Cruïlla 2017…¡cuenta atrás!

Cruïlla 2017…¡cuenta atrás!

En siete semanas, más de 21.000 personas tendrán la ocasión de asistir a la octava edición del festival Cruïlla, que se celebrará los días 7, 8 y 9 de julio.

Como en las ediciones anteriores, el festival se caracteriza por la variedad musical y multicultural, con propuestas que llegan de los continentes europeo, americano y africano, y con una numerosa presencia de música del territorio español. La apuesta por cabezas de cartel como Jamiroquai, Los Fabulosos Cadillacs, The Prodigy o Pet Shop Boys es una buena noticia para todos los nacidos en los ochenta que pasaron parte de sus adolescencias escuchándolos.

Es también una buena noticia para aquellos que quedaron fascinados por la puesta en escena en 2016 de los carismáticos Seeed, contar este año con Dellé, su vocalista, que actuará en solitario.

La prolífica feminista Ani DiFranco, la barcelonesa Luthea Salom y la multicultural Jain son las únicas representantes de género femenino solistas. Del continente africano, actuará el emblemático senegalés Youssou Ndour, los surafricanos Die Antwoord, y desde Mali, Toumani Diabaté, Sidiki Diabaté i Fatoumata Diawara acompañando al francés –M-.

Se verán también los directos de Enric Montefusco, Carlos Sadness, Neuman, Ryan Adams, o el esperado Benjamin Clementine, entre otros varios artistas.

Repiten Residente, Toundra con el niño de Elche con su propuesta Exquirla, y Txarango.

La novedad de este año: las ediciones de los Cruïlla Primavera y Otoño. Propuestas que dan continuidad, tras ocho años, a una de las citas más esperadas del verano barcelonés.

 

Hits y universos: Sampler Sèries en el Arts Santa Mònica

Hits y universos: Sampler Sèries en el Arts Santa Mònica

El ciclo Sampler Sèries afinazó los lazos entre L’Auditori  y Arts Santa Mònica con un concierto doble de Nou Ensemble y  Frames Percussion, que cerraba el dúo de Axel Dörner y Ramon Prats. La primera parte, de la que se encargaban los integrantes de Nou Ensemble Myriam García Fidalgo, al violoncello, José Pablo Polo, a la guitarra al David Romero-Pascual clarinete bajo y Carlota Cáceres percusión, consistía en una revisión de hits  y grabaciones de música pop más o menos explícita.

La primera de la obras era Ritual I :: Commitment :: BiiM de Jessie Marino (1984). Era una obra de extrema sencillez constructiva, apenas el diálogo entre el tambor y la luz que sale del propio cuerpo del tambor. Al principio, la luz y el sonido convergían, pero poco a poco iban separándose sus caminos, hasta que en la que sería su tercera parte la luz llega a adelantar la emisión sonora. La segunda, aún no nombrada, consistía en la reproducción de un éxito -para mí irreconocible- pero que bien podrían ser los Backstreet Boys o los  N’sync. Aunque la interpretación fue tan aséptica como parece que exige la obra, su delgadez y esquelética construcción no prometía mucho más que lo que allí se expuso.

La siguiente obra del programa, de Camilo Méndez San Juan (1982) fue Volpi/Formentera, donde se exploró en micropiezas las sonoridades de guitarra eléctrica y el clarinete bajo. La fricción de las cuerdas de la guitarra era imitado por el clarinete bajo, que terminó atrayendo gran parte de la atención precisamente por el abandono de su habitual sonoridad. La construcción estaba basada, fundamentalmente en el juego entre la continuidad del plano sonora y pequeñas incursiones en él. Excelente trabajo el del dúo entre Polo y Romero-Pascual, con gran atención a las micromodificaciones del color.

La tercera pieza fue el estreno absoluto de Alberto Bernal (1978), con Ritratto senza voce – Billie Holiday. La obra consistía en el trabajo tímbrico de diferentes instrumentos de percusión en un acelerando creciente. Mientras se proyectaba la imagen de Billy Holiday y en grandes letras el texto de “Strange fruit”, el himno contra la violencia hacia los negros. Musicalmente, fue la obra más interesante de esta parte del concierto, con un excelente trabajo de la conservación de la tensión con el mantenimiento del pulso y el trabajo de aprovechamiento de las resonancias de los cencerros. Sin embargo, no se logró un verdadero diálogo con la imagen de Holiday y los discursos del visual y de lo sonoro no llegaron a converger.

También de estreno se vistió Germán Alonso (1984) con Ever get the feeling you’ve been cheated?, que es una obra que trabaja el popurrí desde su inicio con la marcha imperial de Star Wars y electrónica que imitaban sonoridades típicas del heavy metal. El trabajo con los instrumentos tradicionales fue tipo efectista y no terminaban de conseguir establecer relaciones fructíferas entre ellos. La electrónica (a medio camino entre Masonna y el trabajo vocal de “it’s gonna rain” de Steve Reich, por ejemplo) que irrumpía en la obra solo dialogó en sentido enfático con el clarinete bajo, acaso la voz más lograda.

El refrito entre pop y “música académica” llegó con Born to be wild de David Lang (1957) (y Steppenwolf) que más que una obra en sentido estricto se trató de un arreglo del famoso temazo que llenó de sonrisas a nostálgicos y a mí me hizo sospechar -como me pasa a menudo- de que no debo ser tan nostálgica como se esperaba, pues me pareció predecible y sin especial gracia, pese al esfuerzo de Cáceres en su interpretación de hacer de aquello algo interesante. Carolyn Chen (1983) presentó su Adagio, una obra que abre grandes preguntas teóricas. Se trata de una negación de la escucha al público, Los tres intérpretes-performers escuchan a Bruckner en unos cascos y gesticulan lo que se supone que exige lo sonoro. La tutela de la escucha que les impone y la reducción de lo que pasa en los auriculares a sus rostros que gesticulan siguiendo estereotipos son los dos rasgos que definen esta propuesta, aunque precisamente la estereotipia limita sus posibilidades: no termina de ser radical y cae en la posible identificación entre lo que suena y un cierto afecto que se transmite. Nadie sonríe de forma tan exagerada escuchando música.

Gagliarda, de Francescoo Filidei (1973), el cello se convertía en un instrumento de percusión. Lástima que no lo radicalizase: los momentos de frotación del arco parecían sacados de otro mundo. Esta primera parte se cerró con 1,2. 1,2,3,4 de Gavin Bryars, en la que cada intérprete, con sus cascos, iba tocando fragmentos de hits de Mozart, Juan Luis Guerra, The Beatles o el clásico de “Las mañanitas”. Se trataba de una visita a Europeras 3&4 de Cage en versión cuarteto, donde lo interesante es la ausencia de relación entre intérpretes y construcción musical.

La segunda parte estuvo dominada por completo por Le noir de l’etoile, de Gerard Grisey, (1946-1998) que se tocaba por primera vez en Barcelona. Los integrantes de Frames percussion, que se colocaron creando un semicírculo en el que el público quedaba en el centro, dieron cuenta de una delicada interpretación, haciendo gala de un gran trabajo de contención de las fuerzas dinámicas y de plasticidad del tempo. Esta obra cuestiona algo que está en el corazón mismo de la filosofía y de la música (que se separaron de forma violenta en el Renacimiento), a saber, cómo suena el universo. Aristóteles nos contaba que el universo eran unas esferas que estaban en contacto entre sí y que, al rozarse, emitían un sonido. Era la armonía de las esferas. El de Grisey es un universo lleno de luces e intrigas, que vuelve a esa pregunta que se hacían los griegos al mirar al cielo y nos la devuelve a los oyentes, que abandonamos la sala deseando que algo del universo que nos acompaña sonase, de alguna forma, como Grisey propone.

Apuntes sobre presencia y auras frías en la música digital

Apuntes sobre presencia y auras frías en la música digital

En Las auras frías (Anagrama, 1991) Jose Luis Brea suavizaba el diagnóstico de Walter Benjamin sobre el efecto de la reproductibilidad técnica en la obra de arte. La tesis que abre el libro sostenía que el aura, contrariamente a la desaparición diagnosticada por Benjamin, seguía flotando «vaporosamente en torno a la obra» aunque su constitución era la de un halo frío cuya electricidad actuaba precisamente como el nuevo origen de todos los flujos simbólicos que van desde el objeto hasta su ámbito representativo. La implicación más importante de este nuevo régimen mediático de reproducción, continuaba el autor, era la estetización difusa pero patente de todos los ámbitos reales y virtuales de la existencia. Hoy en día, veintiséis años después del texto de Brea y con ejemplos como la posibilidad de mostrar contenido efímero de las redes sociales, parece evidente que esta colonización estética sigue completándose y que uno de sus espacios principales es el escenario digital.

La música digital, entendida como aquella cuya recepción está mediada por un dispositivo o elemento digital, está especialmente sujeta, por su propia existencia desde la reproductibilidad técnica, a la circulación y los efectos de estas auras frías. Uno de los procesos favorecidos por esta condición es el de la intensificación y atenuación de la presencia, tanto material como simbólica, de  músicas no siempre nuevas pero sí envueltas por nuevas categorías musicales. La presencia puede entenderse como el acto de mostrarse, hacerse presente, representada por dos tipos de recepción: oír y escuchar. Esta distinción, hecha por Barthes en Lo obvio y lo obtuso: imagénes, gestos, voces (Paidós, 1986), considera que oímos cuando nuestra atención no se orienta hacia lo percibido como ente concreto, por lo que no tratamos de descifrar sus códigos ni realizamos una reelaboración intersubjetiva explícita. La música que se oye pero no se escucha y por tanto no entra en el juego de las significaciones, es aquella musique d’ameublement de Satie que dota de ambiente sonoro un centro comercial o aeropuerto pero cuya presencia podríamos llamar negativa, es decir, material pero no simbólica.

Una de las nuevas categorías que puede entenderse mejor desde las auras frías es el vaporwave, establecido como género a partir de 2010 desde tendencias como el seapunk. Aunque musicalmente es bastante dispar y ha mutado en multitud de microgéneros, en general podemos decir que proviene de músicas con presencia negativa como el ambient, smooth jazz o new age, que samplea y repite con la aplicación de diversos procedimientos (compresión, pitch shifting, distorsión…) para, en definitiva, intensificar la presencia de una música tradicionalmente ausente de la escucha. La intención y el efecto de este hacer presente lo velado ha tendido a leerse en el vaporwave como una reapropiación subversiva de elementos del capitalismo a modo de détournement situacionista —como sugiere Grafton Tanner en Babbling Corpse (Zero Books, 2016)— aunque esta interpretación ha sido objeto de críticas tanto formales como de contenido. Al margen de este debate, interesante en sí mismo, es importante señalar que su condición digital —la circulación de las auras frías de las que hablábamos— ha sido central para su crecimiento en redes como Tumblr o Reddit y el desarrollo de su discurso visual, basado sobre todo en la cultura pop de las décadas de 1980 y 1990 a través particularmente de la animación informática de ese momento (Windows 95, videojuegos de 16 bits o la Web 1.0), en lo que podríamos considerar un acto paralelo de (re)presentación, esta vez desde lo iconográfico.

リサフランク420 / 現代のコンピュー (Lisa Frank 420 / Modern Computing) de Vektroid, uno de los temas clásicos del primer vaporwave

Otro caso paradigmático es el llamado chill hop o lofi hip hop. En lo musical no es, en ningún sentido, una novedad y puede relacionarse sin problemas con productores actuales como Freddie Joachim y Damu the Fudgemunk o el lado más amable del sonido conocido comercialmente como trip hop —sellos como Ninja Tune o Mo’Wax— hasta el punto de que hay quien lo considera un subgénero, previa eliminación de cualquier factor experimental y acentuación elemento jazzístico. Sin embargo, un cambio interesante que opera en su forma de representación es que sitúa en primer plano un elemento inicialmente secundario, el fondo musical para la melodía o el recitado rítmico de un rapero. Simultáneamente, en un juego de presencias y ausencias, a la vez que rescata este soporte como protagonista sonoro invierte su presencia ofreciéndolo como música de fondo, por lo que en los títulos de sus listas y mixes aparecen palabras como ambient, cafe, study, relax o afterhours.

Además de esto, plataformas como Youtube han posibilitado un fenómeno que añade otro tipo de presencia a la mediación de esta música, el streaming musical. Por ejemplo, el canal Lofi Hip Hop 24/7  Chill Study Beats Radio emite «en directo» ininterrumpidamente desde hace meses música encuadrada en este género a través de una lista de reproducción que suena junto a la imagen de un animeWolf Children, Summer Wars y similares— convertida en un loop infinito. Este canal suele rondar los 4.000 oyentes simultáneos, que además interactúan entre ellos a través del live chat de la aplicación. La gente escribe acerca de lo que hace mientras suena la música. Hablan de lo que estudian, comen o pintan —un examen de arquitectura, la mejor pizza de San Francisco, una mala imitación de Renoir— con alguna mención a la música, que se oye más que se escucha. A la presencia de la música se suma por tanto la de las personas que forman, en cierto modo, la sociedad de emisores con la que Barthes fantaseaba en su autobiografía Roland Barthes por Roland Barthes (Paidós, 2004).

La emisión en directo de Lofi Hip Hop 24/7  Chill Study Beats Radio

Los cambios que la reproductibilidad técnica introduce sobre la música y sus prácticas sociales van, en definitiva, mucho más allá de una pérdida o metamorfosis en su aura. Las auras frías, en términos de Brea, determinan flujos simbólicos cada vez más complejos desde y hacia el medio digital como régimen de representación. Puede que a la música digital se le haya incorporado un valor diferente tanto al ritual como al exhibitivo, un valor que podríamos llamar congregativo y que genera presencias y comunidades virtuales. El hecho de que la presencia y la interacción con otros pueda ser tan importante como la de la música misma nos obliga a recordar que, a pesar de visiones apocalípticas y simplistas sobre una red anónima o líquida, como sugirió Eloy Fernández Porta en Homo sampler (Anagrama, 2008) la red también es capaz de consolidar cosas etéreas tales como amistades, vínculos o deseos a la vez que las articula en estructuras sólidas a pesar de su condición digital.

 

* Sobre las relaciones entre sujeto y dimensión mediática es interesante leer el texto de Ernesto Castro contenido en Redacciones (Caslon, 2011), de donde he tomado las referencias a Barthes y Fernández Porta.

Maerzmusik (IV): Smetak y su Ak-Isum

Maerzmusik (IV): Smetak y su Ak-Isum

Imágenes con copyright de MaerzMusik

Si la arbitrariedad en el reconocimiento internacional de un compositor pudiera tener un nombre en aquellos casos en los que provoca el desprecio a lo genuino, ese nombre sería probablemente el del suizo Walter Smetak (1913-1984). O por lo menos, eso pensaba yo. Tras dar un repaso a su biografía y proyectar una mirada y oído críticos sobre muchas de sus obras, mi conclusión -como la del musicólogo Max Nyffeler– es desoladora: No es solo una cuestión de arbitrariedad, a Smetak le faltó patrocinio. Aunque sin duda es una tontería sorprenderse a estas alturas del guión, en el mundo de hoy tener amigos o mecenas que difundan tus creaciones y te presten su apoyo incondicional es un requisito escrito a medias aunque indispensable. Hace más de medio siglo, todavía sin el apoyo de las redes y la aceleración del proceso de globalización que le siguió, la promoción no se podía dejar para luego. Nada de esto pareció interesarle mucho a Smetak. Después de finalizar sus estudios de violonchelo en el Mozarteum en 1934 -entre otros, con Pau Casals– viajó a Porto Alegre, en el sur de Brasil, tras la promesa de un puesto en una orquesta ya quebrada. Tras veinte años de idas y venidas por el continente se trasladó en 1957 a su amado Salvador de Bahía, que ya nunca abandonaría. Este marcado aislacionismo con respecto al viejo continente -a su realidad no solo artística sino también socio-política- puede explicar parte de su condena final. El pasado 23 de marzo el Maerzmusik, con ayuda del Ensemble Modern, hizo una declaración de intenciones: Todavía no hemos terminado con Smetak. De hecho, muchos ni siquiera habíamos empezado.

Describir el legado artístico de Smetak es sumamente complejo. Aparte de sus partituras -de una notación poco convencional, centrada en el aspecto gráfico de la ejecución musical- de sus más de treinta libros, esculturas y obras de teatro, la faceta artística sobre la que se apoyó su universo musical fue principalmente la de creador de instrumentos. Las más de ciento cincuenta Plásticas Sonoras (sonido de plástico) como él las llamaba, constituyen una herencia afortunadamente aún viva. Fabricadas con láminas metálicas, madera, goma o cáscaras de calabaza, muchas de ellas constituyen un enigma en cuanto a su concepción originaria o incluso sus posibilidades en la ejecución. Algunas de esquema más tradicional como la Vina -una especie de prima lejana de la viola da gamba– contrastan con otras como la Ronda o la Constellation, que atraviesan esa difusa frontera entre los instrumentos musicales y la escultura sonora. Cada una de estas obras de arte, lejos de ser la materialización de los bocetos sin sentido de un “niño espontáneo” -como le describe Caetano Veloso – son producto de sus minuciosos estudios físico-acústicos y de su interés por la microtonalidad; si bien no en el aspecto más relacionado con su sistematización. En palabras del ya mencionado Nyffeler: «Todas estas esculturas sonoras invitan a una espontánea improvisación, pero sin el conocimiento acerca de las propiedades estructurales de cada una de las esculturas, el resultado sonoro no es más que un tintineo vacío y sin sentido. Smetak conocía la fórmula alquímica necesaria para descubrir su misterio, pero es dudoso si este conocimiento es transmisible.»

De improvisación y de términos como alquimia o esoterismo está llena la parte más intangible de su obra. Su filosofía artística, fuertemente influenciada por la teosofía de Petrovna Blavetsky, pasaba por la destrucción del concepto de obra y los experimentos con procesos abiertos de carácter improvisatorio. Parte de la duda de Nyffeler en cuanto a la transmisibilidad o no del misterio de sus Plasticas Sonoras se justifica por la profunda unión de esta parte teórica con la  puramente artesanal. Los enigmas que envuelven al Vau, el Amém o el Colloquium superan el mero hecho acústico o interpretativo. Solo el tarot, el horóscopo chino, la cábala o la filosofía presocrática -todos ellos, y muchos otros, necesariamente enmarcados en una personal visión sincrética del universo- pueden terminar de explicar la obra de Smetak en todas sus vertientes. En la definición que hizo él mismo de su concepto de Ak-Isum, reproducida por Nyffeler en uno de sus artículos, se encuentra quizás la clave de su búsqueda como creador:

La verdadera música, aquella que encarnaba para él el «concretismo absoluto» que es el espíritu que se manifiesta en la materia, se llamaba Ak-Isum -la inversión de [la palabra] «música»: «AK, la abreviatura de Akasha, el éter, el viejo padre Zeus de los griegos. IS o ISIS: la diosa de la luna egipcia. UM [uno, en portugués] o Aleph: la primera letra del alfabeto hebreo, de la que provienen las diversidades contenidas en los 22 arcanos mayores, que se continúa en los 56 arcanos menores.»

A punto de cumplirse treinta y tres años de su muerte en Salvador de Bahía, pareciera quizás algo tarde para abrir la lista de homenajes póstumos. Sin embargo, después de disfrutar del espectáculo que ofreció el Ensemble Modern bajo la dirección de Vimbayi Kaziboni, parece mejor acogerse al dicho de que “lo bueno se hace esperar”. Y tanto que sí. La imponente escenografía de Petra Strass, compartiendo espacio con un sinfín de Plásticas Sonoras auténticas dispuestas de todas las maneras posibles, conseguía trasladarnos al taller del maestro. Las cuatro obras contenidas en el programa se intercalaron con tres pequeños cortos –Smetak (1967) de Hermano Pema, un fragmento de Smetak Film (1976) de Luis Carlos la Saigne y O Alquimista Do Som (1978) de José Walter Lima– testimonios de los últimos años del compositor y de las sesiones de improvisación que compartía con su grupo de alumnos. Aunque todo esto cobró verdadero sentido cuando sus esculturas sonoras, al servicio de otras ideas y compositores, echaron a andar mostrando la riqueza de su potencial -y haciendo honor al título que enmarcaba el programa: “Re-inventing Smetak”- .

El …tak-tak…tak… (2017) del compositor y virtuoso guitarrista Arthur Kampela abrió el concierto desde el palco. Este brasileño afincado en Nueva York cuya música navega, según sus propias palabras «entre lo híbrido y lo complejo» juega en el inicio de su obra con el espacio, aunque por poco tiempo. Las máquinas de escribir, los afiladores y las maracas conducen el discurso después de unos minutos al escenario principal. La gran estructura central -repleta de idiófonos colgantes que son sacudidos y golpeados repetidamente por los músicos del ensemble- es solo el núcleo de un festival de riqueza organológica difícilmente superable. Kampela, amante incansable de la búsqueda de nuevas formas de interpretación en los instrumentos tradicionales, desborda en su obra su creatividad al poder unir al fagot, la trompa, el cello o el arpa; a la Vina, la Ronda o el Três Sóis de Smetak. El Ronda- The Spinning World (2016) para nueve músicos de Liza Lim cerró la primera parte. La compositora y directora del CeReNeM (Centre for Research in New Music de la Universidad de Huddersfield) explota en su obra de cámara las posibilidades de la Ronda de Smetak situando dos de ellas enfrentadas a cada lado del escenario y resaltado con algunos momentos en solitario su sonoridad -que no pasa en las otras obras de un áspero rasgueo de acompañamiento debido a lo débil de su volumen- .

Después de la pausa el jovencísimo compositor y director Daniel Moreira sorprendió con el tono de su Instrumentarium (2017) para ensemble y vídeo. La aclaración de Soundtrack al final de la descripción del título no lleva a equívocos. A los sinuosos primeros planos que recorren cada pieza de Smetak en el vídeo se superponen de forma milimétrica los embistes instrumentales, siendo el efecto de todos ellos inseparable del aspecto visual. Con el explosivo volvere (2017) del brasileño -y también perteneciente a una nueva generación de compositores- Paulo Rios Filho terminó el viaje al corazón de Salvador de Bahía. A las Plásticas Sonoras antes mencionadas se unieron también los Grandes Bores y el Piston Cretino -con un diálogo improvisado que provocó carcajadas entre el público- así como múltiples elementos escénicos y mensajes en carteles con un fuerte afán reivindicativo. El Silence, escrito en uno de las últimas tarjetas en mostrarse, parece ser lo que esa noche comenzó a romperse con respecto a Walter Smetak y a su Ak-Isum. Un silencio doloroso que quizás su obra necesitaba para poder hacerse oír. Pero ya no más. Va por ti, Tak-Tak. ¡Grandes Bores en alto!

Maerzmusik (III): Una mirada hacia Oriente

Maerzmusik (III): Una mirada hacia Oriente

Fotografías con copyright de Maerz Musik

¡Golpe de Gong! Silencio, que esto ya empieza. Así se abría el 20 de marzo en el auditorio del Radialsystem V otro capítulo del Maerzmusik, esta vez sobre la exploración de la memoria musical oriental y su  influencia sobre occidente. Centrado en la música tradicional de la India, el extenso programa abarcó desde obras con claras influencias asiáticas en cuanto a su concepción filosófica y estructural, hasta otras en las que se entremezclan varios universos organológicos o incluso se proponen sistemas adaptativos de notación. Como sucede en cada sesión, y a pesar de la aparente heterogeneidad, cada trabajo forma parte de un relato coherente e íntegro. Aquí, en el Maerzmusik, nunca parece haber un hueco para la aleatoriedad o el descuido- y menos en la elección del programa-. ¡Golpe de claves! Siguiente melodía.

Con Learning (1976), del canadiense Claude Vivier, comenzó la lección. Subtitulada “Ceremony of the Beginning”, la obra describe el proceso de aprendizaje de cuatro violinistas bajo la guía del maestro -percusionista- a lo largo de quince melodías, divididas a su vez en cinco secciones desiguales. Durante más de veinte minutos Learning celebra un oscuro cónclave de extenuante rigidez -aunque siempre sobria y contenida- que justifica de plano todos los testimonios sobre la originalidad de su autor. Al margen de todas las corrientes, Vivier desarrolló un estilo profundamente personal que cautivó y repartió perplejidades a partes iguales entre sus coetáneos. Su obsesión por oriente y su mitología, así como por la muerte y su proceso, se plasman en un estilo austero y muchas veces evocador, aunque -y ahí es donde se produce el chispazo-  nunca sepamos muy bien a que. La interpretación a cargo del KNM Berlin (Kammerensemble Neue Musik), tras solo unos pequeños desajustes del comienzo, mantuvo la intensidad y la precisión hasta el último segundo. Los gestos faciales y recorridos por la escena -algunos de un fuerte impacto escénico- especificados en la partitura, así como la duración, hacen que la dificultad que inicialmente se supone a la interpretación de Learning crezca a cada minuto. La extenuación final de quien recibe una iniciación vital parece ser una última anotación escénica no escrita que cierra el círculo dramático, aunque de esa expresión de fatiga deba librarse -no sin cierta dificultad, a pesar de lo que pudiera parecer- el maestro-percusionista.

La Love Song (2016) del compositor Alvin Lucier cerró la primera parte. Este dúo acústico para dos violines, unidos por sus puentes con  un largo “alambre musical”, explora las posibilidades de ese cable de unión, que puede conducir la vibración de un instrumento a otro y -al igual que con la presión del arco- enriquecer la sonoridad resultante con su tensión o distensión. Según palabras del propio Lucier:

La idea surgió tras ver la puesta en escena de Lohengrin por Robert Wilson en el Met. En el famoso dúo de amor colocó a los cantantes alejados a cada lado del escenario. Por lo general los cantantes en duetos de amor se entrelazan, cantando como si se agarraran entre sí. Pensé en lo hermoso de la situación: las voces se podían oír con más claridad y, aunque estaban muy lejos el uno del otro, su amor no se debilitaba en absoluto. De hecho, el espaciamiento hizo su amor aún más conmovedor, como imágenes en un poema haiku.

A este juego de espacios se suma el pausado recorrido de los músicos, que giran sobre un eje central imaginario que se encontraría a mitad del cable. La línea que dibuja la cuerda mi del violín, que se intercambian los amantes, pocas veces se pausa; generando en esos instantes de inmovilidad una especie de desactivación del mecanismo en la que puede percibirse vagamente una vibración residual. La propuesta de Lucier, con arraigo en lo acústico en su faceta más experimental, supone una reafirmación ya madura de los principios artísticos que sustentan toda su carrera -desde el famoso I Am Sitting in a Room (1969), pasando por su Music On A Long Thin Wire (1977)-.

Con su Memory Space (1970), que abrió la segunda parte, la obra de Lucier consigue unir a la memoria y la improvisación el componente cultural.

La unión de varios músicos de Chennai -una metrópolis al sur de la India- con algunos componentes del ensemble KNM Berlin presentó el Memory Space en una interpretación única. Las instrucciones de Lucier en torno a la obra son las siguientes:

“Id a entornos en el exterior (urbanos, rurales, hostiles, benignos) y registrad por cualquier medio […] las situaciones sonoras de esos entornos. Volviendo a un escenario en interior […] recree, únicamente a través de voces e instrumentos y con la ayuda de sus dispositivos de memoria (con adiciones, supresiones, improvisación, interpretación) las situaciones sonoras del exterior.”

A esto se suma la libertad en la elección de la formación, siempre que sean instrumentos acústicos. La participación de Shantala Subramanyam con la flauta tradicional y de Anantha Krishnan a cargo del tabla mostraron la versatilidad de la concepción original de Lucier, a la que incluso refuerzan los colores del eclecticismo instrumental. El Manto (1957) de Scelsi -para cantante-violista- a cargo de la violista Kirstin Maria Pientka, supuso una especie de entreacto para la segunda parte. Sin embargo, y casi como en el famoso estreno del Il Ruggiero de Hasse, a veces los “teloneros” salen vencedores. El trasfondo filosófico oriental, el concepto de autor como intermediario y las referencias a lo trascendente constituyeron siempre el mantra del Scelsi maduro, que parece dejar asomar en su Manto un destello de esta revelación. Pocas veces, y esto es casi una confesión personal, se reúnen sobre un escenario factores que desemboquen en lo sublime y en lo conmovedor de una forma tan absoluta y tan aparentemente inintencionada. El intimismo de un espectralismo más fuera de si mismo que dentro, el vigor del arco de Pientka y lo enigmático de su voz, lograron despertar la manifestación de lo sagrado inherente a cada percepción.

Las Chennai Scenes (2016) de Ana Maria Rodriguez puso el broche a la segunda parte. Para flauta de bambú, clarinete bajo y contrabajo, mridangam y “sonidos de la ciudad” -con la electrónica en vivo a cargo de la propia compositora- la obra nos sumerge de nuevo en las polvorientas calles de las ciudades del sur de la India, combinando improvisación con notación y dando una vuelta de tuerca a la propuesta de Memory Space. La relación con el espacio, el mundo de las instalaciones y una reinterpretación del mal denominado “sonido ambiente” -tan unido a quienes somos y como somos- se funden en la obra Rodriguez de forma orgánica. En cuanto a la interpretación, parece imposible no nombrar al clarinetista Theo Nabicht, capaz de mantener minuto y medio una nota en el clarinete contrabajo con respiración circular. Algunos, después de toda esta experiencia, necesitamos coger algo de aire, Theo.