«Ein Porträt des Künstlers als Toter» inaugura el Festival Infektion! de la Staatsoper

«Ein Porträt des Künstlers als Toter» inaugura el Festival Infektion! de la Staatsoper

«El curso de la historia, representado bajo el concepto de catástrofe, no puede reclamar del pensador más que el caleidoscopio en las manos de un niño, que a cada giro destruye lo ordenado para crear así un orden nuevo» (Walter Benjamin)

Un año más tiene lugar el festival Infektion! en la capital alemana. Esta vez cuenta con un programa escueto, con solo dos piezas de teatro musical -que se supone que es su objetivo- y tres citas de conciertos habituales, con programas con ya «clásicos» del repertorio contemporáneo como Mantra de Stockhausen.  Se abrió con Ein Porträt des Künstlers als Toter, un doble encargo de la Staatsoper y la bienal de Munich, con música de Franco Bridarolli; dirección y texto de Davide Carnevali (traducido por Sabine Heymann); escenografía y vestuario de Charlotte Pistorius;  y dramaturgia de Roman Reeger e interpretación (musical y teatral) de Daniele Pintaudi.

La obra comienza fuera de la sala, cuando Daniele Pintaudi nos explica el caso de una extraña carta que recibe de Argentina sobre un proceso judicial de una casa, en apariencia, de un posible familiar suyo. No queda muy claro si es parte de la obra o es una introducción para entender qué pasará después. Nos invita a pasar con él a la sala, donde nos avisa que nos lleva a su experiencia en Argentina. Allí, entonces, empieza aparentemente la ficción. Pero es una ficción muy al borde de lo real, pese a estar en un escenario construido como los platós de rodaje de las series norteamericanas, con el público al frente que tiene que reír en ciertos momentos. La casa, en Argentina, pertenece a un desaparecido, Franco Bridarolli, un compositor, cuya vida queda cruzada con un compositor polaco perseguido por la Gestapo. Daniele Pintaudi nos descubre la historia al mismo tiempo que la descubre él mismo, a través del espacio que, casi al final de la obra, nos invita a ocupar con él, para decubrir que toda la estancia, en apariencia un mero decorado de la casa que visitó en Argentina en 2015, está museizada (es decir, alguien la ha descubierto antes que nosotros, alguien ha, además, ordenado la mirada -que es, quizá, lo que hace un museo). De este modo se contruyen complejos planos temporales y espaciales, una suerte de cruce entre el pasado, el presente y los tiempos y lugares que pudieron tener lugar, pero no sucedieron, truncados por el destino político de los protagonistas omniscientes.

En este descubrimiento colectivo, incluso la constatación helada de que los que deberían estar ya no están ni podrán estar, se hace como una especie de novela de detectives como la que reivindicaban Benjamin o Krakauer. Benjamin nos cuenta en el Libro de los pasajes, cómo el interior de la vivienda se vuelve reflejo de la vida del burgués. Cada esquina se convierte en «su» rincón, se llena de significado. Las casas ya no son cuatro paredes donde dormir, sino que el interior del sujeto se vuelca en el interior del espacio. Y así es cómo los detectives descubren al malhechor, atendiendo a lo que no encaja en el habitáculo. En el caso de esta pieza, el espacio es un no-espacio: el de la vida interrumpida, el de la vida por construir, donde todo objeto cotidiano se convierte en huella, en símbolo de la vida que se esfuma. Así también se construye la música que invoca la vida de los dos compositores que no están: un material pequeño, recurrente, que se modifica y desenvuelve como si explorase todas sus aristas, las heridas del que ya no tiene voz. Las toca Pintaudi al piano como si, de alguna manera, los compositores que dejaron el apartamento volvieran a tener presencia mediante el material radicalmente sin presencia que es el sonido. Al mismo tiempo, que las obras aparezcan casi de forma casual nos llevan a la contemporánea crítica al autor -o, incluso, a su muerte, como pedía Barthes y como reza el título de la pieza-.  Al final de la obra, tras un anuncio por parte de la intendencia que nos vuelve a arrancar de cuajo de la historia y nos lleva, supuestamente, a la realidad -¿que no es más que otra ficción?- aparece Franco Bridarolli, que repite una de las piezas que ya hemos escuchado y, de alguna forma, conocemos. La aparición de Bridarolli desubica al espectador, que lo daba por desaparecido (es decir, nos explica de golpe que todo ha sido una ficción) pero, al mismo tiempo, en la medida en que toca el piano y escuchamos, nos introduce en el simulacro de lo que pensábamos que íbamos a ver, esto es, parcialmente un concierto. Una ironía sobre y en la misma obra, como la parábasis en el teatro griego.

Narrar los episodios dramáticos sin banalizarlos y sin convertirlos en una pantomima lacrimógena es una de las tareas fundamentales del arte que se enfrenta a cuestiones de memoria. En esta pieza, aparte de la compleja costrucción del tiempo y el espacio, que se confunden y acuden a lo que no fue y no estuvo, también se hace un homenaje a la gente normal, gente anónima a la que le tocó y toca cargar con el peso de decisiones desde despachos que no vemos. Los anónimos a los que hay que dar un nombre, que contar cómo fue, qué podría haber sido, sus ruidos, sus gestos, sus rastros. El reloj regalado por un familiar, las botellas de agua españolas, el paquete de tabaco, las manías de la rutina diaria -que se convierten en herramientas para rastrear a un sospechoso, que mira siempre por la ventana para constatar que lo están vigilando-, los libros leídos y por leer, la pipa. Nuestra propia vida y nuestros objetos se convierten en escenario de lo que somos. Pero sobre todo, de lo que nos dejaron ser. La pregunta que queda pendiendo en el aire es cómo se narra la historia de los que ya no tienen historia, cuya suspensión en el tiempo afecta aún a la vida cotidiana de otros seres normales del presente que se (nos) creían ajenos a esas historias que se esfumaron. De todo eso, con una actuación magistral de Daniele Pintaudi y un delicadísimo entretejimiento entre música, escenografía e iluminación hacen de esta obra uno de los aciertos del festival, que -a su vez- cuestiona con esta programación el significado del teatro musical.

El trasiego elitista: sobre el nuevo videoclip de Beyoncé y Jay Z

El trasiego elitista: sobre el nuevo videoclip de Beyoncé y Jay Z

 

Beyoncé lleva unos años -al menos desde 2014, cuando llevó como atrezzo de su gira Mrs Carter un neón gigante que rezaba “Feminist”- autonombrándose como feminista. A partir de ella también han surgido numerosas reflexiones sobre el feminismo pop, una compleja deriva del feminismo que ha llevado tanto a la inclusión de los lemas del feminismo en los bienes de consumo como a la expansión de sus problemáticas allende la academia. Mientras antes las feministas nos declarábamos como tal solo en espacios protegidos, ahora es, gracias entre otras cosas al feminismo pop, una palabra que va de boca en boca. Con el peligro de su banalización: pero al menos es un tema candente. Su feminismo es simple: igualdad entre hombres y mujeres. Y poco más. Se le ha acusado de oportunismo, otros de evolución (en 2008 cantaba aquello de poner un anillo a las mujeres solteras como objetivo vital -¿hoy habría dicho: “Todas las solteras, haced lo que os dé la gana”? No sé).

Ahora Beyoncé prueba con el anticolonialismo. Para ello, entra en una casa sagrada, el Louvre, y se muestran con su pareja, Jay Z, repensando figuras del arte en un videoclip cuidadísimo y estéticamente impecable. La lectura rápida es sencilla: ¿dónde están los colectivos racializados, “los otros”, en la concepción del arte? Pasean y bailan por el museo: el color de su piel resalta en contraste a todos los blancos de los cuadros. Se parece, en cierto modo, al conjunto de obras de 1989 de las Guerrilla Girls, que denunciaban el escaso número de mujeres artistas que tenían su lugar en el espacio museístico. La Tate Gallery compró 12 piezas de una tirada de 50. Poco ha cambiado desde hace 28 años con respecto a la presencia de mujeres de museos, pese a que la pregunta de las Guerrilla Girls sigue siendo de plena actualidad. Pero sí que ha calmado conciencias de los curadores de la Tate.

Resultado de imagen de guerrilla girls 1989

¿Qué impacto tendrá este tipo de mensajes críticos con el eurocentrismo y la hegemonía blanca? Posiblemente ninguno. En apariencia, Jay Z y Beyoncé exageran las formas de representación denigrante de colectivos afroamericanos en EEUU, especialmente a través del Hip-hop y el peor cine: con luces azules y magenta, vestidos de mafiosos, remarcando su adscripción a suburbios y a grupos de poco fiar. Tal es la interpretación de Vanity Fair, por ejemplo.

El asunto es que ellos no son unos negros cualquiera. Son de los seres más ricos del planeta, lo que los aleja de las formas de opresión que experimentan colectivos racial izado. El dinero pasa por alto su color de piel. Su videoclip es sinónimo de ostentación en nombre de una causa bastante seria. Rodar un día en el Louvre cuesta 15000 euros. Contratar a todo el elenco de bailarinas, coreógrafas, iluminadores, cámaras, directores de arte, etc., no lo sabremos. Pero da igual, el dinero, para ellos, no importa. Y entonces, ¿qué importa? ¿El supuesto mensaje subversivo de entrar a un museo -que también se ha vuelto pop- y enfrentar imágenes del arte clásico con la de negros -mediante un sencillo juego de opresor-oprimido? En el intento de ser críticos, de exponer sin aristas la problemática de la exclusión de la historia del arte al “otro”, caen en su repetición: la de la narrativa del museo como lugar de conservación, de legitimación y de despotismo no solo ante determinados colectivos, sino también formas de expresión. El mensaje de The Carters, el nuevo nombre del dúo Jay Z y Beyoncé, es el del sueño americano, el de la superación y la mejora de condiciones con el esfuerzo, también la ostentación y la opulencia, típica en las formas de hacer de los blancos. La exposición de estereotipos es una simplificación de formas de gestionar la discriminación racial. En el feminismo pasa igual: no se trata de que las mujeres tengan ocasión o que se les “permita” hacer “cosas de hombres”, o que se “ceda” el espacio a las mujeres, sino de que haya una reformulación de qué significa lo masculino y lo femenino, que se desligue el “ser” del “hacer”. En la repetición de lo peor del mundo blanco -también heterosexual, norteamericano o europeo- no queda clara la crítica, sino quizá la secreta afinidad electiva. Es decir, quizá lo que han conseguido es la inauguración del racismo pop.

Por eso titulo el texto “el trasiego de élites”. Alcanzar una élite no debería significar repetir los gestos elitistas, sino desintegrarlos hasta su núcleo. Así se establece una alianza con el museo como institución, donde solo se encuentran las piezas que historiadores del arte y marchantes han decidido que deben ser arte, y han construido no solo la historia del arte, sino también la de la humanidad, a través del discurso de los que sí pueden entrar al museo. Jay Z y Beyoncé, además, pueden entrar como les da la gana y para hacer lo que les da la gana.

El debate velado que más me interesa es el que versa sobre el significado del museo, quizá porque hace unos días, gracias a una amiga, descubrí el que ha hecho el Museo del Prado. Es un vídeo facilón: utiliza una música tipo banda sonora (que ya nos entre fácilmente a la oreja y nos lleve a grandes aventuras épicas) , con un toque mínimal y una melodía que bien podría ser de Amèlie, con un discurso intenso, pero vacío, sobre el museo.

https://www.museodelprado.es/visita-el-museo

Juega, además, con lo políticamente correcto de la representación étnica y racial, así como de edades y género. Es todo muy polite. Tanto, que rezuma justo lo que se han convertido estos museos: un desfiles de hits y selfies, donde el visitante va sin saber muy bien por qué, pero sobre todo para decir que ha visto Las Meninas, en Madrid, y La Gioconda, en el Louvre. En un mundo lleno de imágenes, éstas desde luego han renunciado a la capacidad de activar el pensamiento con la mirada. Activan la cámara de los móviles y claudican ante su enigma. Los museos, que son templos que conservan el arte aunque nadie sabe muy bien para qué, ni por qué, ni piensa qué mensaje se legitima con esas imágenes que ya casi nadie ve, se legitiman en obras como la de Beyoncé como espacios que ya no ofrecen resistencia, sino acomodamiento. No hay negros en los museos, al igual que no hay mujeres o hay discapacitados que se pintaban como burla de su deformidad, porque nunca han tenido acceso a la narrativa que se esconde tras la lógica de los museos, que les da su sentido. Si se tiene que conquistar el espacio del museo, tendrá que ser poniendo en tela de juicio la misma idea de arte como algo supremo, sagrado y solo accesible para una élite. Como a la que pertenecen Jay Z y Beyoncé.

[Todo esto por no hablar, de nuevo, de la falta de reflexión sobre la tonalidad, que es un producto de jerarquización del sonido muuuuy problemática. Para el que le interese:

Fin de temporada por todo lo alto

Fin de temporada por todo lo alto

Seis fueron los reyes de la casa de Hannover que gobernaron en el Reino Unido. Con mayor o menor fortuna, al igual que las diferentes dinastías reinantes de este imperio, ayudaron a construirlo y en concreto, los Hannover, a consolidar la influencia británica en toda Europa. Pero si investigamos un poco, parece ser, que un rasgo característico de esta dinastía, fueron las terribles relaciones paterno filiares que mantuvieron durante su paso por la dignidad real. Ya el primero de su nombre, Jorge I, que reinó entre 1714 a 1727, mantuvo una relación violenta y llena de odio con su sucesor, el futuro Jorge II. Al parecer, el origen de semejante situación se encuentra en la infancia del segundo monarca. En 1694, Jorge I, siendo aun príncipe de Hannover, tras de un tormentoso proceso, lleno de intrigas, asesinatos y un largo etcétera, logra encarcelar a su esposa la princesa Sofía Dorotea de Brunswick-Lunenburgo, madre de sus dos hijos, en el castillo de Ahlden, bajo el cargo de haber “abandonado”a su esposo. El confinamiento, pese a ser con todas las comodidades que incluían criados y una generosa asignación económica, le prohibía cualquier contacto con sus hijos, además de la disolución del matrimonio. El futuro Jorge II, que contaba con apenas 11 años cuando estos hechos sucedieron, nunca perdonó a su padre haberle negado el contacto con su madre, a la que jamás volvió a ver y años después, ya siendo Príncipe de Gales, encabezó una firme oposición al reinado de su padre.

El futuro Jorge II, organizaba lujosas fiestas en su residencia de Leicester House, donde se congregaban reconocidos opositores a Jorge I. En ellas, el lujo y un ostentoso despliegue de recursos lograban que toda la población viera en el Príncipe de Gales, una figura de autoridad que se hacia rodear de espectáculos fastuosos, lo que lo hacía mucho más popular que el Rey en Londres. En 1717, cuando la princesa de Gales dio a luz a su sexto hijo, una terrible disputa entre padre e hijo por designar al padrino del recién nacido dio paso a que el príncipe, insultara públicamente al rey, que lo mandó arrestar, y posteriormente expulsara del palacio de St James, la residencia real.  Todo esto, evidentemente hacía que la imagen de Jorge I se viera muy afectada, pues, además, era un rey extranjero, que no hablaba bien inglés y que era percibido como poco dotado para las tareas de gobierno.

Ante tal escenario y en un intento de mostrar a todos los habitantes de la ciudad de Londres a su rey en toda su majestad, se decidió que saldría en alegre paseo surcando el Támesis en la barcaza real el 17 de julio de 1717. La comitiva salió del palacio de Whitehall sobre las ocho de la tarde con dirección Chelsea. Mientras la marea creciente impulsó sin necesidad de remos a los viajeros en una barca muy próxima a la del rey, G.F. Händel dirigía el estreno de su ahora celebre música acuática pensada justamente para acompañar el viaje real.  Según uno de los primeros diarios británicos The Courant “todo el río en cierto modo estaba cubierto con barcos y barcazas” lo que nos revela el éxito logrado con esta aparición por parte del soberano, que disfrutó mucho de la obra escrita por Händel, al punto que pidió que fuera ejecutada en repetidas ocasiones.

 

El maestro Jordi Savall cerró una temporada más, justamente interpretando dos de las suites que integran esta maravillosa partitura. La cita fue el pasado domingo 10 de junio en la sala Pau Casals del Auditori, que registró una buena entrada.  Además de la música acuática el programa se completó con la obra que suele acompañar tanto en conciertos, como en repetidas grabaciones a la primera partitura, me refiero a la Música para los reales fuegos de artificio, obra escrita por encargo de Jorge II, para festejar el fin de la Guerra de Secesión Austriaca y la posterior firma del tratado de Aquisgrán. En este caso, la obra está pensada con un marcado espíritu militar que buscaba ensalzar la figura del monarca británico. El estreno de la pieza tuvo lugar en Green Park el 27 de abril de 1749 contando evidentemente con la presencia de su majestad el rey. Parece ser que los festejos finalmente se vieron empañados al salirse de control la parte pirotécnica, al punto, que todas las construcciones fabricadas para el evento diseñadas por el decorador y arquitecto Giovanni Niccolo Servandoni, comenzaron a arder sin control, lo que incluyó un busto del mismo rey, que tuvo que ser evacuado del lugar.

Händel, había ejecutado públicamente la obra, en un ensayo en los jardines Vauxhall con un éxito tal, que el puente de Londres se colapsó durante tres horas ante el afluente de curiosos que se congregaron a escuchar al maestro.

 

En ambos títulos Le concert des Nations dirigidos por el estimado maestro Savall, estuvieron cómodos y muy afortunados. Es un repertorio visitado ya en varias ocasiones por esta orquesta y ello se notaba, pues había una familiaridad que permitió que la música fluyera con una naturalidad muy de agradecer. En este tipo de repertorio, que suele programarse con mucha frecuencia, en aras de diferenciarse del enorme número de versiones que hay en el mercado, muchas ocasiones escuchamos verdaderas ocurrencias que poco ayudan a la obra original.  Savall y sus músicos, sin embargo, se ajustaron al texto, y ello dio pie a una lectura, repito, brillante y llena de musicalidad.

 

Es realmente reconfortante ver, como el público ha logrado identificarse profundamente con estos músicos, a los que homenajea y agasaja merecidamente al final de cada uno de sus conciertos, Savall ha logrado, pese a lo que muchos puedan opinar, algo muy difícil de lograr, entre otras muchas cosas valiosas: el ser reconocido y apreciado por el público, que desde hace muchos años lo sigue y reconoce en todos sus proyectos una calidad altísima. Enhorabuena por tener en casa nostra gente de esta valía, sigamos apoyándolos.

Bis bald Sir Simon

Bis bald Sir Simon

El 10 de enero de 2013 Sir Simon Rattle anunció de no renovaría su contrato al frente de la Filarmónica de Berlín; tras 16 años de trabajo que han marcado profundamente a esta centenaria orquesta, Rattle consideró que su tiempo al frente de ella había terminado, y que nuevos retos y proyectos esperaban a ambas partes. Tras la sorpresa inicial por tan inesperado anuncio, los nombres de los posibles candidatos a sucederle llenaron muchos artículos de expertos que argumentaban las razones que los hacían idóneos para ocupar tan relevante puesto. Entre ellas, podíamos distinguir claramente dos posturas mayoritarias: un sector sostenía, que tocaba apostar por la más rancia tradición germana, y que esta agrupación, que de hecho es todo un referente del arte alemán, debía decantarse por un perfil conservador y próximo a los usos y costumbres más típicamente teutones, ya que ahí era donde radicaba la fuerza y el prestigio de una orquesta tan renombrada, como la Filarmónica de Berlín. Otros, por el contrario, hacían su apuesta por la innovación, continuando con la senda que Rattle inició desde que tomo a su cargo la organización. Estos, consideraban que la Filarmónica, debía ser un referente por su apertura y su permeabilidad, tanto dentro de la sociedad alemana, como en la escena internacional.

Los nombres fueron muchos, todos llenos de méritos indiscutibles, pero al final, la elección final, recae desde hace muchos años en los integrantes de la orquesta que en un proceso como de elección papal, votan varias veces y tras varias deliberaciones, elijen al nuevo titular de una de las orquestas más importantes del mundo.

Rattle fue elegido del mismo modo en 1999, como sucesor del llorado maestro Abbado. Un amplio sector de la orquesta y del público, no ocultaron su decepción. Rattle era demasiado joven y moderno para algunos que preferían a un director más clásico como Barenboim. El británico en cuanto llego a Berlín, he incluso antes de llegar, comenzó un trabajo de trasformación profunda de toda la organización. Antes de su llegada, la orquesta estaba constituida por dos entidades jurídicas: una, pública y subordinada al departamento de Cultura de la ciudad de Berlín y otra que era una sociedad mercantil colectiva, que básicamente, se encargaba de gestionar las grabaciones de la filarmónica. Rattle puso como condición, la disolución de ambas y la creación de una Fundación Pública, la “StiftungBerliner Philharmoniker”,que actualmente tiene en el Deutsche Bank su principal patrocinador. La otra gran condición inicial fue la mejora paulatina en los sueldos de todos los integrantes de la orquesta. Así, con una organización totalmente renovada, y con unos músicos bien remunerados, el siguiente paso fue abrir la orquesta a la sociedad, implementando un ambicioso plan educativo: el  “Zukunft@BPhil”, que tiene mucho impacto en Berlín en la actualidad,  pues a logrado que la Filarmónica pase de ser  un grupo de músicos que hacen periódicamente conciertos en una sala, para un selecto grupo de personas más o menos aficionadas, a ser verdaderos agentes de creación y acción cultural, con una relevancia tremenda en la vida diaria de toda población de la ciudad.

16 años de trabajo que tienen en una gira internacional su coda final. Rattle se despide a lo grande, como titular del grupo berlinés y en concreto, en nuestra ciudad lo hizo con un programa que resume muy bien lo que significa su paso por el cargo.

El pasado 8 de junio, en el Palau de la Música Catalana la Filarmónica de Berlín se presentó con un lleno absoluto, pese al precio prohibitivo de muchas de las localidades. El mencionado programa estaba integrado en su primera parte por obras de autores de nuestro tiempo y la segunda por una de las grandes obras del repertorio clásico. Esto es uno de los ejes sobre los que Rattle se movió durante los años de su titularidad: un absoluto compromiso con los autores de su tiempo, encargando e interpretando muchas obras de nueva factura, pero del mismo modo, consolidando y ampliando el repertorio clásico suele programar una orquesta. Así, por ejemplo, para esta gira de despedida, encargó la primera obra del programa Tanz uf dem Vulkan al compositor alemán Jörg Widmann que, haciendo honor a su nombre en alemán, es una gran danza sobre un volcán de timbres y sonoridades muy bien trabajadas. La partitura perfectamente bien ensamblada, por momentos te envuelve en una cantidad tal de estímulos sonoros, que se tiene la sensación de estar siendo devorado por esa inmensa erupción sonora. La otra obra interpretada por la Filarmónica durante la primera parte del programa es la ya célebre Sinfonía núm.3 de Witold Lutosławski sin duda el compositor polaco más importante después de F. Chopin. La obra, es una partitura de transición en su catálogo, donde, pese a mantener una estructura formal muy estable e incluso rígida, deja en pasajes muy extensos, libertad de elección y ejecución sobre los materiales sonoros a los intérpretes. Que estos intérpretes sean la Filarmónica de Berlín, te garantiza una ejecución portentosa. Tanto Rattel como la orquesta en pleno, se mostraron en su elemento, con una sonoridad rotunda, segura, y muy flexible, haciendo gala de una paleta tímbrica y de gradación del sonido solo reservada a las grandes orquestas, tremendamente satisfactorio escuchar este repertorio con semejantes intérpretes.

La segunda parte, se consagró a uno de los grandes títulos de la literatura sinfónica: la sinfonía núm. 1 en do menor, op.68 de Johannes Brahms. Lo que este humilde cronista pueda apuntar, tanto de la obra, como de la milagrosa versión que pudimos disfrutar esa noche, es realmente superfluo, la música en estos casos, se explica así misma. Lo impresionante, es que sean la misma orquesta la que con tanta flexibilidad puede abordar en un mismo concierto, un repertorio tan diferente y que además lo haga con tanta fortuna. Estamos seguros de que Sir Simon Rattle regresará a nuestra ciudad, al igual que la Filarmónica de Berlín. Siempre serán esperados y disfrutados con sumo placer. Seguimos.

Sobre “Malamente”, de Rosalía: apropiación, esencialismo y mucha industria cultural

Sobre “Malamente”, de Rosalía: apropiación, esencialismo y mucha industria cultural

Pues sí, como en el fondo soy millenial y me gusta más un debate que a un tonto un lápiz, me sumo a la polémica del vídeo de “Malamente” (que se puede ver aquí, aquí o incluso ¡aquí!), pero para añadir algo que he visto poco nombrado: el esencialismo y la cruda industria cultural.

 

Pero empecemos por el principio. El vídeoclip de “Malamente” ha echado nuevamente leña a la discusión entre Noelia Cortés  y Raúl Guillén sobre el “antigitanismo” de Rosalía en 2017. Quizá tengo que ir más atrás. Rosalía es una cantante de 25 años que publicó en 2017 Los Ángeles (Universal Music). Lo abre “Si tú supieras compañero”, que mezcla música y textos de Enrique Morente, Carmen Linares y hasta ¡Conchita Piquer! Coplas, cantiñas y alegrías complican su canción de apertura, tal y como muestra el casi anónino Javi en su blog pequeños incidentes. La Niña de los Peines aparece cuando canta “Día 14 de abril”, una revisión de “El carretero (Llévame por caridad)”. Manuel Vallejo pasea con su tango actualizado de “Catalina”. Manolo Vargas con su “Eran las dos de la noche” reaparece espectral en “Nos quedamos solitos”. “Por mi puerta no lo pasen” revisita “En la verde oliva canten”, de Antonio Chacón. Y así pasan por su disco una gran lista de nombres de cantaores e intérpretes flamencos de la tradición más arraigada. Es fascinante sumergirse por las referencias que toma: estoy segura de que muchos no habían escuchado en su vida muchas de estas canciones del repertorio. De hecho, se ve en muchos comentarios de youtube, donde usuarios reconocen que han llegado ahí por Rosalía. Quizá es que yo no he crecido en la cultura flamenca y no soy ninguna especialista (no sé si lo soy de nada), pero a mí eso me parece una ganancia para abrirnos a la escucha de una música que solo visitan especialistas, aficionados, y una multitud de gente acotada en un territorio donde este repertorio es habitual. A mí me fascinó, al igual que lo hizo y hace Rocío Márquez o Niño de Elche, como bien cita Raúl Guillén.

Pero Noelia Cortés respondía así: “Hay gente que afirma que con Rosalía el flamenco está llegando a más gente, a un mundo que nunca se interesó por esta expresión artística. Y puede que tengan razón, pero planteemos por qué para conocer el flamenco se tiene que promover a través del blanqueamiento (payificación) de nuestros elementos culturales, prestando atención ahora a lo que siempre ha estado ahí. ¿Por qué para que se nos mire tenemos que aceptar un sucedáneo despolitizado del flamenco que es la máxima expresión de nuestra resistencia? ¿Por qué sólo se puede llegar a nosotros a través de la atención a una simbología que niega lo gitano en su expresión? ¿No será que vivimos en un mundo tan racista y antigitano que la única forma posible de existir es blanqueando nuestros símbolos y nuestras vidas, con el descaro de decir que Rosalía ha revivido y revolucionado el flamenco?”. Creo que hay un argumento problemático de base: que Rosalía o quien sea abra la puerta al flamenco -quizá no lo consiga, en realidad- no implica ni se deriva de que Rosalía quiera hacer flamenco. Justamente, la evidencia de la mezcla de géneros en su música es lo que habla de su distancia con respecto a la petición de purismo que desprende de la crítica de Cortés. La banda canaria Fran Baraja y la Parranda Blus Band hizo lo propio con la música canaria, con la “Isa Majoreska”, el “Zurrock del Gofio” o “Sorondongo”, incluidos en Parranda Power (Multitrack, 2014). Nadie les dijo que no estaban respetando la cultura canaria: la estaban llevando a su lenguaje. Vayamos a un ejemplo más conocido: Silvia Pérez Cruz, en su disco Granada (Universal Music, 2014) hace una versión aflamencada de “Que me van aniquilando” de Enrique Morente. Pero nadie esperaba ni de unos ni de otros que hicieran isas ni flamenco, sino que cantasen a su forma, que es híbrida, que es lo que nos gusta de ellos.

El mismo problema ha tenido el nuevo videoclip-canción de “Malamente”, presentado a finales del mes de mayo. Pero ahora no se la acusa principalmente de hacer un flamenco híbrido (es decir, no puro), sino de apropiacionismo cultural y falta de respeto a símbolos e iconos gitanos y andaluces. Bueno. Lo que se esconde tras este argumento es un esencialismo. El esencialismo consiste en considerar que ciertas propiedades deben mantenerse para que algo sea lo que es, así como aceptar que hay propiedades “necesarias” y otras “contingentes”, es decir, que las “necesarias” deben ser así y no de otra manera para que ese algo sea lo que es, mientras que las “contingentes” son añadidos que pueden matizar tales propiedades necesarias. Así que cuando a Rosalía se le acusa de que se burla de Andalucía porque usa acento andaluz y expresiones dialectales siendo catalana, es esencialismo: se asume que solo los andaluces pueden hacer uso de esa forma de hablar porque es lo que los hace andaluces. Esto explica por qué muchos españoles se ríen cuando yo, que soy canaria, digo “guagua”: hay una asunción de que lo que yo hablo es un español “gracioso”, “distinto” a su español. Como si el español fuese uno y hubiese una forma mejor de hablarla de forma esencial. Puede haberla de forma acordada, discutida y reflexionada. Pero no esencial. ¿Qué tengo contra el esencialismo? Luego os lo cuento. Sigo destripando argumentos. También se ha acusado a Rosalía de “antigitanismo” por utilizar desde su privilegio de pertenecer a una comunidad no oprimida rasgos, formas de hacer y símbolos gitanos desde una perspectiva “cool”. Rosalía puede ser banal y puede intentar hacer moda de elementos propios de la cultura gitana, pero eso no es antigitanismo. Se llama capitalismo. Al igual que hace unos años (los millenials más jóvenes no lo recordarán) El Corte Inglés comenzó a vender pañuelos palestinos e imitación de botas Doc Martens o -ejemplo para los más jóvenes- en los últimos meses H&M vende camisetas de I’m a feminist o muchísimos colectivos se lucran de una imagen deformada de Frida Kahlo como si fuese un icono feminista, Rosalía ha desubicado esos elementos y se los pone y ya está. Hay que enfadarse con las formas de absorción del capital, que permiten este tipo de apropiaciones. Pero no es antigitanismo: si hubiese llegado hasta ahí, habría algún tipo de posición política fuerte. Lo que me sorprende es que colectivos como Manos Limpias o el Centro Jurídico Tomás Moro, que llevó a juicio a Javier Krahe en 2012 por su vídeo de “Cómo cocinar a un Cristo” (1977), no se hayan llevado las manos (¿limpias?) a la cabeza por la cantidad de símbolos religiosos utilizados a la ligera por la cantante. Quizá es otra muestra del poco calado político de Rosalía. Javier Krahe era más rudo: hoy le habrían metido en la cárcel, víctima de la ley mordaza, por canciones como su ¡Ay, Democracia! Rosalía, sin embargo, está intacta. Aunque lo que ha hecho tiene un gesto político implícito: la de abrir un debate sobre los propietarios de rasgos culturales. Incluso de aquellos que no se incluirían fácilmente en la cultura, como la moda “choni” y el ambiente “poligonero”, lejos aún de poderse integrar con las pieles de visón y las copas de champán de algunas premieres de ópera a las que he asistido con vaqueros y camisetas de Rick and Morty. No sé si, en mi caso, era por molestar o por apropiacionismo.

En fin, que por qué me molesta el esencialismo. Pues porque la atribución de propiedades es arbitraria. Se le imponen desde fuera al objeto de estudio sin que se justifiquen por él mismo. No derivan necesariamente de él. La asunción de que existe algo así como el “gitanismo” que, presuntamente, es banalizado por la privilegiada catalana Rosalía, es la simplificación de una realidad cultural bien compleja: tanto por el lado de los gitanos -ciertamente oprimidos por la sociedad española actual- como por el contenido del videoclip-canción de Rosalía, que no pretendía ser marca de lo gitano y sí lo es, con más o menos intención, de los sistemas de reproducción del capital. Esto es como cuando se dice que todos los alemanes son unos cabezas cuadradas. Hermosa afirmación para reducir la multiplicidad de 80 millones de personas. Vivo en el extranjero y ya no doy pábulo a afirmaciones que dicen que todos los españoles somos esto o aquello. Porque no me identifico, porque no me define y porque es esencialista. Y porque tiene un punto racista. ¿Y qué pasa con el apropiacionismo cultural? Pues que pasa en la cultura desde que surge, o sea, desde que existe civilización. En lo que sí estoy de acuerdo, y creo que es la única opinión de fondo de todas las que he leído por ahí, es la de Rafael Buhígas, especialista en la materia, entrevistado por Lorena G. Maldonado para El Español: «”Pese a perseguir y marginar al gitano, se utilizan sin pudor elementos de su vida cotidiana»». Y sigue «“Está perjudicando a los gitanos […]: saca a la palestra las mismas ideas rancias de siempre”». Pero, como les decía, esto tiene que ver con la falta de calado político del marco en el que se incluye Rosalía, y no -al menos solamente- con los símbolos que elige, que banaliza. Al igual que, como explicaba en mis artículos sobre reguetón, se pasa por alto muchas veces la letra porque se vende un producto que apetece ser bailado y se asume un dualismo inicial, es decir, que hay una distancia entre el baile (algo solo corporal) y el contenido (que está en la mente). A Rosalía no se le puede acusar de la marginalización de los gitanos, en la que estamos todos enfangados por nuestros silencio, es decir, por nuestra complicidad. Solo que ella ni reflexiona sobre ello, sino que lo estetiza. Así nos enseña la industria cultural a manejarnos con sus productos: como bienes de consumo en un kiosko, donde cada cual puede elegir lo que quiera de forma descontextualizada y sin reparar en el dolor que ha forjado la historia para que llegue a ser eso. Buhigas volvía críticamente** sobre el esencialismo: » «Así, mediante el sincretismo y la mezcla, se intentan romper las líneas de sangre y la pureza para acabar con ese otro al que se detesta”»: de acuerdo con la figura del «otro detestado» que solo es reclamado como producto, deformado y alienado de su complejidad, no decuerdo, como se imaginarán, en eso de «romper las líneas de sangre y pureza». La caída en la sangre y en la pureza nos puede llevar muy fácilmente al fascismo. Así de brutal lo expreso. Porque entonces la separación entre el otro y nosotros, estrategia fundamental de las políticas de exclusión, pasa por crear argumentos de aniquilación racial o étnica. Y con esto no quiero caer en buenismos de «todos somos iguales» o «todos somos igual de diferentes». Esas frases son vacías. Lo que digo es que tras algunas lecturas de productos culturales y prácticas artísticas se cuelan creencias políticas que, en otro contexto, atentan seriamente contra aquello que parece que se intenta defender. Las «líneas de sangre y pureza» implican constituir una separación entre los otros y nosotros basadas en principios biologicistas que esconden la moralina de lo auténtico y lo verdadero, frente a lo falso y lo ilegítimo, lo híbrido y lo heterogéneo. [Off the record: algunas críticas señalaban que Rosalía usa en vano la referencia a Undebel, dios gitano, en caló, lengua que mezcla el romanó con el español, cuya raíz es sánscrita. Uno de los cantos más conocidos a Undebel es de Diego El Cigala, nacido en Madrid. Pues eso].

Así que la discusión va mucho más allá. Que nadie piense, por tanto, que su escucha es genuina, o auténtica o que “hay verdad” (término usado hasta la saciedad en la última edición de Operación Triunfo) en lo que cae en las fauces de la industria cultural, que es casi todo. Ninguno estamos libres de pecado (ya lo decía Walter Benjamin: «Hay que ver en el capitalismo una religión, es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, penas e inquietudes a las que daban antiguamente respuesta las denominadas religiones»).

** Addendum: como el propio Buhigas me ha hecho notar en un amable email, él no defiende, como podría parecer en el texto de la entrevista, algo parecido a la «pureza y la sangre», sino que alude a (y cito) «lo que decían las leyes antigitanas desde la Pragmática de Medina del Campo con los Reyes Católicos[, c]uya intención era «romper las líneas de pureza y sangre para acabar con una dinastía bárbara como la representada por los egiptanos [gitanos]»». Yo, en la redacción original, había entendido que su crítica al racismo gitano derivaba en una defensa de la pureza gitana, también a mi juicio esencialista y racista. Nada más lejos de la realidad. He decidido, no obstante, dejar el fragmento prácticamente como lo escribí originalmente, ya que creo que es justo mantener la historia de los textos (solo tratando de dejar claro que Buhigas no defiende esa posición), pero también porque creo que en la final línea entre la conservación de formas culturales y la hibridación del capital se encuentra el peligro del fascismo que explico más arriba. Es decir, creo que la reflexión a la que nos llevaría el problema de la «pureza y la sangre», así como la radical diferenciación de «los otros» frente a «nosotros», podrían llegar a legitimar procesos fascistas de aniquilación racial y étnica más o menos explícita (como recientemente hemos visto en Italia con la negativa a recibir al Aquarius).

Cuatro caminos que llevan al mismo punto

Cuatro caminos que llevan al mismo punto

Todos tenemos en la vida ese compañero de cole, o de trabajo, que por alguna razón siempre ha estado cerca de nosotros, y que, con el tiempo, pasa de ser un compañero o un mero conocido a ser un amigo, alguien importante en nuestra biografía. Esa importancia suele estar marcada, además de por afinidades evidentes, por la presencia en los grandes momentos de ese devenir en este mundo, que solemos llamar vida. Y sinceramente, para un músico, pocas cosas hay más importantes y más íntimas, que tocar música de cámara. Cuando se tiene la oportunidad de hacerlo, sinceramente la experiencia es de una intimidad y de una familiaridad tremenda con el resto de intérpretes participantes. Para que un grupo de cámara funcione, ha de existir un elemento que una, que fusione visiones de la música, que pueden llegar a ser antagónicas. Aquí no hay un director musical que imponga, o sugiera un camino a seguir en la interpretación de una determinada obra, hay unos pocos músicos, todos iguales, que opinan y que muchas veces, lo hacen con vehemencia. Muchas veces, incluso, se pude tener la oportunidad de tocar al lado de un gran músico, he que inexplicablemente, la alquimia no se produce, haciendo imposible aquella comunión musical. Mantener unido a los integrantes de un cuarteto de cuerdas por veinte años, se nos antoja algo muy similar a cultivar una relación de intimidad muy profunda, con lo desgastante que ello puede llegar a ser. El solo anuncio de que uno de los mejores cuartetos de la actualidad, cumple estos veinte años y que, además, lo hace en un estado envidiable, es una gran noticia.

El Cuartero Casals, que nació en 1997, ha desarrollado una carrera llena de éxitos, ya no solo por la enorme cantidad de premios ganados, si no por la casi unánime aceptación que logra en sus conciertos. Han logrado unir en un todo, a cuatro estupendos músicos, que provienen de posturas por momentos muy diferentes. La música de cámara permite, a diferencia de la práctica orquestal, que el intérprete no solo mantenga un estilo y un modo personal de hacer música, sino que, además, este se desarrolle, con toda la congruencia que cada uno sepa aportar al camino elegido. Un cuarteto de cuerdas, entonces, no es una pequeña orquesta, es el punto de confluencia y acuerdo, de cuatro visiones diferentes, tanto de las obras a interpretar, como incluso, de cuatro maneras de tocar sus instrumentos. Los grandes cuartetos de la historia lo han sido en la medida en que sus integrantes, han logrado mantener su identidad personal como músicos excepcionales, pero al mismo tiempo, han aportado estas características al grupo. La sutiliza es muy fina, pero justo ahí, está la virtud de un grupo así.

Para celebrar estos veinte años de música, el cuarteto Casals ha querido marcarse un reto de órdago: la interpretación de la integral de cuartetos de L.v.Beethoven; palabras mayores señores, obras que definen el género en sí mismo y que suponen un reto a todos los niveles. Además de esta empresa, han encargado la composición de seis obras de estreno a compositores contemporáneos. El ciclo de conciertos, inició en la Wigmore Hall de la ciudad de Londres y culminará en el Musikgebouw de Amsterdam; en medio están conciertos en ciudades como Viena, Turín, Madrid y por supuesto, Barcelona.

Nuestra ciudad disfrutó de cuatro fechas dentro de esta gira de aniversario, en concreto los días 25, 27, 29 y 30 de mayo, en la sala 2 Oriol Martorell del Auditori de nuestra ciudad.

Ya días antes de la primera fecha, se podía ver en las taquillas del Auditori “entradas agotadas Cuarteto Casals”, la ciudad se había volcado con un grupo de músicos, que son sentidos por el público catalán como parte de lo que es actualmente la escena musical de nuestro país. Si se consulta la nutrida agenda del cuarteto, veremos que se presentarán en Tokyo, Berlín, Norteamérica, pasando por los Países Bajos y su imagen va siempre asociada a nuestra ciudad, y eso es, si se me permite decirlo en estos términos, un triunfo de país. Tomar conciencia de ello, hace muy grato ver llenos totales, en cuatro fechas tan próximas una de otra, para arropar a un grupo tan estimado en nuestra tierra.

Además de los cuartetos de Beethoven, como ya lo había mencionado, pudimos disfrutar 4 de las obras encargadas a compositores de nuestro tiempo: de Mauricio Sotelo escuchamos su Quartet de corda núm. 4 “Quasals” vB-131; de Benet Casablancas Quartet de corda núm. 4 “Widmung”; de Aurelio Cattaneo Quartet de corda “Neben” y de Lucio Franco Amanti Quartet de corda “ReSolUTIO”.

Por destacar un elemento de las interpretaciones de todos los conciertos, quizás la lectura del Cuarteto núm.13, op.130 de Beethoven quedará en la memoria de los asistentes. El mencionado cuarteto, fue interpretado como originalmente lo había planeado su autor, esto es, con la inclusión en el último movimiento de la famosa “Gran fuga” que posteriormente Beethoven separó en un opus diferente. Mucho se ha escrito sobre esta, pues marcó todo un hito en la escritura camerística del momento. Todas las reglas tanto estéticas, como formales y amónicas, se ven subvertidas en una partitura de una complejidad endiablada. Aun hoy día, hay que contar con muchas horas de vuelo para poder acometer con éxito la interpretación de este tipo de obras. En el caso de los integrantes del cuarteto Casals, veinte años de trabajo, respaldan una lectura tan bien realizada. Veinte años de caminar juntos, pero conservando sus estilos y posiciones particulares frente a la música. Cada uno de los integrantes del cuarteto, cuenta con una exitosa carrera profesional, y juntos, son un cuarteto que no deja de evolucionar. Esperemos poder seguir disfrutando de ellos por muchos años.