no se enfada, sino que hace bromas al respecto, y Masha está todo el tiempo con su teléfono e Instagram. ¿Es este un ideal tuyo de educación o realmente cree que llegaremos a una relación profesor-alumno diferente?

Esto es algo nuevo para nosotros y que no teníamos en nuestra época. Pero es la realidad para ellos. En algunas escuelas se prohíben los teléfonos y en otras no, incluso se les deja usarlos en los exámenes. ¿Sabes? Tienes toda la información en internet, pero tienes que ser consciente de cómo y qué buscar. Los teléfonos son una nueva realidad que quería que estuviera en la película y no como un problema o un hilo conductor sino como un instrumento, y hacer una película sobre su presente, dejando que se expresen en todos los sentidos, también en términos corporales, físicos y sensuales.

Investigando por la época en la que estuve en la escuela, es decir hace quince años, tenía miedo porque tenía un profesor temible, y esta es la imagen que tenemos del pasado. Sentimos que todo es mejor ahora y quería pensar que en un futuro todo será aún mejor. Algunas personas me han preguntado por qué esta escuela es tan agradable, tan poco conflictiva, y eso es porque realmente queríamos que fuera así, y no jugar a esa manera de las películas antiguas en las que los profesores gritan a los alumnos y se centran en la disciplina. La profesora de la película es profesora de universidad en la vida real, eso es lo que queríamos, una forma más adulta de tratar estas cosas, una actitud educativa más adulta… esto me fascina. Realmente quería mostrar la escuela como un tipo de universidad, y creo que en un futuro próximo va a ser así.

Juegan a este juego llamado Stop-Zemlia. ¿Cuál es el simbolismo que hay detrás y por qué lo elegiste como título de tu película?

Es un juego de nuestra infancia. Uno tiene que atrapar a todo el mundo con los ojos cerrados y los demás deben quedarse en algún lugar por encima del suelo. Si está muy cerca, puedes cambiar de posición para no ser atrapado, pero si oye tus pasos grita «¡stop-zemlia!», que literalmente significa «parad la Tierra». Entonces te toca a ti atrapar. Admiro esa sensación del momento congelado cuando te atrapan, es el momento en que estás totalmente presente en el aquí y el ahora.

Háblame de esos momentos de ensoñación de la película. ¿Por qué el piano es tan importante para ti? Masha es el único público durante algunos conciertos oníricos. Y con el bádminton, donde parece que juega sola en una oscura y poética atmósfera. ¿Cómo se te ocurrieron estas ideas?

El piano forma parte de mi infancia, tuve clases de piano durante ocho años. Quise dejarlo todo el tiempo, pero con el paso de los años agradezco que mi madre me insistiera en seguir. Porque creo que la adolescencia es el mejor momento para adquirir algunas habilidades, intentar aprender algo, tal vez lo necesites en un futuro y te amplíe el mundo.

En cuanto al bádminton, un amigo mío es profesional y me metí en la pista para ver cómo entrenaba. Un día fuimos a una pequeña ciudad cerca de Kiev y había un enorme parque con grandes estatuas: una de ellas era un enorme volante (pelota de bádminton), lleno de luces en su interior, y era precioso y estaba oscuro, así que decidimos llevar algo así a la película.

¿Por qué decidiste representar la historia en la época contemporánea y no en el pasado?

Hoy en día tenemos esa división en el cine ucraniano. Muchas películas hablan de los años 90, es la tendencia. Pero a mí no me gusta tanto, tal vez por mi experiencia en documentales, y porque se trata del momento presente, estás filmando la realidad que está sucediendo ahora. Todo está cambiando muy rápidamente y hacer una reconstrucción de los viejos tiempos no habría sido honesto para esta nueva generación de adolescentes. Mucha gente de la industria del cine en Ucrania dice que hay que revisitar el pasado para entender mejor el futuro… esto es algo bueno, pero no es lo que yo quería para la película.

¿Qué tienen los jóvenes de hoy en día en la cabeza? ¿Piensan en los mismos problemas que tú a su edad? ¿La sexualidad no es un tabú sino un tema abierto como vemos con Senia, hablando de que tal vez podría ser bisexual?

En nuestra época no se hablaba de estos temas, sino en pequeños círculos. Durante la realización de la película quise enfrentarme a este tema pero no como un problema o un conflicto, sino como algo mirando al futuro, algo de lo que hablar con normalidad. Al mismo tiempo, no es el centro de sus conflictos, por eso está en la periferia de mi historia. Cómo son los adolescentes ahora es muy interesante y puedo ver sus problemas más claramente. Tienen que luchar con muchas cosas diferentes porque tienen mucha información a su alrededor, y están muy interesados en todo ello. Son muy críticos con lo que ven y lo que oyen, así que si eres sincero con ellos, ellos serán sinceros contigo. Aprendí mucho con ellos. Y los echo de menos.

No vemos muchos adultos en la película. ¿Consideraste que no eran muy importantes para la historia? La madre de Sasha está muy presente en la película, incluso más que los padres de Masha, la protagonista. Y los de Senia y Yana nunca aparecen.

Tomamos la decisión de centrarnos más en Masha, en sus amigos y en su mundo interior, ya que para mí son las principales fuentes de su crecimiento como persona. Ella ya no depende de sus padres, aunque su amor la rodea y la ayuda. Pero la línea de Sasha evoluciona en esta relación madre-hijo más que en cualquier otra relación. Su principal conflicto es encontrar la aceptación de ella. Por eso tiene tanto espacio en toda la historia. Para mí era importante mostrar diferentes tipos de padres como una parte importante de la vida de los adolescentes, para tener un contraste entre los tipos de actitud hacia los hijos.

¿Cómo afrontas el sentimiento de soledad?

El sentimiento de soledad tiene la misma naturaleza que el miedo a la muerte, creo. Porque el miedo también está en sus raíces, el miedo a estar solo. Siempre me persigue, y cuando lo siento con fuerza me abruma. Pero cuando sientes miedo no estás en el aquí, estás en algún lugar cerca de tu yo futuro. Lo único que intento hacer es volver de ese futuro y vivir este sentimiento mientras dure.

Una última pregunta. ¿Tenías un mensaje que intentabas expresar al contar esta historia? ¿O somos los periodistas que siempre buscamos uno?

Pensé más en un sentimiento que en un mensaje. Quiero que el espectador salga del cine sintiendo esa nostalgia de los tiempos en que todo estaba empezando, era la primera vez de muchas cosas. Aquí estoy hablando de un público de mi edad. Si el espectador es un padre, quiero que tenga el deseo de hablar con sus hijos después de la película, no sólo de cosas importantes, sino de ser consciente de las cosas corrientes y de su estado de ánimo actual. Y si el espectador es un adolescente, quiero que sienta esperanza. La esperanza de que los tiempos difíciles son temporales, y de que las cosas difíciles son un medio de evolución personal. Que lo más importante que puedes hacer es estar presente en tu vida.

Trailer de Stop-Zemlia:

 

«Petite Maman» de Céline Sciamma, en la #Berlinale2021

«Petite Maman» de Céline Sciamma, en la #Berlinale2021

No se puede ver desde los ojos de un niño porque ya hace mucho que lo fuimos, seguramente tampoco desde la adolescencia. Pero como siempre sucede en la vida, hay personas con un don, con un talento innato que les otorgan habilidades especiales. Y Céline Sciamma es una de ellas. Como si ese obstáculo no existiera, como si las experiencias que hemos vivido de adultos no nos hubieran cambiado la perspectiva del mundo, Nelly se adentra en el bosque y descubre tras un camino a una niña jugando. Una niña muy parecida a ella.

Escribir una historia es más fácil si es verdadera, si uno no requiere de la gran inspiración y de la aparición del misterio de la creatividad artística para lograrlo. La verdad, cuando se yergue ante nosotros, es todopoderosa y siempre reconocible. Y así, uno imaginaría que Nelly es Céline de pequeña y que nos está contando su historia a través de un cuento de hadas, utilizando esa magia que tan solo la verdad es capaz de otorgar. Marion, la nueva amiga de Nelly, tiene su misma edad y vive con su madre, en una casa curiosamente idéntica a la de Nelly.

Ver a una niña con andar de persona mayor es raro, al haber heredado los problemas físicos de su madre que la llevaron a operarse a una edad muy temprana. Tras la muerte de la abuela al mismo comienzo de la película, Nelly ayuda a sus padres a limpiar la casa de la infancia de la madre, un bonito lugar en medio de un bosque. Y sorpresivamente, la casa árbol que su madre construyó de pequeña sigue allí, al otro lado de ese camino mágico.

Si Céline Sciamma hubiera hecho la película a la edad de 8 años, Petite Maman podría ser una de esas historias tan bonitas con niños y adolescentes de la sección Generación. Seguramente se hubiera estrenado aquí. Y de hecho Céline creció como cineasta aquí, en Berlin, logrando su primer gran éxito internacional en 2011 con Tomboy, que se alzó con el Teddy Award, el premio de mayor prestigio mundial para películas de temática queer-lgtbi+. Lo bonito del cine de Sciamma es que no ha perdido con los años un ápice de inocencia y verdad infantil, la niña que aún es puede escribir y regalar películas tan bonitas como Petite Maman.

De la abuela solo vemos al principio su bastón, un bastón ya no habitual de la gente mayor, sino que usaba ya de joven por unos problemas genéticos que le impedían caminar con normalidad. La madre de Marion también camina con bastón y concierta una operación para su hija, para evitar que crezca con sus mismos problemas. Estas tres generaciones de mujeres se enlazan en la película como los lirios de colores en el agua, como Water Lilies, el maravilloso debut de Sciamma allá por el 2007 (disponible en Filmin aquí) No hace tanto tiempo de aquello, pero crecemos a una velocidad vertiginosa y a uno se le antoja que ha pasado una eternidad, cuando en realidad son apenas 15 años, exactamente la edad de las adolescentes de ese primer largometraje de la directora francesa. No es un círculo que se cierra, la vida es un círculo abierto donde la niñez de Nelly se mira frente a un espejo mágico y uno deja de ser hijo único, encontrando una amiga cual hermana con la que jugar, salida de enmedio del bosque, alguien como solo te pude entender un hermano, la familia.

La cámara esta siempre a la altura de Nelly, volvemos a ver el mundo como cuando éramos niños, desde una perspectiva donde ese mundo es mucho más grande de lo que luego como adultos pudiéramos imaginar. Y ser adulto tiene sus ventajas, alguna tendrá, pero nada como sentirse identificado y liberado recreando la niñez. Porque esa es la ofrenda más importante de Petite Maman: la reconciliación. Nelly tiene un nudo en la garganta por no haberse despedido como quisiera de su abuela antes de morir, su madre le pregunta “¿Y cómo te hubiera gustado despedirte?” y la niña recrea la despedida con su madre, y ésta la abraza y a su vez le devuelve la despedida. Nelly consigue reconciliarse. Y más tarde hará lo mismo su madre. Quizás, cuando vuelva a mi casa, le diré a mi madre que nunca agradecí como debiera aquel regalo que me hicieron, y que en ocasiones, cuando me viene a la mente, me sigue aun inquietando casi 30 años después, llevándome ese nudo a la garganta. Porque yo quería un muñeco que le había visto a un amigo. Y mi madre, al estar agotado en las tiendas, me regaló dos distintos pero de la misma colección. Recuerdo como para mí aquello no fue suficiente, ni siquiera cuatro muñecos hubieran llenado el vacío de esperar un juguete que hubiera sido mi favorito. Y reaccioné enfadado, lloriqueando, mientras mi madre decía “pero mira, son dos y también muy chulos” Hasta que pueda volver a casa, he vuelto a aquel momento gracias a Petite Maman y he hecho las paces conmigo mismo y con mi madre, a través del espejo de Nelly con la suya. Y Nelly también se reconcilia con Marion, su amiga enigmática del bosque, eso poco antes de un crescendo musical que me recordó a Retrato de una mujer en llamas, donde también terminé por llorar, al igual que aquí. Y recordé que de eso hace más de un año y no había vuelto a llorar con una película.

Diez años después de Tomboy, Céline Sciamma ha vuelto a Berlin y ojalá siga volviendo, emocionando una y otra vez con historias llenas de amor y de una sensibilidad tan solo al alcance de una mujer nacida con un don.

Deseo y amor en la literatura de Miranda Popkey

Deseo y amor en la literatura de Miranda Popkey

2021 ha llegado cargado de novedades editoriales y ha hecho aumentar considerablemente la lista de pendiente de muchos lectores. En mi caso, me he encontrado de golpe con mucho material analizable, ya que me interesa especialmente la novela escrita por mi generación, la nacida entre los ochenta y los noventa, conocida como generación millenial. Por razones obvias, estas novelas suelen ser autoreferenciales y suelen ser también novelas debut, puesto que no son pocos los escritores que empiezan a escribir entre los 25 y los 35 años. Entre sus características principales encontramos la precariedad laboral, la diferencia de clase, el descubrimiento y la reivindicación de la mirada femenina y la denuncia de la opresión social y de género. Varios hitos recientes sobrevuelan estas novelas como son la crisis económica de 2008, o el movimiento Me Too. Por supuesto, muchas de estas novelas son comparadas con uno de sus mayores éxitos editoriales, Sally Rooney. Más allá de los evidentes objetivos comerciales, personalmente considero que es útil que se genere una narrativa entorno a una suerte de nuevo género literario,  y que se ponga el foco sobre él, siempre y cuando se haga con interés en sumergirse más allá de su superficie y se sepa detectar las singularidades de cada autor.

Sin duda, Miranda Popkey es muy diferente de Sally Rooney y poco tiene que ver con esta más allá del interés por la intimidad femenina y la visibilización de las diferencias sociales que operan en la sociedad y condicionan las relaciones entre sujetos. Como veremos, Popkey se interesa principalmente por la naturaleza impuesta del deseo.

Temas de conversación que se vuelven trascendentes

Una de las cosas que más llaman la atención de la novela de Miranda Popkey es su particular estructura. Pronto nos damos cuenta de que la voz narrativa no tiene un especial interés en construir un relato cronológico clásico con una continuidad definida. Cada capítulo se sitúa en un lugar y en un momento concreto y el interés por lo fragmentario es tal que los capítulos llegan incluso a situarse diez años después del anterior sin que sea necesario contextualizar demasiado ese salto. De alguna manera similar a la triología de Rachel Cusk, la mayor parte del texto de Popkey parte de conversaciones que mantiene la protagonista que desencadenan una reacción en esta. Ya sea por el momento vital del personaje o por los pensamientos que las conversaciones hacen aflorar, toda conversación se vuelve de golpe trascendente, como si se tratara de una revelación, y a través de estos momentos es como conocemos al personaje protagonista. A partir de el diálogo interno que surge de esos encuentros conocemos sus inquietudes, su historia y aquello más la preocupa íntimamente. De esta manera, la mayoría de capítulos se construyen como un relato, similar a los nueve cuentos de Salinger. Un relato que tiene sentido por sí mismo y que refleja un instante concreto de la vida de un personaje que supone de algún modo un antes y un después en su vida. 

Aunque estos momentos en un principio parecen algo dispares poco a poco puede verse un denominador común en ellos que es, como ya he dicho antes, la reflexión entorno al deseo y la falta de este. Las mujeres que aparecen durante la novela, amigas, compañeras de trabajo, compañeras de universidad, madres o madres de amigas, se encuentran habitualmente enfadadas con la sociedad, odian a los demás y se odian a ellas mismas por sus actos. Se encuentran aburridas, han llegado a la vida adulta dándose cuenta de que esta no les satisface, no cumple sus expectativas o no encuentran que exista ninguna expectativa que valga la pena mantener y así se encuentra también la protagonista. 

Esta manera de estar en el mundo, sin preocuparse por los demás o incluso buscando hacerles daño, roza la sociopatía que vemos también en la novela de Alexandra Kleeman, otra novela reciente publicada también en Gatopardo ediciones, pero tiene siempre un trasfondo de incomodidad personal detrás. Hacer daño a las personas cercanas y de esta manera alejarlas de su vida, es la manera más fácil que encuentra la protagonista para hacerse daño a sí misma y romper con un pasado que cada vez se vuelve más difícil de gestionar. 

El lado oscuro del deseo 

La conclusión compartida de todas estas mujeres que habitan en la novela, es que no se sienten preparadas para gestionar su deseo, precisamente porque sienten que su deseo, el deseo femenino, no ha recibido la suficiente atención que necesitaba y siempre ha sido supeditado a los deseos de los demás, a los deseos de los hombres. El tipo de relaciones que se muestran en el relato habitualmente se basan en una desigualdad implícita de poder. Son relaciones con hombres mucho mayores que ellas, con profesores o con jefes. Relaciones que en un principio son vistas como deseables, sentirse deseadas por un hombre con más poder, con más conocimientos, más interesantes que ellas, es visto como algo cercano a un halago y desear estar con alguien que tiene tanto por darles y enseñarles parece una relación que merece la pena querer. Pronto descubren que no es así, que si aquellos hombres quieren estar con ellas es porque se sienten atraídos por el poder y el control que pueden ejercer sobre ellas, la capacidad que tienen de hacer que ellas se plieguen fácilmente a sus deseos y nunca se encuentran realmente en una situación horizontal en la que sean capaces de escucharlas y procurar su felicidad. 

Estas mujeres han descubierto que se habían dejado llevar por una inercia en la que hacían lo que se suponía que debían hacer, deseaban lo que debían desear y de esta manera abandonaban sus carreras profesionales para casarse con esos profesores de universidad que tanto habían hecho por ellas y los seguían a todas las ciudades a las que ellos debían acudir.

Curiosamente, más allá del movimiento Me Too en el que Popkey confiesa inspirarse, estos temas son de absoluta actualidad en casos como el del Institut del Teatre de Barcelona, la escuela más importante de teatro de Catalunya en la que recientemente se han destapado varios casos de profesores ilustres que se creían con el derecho a intentar seducir a una gran cantidad de alumnas y en algunos casos incluso conseguirlo mantener relaciones con ellas.

Algunos fragmentos de la novela me han impactado especialmente, como cuando se refiere a la llamada fantasía de la violación, en la que el deseo de dar el control de la situación al otro es tal que la simulación de sentirse forzada a tener sexo resulta excitante. Popkey reflexiona alrededor de esta idea considerando que el problema viene de que durante mucho tiempo se ha dado por hecho que las mujeres no desean tener sexo y se las ha educado en esa falsa suposición. La fantasía de la violación vendría a ser la forma de evitar la vergüenza de confesar el propio deseo frente al otro, un deseo que a menudo ha sido negado. 

Popkey también considera que la educación sexual a menudo se ha dirigido solo hacia aquello que uno debe evitar; los lugares que debe evitar o las conductas que debe evitar para así mantenerse segura. Esto llega a tal punto que si no se enseña a reclamar el deseo uno acaba por pensar que para reclamarlo debe hacerse todo aquello que se supone que no se debe hacer para así atraer a los hombres, con a menudo trágicas consecuencias. 

Popkey alerta en su novela de esos puntos de no retorno en la inercia, en ese dejarse llevar y es por eso que la maternidad no deseada y la maternidad después del divorcio, tienen también un lugar importante en la novela, en que hay después de la catástrofe, en si puede ser demasiado tarde o no para que esas mujeres insatisfechas puedan rehacer su vida. 

La voz narrativa de Popkey es particular, a veces me ha parecido algo impostada o pedante, incluso torpe, se toma su tiempo y en algún momento parece que da vueltas en círculos y no saber a donde quiere dirigirse pero también es visceral y en algunos momentos muy lúcida, es también por esto que me recuerda a Salinger, al fin y al cabo es uno de los referentes principales que sobrevuelan muchas narrativas contemporáneas. Aunque imperfecta, la profundidad del discurso que subyace durante la novela me ha dejado un buen sabor de boca y creo que puede ocupar un lugar importante en mi estantería, espero que también en la vuestra. 

El consentimiento, límites y monstruos del amor.

El consentimiento, límites y monstruos del amor.

Desde niño, siempre he intentado observar y analizar al género masculino. Nació como una incipiente curiosidad infantil por mis referentes adultos y terminó por convertirse en una forma de tratar de entenderme a mi mismo. Desgraciadamente, creo que es mucho más fácil encontrar patrones de conducta entre hombres que entre mujeres, somos generalmente más simples. Es por eso por lo que pronto me aburrí de mi propio colectivo aunque no por eso dejé de fijarme en él, siempre temeroso de reproducir sus características más nocivas, lugares en los que no he podido evitar encontrarme muchas veces.

Para mí, El consentimiento de Vanessa Springora, pese a ser una novela autobiográfica donde la propia Springora es la clara protagonista y en la que su propio testimonio tiene mucho peso y trascendencia, es en esencia una novela sobre los peligros más grandes de la masculinidad que todos los hombres tenemos incrustados a través de la herencia social.

Los hombres solemos ser caprichosos y obsesivos, y solemos llevar estas obsesiones hasta extremos totalmente descabellados e infantiles. Nos creemos capaces de llegar al éxito económico a través de absurdas ideas de negocios irrealizables, creemos que todos, sobre todo las mujeres, están a cargo de nuestros cuidados y creemos que la posesión de la belleza y el placer propio están por encima de todo lo demás.

Leonardo DiCaprio es el claro ejemplo de un sistema masculino que rechaza la madurez femenina, todas sus parejas son menores de veinticinco años, por mucho que él envejezca, su edad límite para las relaciones siempre es veinticinco como refleja este gráfico. A su vez, esta inmadurez permanente, habitual en los hombres, es potenciada por la sociedad y unos referentes maternos que por su propia herencia tienden a sobreproteger. Es por ello por lo que a menudo somos más egocéntricos y aprendemos a cuidar de los demás más tarde, y es probable que por eso no resultemos atractivos a mujeres de nuestra edad. Me imagino hace tres años, con la edad que tiene actualmente mi pareja y me veo incapaz de tener mucha de la madurez que tiene ella.

Son comunes entonces parejas con diferencia de edad y en las que el hombre siempre es mayor. Las vemos a menudo en nuestro entorno y hay algunas que incluso se vuelven mediáticas, pero la situación es especialmente grave cuando estamos hablando de hombres plenamente adultos con menores de edad, menores incluso de la edad legal para mantener relaciones. Es entonces cuando esto adquiere un carácter totalmente perverso, casi patológico.

Vanessa tenía trece años cuando conoció a Gabriel Matzneff y catorce cuando empezó a tener relaciones sexuales con él, Gabriel tenía cuarenta y ocho. Como el nombre del libro indica, esta relación fue consentida y duró dos años, pero el texto gira precisamente entorno a si el consentimiento a estas edades es suficiente y nos muestra de manera muy cruda lo reprochable que fue que su entorno cercano, su familia y sus amigos, apenas advirtiera a la joven Vanessa que aquella relación desigual podría llegar a destrozarle la vida.

Gabriel Matzneff, que hoy tiene ochenta y cuatro años, era por aquel entonces un escritor bastante respetado que no se escondía de reflejar en sus libros sus habituales relaciones con menores y que fue el claro beneficiado de un contexto histórico permisivo con ese tipo de relaciones.

En los años setenta se escribieron varias cartas que se publicaron en conocidos diarios franceses firmadas por intelectuales de prestigio donde se pedía la despenalización de las relaciones de adultos con menores (y cuando hablo de menores, me refiero a menores de 15). Entre ellos firmaron intelectuales de izquierdas de la talla de Jean Paul Sartre, Guilles Deleuze, Louis Althusser, Jacques Derrida e incluso Simone de Beauvoir. Solo algunos pocos como Michel Foucault y Marguerite Duras se negaron a firmarla.

Cuenta Springora que no fue hasta años más tarde que se descubrió que esas cartas estaban escritas por Matzneff. El progresismo de la época desatendía los derechos de los adolescentes bajo una supuesta necesidad de libertad sexual y de rechazo a la represión. No deja de ser paradójico que el rey de la denuncia a la represión sexual, Foucault, se negara a firmar dicha carta.

Por supuesto, la mejor manera de entender lo traumática que puede ser una experiencia así, y el motivo por el que el libro de Springora se ha convertido en un fenómeno mediático en Francia, es el testimonio de la víctima, en este caso la propia autora.

Vanessa Springora vivía únicamente con su madre cuando conoció a Matzneff. Lo poco que oímos de su padre en el relato es que con frecuencia era violento con su mujer y hacía poco o nulo caso a su hija. Su madre se separó de él y a partir de entonces se convirtió en un padre ausente al que apenas vio durante años. La influencia de su madre, editora, le hizo apasionarse por los libros muy temprano. Cuando conoció a Matzneff se quedó atrapada a él porque conocerle fue encontrar el referente masculino amable que nunca tuvo. Con él compartía la pasión por los libros y se sintió valorada y amada por primera vez. La novela es también una reflexión acerca de la doble vara de medir que existe aún y que es especialmente significativa en Francia con los intelectuales y los artistas. A un artista se le perdona todo, el testimonio de Emil Cioran hacia el final del libro es desgarrador: «G. es un artista […] Usted lo ama y debe aceptar su personalidad. G. nunca cambiará». La vida del artista es entendida como extraordinaria y a menudo no se rige por la moralidad.

Poco a poco Springora descubre que Matzneff no tiene relaciones con mayores de edad y que es incapaz de tener una relación exclusiva. Su obsesión con el sexo con menores es absolutamente desmesurada. Aunque Matzneff se siente un adolescente permanente, sin duda no por ello deja de ser consciente de su posición de poder y de su experiencia y manipula a sus víctimas sin contemplaciones para que crean que lo que están viviendo es una excepcional e incontrolable historia de amor.

Por el camino, Springora descubre que todo aquel amor que tanto ansiaba y creía haber encontrado no era más que una constante demanda de sexo, mentiras continuas para ocultar traiciones y abandonos, y una nula preocupación por sus sentimientos e inquietudes. Ese duro descubrimiento llevará a Springora a la total falta de autoestima y de ilusión por la vida, al aislamiento de la mayoría de sus conocidos (incluso de su madre), a sentirse cómplice de un maníaco delincuente y a la total incapacidad de volver a confiar en nadie durante años.

Es un relato que por momentos se vuelve muy duro de leer y aunque al principio me generó mucho interés (me leí más de la mitad en un día cuando no suelo ser un lector tan voraz) necesité parar de leerlo unas horas porque sentía que me estaba afectando personalmente, que apelaba a la magnificación de un conjunto de actitudes que no me resultan tan ajenas como me gustaría. La complicidad, plasmada en el libro, de algunos hombres que admiran a Matzneff, que sueñan con hacer lo mismo que él y que no dudan en hacérselo saber a ella es repugnante.

Sin duda, en el relato vemos plasmado lo peor de la masculinidad que a menudo tiene mucho de inseguridad y necesidad de ser el centro de atención, sentimientos que rápido se convierten en violencia. Matzneff es un hombre que no se conforma con conseguir el amor incondicional de una niña a quien en realidad no ama ni con ser el filtro absoluto por el que ella descubre la sexualidad. Busca anular su poder de decisión y sus ambiciones, convertirla prácticamente en un juguete y cuando la pierde no respeta su derecho a la intimidad por simple vanidad y orgullo, y la convierte en la protagonista de muchos de sus libros, llevándola al foco mediático una y otra vez, tergiversándola. Springora, cansada de sentirse perseguida por esa historia que preferiría haber no vivido y de que le negaran durante años el derecho a pasar página, decidió escribirla.

Entrevista a Pilar Palomero, directora de «Las Niñas»

Entrevista a Pilar Palomero, directora de «Las Niñas»

Pilar Palomero (Zaragoza, 1980) coqueteaba en casa de sus padres con viejos recuerdos de la infancia cuando se topó con su antiguo libro de religión. “Era de sexto de EGB y contiene la redacción que aparece en la película, La sexualidad al servicio del Señor (…) al principio me reí pensando el tipo de cosas que nos enseñaban, pero luego me di cuenta de que ahí había algo que tenía que decir. Y pensé en hacer una película sobre cómo fue mi educación” Así nacen algunas películas, por un detalle, un hecho fortuito. “Afortunadamente mis padres lo guardaban todo”, sonreía Pilar. Aquello fue en un apartado de la tercera planta del Berlinale Palast, durante el estreno mundial de la película, en pleno corazón de Berlín. Era finales de febrero y uno abrazaba y besaba a la gente.

Ahora Las Niñas aterriza en el festival de Málaga y el 4 de septiembre lo hará en cines de toda España: una historia de muchas mujeres de hoy, contada a través de la educación que recibieron a principios de los noventa, concretamente en Zaragoza en 1992. Celia es la protagonista y tiene 11 años, una gran templanza y unos ojos enormes. Vive en una casa humilde con su madre soltera, interpretada por Natalia de Molina. Y es que la película es un viaje en el tiempo cuando Celia queda con sus amigas: las encuestas ñoñas de la Super Pop, Francisco Umbral en televisión, el walkman, el pedir rollo y eso que decíamos en la época de “que no te enteras contreras” y “no te enrolles, Charles Boyer”. Y como también era común en la época, se iba a colegio de curas o de monjas, como en el caso de Celia. “Los colegios de monjas tenían fama por entonces de prepararte mejor para la selectividad y cosas así. Pero lo que no se tenía en cuenta era la inteligencia emocional, cómo gestionar las emociones, esto lo hemos ido aprendiendo solas poco a poco”

¿Qué pensabas sobre Dios cuando eras pequeña?

Yo creía en Dios, pero es que no sabía que había otra opción. Durante la preparación de la película utilizamos dibujos míos, dibujos que vistos ahora dan un poco de miedo, del estilo Dios es amor. Hoy día si veo a mi sobrina hacer un dibujo así me daría un poco de….(hace un gesto de echarse para atras) Esta es una película sobre lo que supone dejar de ser una niña en base a la educación que una reciba, y eso no solo es en el colegio sino también en casa y por parte de la sociedad. Me ilusiona que la gente sienta emoción junto a Celia y, quizás, recuerden esos años y sientan lo que está sintiendo ella en ese momento”

Las niñas (2020) - Filmaffinity

Y así, cuando Brisa, una nueva compañera llegada de Barcelona, se une al grupo de amigas resulta toda una revolución para Celia. Porque Brisa fuma y pasa de la religión, es rebelde y la empuja a una nueva etapa de su vida: la adolescencia.

La escena del Canal Plus y el porno es algo que suele relacionarse con los chicos. ¿Conoces a alguna chica que lo viera?

Yo veía el porno de Canal Plus y creo que todas lo hacían, pero tu decías que no lo habías visto, por todos los prejuicios en torno al reconocimiento de la sexualidad femenina. Hoy en día es menos tabú pero por entonces, en el 92, el desarrollo sexual seguía siendo muy difícil para las mujeres. Si tenías la regla lo ocultabas. De la masturbación ni se hablaba. Y era injusto porque teníamos la misma curiosidad que los hombres.

¿Como fue la selección de Natalia de Molina y porque pensaste en ella? Es una figura importante en la vida de Celia pero su papel no es protagonista.

Escribiendo el guion me imaginaba que la madre de Celia podía ser ella y solo de pensarlo me emocionaba, es una actriz que me encanta. Su papel es secundario pero tiene mucha relevancia en la trama y me ayudó mucho en lo personal, sobre todo a la hora de dirigir a Celia. Natalia se identificó mucho por cosas que contaba el guion sobre los prejuicios de la época y el rol de la mujer. Yo intento ser muy respetuosa con la religión, solo quiero contar como fue mi experiencia, pero quería transmitir que la religión católica es muy represiva con las mujeres y que la madre de Celia ha tenido que vivir con el estigma de ser madre soltera, una cuestión muy injusta por culpa de esos prejuicios.

En lo visual, se reconocen los 90s por los decorados, tambien por el vestuario, pero en la iluminación no buscaste un grano de imagen noventero. ¿No pensaste en darle un aspecto más envejecido?

Intentamos no ser efectistas. Me daba miedo que nos desviáramos mucho hacia la parte nostálgica de la época, así que intentamos no forzarlo. Tampoco con la ropa y que pareciera que los actores fueran como disfrazados. Para ello nos sirvió mucho ver programas tipo Informe Semanal, revistas de la época…al ver la peli la gente tiene la sensación de que el 92 ocurrió hace menos tiempo de lo que en realidad es. ¡Hace ya casi treinta años! (se ríe)

¿Y el formato de la película? Es como rectangular, algo muy poco habitual.

Eso nos permitía estar muy cerca de Celia (a la que da vida la joven Andrea Fandos), ya que es una película sobre ella y sobre su viaje; la idea era tratar de entender las cosas a través de su mirada y captar sus reacciones y sus gestos, permanecer más centrado en ella, en esos ojos fascinantes. Andrea es una niña muy empática que conseguía transmitir solo con la mirada, con un girar de ojos conseguía el efecto que yo deseaba. Tiene un talento natural para la actuación.

Ese saber estar de Andrea, de saber escuchar, ¿ella es así de verdad o es algo entrenado para el personaje?

El personaje estaba pensado para ser una niña tímida, no siempre introvertida pero sí con ciertas reservas. Durante el casting buscábamos niñas que encajaran con el personaje y Andrea era exactamente así, tenía además una enorme capacidad para empatizar, para ir modulando sus emociones. Se ponía en la piel de su personaje, lo entendía y reaccionaba como él. Cada día de rodaje me fascinaba más.

Y hay mucha improvisación, porque ni ella ni ninguna de las niñas llegaron nunca a leer el guion, sino que en los ensayos nos juntábamos para conocernos y hacernos amigas. Íbamos al parque de atracciones, a merendar y después hacíamos “sesiones temporales” de cómo era 1992: veíamos Sensación de Vivir, la MTV, contábamos expresiones que usábamos, etc. Y el día a día en un colegio de monjas: les enseñamos a rezar, a hacer la fila, a cómo caminar por el pasillo. Fue muy divertido. Jugábamos. Jugué mucho con ellas.

Pilar es como una niña, tiene mirada de niña. Tiene ese punto de emoción. Empezó a dirigir cortos en 2005 y un día lo dejó todo y se fue tres años y medio a Sarajevo, donde estudió un Master en dirección impartido por el mismísimo Bela Tarr, leyenda viva del cine europeo. “Ahora estoy viviendo, por primera vez en mi vida, la experiencia de que me entrevisten, de sentir una cierta curiosidad por los medios españoles. Una película resuena más. Un corto tiene un poquito menos de visibilidad”. Sonríe. Y en esa sonrisa uno ve a Celia y a las niñas, y entiende que Pilar nunca dejó de ser una.

 

Trailer de Las Niñas:

 

Confinamientos voluntarios, vacío, egoísmo y todo lo que saca el miedo.

Confinamientos voluntarios, vacío, egoísmo y todo lo que saca el miedo.

Tenía pendiente hace bastantes días esta novela que ha sacado recientemente Gatopardo y lo cierto es que me ha costado acabarla. No porque no me haya gustado sino porque las circunstancias que estamos viviendo con el confinamiento son duras. Hablando con personas creativas de mi entorno la sensación es compartida, todos tenemos muchas preocupaciones de índole diversa y concentrarse cuesta mucho. Aun así, lo cierto es que es importante mantenerse ocupado e intentar aprovechar el tiempo. Por una cosa u otra, el contenido cultural que consumimos estos días suele hacernos reflexionar sobre la situación excepcional que estamos viviendo. No tengo claro si es por eso por lo que el libro de Alexandra Kleeman me ha hecho pensar en ello, sea como sea, lo cierto es que las reflexiones que la novela evoca son plenamente pertinentes para el momento presente.

Tú también puedes tener un cuerpo como el mío es una novela que podríamos catalogar de distopía, aunque la distopía novelada es tan similar con la realidad que prácticamente parece una descripción dramatizada de la sociedad contemporánea, similar a como funciona la novela Kentukis de Schweblin, de la que ya hablé aquí.

Nos encontramos en una sociedad desquiciada, una sociedad que ha dejado de creer en si misma. A, la protagonista del relato, es un ejemplo de ello, pasa los días mirando anuncios, concursos y programas de televisión y cuando no hace eso espía a sus vecinos. Todo aquello que ocurre en televisión tiene a menudo una intención morbosa o comercial, busca impresionar al espectador y lo consigue de una forma tremendamente fácil, ya que nada de lo que ocurre fuera de la pantalla parece tener ningún tipo de interés. A se siente resignada a encontrar su función en el mundo, todo lo que les ocurre a los demás parece más interesante y se limita a observarlos y obsesionarse con ellos. Suple sus frustraciones con el consumo de productos alimenticios o de belleza o se conforma con el simple deseo de poseerlos ya que prácticamente solo se alimenta a base de naranjas.

A se encuentra socialmente aislada y prácticamente solo tiene contacto con B, su compañera de piso, y con C, su novio. Mantiene una fuerte dependencia emocional con ambos aunque su relación con ellos no se puede catalogar de agradable. Esta dependencia obsesiva parece sin duda fruto del propio vacío, de una inseguridad respecto a sí misma que genera la necesidad casi desesperada, de contar con algún apoyo humano, aunque este se dé por medio del silencio o la incomunicación. Durante toda la novela A piensa mucho en B y en C pero a menudo no dialoga con ellos. Lo mismo le ocurre a su compañera B, que está muy obsesionada con ella y le provoca una intensa inseguridad encontrarse sola en casa sin A, pero cuando está con ella es incapaz de prestar atención a nada de lo que esta le dice. Lo mismo o peor le ocurre con su novio C. La mayor parte del tiempo que están juntos están viendo la televisión y cuando se acuestan siempre lo hacen con películas porno de fondo. En la novela se expone un concepto que me parece muy interesante que es la delgadez del presente. Todo el mundo está siempre haciendo dos o tres cosas a la vez porque el presente por sí mismo no tiene ningún valor, es insuficiente. Encontrarnos solos en el presente y nada más es incluso aterrador y siempre que hacemos algo estamos pensando o haciendo otra cosa a la vez. Eso hace que las experiencias se difuminen casi al instante, se vuelvan borrosas y según la propia A terminamos por añadir capas de realidad a la fantasía y capas de fantasía a la realidad.

Uno no acaba por entender por qué A sigue con C, nunca se hacen caso el uno al otro, no se escuchan, no hablan y cuando lo hacen a menudo se desprecian, se aburren. Sin embargo A se aferra a él, el temor a la soledad es demasiado grande y la alternativa poco prometedora, no hay nada ni nadie mejor ahí fuera. Parece que los personajes se llamen A, B y C porque podrían ser cualquiera, podrían ser intercambiables, todas las vidas son similares y todas buscan parecerse a los demás. Es algo en que la novela parece hacer mucho hincapié, todos se odian a si mismos y a los demás pero aún así buscan parecerse desesperadamente, mimetismo por falta de identidad. Se crea un dilema entre la adaptación o la nada. A su vez, cuando más profunda es la sensación de la nada más se busca encontrar cualquier excusa, por más perversa que sea, para hacer algo diferente, salir de esa espiral de monotonía. Es cuando llega la amoralidad, el sálvese quien pueda, utilizar a los demás bajo la promesa del beneficio propio aunque sea a expensas del desgaste psicológico de los otros. Sin duda esta sensación de vacío nos debe resultar familiar a muchos estos días.

Vivimos acostumbrados a estar activos y cuando se nos pide que paremos durante tanto tiempo pueden salir muchos monstruos. El coronavirus puede ser motivo de divorcios, de violencia o incluso de crímenes como ya ha pasado en China, pero también puede ser creativo y revelador en un sentido radicalmente opuesto. Las crisis sirven también para esto, escuchar al que tenemos al lado, saber con quién y con que podemos contar, investigar quien somos, que queremos ser, repensarnos, comunicarnos. Sin duda Kleeman nos está poniendo frente a un espejo y nos muestra como nos llegamos a conformar con llevar vidas vacías. Yo siempre trato de ser profundamente optimista, el optimismo es lo único que nos puede hacer seguir a delante pese a las adversidades y siempre le doy la vuelta a estos relatos apocalípticos. El mensaje que podemos extraer es que necesitamos más que nunca ser exigentes con nosotros mismos, sacar la fuerza para analizar lo que nos está ocurriendo y encontrar cómo podemos salir de esta espiral de apatía de forma propositiva. 

La novela da un cambio importante a partir del momento en que los vecinos de A y B desaparecen de forma abrupta. El ambiente general empieza a trastornarse, padres de familia empiezan a desaparecer huyendo de sus asfixiantes contextos y las grandes empresas, sectas y religiones de diversa índole parecen interesadas en confundir, frustrar y trastornar a los individuos. Esto también me parece un poderoso mensaje de alerta que la novela nos manda. Nada resulta más fácil para aquellos que mueven los hilos o pretenden moverlos que aprovecharse de una situación en que los individuos ya están de por sí confundidos y no parece que exista una tormenta perfecta mejor que la que estamos viviendo ahora con el coronavirus por bandera. La novela explica de una forma bastante perturbadora cómo poderes invisibles pueden conseguir que los individuos se anulen a sí mismos por voluntad propia y se conviertan en policías unos de otros controlándose y delatándose de la misma manera como ya está sucediendo hoy con los chivatos de balcón y que tiene unas reminiscencias inquisitoriales que para nada son buenos recuerdos.

Efectivamente, como A, B y C nos encontramos perdidos, nos estamos buscando y parece que centremos nuestros esfuerzos en buscar retornar a un pasado más feliz, controlado, idílico. Pero no podemos conformarnos con replicar lo que ya hemos vivido, lo que ya conocemos. Si todo es sustituible acabamos por llegar a un comercio de los efectos en el que todo vale, cualquier persona sirve y la individualidad de cada uno no cuenta, no es relevante. Creo que el momento presente nos pide más. Parece ser que nada va a volver a ser igual y nos toca reinventarnos, conocernos más, conocer a quien tenemos al lado. Parafraseando a Zizek, que por cierto tiene el premio al más rápido en la carrera por sacar tajada económica y mediática a la pandemia, ¡Bienvenidos a tiempos interesantes!