por Elio Ronco Bonvehí | Feb 5, 2019 | Críticas, Música |
Magdalena Kožená y Mitsuko Uchida se reunieron en el Palau de la Música de Barcelona -dentro de una gira que las llevó, además, a Bilbao y Praga- para interpretar una selección de canciones de Schumann, Wolf, Dvořák y Schönberg. El resultado fue un concierto fascinante, en el que ambas artistas mostraron una gran compenetración.
Mitsuko Uchida es una extraordinaria pianista que se desenvuelve igual de bien como solista que como acompañante. Su dominio de la pulsación fue clave en un repertorio que exige gran control del sonido, como por ejemplo en las expresivas harmonías de «Auf in altes Bild» de Wolf, o en las sutiles «Nixe Binsefuss» de Wolf y «Ó duše drahá, jedinká» de Dvořák. Brilló también en los fragmentos más humorísticos, como el final de «Abschied» de Wolf, o en los Brettl-Lieder de Schönberg.
Hace casi veinte años que una jovencísima Magdalena Kožená (la pronunciación seria algo así como Kózhenaa, alargando la «a» final) gravó el álbum Love Songs, con canciones de Dvořák, Janáček y Martinů. Ese disco, que habré escuchado miles de veces desde entonces, supuso mi primer contacto con la música y la lengua checa, y nunca he encontrado otras versiones de este repertorio que se le puedan comparar. Precisamente con el ciclo de ocho canciones de Dvořák (Pisně milostné, op. 83) que daba título al disco empezó la segunda parte del recital, y si esa grabación con Graham Johnson al piano era de referencia, su versión con Uchida, resultó incluso superior. La pianista japonesa imprime mayor delicadeza a las melancólicas canciones, y la voz de Kožená no ha perdido ni un ápice de belleza ni expresividad. La mezzo checa estuvo igual de inspirada en la selección de Hugo Wolf, pero sobretodo deslumbró con los Brettl-Lieder de Schönberg, con un fraseo seductor adecuado a las canciones de cabaret. Se permitió incluso sorprender al público en la divertida «Arie aus dem Spiegel von Arcadia«, cantando la segunda estrofa sin impostar la voz, como una cantante de cabaret.
Globalmente, el recital no podría haber salido mejor. Sin embargo, se echo de menos esa sensación de comunión entre público y artistas que distingue a las veladas memorables. Y la culpa fue precisamente del público – o, para ser justos, parte de él. Ya es habitual en el Palau encontrar un ambiente ruidoso durante los conciertos, especialmente en los más económicos, que suelen llenar-se de turistas que quieren visitar la sala, y por algo más de lo que les cuesta la visita guiada tienen un concierto. Pero la situación se está volviendo insostenible, hasta el punto de que las propias artistas mostraron en varias ocasiones su malestar. No detuvieron el concierto para reprender al público, como si hizo Barenboim un año atrás en la misma sala, pero sus miradas y sus gestos dejaban claro que no les parecía normal lo que ocurría, y no es para menos: sonidos de teléfonos (tres llamadas y numerosos mensajes), alarmas de reloj (¡¡quien necesita todavía el molesto pitido de la hora en punto!!), monedas cayendo por el suelo, perros ladrando cerca de los cristales pobremente insonorizados de la sala, un par de personas sonándose ruidosamente durante todo el concierto y, por supuesto, tos, mucha tos. ¡Ah, la tos! En una decena de canciones una tos ostentosa interrumpió la última nota o el último acorde de la pieza, destrozando el efecto de la música. No hace falta tener un oido muy entrenado para distinguir entre una tos inevitable, fruto de un acto reflejo que sorprende al propio individuo, y esa tos controlada, provocada por uno mismo. Y era esto último lo que sonó incesantemente en el Palau, junto a un constante y totalmente evitable carraspeo que era un insulto para los músicos y el resto del público. ¡Ni qué se prepararan para dar un discurso! Por suerte, Uchida y Kožená son grandes profesionales, y la calidad de su interpretación no se vio afectada, pero era ya imposible para el público conseguir ese estado de concentración completa.
por Rubén Fausto Murillo | Ene 31, 2019 | Críticas, Música |
La historia de la Noruega moderna nace oficialmente en 1814 con la firma del tratado de Kiel, acuerdo que oficialmente posibilitó la separación de lo que hoy conocemos como Noruega, del antiguo reino de Dinamarca-Noruega. Digo oficialmente, porque las cosas fueron mucho más complejas como todo en la realidad. Pero ya se sabe, hay que ponerle fecha al nacimiento de un nuevo estado y el siglo XIX, con su romanticismo, gustaba de grandes gestas fundacionales y de, sobre todo, lejanos y míticos orígenes que cimentaran las esencias de ese nuevo ente llamado patria. Lo que pocos toman en cuenta es la importancia que siempre ha tenido en el imaginario colectivo noruego su tradición musical; en concreto, cuando en 1879 E. Grieg junto a otros destacados músicos, funda la Kristiania Musikerforening, lo hace porque en varios países del continente se estaban organizando asociaciones musicales que buscaban articular a la población entorno al canto coral o la organización de conciertos públicos. La música, cumple en esos momentos, con un papel de aglutinante social: los noruegos, así como los alemanes en sus tierras y los catalanes en las suyas, se sentían íntimamente unidos a sus raíces y a su tierra, gracias a estas manifestaciones artísticas.
Para 1919, se fundará la que ahora conocemos como la Orquesta Filarmónica de Oslo, que siempre ha sido uno de los grandes orgullos de su población, por representar parte de lo más granado de su cultura, y de ello, da muestra en el enorme nivel artístico que siempre ha mantenido.
En 1979, un jovencísimo Mariss Jansons, fue nombrado su director titular iniciando el periodo de mayor brillo internacional de la orquesta. Muchos recuerdan aquellos años como los años dorados de la orquesta. Sin que el nivel de la orquesta decayera a su partida en 2002, lo cierto es que la sensación de estar ante un grande de la dirección al frente, se había perdido. En 2013, tal sensación se recuperó, el nombramiento en esta ocasión recayó en el ruso Vasily Petrenko que, hasta la fecha, la lidera con mano maestra y que, de nueva cuenta, ha logrado hechizar con su trabajo tanto a sus músicos, como al público que asiste a sus conciertos. Estamos hablando de un absoluto maestro que no ha dejado de crecer y que promete dar lo mejor de si en los próximos años.
El pasado martes 28 de enero en el Palau de la Música los barceloneses tuvimos la oportunidad de disfrutar de un concierto realmente brillantísimo, donde la Filarmónica de Oslo, dio cabal muestra de su enorme estatura artística. El programa del concierto estaba integrado por el Concierto para piano Núm. 2, en Si bemol mayor, op.83 de J. Brahms, cuya parte solista fue interpretada por el maestro S. Trpčeski. Completándose este, tras una media parte, con la interpretación de una de las grandes obras del romanticismo ruso: Shéhérezade, op.35 de N. Rimski-Kórsakov.
La sensación de una naturalidad absoluta invadió el concierto de principio a fin. La orquesta cuenta con una personalidad sonora indiscutible, trabajada por décadas y revela a una agrupación de primer nivel. Estamos hablando de cuidar que cada elemento que ingrese en la organización tenga un altísimo nivel artístico y que, además, podrá fundirse con el grupo como uno más. Para ello se cuida incluso la marca de los instrumentos que sus músicos utilizan, así, por ejemplo, en algún momento se decidió que las maderas todas han de utilizar un mismo sistema de ejecución, que el caso de nuestra orquesta es muy probable que sea el alemán. Con ello, te garantizas un sonido uniforme y bien empastado en todas las secciones. Lo mismo en todas las secciones, porque de lo que se trata es de formar un organismo perfectamente bien ensamblando, y justamente, lo que el pasado martes pudimos disfrutar fue de una orquesta impresionante, con un maestro de primer nivel al frente.
Trpčeski es un pianista que no solo muestra una solida preparación técnica y musical, si no que es realmente un músico de enormes proposiciones, logrando una lectura espléndida del concierto de Brahms, que si bien tuvo algunas notas falsas, ello no impidió que la música fluyera por todas partes, hasta los más grandes dan notas falsas, pero solo muy pocos logran emocionar como lo hizo Trpčeski.
Shéhérezade, es ese tipo de obra que o te roba el corazón desde la primera nota, o pasas los más terribles 45 minutos de tu vida. En este caso, ya solo el primer acorde, demostró que Petrenko es un maestro con mayúsculas, dando vida y lustres a una obra que ha sido tan mal tocada por tantos años. En sus manos, una obra tan de repertorio volvió a sonar con una frescura y una intensidad sobrecogedora. El control total de la orquesta, es administrada con una técnica parca pero muy efectiva y nada se escapa a su control, todo está en la medida justa y con el color necesario, es como si a una vieja “Matrioshka” que siempre hemos querido mucho y que llevara años juntando polvo, le hubiéramos pasado un paño con esmero y de súbito, ese objeto tan querido, recobrara sus colores y sus formas tan propias, en manos de Petrenko, la Shéhérezade recobró toda la luz y la magia que le son propios.
Generoso fue incluso al dar al público congregado, dos propinas tras una enorme ovación. La primera de ellas fue la mañana de Peer Gynt, no se me ocurre nada más noruego que esta maravillosa música, que sonó de manera tan delicada y elegante que confirmó lo que había demostrado a lo largo de todo el concierto: estamos ante una orquesta de primer nivel y ante un maestro que dará mucho que hablar en los próximos años. Seguimos
por Víctor Aguado Machuca | Ene 30, 2019 | Críticas, Música |
Con demasiada frecuencia se habla del equilibrio entre construcción y expresión en la Sinfonía n.º 6 en la menor de Gustav Mahler. La tematización narrativa de contenidos y motivos trascendentes rige a menudo el estudio de esta obra; el carácter trágico, la naturaleza sorpresiva o lo aparentemente casual, inesperado y fragmentario se han convertido en lugares comunes a la hora de interpretarla. Supuestamente con ella asistimos al intento de describir la estructura de la realidad: «En el fuego sagrado de momentos de milicia y apremio procede un sonido que se resuelve en aberturas disruptivas. Una síntesis poética de “la lucha del hombre contra el destino” bien traducida por esa atmósfera de gran impacto emocional que se mueve entre instantes de aliento vigoroso y otros de conmovedor lamento. Entre instantes de vibrante pasión y otros de luminosa expresividad» (trad. nuestra: «Nel sacro fuoco di momenti di marziale e incalzante procedere sonoro che risolvono in aperture dirompenti. Una sintesi poetica di “lotta dell’uomo contro il destino” ben resa da quell’atmosfera di grande impatto emotivo che muove tra attimi di respiro vigoroso ad altri di struggente rimpianto. Tra attimi di vibrante passione e altri di luminosa espressività»). Estas líneas de Luisa Sclocchis —que aparecen bajo el título «Milano: Chailly disvela l’universo poetico della Sesta di Mahler» en la revista italiana Le Salon Musical el 17 de enero de 2019, con motivo del estreno de la nueva gira mahleriana de Riccardo Chailly con la Filarmonica della Scala— evocan dos imágenes mutuamente contradictorias que se negocian, sin preferencia, a lo largo de toda la obra. La interpretación de Chailly con la Filarmonica della Scala el 24 de enero de 2019 en Ibermúsica, en el Auditorio Nacional de Música de Madrid, supone un importante avance en la comprensión de la Sinfonía n.º 6 de Mahler en ese sentido; vamos a señalar tan sólo dos aspectos de este concierto: uno técnico y otro que tiene que ver con el propio lenguaje de la interpretación.
Como en ningún otro director de orquesta, Chailly presenta un verdadero replanteamiento de los elementos expresivos de la obra, gracias a un excelente refinamiento técnico y una presentación depurada de las voces; exceptuando algunas entradas erróneas de los violoncellos durante el primer movimiento, como ya sucedió con la trompa en el concierto precedente, vid. la reseña de Carlo Bellora para la revista italiana Musica de este mismo concierto en el Teatro alla Scala de Milán, celebrado el 19 de enero de 2019: «Peccato, davvero peccato che subito dopo si ascolti un leggero infortunio del corno francese (non l’unico per la verità)»; errores tal vez producidos por la premura que exige una gira como ésta: 17, 18 y 19 de enero en Milán, 23 y 24 en Madrid, 25 en París, 26 en Dortmund, 28 en Ámsterdam, 29 en Luxemburgo, etc. La originalidad de la nueva interpretación de Chailly de la Sinfonía n.º 6 de Mahler se cifra en la consecución de una perfecta autonomía de las voces en la instrumentación y, en especial, en los cambios de tempo dentro de las distintas secciones de cada uno de los cuatro movimientos. Eso sí: con exageración en los accelerandos y rittardandos; excesiva intensidad en las inflexiones, tensiones y contradicciones de la obra; énfasis en la expresividad que por momentos degenera en ornamento…; en esta nueva revisión de Chailly encontramos importantes diferencias respecto de las versiones recientes de otros directores, como la de su maestro Claudio Abbado en 2006, a cargo de la Lucerne Festival Orchestra.
La duración del primer movimiento en la interpretación de Chailly en el Auditorio Nacional de Música de Madrid fue de 24:10 minutos; más lento que en la versión de Abbado (23:40), a pesar de tener un pulso más rápido (si bien no tanto como en su famosa grabación para el DVD Mahler’s Symphony No. 6, Gewandhaus-Orchester & Riccardo Chailly, Leipzig, Accentus Music, 2013; pero más que cualquier versión conocida de Abbado). La diferencia temporal se acentúa todavía más en el segundo movimiento, con una duración de 16:40 en el concierto de Chailly en Madrid; dos minutos más lento, pese a mantener el pulso más acelerado, que la versión de Abbado en Lucerna. Esta diferencia estriba en la reducción excesiva de la velocidad realizada por Chailly en las partes más pausadas de los dos primeros movimientos. El tercer y el cuarto movimiento se asemejan bastante en ambas versiones en cuanto a la duración (Chailly: 12:30, 31:50; Abbado: 12:50, 30:50) y a la velocidad interna. Todo depende de cómo se interpreten las indicaciones de Mahler a este respecto: «a Tempo subito», «Stets das gleiche Tempo», «Allmählig wieder zum Tempo ubergehen», etc. Ciertamente, la oscilación del tempo en la lectura de Chailly es empleada como técnica conformable de una dirección orquestal más expresiva, pero que no se preocupa de las exigencias constructivas (o gramaticales) de la obra de Mahler; porque es justamente este concepto el que ha desaparecido del vocabulario interpretativo de Chailly: «Mahler se encuentra más cerca de mi generación, tanto por el momento histórico como por el lenguaje musical, un lenguaje complicado, pero no para nosotros, nosotros tenemos una gran facilidad para entender el lenguaje de Mahler. (…) Quizás hace unos años era más difícil dirigir una sinfonía de Mahler, porque técnicamente son muy difíciles de estudiar, pero gracias a la técnica que utilizamos hoy en día y por haberme enfrentado mucho antes a los compositores más contemporáneos y a sus obras, yo no encuentro las dificultades que podría tener para interpretarlo la generación de mi padre, por ejemplo. En cambio la dificultad ésta con Mozart, es una dificultad estrictamente musical, interpretativa» (R. Chailly entrevistado por Gonzalo Alonso cuando accedió a la titularidad del Concertgebouw en 1988).
Para Chailly la dificultad de las sinfonías de Mahler no reside en la interpretación del lenguaje musical, sino en la complejidad técnica de la propia orquestación, perfectamente controlada con algunas de las estrategias antes mencionadas. Pero en la medida en que su lectura tecnifica los componentes expresivos de la obra, ésta se embarga en lo que respecta a su configuración estructural. La versión de Abbado de 2006 en Lucerna, por el contrario, gracias a un ascetismo que pone suficiente coto a la efectividad de la expresión, resulta mucho más sugestiva que la de Chailly de 2019 en Madrid, precisamente porque no enfatiza las tensiones internas de la obra con modulaciones de velocidad, sino a través de la estratificación temporal, atendiendo a la materialidad sonora de los elementos de la obra antes que a su presumible significado trascendente. Con Abbado todas las voces se independizan de los requisitos representativos de expresividad y cobran un repentino sentido constructivo, mientras que con Chailly, la virtud de su interpretación —la expresión mediante el logro de la autonomía y protagonismo de las voces en la instrumentación, y la modulación sobresaliente del tempo— se acentúa hasta la indiferencia de la organización constructiva del discurso sinfónico. Veamos un ejemplo. En la Sinfonía n.º 6 de Mahler, el pasaje central del primer movimiento en el que aparece por primera vez el sonido de los cencerros se encuentra fuera del marco narrativo de la obra. Para resaltar su independencia, la lectura de Chailly atribuye un significado trascendente a esta parte, a saber, un instante banal, de tranquilidad pastoral, en oposición a la lucha agónica del resto de la sinfonía. El problema de Chailly es el de la representación: su lectura conserva este significado trascendente toda vez que se repite el pasaje. En la de Abbado, sin embargo, a medida que el sonido de los cencerros reaparece, el pasaje se matiza y penetra en la estructura discursiva de la sinfonía, porque no se establecen relaciones trascendentes entre el pasaje y la estructura sinfónica, sino un régimen interpretativo derivado de las posibilidades y propiedades inmanentes a la forma musical. Es cierto que el sonido de los cencerros no puede entenderse sin la mediación de otro lenguaje, pero en la versión de Abbado el pasaje no se repite como en la de Chailly —según creemos— por transferencia a otro lenguaje cognitivo, emocional o socio-afectivo, sino mediante una multiplicidad de transposiciones entre el lenguaje de la composición y el metalenguaje de la interpretación musical.
Resulta evidente que esos momentos de banalidad, tan recurrentes en las obras de Mahler, no son injertos ocasionales y frívolos en la estructura sinfónica, desplazamientos irónicos, parábasis o interrupciones dirigidas contra el gusto pequeñoburgués del público. El sonido de los cencerros son «alegorías de lo inferior»: «En ninguna parte lo banal que [Mahler] cita lo deja banal. Al hacerse elocuente se compenetra también con la composición. Con ello intenta reparar algo de la injusticia primordial que el lenguaje musical artístico tuvo que ejercer cuando, a fin de realizarse, excluyó de sí todo lo que no encajaba con sus premisas sociales (…). Quien ha admitido lo inferior como estrato de la composición, compone de abajo arriba. Este sinfonismo se sabe poseedor de ninguna totalidad, a no ser la que asciende de la estratificación temporal de sus campos individuales. Si el ideal musical del Clasicismo vienés, en el cual la totalidad afirmaba incontrovertiblemente la prelación, podía compararse con el dramático, el de Mahler es épico, emparentado con la gran novela [en referencia a Dostoyevski]» (Th. W. Adorno, Escritos Musicales I-III, Madrid, Akal, 2006, p. 336). El compromiso de Adorno con estos motivos banales y aparentemente ocasionales —como los producidos por el sonido de los cencerros en la Sinfonía n.º 6, o también por el uso de las castañuelas en el tercer movimiento de ésta, Scherzo— manifiesta una profunda comprensión de la dialéctica mahleriana respecto a la tradición. En su nueva interpretación de la Sexta de Mahler presentada el 24 de enero de 2019 en Madrid, Chailly olvida que esta obra recupera la gran estructura sinfónica a la vez que repudia su sistema: «Quizá el muy invocado carácter trágico de la Sexta sinfonía mismo es expresión del contexto de inmanencia en el que la composición de Mahler se intensificó. Así como éste no tolera ninguna escapatoria, así en el gran final de la Sexta sinfonía la vida palpita no para ser alcanzada desde fuera por los golpes de martillo, sino para desmoronarse en sí misma: el élan vital [impulso vital] se revela como la enfermedad para la muerte. El movimiento combina las poderosas elevaciones de la gran novela, con la obligatoria densidad del trabajo temático: redención de la idea sinfónica simultáneamente con su suspensión» (Ibíd., p. 340). Su cumplimento se produce sin conservar nada de ella: esta sinfonía es trágica precisamente porque su estructura interna acata y al mismo tiempo destruye la forma clásica.
por Rubén Fausto Murillo | Ene 26, 2019 | Críticas, Música |
Hay ocasiones en la historia en que un artista percibe el signo del tiempo en el que vive. Su alta sensibilidad permite a este ser, de manera totalmente personal, atisbar y manifestar al mundo mediante su obra, una imagen nítida de lo que se encuentra flotando en el ambiente en que cada día los seres comunes vivimos. Las obras así creadas, se encuentran rodeadas de un aura especial, y tal consideración no estriba solo en su alta factura artística, que suele ser altísima, si no en lo que estas creaciones trasmiten a quienes se aproximan a ellas.
La Sinfonía Número 9 en Re menor de G. Mahler es sin duda una obra creada bajo este signo. Los primeros esbozos están fechados en 1908, pero no es hasta abril de 1910 que Mahler finaliza su composición. Terribles sucesos en la vida del maestro acompañaron su escritura: el verano anterior al inicio de la obra, la muerte de su hija mayor María lo devastó interiormente; a ello se sumó, la detección de una cardiopatía que finalmente lo mataría tres años después y el descubrimiento tras el glorioso estreno de su octava sinfonía en Múnich de que su esposa Alma, mantenía una relación amorosa con el arquitecto Walter Gropius.
En medio de este estado, Mahler cansado de luchar ya 10 años al frente de la Ópera Imperial en Viena, aceptó un jugoso contrato en Nueva York debutando en el Metropolitan Opera House el 1 de enero de 1908, dirigiendo Tristán e Isolda. Pese a que en un primer momento el maestro se encontró feliz tanto con la ciudad como sobre todo con el abultado sueldo que percibía, la verdad es que las últimas tres temporadas de conciertos de su vida, las pasó lleno de disputas e incomprensión por parte de los miembros de la junta directiva de la Filarmónica de Nueva York, que no ponían en duda su alto nivel artístico (aunque alguna buena señora le dio consejos sobre cómo debía dirigir correctamente Beethoven), si no su gusto por programar obras de nueva creación, para el público de la época, autores como A. Bruckner,R. Strauss, E. Chabrier, C.Debussy, G. Enesco, eran demasiado modernos y ello llevó consigo, que la crítica maltratara ferozmente a Mahler con demasiada frecuencia. Mahler, acostumbrado a imponer su voluntad, nunca se amilanó ni ante la junta directiva que cada vez dudaba más de seguir contando con sus servicios, ni ante una crítica que jamás supo comprender el enorme artista que tenían enfrente.
En medio de toda esta convulsión, Malher escribió la que sería su última sinfonía concluida. Él mismo lo percibía y siendo tan supersticioso, se negó mucho tiempo a numerar la obra: las figuras de Beethoven y Brukcner que no compusieron más que 9 sinfonías, pesaban demasiado en su inconsciente; era como si al numerar la obra firmara su sentencia de muerte.
Finalmente, el primero de abril de 1910 la concluyó y numeró, sabía que era la última obra que podría concluir, y de ello deja numerosas muestras a lo largo de la partitura, que es sin duda, un adiós a la vida, el adiós de también una época que estaba a punto de romperse en mil pedazos, ante el estallido de la Primera Guerra Mundial que iniciaría en julio de 1914 y destruiría el mundo en el que vivió y trabajó el maestro. Pese a que el mismo Mahler decía que a Viena todo llega más tarde, con lo cual había que esperar el fin del mundo ahí, el fin de ese mundo llegó y nada quedó en pie de él, concluida la contienda. La inminencia de lo trágico se percibe en cada uno de los 4 movimientos de la obra que concluyen con conmovedor y extenso Adagio que es como un hondo suspiro del maestro, como si en el fuera ese último aliento de vida.
La obra está reservada solo para las grandes orquestas y los grandes directores, y fue el caso del pasado jueves 17 de enero en el Auditori de la capital catalana, la Sinfónica de Düsseldorf dirigida por su titular el maestro Ádám Fischer presentó una espléndida lectura de la obra mahleriana. De principio a fin, Fischer demostró porqué es considerado uno de los referentes en la interpretación del maestro austriaco. El grado de mimetización que ha tenido con la obra a través de los años que lleva trabajando en ella, es tal, que cuando la dirige, la transición de sus intenciones es nítida y fluida. Es imposible no sentirse abrumado ante algo tan hondo y tan bien trabajado, verlo en el pódium trabajar, es ver a un absoluto maestro en contacto íntimo con una obra que en ese momento es la expresión del mismo Fischer.
La orquesta de Düsseldorf es de esas orquestas que cuentan con un largo y glorioso pasado artístico; entre los maestros que han dirigido su destino, están nombres como R. Schumann o F. Mendelssohn. A lo largo de estos años, han sabido mantener una calidad altísima y sobre todo una personalidad que la hacen mantener un sonido muy particular. La tradición musical Renana, vive en esta centenaria orquesta, dirigida en estos momentos por un Ádám Fischer maduro y en un momento artístico maravilloso. Todos los elementos confluyeron para que la noche del pasado 17 de enero, el público que llenó la sala Pau Casal del Auditori, viviera una interpretación maravillosa, de una obra que expresa cosas realmente profundas, una lectura de esas que dejan huella en el alma, del que tiene la fortuna de presenciarlas. Al salir del concierto, uno quiere mantener el silencio creado dentro de sí, pues dentro están depositados grandes mensajes que han de ser paladeados con calma. La novena sinfonía de G. Mahler es de esas obras, que después de sonar, resuenan en el alma de cada uno de nosotros. Seguimos
por Rubén Fausto Murillo | Ene 23, 2019 | Críticas, Música |
Aún recuerdo con cierta nostalgia la primera vez que tuve oportunidad de escuchar una obra barroca tocada con instrumentos de la época. No recuerdo bien el dato, pero tendría yo no más de 12 años, y en la radio cultural que se escuchaba en casa, anunciaron el «Stabat Mater» de Pergolesi, interpretado por N. Harnoncourt. Aun me emociono cuando traigo a mi memoria ese primer contacto, porque recuerdo que me pareció una absoluta revelación; una obra que había escuchado muchas ocasiones en mi infancia, cantada a la manera romántica, y que he de confesar, me aburría soberanamente, de súbito, sonaba tan llena de vida, impregnada de tanta luz y al mismo tiempo cargada de un dramatismo que jamás había percibido en ella. De repente, me volví un converso irredento de esta manera de hacer música y nombres como los de Harnoncourt, Leonhardt y Hogwood se convirtieron en estelares en el olimpo de mis afectos musicales.
Huelga decir, que, a mi llegada a Europa, estas tierras se convirtieron en el Edén para un enamorado de lo que ahora se llama “interpretaciones históricamente informadas”. El número de grupos que se dedican a trabajar de manera consistente de esta manera no deja de crecer y todas las grandes escuelas y conservatorios del continente, cuentan con un departamento dedicado a la “música antigua”, a ello se unen centros como la gran Schola Cantorum Basilensis, que es, sin lugar a duda, uno de los grandes referentes dentro de este apasionante mundo de la música antigua. Ahora bien, los grandes iniciadores de esta manera de hacer música han desaparecido y actualmente son J. E. Gardiner, T. Koopman, W. Christie, P. Herreweghe o R. Jacobs entre otros grandes nombres, los que más brillan y son un referente dentro de este mundo. Pero todos estos maestros, actualmente han tomado una providencia que la anterior generación no tomó. Todos los maestros mencionados anteriormente, han fundado sus propios grupos y orquestas, han arriesgado incluso en la empresa su propio dinero y han unido su destino personal a la fortuna de estos grupos. En el pasado, era muy frecuente ver como orquestas y grupos de gran calidad musical y que eran dirigidas por un músico celebre, al desaparecer este maestro o se desintegraban o perdían notoriedad, eran grupos demasiado mimetizados con la figura carismática que los había fundado. Para superar este problema, esta segunda generación de directores ha decidido nombrar un director asociado, un músico joven y con carrera prometedora, que dé nueva vida al grupo. Con esta decisión, además, garantizan la consolidación de la agrupación independientemente de sus directores fundadores, pasando de ser solo un grupo musical en torno a un gran músico, a casi una institución estable y referente dentro de la música antigua.
En estos años, los músicos que han decidido formarse en la tradición histórica, se han beneficiado de todo el conocimiento recuperado por las generaciones anteriores. Actualmente, tenemos en los escenarios mundiales, grupos primorosamente formados y que garantizan la continuidad y la calidad dentro de la interpretación de las obras. Es el caso del grupo “Arcangelo” que el pasado miércoles 16 de enero se presentó en la sala Pau Casal del Auditori Barcelonés.
Arcangelo, es un grupo británico que, con tan solo 8 años de trabajo, se han hecho ya con un lugar destacado en el universo de la música antigua. Su director y fundador es el también británico Jonathan Cohen, que está realizando una brillante carrera internacional. Así, por ejemplo, entre su cada vez más apretada agenda no solo trabaja con regularidad al frente de su orquesta, sino que es además, director adjunto de Les Arts Florissants una de las más importantes orquestas, lo que nos habla del prestigio que acompaña a este talentoso músico.
El programa estaba integrado por 5 obras del periodo barroco, destacando mucho el famoso “Stabat Mater” de G.B.Pergolesi. A la orquesta se unían la soprano Emöke Baráth y el contratenor Maarten Engeltjes y ya desde el inicio del concierto, era claro que se estaba ante una orquesta de altísimo nivel. Con un sonido delicado y una precisión en cada fraseo y en cada articulación, la orquesta dio cátedra de musicalidad y buen gusto. Todo estaba perfectamente trabajado y en el justo lugar y proporción que tenía que guardar en relación con el todo. Cada gesto, cada nota, estaba donde tenía que estar, lo que permitía que la música fluyera con una belleza por momentos conmovedora. La maestra Baráth cuenta con un timbre vocal maravilloso, lleno de armónicos y que corre con dulzura por la sala. A ello, se une una técnica espléndida y sobre todo, un buen gusto y un saber hacer en cada momento; estamos ante una soprano que va construyendo una espléndida carrera. El contratenor holandés Maarten Engeltjes posee un timbre que, aunque pequeño, está muy bien trabajado, puede llegar a sufrir un poco en el registro grave, al no ser muy sonoras sus notas, pero una estupenda técnica hace que pase con total naturalidad por todos los registros de su voz dando una fluidez y una naturalidad a su línea de canto.
La interpretación del mencionado “Stabat Mater” fue realmente memorable. A la brillante voz de la maestra Baráth, se unía la densidad que imprimía Engeltjes en los números que compartían, todo esto acompañado con una elegancia y una discreción maravillosas por una orquesta que siempre estuvo en el lugar justo.
Recordé la emoción que viví en mi pubertad, cuando escuché por la radio esta misma obra. En esos momentos, fue la novedad de algo realmente brillante lo que me emocionó, pero lo que en esta ocasión me pareció maravilloso, fue como un grupo de verdaderos artistas pueden conmoverte y hacer que escuches una obra que conoces perfectamente, como si fuera la primera vez. Esto es saber hacer música de verdad. Seguimos.
por Irene Cueto | Ene 21, 2019 | Artículos, Críticas, MujeRes, Música |
Rosalía está de moda. Su álbum El mal querer (Sony Music), basado en una relación tóxica, fue estrenado en 2018 y supuso la catapulta que sorprendió al mercado musical con su tema de presentación Malamente, con el que ganó dos Premios Grammy Latinos. La crítica también se rindió ante este trabajo catalogándolo como uno de los mejores del año pasado aunque como no todo iba a ser un camino de rosas, la polémica se desató con el dilema de si en su trabajo hay apropiación cultural o no. Sin embargo, Rosalía ¿es más que Malamente o su trabajo no está al mismo nivel de esa gran presentación mundial?
El single Malamente, el trillado primer tema que supuso la revelación de este disco, presentó referencias unidas tradicionalmente -desde hace mucho tiempo- al mundo de los gitanos pero en el álbum no se quedan solo en este tema, sino que continúa con ellas, como sucede por ejemplo en relación a los toros o la religión. Esto tiene un halo de exotismo desde hace siglos, sobre todo como herencia del XIX, pero no deja de ser un estereotipo que se repite ad infinitum. En contraposición, uno de los motivos que enriquecen sus textos son algunos guiños lorquianos que aparecen en sus letras, que hacen que esa visión «tradicional» se vea en cierta manera enriquecida.
Por su parte, la estética visual acumula símbolos relacionados con lo anteriormente mencionado pero asociado también a una estética choni poligonera adornada con el mundo del motor. Un sonido elegante que contrasta con ese resultado visual que incluye uñas a lo Black Panther. Un auténtico contraste.
Otra de las características de este álbum es que se divide en capítulos con nombre propio que tienen también una referencia religiosa en determinados casos, como Liturgia (del tema Bagdad) o Éxtasis (de la canción Di mi nombre). De hecho, en la portada del disco ella aparece representada como si fuera la Virgen María con transparencias coronada por siete estrellas y encima de ellas la representación del Espíritu Santo en forma de paloma. En cambio, en bastantes fotos de cada uno de estos capítulos Rosalía tiene una apariencia que se puede relacionar con la de una Frida Kahlo contemporánea, especialmente en el tema Que no salga la luna, con una similitud con Las dos Fridas (1939).
Las influencias del flamenco también están presentes pero redefinidas bajo un nuevo prisma. ¿Apropiación cultural? No es algo nuevo, se lleva practicando en todos los géneros musicales desde hace mucho tiempo, incluida la música clásica, de manera que se utilizan elementos bajo una (re)visión artística personal a los que se pueden añadir otros estilos similares o muy diferentes para obtener un nuevo trabajo con diversas influencias.
El flamenco está presente en la voz de esta artista, el acompañamiento de la guitarra, la percusión corporal, los ritmos y la repetición de expresiones, como en Di mi nombre. Además, está fusionado con otros estilos como el rap, el pop y el cada vez más influyente trap, lo que hace que el resultado nos suene novedoso.
Para mí uno de los estilos más expresivos del flamenco lo constituyen las nanas. A pecho descubierto se transmite lo más íntimo. O no, dependiendo de la interpretación. En su Nana (capítulo 9: Concepción), Rosalía está a la altura de ese género aunque en su solo me sobró todo el sonido tecnológico que se añadió, ya que hubiera sido un tema aún más profundo sin ese sonoridad artificial que la envuelve.
Por tanto, El mal querer es un álbum que supone todo un descubrimiento que va mucho más allá del ritmo y la letra pegadiza de ese primer tema que me hizo pensar que tal vez su escucha fuera Malamente. No obstante, con el bombardeo -un tanto excesivo- que hemos recibido en los últimos meses sobre Rosalía, me planteo: ¿se quedará en un buen trabajo (casi) inicial, tirará por su propio y particular estilo o acabará abrazando la música (aún más) comercial como ya sucedió con tantos otros artistas?
(Fotos: rosalia.com y Cultura Genial)