LA TREVA: La maestría de un equipo artístico en estado de gracia

LA TREVA: La maestría de un equipo artístico en estado de gracia

La treva, de Donald Margulies.

Sala La Villarroel. Espectáculo en catalán.

Dirección: Julio Manrique

Un suceso traumático como un conflicto de guerra cubierto por una fotógrafa y su pareja, periodista y crítico cultural, puede convertirse en la ocasión para dar lugar a un montaje con una doble vertiente: cómo ante un hecho traumático no hay dos sujetos que respondan del mismo modo, así como la emergencia de otra verdad traumática: la imposibilidad de seguir sosteniendo una relación con aquél que parecía tan cercano, tan íntimo, es decir, el partenaire. A mi entender, ésta es la doble vertiente dramatúrgica que sostiene este espectáculo dirigido por Julio Manrique, protagonizado por Clara Segura y David Selvas, secundados por Ramon Madaula y Mima Riera.

El espacio escénico, circunscrito a los recovecos más íntimos de un apartamento de Nueva York, zambulle al espectador de lleno en los días venideros al despertar del coma de Sarah, personaje principal magistralmente interpretado por Clara Segura. Personaje que oscila entre un férreo compromiso por dar a conocer la barbarie y miseria que asolan grandes poblaciones del planeta Tierra, así como su duda frente a qué tipo de relación elabora con aquellos fotografiados por su objetivo. ¿Son sus fotografías algo más que un fetiche comercializable? Ésa es la duda que la corroe por dentro, oscilando entre sentirse profundamente hipócrita al retomar su trabajo tras su convalecencia, a la par que corrobora que es incapaz de llevar una existencia alejada del contacto de aquellos que han sido invisibilizados.

Al regresar a casa después de haber estado al borde de la muerte debido a un atentado terrorista en Irak, se desvela una verdad incómoda que hará trizas la confortable cotidianidad, una auténtica tregua ante el magma sentimental y social que se gesta a lo largo de esta hora y media de grandioso espectáculo. Esa verdad remite a que se enamoró del intérprete que la acompañó en su desafortunado periplo por zonas en guerra, quien falleció debido a la explosión que la situó a ella al borde de la vida y la muerte. Los matices afectivos que David Selvas proporciona a James, quien al final del montaje transita entre ser el marido y exmarido de Sarah, elaboran una de las mejores y más logradas interpretaciones del actor catalán, quien sostiene un duelo interpretativo con Segura digno de ser recordado a lo largo de esta temporada actual y de las que estén por venir. Los miedos, las inseguridades y comprobar que, pese a amar a la pareja, uno nunca puede saber qué es lo que piensa y siente el otro, auténtico escollo con el que cada unión tiene que librar en su día a día, generan un clímax interpretativo sobrecogedor cuando Sarah le confiesa a James su amor por su acompañante fallecido.

No obstante, la función se apoya también en Ramon Madaula y Mima Riera, quienes interpretan con suma solvencia y convicción a Richard, editor del trabajo fotográfico de Sarah, y a Mandy, nueva “conquista” de quien, a su vez, fue un antiguo romance de Sarah. Los momentos tragicómicos del rencuentro de las dos parejas tras el regreso de Sarah a Nueva York tras la tragedia iraquí dan testimonio de la indudable habilidad en la dirección de Julio Manrique, auténtico artesano en el manejo de los intérpretes, dando al mismo tiempo una organicidad a toda la función gracias a transiciones sonoras y lumínicas capaces de introducirse en aquello más íntimo de los personajes para dar cuenta de lo más singular de la condición humana: las contradicciones.

Es muy probable que estemos ante uno de los mejores montajes de esta temporada, tanto a nivel escénico como interpretativo, mostrando cómo el regreso a casa es una tregua ante la verdad que, tarde o temprano, tenemos que ser capaces de enfrentar para con nosotros y con aquellos que nos rodean. Una auténtica joya que no deben dejar pasar.

La dualidad de The Hole Zero

La dualidad de The Hole Zero

The Hole Zero es la precuela de The Hole y The Hole 2, un multiespectáculo que se puede disfrutar en Madrid en el Teatro CalderónLos espectadores solemos comparar entre las diversas partes de una saga pero en este caso me remitiré solo a esta precuela porque fue la única que vi y para ello voy a romper con una de sus principales premisas: «Lo que pasa en The Hole, se queda en The Hole».

Uno de los aspectos más llamativos de este musical es la sensualidad y la sexualidad que se intuye en el título, en el atractivo de los artistas y la temática, lo cual se palpa nada más entrar al teatro pero si solo nos quedáramos con eso, meramente vislumbraríamos el agujero, no entraríamos de lleno en él.

The Hole Zero nos traslada a la Noche Vieja de 1979 de la mano de la MC (maestra de ceremonias) Mariola Fuentes -durante el mes de noviembre- y su antagonista en forma de conciencia o Conchi, quien resulta ser otro torbellino en el escenario, Noelia Pompa. Con ellas vivimos una época que deja atrás cuarenta años de dictadura en España y parece que está inmersa en la búsqueda de la libertad, así que desde nuestros asientos viajamos a Nueva York, al sin par Studio 54 que albergó a muchos artistas en boga en aquel entonces como Liza Minnelli, Donna Summer Andy Warhol y su séquito. Allí nos recibe La Diva, el espíritu de esta famosa discoteca encarnado en Marta Ribera quien acompaña sus sensuales movimientos con una voz cálida pero también potente y expresiva. Como en aquel local, no todo es tan glamuroso como en principio parece, ya que los escándalos en Studio 54 fueron habituales debido al consumo de drogas y a la libertad sexual a la que dio cabida y que aquí también se recrea a través de bailes, discursos, bromas,… Sin embargo, ese universo no solo recrea la luz del glamur, la fantasía, la fama, sino también su lado oscuro a través de la adicción a las drogas y uno de los números más expresivos es el solo de la bailarina María Hinojosa, quien interpreta a Lady Fifty Four, en unos intensos movimientos en un éxtasis del personaje necesitado de esa sustancia que la tiene atrapada.

Además, la combinación de luces (o su práctica ausencia en la llamativa actuación del príncipe africano Salomón, representado por Axe Peña) que nos envuelven en diferentes atmósferas nos adentran en cada uno de los números, los cuales necesitan mucha coordinación y resulta evidente el gran esfuerzo que han de realizar para llevarlos a cabo pero el resultado no es mecánico, sino que por encima de todo resalta la gran plasticidad que consiguen a través de actuaciones realmente intrépidas que en el caso de la rueda de la muerte nos llegó a poner el corazón en un puño en algún momento sumamente arriesgado.

Hay que destacar que sobre ese escenario aparecen grandes artistas de diversas especialidades, comenzando por el Duo Ballance cuya fuerza, equilibrio, coordinación y concentración entusiasmó al público. Desde aquella noche la melodía del número de la equilibrista/diosa egipcia Eliza Khachatryan -quien a varios metros de altura ejecuta unos pasos muy complicados en punta- me acompaña. Se trata de Lovin’ you (1975) de Minnie Riperton, ya que la banda sonora de este musical está bien seleccionada y es acorde a la época que retrata. Otro de los artistas que consiguió el clamor de los allí presentes fue el dios caballo -con una crin con los colores de la bandera del orgullo gay- Nacho Sánchez en un número aéreo espectacular y bello. Con las mismas cualidades nos encontramos con la actuación de Oleg Tatarynov, quien elevó la plasticidad a su máximo apogeo. 

Y la aparición de un «actor« singular en una apología de la libertad en relación al derecho de ser quien queramos y amar a quien consideremos: la rata Cristóbal. Aunque a la mujer que tenía al lado no le gustó en absoluto porque se levantó y se puso a gritar -parece que últimamente suelo acabar cerca de espectadores chillones-, momento que Mariola Fuentes utilizó para «criticar« su actitud mediante un espontáneo sentido del humor.

Este gran espectáculo resulta complicado de narrar y necesita un guion sólido que sirva de hilo conductor entre las diversas partes y es ahí donde este cabaret flaquea. Por otro lado, es un musical difícil de ejecutar por la variedad de artistas y especialidades que se llevan a cabo; el presentarnos las luces y las sombras de ese universo de manera que la historia tenga sentido; el unir el cabaret, el musical y el circo, además haciendo que el público participe, baile y se divierta. No es fácil desde luego pero lo consiguen. Es más, todos los artistas transmiten un buen ambiente y complicidad entre ellos que se nota sobre el escenario y favorece el espectáculo y el entretenimiento.

El filósofo declara. Una decepción de corte naturalista

El filósofo declara. Una decepción de corte naturalista

El filósofo declara, de Juan Villoro.

Teatre Romea. Dirección: Antonio Castro.

Los vínculos entre la filosofía y el teatro no son en absoluto actuales, sino que sus encuentros fechan de sumamente antiguo. No obstante, en esta tragicomedia escrita por Juan Villoro de lo que se trata es de desmontar el aura intelectualista que, a menudo, recubre la figura del filósofo, aquél cuyas cruzadas en pos del conocimiento y de la intelección de los primeros principios parecen dotarlo de un aura mayestática. Si bien el texto puede resultar una más o menos oportuna tragicomedia para desmontar semejante estereotipo, el montaje dirigido por Antonio Castro adolece de todos los manierismos y limitaciones escénicas del encorsetamiento naturalista.

Partiendo de una escenografía carente de cualquier elemento poético, la cual termina por tener un mero rol espacial para delimitar las estancias donde ocurre la acción – salón y cocina -, la obra presenta al personaje del profesor, interpretado por Mario Gas, acompañado de Clara, su esposa, encarnada por la actriz Rosa Renom. Huelga decir que estos primeros momentos para urdir el plan con el cual supuestamente vengarse del olvido al cual se ha visto condenado el profesor por la academia parecían prometer una comedia ácida y mordaz acerca de los vicios universitarios actuales. Lamentablemente, la promesa se queda en sólo un mero anhelo. Las carencias se hallan principalmente en el ritmo que preside la obra, falto de la complicidad y rapidez afectiva que requiere la comedia para desplegar su magia, máxime cuando la puesta en escena se mueve entre lo tragicómico  y el vodevil.

Todo lo que sigue a esta primera escena, donde Mario Gas y Rosa Renom no terminan de funcionar como pareja, habiendo unas alusiones textuales a la supuesta sensualidad de la esposa que en modo alguno se reflejan en la actuación de Renom, termina por ser un montaje que deja morir por inanición un texto que, pese a no ser brillante, ofrecía muchísimo más. Los demás actores sucumben al sopor del montaje, instalado en una repetición de convencionalismos donde prima el naturalismo por encima de cualquier otro lenguaje teatral – y eso que ha llovido desde el naturalismo -. Ricardo Moya, quien encarna un Pato Bermúdez carente de gracia; Meritxell Calvo, una sobrina estereotipa del profesor, y un Jordi Andújar falto de vis cómica para el papel que debería haber dado muchísimo más juego con el profesor al ser la fantasía del idiota creado expresamente por su mujer, no hacen nada más que testificar una dirección simplista y errática, ausente de todo músculo escénico. El texto y los actores parecen dos realidades separadas, hallándose las interpretaciones en un “hacer ver” constante que deja de lado cualquier verdad escénica, es decir, la verosimilitud dramática, la cual en modo alguno tiene que reducirse a una simple copia de conductas humanas.

Sinceramente, quien quiera reírse con algunos gags en torno a dos señores que se reencuentran para dirimir disputas viriles disfrazadas de intelectualismo, quizás pase casi dos horas algo simpáticas; quien busque una comedia mordaz y bien tejida, no espere nada de este montaje. Una auténtica decepción.

Hablar con los pies: María Pagés en el Mercat de les flors

Hablar con los pies: María Pagés en el Mercat de les flors

¿María Pagés baila? Plantada, como cualquier otro ser humano, sobre la tierra que pisamos, difiere de nosotros en que el suelo donde sus pies van dibujando preguntas y respuestas no es sólo la base indispensable para que el movimiento no se rompa a cada avance o retroceso. Con María Pagés, el suelo adquiere un misterioso poder de levitación, como si a la tierra le fuera imposible desprenderse de la tierra y diluirse en los aires siguiendo los caminos que sus brazos señalan. Que en María Pagés habita el genio del baile, todos lo sabemos y lo proclamamos. Pero hay algo más en esta mujer: ella baila y, bailando, mueve todo lo que la rodea. Ni el aire ni la tierra son iguales después de que María Pagés haya bailado.

José Saramago

El escenario a oscuras. Un foco, desde arriba, se prende. María Pagés, bellísima, elegantísima, baila sin música. No hace falta: su propuesta es ver si somos capaces de oírla con los ojos. La música dentro del gesto, el gesto dentro de un cuerpo. Solo, crudo. Así comienza Óyeme con los ojos, el nuevo proyecto de María Pagés, que se presentaba ayer en el Mercat de les Flors (y que se podrá ver hasta el 6 de noviembre).

En el escenario van a pareciendo poco a poco los personajes que bailan junto a María Pagés. Con su desplazamiento por el escenario, su relación con el baile de Pagés, al principio bajo la estructura de músicos-bailaora, poco a poco se van difuminando para que lo que más importante sea el discurso de fondo, donde se une el baile y el cante de poemas de San Juan de la Cruz, El Arbi El Harti. , RymiJosé Agustín Goytisolo, Ibn Arabi, Tagore , Benedetti, de la propia Pagés o de Sor Inés de la Cruz, que da título al proyecto. La música, una columna fundamental, es de Rubén Levaniegos (que además estaba allí con su guitarra), David Moñiz (con el violín) y Sergio Menem (al chelo). Además, vimos a Ana Ramón y Juan de Mairena  en el cante y a José Barrios con el acompañamiento y las palmas. Especialmente con la voz de Juan de Mairena pude experimentar ese complejo mundo del flamenco en el que incluso las vivencias que se nombran como felices se cantan como si ese instante de felicidad (por ejemplo, en el poema de Rumi «Somos pura felicidad/Tú y yo sentados en la baranda/Somos pura felicidad./ Siempre que la belleza mira, enciende el amor su fuego/en nuestro aliento) ya se palpase efímero. Es decir, cómo se canta con la dureza del que se sabe ya perdido.

Vemos como Pagés se expone, nos cuenta cosas muy profundas y muy difíciles de decir si no es con el baile o con la poesía. De pronto, es posible pensar con los pies, con las manos y con la palabra no cosificada. A veces, la palabra se imponía al baile, y era más fuerte que él. No porque el baile sea insuficiente, sino porque el diálogo entre dos fuerzas no siempre se conduce satisfactoriamente. A veces  (casi siempre) sucedía al revés, porque la armonía entre poesía y baile parecía naturalmente entrelazada y sólo capaz de decirse sin decir nada, sino con todo el cuerpo. En cualquier caso, el viaje a su intimidad, a su interior, que nos propone Pagés, nos hace participar al público con la timidez de aquella primera confesión en una amistad reciente, donde nunca se sabe si es el momento de traspasar el umbral de lo cordial cotidiano a las heridas de la vida. Pagés habla de y a sí misma, baila, recita e incluso actúa en un entremés cómico. El cual, por cierto, aún necesito comprender, pues parece un injerto que rompe con todo lo construido anteriormente, donde se jugaba con luces tenues, cenitales, claroscuros, coreografías desnudas con la sencillez y la complejidad de un baile que baila la banda sonoro-poética de su vida, dañada pero amándola pese a todo. El entremés nos hacía tocar la tierra de nuevo, salir de la cueva secreta en la que nos había invitado Pagés a entrar y pertenecer a un grupo selecto al que se nos revelaría algo importante y difícilmente transmisible (algo a lo que me enfrento en estas líneas), y volver al calor, a la prisa, a la contingencia diaria, esa que precisamente ha dejado de convencernos (y también a la luz absoluta). No sé si eso daña todo el espectáculo, porque de pronto lo quiebra. De pronto sale, por las rendijas del entremés, Rajoy y la pereza que da la política de este país (especialmente ayer, que le nombraban ayer después de un año, con un PSOE roto y alternativas políticas que aún tienen que hacerse cargo de la herencia ideológica). No,aquello era una salida brusca al mundo, no. Quería quedarme con ese otro que nos había preparado Pagés, que culminó en el bellísimo número final, donde las telas del vestido cobraban vida y hacían que tiempo y espacio fuesen, de forma mágica, lo mismo. Me hubiese gustado algo más de riesgo, algo menos del regusto del para todos los públicos. Parece que en ese último paso hacia la intrincada intimidad que nos expone se queda sólo en una mirilla. Quiero abrir la puerta, quiero ver una Pagés menos escurridiza con su propio mundo, aunque me hago cargo de la complejidad de lo que pido. No cambiaría, sin embargo, ninguno de sus pasos, del regalo de coreografías que vimos ayer. Ojalá sus pies escribiesen de nuevo la historia del mundo.

 

 

Ragazzo: muerte ¿accidental? de un activista

Ragazzo: muerte ¿accidental? de un activista

Carlo Giuliani es un nombre y es un símbolo, contra su voluntad es un símbolo de lo peor de nuestro tiempo, un muñeco de trapo reclamado por unos y difamado por otros. Pero Ragazzo, la obra de Lali Álvarez representada estos días en el Teatro del Barrio, cuenta la historia de un joven que podría haber sido cualquiera, que era un joven cualquiera, no solo un militante, sino un chico de 23 años que llevaba el bañador debajo del pantalón porque quería ir a la playa después de pasarse por la manifestación. Carlo Giuliani fue asesinado por la policía italiana durante las manifestaciones antiglobalización en Génova que se produjeron durante la cumbre del G8 en julio de 2001. Era un chico cualquiera, no era un terrorista, no era peligroso, no era solamente un militante, era un joven anónimo que utilizaba su cuerpo como única arma para protestar contra un sistema que él consideraba injusto. El otro, el asesino, era un policía armado, blindado, que formaba parte del despliegue de treinta mil policías que “protegían” la ciudad. No aceptemos la equidistancia.

El monólogo escrito por Lali Álvarez tiene la fuerza de un canto por la libertad y contra la impunidad de la violencia cuando la genera un estado. La extraordinaria interpretación de Oriol Pla nos traslada por los diferentes escenarios de la vida de este joven: la casa donde vivía (de okupa), los conciertos de rock, las calles de su ciudad, la manifestación, etc. La energía del actor nos lleva de un lugar al otro hipnotizados, apelados por la trama que nos recuerda a la Muerte accidental de un anarquista del recién fallecido genio del teatro italiano Darío Fo. Es un montaje provocador, militante y a la vez humanizador, que promete girar por los mejores teatros: se podrá ver cada tarde de esta semana en el Teatro del Barrio y a partir de febrero estarán en el Teatre Lliure de Barcelona, lo que me lleva a la reflexión o más bien, petición, de que es necesario, enriquecedor y exigible que haya mayor diálogo entre la escena teatral de Madrid y Barcelona, puesto que en ocasiones parecen ser campos teatrales cerrados entre los que no se produce interlocución. Alguno me dirá que la mayor parte de las producciones catalanas están en lengua catalana, y así es, pero no debería ser excusa para que los programadores de Madrid se olviden del riquísimo teatro catalán, para eso existen los sobretítulos.

El primer comentario que escuché al terminar la función fue “esto pasa de verdad”, no “esto ha pasado”, “lo recuerdo…”, lo que ejemplifica el doble filo del símbolo: por un lado nos puede hacer tomar conciencia de un hecho particular que se puede extrapolar a un comportamiento habitual, pero a la vez, se pierde la memoria concreta de lo ocurrido, la memoria se convierte en estatua, en piedra, como dice el personaje de Ragazzo: “si en vez de sangre, piedra, si en vez de piel, piedra”. No olvidemos la sangre y la piel, no reconozcamos la estatua. “Esto pasa de verdad”, sí, en la Europa de los derechos humanos, en la Europa premio Nobel de la Paz (recordemos que se lo dieron en 2012, once años después de esto, ¿ya nos lo merecíamos?), en la Europa del Estado del Bienestar. El teatro de la memoria, debe transformar la piedra en sangre, en piel, recordarnos de qué estamos hechos para que no nos conviertan en estatuas.

“Todo o nada”: Sobre “Cartas de amor” en Teatros del Canal de Madrid

“Todo o nada”: Sobre “Cartas de amor” en Teatros del Canal de Madrid

 

Las cartas son, han sido y serán un método imprescindible y precioso de comunicación. Con ellas tanto se han negociado paces y declarado guerras como se han creado vínculos y roto extensas relaciones. Nos hemos escrito con familiares, con amigos, enviado christmas e incluso intentos de terrorismo. En ellas hemos mentido y dicho la verdad infinidad de veces, nos han permitido expresarnos sin límite, las hemos amado y las hemos odiado, probablemente en diferente medida. Casi todos hemos disfrutado del momento de abrir una carta y descubrir un contenido escrito a mano, delicado y lleno de imaginación, que muchas veces nos ha sorprendido y otras nos ha dejado devastados. En ellas hemos dejado nuestra vida y nuestros sentimientos descargando pasiones, alegrías y tristezas. Son un medio de comunicación muy intenso y sencillo, una comunión entre el papel y tu, en donde imprimimos, muchas veces sin darnos cuenta, infinidad de sentimientos y emociones.

“Cartas de amor”, obra teatral estrenada en el Teatro Palacio Valdés de Ávila y que ahora cuelga cartel de entradas agotadas en los madrileños Teatros del Canal, fue originalmente escrita, ahora ya hace más de treinta años, por A. R. Gurney. Narra la historia de una pareja que durante más de medio siglo se intercambia cartas, que poco a poco va leyendo ante el público y en donde se van desvelando sus amores, triunfos, fracasos y desamores.

Es sobre este texto sobre el que trabaja el director de la obra David Serrano, junto los veteranísimos actores Miguel Rellán y Julia Gutiérrez Caba, para construir un singular camino sobre la vida de dos amigos que crecen juntos y que, mediante cartas, nos transmiten las dificultades de vivir. En palabras del propio Miguel Rellán, “(…) la dificultad de estos dos personajes para llevar la vida que quieren, por convenciones sociales, por miedo o por el azar, el caso es que ellos pretenden una cosa y la vida les lleva por otro sitio (…).” (Miguel Rellán, 2016)

Mediante estas cartas, donde la mayoría de las veces dejamos escritas muchas más emociones de las que nos parece, la obra nos conduce por la vida de Melissa Gardner y Andrew Makepeace Ladd III. Los personajes nos cuentan, desde su niñez, como algo mezclado entre la amistad, el cariño y el amor deja paso a algo más. El autor adereza esta mezcla con la distancia y el tiempo, condiciones indispensables entre aquellos que usan las cartas. Y es esta distancia, como inevitablemente siempre ocurre, la que acarrea unos pros y unos contras.

La puesta en escena, cargada de una sencillez deslumbrante que se funde perfectamente con la historia y las magnificas interpretaciones de Miguel y Julia. Con diseño de iluminación y espacio de Ion Aníbal y Mónica Boromello respectivamente, la obra es conducida mediante un bosque de bombillas incandescentes que, muy sutilmente, se van apagando poco a poco hasta finalmente quedar solamente dos, ellos dos, percibiéndose nada más que la vida de dos personas, brillantemente narrada, que desgarrada por un amor totalmente no consumado, llega inevitablemente a su fin. La alegoría de las bombillas, cargadas de una inmensa sencillez, es brillante y , resalta todavía más la actuación de los dos consagrados actores. David Serrano presenta a su reparto como dos mitos de la escena española, con los que ha sido un placer trabajar, porque, “ha sido el proceso de trabajo más tranquilo y relajado que he tenido en mi vida, porque te lo ponen muy fácil y hay que dirigirles tan poco que para un director es casi como tener vacaciones.» (David Serrano, 2016)

Cabe destacar la excelente elección de casting, ya que, aun sabiendo la edad de cada actor, su historia resulta verosímil hasta el punto de plantearse la idea de si, en la vida real, algo así pueda haber ocurrido. Y es que Miguel y Julia, aun siendo ambos veteranos actores de la escena teatral española (y no solo la teatral), nunca habían trabajado antes juntos. Es Rellán quién destaca que trabajar junto a la actriz madrileña es todo un lujo, presumiendo de ello ante sus amigos: «Estoy ensayando con doña Julia Gutiérrez Caba; quién me iba a decir a mí que un día iba a salir mano a mano con ella».

Y mano a mano salen, y nos dejan boquiabiertos a todos. Por su naturalidad en escena, por su frescura aun en su madurez, por sus brillantes actuaciones, por la pasión impresa en cada carta, en cada frase. Porqué si el contenido es bueno, no hacen falta artificios estrafalarios para rematar una ya de por si buena novela, que nos sumerge en una vida que nos emociona, nos divierte y nos entristece. Una vida, excelentemente orquestada mediante cartas, con las cuales, muchas veces, se dice todo y nada.

“Cartas de amor” cierra Teatros del Canal este domingo día 23 de octubre con el cartel de ‘entradas agotadas’. No obstante, su andadura sigue en diferentes teatros nacionales.

Bibliografía:

(Miguel Rellán, 2016)
http://www.lavanguardia.com/vida/20160824/404174469690/julia–gutierrez–
Caba – estreno – en – Aviles – cartas – de – amor – en conjunto – a – miguel -rellan.html

(David Serrano, 2016)
http://www.lavanguardia.com/vida/20160824/404174469690/julia–gutierrez–
Caba – estreno – en – Aviles – cartas – de – amor – en conjunto – a – miguel – rellan.html