Una de las óperas más polémicas de los últimos tiempos es Dead Man Walking de Jake Heggie, que se presentó en el Teatro Real en enero y febrero. Esta expresión proviene del último paseo de los condenados a muerte desde su celda hasta la cámara de ejecución. Además, la obra está basada en un hecho real en Luisiana (en el sur de Estados Unidos) vivido por la hermana Helen Prejan, quien escribió su vivencia con el reo Joseph De Rocher en su obra homónima en 1995. El libro también fue llevado a la gran pantalla con Dead Man Walking (1995) de Tim Robbins, interpretada por Sean Penn y Susan Sarandon, cuya interpretación le valió el Oscar como mejor actriz.
La última representación fue el 9 de febrero, que es a la que asistí. La versión presentada en el Teatro Real fue dirigida por Mark Wigglesworth y la dirección de escena estuvo a cargo de Leonard Foglia. La prominente fuerza dramática e interpretativa recae sobre los personajes principales que estuvieron interpretados por la mezzosopranoJoyce DiDonato y el barítono Michael Mayes. Ambos consiguieron un tándem prodigioso en el que nos llevaron por una carretera hasta Angola (prisión donde estuvo De Rocher) en la que el camino estaba lleno de fe, dudas personales, cuestionamientos éticos y morales, devoción religiosa y familiar, la venganza y el perdón. Con el libreto de Terrence McNally se recorre todo un sendero de angustia, miedo, dudas pero también de esperanza y redención. Porque cuando se cometen crímenes atroces, puede resultar fácil conmutar la pena máxima pero aquí nos plantean interrogantes sobre qué ocurre con la familia del condenado, cómo se sienten los familiares de las víctimas ante la inminente ejecución de la condena judicial. Así como ¿se puede perdonar un crimen tan cruel? ¿Les servirá de consuelo saber que ese monstruo va a morir?
Dead Man Walking es una ópera que no necesita grandes medios escénicos ni números de ballet porque el libreto, las ideas que subyacen en él, el dramatismo y las grandísimas interpretaciones de Michael Mayes y Joyce DiDonato hacen que no sea necesario nada más. Aun así, el recorrido por la prisión estuvo bien planteado. En ella vemos a una casi desvalida religiosa que con gran expresividad trata de alimentar el alma del condenado para que se libere de sus abominables pecados a través de la confesión antes de morir.
También es muy destacable el papel de la madre del recluso,la señora de Patrick de Rocher, porque sus interpretaciones como madre que sufre al saber lo que le puede suceder a su primogénito, querer creer ciegamente en su inocencia y luchar por salvarle a todos los niveles. La encarnada de darle vida fue la mezzosoprano Maria Zifchak y uno de sus grandes escenasquedó reflejada en el momento de la declaración en el tribunal, en el que fue tan emotiva esta cantante que llegó a conmover al público con su desgarradora interpretación.
El trabajo realizado por Michael Mayes es impresionante a nivel de actuación y de interpretación musical, aunado en el papel más complejo de esta obra. Con este personaje además Jake Heggie se acerca a la tradición musical del sur de Estados Unidos con guiños al blues. En este sentido, son especialmente expresivas y emotivas las «confesiones» del condenado a la hermana Helen con las melancólicas melodías de «Everything is gonna be alright» y «I believe (…)». Una lección magistral de este otro monstruo de la escena.
El final de Dead Man Walking consiguió la expectación absoluta. Exaltación del dramatismo sin necesidad de recurrir a todo el coro y los cantantes como suele ser habitual: se utiliza el silencio para recrear la tensión máxima a la que se llega con el único sonido de unas constantes vitales que se apagan. Impresionante final de esta ópera con la ejecución de la condena.
El 27 de diciembre de 2016 se apagó una gran estrella de una galaxia muy muy lejana cuando nos dejó la actriz Carrie Fisher, quien dio vida a la inolvidable princesa Leia Organa. A lo largo de los años hemos visto cómo su personaje se desarrollaba y también la vida personal de la actriz, quien además fue guionista y escritora. Comenzamos este homenaje citando las palabras de esta artista:
¿Quién creéis que habría sido si no hubiera sido la princesa Leia? ¿Soy la princesa Leia o ella es yo? Encontrad el punto medio y os acercaréis a la verdad. Star Wars era y es mi trabajo. No puede despedirme y jamás podré dejarlo… Además, ¿por qué debería hacerlo? (Esa es una pregunta tanto retórica como real).
Carrie Fisher se dio a conocer a nivel planetario en 1977 con la primera película de la saga de la gran creación de George Lucas:Star Wars (La guerra de las galaxias), la que actualmente es el Episodio IV: Una nueva esperanza. Su personaje es uno de los que más me gustaron a lo largo de esta -cada vez más extensa- saga porque no era el prototipo de princesa en apuros necesitada del arquetípico príncipe azul que la rescatara. Es más, le paraba los pies a su amado -un Han Solo en un principio bastante chulo-, era la líder de la gran rebelión ymató ella misma a Jabba the Hut, el ser que la convirtió en esclava en el Episodio VI: El retorno del Jedi (1983). Posteriormente siguió luchando contra el lado oscuro como la general de La Resistencia. ¿Quién no se enamoró -de la manera que fuera- de aquella actriz? Parece una pregunta obvia, ¿verdad? Pues tal vez sorprenda descubrir que ella misma.
En El diario de la princesa (2016), su último libro publicado, Carrie Fisher explica su vida, lo difícil que fue ser hija de grandes estrellas (su padre era el cantante Eddie Fisher y su madre era la también actriz Debbie Reynolds, la protagonista de la película Cantando bajo la lluvia). Ya desde el principio nos plasma su pesimista y terrible visión de sí misma. Nunca había leído tantas autocríticas negativas como las que se hizo esta artista en este libro y no solo sobre sus dudas -algunas más que entendibles- sobre si estaría a la altura en determinados papeles y ante aquellos actores, sino también a nivel personal y sobre su físico. Sí, han leído bien, una auténtica sex symbol que lució como nadie aquellos trajes se veía de todo menos atractiva, segura y atrayente. No entendía qué veían en ella. Sin embargo, la manera que tiene de contarlo en su texto, no me sorprendió porque había visto algunos de sus brillantes monólogos y era una mujer que hablaba de cualquier tema -por muy personal que fuera- de manera natural, espontánea y muy divertida. Creo que una de las bases para sobrellevar una personalidad tan trágica -en el sentido de cómo se percibía y los problemas que le conllevaron- fue su gran sentido del humor. Sirva como ejemplo un fragmento de su show Wishful Drinking (Deseo de beber) de HBO, el cual comienza diciendo «Hola, soy Carrie Fisher y soy alcohólica».
Considero que hay que ser muy fuerte para admitir las propias debilidades, incluidas las adicciones, y aún más valiente para hablar sobre ello de una manera tan brillante, divertida e instructiva a la par que entretenida.
Imagínense que escriben a su yo del pasado, algo muy acorde con estas fechas de hacer balance por el año que acaba y los propósitos del año que está por comenzar. Seguramente en algún instante le dirían a ese/esa joven NO LO HAGAS. En algún momento Carrie Fisher escribió algo así porque en este libro ella hizo una (re)visión de sus experiencias desde el punto de vista que da la madurez y llega a reírse -con cariño- de su personaje (como el acento que le salió en determinadas escenas o que detestaba ese pelo enroscado cual Dama de Elche), las poquísimas mujeres que trabajaron en aquella primera trilogía e incluso cómo se comportó con su más que compañero de reparto Harrison Ford. También cuenta su experiencia con el paso del tiempo, de lo que influye eso en la carrera de una actriz, el implacable dictamen de los medios sobre los cambios físicos que se van produciendo y la decepción de algunos fans al encontrarse mucho tiempo después no con aquella jovencita que surcaba mundos, sino con la actriz que había ido cumpliendo años. Todo ello con grandes dosis de sarcasmo y humor.
El 27 de diciembre el cine perdió uno de sus iconos más importantes de las últimas décadas y me voy a remitir a sus propias palabras, con las que les planteo ¿están de acuerdo con ella?
La mayoría de las celebridades disfrutan de la fama corriente, en la que periodos prolongados de calma se alternan con breves estallidos de actividad, cuya intensidad y frecuencia disminuyen cada vez más hasta que la luz de las estrellas se extingue por completo, momento en el cual hay un último estallido de nostalgia: la muerte del icono ya perdido.
Continúa el ciclo «Coliseo jazz» en el Real Coliseo de Carlos III en San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Les confieso que en ocasiones voy a los conciertos sin escuchar los trabajos nuevos que se presentan porque me gusta que me sorprendan con sus propuestas en directo, ya que este tiene una magia especial que es difícil captar en los discos. En esta ocasión Michael Olivera Group presentó su disco Ashé (2016) el 2 de diciembre. Esta agrupación está formada por Michael Olivera (batería, voz y compositor de la mayor parte de los temas de este trabajo), Munir Hossn (bajo eléctrico, guitarra y voz), Ariel Brínguez (saxofones), Miryam Latrece (voz) y en esta ocasión contaron con David Sancho (piano) aunque en el disco la interpretación corre a cargo de Marco Mezquida.
La palabra ashé procede del yoruba afrocubano y hace alusión a todo lo bueno que se nos ha concedido y podría traducirse como bendición divina o entregada. Con este vocablo comenzamos el recorrido por Cuba a través de su música y de las aportaciones de cada uno de los integrantes de este grupo. El primer gran tema fue Trilogía (formado por Guajiro, Llanura y Andaluza) en el que Munir Hossn nos mostró que es capaz de hacer un gran solo al bajo -con sonidos no tan usuales en el jazz- mientras canta y baila de una manera absolutamente natural pero, sobre todo a lo largo del concierto nos mostró cómo vive la música y transmite su entusiasmo y energía al público de manera que la puedan vivir tan intensamente como él.
Por su parte, las insinuaciones vocales (scat) de Myriam Latrece nos ayudaron a entender aún más los temas en los que aportó su voz, insinuándonos paisajes y sentimientos, como en Acknowledgment, un tributo a A Love Supreme del gran John Coltrane. Ahí es nada. En este tema hacen una grandísima versión con mezclas de diversas influencias y ritmos caribeños. Estoy enamorada de este tema (del original y de su versión).
La combinación de Michael Olivera y Ariel Brínguez es sinónimo de buena música y talento, como lo demostraron hace unas semanas en el concierto en el que el saxofonista presentó su Notalgia cubana. Ambos son virtuosos de sus respectivos instrumentos y las combinaciones de estos con los demás integrantes de la formación bajo la dirección del percusionista, hicieron que fuésemos de estación en estación en un recorrido especial por Cuba. Uno de los temas más sorprendentes es Raíles, donde comienza una música suave y llegamos a escuchar unos espectaculares sonidos de pájaros emitidos por el propio Olivera. Se trata de un músico todoterreno que crea música con mucha energía, ya sea para removernos por dentro de manera tranquila o con toda la intensidad rítmica de la que es capaz.
Este año se celebra el 450º aniversario del nacimiento del compositor Claudio Monteverdi. Coincidiendo con esta conmemoración, Nórdica Libros ha reeditado el libro Órficas de Francesc Capdevila, conocido artísticamente como Max, quien en 2007 ganó el Premio Nacional de Cómic. El protagonista de este polifacético libro es el héroe de la Antigua Grecia Orfeo.
El eje central de este trabajo es el mito de Orfeo. Este es considerado según la mitología griega como hijo del dios Apolo y según otras versiones como el humano que llegó a convertirse en el dios Dioniso (Baco, en la antigua religión romana) tras su muerte. Numerosos filósofos, poetas y artistas han plasmado desde la Antigüedad su visión de este mito. En este libro se recogen algunas de ellas y las del propio Max, en forma de textos, dibujos y un cómic sobre este héroe que desafío al mismo dios de la muerte en su reino, el poderoso Hades.
Orfeo poseía poderes que llegaban a curar y ensimismar a cualquier criatura, divina o no, con su música, tanto al cantar como al tañer su lira (uno de los símbolos de Apolo). Este mortal se enamoró de Eurídice con quien se casó pero ella murió al ser mordida por una serpiente. En su desesperación y movido por el profundo amor que la profesaba, Orfeo llegó al mismo corazón del Inframundo donde conmovió a la esposa de Hades, Perséfone, y al propio dios del infierno. Este le permitió salir de allí con Eurídice con la condición de que no la mirara hasta salir de aquel lugar. Sin embargo, en el instante en el que iban a salir, Orfeo se giró para mirarla y ella se desvaneció. Tal fue su desconsuelo por haber perdido por segunda vez y para siempre a su esposa, que lloró amargamente durante mucho tiempo y desconsolaba a cualquiera que escuchara su música. No hizo caso a las mujeres que se le presentaron y debido a esta afrenta, las tracias y las macedonias se vengaron matándole y descuartizándole. Es así como según algunas versiones llegó a convertirse en un dios.
Este libro se divide en tres partes. La primera se titula «El texto de Epiménides». Aquí, Max nos muestra su recorrido personal desde que descubre el cuadro Orfeo (1865) de Gustave Moreau en el Museo del Louvre en París.
Poco a poco se da cuenta de que lo que le llama la atención es la interrelación entre los ojos de los personajes. ¿Se trata de un espejo? Este autor tendrá que verse a través de varios espejos para seguir descubriéndose a sí mismo mientras investiga sobre el mito de Orfeo. En su bagaje intelectual en torno a esto, el filósofo y poeta Epiménides y su paradoja reaparecen una y otra vez. ¿Qué nos mostró y qué nos quiso mostrar este sabio? Max nos los va narrando con sus propias experiencias, dibujos que hacen alusión a la mitología griega y citas de la Antigüedad clásica.
En «Katábasis», cuyo significado es descenso, nos narra este mito desde su punto de vista a través del cómic. En él nos sigue mostrando a Orfeo desnudo por fuera pero sobre todo por dentro. Vemos y notamos su amor, su miedo, su desesperación, la incertidumbre, sus dudas que llegan a hacer que pierda aquello que más ama. ¿Es posible que los demonios no provengan solamente de las profundidades del averno?
La última parte del libro es «L’Orfeo de Monteverdi«. En ella aparece el libreto de esta ópera y podemos leerla tanto en italiano -idioma original- como su traducción en español. Esta ópera cuyo subtítulo es Favola in musica, fue una de las primera de la historia y se estrenó en 1607 en Mantua durante la celebración del Carnaval. La música ayuda a resaltar el significado de la trama y de cada una de las partes, así como el desarrollo de los personajes y acontecimientos, dotándole de aún más dramatismo a los lamentos de Orfeo.
Este libro se trata de una inteligente visión del mito de Orfeo a través de un recorrido artístico, histórico y personal que en ocasiones nos plantea aún más interrogantes de los que llega a responder en esa búsqueda constante del autoconocimiento.
El 24 de noviembre la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española (RTVE) interpretó un concierto con obras de autores del impresionismo bajo la dirección de Michel Plasson en el Teatro Auditorio San Lorenzo de El Escorial (Madrid), el cual es la nueva sede que alberga los conciertos de esta orquesta.
El programa seleccionado nos trasladó al París de la capital cultural europea de finales del siglo XIX en el que uno de los máximos exponentes fue Claude Debussy, creador del impresionismo musical, en el que utilizó un nuevo tipo de lenguaje repleto de timbres y tonalidades, al igual que el de los pintores impresionistas. En esta ciudad también exploraron sus sonoridades otros compositores como Maurice Ravel, a quien se suele englobar dentro de esa misma vanguardia pero que también recorrió a su particular manera el neoclasicismo. Ambos maestros consiguieron relacionar la armonía, el color y el timbre orquestal de manera global y en cada una de las secciones que componen la orquesta. Además, en la Exposición Universal de 1889 en París pudieron asistir a conciertos de músicas de lugares lejanos de Oriente, siendo especialmente importante la orquesta del gamelán, las cuales les influyeron, así como su interés por la música de otras épocas. Con estos compositores, las obras seleccionadas y estos intérpretes, nos sumergimos en el arte de la evocación.
La primera parte del programa estuvo destinada a Ravel. Comenzaron interpretando los ocho Valses nobles y sentimentales con los que nos trasladamos a las cortes imperiales donde fueron tan populares durante el siglo XIX y principios del XX. Aunque los tiempos de estos valses son contrastantes, la sensación de baile se transmitió en cada uno de ellos, transmitiendo ese halo de grandiosidad del que se hicieron eco en aquella época.
A partir de aquí, la imaginación se hizo indispensable en la escucha de las siguientes obras pero a la vez resultó muy fácil imbuirse en ella. Con la suite Ma mère l’Oye (Mamá Oca), nos adentramos en el maravilloso mundo de los cuentos, cuya música Walt Disney utilizó posteriormente para algunas de sus películas. Aquí pudimos asistir a una bella narración musical de cada uno de estos cuentos en el que los solos de los instrumentos-personajes estuvieron interpretados con una gran expresividad (la Bella Durmiente, Pulgarcito, la Emperatriz de las Pagodas, la Bella y la Bestia, y El jardín de las hadas). En ellos se evocó cada uno de los reinos mágicos de sus personajes con la utilización de los timbres del xilófono, la celesta, el gong, el arpa y las campanas ayudan en la recreación de esos lugares y de sus personajes, en los que la orquesta estuvo perfectamente empastada.
La segunda parte estuvo destinada al considerado por algunos autores como el verdadero impresionismo musical, con obras de Debussy. En esta ocasión comenzaron con Prélude à l’après-midi d’un faune (Preludio a la siesta de un fauno), una obra de 1894 inspirada en el poema homónimo de Stéphane Mallarmé. Podemos asistir al despertar de un fauno en plena naturaleza y cómo esta le influencia y hace que sucedan los acontecimientos. Esta es una obra revolucionaria porque posteriormente fue concebida para uno de los Ballets Rusos del empresario Sergei Diaghilev, el cual fue coreografiado e interpretado por el audaz a la par que intrépido Vaslav Nijinsky, quien escandalizó con su excesiva libertad artística a la sociedad parisina. En esta obra para orquesta también nos encontramos con el acercamiento a la naturaleza, las imágenes y las impresiones que estas nos causaron al escucharlas.
En este concierto la Orquesta Sinfónica deRTVE deleitó nuestros sentidos con unas magníficas interpretaciones de estas obras. Por su parte, Michel Plasson dio una lección magistral de dirección durante todo el concierto. Consiguió el empaste de cada una de las secciones de la orquesta, las sonoridades tan amplias que requieren estos compositores que van desde el más sutil de los sonidos suaves a la grandiosidad de los fortísimos de toda la orquesta cuyo gran oleaje rompe en las rocas del gong.
Tal fue la plasmación musical, que tanto el director como la orquesta consiguieron fusionar la sensación pictórica y musical de este movimiento vanguardista llamado impresionismo. Como agradecimiento, obtuvieron una gran ovación y nos obsequiaron con un bis a cargo de otro compositor con un gran sentido del humor como es Eric Satie.