por Irene Cueto | Oct 31, 2016 | Evento, Literatura, Música |
Escribir sobre Bob Dylan se ha convertido en sí en una moda porque o bien se le critica duramente o se intenta hacer ver el valor de su trabajo, todo ello desde hace unas semanas cuando la Svenska Akademien (Academia Sueca) de los Premios Nobel anunciaba los galardonados de este año y desde el primer minuto cobró una especial relevancia uno de ellos: «El Premio Nobel en Literatura 2016. Bob Dylan. Por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana».
Con estas palabras se desató la denominada polémica: si se debería haber seleccionado otro ganador que fuese mejor, por qué se le ha concedido al músico, qué nuevas implicaciones puede conllevar,… Por otro lado, cabría plantearse toda una diatriba de consecuencias relacionadas con concederle este reconocimiento a otro literato, pero demasiado a menudo caemos en brazos de subjetividades personales y culturales. Hace pocos días Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura en 2010, explicó en un foro mucho más serio que las revistas del corazón que no debería concedérsele tal galardón a un cantante. Creo que una de las afirmaciones que más me han sorprendido fue que habría que plantearse la nueva conexión entre la poesía y la música porque pareció como si de pronto algunos hubieran olvidado el presente tan globalizador en el que vivimos y a la vez también un pasado muy lejano. Es más, considero que no habría que plantearse por qué le han concedido el Premio Nobel a Bob Dylan, sino ¿por qué no habrían de dárselo? ¿O acaso es que no es tanto el hecho de premiar a Dylan como el valorar el arte popular al mismo nivel que el designado culto? Más de cuarenta años después de su creación, tal vez más que en épocas anteriores, seguimos Knockin’ on Heaven’s Door.
Para ello vamos a realizar un breve viaje en el tiempo, ya que desde la antigüedad se han acompañado las canciones principalmente con instrumentos de cuerda como en la antigua Grecia de la que heredamos tanto y en donde se consideraba que poeta era aquel hombre que componía la letra y la música de una de estas obras. Era común que un cantor se acompañara de la lira dando lugar a la creación de la poesía lírica que predominó sobre todo en los siglos VII-VI a.C. Con el paso del tiempo, la influencia griega pasó a lo largo de los siglos por Europa con los trovadores y sus coetáneos de otras zonas, que eran los poetas modernos de aquel entonces, y los juglares quienes los interpretaban. En un artículo reciente se hizo referencia -citando supuestamente unas palabras del poeta Allen Ginsberg– a que Dylan es un juglar pero no es así, es un trovador porque es un poeta. Así, pues, tenemos que Dylan compone sus letras y su música acompañándose generalmente de la guitarra y también suele aparecer tocando la armónica. Durante estos días se le denominó como músico o cantante pero, sin embargo, es un poeta en el sentido clásico o tradicional del término.
Además se hizo mención a su faceta inicial en la canción protesta (en aquel texto el término aparecía entrecomillado) y la posible vinculación política entre la concesión de este premio y la supuesta propaganda que conllevaría para que Donald Trump no alcance la presidencia en Estados Unidos. Probablemente haya que recordar y destacar esa faceta de Dylan pero también la de otros artistas como por ejemplo Pete Seeger o Woody Guthrie, o con otras figuras que vivieron auténticas tensiones políticas y miliares como la del chileno Víctor Jara.
En tono sarcástico se ha escrito que tal vez haya que empezar a comprar libros con las letras de Dylan en lugar de escucharlas en sus discos. Pues bien, el estudio de su música y de sus letras es objeto de estudio en universidades de diferentes rincones del planeta desde hace años, incluidas universidades españolas donde se han defendido tesis sobre este artista, aunque donde más se le ha estudiado es en su país y probablemente se convierta en un objeto de estudio aún más atrayente con este importante premio. Además, la Academia Sueca ha destacado todos sus trabajos, no solo su discografía. También leí referencias mordaces sobre que esta institución no tuvo en cuenta la única obra en prosa de Dylan que fue un fracaso en ventas. No recuerdo el nombre del autor pero sí que pensé que es raro encontrar un personaje al que se le recuerda por su excepcional trabajo pero que en algún momento de su carrera no haya tenido fracasos porque incluso conocemos casos en los que el artista en cuestión murió sin conocer las mieles del éxito, como Vincent Van Gogh. Que Dylan tuviera un fracaso -es de suponer que ese libro será éxito de ventas en breve, si no lo es ya- parece casi anecdótico porque su carrera está llena de trabajos memorables y giras, de hecho sigue con ellas -si bien también hay detractores sobre la calidad de sus actuaciones en los últimos tiempos- porque es un artista que sigue en activo a sus 75 años Like a Rolling Stone.
por Marina Hervás Muñoz | Oct 26, 2016 | Críticas, Música |
El pasado 21 de octubre en L’Auditori se dio un mix de esos que tanto me disgustan y me ponen la mosca detrás de la oreja -como explicaré más adelante-. Escuchamos, por este orden, la tercera versión de la Obertura Leonore de Beethoven, el Concierto de violín de Alban Berg, la Obertura Alphonse et Leonore ou l’amant peintre de Ferrán Sor y la Séptima Sinfonía de Beethoven, con Constantin Trinks a cargo de la dirección de la OBC (han creado una lista con las audiciones que se puede escuchar aquí).
¿Por qué me disgustan los mixes? Porque se nota que hay una programación artificialmente construida para poder programar el Berg -y más aprovechando la presencia de Shaham, qyue es un gran conocedor de la música «contemporánea» (suponiendo que el concierto de Berg, que tiene ya ochenta y un años, lo siga siendo-) , algo que se corrobora con la publicidad de L’Auditori, que anunciaba a Gil Shaham y la Séptima, como dejando pasar desapercibido que habría música «rara» en medio. No hubo diálogo entre las obras y se vio -o más bien escuchó-, sobre todo en el Sor, falta de concentración, motivada seguro por el mix. Eso sí: valoro que se haya programado el Berg y no, por enésima vez, el concierto de violín de Brahms, Beethoven, Sibelius o Tchaikovsky. Como si no hubiera tantos otros en el repertorio violinístico de excelente factura.
Constantin Trinks trató de salvar distancias y abordó los Beethoven(s) remarcando su modernidad, trabajando al detalle la deconstrucción de los temas -procedimiento que tímidamente se asoma en Beethoven-, los silencios y las dinámicas, que mejoraron a lo largo del concierto. Mientras que en Leonore aún faltaba sacar sonido y dejar brillar la cuerda, que se escondía detrás de los vientos, que tenían un sonido más redondo y compacto; en la Séptima pudimos escuchar todo el sonido que se había condensado a lo largo del concierto. A veces, Trinks mostró un poco de ansiedad por culminar, algo que especialmente afectó al delicadísimo allegretto de la Séptima, uno de los movimientos más difíciles de mantener de toda la escritura orquestal. El viento madera estuvo excelente, en especial las trompas y el oboe solista, y agradecí enormemente la claridad y limpieza de los pasajes más cargados, que a veces se tocan con mucha suciedad.
El Sor, por su parte, pasó sin pena ni gloria, pese al esforzado intento de hacer dialogar las dos Leonoras y destacar al músico orquestal más allá del especializado en música para guitarra. La obra se hizo repetitiva y un tanto facilona, desde luego considerada como mero aperitivo para la Séptima. Creo que, simplemente, estaba fuera de lugar y que no pudo brillar por su situación en un programa montado, como dije, artificialmente.
No puedo negarlo. El Concierto de violín de Alban Berg me parece uno de los más fascinantes y frágiles de la historia de la música. Sólo el comienzo merecería desarrollar un método para fijar la música más allá de la partitura, un formato que permitiese que sonase para siempre. Lo que sucedió en L’Auditori me hizo corroborar una triste sospecha: que nos gusta escuchar lo cómodo, lo bonito, lo que no nos cause demasiado desasosiego, nos gusta creer que entendemos Beethoven pero que Berg es demasiado raro. Esa actitud me parece antimelómana. No quiero alardear de superioridad estética, ni nada parecido. Pero entiendo que a alguien que se toma muy en serio esto de la música, no se queda sin aplaudir ante el Berg que interpretó Gil Shaham la pasada noche. No fue la mejor versión del concierto, sobre todo por una falta de nivelación sonora que había que muchas veces el violín de Shaham, en general con un sonido muy redondo y cuidado, aunque con poca proyección, que quedaba sepultado por los vientos metales, pero desde luego tuvo momentos muy destacables, en especial aquellos en los que Berg se ocupó de un sonido más intimista, como si contase un secreto muy importante en pequeños fragmentos, usando diferentes colores de la orquesta. Es decir, el sonido fue mucho mejor y más cercano a lo que parece que se esconde detrás de este concierto en lo pequeño. Los tuttis eran puro exceso y se alejaban de los momentos de creación de magia. Como bis, Shaham nos regaló la Gavotte en rondeau de la Partita n. 3 de Bach, todo un hit en el mundo violinístico. Y ahí sí. Ahí sí que estallaron los vítores: habíamos vuelto a casa, a lo conocido, a lo -supuestamente- aproblemático. Me apena profundamente lo que aún nos queda por hacer para invitar a los -también supuestamente- melómanos a que abran las orejas. No hace falta que les guste. No se trata de eso, esto no se mide por los likes de Facebook. Se trata de que se acerquen a la música como algo distinto a una «cosa ahí» que entretiene.
por Elio Ronco Bonvehí | Oct 26, 2016 | Críticas, Música |
Jean Sibelius es un compositor apreciado y popular, cuyas sinfonías segunda y quinta y, sobretodo, su concierto para violín, son obras habituales en las temporadas sinfónicas. Sin embargo, ya he expresado en otras ocasiones mi frustración por la ausencia del resto de sus sinfonías (por no hablar de su cuarteto). Esto no sucede en Londres, donde esta temporada se podrán escuchar dos ciclos completos de sus sinfonías. El más apetitoso es el que está realizando ahora mismo la London Philharmonic Orchestra (LPO), bajo la batuta del celebrado Osmo Vänskä. Las credenciales sibelianas de Vänskä son extensas, entre ellas la grabación de la toda la obra orquestal del compositor para el sello BIS -que incluye rarezas como las primeras versiones de la Quinta y el Concierto de violín– o la exitosa integral realizada con la propia LPO en 2010. (más…)
por Antonio H. Muñoz | Oct 22, 2016 | Música, Recomendaciones |
Si, lo sé, un poco más y más que la canción del verano la publicación podría ser «la canción del invierno» (me apunto esto) pero diversas desavenencias han hecho que este post esperadisimo por niños y adultos se haya retrasado hasta el buen, y cubierto de hojas, otoño.
Finalmente el momento ha llegado y la canción que hemos elegido es… (más…)
por Laia Urbano Gubert | Oct 22, 2016 | Críticas, Música |
La Sala 1 Pau Casals de L’Auditori acogió el pasado 18 de octubre dentro de su programación Música Antiga un concierto de la orquesta Le Concert des Nations, formada por instrumentos de época y dirigida por el maestro Jordi Savall, con Manfredo Kraemer como concertino y Pierre Hamon como solista. En esta ocasión nos presentaron piezas del siglo XVII y XVIII que se caracterizan por una naturaleza descriptiva y simbólica evocando temporales marítimos, truenos y seres de la antigua mitología del mundo acuático.
El concierto se abrió con Music for The Tempest de Locke, adaptación de una semiópera de Shadwell en la que percusiones y vientos aportan matices de tormenta y truenos. Los movimientos se distinguen por los ritmos diferentes que conllevan una gavota, un minueto o una giga pero a la vez Locke logra plasmar los diferentes latidos de la naturaleza introduciendo por primera vez en su música indicaciones de dinámica y trémolos, concluyendo esta obra con un brillante canon.
Al compositor inglés le siguió Vivaldi, con el Concerto La tempesta di mare, momento en que Pierre Hamon, a la flauta dulce se convirtió en el centro de la obra, situándose Savall como espectador durante la interpretación. En esta pieza para flauta sola y cuerdas, se pudieron apreciar los fortes y pianos tan característicos del compositor veneciano que en este caso pintaron un cielo vivo y cambiante a gran velocidad en los movimientos rápidos. La dulzura de la flauta en el segundo movimiento se contraponía con la tormenta del presto, en la que las notas fluían jocosas por la tormenta.
La tercera tormenta representada fue la de Les Éléments de Jean-Féry Rebel, sorprendente pieza con disonancias que no se suelen encontrar en la música de la época. En ella, los cuatro elementos de la naturaleza se hicieron presentes musicalmente, siendo el primer movimiento una evocación del caos inicial, en el que notas se mezclan igual que los elementos creando un sonido único, con trémolos y melodías que bien podrían formar parte de una obra mucho más actual. A medida que se desarrolla la obra, los elementos se manifiestan, cada uno con su carácter propio: enérgico, majestuoso, vivo, poderoso e indómito.
La segunda parte eclosionó con Alcione: Airs pour les Matelots et les Tritons, de Marin Marais. Se trata de una tragedia en música dónde la tormenta adquiere el protagonismo en las melodías y ritmos de las danzas que componen esta obra. En este caso, los truenos evocados por la orquesta nos transportaron a un temporal con cierto carácter festivo, dónde no fue difícil imaginar a criaturas marinas danzando bajo el agua.
La penúltima obra del concierto nos presentó a Telemann con Wassermusik, Hamburger Ebb’ und Flut, donde los misterios de las mitologías del mundo acuático fueron evocados, de nuevo en forma de danzas. Obra creada en motivo del centenario del almirantazgo de Hamburgo en 1723, sugería los diferentes caracteres de las criaturas; una Tetis dormida y luego festiva, un Neptuno dramático o unas Náiades traviesas y misteriosas. De nuevo la marea de la tormenta tenía su papel importante, que concluyó con los marineros celebrando el sorprendente final de un viaje, con una gran sensibilidad transmitida al público en forma de alegría y bellas notas.
El último temporal del concierto fue Orages et Tonnerres de Rameau. En su interpretación se pudo apreciar la grandeza de los truenos y relámpagos junto al céfiro soplando apacible, dando paso a una contradanza que culminó la obra con un soplo de fiesta después de las inclemencias del cielo. Este final cerró un conciertazo lleno de disonancias y contrastes con gusto a sal de mar.
Si ya el público tenía la sensación de haber asistido a un evento redondo, incluso los bises sorprendieron a más de uno. De ellos destacamos la Bourrée d’Avignonez, danza anónima que según contó Savall, se cree que fue interpretada por primera vez en la Corte de Francia para celebrar el nacimiento del rey Luis XIII. Las percusiones y guitarra barroca que comenzaron con un ritmo tan alegre no parecían provenir del lejano siglo XVII. Poco a poco se iban añadiendo a esta fiesta final un violoncello, el contrabajo, un par de violines, hasta que un tutti desbordante de calidez, júbilo y fuerza, hizo de este final una delicia para los asistentes. Y es que Savall es especialista en transmitir esta energía especial; algo etéreo se desprende de la música que pasa por sus manos. Le Concert des Nations creó un todo que trascendió lo musical, quizás por la comunión entre las nacionalidades o naciones de este conjunto o bien por esta gran sensibilidad hacia la música antigua. Ciertamente, el pasado martes pudimos apreciar a Savall en estado puro.
por Cristopher Morales Bonilla | Oct 20, 2016 | Artículos, Críticas, Música |
El festival Keroxen se ha convertido, desde hace ya algunos años, en referente de las propuestas más vanguardistas dentro de todos los géneros de la experimentación, desde las nuevas tendencias del rock hasta la electrónica. Este año vuelve a ofrecer un cartel que podría ser el de cualquier festival de cualquier capital europea, lo cual dice del inmenso trabajo que hay detrás.
Después de un viernes donde se calentaron bien los motores de los que será la edición de este año, el sábado arrancó uno de los primeros días grandes del festival. Para comenzar, Nuria Delgada nos ofreció un concierto/performance en el que por momentos recordaba a John Cage y en otros a una cantautora folk con aires artaudianos. La unión de la tuba y la percusión minimal ofrecían una actuación experimental con algunos temas («Manolo, cómeme el coño, por favor») más que memorables.
Seguidamente, Conjunto Podenco desde Gran Canaria. Con el gran Fajardo al frente, cuya carrera en solitario se va haciendo cada vez más reconocida a nivel nacional, y ya en marcha las visuales de Simone Marin que acompañarían toda la noche al resto de bandas, ofrecieron un concierto redondo que supo a poco. Entre el rock instrumental a lo The Joe K Plan y el post-hardcore a lo Dischord, fueron, tal vez, una de las mejores sorpresas de la jornada.
Tupperwear ya comenzaron a poner las máquinas a pleno rendimiento con su electrónica minimal. Justo cuando la sala casi ya estaba llena a rebosar, sus ritmos de electrónica lo-fi y su ruidismo contenido triunfaron sin ningún género de dudas.
Desde Alemania, Tau! ofrecieron un concierto más que interesante. Como si dos teutones se hubieran pasado una temporada metidos en una tribu de navajos, desplegaron una especie de folk del desierto muy original y épico, con muchos momentos de una especie de éxtasis animista bañado por unas guitarras que, por momentos, sonaban a lo mejor del noise-rock de las últimas décadas.
Para terminar la noche, Group A, procedentes de Japón pero afincadas en Berlin. Sus dos componentes se repartieron la producción de una electrónica dura que desafió los oídos de la audiencia. La fusión con un violín tratado electrónicamente le dio al concierto un aire de fusión para nada artificial. Todo al servicio de una electrónica ruidista que, por momentos, llegaba a ser hardcore.
La fiesta siguió en el Ocean Club, donde se dieron las propuestas más bailables. Después de la sesión de D. Wattsriot, Denge Denge triunfaron por todo lo alto con su cumbia electrónica. Una propuesta más que acertada y bailable para cerrar uno de los primeros fuertes del festival.