por Cristopher Morales Bonilla | Nov 1, 2016 | Críticas, Música |
20/10/2016
El segundo y último fin de semana del Keroxen empezaba el jueves con el post-rock de We Were Heading North. Con una puntualidad que es de agradecer, y que tan pocas veces se ve por estas tierras, desplegaron sus paisajes sonoros y sus temas instrumentales con un gran gusto por las texturas y el contraste entre la calma y la tormenta. Todo un descubrimiento.
Seguidamente, Miniatura desde Gran Canaria nos ofreció un concierto que se podría definir como elegante. Como si Placebo se hubieran dedicado a experimentar con la electrónica, sus canciones tienen ese aire new wave británico que le da a todas sus composiciones un aire de melancolía sin exageraciones.
Después, Noiseed, una de las sorpresas de la noche. Pese a que llevan ya algunos años recorriendo los escenarios de las islas, tal vez muchos los descubrimos ese día. Como si Nine Inch Nails chocaran contra lo mejor del post-punk, la mezcla entre voz y bases produjeron un concierto realmente intenso.
Brutalizzed Kids ya no necesitan presentación. Como viene siendo habitual, para el Keroxen se ponen su traje más industrial y nos ofrecieron canciones de sus primeros discos, en los cuales las bases electrónicas estaban mucho más presentes que en sus últimas canciones. Ya han conquistado al público antes de empezar a tocar.
Ya en clave más clubber, Jorganes nos ofreció un concierto cargado de hipnotismo. Electrónica sutil y juegos de luces envolventes, su concierto hizo mover a todo el público como si de los mejores clubes europeos se tratara.
Para finalizar la noche, Resonance nos presentó su nuevo disco Light Continuum, cargado de fuerza y compromiso. Las nuevas composiciones tienen un aire épico que engancha a cualquiera que las escuche. En su campo, gracias al trabajo de mucho tiempo, también tiene al público entregado desde la primera nota.
21/10/2016
La jornada del viernes empezó con Holograma, un dúo andaluz haciendo una mezcla entre electrónica y rock, la cual fue muy bienvenida entre el poco público que, por el momento, había. Pese a ello, nos ofrecieron un conjunto canciones originales y llenas de experimentación.
Como si de un planeta extraterrestre hubieran llegado, Bala ofrecieron uno de los conciertos más salvajes de todo el festival. Stoner rock descargado por dos chicas gallegas que, por momentos, sonaba a Black Sabbath, y por otros a Black Cobra. Una de las sorpresas del festival.
Ocellot desde Barcelona pusieron la diversión en la jornada. Su pop electrónico hizo bailar a toda la sala, ya llena hasta reventar. Su apuesta por la fusión y los ritmos bailables triunfó entre un público que se quedó con ganas de más.
Schwarz volvieron a las islas para triunfar. Su propuesta ha evolucionado desde la última vez que nos visitaron. Su rock minimal, preñado de electrónica y sutileza se juntaba a veces con momentos de noise sostenido. Siguen creciendo.
Eric Copeland, miembro de los grupos Black Dice y Terrestial Tones, venía con el añadido de haber colaborado con los conocidos Animal Collective. Electrónica ruidista y bailable, conjugó los beats hardcore con la voz como instrumento adicional. La electrónica puesta al servicio de la experimentación punk.
22/10/2016
El último día del festival, ya que este año las fechas se han concentrado en dos fines de semana, comenzó con El fenómeno de Taganana y Sonidero Lastone. Estos dos selectores empezaron a calentar la tarde con vinilos de música tropical, cumbia vieja, mambos, coplas, etc. Perfecto para prepararse para el resto del día.
Grita es definido en la página del festival como centrado en la «cumbia clásica, en los sonidos folklóricos, la champea, el porro y el palenque». Más allá de etiquetas, nos ofreció un concierto en el que los distintos estilos y maneras citadas se fusionaron de una forma realmente sorprendente.
Ya con las visuales de Lasal en marcha, las cuales acompañarían a los grupos durante el resto de la tarde, Chico Trópico ofrecieron uno de los conciertos más divertidos del festival. Con una puesta en escena entre el chamanismo y dadá, se movieron entre la psicodelia latinoamericana y los nuevos sonidos tropicales. Si a eso le suman el espíritu de los antiguos pobladores de Canarias, sólo se puede esperar que el publico se quede con ganas de más.
Los siquicos litoraleños fueron una de las sorpresas del día. Como si la cumbia se hubiera vuelto electrónica, hicieron bailar a la gente durante todo el concierto. Una de las mejores muestras de que la cumbia y los sonidos tropicales empiezan a ser un nuevo centro de gravedad de la música más experimental.
Porest pusieron el contrapunto frío y racional a las dos propuestas que tocaron antes y después de ellos. Eletrónica cerebral, fría por momentos. La dark-wave hecha a base de texturas y ritmos minimal. Un concierto para ver más que para bailar.
Con Meridian Brothers como broche final para el festival se confirmó el auge de lo latino dentro del mundo de la fusión y la experimentación. Bases programadas y ritmos latinos para una mezcla que triunfó sin lugar a dudas. Lo más sorprendente, una versión del Purple Haze de Jimi Hendrix en versión cumbia que gustó incluso hasta a los más rockeros del público. Perfecto final de fiesta.
Un año más, el Keroxen demuestra cómo existen colectivos e iniciativas en estas islas que realmente vale la pena conservar y promover. Sin envidiar a cualquier festival europeo y habiéndose ganado un nombre dentro del mundo de los festivales más experimentales, no se puede hacer otra cosa que reconocer el trabajo de toda la gente que hace posible el festival. Por muchos años más…
por Marina Hervás Muñoz | Oct 26, 2016 | Críticas, Música |
El pasado 21 de octubre en L’Auditori se dio un mix de esos que tanto me disgustan y me ponen la mosca detrás de la oreja -como explicaré más adelante-. Escuchamos, por este orden, la tercera versión de la Obertura Leonore de Beethoven, el Concierto de violín de Alban Berg, la Obertura Alphonse et Leonore ou l’amant peintre de Ferrán Sor y la Séptima Sinfonía de Beethoven, con Constantin Trinks a cargo de la dirección de la OBC (han creado una lista con las audiciones que se puede escuchar aquí).
¿Por qué me disgustan los mixes? Porque se nota que hay una programación artificialmente construida para poder programar el Berg -y más aprovechando la presencia de Shaham, qyue es un gran conocedor de la música «contemporánea» (suponiendo que el concierto de Berg, que tiene ya ochenta y un años, lo siga siendo-) , algo que se corrobora con la publicidad de L’Auditori, que anunciaba a Gil Shaham y la Séptima, como dejando pasar desapercibido que habría música «rara» en medio. No hubo diálogo entre las obras y se vio -o más bien escuchó-, sobre todo en el Sor, falta de concentración, motivada seguro por el mix. Eso sí: valoro que se haya programado el Berg y no, por enésima vez, el concierto de violín de Brahms, Beethoven, Sibelius o Tchaikovsky. Como si no hubiera tantos otros en el repertorio violinístico de excelente factura.
Constantin Trinks trató de salvar distancias y abordó los Beethoven(s) remarcando su modernidad, trabajando al detalle la deconstrucción de los temas -procedimiento que tímidamente se asoma en Beethoven-, los silencios y las dinámicas, que mejoraron a lo largo del concierto. Mientras que en Leonore aún faltaba sacar sonido y dejar brillar la cuerda, que se escondía detrás de los vientos, que tenían un sonido más redondo y compacto; en la Séptima pudimos escuchar todo el sonido que se había condensado a lo largo del concierto. A veces, Trinks mostró un poco de ansiedad por culminar, algo que especialmente afectó al delicadísimo allegretto de la Séptima, uno de los movimientos más difíciles de mantener de toda la escritura orquestal. El viento madera estuvo excelente, en especial las trompas y el oboe solista, y agradecí enormemente la claridad y limpieza de los pasajes más cargados, que a veces se tocan con mucha suciedad.
El Sor, por su parte, pasó sin pena ni gloria, pese al esforzado intento de hacer dialogar las dos Leonoras y destacar al músico orquestal más allá del especializado en música para guitarra. La obra se hizo repetitiva y un tanto facilona, desde luego considerada como mero aperitivo para la Séptima. Creo que, simplemente, estaba fuera de lugar y que no pudo brillar por su situación en un programa montado, como dije, artificialmente.
No puedo negarlo. El Concierto de violín de Alban Berg me parece uno de los más fascinantes y frágiles de la historia de la música. Sólo el comienzo merecería desarrollar un método para fijar la música más allá de la partitura, un formato que permitiese que sonase para siempre. Lo que sucedió en L’Auditori me hizo corroborar una triste sospecha: que nos gusta escuchar lo cómodo, lo bonito, lo que no nos cause demasiado desasosiego, nos gusta creer que entendemos Beethoven pero que Berg es demasiado raro. Esa actitud me parece antimelómana. No quiero alardear de superioridad estética, ni nada parecido. Pero entiendo que a alguien que se toma muy en serio esto de la música, no se queda sin aplaudir ante el Berg que interpretó Gil Shaham la pasada noche. No fue la mejor versión del concierto, sobre todo por una falta de nivelación sonora que había que muchas veces el violín de Shaham, en general con un sonido muy redondo y cuidado, aunque con poca proyección, que quedaba sepultado por los vientos metales, pero desde luego tuvo momentos muy destacables, en especial aquellos en los que Berg se ocupó de un sonido más intimista, como si contase un secreto muy importante en pequeños fragmentos, usando diferentes colores de la orquesta. Es decir, el sonido fue mucho mejor y más cercano a lo que parece que se esconde detrás de este concierto en lo pequeño. Los tuttis eran puro exceso y se alejaban de los momentos de creación de magia. Como bis, Shaham nos regaló la Gavotte en rondeau de la Partita n. 3 de Bach, todo un hit en el mundo violinístico. Y ahí sí. Ahí sí que estallaron los vítores: habíamos vuelto a casa, a lo conocido, a lo -supuestamente- aproblemático. Me apena profundamente lo que aún nos queda por hacer para invitar a los -también supuestamente- melómanos a que abran las orejas. No hace falta que les guste. No se trata de eso, esto no se mide por los likes de Facebook. Se trata de que se acerquen a la música como algo distinto a una «cosa ahí» que entretiene.
por Laia Urbano Gubert | Oct 22, 2016 | Críticas, Música |
La Sala 1 Pau Casals de L’Auditori acogió el pasado 18 de octubre dentro de su programación Música Antiga un concierto de la orquesta Le Concert des Nations, formada por instrumentos de época y dirigida por el maestro Jordi Savall, con Manfredo Kraemer como concertino y Pierre Hamon como solista. En esta ocasión nos presentaron piezas del siglo XVII y XVIII que se caracterizan por una naturaleza descriptiva y simbólica evocando temporales marítimos, truenos y seres de la antigua mitología del mundo acuático.
El concierto se abrió con Music for The Tempest de Locke, adaptación de una semiópera de Shadwell en la que percusiones y vientos aportan matices de tormenta y truenos. Los movimientos se distinguen por los ritmos diferentes que conllevan una gavota, un minueto o una giga pero a la vez Locke logra plasmar los diferentes latidos de la naturaleza introduciendo por primera vez en su música indicaciones de dinámica y trémolos, concluyendo esta obra con un brillante canon.
Al compositor inglés le siguió Vivaldi, con el Concerto La tempesta di mare, momento en que Pierre Hamon, a la flauta dulce se convirtió en el centro de la obra, situándose Savall como espectador durante la interpretación. En esta pieza para flauta sola y cuerdas, se pudieron apreciar los fortes y pianos tan característicos del compositor veneciano que en este caso pintaron un cielo vivo y cambiante a gran velocidad en los movimientos rápidos. La dulzura de la flauta en el segundo movimiento se contraponía con la tormenta del presto, en la que las notas fluían jocosas por la tormenta.
La tercera tormenta representada fue la de Les Éléments de Jean-Féry Rebel, sorprendente pieza con disonancias que no se suelen encontrar en la música de la época. En ella, los cuatro elementos de la naturaleza se hicieron presentes musicalmente, siendo el primer movimiento una evocación del caos inicial, en el que notas se mezclan igual que los elementos creando un sonido único, con trémolos y melodías que bien podrían formar parte de una obra mucho más actual. A medida que se desarrolla la obra, los elementos se manifiestan, cada uno con su carácter propio: enérgico, majestuoso, vivo, poderoso e indómito.
La segunda parte eclosionó con Alcione: Airs pour les Matelots et les Tritons, de Marin Marais. Se trata de una tragedia en música dónde la tormenta adquiere el protagonismo en las melodías y ritmos de las danzas que componen esta obra. En este caso, los truenos evocados por la orquesta nos transportaron a un temporal con cierto carácter festivo, dónde no fue difícil imaginar a criaturas marinas danzando bajo el agua.
La penúltima obra del concierto nos presentó a Telemann con Wassermusik, Hamburger Ebb’ und Flut, donde los misterios de las mitologías del mundo acuático fueron evocados, de nuevo en forma de danzas. Obra creada en motivo del centenario del almirantazgo de Hamburgo en 1723, sugería los diferentes caracteres de las criaturas; una Tetis dormida y luego festiva, un Neptuno dramático o unas Náiades traviesas y misteriosas. De nuevo la marea de la tormenta tenía su papel importante, que concluyó con los marineros celebrando el sorprendente final de un viaje, con una gran sensibilidad transmitida al público en forma de alegría y bellas notas.
El último temporal del concierto fue Orages et Tonnerres de Rameau. En su interpretación se pudo apreciar la grandeza de los truenos y relámpagos junto al céfiro soplando apacible, dando paso a una contradanza que culminó la obra con un soplo de fiesta después de las inclemencias del cielo. Este final cerró un conciertazo lleno de disonancias y contrastes con gusto a sal de mar.
Si ya el público tenía la sensación de haber asistido a un evento redondo, incluso los bises sorprendieron a más de uno. De ellos destacamos la Bourrée d’Avignonez, danza anónima que según contó Savall, se cree que fue interpretada por primera vez en la Corte de Francia para celebrar el nacimiento del rey Luis XIII. Las percusiones y guitarra barroca que comenzaron con un ritmo tan alegre no parecían provenir del lejano siglo XVII. Poco a poco se iban añadiendo a esta fiesta final un violoncello, el contrabajo, un par de violines, hasta que un tutti desbordante de calidez, júbilo y fuerza, hizo de este final una delicia para los asistentes. Y es que Savall es especialista en transmitir esta energía especial; algo etéreo se desprende de la música que pasa por sus manos. Le Concert des Nations creó un todo que trascendió lo musical, quizás por la comunión entre las nacionalidades o naciones de este conjunto o bien por esta gran sensibilidad hacia la música antigua. Ciertamente, el pasado martes pudimos apreciar a Savall en estado puro.
por Cristopher Morales Bonilla | Oct 20, 2016 | Artículos, Críticas, Música |
El festival Keroxen se ha convertido, desde hace ya algunos años, en referente de las propuestas más vanguardistas dentro de todos los géneros de la experimentación, desde las nuevas tendencias del rock hasta la electrónica. Este año vuelve a ofrecer un cartel que podría ser el de cualquier festival de cualquier capital europea, lo cual dice del inmenso trabajo que hay detrás.
Después de un viernes donde se calentaron bien los motores de los que será la edición de este año, el sábado arrancó uno de los primeros días grandes del festival. Para comenzar, Nuria Delgada nos ofreció un concierto/performance en el que por momentos recordaba a John Cage y en otros a una cantautora folk con aires artaudianos. La unión de la tuba y la percusión minimal ofrecían una actuación experimental con algunos temas («Manolo, cómeme el coño, por favor») más que memorables.
Seguidamente, Conjunto Podenco desde Gran Canaria. Con el gran Fajardo al frente, cuya carrera en solitario se va haciendo cada vez más reconocida a nivel nacional, y ya en marcha las visuales de Simone Marin que acompañarían toda la noche al resto de bandas, ofrecieron un concierto redondo que supo a poco. Entre el rock instrumental a lo The Joe K Plan y el post-hardcore a lo Dischord, fueron, tal vez, una de las mejores sorpresas de la jornada.
Tupperwear ya comenzaron a poner las máquinas a pleno rendimiento con su electrónica minimal. Justo cuando la sala casi ya estaba llena a rebosar, sus ritmos de electrónica lo-fi y su ruidismo contenido triunfaron sin ningún género de dudas.
Desde Alemania, Tau! ofrecieron un concierto más que interesante. Como si dos teutones se hubieran pasado una temporada metidos en una tribu de navajos, desplegaron una especie de folk del desierto muy original y épico, con muchos momentos de una especie de éxtasis animista bañado por unas guitarras que, por momentos, sonaban a lo mejor del noise-rock de las últimas décadas.
Para terminar la noche, Group A, procedentes de Japón pero afincadas en Berlin. Sus dos componentes se repartieron la producción de una electrónica dura que desafió los oídos de la audiencia. La fusión con un violín tratado electrónicamente le dio al concierto un aire de fusión para nada artificial. Todo al servicio de una electrónica ruidista que, por momentos, llegaba a ser hardcore.
La fiesta siguió en el Ocean Club, donde se dieron las propuestas más bailables. Después de la sesión de D. Wattsriot, Denge Denge triunfaron por todo lo alto con su cumbia electrónica. Una propuesta más que acertada y bailable para cerrar uno de los primeros fuertes del festival.
por Ana Guisado Alonso | Oct 18, 2016 | Críticas, Música |
El concierto del extraordinario Apollon Musagète Quartet se enmarca en el Festival de Música Polonesa de Catalunya, que celebra este año su segunda edición del día 15 al 23 de octubre y del que ya hablamos de su apertura aquí. El Apollon Musagète Quartet ha destacado en el panorama musical europeo de los últimos años, siendo galardonado con prestigiosos premios. Durante los 10 años de carrera musical este cuarteto se ha caracterizado por aunar interpretaciones sobrecogedoras con una gran destreza técnica. Sus componentes, de origen polaco, ofrecen este concierto en el que integran música de compositores polacos clásicos, como Chopin y Szymanowski, con otros internacionales como Hayden y Grieg en el Petit Palau, un lugar inmejorable para disfrutar de la música de Cámara. De este modo el Festival pretende dar a conocer a compositores polacos clásicos al gran público, equiparando sus obras con las de grandes maestros del repertorio internacional.
El cuarteto se presenta imponente ante un incompleto aforo del Petit Palau, con gesto seguro y decididos a sorprender. La primera parte empieza con el Cuarteto nº 53 en Re Mayor op. 64 nº5, que interpretan con vigor y pulcritud. Transmiten energía y elegancia en cada golpe de arco. La segunda pieza, del compositor polaco Szymanowski, es una obra de gran dificultad técnica, que consigue generar un clima de tensión estremecedor provocando la exaltación del público, que se levanta al final de la obra.
La curiosa y estimulante transcripción de Milij Balakirew del estudio para piano de Chopin, excelentemente interpretada despertó la nostalgia de gran parte del público, formado mayoritariamente por polacos asentados en la ciudad condal. De este modo se hizo un homenaje a los polacos exiliados que tanto añoraban su tierra en la época de Chopin.
El Cuarteto demuestra, como lo ha hecho a lo largo de su carrera, su capacidad para adaptarse a todos los terrenos musicales. De hecho su repertorio tienen tanto obras clásicas como compositores modernos.Acabaron el concierto con el sensacional Grieg representado por la obra en Sol menor op.27. La ejecución de estos movimientos pone de relieve las mejores virtudes de este grupo: una interpretación exultante, aparentando sencillez y naturalidad delante de la dificultad que entrañaba este pasaje sublime, quedando de manifiesto la cohesión del grupo en la armonización de la técnica y dinámicas.
Durante todo el concierto la música arrastraba al público a una danza interior contagiada por el balanceo irreprimible que acompañaba a los intérpretes. Tras un sonoro aplauso, el Apollon Musagète Quartet, conscientes de su gran papel esta tarde en Barcelona, interpretan el Andante Festivo de Sibelius como bis que deja al público emocionado y orgulloso de la música polaca.