Hacía ya seis años que Steven Wilson no visitaba Barcelona; seis años y cuatro discos en solitario a sus espaldas desde que llenó con Porcupine tree el Sant Jordi Club un 23 de noviembre del 2009. Esta vez, en la sala Barts, Wilson vino a presentar su premiado Hand, cannot, erase, quizá su trabajo más solar y optimista; quizá su trabajo menos reconocible e irregular.
Diez minutos antes de comenzar el concierto, la sala Barts ya estaba repleta de melómanos expectantes que no estaban dispuestos a perderse un ápice de este espectáculo multisensorial que posiblemente esté más cerca del cine de vanguardia que de un “simple” concierto de música. Durante la espera, las imágenes de un suburbio deprimido se proyectaron en la pantalla gigante del escenario, dejando entrever la temática que cohesionaría el show: la heroína de Poe que revive sus interiorizaciones de infancia y sueña con un baño de rayos solares en el interior de una pequeña célula de una colmena suburbial.
Con puntualidad británica el concierto dio comienzo a las 20:30h y ya desde ese momento pudimos prever que lo por venir quedaría prendado de un elixir acústico que quizá sólo se pueda definir de un modo: sonido y puesta en escena.
El show (me cuesta llamar concierto a este espectáculo) tuvo dos partes bien diferenciadas. En la primera repasó el repertorio de su último disco intercalado con algunas sorpresas como un tema nuevo aún por editar, “Lazarus”, uno de los grades éxitos de Porcupine, y una versión muy alejada de la original (casi un remix) de Index de “Grace for drowning”. También hubo tiempo para algunos intercambios de palabras con el público en plan humor británico: “Esta es mi guitarra signature, suena de coña, así que ya sabéis en que gastaros el dinero en navidad” o “a parte de aquella chica que ha venido con su novio, ¿Hay alguna otra en la sala? ¿Por qué mi música no le gusta a las mujeres?” o “¿Por qué coreáis tanto las canciones de Porcupine? ¿Es que no os gustan las nuevas?”. La segunda parte comenzó con la caída de un velo que dejaba entrever a los músicos en sombras, un velo y unas sombras que nos retrotraerían su época más gloriosa de Porcupine Tree, la que va desde “In Absentia” a “Fear of a Blank Planet. Con The Raven That Refused to Sing finiquitó el espectáculo de una forma redonda.
También nos gustaría referirnos de nuevo a su sonido en directo; un sonido donde las notas fluían sobredimensionadas en comparación con los discos, las canciones devenían más oscuras e intensas si cabe, la electrónica tomaba un roll protagónico y el virtuosismo y la profesionalidad de los músicos aparecía en un plano más evidente. Y así la música se expandió panorámicamente, envolviendo al púbico hasta llenarlo.
En cuanto a los músicos nada que decir que no sepamos de Adam Holzman; esos ritmos imposibles a los teclados y sus sólos psicodélicos con el moog y el hammond electrónico. Por su parte, Nick Beggs tocó el bajo con su contundencia característica, pero fue con el stick que mostró su maestría; a parte de acompañar con unos coros estridentes y agudos que servían como contrapunto a la voz de Wilson. Craig Brundell estuvo también a la altura (¡Y vaya altura!) a pesar de no ser su batería habitual. Quizá el que menos transmitió fue Dave Kilminster. Aunque es un gran músico e interprete, no tocó sus propios solos. Y fue así como echamos un poco de menos al carismático guitarrista Guthrie Govan; un habitual en los trabajos en solitario de Wilson.
En resumen, un concierto, un show, un espectáculo que duró de más de 2 horas a pesar de sentirlo con la brevedad de una cabeza de alfiler temporal: los allí presentes queríamos más y más… ¡y más! Por ello creo que en las postrimerías, frente a los títulos de crédito, mientras la sala se vaciaba lentamente, se compartía una impresión: ¡un concierto sublime en todos sus aspectos! Esperamos que Steven Wilson se acerque por Barcelona pronto porque sin duda nos volverá a dejar mudos: esa postura imprescindible para la escucha.
Rita López Panach, que aparte de una estupenda cantante es coordinadora de la primera red social pensada por y para músicos, Piano y Mengano, ha puesto en marcha la I Maratón de nuevas músicas, que se celebrará el próximo 25 de septiembre en Madrid.
Se trata, como se indica en la web de una «media distancia» por motivos de organización y espacio, pero en el tiempo que va de las 20 -hora de inicio- a las 22 (cuando acaba el concierto, pero empieza la charla) pasarán por la Fundación Olivar de Castillejo obras de ocho compositores: Guillermo Alonso Iriarte, Victoria Benito, Mario López Santos, Natalia Laguens, Proyecto Alina, Luis de Arquer, Adrián Crespo Barba y Juan Antonio Simarro. Los autores interpretarán sus piezas junto a los músicos José Luis Valdivia Arias, Daniel Benito Hernández, Rosa de Benito Forriol, Diego Rodrigo Calvo, Antonia Funes, David Díaz, Nacho Sequí, Víctor Sequí, Adriana Lorenzo, Paula Quintanar Pascual, Luis Inestal, Pablo Cuenca, Elena Tejero, Aine Conde, y Alejandro Puerta Cantalapiedra; según informan en su nota de prensa.
La intención de la maratón nos entusiasma, ya que la idea de base es que «la cercanía del compositor con su público es fundamental para mantener la música viva e incrementar el número de aficionados». Por eso, cuando decíamos que a las 22 empieza la charla, es literal: el objetivo de la maratón es que la gente pueda acercarse a los compositores, charlar con ellos y preguntar, opinar, comentar, sugerir y toda la panoplia de verbos referidos a algo que pasa pocas veces: la comunicación compositor-intérprete-público, o bien porque muchos músicos están en una torre de marfil que no abandonan salvo que la visita esté en otra torre de marfil, o bien porque las instituciones lo dificultan (si no, pensemos en la estructura de cualquier auditorio: la orquesta ahí, lejos, seria, de negro; y nosotros, los simples mortales, al otro lado, escuchando sin toser ni bostezar). Además, con ocasión del concierto, se presentará oficialmente la página web (aunque ya lleva una trayectoria de un año y cuenta con bastantes usuarios) «en carne y hueso», como quien dice. Y, si usted no puede ir, le recomiendo que bucee un rato por la web. Es un proyecto de gran interés que merece la pena conocer.
Nota: en la medida de lo posible, los enlaces en los nombres llevan a ejemplos musicales de los compositores, que no siempre coinciden con la obra que se interpretó en el Sampler Sèries. No he puesto el enlace a la web personal porque los datos biográficos importan, pero el producto también…
Desde el año pasado, Sampler Sèries se ha vuelto una cita inexcusable para oyentes curiosos. Se trata de un proyecto del Auditori de Barcelona que trata de acercar artistas y obras de música nueva, así como proyectos de instalación, arte sonoro y performance tanto a los espacios del Auditori como otros de la ciudad Condal, que poco a poco se van comprometiendo con la programación de este tipo de eventos. Ya el año pasado tuvimos una programación de lujo. Con una gran cantidad de estrenos nacionales, como en el caso del concierto que ofreció la soprano Irene Kurka, con obras de Antoine Beuger, James Weeks, Sidney Corbett,Nikolaus Brass y Eva María Houben. También se estrenó Vessels, de Bryn Harrison, y se oyeron obras de Eliott Sharp, Benet Casasblancas,Jorge Sánchez-Chiong, Alexander Schubert, entre muchos otros. También hubo tiempo para la teoría (aunque sigo quejándome e que falta aún más momentos de reflexión colectiva y de acercamiento al público normal de los problemas que abre esta música), como en las sesiones de Daniel Neumann sobre La composición sonora no-representacional espacial. De este modo, Sampler Sèries afianzó lazos con otras citas que mostraron obras o problemas de la creación contemporánea, en lugares como Hangar o el Goethe Institut.
Este año, se abre con la instalación sonora de Josep Sanz, Irr Study#2Z el estreno nacional de la Inszinierte Nacht (2013) de Simon Steen-Andersen, el 15 de octubre. Habrá, de nuevo, estrenos nacionales, como los que traen los Neue Vocalsolisten de Stuttgart de Tiziano Manca, Mauro Lanza y Georg Friedrich Haas, que se combinan con obras deClaude Viviery José M. Sánchez Verdúel próximo 21 de noviembre. También habrá estrenos mundiales, como la instalación sonora liquid:speeches, de la joven Raquel García-Tomás, o la pieza de encargo de Clara Ianottay Monotypes de Pedro Álvarez. Tocarán ambasCrossinglines, uno de los ensembles jóvenes que más nos gustan por su calidad y su valentía. Habrá mucho Hèctor Parra, que está este año como residente en el Palau de la música y que se está convirtiendo en uno de los pesos pesados de la composición de nuestro país (signifique país lo que signifique). También tendremos sabor norteño de la mano de la Oslo Sinfonietta con obras de Ragnhild Berstad, Øyvind Torvund y la ya citada García-Tomás. Veremos en acción a los suizo-londinenses We Spoke, que nos encantan, con obras de Benhard Langy de Larry Polansky. Y así un largo etcétera de citas con la creación musical contemporánea.
Celebramos que se haya incluido más presencia femenina, en general, aunque aún tenemos mucho por hacer. Yo, en mi campaña infatigable por la pedagogía musical, sigo echando de menos sesiones previas de conferencias que ayuden a un público que no necesariamente está familiarizado con este mundo sonoro a tener claves de escucha. No me canso de decir que los teóricos no podemos quedarnos en la torre de marfil y seguir pensando en qué significa la escucha ignorando la labor institucional que impide a muchos acceder a la formación necesaria para entender acústicamente lo que pasa en estas sesiones.
Aquí tienen la programación, pero reserven un día al mes para no perderse este evento, si quieren tener un mapa de lo que pasa hoy musicalmente. Además, a precios estupendos, que oscilan entre los 5 y los 10 euros. El año pasado además, el equipo de Sampler Sèries llevó este blog con noticias actualizadas. No sé si este año harán lo mismo. De momento, no hay ninguna información de esta nueva edición del festival. ¡Nos vemos allí!
Hay un sitio escondido en las calles del Raval de Barcelona -aunque cada vez cuenta con más asiduos- que transporta a sus visitantes a muchos lugares, a muchos nombres, a muchas épocas. Es un sitio pequeño, con sillas cada una de su padre y de su madre; sus paredes están decoradas de fotos eróticofestivas (sobre todo festivas) y en la pizarrita que enmarca la barra se habla de pastelitos de chocolate, de cervezas (que siempre es la penúltima) y de vinos blancos y tintos. Los jueves, a las 20:30 puntualmente comienza desde hace cuatro años una jam session que siempre se sabe quién y cómo comienza, pero a duras penas cómo y quién las acaba. Es la exigencia mínima de las jam sessions: que sólo la música dicte lo que tiene que pasar. La banda base son (casi siempre) los miembros de la Barcelona gipsy klezmer orquestra, un grupo multicultural que unen su talento con sus orígenes para hacer, como dice Mattia Schirosa, el acordeonista, «swing, jazz, gipsy, klezmer o, en realidad lo que nos dé la gana». Después de un par de temas, invitan al escenario a músicos y bailarines que quieran participar. Así, hemos visto y oído múltiples voces, claqué, danza del vientre e instrumentistas de todos tipo (desde el espectro que va desde el bodhram hasta el laúd, pasando por violines, clarinetes, trompetas, guitarras, y casi todo lo imaginable).
Todo esto pasa en el Despacho cultural «El arco de la virgen» en el que, aparte de estas jam sessions, que ya congregan a varias decenas de personas que hace cola un buen rato antes de que empiece, ofrecían un rastrillo, exposiciones de artes visuales y gráficas y performances. Como ven, ya comienzo a introducir los pasados. Y es que hay una orden de precinto del local programada para el 16 de septiembre. Desde Cultural Resuena, queremos mostrar todo nuestro apoyo al equipo de La Virgen y a su causa que, como explican en su web, es un «problema [que va] más allá de nuestro local y que to[ca] a todos aquellos establecimientos que organizan eventos en la ciudad». «El arco de la virgen», como otros espacios en Barcelona (y en otras ciudades) promueven el arte fuera de los límites del consumo y las vías institucionales, ofrecen obras de gran calidad, y su estrella, la jam de los jueves, es un soplo de aire fresco: no sólo podemos hablar de un grandísimo nivel interpretativo, sino también de creación de momentos de esos que sólo se pueden vivir para entenderlos (y permítanme este paréntesis poético). Salvar «La Virgen» es salvar algo de Barcelona que nos están arrebatando, es pedir algo legítimo: que la ciudad sea de sus ciudadanos y que su normativa se ajuste a las necesidades que nos van surgiendo a los que habitamos sus calles. De un tiempo a esta parte, Barcelona se está transformando en un constructo barroco: una fachada para los turistas, que encuentran en la ciudad obras del modernisme, bocadillos que valen cinco euros y muchas estampitas del Barça. Una fachada que, como en el barroco, poco o nada dice de la realidad de lo que pasa más allá de Las Ramblas. El cierre de «La Virgen», si se llega a hacer efectivo, no será sólo cosa de los que lo regentas y aquellos que ya nos hemos vuelto asiduos. Será una concesión más a las tramas de poder que nos quieres arrebatar nuestros rincones.
Foto Aurélien Arbet and Jérémie Egry, I would prefer not to (2005)
Al parecer el arte se gesta como un coqueteo con el fracaso, una inclinación al vacío, al silencio, pero solamente una inclinación cuya acrobacia es el centro y la esencia de la producción artística. El objeto artístico como aquel objeto que está allí por sí y para sí mismo, esa maquina inservible se rebela desde adentro en el contexto capitalista de la producción en masa. Detrás de un empleado inservible, de un Bartleby callado y melancólico, se esconde el artista que se rebela constantemente, con su silencio incómodo. El arte es producción pero producción inservible, sin progreso, no comprable ni vendible. El arte tiene que desertar a la sociedad y en una segunda instancia, para poder sobrevivir, vuelve a ella inevitablemente dejando que esta se lo devore y lo convierta de nuevo en un objeto de consumo. El arte se fracasa entonces en su última instancia inevitablemente a sí mismo; del fracaso dentro de la sociedad al fracaso a sí mismo. Todo comienza con la acrobacia, una acrobacia sobre el vacío. Esto por lo menos en nuestros tiempos: el arte todavía como vanguardia, como revolución, renuncia y es rebelión contra los axiomas de la sociedad de consumo, todo esto parece colarse entre las líneas poco comerciales pero muy bien consumidas de Enrique Vila-Matas, pero sobre todo en la nueva exitosa película sobre la vida llena de fracasos de Amy Whinehouse.
Amy Whinehouse, aunque suene ridículo, fue realmente una fracasada, eso parece ser el mensaje de la película; Amy fracasó en su intento por fracasar. La fama y sus intentos en vano por auto-sabotearse le impidieron lograr lo que siempre había querido, vivir la música como una rebelde, una cantante de jazz disidente de toda aquella absorbente industria del pop. Quería ser una cantante de cantina no una vedette del mundo plástico. Antes de lograrlo la sociedad se la devoró y la convirtió en un símbolo hipster, en un nuevo símbolo pop. La fama era lo último que buscaba con la música, y su vida parece ser la prueba vehemente de esto. Una ingenua, una eterna adolescente, una perdedora de verdad, una artista. Su mayor intento de fracaso fue entonces el enamorarse de un perdedor, y la película le da la importancia necesaria a este hecho. Fue ese amor adolescente, el amor que la llevó a hacerse a un cuerpo vacío de drogas y alcohol; él significaba entonces la única oportunidad para sabotear su vida exitosa que cualquier Britney Spears hubiera deseado. Él era la salida a ese camino asfixiante de la fama, la puerta al fracaso, a su íntimo éxito. El amor fue aquella mano que se le tendió, una mano desde la oscuridad del fracaso, sí, la mano de la muerte. Pero fracasa incluso en el fracaso, una y otra vez y esta racha llega a su mayor esplendor, ya llegando al final de la película, cuando frente a unos cincuenta mil espectadores, haciendo un berrinche de niña chiquita se niega a cantar, se planta enfrente de un bullicio de chiflidos y linchamientos y decide no cantar, decide renunciar, sabotear toda la maquinaria de fama en la que estaba ya sumergida hasta la coronilla, mucho más de lo que se hubiera imaginado. La cámara entonces muestra por primera y última vez una cara feliz, satisfecha; la cámara captura tal vez los únicos minutos de felicidad de su vida. Ese es el clímax de la película y el de su vida, y muy bien acentuado en la película, ya que su muerte carece en definitiva de importancia existencial. Después de aquel concierto en Belgrado, justo después de haber alcanzado su libertad como artista, lo que le sigue es, una vez más, otra cadena de fracasos. Decide volverse la nueva Ella Fitzgerald y seguir el camino de su ídolo Tony Benett, pero la sociedad ya la ha aprisionado demasiado, es demasiado débil y sucumbe ya de forma definitiva en la muerte. Justo después de haber saboteado el destino de su desgracia, la fama, ya es demasiado tarde para tomar las riendas de su vida miserable. La película lo deja a uno con un sinsabor extraño, entre conmiseración y desesperanza, y al mismo tiempo con la impresión de habernos reflejado nuestra realidad de la forma más directa, nuestra muy contemporánea forma nihilista de ver la vida, nuestra vida que solamente es una racha de fracasos a la búsqueda de un fracaso mayor. Nuestra vida en la que el arte parece ser un tipo de acrobacia sobre un vacío con el que no se deja de coquetear hasta desaparecer. El arte es entonces efímero como aquellos momentos de libertad, silenciosos frente a miles y miles de personas. I would prefer not to, decimos entonces con una tristeza ácida.
Enrique Vila-Matas escribe libros sobre fracasados, libros en los que no pasa absolutamente nada y en los que solamente se habla sobre el vacío del mismo libro. Escribir sobre autores que no quieren escribir nada es al mismo tiempo coquetear literariamente con la nada. El resultado es fantástico, la literatura termina siendo sin embargo todo lo contrario al entretenimiento, por otro lado el aburrimiento se vuelve exquisito. El escritor catalán es tal vez uno de los autores más aclamados en Europa de los últimos tiempos. Su fama es una fama igualmente hipster: se vende como alternativo, como rareza, pero lo que es claro es que su literatura es demasiado aburrida para ser un best seller. Al hipster le gusta apartarse de lo «mainstream» y coquetear con lo aburridor, con lo no consumible, con el tedio; la literatura Vila-matesca pasa entonces muy bien con esta tendencia, se vuelve popular sin dejar de ser interesante de verdad. Y allí radica el mayor humor de su obra, su mayor grandeza, lo extraordinario de su juego literario. Vila-Matas acepta la fama que le es dada pero la sabotea a cada instante dejando juegos abiertos, imágenes que no se dejan consumir, profundidades que se escapan al ojo lector-consumidor. Cada libro es una llaga abierta en todos nosotros, y se consumen, se leen como hamburguesas de McDonalds sin saber el veneno que se está consumiendo. Un veneno exquisito al fin y al cabo, pero para el que sabe que se trata de un veneno. El autor barcelonés sabotea constantemente su literatura y con una gran carcajada se da cuenta de cómo el auto-sabotaje no es más que aquello que la sociedad espera de él, el producto que se ha vuelto contra sí mismo y por consiguiente Vila-Matas fracasa constantemente al igual que Amy. Pero es precisamente su humor el que lo salva, su literatura refresca por eso mismo, porque es autosuficiente, autodestructiva. Nos damos cuenta entonces que el arte hipster, aquel arte que coquetea con el fracaso para tratar de salirse de la cárcel del consumo en la que ha sido encerrado está destinado a fracasar, está destinado a ser uno más de los productos del estante: Nos hemos vuelto grandes consumidores del fracaso, tal vez conforme a nuestra nueva forma de vivir la vida, una acrobacia sobre el vacío.
Amy sucumbe, mientras que Enrique triunfa en el coqueteo; es cuestión de peripecia, no todos son tan acrobáticos al margen del vacío. Dos síntomas con valores distintos, expresiones de un mismo diagnóstico: búsquedas en el silencio, en nuestro auto-sabotaje, búsquedas de nosotros mismos lejos de lo que hemos sido. I would prefer not to, seguimos diciendo con ahínco como si ya nos estuvieran empujando al precipicio.