por Marina Hervás Muñoz | Oct 5, 2016 | Música, Recomendaciones |
El Festival de Música Polonesa a Catalunya, vuelve tres año después con una muestra de la música clásica polaca en relación a compositores internacionales. Se celebrará del 15 al 23 de octubre. Se trata de una ocasión única para escuchar música que se mantiene silenciada para los oídos de este lado de Europa, como la que compuso Karol Szymanowski. Su música, aún por explorar, junta lo mejor del lenguaje de Bartok, de Schönberg y de Stravinsky (Algo que reluce especialmente en su Concierto de violín N. 1) y, en lugar de sonar a pastiche, adquiere un color fantasmagórico delicisoso. Es una alternativa a la música alejada de lo ya escuchado hasta la saciedad en las salas de concierto, nos cuenta de otras lenguas, de otras formas de expresión musical, de porqué la musicología se ha centrado ideológicamente en el resultado sonoro de sólo algunos lugares del mundo.
El festival se abrirá con un concierto que estaremos cubriendo desde Cultural Resuena en el Palau de la música catalana El programa incluye las Canciones de una princesa de cuento de hadas op. 31 de Karol Szymanowski, con la participación de la gran soprano polaca Iwona Sobotka, las Tres piezas en estilo antiguo de Henryk Mikołaj Górecki (otro compositor aún no suficientemente escuchado en el ámbito público) y la Sinfonía núm. 4 de Gustav Mahler. El domingo 16 de octubre, la sala para conciertos de cámara del Palau acogerá al Apollon Musagète Quartett, ganador del primer premio en el Concurso Internacional ARD de Munich, que interpretará cuartetos de cuerda de Haydn, Grieg y Szymanowski.
Como en la anterior edición, la música polaca etará presente también en otras ciudades de Cataluña. El día 22 de octubre en el Teatre de Amer, Luis Grané mostrará su alabado virtuosismo con Frederic Chopin. El domingo 23 de octubre, y como cierre del festival tendrá lugar una velada de música de cámara en l’Atlàntida, Centro de Artes Escénicas de Vic. El concierto estará liderado por el violinista Bartek Nizioł e incluirá el Quinteto para piano de Juliusz Zarębski, considerada la obra más representativa de la música de cámara romántica polaca.
Organizado por la asociación IDEA Gestión Cultural con la participación de la fundación Ogrody Muzyczne de Varsovia, el Festival de Música Polonesa está patrocinado por el Ministerio de Cultura y Patrimonio Nacional de la República de Polonia y cuenta con el apoyo de la Embajada de la República de Polonia en Madrid y del Consulado General de la República de Polonia en Barcelona. Desde aquí le sugerimos, aunque entendemos el riesgo, a que en futuras ediciones todo sea música polaca: para ayudarnos a abrir los oídos y para mostrar cuan equivocados estamos al enfocar nuestro interés sólo a un conjunto muy reducido de compositores.
por Elio Ronco Bonvehí | Oct 3, 2016 | Artículos, Críticas, Música |
Alcanzando nuevas audiencias con interpretaciones virtuosísticas, programación innovadora y estimulantes colaboraciones multidisciplinares. Así se define la Aurora Orchestra, que aspira a ser «la orquesta más creativa del mundo». Su participación en la temporada de la londinense Wigmore Hall, dentro del ciclo de música contemporánea, no incluye ningún elemento multidisciplinar ni nada que la aleje del tradicional formato de concierto clásico, como sí sucede con otras de sus apetitosas propuestas. Lo que sí refleja es su compromiso con la música de nueva creación con el estreno absoluto de Tripotage Miniatures, la nueva obra de la británica Anna Meredith. Dado el impacto que me causó el descubrimiento de esta joven y brillante compositora, comentaré muy brevemente su carrera antes de proseguir con la crónica del estreno y del resto del concierto. (más…)
por Ainara Zubizarreta Gorostiza | Sep 20, 2016 | Artículos, Críticas, Música |
Fecha de estreno: 24 de junio de 2016 (Estados Unidos)
Director: Thorsten Schütte
Guión: Thorsten Schütte
Distribuidora: Sony Pictures Classics
El pasado sábado 17 de septiembre se pudo disfrutar, dentro de la programación de la 64ª edición del Festival de Cine de San Sebastián-Donostiako Zinemaldia, de la primera proyección del documental sobre Frank Zappa (1940-1993) titulado Eat That Question: Frank Zappa in His Own Words dirigido por Thorsten Schütte. Se trata de una película basada íntegramente en la recopilación de diferentes archivos históricos de intervenciones públicas que el artista realizó a lo largo de su vida: entrevistas, debates y concursos de televisión o juicios sobre la censura. Schütte realiza una radiografía de Zappa en sus diferentes facetas, dejando que él mismo se retrate, sin intervenir en el discurso y situando al espectador en una posición de negociación constante con Zappa, que derrocha seguridad en sí mismo en cada intervención, a través de un lenguaje directo, con frases cortas y sentenciosas, sin matices. Zappa no habla, sino que lanza dardos al centro de la diana y, una de dos, o los esquivas, o se te clavan.
«No creo que nadie me conozca. Las entrevistas son anormales. Una especie de inquisición», afirma el propio artista al comienzo de la película. Esta declaración supone, sin duda, un aviso para navegantes y un condicionante para cualquiera que se atreva a sacar conclusiones de este complejo personaje a través de sus intervenciones públicas. Pero también facilita la posición que el espectador crítico debe tomar frente a lo que escuchará en los siguientes noventa minutos. Puede que a Zappa no le interesara dar a conocer a la persona que había detrás de su música y por eso incurra en varias contradicciones. Por un lado, se empeña en despolitizar sus letras, cuando, a su vez, insiste en hacer llegar su “mensaje” a la mayor cantidad de gente posible. Quizá Zappa no fuera partidista, pero difícilmente podríamos decir que fuera apolítico, entendiendo la política como la preocupación por las libertades y la organización social de la realidad en la que se vive. Por otro lado, su antiautoritarismo casi exhibicionista contrasta con su exigencia y rigidez hacia las personas con las que trabajó. “A mí no me importa lo que la gente haga en su vida privada. Si alguien quiere drogarse en su casa, que lo haga. Pero cuando está de gira conmigo, me representa a mí y a mi música.”, dice el músico. Son muchas las declaraciones en las que Zappa dejó claro que su objetivo, o mejor dicho, su gran obsesión, fue dar a conocer su trabajo. Por lo tanto, lo mejor que en este caso puede hacer el espectador es intentar alejarse de la curiosidad morbosa que siempre suscitan las estrellas de rock e intentar acercarse sin prejuicios a su música. Quizá así pueda aprender algo del inetiquetable, pero sobre-etiquetado, Frank Zappa.
Es precisamente esa falta de prejuicio la que mejor define la música de Zappa. Su formación radicalmente autodidacta –valga el oxímoron- hizo que para él la música fuera una sola cosa, sin importar la naturaleza de la misma, siendo igual de importante una canción de rock, de doo wop, de R&B, que una ópera o una obra sinfónica. Porque, a pesar de ser conocido sobre todo por su faceta de músico de rock, por sus letras obscenas, sucias, controvertidas y satíricas, y por su irreverente sentido del humor, Frank Zappa fue un músico serio o, más bien, un músico que se tomaba muy en serio la música. Él mismo narra que su primer contacto con la música fue a través de las obras de Varèse, Stravinsky y Weber. Comenzó a componer –o a “dibujar la música”, como él lo llamaba- música de cámara y sinfónica a los 14 años, y no fue hasta la veintena cuando escribió su primera canción de rock con letra. Su objetivo era “encontrar el eslabón perdido entre Varèse, Stravinsky y Weber”. Un eslabón que buscó con su grupo “The Mothers of Invention” (1965-75), que le llevó a abrir las fronteras del rock a la música contemporánea en su carrera en solitario y con sus grabaciones con la London Symphony Orchestra (1983 y 1987). Un eslabón que quizá encontró en su ya mítico último disco de 1993 “The Yellow Shark” con el Ensemble Modern o que habría encontrado de no haber muerto tan prematuramente.
La falta de prejuicios otorga siempre libertad. Pero la libertad tiene sus límites. “Tengo cuatro hijos, pago mis tasas y tengo una hipoteca”. Zappa jugó, y creo que ese es el verbo adecuado, a moverse en esos límites impuestos por la realidad, sabiendo muy bien dónde estaban. Me refiero aquí a los límites del lenguaje, de la agitación social y de la censura. Pero Zappa jugó también a buscar sus límites artísticos, esos que el propio artista se autoimpone. Y Zappa se impuso muy pocos. En realidad, sólo aceptó los términos de la libertad musical. Fue un trabajador obsesivo, minucioso y rígido en cuanto a la forma y la estructura musicales. Su propia vida artística parece haber sido concebida con esa misma visión formal. Porque su obra, de principio a fin, puede asumirse como una sola, como un plan trazado de antemano, como una gran sinfonía en la que nada es en realidad casual.
Tuve la suerte de conocer en mi adolescencia la música de Frank Zappa sin entender ni una sola palabra de sus letras. Considero que fue una suerte porque, en el caso contrario, los árboles no me habrían dejado ver el bosque. Prácticamente todos los entrevistadores que aparecen en el documental se refieren a Zappa como “artista controvertido y obsceno”. Y realmente fue las tres cosas. Sin embargo, quizás todas las obscenidades de sus letras y las provocaciones fueran su manera de gritarle al mundo “¡escuchadme!”. Y eso es lo que deberíamos hacer. Pero claro, como bien dijo él mismo: “la gente no está acostumbrada a la exquisitez”.
por Irene Cueto | Sep 16, 2016 | Artículos, Música |
El 16 de septiembre es el aniversario del asesinato de Víctor Jara (1932-1973) y he querido rendirle este pequeño homenaje, lo que además coincide con las diversas conmemoraciones que hacen durante este mes desde la Fundación Víctor Jara bajo el lema «Septiembre, Víctor en la memoria«.
Hablar sobre una personalidad que abarcó tantas facetas interrelacionadas no es tarea sencilla -algo que constaté con mi Trabajo Fin de Máster sobre él y su obra-, aun así intentaré explicar con algunos ejemplos por qué este poeta me atrae tanto.
Víctor Jara fue uno de los cantautores latinoamericanos más importantes y que mayor proyección ha tenido porque fue uno de los creadores de la Nueva Canción Chilena. Aquí destacaré que también fue profesor de teatro en la Universidad de Chile y director artístico de grupos chilenos como Cuncumén y Quilapayún. Polifacético, como dije.
En el desarrollo de su música fueron importantes las influencias de la música folklórica chilena -apreciables a nivel visual a través de su característico Poncho embravecido-, los temas históricos que vivió, la situación social de determinadas clases sociales como la indígena que por aquel entonces no tenían derechos y vivían en situaciones deplorables en la mayoría de los casos, así como su ideología de izquierdas y los artistas que conoció y con los que colaboró, como su «maestra» Violeta Parra.
Lo que sucede con la figura de Jara y con su legado es que la visión que se ha tenido de él ha dependido de la situación política de su país y podemos determinar tres períodos diferentes relacionados con el momento histórico y político que se vivió en Chile:
- El primero corresponde a la vida de Jara porque denunció las carencias y desigualdades que existían en su país. A nivel político se involucró en la cuarta campaña de Salvador Allende para ser presidente, estuvo afiliado al Partido Comunista de Chile y fue nombrado Embajador Cultural del Gobierno de la Unidad Popular. Por todo esto el día del Golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973, fue arrestado, torturado -entre otras abominaciones le destrozaron las manos- y asesinado. Aunque este hecho fue denunciado y repudiado a nivel internacional, no impidió que determinados artistas extranjeros, alguno español, cantaran tan solo unas semanas más tarde en ese estadio que albergó semejante genocidio. De vez en cuando aparece en los medios alguna noticia sobre el proceso judicial contra sus presuntos asesinos.
- Hasta el fin de la dictadura de Augusto Pinochet, en 1990, determinados artistas y sus obras estuvieron prohibidos incluyéndose en las listas negras, por lo que dejaron de escucharse en la radio y en la televisión y sus discos no estuvieron a la venta, por lo que tuvieron que ser publicados en otros países, sobre todo en Europa.
- Desde 1990 y coincidiendo con la instauración de la democracia en Chile se ha producido una (re)contextualización de su figura y su música tratando de recuperar y divulgar su obra.
Una de las atractivas características de Jara es que fue un artista cercano al pueblo y el medio principal con el que lo consiguió fue la canción popular para lo cual utilizó instrumentos folklóricos y en sus canciones habló sobre los acontecimientos históricos de esa época, algo que en general era afín a la población. Tampoco fue ajeno a otra de las temáticas de la Nueva Canción Chilena como fue la religiosa porque -además de por cuestiones personales que de joven le llevaron a ingresar en el seminario de san Bernardo– a través de la canción protesta se trató de cambiar el pensamiento de la sociedad y uno de los temas que utilizaron fue la crítica a la Iglesia cuyo poder estaba asociado a los regímenes dictatoriales y opresores del que unas pocas clases sociales se beneficiaban. Precisamente en relación a este tema, uno de los álbumes que destaco es Pongo en tus manos abiertas (1969) y dentro de este una serie de temas como Plegaria a un labrador donde le puso voz a un campesino entremezclando lo sacro y lo profano; también la Zamba del Che porque la victoria de Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara en Cuba supuso una gran influencia a nivel cultural, así como el asesinato del Che en Bolivia.
Pero como no todo estaba relacionado con temas profundos y serios, en varias de sus canciones dejó plasmado su buen humor, como es el caso de La beata -donde aparece el tema religioso de una manera muy distinta-, cuya primera versión la hizo en 1966 y la segunda en 1973 y en las que a ritmo de polca queda claro que «a la beata le gustaba con el fraile la cuestión». Escuchando este tema no es de extrañar que titulara a ese álbum Canto por travesura. Recopilación de cantos folklóricos y tampoco que la Iglesia Católica lo censurara.
Y con este humor suyo A Cochabamba me voy parafraseando a este poeta sobre un tema, por desgracia, actual: «Que los derechos humanos los violan en tantas partes».
por Irene Cueto | Sep 7, 2016 | Críticas, Libros, Literatura, Música |
En una librería del centro de una ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme, me encontré con una novedad que me llamó la atención por el original y divertido dibujo de su portada -de la mano de Elsa Suárez Girard– y por su llamativo título: Jazz para el asesino del hacha (2016), de Ray Celestin. A priori me pareció una manera muy diferente de acercar al lector al bohemio universo de Nueva Orleans a principios del siglo XX pero uno de los aspectos más llamativos es que este libro se basa en un hecho real acaecido en 1919, ya que un asesino en serie aterrorizó en una de las capitales del jazz durante aquella época.
Comenzar una novela en la que se cita al gran Louis Armstrong me abrió un mundo de sensaciones muy prometedoras. ¿Permanecerían con el pasar de las páginas?
Según avanza la narración, el autor nos va descubriendo diferentes mundos en una misma ciudad, los cuales están divididos no solo por los diferentes barrios caracterizados por la procedencia y/o la raza de sus habitantes, sino también por la moralidad de los personajes que viven en ellos, lo que incluye sus penurias, la discriminación y la segregación. El detalle con el que se nos describe cada una de las escenas, nos lleva a recorrer cada uno de esos distritos con sus peculiares características, donde destaca la sobriedad -meramente musical- relacionada con las investigaciones sobre todo policiales frente al entusiasmo de las diferentes celebraciones que recorren la ciudad a manos de las bandas de jazz y sus intérpretes negros.
El hilo conductor son los crímenes cometidos por un asesino que es capaz de burlarse de todos para realizar sus homicidios y que trae de cabeza a toda la población, a los expertos y a los investigadores aficionados, y que además tiene el descaro de desafiar a todos los habitantes: o hacen lo que dice, o habrá más muertes.
Sin embargo, la expectativa por conocer la figura del niño y joven adulto Lewis Armstrong y sus inicios musicales -así como la dureza que vivió durante aquellos años, lo cual en general coincide con lo contado en las biografías sobre el músico-, decae pronto porque se centra en las diferentes investigaciones que se hicieron para capturar al asesino del hacha -como si de un primigenio Criminal Minds (Mentes Criminales) se tratara- y su figura pasa casi desapercibida en determinados pasajes del relato.
En la primera parte de la novela, nos encontramos con una narración pausada, tal vez en exceso en determinados pasajes, y llena de melancolía como la melodía de un blues que acompaña la decadencia latente de esta ciudad que parece que conoció tiempos mejores y cuyo declive aparece representado en el antiguamente bullicioso distrito de Storyville. Además, uno de los personajes principales, tal vez el más interesante de todos en esta sección, es precisamente el omnipresente a la par que ausente asesino, si exceptuamos sus brutales crímenes.
Sin embargo, en la segunda parte el ritmo de la narración cambia, los personajes evolucionan, sus destinos se van viendo entrelazados en aparentes casualidades y los misterios alrededor de este peculiar homicida se van desentrañando, a la vez que se empiezan a descubrir los secretos del resto de los personajes.
Este libro hace un recorrido histórico por una ciudad con (en)canto -de sirena en muchas ocasiones- de la mano de un personaje cuanto menos peculiar a la vez que brutal con un buen gusto ineludible, ya que adora la música jazz y es capaz de imponerla a todos los habitantes de esa ecléctica ciudad. A través de su peculiar orden conoceremos los entresijos y desigualdades de cada rincón de una Nueva Orleans de principios del siglo XX de la mano de una serie de personajes que descubren sus fortalezas y debilidades por el lugar donde viven y las dificultades a las que deben hacer frente en parte por esta ciudad y por las condiciones establecidas en aquella sociedad.
En relación al título, aunque hace referencia a la exigencia de este peculiar criminal, la música no es una de las narradoras de la historia, lo cual es decepcionante, ya que como en el propio texto se recalca: «(…) En Nueva Orleans a todo lo acompañaba la música (…). Era como si los habitantes no estuvieran contentos si no entonaban algún tipo de canción». ¿Tal vez al propio autor se le olvidaron sus palabras y la historia de la ciudad? Parece que en parte de la narración así es pero sobre todo en la noche impuesta por el asesino del hacha, la situación cambia y asistimos a innumerables fiestas donde la música y el alcohol fluyen a partes iguales.
En cualquier caso, se trata de una novela en la que se aborda un tema histórico no demasiado común y desde diferentes perspectivas, lo cual hace que se pueda entender mejor la sociedad creada tanto la de aquella época como la del propio texto.
Solo una recomendación: escuchen la -más bien escasa- banda sonora a medida que va apareciendo en el relato.
por Elio Ronco Bonvehí | Sep 3, 2016 | Críticas, Música |
Si en el artículo sobre el debut de Mauro Peter comentábamos que la Schubertiada de Vilabertrán se caracteriza por su buen ojo con los jóvenes talentos, otra característica no menos importante es la fidelidad de estos talentos. Hace ya casi veinticinco años del debut de Matthias Goerne en la localidad ampurdanesa y la indefectible visita anual del barítono alemán se ha convertido en el principal reclamo de la Schubertiada. Y no es para menos, ya que Goerne es uno de los cantantes de lied más apreciados internacionalmente. (más…)