Almudena Gonzalez Vega, flauta
Miriam Félix, violoncello.
Núria Andorrà, percusión.
Agustín Fernández, piano expandido.
Ferran Conangla, diseño de sonido.
El pasado 22 de febrero se estrenó Frec3, una obra que continúa explorando la fricción, al igual que sus sucesoras Frec (2013) y Frec 2 (2016) y que refortalecen la relación creativa entre Agustín Fernandez y Hèctor Parra. La fricción puede referir, en general, al contacto estrecho entre dos cuerpos, pero también al “restregar”, esto es que esos dos cuerpos se froten. En este sentido, esta obra aporta un catálogo nutrido de las posibilidades de la fricción, pero no tanto -aunque también- en el sentido literal del tacto sobre los instrumentos, sino la fricción de cuerpos sonoros. La cuestión que se abre aquí, claro, es la de cómo fricciona lo no matérico, lo que no tiene extensión ni es sólido, como parece que le sucede al sonido. Es un desplazamiento del concepto de “materia” hacia el de “material”. Por eso, aparte de frotar y explorar las posibilidades de los objetos-instrumento, también se trabajaba la fricción posible de lo que ocupa el espacio, como el aire: eso era cómo estaba trabajada la flauta o la articulación de la voz: el intento de solidificar el aire.
Hèctor Parra explicando su obra antes de comenzar el concierto
La obra se dividía acústicamente en tres partes. La primera de ellas consistía en el catálogo de fricciones sonoras, donde convivía la violencia, la detención, la expansión y la ralentización. A veces la obra se construía mediante su conversión en el gesto duro; otras, se trataba de una la exploración intimista, colorista, de puntos; otras, el protagonismo era para el despliegue, como si escuchásemos a cámara lenta. Fue especialmente brillante la relación entre la percusión y el piano, que solían ser los protagonistas de la fricción violenta. La segunda parte, se encargaba de la fricción ondulatoria. Sucedía algo así como una espacialización de la estructura de los trinos y se exploraba, de forma extendida, la posibilidad de la microondulación. Si bien, en la primera parte, el protagonismo había sido más el sonido seco, cortante, aquí el interés se concentraba mucho más en la renuncia a lo seco para pensar la unión. La tercera parte nos sacaba del mundo sonoro anterior hacia algo más melódico, con intervalos definidos y trabajo melódico que dejaban esa cercanía a lo matérico lejos. Ésta fue, a mi juicio, la parte más forzada, una suerte de renuncia a todo lo anteriormente construido. Aunque, al mismo tiempo, creaba un curioso contraste entre el inicio y el final de la pieza: ésta comienza con una fricción pequeña, íntima, por parte de Agustín Fernández, el pianista, frente a un micrófono, con la misma fascinación con la que los artistas trabajan en sus piezas con sonidos que buscan el ASMR, como Neele Hülcker. Termina con la saturación sonora, un gran tutti que queda engullido por la resonancia de los platillos: el paso paulatino de lo mínimo a lo grande, lo extendido, lo que no deja tregua a que eso mínimo tenga, de nuevo, espacio.
El piano, que era el único instrumento que permanece fiel en las tres Frec, potenció su labor gracias a la percusión y a la flauta, que cuando abandonaba todo atisbo melódico dejó un gran trabajo de efectos sin caer en la mera fascinación o fetichismo del efectismo. No obstante, el cello trabajó con una paleta estrecha de fricciones, que lo situaban en clara distancia sonora con el resto.
Frec 3 es una obra fresca, que abre muchos mundos posibles a explorar. El primero de ellos, el de la recuperación del contacto, de lo matérico. Una especie de traducción en términos sonoros de aquello que nos contaba Valèry de que lo más profundo es la piel.
¡Las hierbas! Se cayeron las estatuas al abrirse la gran puerta. ¡¡Las hierbas!!
Federico García Lorca
Este documental relata el proceso de creación de uno de los discos que revolucionó el panorama musical en los años 90. Imagínense un cantaor flamenco acompañado de una banda neo-punk cantando versos de Federico García Lorca con melodías de Leonard Cohen.
En su nacimiento el proyecto se situaba en esa fina línea entre la incomprensibilidad y la genialidad, Enrique Morente y Lagartija Nick se embarcaron en una fusión muy arriesgada para la época que les llevaría de Granada a Manhattan.
El disco fue grabado en Armilla, una pequeña localidad cerca de Granada. Allí los ritmos de bulerías tocados con batería mientras guitarras eléctricas y flamencas lo acompañaban, podían transportar a cualquiera al mismísimo Sacromonte donde la rutina era una ruina y la única salvación tenía un sonido cuasi ditirámbico.
A lo largo del documental se puede apreciar que muchas veces ni ellos mismos eran conscientes de lo que estaba pasando en esa sala, pero aún así mantenían una fe ciega en el proyecto. La fusión que se hizo en Omega no fue bien recibida en los pequeños círculos del flamenco los cuales defendían que eso era simplemente ruido y un insulto para lo que el flamenco significaba, sin embargo tuvo una gran acogida en otros sectores de la población. En aquél momento se estaba viviendo un punto de inflexión en la ciudad de Granada y más concretamente en la cultura del flamenco, éste se había fusionado con un género audible y comprensible para la gran mayoría de la población, el rock, acercando al pueblo lo que es del pueblo y lo que le corresponde: su espíritu
Indudablemente este movimiento ya fue iniciado por Paco de Lucía y Camarón, aunque a mi modo de ver Omega significó una ruptura con todo lo anterior tal y como había sido conocido. Dijo Camarón en una entrevista que flamenco solo hay uno: el que se siente, y partiendo de eso hay diferentes palos: alegrías, bulerías etc. Entonces, si el flamenco se caracteriza por el sentimiento podríamos ver Omega como la exaltación del mismo.
En el documental se puede disfrutar de contenido audiovisual inédito que se conserva de la época, así como testimonios actuales de los que vivieron y compartieron aquel momento: Estrella Morente, Tomatito, Alberto Manzano, Laura García Lorca (sobrina del poeta y presidenta de la fundación), Leonard Cohen, Antonio Arias y Lee Renaldo.
Tal y como su nombre vaticinaba este proyecto fue el principio del fin, hubo intentos desesperados por retomar la vereda que había sido abierta pero nada estuvo a la altura de Omega. A lo mejor su poco reconocimiento se deba a que fueron unos adelantados a su época, o que simplemente fueron unos locos jugando como niños con los sonidos.
Con la nueva situación política en Estados Unidos tras la proclamación de Donald Trump como presidente se han abierto muchos interrogantes y han reaparecido manifestaciones de épocas pasadas como la canción protesta para reivindicar una serie de derechos y libertades. La música del gran personaje que nos ocupa vuelve a sonar una vez más a todo volumen. Por mi parte, después de la autobiografía de Phil Collins,Aún no estoy muerto (2016), quise leer la de Bruce Springsteen, Born To Run (también de 2016). A lo largo de más de cuatro décadas se ha ganado el apodo de The Boss (El jefe), ya que es una de las grandes figuras musicales y en los últimos días volvió a ser noticia por la situación política en su país y porque el 12 de enero tocó en un concierto de despedida para el ex presidente de los Estados Unidos Barack Obama. La banda sonora compuesta e interpretada por el músico de Nueva Jersey nos ha acompañado en diferentes medios de comunicación pero ¿quién es Bruce?
Un libro autobiográfico de este gran músico es un llamativo reclamo. Nada más abrirlo se nota que lo insufló con su manera de ser cuidando hasta el mínimo detalle, como el tipo de hojas utilizadas que tiene la acreditación de Greenpeacede ser un libro «amigo de los bosques». Toda una declaración de personalidad. Este voluminoso texto fue escrito a lo largo de siete años y está dividido en tres libros compartimentados a su vez en numerosos capítulos a los que en general les puso como título canciones tanto propias como ajenas, sobre todo de bandas y músicos de las épocas que va narrando.
El primer libro, Growin’ Up (Creciendo), tiene unos deliciosos pasajes en los que rememora su infancia, su amor incondicional hacia su familia, especialmente hacia sus abuelos, su madre y su hermana pequeña. Al hablar sobre su infancia utiliza un lenguaje más cuidadoso pero sin esconder la verdad sobre su situación familiar -especialmente la difícil relación con su padre-, y académica. Conocemos la herencia de sus raíces italianas y escocesas y cómo sus parientes ayudaron a desarrollar parte de su carácter. También nos cuenta cómo siendo un adolescente vio en la televisión a Elvis Presley, (se trata del famoso vídeo en el que la CBS tenía miedo de difundir unas imágenes en las que un hombre atractivo se movía de una manera tan lasciva, por lo que decidieron evitar los planos provocativos y solo le enfocaron de cintura para arriba) y sintió que necesitaba hacer música, así como su admiración por los músicos de aquella época y las posteriores como The Beatles y The Rolling Stones, lo que conforman lo que él denomina «advenimientos». Todos ellos tenían en común que habían dado carpetazo con su apariencia y su música a toda una época y le gritaban al mundo que había gente que necesitaba cambios y vivir de otra manera, algo que Springsteen adoptó, lo que le ocasionó no pocos problemas simplemente por dejarse el pelo largo. Llegados a este punto me gustaría hacer un paréntesis porque hay un dato llamativo y es que los usuarios de redes sociales se sorprenden cuando ven un vídeo de un concierto de The Boss en Leipzing (Alemania) en 2013 cuando coge una pancarta de alguien del público que le pedía que tocara YouNever Can Tell-tal vez les suene por ser un tema importante en la película Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino– y empezó a buscar el tono para tocar con su banda esta canción de Chuck Berry. No se sorprendan, estudió todos los discos de artistas de épocas anteriores, coetáneas y posteriores para formarse como guitarrista y cantautor.
Hubo una época en la que sintió miedo: cuando recibió una carta informándole que debía presentarse para alistarse como soldado para combatir en la guerra de Vietnam. Miedo. Pánico. Ideó todo tipo de estrategias para intentar evitarlo pero no las necesitó porque no le aceptaron por haber sufrido un accidente. Otros amigos suyos no tuvieron esa suerte y murieron en combate. Porque Springsteen no olvida ni un solo nombre que haya sido más o menos importante en su vida (exceptuando sus novias cuyos nombres no menciona), especialmente el de sus amigos. En esta etapa asistimos a sus ansias por aprender; las dificultades económicas para poder comprarse guitarras; los tugurios en los que vivió; cómo creó su primera banda; cuáles eran los locales y zonas según la raza, procedencia y música y cómo fueron ampliando su abanico de locales musicales en los que ir perfeccionándose. También conoció a muchas personas que le prometieron que le ayudarían en su carrera musical para de pronto desaparecer sin dejar rastro, así como sus dos intentos fallidos de triunfar en California. Fue a la vuelta de su segundo fracaso en San Francisco donde Bob Dylan cobra relevancia en su vida como nueva fuente de inspiración y le dedica las siguientes palabras:
(…) Bob Dylan es el padre de mi país. (…) Bob había puesto su bota sobre la cortesía alienante y la rutina cotidiana que camuflaban la corrupción y la decadencia. […] Bob señaló el norte y sirvió como faro para ayudarte a encontrar tu camino en aquella tierra salvaje en la que se había convertido América. Plantó una bandera, escribió las canciones, cantó las palabras esenciales para la época, para la supervivencia emocional y espiritual de muchos jóvenes norteamericanos de ese momento.
Por lo que Bob Dylan se convirtió en uno de los pilares y modelos en los que se quiso basar para crear su obra y continuar su carrera musical con la banda que le ha acompañado durante cuarenta años: la E Street Band, una agrupación producto de su gusto por el rock y otros estilos como el soul en la que él es el jefe y dice cómo y por qué se hacen las cosas, siendo sus referentes en este sentido James Brown y Sam Moore. La formación estuvo integrada principalmente por Garry Tallent (bajo), Danny Federici (órgano), Steve Van Zandt (guitarra), Max Weinberg (batería), Roy Bittan (piano) y Clarence Clemons (saxofón). Fue con ellos con los que le dio forma a Born To Run (Nacido para correr). Con este gran disco comienza su segundo libro y fue con este trabajo con el que inició una carrera mundial que comenzó con el reconocimiento por parte de la prensa y la primera gira por Europa en 1975.
«Cada disco era una declaración de intenciones». Así que para ello empezó a indagar en su vida y los acontecimientos acontecidos en su país y le dio voz a la clase trabajadora estadounidense con influencias del country, el blues y Woody Guthrie. Conoció a dos ex soldados de la guerra de Vietnam, los problemas a los que se enfrentaban estos veteranos de guerra y organizó un concierto para ellos en 1981. Años más tarde, en 1988, recorrió el mundo con una gira organizada por Amnistía Internacional donde fue consciente de los problemas a los que tenía que hacer frente la población de cada uno de los países en los que estuvieron. Estamos ante un hombre con unas fuertes raíces que ama el espíritu y la vida de pueblo, fue crítico con el presidente Ronald Reagan y es consciente de los problemas del mundo. Es por eso que apoyó a sus conciudadanos en las grandes catástrofes que azotaron su país, como el 11-S o el huracán Katrina (2005) que asoló Nueva Orleans, de la mejor manera que sabe: creando música para la población y ofreciendo giras con por aquel entonces nuevo material que mostraba al mundo los sentimientos de una nación henchida de dolor.
Mucho trabajo y exigencia a él mismo y a su banda, problemas con los medios técnicos de aquellos años para grabar los discos tal y como los había concebido, nuevas giras, su terapia en la carretera y, de pronto, en uno de sus viajes con un amigo tocó fondo. Se dio cuenta de que estaba sumergido en un oscuro abismo y desde entonces ha luchado por salir de la tenebrosa depresión con la que ha tenido que lidiar en diferentes etapas de su vida. A finales de su segundo libro y durante el tercero, Living Proof (Prueba viviente), en su relato nos lleva a su madurez y estabilidad -a pesar de su lucha interna constante- donde la influencia de Patti Scialfa es indispensable para él. Se trata de una guitarrista, compositora y cantante que rompió el sesgo masculino de la E Street Band en 1984, infundiéndole un nuevo aire musical, y cuya presencia algo más tarde salvó a Bruce Springsteen de sí mismo, convirtiéndose en una fuente de inspiración musical y personal. De hecho, el libro está lleno de muestras de amor y admiración incondicional hacia Patti, su «revolución pelirroja».
Debido a sus ansias por recorrer nuevos caminos musicales y un desgaste después de tantos años tocando juntos, las carreras musicales de los miembros de este gran grupo se separaron. Uno de los proyectos en los que se embarcó el príncipe de Nueva Jersey, con permiso de Frank Sinatra, fue una canción para la película Philadelphia (1993) dirigida por Jonatham Demme, lo que dio lugar al tema Streets of Philadelphia (Calles de Filadelfia) con el que ganó el premio Oscar. Sin embargo, tras 10 años recorriendo sendas distintas, sintió que nada podía igualar a la sensación de tocar con la banda con la que tanto había compartido. Así surgió la reagrupación.
Leer a Bruce Springsteen y en parte adentrarse en su mente es como recorrer una ruta larga en coche o en moto: en ocasiones placentera, en otras la travesía se torna dura por los obstáculos que hay que superar pero, aun así, no puedes dejar de adentrarte en ese viaje en el que adquirirás nuevas experiencias. Él es sabedor de su talento pero también se llega a describir de la siguiente manera: «Llevaba conmigo al trabajador que había en mí, para bien o para mal, era alguien normal y corriente, y siempre lo sería». Disculpe, señor Springsteen, pero afortunadamente para el público usted no es alguien normal y corriente.
Bajo el título Metamorphosen, la Aurora Orchestra presentó en el Southbank Centre un programa que incluia el Cuarteto nº1 “metamorfosis nocturnas” de György Ligeti, y Metamorphosen de Richard Strauss. Como ya tuvimos oportunidad de contar, la programación innovadora y las colaboraciones interdisciplinares son objetivos básicos de esta formación, y para esta ocasión contaron con la colaboración del artista y escritor Edmund de Waal, que junto con Nicholas Collon (director titular de la orquesta), exploró la idea de metamorfosis o transformaciones en el arte. (más…)
Anna Melander, flauta / Dries Tack, clarinete / Martin Welander, percusión / Malin Bång, objetos / Anna Christensson, piano / Frederik Munk Larsen, guitarra / Karin Hellqvist, violín / Karolina Öhman, violoncello / Rei Munakata, director
El programa del pasado 7 de febrero tenía como título “Hearing metropolis”, un proyecto del ensemble Curious chamber players, dentro del Festival Sampler Sèries en L’Auditori de Barcelona. Se trataba, según describían, de una selección de obras que se confrontaban con el mundo sonoro urbano. No tengo muy claro que esto se consiguiera. Intentaré explicarme.
El concierto se abrió con 24, una obra del compositor Manuel Rodríguez Valenzuela. La disposición ya era de lo más sugerente. Se trata de un piano que se va preparando según suena a dúo con un cello. Observábamos el piano y todas las transgresiones a su estructura en una pantalla como si fuésemos alumnos de una clase de disección. La obra tiene tres temas fundamentales. El primero es el trabajo del efecto, donde el piano y el cello divergen. El segundo, donde aparece una cita a la 5 sinfonía de Beethoven como “homenaje a su sordera”, trabaja más con la deconstrucción de los sonidos tradicionales. Por último, la gran parte final trabaja con la dinámica, explorando sonoridades pequeñas, intimistas. Siempre tengo mis dudas cuando hay un elemento visual ante lo sonoro: la fuerza de las manipulaciones al piano, ofrecidas generosamente al ojo del oyente, tenían un efecto distractor que, indudablemente, modifican la escucha. No sé si no somos capaces de enfrentarnos a lo sonoro sin el anclaje visual, como por ejemplo sucedió de forma radical hace unos meses en el One Drone Day de Hangar, donde la escucha era prácticamente a oscuras. Esta cuestión no es meramente interesante con respecto a la obra de Rodríguez Valenzuela, donde claramente ver el piano tenía una intención constructiva, sino porque a todas las demás les acompañó un visual que poco o nada dialogaba con las obras.
A continuación sonó Borderlines de Hanna Hartman, que trabaja con sonoridades encontradas, como cuando un niño se pone a explorar, por primera vez, el mundo desde lo acústico. Arandelas, macetas, maderas, varas de metal se vuelven materias sonoras. Destaco, especialmente, la sensación de fragilidad de la pieza, que parece sostenida a duras penas por un hilo que podría romperse en cualquier momento. Lo interesante de esta pieza fue la posibilidad de crear un mundo, pequeño, donde las sonoridades de lo cotidiano se vuelven lo fundamental. Esto es algo típico del lenguaje de Hartman, como vemos por ejemplo en obras como Shadow Box.
Finalizó la primera parte con Turbin Motion de Malin Bang, que es una deconstrucción de los sonidos posibles de la ciudad, quizá la obra más cercana a la intención del título del concierto. Los sonidos de la ciudad se vuelven lenguaje y se mutilan, se dislocan y se reconforman, haciéndoles dialogar. Aunque la autora relata que la obra está basada en las sonoridades de las grabaciones de campo obtenidas en Estocolmo y en París, la deconstrucción de lo sonoro de la ciudad podría ser la de cualquiera: algo que nos hace trasladar el concepto de los “no lugares” de Marc Augé a un posible “no sonoridades”. Si los “no lugares” son los espacios impersonales en los que se han convertido los aeropuertos o los centro comerciales, donde se borra la identidad, ante las “no sonoridades” parece que se difumina la diferencia específica sonora de ciudades donde en todas ellas el murmullo y el estruendo se terminan pareciendo sospechosamente.
A continuación sonó Ampèrian Loops II de Johann Svensson, una obra donde se pretende mostrar una sonoridad casi azarosa de los solenoides que golpean placas metálicas en diálogo con los instrumentos tradicionales. Es una pieza donde convive lo puntillista y el plano sonoro. En este caso, se acentuó especialmente la voz de la percusión, atendiendo al criterio de Svensson de explorar las sonoridades de las placas metálicas, elemento en el que se concentró su trabajo de esta segunda parte de amepèrian loops con respecto a la primera, donde otros objetos, como macetas y latas sonaban junto a las placas metálicas.
El estreno de Cabinet de curiosités de Carlos de Castellarnau no tengo muy claro que consiguiera explorar la “heterogeneidad”, tal y como se describía en el programa de mano, de los sonidos en comparación con la que puebla esos gabinetes donde se juntan objetos de los más variopintos. Al igual que en la obra de Svensson, lo más interesante fue la percusión, pero también el uso de la guitarra. La sorprendente Buckle in The AirII del Rei Munakata, director del ensemble, fue en ese sentido más literal con la idea de fondo de lo que hubiese esperado del gabinete que poponía Castellarnau, donde los objetos como latas o pelotas de ping-pon se convertían en material para la construcción sonora. En este caso, más que remitir a los “objetos encontrados” como en los gabinetes, se convertían en casi dadá como objet trouvé, como eso cotidiano que, según como y dónde se sitúe, adquiere el lugar de lo estético. De eso, más que de la escucha de las metrópolis, creo que iba este concierto. A menos, claro, que las metrópolis se concibieran como lo ajeno a la idea de urbe, a lo pequeño, a la corte de los milagros que resiste de forma subterránea a la imposición de lo grande, lo moderno, lo hiperasfixiado. Me recordaba mucho a la frase del filósofo Benjamin, que reclamaba que la filosofía tenía que ser capaz de hacer filosofía desde los posos del té. Creo que la propuesta de los CCP iba en esta línea: hacer música desde lo ínfimo, lo ignorado. En general, la interpretación por parte del ensemble se destacó por un trabajo muy delicado de las dinámicas y por la construcción de grandes bloques sonoros donde se respetaba tanto su máxima sonoridad como su necesidad de respirar, algo especialmente palpable en 24 y Ampèrian loops II.
He de añadir ciertos errores en el programa: ni Ampèrian Loops II ni 24 fueron estrenos nacionales (aunque claro, dependerá de qué se considere nacional). La primera ya ha sonado en el Festival Internacional de música de Canarias de la mano del ensemble mosaik en enero de 2017. La segunda fue interpretada por Vertixe sonora en 2013, desconozco si también antes por otras agrupaciones.
La Integral de las Sonatas de Beethovencontinúa,y con un gran empuje. El dúo Kavakos-Pace volvió a aparecer en el Palau de la Música el pasado 26 de enero para continuar su proyecto, esta vez con la interpretación de las sonatas 4, 5 y 10. Como comentamos en el artículo del concierto anterior, el trabajo que han hecho estos dos músicos es bastante inusual y metódico. No está basado en otras versiones, sino que es un trabajo desde cero, desde el análisis minucioso de los fundamentos de la propia música. Todos los detalles y sutilezas que encontramos en la interpretación están justificados en la partitura, por lo que la música vibra por sí misma.
La elección de la cuarta sonata en La menor, op 23 como primera obra del programa no fue arbitraria ni tuvo nada que ver con el orden de las sonatas -pensemos en el orden del primer concierto: 6, 3, 2, 7-. Fue una llamada a la antención del público, una llamada turbulenta y llena de energía que no nos dejó indiferentes y nos absorbió por completo en la escucha del concierto. Kavakosdefine la cuarta sonata de la siguiente manera: «tiene mucha fuerza, es energética, agitada (…) tiene una atmósfera que no permite el descanso, nada es normal, o bonito o natural…no es una pieza con la que puedas andar normalmente…». Así es, es una pieza que desde que empieza, es una precipitación incansable de sentimientos casi agónicos hasta que de repente para. Sí, para y no «termina» porque el oyente no puede identificar una preparación para el final, la música simplemente deja de sonar. Tranquilamente podría sonar algo más, pero no pasa. La forma en que terminaron el primer movimiento, el presto, llamó bastante la atención; ya que después de haber interpretado todo el movimento de forma tan intensa, los útimos acordes fueron tocados con una sutileza y sensibilidad inesperada. «Es interesante ver la reacción del público cuando se acaba la sonata» comenta Kavakos.
«La Primavera» o Sonata núm. 5 en Fa Mayor op. 24 es sin duda, junto a la «Kreutzer», la más conocida de todas las sonatas para violín y piano de Beethoven. También es una de las más melódicas, más fáciles de escuchar. Este sobrenombre no lo adquirió por el propio compositor, sino fue atribuido póstumamente por críticos y editores, dado el carácter de la obra. ¿Qué podemos decir de ella? Es jovial, agradable… Después de las lluvias torrenciales de la cuarta, sale la luz del sol, se oyen los pájaros y nos envuelve la naturaleza. El público ya puede relajarse y disfrutar. Kavakos nos hace notar que la tonalidad de la sonata, Fa Mayor, es la misma que la de la Sinfonía «Pastoral» nº6del mismocompositor; «Las tonalidades nos traen las atmósferas (…) cuando toco esta sonata es como si fuera parte de la sinfonía Pastoral o de una obra pastoral en general».
La última de las sonatas para violín y piano, la número 10 op 96 en Sol Mayor, también llamada «El canto del gallo», empieza con un motivo encabezado por un trino. Según Kavakos, con este motivo «nada y todo está establecido» y es «una pregunta que invita a la audiencia a sentarse, calmarse y a la contemplación de la sonata», ya que la atmósfera que se crea es tan lírica, melódica y paisajística como la 5ª sonata, «La Primavera». En su libro The Master Musicians: Beethoven, Marion Scott describe esta obra como «la más querida de sus sonatas para violín, calmada y de una belleza etérea», además de ser «una prueba de búsqueda para los intérpretes. Todo tiene que estar bien, desde el primer trino».
A diferencia de otras sonatas, la forma en que están conectados todos los movimientos de esta sonata hace pensar en una gran forma, en que los movimientos simplemente son una forma de articular la obra, sin que dejen de ser partes de un todo. Kavakos remarca la importancia del último acorde del scherzo, que es en dominante (acorde de tensión), que hace que el oyente no pueda salir de un estado de suspensión hasta que se resuelve en el cuarto y útimo movimiento. Pocos movimientos (o ninguno) acaban de esta forma. Beethoven, en su carta de 1813 a su discípulo el Archiduque Rudolph, a quien está dedicada la sonata, habla del cuarto movimiento de la siguiente manera: «No me di demasiada prisa con el último movimiento, más que nada porque si debo escribirlo teniendo en cuenta el punto de vista de la interpretación de Rode tengo que ser riguroso: a nosotros nos gustan los pasajes rápidos y que resuenan, pero esto no complace a R- y me dificulta un poco». El resultado que complació a Pierre Rode (el violinista que estrenó la obra) fue un tema con variaciones muy melódico, con variaciones contrastantes escritas en un estilo parecido al de sus últimas sonatas para piano solo, la última que enlaza con un gran final. La interpretación de esta última sonata de Kavakos y Pace fue notable, con una gran concentración y precisión en el sonido iban creando atmósfera tras atmósfera, cuidando hasta el mínimo detalle, respetando la estructura y las frases, y manteniendo la tensión hasta el útimo momento.
Recuerdo a los lectores que este concierto no es el útimo, por favor ¿cómo nos vamos a perder su versión de la «Kreutzer»?. Estad atentos a la programación, porque para la siguiente temporada nos deparará un gran concierto lleno de matices y detalles; totalmente indispensable.