«Ein Porträt des Künstlers als Toter» inaugura el Festival Infektion! de la Staatsoper

«Ein Porträt des Künstlers als Toter» inaugura el Festival Infektion! de la Staatsoper

«El curso de la historia, representado bajo el concepto de catástrofe, no puede reclamar del pensador más que el caleidoscopio en las manos de un niño, que a cada giro destruye lo ordenado para crear así un orden nuevo» (Walter Benjamin)

Un año más tiene lugar el festival Infektion! en la capital alemana. Esta vez cuenta con un programa escueto, con solo dos piezas de teatro musical -que se supone que es su objetivo- y tres citas de conciertos habituales, con programas con ya «clásicos» del repertorio contemporáneo como Mantra de Stockhausen.  Se abrió con Ein Porträt des Künstlers als Toter, un doble encargo de la Staatsoper y la bienal de Munich, con música de Franco Bridarolli; dirección y texto de Davide Carnevali (traducido por Sabine Heymann); escenografía y vestuario de Charlotte Pistorius;  y dramaturgia de Roman Reeger e interpretación (musical y teatral) de Daniele Pintaudi.

La obra comienza fuera de la sala, cuando Daniele Pintaudi nos explica el caso de una extraña carta que recibe de Argentina sobre un proceso judicial de una casa, en apariencia, de un posible familiar suyo. No queda muy claro si es parte de la obra o es una introducción para entender qué pasará después. Nos invita a pasar con él a la sala, donde nos avisa que nos lleva a su experiencia en Argentina. Allí, entonces, empieza aparentemente la ficción. Pero es una ficción muy al borde de lo real, pese a estar en un escenario construido como los platós de rodaje de las series norteamericanas, con el público al frente que tiene que reír en ciertos momentos. La casa, en Argentina, pertenece a un desaparecido, Franco Bridarolli, un compositor, cuya vida queda cruzada con un compositor polaco perseguido por la Gestapo. Daniele Pintaudi nos descubre la historia al mismo tiempo que la descubre él mismo, a través del espacio que, casi al final de la obra, nos invita a ocupar con él, para decubrir que toda la estancia, en apariencia un mero decorado de la casa que visitó en Argentina en 2015, está museizada (es decir, alguien la ha descubierto antes que nosotros, alguien ha, además, ordenado la mirada -que es, quizá, lo que hace un museo). De este modo se contruyen complejos planos temporales y espaciales, una suerte de cruce entre el pasado, el presente y los tiempos y lugares que pudieron tener lugar, pero no sucedieron, truncados por el destino político de los protagonistas omniscientes.

En este descubrimiento colectivo, incluso la constatación helada de que los que deberían estar ya no están ni podrán estar, se hace como una especie de novela de detectives como la que reivindicaban Benjamin o Krakauer. Benjamin nos cuenta en el Libro de los pasajes, cómo el interior de la vivienda se vuelve reflejo de la vida del burgués. Cada esquina se convierte en «su» rincón, se llena de significado. Las casas ya no son cuatro paredes donde dormir, sino que el interior del sujeto se vuelca en el interior del espacio. Y así es cómo los detectives descubren al malhechor, atendiendo a lo que no encaja en el habitáculo. En el caso de esta pieza, el espacio es un no-espacio: el de la vida interrumpida, el de la vida por construir, donde todo objeto cotidiano se convierte en huella, en símbolo de la vida que se esfuma. Así también se construye la música que invoca la vida de los dos compositores que no están: un material pequeño, recurrente, que se modifica y desenvuelve como si explorase todas sus aristas, las heridas del que ya no tiene voz. Las toca Pintaudi al piano como si, de alguna manera, los compositores que dejaron el apartamento volvieran a tener presencia mediante el material radicalmente sin presencia que es el sonido. Al mismo tiempo, que las obras aparezcan casi de forma casual nos llevan a la contemporánea crítica al autor -o, incluso, a su muerte, como pedía Barthes y como reza el título de la pieza-.  Al final de la obra, tras un anuncio por parte de la intendencia que nos vuelve a arrancar de cuajo de la historia y nos lleva, supuestamente, a la realidad -¿que no es más que otra ficción?- aparece Franco Bridarolli, que repite una de las piezas que ya hemos escuchado y, de alguna forma, conocemos. La aparición de Bridarolli desubica al espectador, que lo daba por desaparecido (es decir, nos explica de golpe que todo ha sido una ficción) pero, al mismo tiempo, en la medida en que toca el piano y escuchamos, nos introduce en el simulacro de lo que pensábamos que íbamos a ver, esto es, parcialmente un concierto. Una ironía sobre y en la misma obra, como la parábasis en el teatro griego.

Narrar los episodios dramáticos sin banalizarlos y sin convertirlos en una pantomima lacrimógena es una de las tareas fundamentales del arte que se enfrenta a cuestiones de memoria. En esta pieza, aparte de la compleja costrucción del tiempo y el espacio, que se confunden y acuden a lo que no fue y no estuvo, también se hace un homenaje a la gente normal, gente anónima a la que le tocó y toca cargar con el peso de decisiones desde despachos que no vemos. Los anónimos a los que hay que dar un nombre, que contar cómo fue, qué podría haber sido, sus ruidos, sus gestos, sus rastros. El reloj regalado por un familiar, las botellas de agua españolas, el paquete de tabaco, las manías de la rutina diaria -que se convierten en herramientas para rastrear a un sospechoso, que mira siempre por la ventana para constatar que lo están vigilando-, los libros leídos y por leer, la pipa. Nuestra propia vida y nuestros objetos se convierten en escenario de lo que somos. Pero sobre todo, de lo que nos dejaron ser. La pregunta que queda pendiendo en el aire es cómo se narra la historia de los que ya no tienen historia, cuya suspensión en el tiempo afecta aún a la vida cotidiana de otros seres normales del presente que se (nos) creían ajenos a esas historias que se esfumaron. De todo eso, con una actuación magistral de Daniele Pintaudi y un delicadísimo entretejimiento entre música, escenografía e iluminación hacen de esta obra uno de los aciertos del festival, que -a su vez- cuestiona con esta programación el significado del teatro musical.

‘La Belle et la meute’ o la odisea tras una violación

‘La Belle et la meute’ o la odisea tras una violación

Una no se espera salir del cine, o despegar los ojos de la pantalla, con esta sensación de impotencia y redención al mismo tiempo; de éxito a medias, de injusticia repetitiva y abusiva. Una visiona La Belle et la meute (Túnez-Francia, 2017), de Kaouther Ben Hania, y se pierde en una larga noche que transcurre entre hospitales y comisarias, entre agresiones y gritos. Más tarde una advierte que ésta es la odisea particular de las mujeres violadas.

Basada en la obra Coupable d’avoir été violée (Michel Lafont, 2013) de la escritora tunecina Meriem ben Mohamed, el argumento del film recorre junto a su protagonista, Mariam, los obstáculos burocráticos a los que ha de enfrentarse esta joven tras haber sido violada por tres policías. Un sistema policial y hospitalario kafkiano, tremendamente patriarcal, en el que no hay espacio para la presunción de inocencia, y en el que los derechos de las mujeres se ven pisoteados casi en cada escena. ¿Cómo demostrar tu inocencia si quien ha de defenderte es juez y verdugo al mismo tiempo?

 

Sin duda, uno de los rasgos que más interpela al espectador es la razón por la cual los policías se acercan a Mariam esa fatídica noche: la joven estaba en la playa con Youssef, un chico al que acaba de conocer en una fiesta, y con el que quizás deseaba mantener relaciones sexuales. Este hecho –banal, cotidiano– sigue considerándose inmoral y reprochable en muchas sociedades, un atrevimiento, todo un desafío a las normas de comportamiento asumidas y trasmitidas por la opinión pública. Tanto es así, que la inexistencia de escenas explícitas de sexo, o incluso de erotismo, hace que toda la violencia que padece Mariam sea aún más indignante.

Los ocho capítulos que conforman La Belle et la meute, cada uno de ellos grabados en un plano secuencia, otorga a la película un cierto aire episódico, casi como si se tratase de un relato épico y no semi-autobiográfico. La referencias al relato original de La Belle et la Bête (La bella y la bestia), que tanto éxito cosechó con la adaptación al cine de la factoría Disney, no sólo remiten al título, sino que se diseminan por todo el guion. El plano final de Mariam con el pañuelo anudado al cuello, en forma de capa, que un buen samaritano de la comisaria le regala horas antes, deja incluso entrever su victoria final pero no como una superheroína sino como alguien que, al fin, ha conseguido cierta justicia social.

Proyectada en la sección Un certain Regard del Festival de Cannes de 2017, la película muestra cómo la revolución social tunecina del 2011 no ha cambiado gran cosa, y los derechos y libertades de los ciudadanos siguen siendo papel mojado, más aún en el caso de las mujeres. Un largometraje que, en palabras de Florence Martin, profesora de Estudios francófonos en el Goucher College, anuncia y posteriormente confirma el movimiento #Metoo! (#Ana aydan! en Túnez) desatado tras el caso Weinstein. “La realizadora no solo apunta con su cámara el acoso, sino también el aparato social que protege al violador”, añade en su artículo Sexo, disfraces y verdades en las pantallas recientemente publicado en la revista afkar/ideas.

Es inevitable no entablar lazos con la actualidad, la de España o la de cualquier otro lugar recóndito del planeta; no dejarse llevar por la verborrea incesante que produce tanta injusticia siempre dirigida a esa otra mitad de la población que somos las mujeres. Pero creo que ya basta por hoy, que no es el momento. Al fin y al cabo, quería hablar de cine. Y de igualdad de género.

 

El trasiego elitista: sobre el nuevo videoclip de Beyoncé y Jay Z

El trasiego elitista: sobre el nuevo videoclip de Beyoncé y Jay Z

 

Beyoncé lleva unos años -al menos desde 2014, cuando llevó como atrezzo de su gira Mrs Carter un neón gigante que rezaba “Feminist”- autonombrándose como feminista. A partir de ella también han surgido numerosas reflexiones sobre el feminismo pop, una compleja deriva del feminismo que ha llevado tanto a la inclusión de los lemas del feminismo en los bienes de consumo como a la expansión de sus problemáticas allende la academia. Mientras antes las feministas nos declarábamos como tal solo en espacios protegidos, ahora es, gracias entre otras cosas al feminismo pop, una palabra que va de boca en boca. Con el peligro de su banalización: pero al menos es un tema candente. Su feminismo es simple: igualdad entre hombres y mujeres. Y poco más. Se le ha acusado de oportunismo, otros de evolución (en 2008 cantaba aquello de poner un anillo a las mujeres solteras como objetivo vital -¿hoy habría dicho: “Todas las solteras, haced lo que os dé la gana”? No sé).

Ahora Beyoncé prueba con el anticolonialismo. Para ello, entra en una casa sagrada, el Louvre, y se muestran con su pareja, Jay Z, repensando figuras del arte en un videoclip cuidadísimo y estéticamente impecable. La lectura rápida es sencilla: ¿dónde están los colectivos racializados, “los otros”, en la concepción del arte? Pasean y bailan por el museo: el color de su piel resalta en contraste a todos los blancos de los cuadros. Se parece, en cierto modo, al conjunto de obras de 1989 de las Guerrilla Girls, que denunciaban el escaso número de mujeres artistas que tenían su lugar en el espacio museístico. La Tate Gallery compró 12 piezas de una tirada de 50. Poco ha cambiado desde hace 28 años con respecto a la presencia de mujeres de museos, pese a que la pregunta de las Guerrilla Girls sigue siendo de plena actualidad. Pero sí que ha calmado conciencias de los curadores de la Tate.

Resultado de imagen de guerrilla girls 1989

¿Qué impacto tendrá este tipo de mensajes críticos con el eurocentrismo y la hegemonía blanca? Posiblemente ninguno. En apariencia, Jay Z y Beyoncé exageran las formas de representación denigrante de colectivos afroamericanos en EEUU, especialmente a través del Hip-hop y el peor cine: con luces azules y magenta, vestidos de mafiosos, remarcando su adscripción a suburbios y a grupos de poco fiar. Tal es la interpretación de Vanity Fair, por ejemplo.

El asunto es que ellos no son unos negros cualquiera. Son de los seres más ricos del planeta, lo que los aleja de las formas de opresión que experimentan colectivos racial izado. El dinero pasa por alto su color de piel. Su videoclip es sinónimo de ostentación en nombre de una causa bastante seria. Rodar un día en el Louvre cuesta 15000 euros. Contratar a todo el elenco de bailarinas, coreógrafas, iluminadores, cámaras, directores de arte, etc., no lo sabremos. Pero da igual, el dinero, para ellos, no importa. Y entonces, ¿qué importa? ¿El supuesto mensaje subversivo de entrar a un museo -que también se ha vuelto pop- y enfrentar imágenes del arte clásico con la de negros -mediante un sencillo juego de opresor-oprimido? En el intento de ser críticos, de exponer sin aristas la problemática de la exclusión de la historia del arte al “otro”, caen en su repetición: la de la narrativa del museo como lugar de conservación, de legitimación y de despotismo no solo ante determinados colectivos, sino también formas de expresión. El mensaje de The Carters, el nuevo nombre del dúo Jay Z y Beyoncé, es el del sueño americano, el de la superación y la mejora de condiciones con el esfuerzo, también la ostentación y la opulencia, típica en las formas de hacer de los blancos. La exposición de estereotipos es una simplificación de formas de gestionar la discriminación racial. En el feminismo pasa igual: no se trata de que las mujeres tengan ocasión o que se les “permita” hacer “cosas de hombres”, o que se “ceda” el espacio a las mujeres, sino de que haya una reformulación de qué significa lo masculino y lo femenino, que se desligue el “ser” del “hacer”. En la repetición de lo peor del mundo blanco -también heterosexual, norteamericano o europeo- no queda clara la crítica, sino quizá la secreta afinidad electiva. Es decir, quizá lo que han conseguido es la inauguración del racismo pop.

Por eso titulo el texto “el trasiego de élites”. Alcanzar una élite no debería significar repetir los gestos elitistas, sino desintegrarlos hasta su núcleo. Así se establece una alianza con el museo como institución, donde solo se encuentran las piezas que historiadores del arte y marchantes han decidido que deben ser arte, y han construido no solo la historia del arte, sino también la de la humanidad, a través del discurso de los que sí pueden entrar al museo. Jay Z y Beyoncé, además, pueden entrar como les da la gana y para hacer lo que les da la gana.

El debate velado que más me interesa es el que versa sobre el significado del museo, quizá porque hace unos días, gracias a una amiga, descubrí el que ha hecho el Museo del Prado. Es un vídeo facilón: utiliza una música tipo banda sonora (que ya nos entre fácilmente a la oreja y nos lleve a grandes aventuras épicas) , con un toque mínimal y una melodía que bien podría ser de Amèlie, con un discurso intenso, pero vacío, sobre el museo.

https://www.museodelprado.es/visita-el-museo

Juega, además, con lo políticamente correcto de la representación étnica y racial, así como de edades y género. Es todo muy polite. Tanto, que rezuma justo lo que se han convertido estos museos: un desfiles de hits y selfies, donde el visitante va sin saber muy bien por qué, pero sobre todo para decir que ha visto Las Meninas, en Madrid, y La Gioconda, en el Louvre. En un mundo lleno de imágenes, éstas desde luego han renunciado a la capacidad de activar el pensamiento con la mirada. Activan la cámara de los móviles y claudican ante su enigma. Los museos, que son templos que conservan el arte aunque nadie sabe muy bien para qué, ni por qué, ni piensa qué mensaje se legitima con esas imágenes que ya casi nadie ve, se legitiman en obras como la de Beyoncé como espacios que ya no ofrecen resistencia, sino acomodamiento. No hay negros en los museos, al igual que no hay mujeres o hay discapacitados que se pintaban como burla de su deformidad, porque nunca han tenido acceso a la narrativa que se esconde tras la lógica de los museos, que les da su sentido. Si se tiene que conquistar el espacio del museo, tendrá que ser poniendo en tela de juicio la misma idea de arte como algo supremo, sagrado y solo accesible para una élite. Como a la que pertenecen Jay Z y Beyoncé.

[Todo esto por no hablar, de nuevo, de la falta de reflexión sobre la tonalidad, que es un producto de jerarquización del sonido muuuuy problemática. Para el que le interese:

Fin de temporada por todo lo alto

Fin de temporada por todo lo alto

Seis fueron los reyes de la casa de Hannover que gobernaron en el Reino Unido. Con mayor o menor fortuna, al igual que las diferentes dinastías reinantes de este imperio, ayudaron a construirlo y en concreto, los Hannover, a consolidar la influencia británica en toda Europa. Pero si investigamos un poco, parece ser, que un rasgo característico de esta dinastía, fueron las terribles relaciones paterno filiares que mantuvieron durante su paso por la dignidad real. Ya el primero de su nombre, Jorge I, que reinó entre 1714 a 1727, mantuvo una relación violenta y llena de odio con su sucesor, el futuro Jorge II. Al parecer, el origen de semejante situación se encuentra en la infancia del segundo monarca. En 1694, Jorge I, siendo aun príncipe de Hannover, tras de un tormentoso proceso, lleno de intrigas, asesinatos y un largo etcétera, logra encarcelar a su esposa la princesa Sofía Dorotea de Brunswick-Lunenburgo, madre de sus dos hijos, en el castillo de Ahlden, bajo el cargo de haber “abandonado”a su esposo. El confinamiento, pese a ser con todas las comodidades que incluían criados y una generosa asignación económica, le prohibía cualquier contacto con sus hijos, además de la disolución del matrimonio. El futuro Jorge II, que contaba con apenas 11 años cuando estos hechos sucedieron, nunca perdonó a su padre haberle negado el contacto con su madre, a la que jamás volvió a ver y años después, ya siendo Príncipe de Gales, encabezó una firme oposición al reinado de su padre.

El futuro Jorge II, organizaba lujosas fiestas en su residencia de Leicester House, donde se congregaban reconocidos opositores a Jorge I. En ellas, el lujo y un ostentoso despliegue de recursos lograban que toda la población viera en el Príncipe de Gales, una figura de autoridad que se hacia rodear de espectáculos fastuosos, lo que lo hacía mucho más popular que el Rey en Londres. En 1717, cuando la princesa de Gales dio a luz a su sexto hijo, una terrible disputa entre padre e hijo por designar al padrino del recién nacido dio paso a que el príncipe, insultara públicamente al rey, que lo mandó arrestar, y posteriormente expulsara del palacio de St James, la residencia real.  Todo esto, evidentemente hacía que la imagen de Jorge I se viera muy afectada, pues, además, era un rey extranjero, que no hablaba bien inglés y que era percibido como poco dotado para las tareas de gobierno.

Ante tal escenario y en un intento de mostrar a todos los habitantes de la ciudad de Londres a su rey en toda su majestad, se decidió que saldría en alegre paseo surcando el Támesis en la barcaza real el 17 de julio de 1717. La comitiva salió del palacio de Whitehall sobre las ocho de la tarde con dirección Chelsea. Mientras la marea creciente impulsó sin necesidad de remos a los viajeros en una barca muy próxima a la del rey, G.F. Händel dirigía el estreno de su ahora celebre música acuática pensada justamente para acompañar el viaje real.  Según uno de los primeros diarios británicos The Courant “todo el río en cierto modo estaba cubierto con barcos y barcazas” lo que nos revela el éxito logrado con esta aparición por parte del soberano, que disfrutó mucho de la obra escrita por Händel, al punto que pidió que fuera ejecutada en repetidas ocasiones.

 

El maestro Jordi Savall cerró una temporada más, justamente interpretando dos de las suites que integran esta maravillosa partitura. La cita fue el pasado domingo 10 de junio en la sala Pau Casals del Auditori, que registró una buena entrada.  Además de la música acuática el programa se completó con la obra que suele acompañar tanto en conciertos, como en repetidas grabaciones a la primera partitura, me refiero a la Música para los reales fuegos de artificio, obra escrita por encargo de Jorge II, para festejar el fin de la Guerra de Secesión Austriaca y la posterior firma del tratado de Aquisgrán. En este caso, la obra está pensada con un marcado espíritu militar que buscaba ensalzar la figura del monarca británico. El estreno de la pieza tuvo lugar en Green Park el 27 de abril de 1749 contando evidentemente con la presencia de su majestad el rey. Parece ser que los festejos finalmente se vieron empañados al salirse de control la parte pirotécnica, al punto, que todas las construcciones fabricadas para el evento diseñadas por el decorador y arquitecto Giovanni Niccolo Servandoni, comenzaron a arder sin control, lo que incluyó un busto del mismo rey, que tuvo que ser evacuado del lugar.

Händel, había ejecutado públicamente la obra, en un ensayo en los jardines Vauxhall con un éxito tal, que el puente de Londres se colapsó durante tres horas ante el afluente de curiosos que se congregaron a escuchar al maestro.

 

En ambos títulos Le concert des Nations dirigidos por el estimado maestro Savall, estuvieron cómodos y muy afortunados. Es un repertorio visitado ya en varias ocasiones por esta orquesta y ello se notaba, pues había una familiaridad que permitió que la música fluyera con una naturalidad muy de agradecer. En este tipo de repertorio, que suele programarse con mucha frecuencia, en aras de diferenciarse del enorme número de versiones que hay en el mercado, muchas ocasiones escuchamos verdaderas ocurrencias que poco ayudan a la obra original.  Savall y sus músicos, sin embargo, se ajustaron al texto, y ello dio pie a una lectura, repito, brillante y llena de musicalidad.

 

Es realmente reconfortante ver, como el público ha logrado identificarse profundamente con estos músicos, a los que homenajea y agasaja merecidamente al final de cada uno de sus conciertos, Savall ha logrado, pese a lo que muchos puedan opinar, algo muy difícil de lograr, entre otras muchas cosas valiosas: el ser reconocido y apreciado por el público, que desde hace muchos años lo sigue y reconoce en todos sus proyectos una calidad altísima. Enhorabuena por tener en casa nostra gente de esta valía, sigamos apoyándolos.

Bis bald Sir Simon

Bis bald Sir Simon

El 10 de enero de 2013 Sir Simon Rattle anunció de no renovaría su contrato al frente de la Filarmónica de Berlín; tras 16 años de trabajo que han marcado profundamente a esta centenaria orquesta, Rattle consideró que su tiempo al frente de ella había terminado, y que nuevos retos y proyectos esperaban a ambas partes. Tras la sorpresa inicial por tan inesperado anuncio, los nombres de los posibles candidatos a sucederle llenaron muchos artículos de expertos que argumentaban las razones que los hacían idóneos para ocupar tan relevante puesto. Entre ellas, podíamos distinguir claramente dos posturas mayoritarias: un sector sostenía, que tocaba apostar por la más rancia tradición germana, y que esta agrupación, que de hecho es todo un referente del arte alemán, debía decantarse por un perfil conservador y próximo a los usos y costumbres más típicamente teutones, ya que ahí era donde radicaba la fuerza y el prestigio de una orquesta tan renombrada, como la Filarmónica de Berlín. Otros, por el contrario, hacían su apuesta por la innovación, continuando con la senda que Rattle inició desde que tomo a su cargo la organización. Estos, consideraban que la Filarmónica, debía ser un referente por su apertura y su permeabilidad, tanto dentro de la sociedad alemana, como en la escena internacional.

Los nombres fueron muchos, todos llenos de méritos indiscutibles, pero al final, la elección final, recae desde hace muchos años en los integrantes de la orquesta que en un proceso como de elección papal, votan varias veces y tras varias deliberaciones, elijen al nuevo titular de una de las orquestas más importantes del mundo.

Rattle fue elegido del mismo modo en 1999, como sucesor del llorado maestro Abbado. Un amplio sector de la orquesta y del público, no ocultaron su decepción. Rattle era demasiado joven y moderno para algunos que preferían a un director más clásico como Barenboim. El británico en cuanto llego a Berlín, he incluso antes de llegar, comenzó un trabajo de trasformación profunda de toda la organización. Antes de su llegada, la orquesta estaba constituida por dos entidades jurídicas: una, pública y subordinada al departamento de Cultura de la ciudad de Berlín y otra que era una sociedad mercantil colectiva, que básicamente, se encargaba de gestionar las grabaciones de la filarmónica. Rattle puso como condición, la disolución de ambas y la creación de una Fundación Pública, la “StiftungBerliner Philharmoniker”,que actualmente tiene en el Deutsche Bank su principal patrocinador. La otra gran condición inicial fue la mejora paulatina en los sueldos de todos los integrantes de la orquesta. Así, con una organización totalmente renovada, y con unos músicos bien remunerados, el siguiente paso fue abrir la orquesta a la sociedad, implementando un ambicioso plan educativo: el  “Zukunft@BPhil”, que tiene mucho impacto en Berlín en la actualidad,  pues a logrado que la Filarmónica pase de ser  un grupo de músicos que hacen periódicamente conciertos en una sala, para un selecto grupo de personas más o menos aficionadas, a ser verdaderos agentes de creación y acción cultural, con una relevancia tremenda en la vida diaria de toda población de la ciudad.

16 años de trabajo que tienen en una gira internacional su coda final. Rattle se despide a lo grande, como titular del grupo berlinés y en concreto, en nuestra ciudad lo hizo con un programa que resume muy bien lo que significa su paso por el cargo.

El pasado 8 de junio, en el Palau de la Música Catalana la Filarmónica de Berlín se presentó con un lleno absoluto, pese al precio prohibitivo de muchas de las localidades. El mencionado programa estaba integrado en su primera parte por obras de autores de nuestro tiempo y la segunda por una de las grandes obras del repertorio clásico. Esto es uno de los ejes sobre los que Rattle se movió durante los años de su titularidad: un absoluto compromiso con los autores de su tiempo, encargando e interpretando muchas obras de nueva factura, pero del mismo modo, consolidando y ampliando el repertorio clásico suele programar una orquesta. Así, por ejemplo, para esta gira de despedida, encargó la primera obra del programa Tanz uf dem Vulkan al compositor alemán Jörg Widmann que, haciendo honor a su nombre en alemán, es una gran danza sobre un volcán de timbres y sonoridades muy bien trabajadas. La partitura perfectamente bien ensamblada, por momentos te envuelve en una cantidad tal de estímulos sonoros, que se tiene la sensación de estar siendo devorado por esa inmensa erupción sonora. La otra obra interpretada por la Filarmónica durante la primera parte del programa es la ya célebre Sinfonía núm.3 de Witold Lutosławski sin duda el compositor polaco más importante después de F. Chopin. La obra, es una partitura de transición en su catálogo, donde, pese a mantener una estructura formal muy estable e incluso rígida, deja en pasajes muy extensos, libertad de elección y ejecución sobre los materiales sonoros a los intérpretes. Que estos intérpretes sean la Filarmónica de Berlín, te garantiza una ejecución portentosa. Tanto Rattel como la orquesta en pleno, se mostraron en su elemento, con una sonoridad rotunda, segura, y muy flexible, haciendo gala de una paleta tímbrica y de gradación del sonido solo reservada a las grandes orquestas, tremendamente satisfactorio escuchar este repertorio con semejantes intérpretes.

La segunda parte, se consagró a uno de los grandes títulos de la literatura sinfónica: la sinfonía núm. 1 en do menor, op.68 de Johannes Brahms. Lo que este humilde cronista pueda apuntar, tanto de la obra, como de la milagrosa versión que pudimos disfrutar esa noche, es realmente superfluo, la música en estos casos, se explica así misma. Lo impresionante, es que sean la misma orquesta la que con tanta flexibilidad puede abordar en un mismo concierto, un repertorio tan diferente y que además lo haga con tanta fortuna. Estamos seguros de que Sir Simon Rattle regresará a nuestra ciudad, al igual que la Filarmónica de Berlín. Siempre serán esperados y disfrutados con sumo placer. Seguimos.