por Rubén Fausto Murillo | Dic 6, 2017 | Críticas, Música |
Refiere Christoph Wolff en su monumental biografía BACH, El músico sabio (Barcelona: Ma non tropo,2008, p.24) que a los pocos días de fallecido J.S.Bach, era publicado un texto firmado por Johann Friedrich Agricola, compositor y organista de la época, donde defendía la obra del finado maestro de los ataques de un tal Filippo Finazzi, cantante de la ópera de Hamburgo, diciendo:
“Él [ Finazzi] niega a su música [la de Bach] un efecto placentero para el oyente que no puede gustar unas armonías tan difíciles. Pero aun asumiendo que las armonías [las estructuras musicales] de este gran hombre sean tan complejas que no siempre consigan el resultado previsto, éstas, no obstante, sirven al deleite del genuino conocedor. No toda persona instruida es capaz de entender a Newton, pero quienes han avanzado con suficiente profundidad en la ciencia pueden entenderlo y encontrar enorme gratificación y beneficios reales leyendo su obra”
Me he tomado la libertad de citar a Wolff, porque creo que en esta ocasión estamos ante un concierto que podría encajar dentro de la descripción que realizó Agricola sobre la música de Bach.
El miércoles 29 de noviembre, dentro del ciclo Palau Bach tuvimos el placer de escuchar en un programa integrado en su totalidad por obras del cantor de Leipzig, una de las más célebres partituras escritas por él, me refiero: a la Ofrenda musical BWV 1079. Obra que pertenece al último periodo creativo de J.S. Bach y que nos presenta una cara poco visitada del maestro, la del músico sabio.
Los intérpretes eran de primera línea, Laura Pontecorvo a la flauta travesera, Andrea Rognoni y Antonio De Secondi a los violines, Marco Ceccato al violoncelo y coordinando todo desde el clave, el célebre director y clavecinista Rinaldo Alessandrini. Iniciaron el concierto con una sonata para flauta travesera y unos canons del mismo Bach, que cumplían la función de preparar al auditorio para la obra central del programa. Tras escuchar las primeras piezas arriba mencionadas, Alessandrini comenzó con la ejecución del Ricercare a 3 voces para clave solo que da inicio a la obra. Ciertamente en algunos pasajes no estuvo todo lo fino técnicamente que nos tiene acostumbrados un artista de su nivel, pero, lo cierto es que en conjunto estableció ya el tono que guardaría toda la ejecución de la pieza. Era particularmente llamativo el sonido delicado, íntimo, con que todos los intérpretes trabajaban tejiendo los canons y fugas que integran la obra. El escucha moderno, acostumbrado a las grandes sonoridades, al embotamiento sonoro, tiene que verse sorprendido de súbito por esta invitación a lo quedo, lo reposado, lo íntimo, el universo de Bach ya simplemente en este pequeño detalle, comenzaba a quedar muy claro.
Cuando Bach aborda la composición de esta pieza lo hace desde una posición casi de reclusión interna. Fatigado cada día más por todas las obligaciones de su cargo en Leipzig, con una ceguera que llegó a ser total, cuando trabaja en su estudio, lo hace desde la distancia del mundo que lo rodea, y más aún, lo hace desde una postura estética muy diferente a la que sus contemporáneos aceptaban. El yo, propio de la modernidad se había instalado cada vez más en la mentalidad de las personas, y la música que se hacía ya en esa época, era diametralmente diferente a la que Bach escribía. A la verdadera música se le pedía, bajo este paradigma, que trasmitiera en una melodía perfectamente perfilada los sentimientos de las personas, la vida emocional del compositor y de sus escuchas. Un universo muy diferente del de Bach, que parte de una plataforma diferente, cuando considera a la música como una ciencia, sí, un arte, pero este arte se materializa en una ciencia musical, de la que él es un notable exponente, y que logra describir a través de sus obras, y sobre todo las de carácter especulativo, como la que nos ocupa ahora, la multiplicidad de formas y sustancias de las que está compuesto el universo mismo. La postura de Bach, entonces, es casi cósmica: ha dejado hace rato de pensar en la cotidianidad y ve al horizonte para expresarse. Cuando pensamos de este modo a Bach, es cuando entendemos la descripción que hacía Agricola de él en el texto arriba citado.
La base de la que parte Bach es muy clara: el contrapunto, o sea, la simultaneidad de melodías es la materialización de la armonía y de la perfección del universo, cuando Bach escribe una fuga o un canon, aplica esa ciencia que permite que escuchemos físicamente la unión de dos o más realidades sonoras, que de no seguir estas reglas, sería imposible que sonaran simultáneamente.
Queda claro entonces que a nosotros mismos, parados en nuestro siglo, esta visión nos quede muy lejos y necesitemos de un esfuerzo extra para disfrutar de un programa así. Cuando vamos a un concierto en la actualidad, lo hacemos desde el paradigma moderno, a que nuestra vida emocional aflore o sea estimulada, y no hay nada de censurable o malo en ello, es nuestro paradigma. Esto puede llevar a la desilusión de algunos escuchas, que asisten a escuchar La ofrenda musical o El arte de la fuga, esperando escuchar los Conciertos de Brandenburgo.
La interpretación fue de muy alto nivel, considerado que es una obra exigente ya no solo a nivel individual sino sobre todo, en lograr cohesionar la diversidad que arriba he descrito. Los cinco músicos dirigidos por Alessandrini demostraron no solo un altísimo nivel técnico, sino una inteligencia musical muy elevada, construyendo con mucha precisión la totalidad de la pieza.
Al final, tras una merecida ovación por parte del público que casi llenó el Palau, nos regalaron con un pequeño destello de luz, un ágil movimiento de la Tafelmusik de G.P.Telemann que concluyó un estupendo concierto, que si bien es cierto nos había elevado a dimensiones desconocidas, la brillante interpretación del conjunto italiano, le aportó un toque de fuerza y vigor propio de los músicos latinos.
por Rubén Fausto Murillo | Nov 20, 2017 | Críticas, Música |
El pasado viernes 17 de Noviembre en el Palau de la Música tuvimos la oportunidad de asistir a un concierto de esos que dejan huella. La violinista alemana Anne-Sophie Mutter, acompañada de los maestros Lambert Orkis al piano y Roman Patkoló al contrabajo, presentaron un programa donde el aroma a Mutter fue constante. (más…)
por Irene Serrahima Violant | Nov 13, 2017 | Críticas, Música |
El pasado jueves 2 de noviembre pudimos disfrutar del último concierto de la integral de las sonatas de
L.V. Beethoven por
Leonidas Kavakos y
Enrico Pace en el
Palau de la Música Catalana. Después de escuchar las
sonatas núm. 6,
3,
2,
7 en el
primer concierto y
4,
5,
10 en el
segundo, ya sólo nos quedaban por escuchar la
primera,
octava y
novena sonata op.
12,
30 y
37 respectivamente. Independientemente de la razón que tuvieron los intérpretes para situar la primera y octava sonatas al final del ciclo, resulta evidente el motivo por el cual situaron la
Kreutzer en el útimo lugar, ya que es la sonata más conocida junto con
La Primavera (núm. 5) por su gran exigencia técnica, virtuosismo y larga duración.
A pesar de encontrarse un público un poco tenso y nervioso por la situación política actual en Cataluña, Kavakos y Pace supieron actuar elegantemente en el escenario, sin inmutarse por la atmósfera, y atacaron el Allegro de la primera sonata de forma impecable, enérgica y decidida. Igual que en sus otras actuaciones se pudo ver un gran entendimiento entre los dos músicos, que se demostraba en los ataques de las notas -claros y limpios- y en los cambios contrastantes y progresivos de los matices.
La interpretación de Leonidas Kavakos es esencialmente intelectual. Una vez que está en el escenario, la obra y ejecución le absorben completamente con una concentración absoluta, el público desaparece en la oscuridad en silencio y el intérprete da rienda suelta a un diálogo profundo y fraterno entre su instrumento y el piano. En esta conversación no hay ningún elemento que se ejecute al azar- sonido, matices, cambios, articulaciones…-a cada uno de ellos se le da una relevancia especial, y al mismo tiempo se enlazan cuidadosamente entre sí. A través de un meticuloso control de la cantidad, velocidad y peso del arco regula el sonido, prepara los cambios de posición pensando en el tipo de registro que casa en el momento y las articulaciones y matices son claros. El sonido nunca muere, se mantiene en movimiento incluso a través de los silencios.
Como ejemplo de su interpretación en el concierto, las cuerdas dobles (cuerdas que se tocan de forma simultánea) o acordes que pudimos escuchar sobre todo en las sonata núm. 1 y 9, comprendían un único sonido y gozaban de una gran profundidad. Además, los pasajes rápidos, los tocaba con un arco muy concentrado en el centro, la zona del arco que rebota más y donde es más fácil separar las notas, con el fin de conseguir una buena articulación, en el mismo lugar donde también tocó el bariolaje [footnote] alternar entre varias cuerdas [/footnote] de la octava sonata, que por la velocidad sonaba casi como si fueran cuerdas dobles. Asimismo los trinos sonaban elegantes, cuidados y a una velocidad constante.
También fue interesante observar que Kavakos utilizaba las cuerdas al aire en numerosas ocasiones sin ningún rubor, siempre que fuera con el carácter y color del pasaje. Puntualizo esto porque en la escuela de violinistas romántica de donde parten Mistein, Elman y Heifeitz -violinistas que se consideran de referencia en Beethoven y de los que están influenciadas una gran multitud de grabaciones- es característico el uso de vibrato contínuo en todas las notas posibles y por lo tanto muchos violinistas evitan el uso de las cuerdas al aire, ya que no se pueden vibrar. Este manera de pensar -utilizar el vibrato como recurso permanente y automático-, sin embargo, puede acabar obstaculizando la verdadera función del vibrato como herramienta para enfatizar y dar color a los pasajes y notas que lo necesiten ya que no se produce un verdadero contraste en el tipo de sonido.
Acortumbrados a la típica entrada triunfal del adagio sostenuto de la sonata Kreutzer, Kavakos optó por arpegiar los acordes con un carácter dulce y sensible. De esta manera la introducción al presto se convirtió en un pequeño soliloquio íntimo y reflexivo, que contrastaba con la siguiente parte, de una racionalidad mecánica y furiosa. En medio de la tempestad del presto, al final del primer movimiento fue notable un pequeño momento de calma súbito en pianísimo que por su profundidad y delicadeza recordaba al carácter del adagio. Los pizzicatos, claros y diáfanos, eran gotas de sonido que se precipitaban en la sonoridad inquieta y envolvente del piano.
Kavakos nos demuestra que no es necesario agregar elementos fuera de la partitura – glissandos, vibrato continuo o algún truco para obtener alguna sonoridad o efecto concreto- o teatralizar la interpretación para conseguir un buen resultado, minucioso y de una gran calidad musical. Escuchando su interpretación, fácilmente nos podemos imaginar cómo el violinista tiene presente en todo momento el mapa mental de la obra y cómo la va desmenuzando y plasmando de manera escrupulosa en el escenario. Esperamos volver a tener la oportunidad de disfrutarlo nuevamente en un futuro próximo.
Palau de la Música Catalana, Barcelona. 2 de noviembre de 2017.
Leonidas Kavakos, violín
Enrico Pace, piano
Programa: Integral de las sonatas para violín y piano de Beethoven (III)
I
Sonata para violín y piano núm. 1, en Re mayor, op. 12/1
Allegro con brio
Andante con moto: tema con varizioni
Rondo: allegro
Sonata para violín y piano núm. 8, en Sol mayor, op. 30/3
Allegro assai
Tempo di minuetto
Allegro vivace
II
Sonata para violín y piano núm. 9, en La mayor, op. 47,“Kreutzer”
Adagio sostenuto
Andante con variazioni
Finale: presto
por Elio Ronco Bonvehí | Nov 1, 2017 | Cine, Críticas, Música |
El pasado 13 de octubre en la Sala 2 de l’Auditori de Barcelona la banda británica GoGo Penguin realizó una doble inauguración: la decimoquinta edición del festival In-Edit y la primera de la programación Sit Back, el nuevo ciclo de música amplificada de L’Auditori. Para ello presentaron su nuevo proyecto, la interpretación en directo de su nueva banda sonora para el documental Koyaanisqatsi, una obra de culto dirigida por Godfrey Reggio el 1982. (más…)
por Elio Ronco Bonvehí | Oct 31, 2017 | Críticas, Música |
El nombramiento de Simon Halsey como director del Orfeó Català ha tenido una repercusión claramente positiva en la calidad de los conciertos de la formación coral y en su proyección internacional. Es más que probable que Halsey -también director del London Symphony Chorus- haya ayudado a que el Orfeó participara en los Gurrelieder, que este verano se interpretaron en los BBC Proms, uno de los eventos más esperados del festival londinense que suponía además el debut de Simon Rattle como nuevo director titular de la London Symphony Orchestra.
La inauguración de la temporada del Orfeó Català ha reforzado de nuevo este vínculo internacional, con el estreno europeo de Considering Matthew Shepard, del estadounidense Craig Hella Johnson. Se trata de una desgarradora cantata-musical escenificada que cuenta la historia de Matthew Shepard, un joven homosexual de Wyoming que fue secuestrado, torturado y asesinado en 1998. La reacción pública, con numerosas manifestaciones de carácter homófobo, así como el hecho que la legislación no permitia considerar el crimen como delito de odio, desató una polémica que puso en evidencia el desamparo de la comunidad LGBT.
La partitura de Hella Johnson es una de las múltiples reacciones artísticas que surgieron para condenar el crimen y mantener viva la memoria de Shepard. Y lo hace desde una perspectiva positiva, apostando por la tolerancia y el amor como armas contra el odio, con un libreto especialmente conmovedor que empieza glosando el carácter amable y las esperanzas de un «joven ordinario, que vive días ordinarios en una vida ordinaria que vale mucho la pena vivir«. Musicalmente pretende ser una «pasión moderna», con una sección central claramente inspirada en esa tradición coral, con la participación de un bajo-barítono solista y con referencias explícitas a la crucificción. Junto a estas referencias a Bach (además de la parte central, la obra empieza y acaba con el preludio n.1 del Clave bien Temperado intepretado al piano) la partitura contiene alusiones a distintos generos como el musical (Matthew es interpretado por un tenor, con ciertas similitudes con la música del joven Lloyd Webber, especialmente su Joseph), el gospel o el bluegrass. El resultado musical es un pastiche que no contiene aportaciones demasiado relevantes en cuanto a forma o lenguaje, pero que cumple perfectamente su función expresiva.
La obra es exigente en cuanto a efectivos. Además de un gran coro requiere numerosos solistas (soprano, mezzosoprano, tenor, bajo-barítono, tenor pop, mezzo jazz, y varios solistas del coro) e instrumentistas (clarinete, violín, viola, violoncelo, contrabajo, piano, percusión y guitarra). Los tres coros de la casa (Orfeó Català, Cor Jove de l’Orfeó Català y Cor de Noies de l’Orfeó Català) fueron los grandes protagonistas de una obra principalmente coral, y deslumbraron con su sólida interpretación, luciendo un sonido compacto y trabajado que augura grandes resultados en lo que sigue de temporada. Como solistas destacaron especialmente Marta Mathéu y Joan Martín-Royo, así como la siempre espléndida Big Mama Montse. El reducido grupo instrumental logró una presencia sonora equiparable a una orquesta gracias a la amplificación, siguiendo el método usado en los musicales. Por suerte, la amplificación estaba mucho más cuidada que en Broadway o el West End londinense (donde últimamente parece que la calidad del sonido ya no es necesaria para justificar los abusivos precios), y pudimos disfrutar de la música sin distorsiones. Merece una mención a parte la cellista Laia Puig, para quien la partitura reservaba numerosas intervenciones solistas.
Considering Matthew Shepard en el Palau de la Música de Barcelona. Los coros del Orfeó Català ocuparon el grueso del escenario y las galerias del órgano. En el lateral derecho se pueden ver los integrantes del conjunto instrumental, y a la derecha los solistas vocales sentados alrededor de una mesa, en la que unos técnicos manipulan y graban en directo las imágenes que se proyectan. Vemos en la pantalla la figurilla de juguete que representaba a Matthew. Foto: Lorenzo di Nozzi.
A parte de la excelente interpretación y la vibrante dirección de Simon Halsey, otro de los grandes aciertos fue la puesta en escena de La Brutal. Impactante pero sin sensacionalismos, transmitió con delicadeza y sensibilidad la dureza de la historia. El protagonismo escénico era de los coros y los instrumentistas, tanto por cuestiones prácticas (apenas sobraba sitio en el escenario del Palau) como por la estructura de cantata de la partitura. Los solistas vocales se encontraban reunidos alrededor de una mesa, a la izquierda del director, como si se tratara de un grupo de apoyo que compartia sus experiencias sobre el terrible crimen. Por último, por encima de todos ellos una pantalla mostraba en imágenes lo que el texto contaba. Lo interesante es que esas imágenes eran una grabación en directo de figuras de juguete manipuladas desde el escenario. El encuentro de Matthew con sus agresores en un bar se nos mostraba de esta forma en la pantalla, igual que su secuestro, hasta llegar a la turbadora imagen de la figurilla de Matthew tumbada en el suelo en un charco rojo, frente a la valla a la que estubo atado durante horas mientras se desangraba. Era una imagen necesaria, la obra no tiene sentido sin ella, pero la solución escénica permitió transmitir su dureza sin caer en el mal gusto.
En definitiva, Considering Matthew Shepard es una obra que pone de manifiesto el papel fundamental que debe tener el arte en nuestra sociedad. Los documentales, los reportajes, incluso las crudas imágenes que llenan los telediarios, son solo frios testimonios de los hechos. El arte, ya sea mediante la literatura, la poesía, el cine o la música, permite que el espectador haga suyos los hechos como si los estuviera viviendo, y empatize de verdad con el sufrimiento y el conflicto de los protagonistas. Solo de este modo podremos lograr eso tan ansiado de aprender de la Historia para no repetir sus errores.
Ficha artística
Marta Mathéu, soprano
Marina Rodriguez Cusí, mezzosoprano
Manu Guix, tenor
Joan Martín-Royo, barítono
Els Amics de les Arts, tenor pop
Big Mama Montse, mezzo jazz
Orfeó Català (Pablo Larraz, subdirector)
Cor Jove de l’Orfeó Català (Esteve Nabona, director)
Cor de Noies de l’Orfeó Català (Buia Reixach, directora)
Josep Buforn, piano
Formación instrumental:
Francesc Puig, clarinete
Eduard Iniesta, guitarras
Laura Marín, violín
Albert Romero, viola
Laia Puig, cello
Mario Lisarde, contrabajo
Paco Montañés, percusión
David Espinosa, artista visual
La Brutal (David Selvas y Norbert Martínez) dirección escénica
Simon Halsey, director