El estival es la época del año en la que tienen cabida una mayor cantidad de festivales de música y una de las ventajas que aportan estos eventos es que permiten al público conocer grupos y artistas que no suelen aparecer en las emisoras más comerciales, sobre todo cuando dichos eventos acercan la música que se interpreta en diversos lugares del mundo y que además tiene una conexión con su folklore.Tal es el caso del 5th World Music Festival que se celebró en Praga del 24 al 29 de agosto.
Pasear por esa bella ciudad y encontrarte con un festival con música diferente a la que se suele escuchar -y tan distinta a su vez entre la interpretada por unos participantes y por otros, cuyo rango de edad además era bastante amplio- es una auténtica delicia, sobre todo si quienes tocan son los componentes de grupos de culturas y músicas no tan usuales en la música occidental.En este festival hubo un ejemplo con el grupo V1MAST, formado por el (multi)instrumentista y cantante Viza K. Mahasa y el percusionista Vais Randi.
Se trata de un grupo de un país tan lejano como la República de Indonesia y se caracterizan por hacer una mezcla de estilos entre el pop-rock, la música electrónica y la música folklórica de su país. Aquí habría que recordar las sabias palabras de Wim Mertens que hace poco se recogieron en una entrevista: «Encontrar tu propia voz significa evitar la división obsesiva entre géneros de la música actual». Desde hace mucho tiempo se han fusionado estilos y tendencias pero ¿qué sucede cuando se aúnan músicas tan dispares para interpretarlas en un país con una tradición musical clásica y popular tan contrastante? Pues bien, ellos tocaron el día 25 y el 26 de agosto pero en este caso nos vamos a referir a la primera de sus actuaciones.
Una de las características de este conjunto es la energía y el buen ambiente que desprenden desde el escenario y la continua preocupación por implicar al público para que disfruten del concierto, lo cual consiguieron con ayuda de sus pegadizas melodías- algunas de las cuales, como Kurikulum Hatimu, no consigo sacarme de la cabeza desde que las escuché- y el singular acompañamiento que utilizan, ya que además del ordenador, la batería, y la guitarra eléctrica, combinan sus canciones con gamelán, angklung y sape dayak, los cuales hicieron las delicias del público asistente y de una servidora por sus formas y sus peculiares sonidos. Combinados con los instrumentos anteriormente mencionados da como resultado una textura singular pero, no obstante, bien empastada y le aporta un color inusual a canciones del estilo pop-rock.
Sin embargo, no todo fue alegría constante porque también hubo momentos más tranquilos propicios para la reflexión a través de canciones que hablan sobre los más vulnerables, esto es, los niños, como en la canción Race for Survival, obra compuesta por y para la carrera anual que realiza Save the Children. Además hubo guiños políticos por la libertad de su país, algo que muchos de los asistentes compartieron aunque fuesen de otras nacionalidades y lo cual provocó aplausos entre los espectadores mientras Viza mostró orgulloso la bandera de su país.
Fue un concierto divertido, un tanto inusual y que dejó un buen sabor de boca por la energía y la vitalidad de los integrantes de este grupo. Ojalá todos los artistas tuvieran tanto nivel de implicación en todos los sentidos.
Ahora que han terminado los Juegos Olímpicos de Río 2016 y nos encontramos, como dice el periodismo, en plena «resaca olímpica» o, más bien, ahora que los Juegos Olímpicos han caído en un profundo olvido; ahora que las glorias y los fracasos han pasado a un segundo o tercer plano y que a (casi) nadie le interesa ningún deporte que no sea el rey; ahora que (por seguir con los versos de Sabina) ha pasado la etapa de la sobreinformación y el sobreentusiasmo, real o fingido, que conlleva este tipo de eventos globales, me dispongo a reflexionar, con la ligereza que exige el período estival, sobre un pequeño acontecimiento, si es que así puede llamarse, que tuvo lugar el pasado 19 de agosto y dio pie a varios titulares y a una oleada de publicaciones en las diferentes redes sociales. Me refiero a un suceso que adquirió, creo yo, cotas ridículamente altas de cobertura tanto por parte de los medios de comunicación como de los particulares que lo difundieron en Twitter, Facebook y demás plataformas.
Lo primero que llama la atención es con qué facilidad convierten las redes sociales en acontecimiento un hecho anodino y cómo los medios de comunicación se hacen eco de tal acontecimiento inventado y contribuyen a su difusión transformándolo en noticia. Y cómo, llegados a este punto, nadie se plantea ya si lo que ve o lee o le cuentan puede realmente considerarse tal. Es el poder de un titular: hacer que exista noticia donde no la hay.
La no-noticia que, en este caso, agitó las redes y generó titulares fue que, en las semifinales individuales de gimnasia rítmica, la búlgara NevianaVladinova eligió para su ejercicio la archiconocida canción Bulería del archiconocidísimo David Bisbal (los adjetivos son intercambiables). Resultó, además, que al clasificarse la gimnasta con ese ejercicio para competir en la final, la difusión de la “noticia” se hizo ya imparable. ¿Por qué? Simplemente porque el triunfo de la búlgara, al elegir la canción de uno de los mayores embajadores culturales españoles, al nivel de lo que un día fuera Julio Iglesias, se convertía en un triunfo de España. Se comenzaron así a publicar en los medios digitales titulares como “Bulgaria hace Olímpico a David Bisbal en gimnasia rítmica” (El Español, 20-08-2016), “Bisbal en la gran final” (La Voz de Almería, 21-08-2016) o “David Bisbal, protagonista de la semifinal de gimnasia rítmica” (As, 20-08-2016). El éxito de la gimnasta búlgara pasó a ser así el de España.
Es innegable que este tipo de acontecimientos deportivos dispara el orgullo patrio. Basta con recordar aquel poético grito de guerra, aquel “yo soy español, español, español” que se cantaba a pleno pulmón en la Eurocopa de fútbol de 2008 y que se convirtió en himno deportivo nacional (adoptando, por cierto, la melodía rusa Kalinka). Pero en este tipo de acontecimientos también se dispara la mofa, que no es sino otra expresión del mismo orgullo patrio. Entre ambas dos manifestaciones de la misma cosa se difundió por las redes sociales el gran acontecimiento. Los usuarios, término con el que se conoce a quienes utilizan las redes, se dividieron entre los fans orgullosos de escuchar a su artista favorito en Río y sus detractores, que se reían de Bulgaria por haber elegido esa “basura comercial”. Todo muy español y “mucho español”. Pero, ¿qué diferencia hay entre elegir una canción de Bisbal, una de Madonna, como hizo el equipo ucraniano, una de Beyoncé, como se pudo escuchar en algún ejercicio de suelo de las estadounidenses en gimnasia artística o una de CarlinhosBrown, que es con la que compitió en uno de sus ejercicios el equipo español de rítmica? Ninguna, diría yo.
La música en la gimnasia rítmica, por lo que he podido observar, se mueve en tres terrenos: la música de las grandes estrellas del pop, la música instrumental romántica (con la supremacía arrolladora de los instrumentos de cuerda) y las músicas locales utilizadas como clichés de lo racial, lo étnico o lo auténtico, pero no siempre, o casi nunca, como representación de una identidad cultural propia. En este vídeo de las rondas clasificatorias para los JJOO de Río podemos observar las tres tendencias. La gimnasta finlandesa Ekaterina Volcova, por ejemplo, bailó al son nada más y nada menos que del pasodoble España Cañí y la brasileña Natalia Gaudio utilizó otro pasodoble, esta vez fusionado con samba. Se escuchan, además, canciones de Jennifer López de la mano de Alemania, de ABBA por Rumanía o la mítica You never can tell de Chuck Berry (la del famoso baile entre Uma Thurman y John Travolta en Pulp Fiction) por Canadá. Tenemos tango por Kazajistán, China y México, salsa por Findandia, samba por Uzbekistán y Canadá, es decir, un batiburrillo difícil de catalogar y de relacionar con el país en cuestión.
La música tiene gran protagonismo en este deporte. Tanto es así que la gimnasia rítmica moderna se desarrolló en parte gracias a Émile Jaques-Dalcroze, un compositor y pedagogo que ideó un método para sus alumnos de música en el que el ritmo, el gesto corporal y el movimiento eran el medio para la verdadera asimilación de los conceptos musicales básicos. Así pues, en la gimnasia rítmica la música funciona, o debería funcionar, como generadora de esa expresividad corporal. Sin embargo, el alto nivel técnico y la brutal exigencia física de la gimnasia parecen haber dejado en un segundo plano a la música, que pasa a actuar más como una excusa, como un adorno auxiliar, que como verdadero motor expresivo del movimiento. Da así la sensación de que la música se utiliza para ganarse la simpatía del público o para causar en él cierto impacto, cosa que, según parece, a veces consigue. Porque lo cierto es que la música no suele estar a la altura del exquisito nivel gimnástico de estas mujeres y rara vez se mencionan las canciones o piezas que aquellas utilizan en sus ejercicios. Pero al menos sí sabemos que David Bisbal estuvo a punto de conseguir medalla. Un orgullo.
Originalmente las schubertiadas eran reuniones informales de amigos en las que Schubert presentaba algunas de sus obras. Actualmente, esta denominación se aplica a diversos festivales dedicados a la música del compositor austríaco, como la Schubertiada de Vilabertrán. Ya hace 24 años que cada verano, en la pequeña iglesia de Santa María de Vilabertrán, suenan obras de Schubert y compositores afines. A pesar de que el cartel incluye música de cámara y algunas obras para orquesta, la especial dedicación al lied ha convertido la localidad ampurdanesa en la capital catalana del género, que tiene poca presencia en las temporadas de Barcelona (aunque eso empieza a cambiar). (más…)
Este verano en Cultural Resuena os invitamos a la primera edición de un evento imaginario que tendrá lugar en ninguna parte: un festival que no se rige por las leyes del tiempo ni del espacio y que reunirá a grandes glorias y a injustos olvidados del pop y el rock en sendos escenarios (el mastodóntico Escenario Anís del Tigre y el más modesto Escenario Aceitunas Liaño). Cada semana desvelamos dos grupos de este cartel imposible y os invitamos a escuchar la lista con las canciones de su improbable concierto.
SÉPTIMA Y ÚLTIMA SEMANA (porque todo lo bueno acaba…)
ESCENARIO ANÍS DEL TIGRE
Andrés Calamaro en 1999
Andrés Calamaro no necesita presentación en el mundo hispanohablante. Con cuatro acordes, la voz arenosa y una cuidada selección de lugares comunes, el argentino es capaz de escribir himnos generacionales a razón de cincuenta pistas por disco. Por aquí lo empezamos a conocer gracias a Los Rodríguez, el grupo que montó junto a Ariel Rot a principios de los noventa. Luego vendrían los dos discos en solitario más celebrados de su carrera: Alta suciedad (1994) y Honestidad brutal (1999). A finales de esa década, Calamaro se encontraba en una de sus etapas más prolíficas y excesivas, a punto de sacar su mastodóntico álbum El salmón (2000) y haciendo de telonero de Bob Dylan en su gira española. El público perdería la cabeza y la voz en el concierto de clausura del festival con temas tan míticos como Mucho mejor, Flaca o Cuando te conocí.
ESCENARIO ACEITUNAS LIAÑO
Neutral Milk Hotel en 1998
Hay grupos extraños, hay grupos muy extraños y luego está Neutral Milk Hotel. Este inclasificable proyecto musical del desconocido Jeff Mangum es algo así como la Velvet Underground de los noventa: nadie los escuchó en su momento, pero fueron terriblemente influyentes para muchos grupos posteriores. Las letras de Neutral Milk Hotel son puro surrealismo con toques de escatología e incesto y en el apartado sonoro el grupo es tan lo-fi que casi puedes escuchar el cromo de la cinta. Sólo publicaron dos álbumes: On Avery Island (1994) e In The Aeroplane Over The Sea (1998), pero ese puñado de canciones les bastó para encumbrarlos en la categoría de grupo de culto; sin duda, una de las joyas ocultas del rock alternativo de los noventa.
A lo largo de los años el Festival de Peralada se ha consolidado como un referente para los aficionados a la lírica, apostando siempre por las grandes voces del momento y por producciones propias de títulos operísticos. La programación de la trigésima edición no podía ser una excepción y, junto a los recitales de jóvenes estrellas, algunas todavía poco vistas en España como el excelente tenor Bryan Hymel, se presentaba por primera vez en el festival la popular y relativamente infrecuente ópera Turandot, de Giacomo Puccini. Precisamente uno de los principales reclamos de toda la programación era la protagonista: la soprano Iréne Theorin. Después de su paso por el Liceu, como Isolde primero -durante la memorable aunque descafeinada gira del Festival de Bayreuth en Barcelona– y después como Brünhilde -en la Tetralogía que culminó esta temporada con un Götterdämmerung de antología-, la soprano sueca se ha ganado una legión de seguidores que garantizaban el lleno de estas funciones. Y así fue. Se agotaron las localidades para las dos funciones previstas y la apuesta del festival por este complejo título resultó un gran éxito, que analizamos a continuación, empezando por el montaje. (más…)
Uno de los platos fuertes de la presente edición del Festival Internacional de Santander llegó de la mano de la orquesta Hallé de Manchester con su director titular, sir Mark Elder y Leticia Moreno, la violinista con más proyección de España. El programa no fue arriesgado: la Overtura «El Rey Lear» Op. 4 de Berlioz (algo muy apropiado dado el añod e jubileo shakesperiano en el que nos encontramos), el Concierto para violín y orquesta Op. 64 de Mendelssohn y la sinfonía n. 9 «Nuevo Mundo» Op. 95 B. 178 de Dvorak.
La Obertura de Berlioz caracterizó la estrategia que iba a marcar el concierto: el carácter constructivo de Elder. En lugar de recrearse en los fortissimo, que esta pieza ocasiona, trabajó con detalle la fuerza de los silencios entre partes. Por tanto, cada pequeña pausa era como un suspiro, como una respiración que ayudaba al aumento de la tensión: la música quedaba como suspendida en el aire. Es una lástima que el piano de mitad de la pieza, en la que el viento madera trata de emerger sobre la masa sonora de la cuerda y el viento metal, que acechan latentes, no tuviera la misma fuerza del inicio. Aún así, fue una interpretación llena de contrastes, con mucho teatro (especialmente al final, cuando comienza el pizzicato de los bajos), como corresponde a una pieza inspirada en una de las mejores obras de la literatura universal.
Tras la pequeña Obertura, llegó uno de los momentos álgidos, la aparición de Leticia Moreno. Me hubiese gustado verla tocando algún concierto menos escuchado, más exigente, en un registro diferente. Quizá es un problema con las programaciones, que he criticado numerosas veces, pero creo que es labor de los violinistas de élite interesarse por repertorio menos interpretado, y yo sé que eso es algo que Leticia Moreno lleva a cabo en sus interpretaciones de cámara y en sus grabaciones y que, por ejemplo, se podrá ver en la siguiente temporada de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, con obras de Fazil Say y de Juan Montes Capón. Por eso, siempre me resulta frustrante dar en los conciertos con orquesta obras que ya sabemos que van a convencer a una gran mayoría. ¿Qué tal, para la próxima vez, por ejemplo, alguno de los conciertos de Spohr, el de Colin Matthews… ¡aunque sea el maravilloso Alban Berg!? Creo que uno de los valores de violinistas talentosos/as debería estribar también en una labor de investigación y difusión de otros repertorios, como hace magistralmente por ejemplo Hillary Hahn. Pero vayamos a lo que nos ocupa: Moreno fue extraordinariamente precisa en su ejecución, salvo en algunos pasajes que destacaban sólo por la excelente ejecución del resto, pero me faltó verla brillar como lo hacía en las cadencias y algo más de libertad expresiva. Tiene un sonido potente y es, casi, una «mujer a un violín pegada» por la naturalidad con la que lo maneja, pero le faltó algo de garra. Quizá es porque el concierto de Mendelssohn a veces peca de repetitivo y algunos de sus temas quedan planos, así que no se pueden hacer milagros.
El final con la Sinfonía del Nuevo Mundo auguraba lo mejor. Y eclipsó el concierto de violín y la obertura. Un sonido rotundísimo en los vientos metales marcó toda la pieza, que explota como pocas los diferentes colores orquestales. El solo del corno inglés del segundo movimiento, uno de los más bellos de la historia de la música, fue de una delicadeza extrema, donde Elder volvió al recurso del juego con los silencios: al final, cuando las melodías ya se han desintegrado, parecía que la tensión se podía mascar (al igual que mascaba un caramelo el que se sentaba detrás de mí y me hizo bajar de las alturas musicales al mundanal ruido).
Los aplausos emocionados dieron paso a dos bises: el Salut d’amour Op. 12de Elgar, una obra edulcorada, que ha adquirido su fama por ser una imprescindible del repertorio de bodas y Knightsbridge Marchde Eric Coates. Celebro enormemente que hayan ofrecido música de su tierra, aunque hubiese preferido que, en lugar de esa pieza de Elgar, se hubiesen animado con alguna más desconocida. Igualmente, siempre he visto esta música como algo más íntimo, más adecuada para la cámara que para el sonido orquestal. Así que no terminó de funcionar. Sin embargo, la Knightsbridge March fue un final divertido y que nos hizo establecer muchas conexiones entre la fuerza visual de la música de Dvorak, que por momentos nos lleva -retrospectivamente- al lejano Oeste y a todo el imaginario de buenos y villanos de los indios americanos de los buenos Western y el cine antiguo, los bailes en círculo y el circo que recrea esta marcha de Coates. Así cerraba un concierto que, salvo por el Mendelssohn, hablaba de promesas y de mundos posibles que sólo es capaz de abrir la música.