Cuenta Plutarco que al poco de ser ungido como emperador de Roma, Cayo Julio Cesar anunció que se divorciaba de su esposa Pompeya Sila. La causa era que Pompeya había asistido a una saturnalia, festejo de tipo orgiástico, común entre la aristocracia romana, y que pese a no haber participado activamente dentro de ella, su sola presencia comprometía el prestigio del nuevo emperador. Plutarco pone en boca de Julio Cesar esta famosa frase para explicar su divorcio: “La mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo.”
Esta pequeña mención histórica me vino a la cabeza el pasado jueves 18 de enero, cuando tuve el gusto de asistir al que podría ser calificado de un verdadero performance musical. El tema central de nuestro concierto/performance era rememorar un evento que causó un tremendo revuelo en su época: la coronación de Jorge II como rey de Gran Bretaña e Irlanda. El nuevo monarca, coronado en la magnífica abadía de Westminster, puso mucho énfasis en que la ceremonia de su coronación tenía que ser todo lo fastuosa y solemne posible, como si de una representación teatral se tratase, ya que el prestigio de su nación descansaba sobre su propio prestigio personal. El rey de Gran Bretaña y su corte, tenían que ser y aparecer ante el mundo como la esposa del César: dignos y honrados. Lo que sucedía en la realidad es cosa muy diferente, los líos y odios profundos que se tenían entre los miembros de la familia real, están más que documentados, pero ante su pueblo y el enorme cuerpo de embajadores asistentes ese 11 de junio de 1727, el rey Jorge tenía que ser la cabeza visible de un imperio floreciente y cabeza de la iglesia anglicana. Para tal efecto se organizó una ceremonia donde G.F. Händel presentó cuatro nuevos anthem, forma musical religiosa típicamente inglesa, escritos especialmente para la ocasión y que marcaban además, el primer acto oficial del compositor como súbdito de la corona inglesa, ya que el último acto del difunto rey Jorge I, fue firmar el acta de naturalización del maestro.
Hay muchas referencias de los planes para la ceremonia y de cómo finalmente se desarrolló. Parece ser que las cosas, finalmente no fueron todo lo bien que se planearon. Entre desajustes en la sincronía del coro, supresión de obras anunciadas, y un largo etc, la coronación no fue tal como la pensó el rey Jorge, pero de cualquier modo, fue un evento que causó un tremendo revuelo en toda Europa. Además de los cuatro anthem escritos por Händel, se tocaron seis composiciones de maestros ingleses que habían sido ya utilizadas en ceremonias de coronación anteriores, incluyendo la letanía de Thomas Tallis, O God the Father of heav’n de estilo responsorial y el Te Deum de Orlando Gibbons, junto a cinco anthems más. O Lord, grant the King a long life, de William Child, fue el primer himno y la primera pieza musical interpretada en la ceremonia, pese a no estar prevista en el orden de la coronación. El anthem de Henry PurcellI was glad when they said unto me, estaba programado para ser ejecutado, pero una crónica posterior a la coronación redactada por el Arzobispo de Canterbury, indica que “el himno fue omitido por negligencia del Coro de Westminster”. Come, Holy Ghost, de John Farmer, sería ejecutada en el momento de la Anunciación, tras el juramento del rey, para concluir el repertorio con dos anthems más de John Blow, Behold O god our defender y God spake sometime in visions.
Si agrupamos todo el repertorio programado para la ocasión, tenemos más de hora y media de música solamente, si a ello aunamos las procesiones, los toques de trompetas y todo el boato que acompaña a un evento como este, os podréis imaginar lo extenso de la ceremonia. Los británicos siempre se han mostrado muy orgullosos de mostrar al mundo la dignidad de sus reyes y la coronación de Jorge II es uno de esos grandes momentos de “pompa y circunstancia”, así que, los que vivimos la experiencia de estar en la Sala Pau Casals de l’Auditori, el mencionado jueves 18 de enero, pudimos disfrutar de un atisbo de lo que pudo ser aquella mítica coronación.
The King´s Consort dirigidos por su fundador Robert King, nos trasportó admirablemente a la ceremonia antes descrita. La agrupación es especialista en el repertorio presentado. Llevan muchos años trabajando sobre él, y la manera de abordarlo, llena de austeridad y sobriedad, hace brillar muy particularmente este tipo de obras. No se encontrará nunca ni un atisbo de exceso, o si se quiere, de la fuerza desbocada más propia del estilo italiano o francés; aquí, la contención, la proporción, el control de cada elemento, es fundamental, y no por ello se resta nada en su belleza, por el contrario, es solo así, que Purcell, Händel o Gibbons pueden sonar en toda su plenitud, llenos de una profundidad que a muchos en el públicos nos causó un impacto tremendo.
Todo estaba pensado, desde la procesión de trompetas y tambores que rememoraba la entrada del rey a la abadía de Westminster, hasta la proclamación del mismo rey y posterior aclamación por sus súbditos, todo estaba en su lugar y en su momento. Quizás lo único que lamentamos algunos, fue que en la procesión final, cuando los tambores y trompetas abandonaron la sala acompañando al recién coronado rey, algunos asistentes del público comenzarán a aplaudir en medio de la mencionada procesión, rompiendo con ello la magia creada por los músicos.
Sin duda, el sabor británico lo impregnó todo y The king´s Consort logró un concierto estupendo. Cómo nota final hemos de mencionar que justamente “Zadok the Priest” el segundo de los himnos escritos por Händel para la ocasión y que fue interpretado en el momento de la unción del nuevo monarca, fue adaptado en 1992 por Tony Britten y es ahora utilizado como himno de la Champions League, curiosa metamorfosis la de un himno de unción.
Quizá con motivo del 100 aniversario de su muerte, Debussy abría el último concierto, el pasado 10 de enero, de la Deutsche Symphonie-Orchester (DSO) en la Philharmonie de Berlín. Una pieza relativamente inusual de escuchar: las ›Six épigraphes antiques‹, escritas originalmente para piano, en el arreglo para orquesta de Alan Fletcher. Su orquestación alumbra, casi una obra nueva. El sonido compacto del piano a nivel tímbrico se expande en la versión de Fletcher, al igual que en otras versiones como la de Rudolph Escher, explorando los recursos habituales de Debussy en la orquesta, a saber, el sonido de la sección de viento madera y, en especial, la flauta y el oboe, que mostraron una interpretación excelente. El colchón que formaba la cuerda fue correcto, quizá demasiado acomodado en su rol de acompañamiento. Se echó de menos la incidencia en la armonía cromática, especialmente presente en las dos últimas piezas. En “Pour remercie la pluie au matin” tuvo, además, un toque casi festivo que deslució la atmósfera más bien oscura y misteriosa en la versión original para piano. Una versión modesta, demasiado comedida a mi juicio, como si lo importante del concierto estuviera en otro sitio.
A continuación, llegó el turno del estreno de la versión con orquesta del Concierto para cello de Dai Fujikura, una pieza que se estrenaba para ensemble en 2016. El solista, Jan Vogler, se enfrentaba a una partitura donde el cello tiene un protagonismo absoluto: no para ni un segundo, interviniendo desde el principio de la pieza. Mientras que la versión para ensemble está llena de matices y colores, en la orquestación la obra se dividió en dos planos: la orquesta y el solista, sin un verdadero diálogo entre ellos. La masa orquestal se limitaba a responder al cello, con la misma intención que en los recitativos: como un apoyo, un relleno. El viento, que tiene un rol fundamental en la versión para ensemble, aquí era excesivamente sólido. Se debe, muy probablemente, a un escaso trabajo dinámico, que hizo de la pieza en un continuo forte que desmereció el potencial expresivo del cello. No obstante, a Vogler no se le notó relajado y algunos pasajes fueron pobremente interpretados. Faltó el intimismo de la versión de ensemble y no quedó clara, en ningún momento, ni la construcción ni la línea interpretativa de la pieza. Su coqueteo con el minimalismo (presente en otras obras como Prism Spectra), hace que esté pensada básicamente en planos, que donde se intercalan pasajes de notas tenuto con efectos (como el trino, trémolo o el sul tasto), el bariolaje y con rítmicas repetitivas, que cambiaban su acentuación para mostrar desequilibrio rítmico. Los breves diálogos con la música oriental quedaban difuminados y, a veces, introducidos de forma forzada, como un guiño que rinde tributo a la expectativa europea de que un compositor japonés cumpla con la cuota de exotismo.
El concierto terminó con la Séptima sinfonía de Beethoven, el típico método del sándwich, donde se mete una obra contemporánea entre dos de nombres del canon para no asustar a público comprometido solo con un concepto de música que va desde el siglo XVII al XIX. Manfred Honeck, por fin, sacó a relucir su maestría frente a la batuta con una versión que comenzó de forma rotundísima, con un trabajo muy detallado de la tensión y de la construcción de la obra. La aparición de fragmentos de los temas principales era tratada casi como si fuesen variaciones, convirtiendo así a la orquesta en un gran ensemble de cámara. El tratamiento del carácter pastoral del vivace no fue naif, sino llego de energía que condujo a un final que hizo contener a todo el público la respiración. Con tal acumulación de energía comenzó el famosísimo Allegretto. Aunque creció demasiado rápido, el carácter de música de cámara se mantuvo, permitiendo una interpretación de muy alto nivel de un movimiento que puede desinflarse rápidamente. En el tercer movimiento no fue posible mantener tan precisión interpretativa y se convirtió casi en un intermezzo para llegar al cuarto movimiento, tratado de forma excesivamente festiva. A muchos se les notaban las ganas de aplaudir como en el concierto de Año Nuevo. Quizá es una cuestión de gusto, pero ese exceso de alegría, solo presente de forma espectral en Beethoven, deslució en cierto modo el potentísimo arranque, aunque no dejó de ser una interpretación memorable. Aquí, además, por fin, se niveló el protagonismo de secciones, donde la cuerda mostró un altísimo nivel y precisión. Musicalmente, además, brillaron especialmente las violas, con un color compacto y muy redondo.
Dentro del repertorio habitual de conciertos, el famoso “Canon de la música clásica”, hay obras que forman parte casi inevitablemente de cada temporada, son dijéramos, obras que “caen sí o sí”. Así por ejemplo, al llegar la semana santa o en sus proximidades, tendrás varias lecturas de las pasiones de Bach. A lo largo del año no pasarán muchos meses sin que una sinfonía de Beethoven sea ejecutada, y como no, en navidad es de rigor: El Mesías de G.F. Händel. Esto en sí mismo evidentemente no es malo, a lo sumo, revela poca imaginación de los programadores, pero eso ya es otra cosa. Este año por ejemplo, en una semana, nos han recetado tres lecturas del oratorio handeliano, pero repito, la programación de obras paradigmáticas en sí mismo, no es algo censurable, si a ello sumamos otras que no suelen ser programadas.
Pero si hubo una lectura esperada esta temporada, fue la que se anunció con bombo y platillo que realizaría el maestro Jordi Savall del oratorio de Händel. Yo mismo, sinceramente, estaba muy emocionado de presenciar la primera lectura de esta pieza tan significativa del catálogo del maestro alemán, por parte del estimado maestro Savall. Y he de decir con mucha honestidad, que me decepcionó el resultado final. Todos los elementos musicales que comparecieron esa noche sobre el escenario del Palau de la Música pese a ser de primer nivel, al mezclarse, dieron como resultado una lectura a ratos aburrida, sin la garra y la potencia que caracterizan la música de Händel, repito, todo hacía albergar los mejores resultados, pero, como mucho, tuvimos unos bien modestos.
Los solistas, tuvieron un desempeño desigual, comenzando por el tenor británico Nicholas Mulroy que mostró un timbre demasiado nasal en su primera intervención que es justamente la que abre el oratorio con el recitativo “Comfort ye my people” y su subsecuente aria” Every valley”, la voz nunca logró superar el acompañamiento de la orquesta, ni mucho menos proyectarse por la sala, cosa que finalmente logró en su última aria “Thou shalt break them”, ya en la segunda parte. La soprano Rachel Redmond cuenta con un hermoso timbre y una notable facilidad para las coloraturas, misma que por momentos revelan un poco de estridencias impropias del estilo, pero en general, todas sus intervenciones fueron estupendas, llenas de dramatismo.
El barítono alemán Matthias Winckhler tuvo una noche luminosa y llena de aciertos, con una voz potentísima, inundó toda la sala con una musicalidad muy remarcable. Los diferentes registros de su voz están muy bien trabajados y él los administra con mucha inteligencia, destacando unos graves amplios y llenos de armónicos y un registro agudo con una proyección plena de fuerza.
Por enfermedad el contratenor anunciado Hagen Matzeit tuvo que ser sustituido por el contratenor Gabriel Díaz, miembro de La Capella Reial y que alternando las partes solistas indicadas para su voz por la partitura, continuó actuando en el resto de números dentro de la coral. Su interpretación de las partes solistas fue realmente muy buena, pues además de buen gusto para ornamentar, cuenta con una hermosa voz muy bien timbrada, que corrió muy bien en la sala.
La Capella Reial de Catalunya fue con mucho, lo mejor de la noche, primorosamente bien preparados por Lluis Vilamajó lucieron una dicción perfecta, musicalidad y potencia sonora, pero al conjuntarse con Le Concert de Nations, el resultado fue por momentos más bien desabrido. Todo estaba en su lugar, como ya nos tiene acostumbrados el maestro Savall, pero pese a ello, la obra por momentos, se empantanó repetidas veces, sobre todo en la primera parte. Los mejores elementos posibles: buenos solistas, una coral maravillosa y una orquesta inmejorable al conjuntarse, no dan siempre el mejor resultado, la alquimia no dio la magia esperada.
Quizás peque de purista al señalarlo, pero el hecho de cortar la interpretación de la segunda parte del oratorio justo después del coro “All we like sheep have gone astray” para hacer el intermedio me parece inaceptable. El decurso de la obra en este momento narra las profecías que Isaías hizo sobre las humillaciones que soportaría el Mesías para salvar a la humanidad, estamos en uno de los momentos más dramáticos de la obra, esperando el recitativo del tenor que dirá “Todos los que lo veían se reían de él”, parar justo ahí, cortando el decurso del drama planeado por Händel, desde mi muy humilde opinión es inadmisible.
Otra curiosa circunstancia se da en el programa de mano que se repartió. En su portada lucia en letras bien grandes el nombre de Jordi Savall y debajo el nombre de la obra a interpretar: “El Mesías”. Si continuabas buscando el nombre del autor de la obra, el padre de la criatura vamos, no aparecía, lo daban por supuesto o directamente amortizado. Entiendo, que todo mundo sabe que la mencionada obra está escrita por quien está escrita, pero, sinceramente, me parece muy peligroso hacer programas de mano solo para entendidos, programas que supongan cosas, esto solo hace ahondar más en la sectorización de la mal llamada “música clásica”. El nombre de Händel apareció, sí, dentro del programa en letras pequeñas, debajo de todos los intérpretes cuyos nombres disfrutaron de un tamaño de letra más grande y legible.
Lamento ser el aguafiestas que opina que lo que escuchamos esa noche del 20 de diciembre en el Palau de la Música fue una lectura correcta, sí, pero no a la altura ni de lejos de nombres como los de Jordi Savall ni mucho menos de George Frideric Händel.
“Que veinte años no es nada” cantaba el zorzal criollo en el tango “Volver” y cien ya comienzan a serlo, así que cuando se cumplen hay que celebrarlo por todo lo alto. Por tal motivo, la sección de música de la biblioteca de Cataluña ha organizado una exposición conmemorativa, junto con una serie de eventos anexos para festejar este primer centenario de existencia. (más…)
Cuando se diseña el programa de un concierto, se puede proceder de muy diversas maneras. El típico paradigma de concierto de una orquesta sinfónica, que consiste en: una obertura, un concierto solista y tras un intermedio, una sinfonía, aún es muy socorrido por orquestas de todo el mundo. También se puede programar girando en torno a una temática, ya sea histórica, literaria, o incluso, política. Pero lo que la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña hizo en el programa presentado los días 15, 16 y 17 de diciembre, fue zambullirse en el abundante repertorio germánico y presentar tres obras de épocas bien diferenciadas de la historia alemana, contando además, con un solista de excepción: el gran violista alemán Frank Peter Zimmermann.
La primera parte del concierto estaba integrada por dos obras peculiares: la primera de ellas fue una trascripción para violín y orquesta realizada por Wilfred Fischer (en el programa de mano escrito Ficher) sobre el concierto para teclado y orquesta núm. 1 en Re menor BWV 1052 de Johann Sebastian Bach, y por la hermosa Fantasía en Do mayor para violín y orquesta Op 131 de Robert Schumann. En ambos casos se trata de la primera lectura de ellas por parte de nuestra orquesta.
Sinceramente, la OBC no se encontró nunca ni medianamente cómoda con la obra de Bach. Es un repertorio que, al menos en este caso, fue interpretado de manera muy superficial y sin atender a los detalles mínimos de fraseo y de articulación que el estilo exige. Fue una lectura bien realizada, sin mayor repercusión musical. Por momentos, incluso, pese a los esfuerzos de los primeros atriles que siempre estuvieron manteniendo la cohesión del grupo, se tenía la impresión de que algo no funcionaba bien, parecía que el maestro Ono, director titular de la orquesta, entorpecía la comunicación entre el solista y los músicos. En general, la sensación no fue buena y el regusto final fue que estábamos ante una obra que no había sido bien interpretada.
En el caso de Schumann, las cosas comenzaron a cambiar, tanto el solista como la orquesta, se encontraron en un territorio mucho más familiar. Zimmermann mostró la enorme calidad técnica que lo respalda como unos de los grandes violinistas de la actualidad, esto sin detrimento, claro está, de su enorme estatura musical. La orquesta estuvo mucho más afortunada, acompañando y reforzando el discurso musical del solista. Kazushi Ono, mostró, el enorme instinto musical que siempre lo ha caracterizado, atento a los balances tan problemáticos siempre en Schumann, cuidando que la orquesta fluyera con soltura y naturalidad en torno de una obra, que está escrita para lucimiento de un gran solista: el mítico violinista alemán Joseph Joachim, amigo íntimo no solo del matrimonio Schumann, sino también, de Johannes Brahms.
El intermedio llegó, y todos nos preparamos para escuchar el plato fuerte del programa. Obra de una gran dificultad técnica y musical, que marcó un hito desde su estreno efectuado en 1896, y que es en palabras de su autor: “Glorioso, de lejos la más importante de todas mis obras, la más perfecta en forma, la más rica en contenido y la más individual en carácter”. Me refiero al poema sinfónico Así habló Zaratustrade Richard Strauss.
Cuando en 1896 Strauss en una carta dirigida a Cosima Wagner le informa que está trabajando sobre el Zaratustra de Nietzsche, ella se lo tomó en un principio como una broma, para posteriormente confesar, que pese a no conocer el libro, algo tendría de significativo que había generado en Strauss la necesidad de trabajar sobre él. El resultado de apenas 6 de meses de trabajo, fue una obra maestra que requiere de una dotación instrumental enorme y sobre todo, de una orquesta al nivel de semejante reto. La OBC y su titular brillaron con una intensa luz tras la oscuridad de la primera parte. Si al inicio hubo indefinición, en Zaratustra todo encajó casi milimétricamente y dejó muy claro el alto nivel musical de nuestra querida orquesta, que en obras como estas, desarrollan todo el músculo que han logrado acumular en todos estos años de duro trabajo, tanto con el maestro Kazushi Ono como con anteriores titulares. Un gusto tremendo escucharles en plenitud de facultades.
No quisiera terminar está humilde crónica sin mencionar a un actor muy destacado de nuestro concierto, que brilló por momentos muy notoriamente en él y que son los más diversos tosidos y sonidos varios que parte de la concurrencia aportó al concierto aquí reseñado. Ya en el programa de mano, intentaron prevenirse contra ello, a tal grado ha llegado esto, que la orquesta solicita que se intente controlar el efecto sonoro de semejante malestar respiratorio, acudiendo a un simple pañuelo para contener el sonido generado, pero se ve que al menos en esta ocasión, no obtuvieron una buena acogida a sus ruegos, porque, por ejemplo, mientras el maestro Ono tejía la pausada y grave fuga correspondiente al pasaje llamado “ De la ciencia” en los últimos momentos de Zaratustra, eran mucho más notorias las toses que hacían un contrapunto a la citada música que la obra misma. Esperemos que un poco de educación y buenos modos, o como antes se le llamaba, simple y llanamente urbanidad, solucione al menos en parte este problema.
Barcelona cuenta sin lugar a dudas con una orquesta de primer nivel y muestra de ello, es ver en cada uno de sus conciertos, la sala casi llena, integrada por un público cada vez más heterogéneo, que está respondiendo a la calidad musical de su orquesta y también, por qué no decirlo, a una buena estrategia comercial que está logrando impactar poco a poco en las diferentes capas de la sociedad, bravo por ello, continuemos disfrutando.
Ya Spotify me ha llenado el recomendador de listas de navidad. Aquí os dejo una selección por si os toca hacer de DJs en las próximas comidas, cenas, meriendas y otras cosas.
O, mi favorita,
En la mayoría de las canciones de estas listas se hablan de cuatro temas: primero, del supuesto paisaje típico de la navidad, con nieve, abetos, renos y cosas así. Para los que venimos de un territorio que llueve poco y que tiene un clima más bien tropical, las navidades de esa guisa es impensable. Pero es lo que el lado del mundo que manda impone. Hay un momento en que los de la periferia nos movemos al centro, donde en algunos sitios sí nieva. En el mejor de los casos tenemos calefacción, en muchos no. Así que la nieve, el frío, la lluvia y otros asuntos invernales pierden toda su poesía. Eso, claro, si se tiene casa. Que ya ni eso se puede dar por sentado como derecho universal. Las canciones que hablan de este asunto sonarían más parecido a esto que el fum fum fum:
o esta…
o esta…
El siguiente tema clave es la supuesta felicidad que tenemos que sentir porque es navidad. Claro, si se es creyente, Jesús nace y comienza todo. Canción indie para los más creyentes hipsters:
Ojo si os da por cocinar la carne de Cristo antes de comerla…
Pero para los que no, comer, ver a amigos y familia y desearles felices fiestas por algo que nadie cree es la lógica preestablecida de estos días. Nos quejaremos de los kilos de más, del pesado del cuñado, de cocinar sin que nadie lo valore, etc. Posiblemente, nuestro villancico alimenticio debería sonar más como «The Truncated Life Of A Modern Industrialised Chicken» del disco Plat de jour, de Matthew Herbert, una revisión naïf hecha a partir de grabaciones en campos de matanza industrial de pollos.
Está muy bien, porque toda esta recarga de comida y regalos en enero (pensemos en el blue monday) se traduce en compra masiva de productos para adelgazar o para asumir el nuevo peso (es que estar gordo en estos días gordofóbicos es mal asunto), así como otras imperfecciones que la felicidad de la navidad difumina.
Hay luces por las calles y niños cantando villancicos, haciéndonos pensar que durante diez días al año que hay algo así como un amor universal. Y así llegamos al tercer supuesto de las canciones de navidad: la solidaridad. El pobre, que de repente nos da mucha pena y nos invita a aflojar el bolsillo. Las galas donde se muestras a niños con la barriga hinchada, mujeres con moscas en la cara mientras dan a duras penas el pecho a niños famélicos. El resto del año, que se busquen la vida. Pues como los refugiados. Que yo ya tengo bastante con lo mío. Pero, ¡ah! en Navidad, ¡que bien sienta!, ¿eh? Un mensaje al 01678 con la palabra «Ayuda» y como un señor.
VIETNAM
Mujer, ¿cómo te llamas? -No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde eres? -No sé.
¿Por qué cavaste esta madriguera? -No sé.
¿Desde cuándo te escondes? -No sé.
¿Por qué me mordiste el dedo corazón? -No sé.
¿Sabes que no te vamos a hacer nada? -No sé.
¿A favor de quién estás? -No sé.
Estamos en guerra, tienes que elegir. -No sé.
¿Existe todavía tu aldea? -No sé.
¿Éstos son tus hijos? -Sí.
Wyslawa Szymborksa
Aquí no van canciones de cantautores hablando de lo mal que va el mundo. Sino una crítica al eurocentrismo, donde nosotros, los de aquí, estamos bien, calientes, tranquilos, mientras los de allá, los de fuera, pues bueno, lo pasan mal, es que la vida es así, el azar o quién sabe, el destino y sus designios. Se trata de cambiar el eje desde el que se mira, y abrir ojos, oídos y manos durante todo el año para renunciar a ciertos de nuestros privilegios, que solo son tan porque son negados a otros y estar atentos a la diversidad de expresiones culturales, pues ellas relativizan las nuestras.
El último tema es la presencia de la mujer como buena, virgen, madre, cuidadora, servil. Y así lo reproducen muchas mujeres en casi todas las mesas de navidad, con el tranquilo beneplácito de los hombres presentes. Así que la canción que hablaría de este asunto (¡qué incomodidad!) sería esta, o alguna parecida.
Ya me veo los comentarios: Marina, qué aguafiestas, siempre tienes que dar la puntadita, esto es innecesario. Es que la Navidad no se toca, leñe. Pero este artículo no es antinavideño, sino que, al revés, intenta poner música a lo que de hecho pasa en nuestras navidades. Lo único que quiero, fíjense que minucia, es que pensemos qué decimos y qué estructuras repetimos cuando decimos feliz navidad y luego nos vanagloriamos de nuestro ateísmo y nuestra resistencia al poder. Menos mal que, pese a todo, siempre queda la música, lo más inútil y necesario.
Tambien habra que reflexionar sobre la navidad, ¿no?