Olivier Bordeaut ha conseguido un gran éxito en Francia con su primera novela Esperando a mister Bojangles (2016) cuyo aterrizaje en nuestro país este año está cosechando las mismas mieles de éxito. En este trabajo narra la historia de una peculiar familia con unas costumbres muy dispares a la par que disparatadas.
La banda sonora de la pareja protagonista la pone a diario Nina Simone con Mr. Bojangles y ellos bailan como si fuese la primera de sus locas noches. En aquella ocasión ella irrumpió como un elefante en una cacharrería con sus manías y excentricidades que él, George, estuvo encantado de seguir hasta el final. La madre es una mujer que adopta un nombre distinto cada día porque así es como la llama su marido. Ella constituye el núcleo de esta familia y su manera de ser es la que moldea su fabulosa vida, incluyendo la imaginación que posee, la cual es capaz de llevar al máximo extremo por el bienestar de todos.
Su hijo vive en un ambiente tan extraño a lo habitual, que se ve en la obligación de mentir constantemente: en el colegio para que crean que tiene una vida catalogada como normal y en casa para que consideren que su vida estudiantil es fantástica en todos los sentidos. A su alrededor revolotea un personaje con clase y adaptado a los cócteles y fiestas: una grulla cuyo nombre es Doña Superflua.
Todos viven en una casa donde hay celebraciones desde por la mañana hasta la mañana del día siguiente y los amigos abundan por las noches alrededor de cenas magníficas e hilarantes en las que se da rienda suelta a la bebida y al baile. Uno de los habituales de este ambiente es el gran amigo de la familia: el Crápula, un senador. Este es uno de los referentes del niño y en sus enseñanzas vitales le advierte sobre los ciclistas, por considerarles sospechosos por su aspecto cuando hacen deporte, así que hay que mantenerse alejados de ellos.
Como la familia tiene posibilidades económicas, tienen una segunda residencia en España y aquí nos topamos con típicos tópicos sobre la visión que puedan tener de nuestro país los foráneos y que es un tanto atemporal. Es precisamente en este país donde el autor nos refleja dos realidades muy diferentes y contrastantes en dos etapas distintas en la vida de estos personajes.
La historia está narrada desde el punto de vista inocente del niño pero también del de los padres y, dentro de esto, sobre todo del padre. En ellos nos amplían ese horizonte familiar para conocer la realidad completa que viven y cómo en determinadas circunstancias esas sonrisas y abrazos esconden mucho más por amor a su familia de lo que se pueda apreciar en un principio.
Además, Bordeaut aborda uno de los temas tabú que siguen existiendo en nuestra sociedad: las enfermedades mentales. Y lo hace a través del humor y de la ternura que se profesan cada uno de los miembros de esta entrañable historia. Todo lo que hacen es por amor y el niño así acaba entendiéndolo. Sin embargo, en este relato también tienen cabida la tragedia, la tristeza, la desesperación y la impotencia. Este escritor nos transmite la desesperanza arrolladora de querer ayudar a quien más amas pero no poder hacer prácticamente nada por esa persona por mucho que se intente.
Nos encontramos ante un libro que comienza con una alegría desbordante que te lleva a conocer la intimidad de una familia que decide vivir al margen de convenciones y normas. Utilizan sus propios códigos y readaptan su realidad por el beneficio común en un baile constante que poco a poco irá cesando para transportarnos a la cruda realidad vista desde el amor y la admiración del niño hacia sus padres, a quienes pretende que los demás también amen.
¡Vaya calor hemos pasado este verano! Ahora que ya podemos dar por extinguido el verano vamos a repasar lo que hemos estado haciendo por la redacción de esta revista. Spoiler: no hemos parado.
Alex Mesa
Tengo que admitir que me gusta el verano. Y la playa. Y bañarme, bucear, etc. Pero, siendo honestos, no es muy buena idea pasarse cada instante de la temporada estival en remojo, pues uno corre el riesgo de arrugarse como una pasa (quién sabe si para siempre). Por ello, también me gusta disfrutar de otras cosas (sí, como dijo aquél sabio: “los catalanes hacemos cosas”). De entre todas ellas, este verano me ha gustado descubrir la serie “Rick and Morty” (sí, lo sé, es imperdonable que no la conociera hasta el momento). He estado visionando las dos primeras temporadas a través de Netflix y es interesante observar como ahora se está estrenando la tercera temporada en USA. Si alguien había pensado alguna vez en fusionar Padre de Familia con The Big Bang Theory, rebuscarlo más, y añadirle un extra de ironía, cinismo y absurdo, creo que encontrará algo emocionante en esta serie del estudio Adult Swim.
Ainara Zubizarreta
Durante cuatro días de julio, el preciosísimo pueblo costero de Hondarribia (Gipuzkoa) se convierte en un gran escenario de blues, esa música ya clásica que sigue siendo tan actual. En los diversos escenarios repartidos por los lugares emblemáticos del pueblo se ofrecen conciertos GRATUITOS de mano de grupos históricos y nuevas promesas. El ambiente es inmejorable y, si eres capaz de asistir sin que se te muevan las caderas, seguramente estés muerto. ¡Larga vida al blues!
Marc Nadal Ferret
En verano hace mucho calor en Cataluña, almenos en la costa, donde yo vivo, así que o vas a la playa o buscas sitios con aire acondicionado. Yo prefiero aquella, pero a veces tienes que refugiarte en estos. Así, recorridos todos los centros comerciales y cafeterías con wifi (pronunciado uifi) sin conseguir evitar la consumición, encontré el lugar perfecto: la exposición Talking Brains del Cosmocaixa, en Barcelona.
La exposición trata de lingüística, y destaca por ser muy participativa (ahora hay que decir hands-on). Además de explicaciones hay botoncitos, juegos de memoria, paneles interactivos y demás artilugios (ahora hay que decir gadgets). Se comienza con la clasificación de lenguas en el mundo según origen, familia, características… se aborda el aprendizaje de la lengua por parte de los niños, la adquisición de otras lenguas, la neurocirugía y finalmente se acaba en la parte más trágica: las afasias, explicadas mediante vídeos con ejemplos. Incluso se podía participar en un experimento para detectar qué partes de nuestro cerebro se activan cuando realizamos una actividad dada.
Mirad si fue interesante que se me olvidó preguntar si tenían wifi en el Cosmocaixa.
Carles Samper Seró
A mi modo de ver verano es esa época del año que guardamos para cumplir todos aquellos propositos de año nuevo que no hemos cumplidohasta la fecha. Y, evidentemente, tampoco cumplimos. El calor nos puede; trabajamos en el sector turístico y no tenemos vacaciones; o bien tenemos vacaciones y por eso no podemos.
A pesar de eso yo he conseguido cerrar bastantes temas pendientes. Voy a comentar las tres más interesantes.
Teatro: Asistí a una interesante obra en el olivar de castillejo (espacio maravilloso de Madrid, que recomiendo encarecidamente, pues la temperatura respecto al centro de la ciudad es cuatro grados más baja) sobre ciencia. Distintas piezas montadas, algunas con más acierto que otras, pero con mucho cariño en su ejecución por parte de la compañía TeatrIEM.
Videojuegos: He dedicado muchas horas junto a mi compañero de piso a jugar a Salt and Sanctuary. Un juego que bien se podría situar en aquel género que ahora llaman algunos “Dark Souls”. El modo sofá es aquello que más me ha fascinado, aunque es un poco difícil de activarlo sin ayuda de alguna guía externa al juego. Decorados fantásticos, buen planteamiento en el desarrollo de personaje y algunos bugs muy divertidos.
Literatura: Me cuesta llamar así esta recomendación, pues en verdad acabé un libro de memorias que tenía pendiente de hace mucho. Las memorías del autor polaco Slawomir Morsczek. Lo más interesante del asunto es que, el autor, narra su propia vida como parte de una terapia para recuperarse de un afásia que tuvo. Realmente interesante y recomendable para aquellos fan de este maravilloso autor polaco.
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Marina Hervás Muñoz
El verano es para las bicicletas… Y las mujeres. Y las guitarras. Han sido protagonistas en mis listas de reproducción de Spotify. Especialmente tres: Silvia Pérez Cruz, que publicó su último álbum (titulado como una de sus canciones fetiche, “Vestida de Nit”), el pasado 12 de mayo de 2017, y que nos brindó por primera vez alguna de las versiones que solo se encontraban en vídeos de youtube o en grabaciones mejorables. La segunda es María Arnal que, junto a Marcel Bagés, han traído aire fresco cuando no veíamos luces al final del túnel. Originales (aunque las malas lenguas los comparan con la ya nombrada Pérez Cruz en su disco junto a Raül Fernández), comprometidos, con un directazo y con todo por ofrecer. Al menos así lo augura su “45 Cerebros y un corazón”, publicado el 21 de abril de este año. Y, por último, Rosalía y Raül Refree, que me conquistaron con el quejío de “Nos quedamos solitos”, la tercera pista de Los Ángeles, su primer álbum, que vio la luz el pasado febrero. Algunos lo llaman “flamenco hipster”, porque no sabemos vivir sin etiquetar las cosas. Lo bueno de este proyecto es que no es ni flamenco ni hipster, sino puro tercipelo. Así de cursi me pongo para decirles que no pierdan de vista a estas tres mujeres a las que, como según Sabina le pasaba a Serrat, les tiembla el corazón en la garganta.
Camino Aparicio Barragán
El verano en México tiene un encanto muy particular que sólo puedes entender cuando has pasado uno en estos lares. Si bien México está en el mismo hemisferio que España y, por tanto, las estaciones son las mismas, el clima de esta tierra hace que en este país el año se divida, en la práctica, en dos estaciones: la de secas y la de lluvias; y, curiosamente, la época de lluvias abarca los meses del caluroso veranito español.
En la Ciudad de México, en verano, el clima es fresco, hay días nublados y llueve por las tardes. Todo invita a disfrutar de una buena lectura, con una bebida caliente y buena música de fondo, mientras ves a través de la ventana cómo diluvia afuera (porque aquí cuando llueve, llueve de verdad). Así es como me adentré este verano en la música para chelo y descubrí el concierto para dos chelos y cuerdas en Sol menor de Vivaldi, una maravilla musical que, junto a un rico chocolate caliente, me sirvió de escenario perfecto para disfrutar de algunos clásicos de la literatura que, confieso, no había leído hasta ahora: Madame Bovary de Flaubert y Arráncame la vida de Ángeles Mastreta.
Claro que nada me impide enfundarme el chubasquero y las katiuskas para salir a disfrutar de otras muchas actividades, como el teatro (sin duda alguna, la mejor obra a la que asistí este verano fue “Después del ensayo”, un magnífico montaje sobre la obra de Ingmar Bergman) o la primera Feria internacional del libro universitario (organizada por la UNAM y con la Universidad de Salamanca como invitada de honor).
¡El veranito lluvioso… también es gozoso!
Antonio
Me he hecho una buena gira de festivales. Empezando en el festival de arte en la calle «A la fresca» en Molina de Aragon, después el festival de música celta de Ortigueira en Galicia y terminando con el Samba Embora en Valladolid. Con un julio ajetreado también de trabajo lo que más me apetecía era descansar y ¿qué mejor manera que con una videoconsola nueva? Me subí al tren del hype de la nueva máquina de Nintendo (Switch) y no he parado de echar carreras y combatir el mal en Hyrule gracias al Zelda Breath of the Wild. Un increíble juego que redefine de alguna manera el genero sandbox dándonos herramientas para explorar a nuestro gusto y tener siempre algo esperando en cada rincón del mapa.
He hecho más cosas pero por seguir con la temática de videojuegos os diré otro interesantisimo que he podido disfrutar: Calendula. Un juego desarrollado por el estudio español Blooming Buds Studio que se adentra en un discurso artístico más que jugable. Se trata de un meta juego en el que el propósito será, precisamente, intentar jugar, a lo que se opondrá continuamente. Es bastante corto, creo que me habrá durado una media hora pero sumamente satisfactorio y sorprendente no solo por lo visual sino por la originalidad de los puzzles.
Irene Cueto
El verano invita a deleitarnos más tiempo con aquellas actividades que nos entusiasman. Y eso hice. Como no todo iba a ser hacer deporte, me adentré en literatura extranjera y descubrí Esperando a mister Bojangles de Olivier Bourdeaut. Pero para no pasar demasiado calor, estuve unas horas en Invernalia para vivir Game of Thrones. También disfruté con festivales flamencos y de jazz por nuestra geografía. De hecho, recomiendo el disco Passin’ Thru de Charles Lloyd New Quartet. ¡Porque la vida es mucho mejor con estos placeres!
Medina del Campo (Valladolid) es una población que tiene un entorno histórico y arquitectónico impresionante, con el castillo de La Mota como su máximo exponente, principalmente porque durante el reinado de los Reyes Católicos -y sobre todo por la reina de Castilla Isabel I-, se construyeron o empezaron a erigir algunos de los edificios más importantes de aquella época. En esta ocasión el motivo por el que volví a mi tierra es porque del 10 al 18 de marzo se celebró la Semana de Cine que este año cumplió su trigésima edición con este certamen de cortometrajes. En dicho entorno histórico además de muchas y diversas proyecciones nacionales e internacionales, se celebraron conciertos y hubo exposiciones relacionadas con el cine, como Platea. Los fotógrafos miran al cine que estaba en la Plaza Mayor y mostraba cuarenta obras de fotógrafos españoles relacionadas con el séptimo arte.
A lo largo de la semana también se concedieron premios honoríficos. Este año el Roel de honor fue para la actriz Ángela Molina por su extensa carrera. Rodrigo Sorogoyen fue reconocido como Director del siglo XXI, siendo Que Dios nos perdone (2016) su trabajo más reconocido con seis nominaciones en los Premios Goya. Las menciones de actores del siglo XXI fueron para Carlos Santos e Ingrid García Jonsson.
En cuanto a las películas galardonadas, Frágil equilibrio(2016) de Guillermo García López se alzó, al igual que en los Goya, con el premio al mejor documental. Esta película es de esas obras que me llaman la atención por su título y me incitó a verla. En ella nos adentramos en las vidas de personas de diferentes países con culturas, costumbres, ideas y religiones muy distintas pero con algunos componentes generalizados. Conocemos a un ejecutivo japonés; a un español que acabó siendo desahuciado y vive como ocupa en una vivienda en Madrid; a un grupo de hombres, la mayoría procedentes de Mali, que subsisten en un monte de Marruecos mientras esperan su oportunidad para escalar las vallas de Melilla y aventurarse en suelo español. Con tales diferencias geográficas y políticas, ¿de verdad estos hombres tienen algo en común?
El narrador de esta historia es José Mujica, ex presidente de Uruguay, quien comparte sus ideas y planteamientos en relación al hombre y la humanidad. A través de sus palabras, las imágenes nos van envolviendo en las diferentes realidades en estos países y en esas vidas seleccionadas. Son planos bellos, incluso cuando nos muestran las atrocidades que la humanidad está cometiendo en nuestro ecosistema contaminando el aire o el agua. Lo mismo sucede con las imágenes ralentizadas que nos revelan diferentes tipos de población que van de acá para allá realizando su vida cotidiana. En el caso japonés además es motivo de reflexión y contraste porque la vida allí es tan sumamente ajetreada que esa ralentización no disminuye esa cotidianidad, sino que la potencia.
En este trabajo se plasman las diversas luchas en las que está inmerso el ser humano: contra el trabajo y la soledad. En primer lugar, lo que nos suele llegar a través de los medios de comunicación son los graves problemas derivados de la carencia de trabajo y esto está representado por el hombre madrileño que cuenta su drama personal que le llevó a perder a su familia y su casa, hasta el punto de ser desahuciado. Tiene que subsistir como puede, por lo que se convirtió en un ocupa en un«piso patada», como lo llaman en algunos lugares que conocí.
Luego están los hombres que huyen de su país por las guerras que están arrasando con todo y tratan de llegar a Europa para tener una posibilidad de sobrevivir y así poder ayudar a sus familias. Tienen tan poco para poder vivir el día a día que lo comparten. Hay imágenes de cámaras nocturnas que captan la marcha de muchísimas personas recorriendo a pie entre 10 y 15 kilómetros para llegar a la frontera y avalanzarse sobre esas vallas dotadas de cuchillas entre Marruecos y Melilla. Esto también nos resulta muy familiar por las noticias, así como una serie de propuestas basadas en que Europa no puede albergar a la población de otros tres continentes porque no hay recursos suficientes. Sin embargo, esos países sí tienen los recursos pero no los medios ni la paz para poder desarrollarse. Lo que nos podemos preguntar viendo todo esto es ¿Europa no puede hacer nada para mejorar la situación de esos continentes? El dilema está servido, al igual que los intereses económicos de unos y otros.
Por último, nos descubren una realidad que tal vez no es tan conocida o no se expone tanto: aquellos que viven para trabajar. No tienen vida porque su trabajo es tan exigente que les impide tenerla. Y sienten ese vacío que tratan de llenar con aquellos objetos materiales que les gusta y pueden permitirse comprar sea cual sea su precio porque les ocasiona una falsa sensación de momentánea felicidad. Sin embargo, el vacío sigue ahogando su vida siendo el fiel compañero del estrés. De hecho, Japón es uno de los países donde más gente se suicida y es algo que también se refleja en un momento del documental con un suicidio en el metro. Tremendamente impactante. Todos nos estremecimos.
Frágil equilibrio es un documental que destila inteligencia de principio a fin. Nos presenta unas ideas -con las que se puede estar de acuerdo o no- y una serie de existencias sin maquillar acompañadas de planos inteligentes y bellas imágenes. Cuando una obra me hace reflexionar mientras estoy disfrutándola pero sobre todo me sugiere una serie de interrogantes y reflexiones que me hacen pensar en ello durante días, créanme que no considero esa obra solo como buena. Es brillante. Magnífica.
Este mes se están realizando numerosos eventos cuya temática se centra en las mujeres. Uno de estos lugares donde se está llevando a cabo es el Real Coliseo de Carlos III en San Lorenzo de El Escorial (Madrid), el cual acoge diversos espectáculos en su programación «Mes de la mujer». Entre ellos está el concierto del fin de semana pasado de Noa Lur: Troublemaker (Persona que se mete en problemas), que debe su nombre a su segundo disco. La combinación de un concierto de jazz en un real edificio del siglo XVIII resulta sumamente atractiva. Si a esto le sumamos que Noa Lur fue telonera de BobbyMcFerrin en el MadGarden Festival, consiguió alcanzar el número uno en iTunes jazz y tiene una críticas increíbles sobre su voz y cómo interpreta las canciones, el resultado puede ser asombroso.
Nada más comenzar a cantar Noa Lur entusiasmó al público, un impacto que no es tan sencillo conseguir. O tal vez sí, si tienes una voz interesante que atrapa desde el principio. El tema responsable de ese gran inicio fue Walk Your Talk (Haz lo que dices/Sé consecuente con tus palabras): tiene carácter, fuerza y engancha.
Otra canción que me gustaría destacar es The Dream (El sueño). Comienza introduciéndonos en ese ambiente tan onírico con el solo de piano de Moisés P. Sánchez, quien combinó diversas influencias que van del jazz a unas reminiscencias del piano romántico que me hicieron recordar algunas obras de Frédéric Chopin y, sobre todo, de Franz Liszt, por el virtuosismo requerido y la sonoridad conseguida. La sensación lograda fue de asombro y perplejidad, capturando a la audiencia en esa fantástica introducción. Una vez aferrados en los brazos de Morfeo, pudimos escuchar una perfecta sincronización entre el piano y la voz, la cual imita el sonido de este instrumento en determinados pasajes rápidos.
Sin embargo, una gran voz sin un buen acompañamiento estaría desnuda sobre el escenario y la musicalidad se perdería. No es el caso porque esta cantante está acompañada por una banda muy bien compenetrada en la que destacaron las distintas secciones instrumentales y a lo largo del concierto hubo momentos de lucimiento por parte de todos los intérpretes a través de sus solos. En algún momento no pudimos disfrutar tanto del sonido de la trompeta de Miron Rafaejlovic porque es un teatro que no se construyó pensando en un instrumento tan potente. Aun así, el amplio registro de tesituras y sonoridades que surgieron de la trompeta nos transportaron a la época de las grandes figuras del jazz del siglo XX pero con un sonido moderno. Algo similar sucedió con el trombón y el saxofón que llegaron a empastar sus timbres entre ellos y con los diferentes registros y efectos de la voz. Fue especialmente llamativo esa mimetización entre la flauta travesera -también a cargo del saxofonista Rafael Águila– y la cantante. Un gran trabajo de maestría y expresividad.
Resulta que hay cantantes que exponen todas sus cartas en una sola canción pero Noa Lur va mostrando nuevas capacidades vocales e interpretativas en cada tema, lo que hace que el público se sorprenda con cada nueva faceta vocal que va descubriendo en cada uno de ellos. Además, Noa Lur consiguió conectar con su público no solo con su interesante voz, sino con su simpatía y esa manera tan especial de introducir cada una de las canciones, que hace que te sientas identificado con esa historia. Por si fuera poco, en este concierto el público fue partícipe de una manera activa en la interpretación de algunos temas, lo cual es de agradecer. Todo esto hizo que nos sintiéramos muy a gusto mientras disfrutábamos de la interpretación de los temas de un gran disco interpretados en su mayoría en inglés, algunos en español y otros en los que aparece un término en vasco cuyo significado le da sentido al carácter de la canción, como la preciosa Errua (Culpa) o Badakit (Lo sé). En esta última cuentan con la colaboración de la violinista Maureen Choi, quien aporta nuevas sonoridades que van desde la más pura energía al más absoluto intimismo.
Lo habitual es que te guste más lo que escuchas en el disco que en el concierto pero en este caso sucede todo lo contrario. Creo que una de las principales características de este equipo es que son grandes músicos que se unieron en un proyecto que les encanta y eso se nota cuando escuchas el disco y, sobre todo, en el directo. Es como si los artistas se sintieran aún más libres de poder expresarse, lo que hizo que el público también se entregara y disfrutara. De hecho, fue tal la ovación recibida al final que nos obsequiaron con un bis con ese primer tema con el comenzaron el concierto pero en esta ocasión el mensaje fue reivindicativo por y para las mujeres, en especial para todas las que fueron asesinadas por la violencia machista ( en lo que llevamos de año, en España ya son 16 las mujeres asesinadas).
Esta banda con Noa Lur a la cabeza tiene soul (alma) y dan toda una lección de estilo, carácter y musicalidad que te convierte en un Troublemaker que quiere escuchar más de este grupo.
La tercera novela de Richard Flanagan vuelve a ser una novedad editorial en español (febrero de 2017) aunque se publicó en 2001 en inglés. Tiene un curioso título:El libro de los peces de Wiliam Gould. Un libro en doce peces. Así pues, me dispuse a leer una nueva novela y me encontré con una lectura difícil, en ocasiones densa, y les explico por qué.
Esta obra está ambientada en Tasmania (Australia) -tierra natal de Flanagan– en el siglo XIX con algunos pasajes en Inglaterra, ya que esta fue la capital de un vasto imperio por aquel entonces. Sin embargo, no esperen adentrarse en las fantásticas aventuras de exploradores y aventureros o de artistas que nos descubren la idílica vida en aquella época. Nada más lejos. Estamos ante un texto duro por los personajes que aparecen y por los temas que trata.
Al principio conocemos a un joven pícaro que se dedica a estafar a los turistas. Su vida se ve alterada cuando encuentra un libro peculiar escrito por un tal William Buelow Gould, quien utilizó dibujos de peces y textos en diferentes colores al derecho y al revés en todos los recovecos de esas páginas. Este pillo consideró que había hallado un gran tesoro pero los historiadores echaron por tierra todas sus esperanzas porque en los archivos históricos no había constancia de las locuras que en el libro aparecían narradas. Tampoco ayudó que los protagonistas del acuoso texto sean antihéroes: delicuentes que hicieron todo lo posible por sobrevivir en un mundo en el que estaban condenados en todos los sentidos posibles. A través de las desventuras de Billy Gould, conocemos la cruda realidad de estos hombres que ayudaron a tejer la historia que no nos suelen narrar: la lucha encarnizada de los aborígenes australianos por conservar su libertad y su tierra, las represiones tan brutales que sufrieron a nivel individual y colectivo (en el libro se les suele denominar «negros» por su color de piel y también «salvajes»), las torturas y los castigos de los condenados que llegaban a esa zona carcelaria de Australia: la temida Isla de Sara.
Cuando Billy Gould comienza su narración, no cabe duda de que estamos frente a un personaje completamente demente y el texto es el que hubiese escrito un loco. Un pasaje agobiante. Me recordó los delirios de don Quijote pero, sin embargo, nuestro presidiario no tiene nada de noble ni en su estatus social ni en su alma: es otro falsificador (interesante la unión de ambos personajes a través del libro encontrado y su “profesión”), borracho, mujeriego, traidor, mentiroso, un egoísta que solo piensa en cómo sobrevivir al precio que sea. Él nos cuenta cómo comenzó a escribir su libro en su celda de mar (esto es, que se inundaba con la subida de la marea) con cualquier elemento que encontrara a modo de tinta, como su propia sangre, excrementos,… En ese vaivén de oleadas de locura, entiende la relación humana como una necesidad y ve un ideal de esto en las palizas que le propinan los carceleros y que en cierta manera ansía para tener ese contacto que le sirve como salvavidas para no nadar aún más en la deriva de su enajenación.
En cuanto a los peces, son a la vez un motivo de redención y encuentro de la paz de nuestros timadores, así como causa y consecuencia de obsesión por cómo son estos seres, cómo plasmarlos en el papel y por lo que cada uno de ellos representa. Además, en cada capítulo destinado a un pez conocemos un pasaje de la cruenta vida de este recluso y su relación con otro personaje que es tanto o más rastrero que él, ya sea un convicto o un malhechor con una posición de poder que le permite aplicar su ley. Estos últimos también están asociados a los avances de la ciencia y la tecnología -a costa de los aborígenes y los presidiarios- y su afán por desarrollar las empresas en las que se embarcan -por disparatadas que estas sean- son un medio para obtener más poder. Esto está estrechamente relacionado con la acuciante pérdida de la cordura de estos otros hombres respetables para la sociedad.
La gran sorpresa de Billy Gould (que podría hacernos reflexionar) llega cuando descubre qué es lo que en realidad va a pasar a la posteridad a través de aquellos archivos que no constataban todo el sufrimiento vivido por los presos:
En aquella historia universal todo lo que él había visto y conocido, todo lo que había presenciado y sufrido, estaba perdido y carecía de significado, igual que un sueño que se desvanece al despertar. Si la libertad solo existía en el espacio de la memoria, (…) entonces él y todos los que él conocía estaban condenados al encarcelamiento eterno.
El Libro de los peces de William Gould es un mar embravecido en el que al principio cuesta mantenerse a flote en la cordura narrativa a la que solemos estar acostumbrados. Richard Flanagan a veces nos lleva a remansos en la orilla para de nuevo, a través de una gran ironía y una magistral forma de trabajar con los adjetivos, adentrarnos en las profundidades de las oscuras intenciones humanas de la mano de un personaje poseedor de una lúcida locura.