por Elio Ronco Bonvehí | Feb 16, 2018 | Críticas, Música |
Hay obras endiabladamente difíciles que requieren un dominio técnico para abordarlas. Si encima juntamos tres de estas obras en un concierto sin pausas, la hazaña es todavía mayor. Pero las tres últimas sonatas de Beethoven son mucho más que un reto técnico, su profundidad empalidece en comparación con su dificultad y una interpretación impecable, como lo fue la de Elisabeth Leonskaia en el Palau de la Música de Barcelona, no sirve de nada si no se asienta en un planteamiento que permita articular su riqueza.
Leonskaia no parecía del todo cómoda en el Palau. Los numerosos ruidos que desde el principio se escucharon en la sala parecieron importunarla, hasta el punto de hacerle demorar el inicio de la segunda sonata a la espera del ansiado silencio. Hace apenas un mes, Barenboim reprendió duramente al ruidoso público que llenaba el Palau. Aunque en esta ocasión el nivel de ruido no era ni de lejos el mismo, es normal que algo así estropee la conexión entre público y artista y podría explicar, al menos en parte, el carácter distante de la interpretación de Leonskaia.
El inicio de la sonata nº 30 Op.109, con un marcado rubato, parecía presagiar una interpretación muy personal, pero la sensación se desvaneció a medida que la obra avanzaba. Los contrastes, las dinámicas, el fraseo… todo parecía obedecer más a la intuición de la intérprete en el momento que a un plan trazado a partir del estudio previo de la partitura, con lo que los efectos puntuales se impusieron al efecto global. El dominio del instrumento y el talento de la intérprete legendaria estaban allí, pero en esta ocasión la inspiración de Beethoven no se vio correspondida en la interpretación.
por Elio Ronco Bonvehí | Feb 6, 2018 | Críticas, Música |
Piotr Beczała se ha convertido en uno de los favoritos del público barcelonés después de un deslumbrante debut en el Liceu con Werther hace justo un año, al que siguió una excelente interpretación en Un Ballo in Maschera al inicio de esta temporada (con la que salvó unas funciones por lo demás desastrosas). Sin embargo en su recital del pasado viernes la sala del Palau de la Música mostraba no pocos huecos, quizás debido al programa inicialmente anunciado: las canción italianas y polacas no parecieron motivar lo suficiente a un público generalmente más interesado en la ópera que en el lied. Con lo que no contaban es que Beczała, muy consciente de qué repertorio es más popular, acabaría haciendo practicamente dos recitales.
El programa anunciado era precioso, con una primera parte dedicada a canciones italianas que huía de las habituales napolitanas. Flanqueadas por tres populares canciones de Francesco Paolo Tosti y otras tantas -menos habituales- de Stefano Donaudy, pudimos escuchar unas maravillosas rarezas de Ermanno Wolf-Ferrari y de Ottorino Respighi. Si bien no tiene la voz solar de Pavarotti, que tan bien representaba el carácter mediterraneo de estas melodias expansivas, la voz de Beczała es ideal para este repertorio, con su timbre claro, la emisión libre y cómoda en todos los registros y unos agudos resonantes. El atril (lo usó únicamente en la primera parte) le restó un poco de espontaneidad, pero mantuvo en todo momento el contacto con el público y la cuidada dicción con la que desgranaba cada palabra de las canciones demostraba un estudio concienzudo de la partitura. Si algo distingue su canto es la perfección de su emisión y el control de la línea melódica, y su recital fue toda una lección en ese sentido. Sublime resultó, por ejemplo, su interpretación de «Nevicata», una preciosa canción de Respighi que pertenece a un grupo de temática meteorológica. La voz era un flujo sonoro que esculpia sin fisuras y con precisión los arcos de cada frase. Cada contraste, cada matíz, hallaba su lugar con naturalidad. Todavía más natural -o mejor dicho, más extrovertido- se mostró en la segunda parte, al cantar en su lengua nativa canciones de Stanisław Moniuszko y Mieczysław Karłowicz. Fue una suerte poder descubrir este repertorio tan rico y desconocido. Ojalá se hubiera extendido más con él, aunque también valió la pena la incursión al otro lado de la frontera, con una selección de cuatro piezas de las canciones zíngaras de Dvořák magnificamente cantadas. Beczała es consciente de la diferencia entre ópera y canción, por lo que en todo momento adaptó el volumen de su voz al carácter de las obras y a las dimensiones de la sala; solo en notas puntuales -algunos agudos finales- cedió a la tentación de usar toda su potencia vocal, desvirtuando ligeramente el efecto laboriosamente construido durante la pieza. Por lo demás, el equilibrió y la coordinación con Sarah Tysman, fueron completos. La pianista mostró la misma musicalidad al teclado que el tenor, acompañando con una pulsación fluida y expresiva.
Para el final del recital el tenor polaco se reservó un as en la manga. El público sin duda disfrutó de todo el recital (hacía tiempo que no se gozaba de un silencio tan intenso durante un concierto en el Palau), pero fue después de la verdiana «Celeste Aida» cuando se desató la locura, a lo que Beczała respondió generosamente con cuatro propinas operísticas ( «la fleur» de Carmen, «recondita armonia» y «e lucevan le stelle» de Tosca, y «dein ist mein ganzes Hertz» de Das Land des Lächelns) y otra canción del ciclo zíngaro de Dvořák como colofón. En definitiva, casi un segundo recital que empezó con el aria de Aida y se prolongó casi media hora para disfrute del público y también del propio tenor, que liberado del intimismo que impone la canción llenó la sala del Palau con todo el volumen de su voz e impactantes agudos.
por Rubén Fausto Murillo | Ene 4, 2018 | Críticas, Música |
Dentro del repertorio habitual de conciertos, el famoso “Canon de la música clásica”, hay obras que forman parte casi inevitablemente de cada temporada, son dijéramos, obras que “caen sí o sí”. Así por ejemplo, al llegar la semana santa o en sus proximidades, tendrás varias lecturas de las pasiones de Bach. A lo largo del año no pasarán muchos meses sin que una sinfonía de Beethoven sea ejecutada, y como no, en navidad es de rigor: El Mesías de G.F. Händel. Esto en sí mismo evidentemente no es malo, a lo sumo, revela poca imaginación de los programadores, pero eso ya es otra cosa. Este año por ejemplo, en una semana, nos han recetado tres lecturas del oratorio handeliano, pero repito, la programación de obras paradigmáticas en sí mismo, no es algo censurable, si a ello sumamos otras que no suelen ser programadas.
Pero si hubo una lectura esperada esta temporada, fue la que se anunció con bombo y platillo que realizaría el maestro Jordi Savall del oratorio de Händel. Yo mismo, sinceramente, estaba muy emocionado de presenciar la primera lectura de esta pieza tan significativa del catálogo del maestro alemán, por parte del estimado maestro Savall. Y he de decir con mucha honestidad, que me decepcionó el resultado final. Todos los elementos musicales que comparecieron esa noche sobre el escenario del Palau de la Música pese a ser de primer nivel, al mezclarse, dieron como resultado una lectura a ratos aburrida, sin la garra y la potencia que caracterizan la música de Händel, repito, todo hacía albergar los mejores resultados, pero, como mucho, tuvimos unos bien modestos.
Los solistas, tuvieron un desempeño desigual, comenzando por el tenor británico Nicholas Mulroy que mostró un timbre demasiado nasal en su primera intervención que es justamente la que abre el oratorio con el recitativo “Comfort ye my people” y su subsecuente aria” Every valley”, la voz nunca logró superar el acompañamiento de la orquesta, ni mucho menos proyectarse por la sala, cosa que finalmente logró en su última aria “Thou shalt break them”, ya en la segunda parte. La soprano Rachel Redmond cuenta con un hermoso timbre y una notable facilidad para las coloraturas, misma que por momentos revelan un poco de estridencias impropias del estilo, pero en general, todas sus intervenciones fueron estupendas, llenas de dramatismo.
El barítono alemán Matthias Winckhler tuvo una noche luminosa y llena de aciertos, con una voz potentísima, inundó toda la sala con una musicalidad muy remarcable. Los diferentes registros de su voz están muy bien trabajados y él los administra con mucha inteligencia, destacando unos graves amplios y llenos de armónicos y un registro agudo con una proyección plena de fuerza.
Por enfermedad el contratenor anunciado Hagen Matzeit tuvo que ser sustituido por el contratenor Gabriel Díaz, miembro de La Capella Reial y que alternando las partes solistas indicadas para su voz por la partitura, continuó actuando en el resto de números dentro de la coral. Su interpretación de las partes solistas fue realmente muy buena, pues además de buen gusto para ornamentar, cuenta con una hermosa voz muy bien timbrada, que corrió muy bien en la sala.
La Capella Reial de Catalunya fue con mucho, lo mejor de la noche, primorosamente bien preparados por Lluis Vilamajó lucieron una dicción perfecta, musicalidad y potencia sonora, pero al conjuntarse con Le Concert de Nations, el resultado fue por momentos más bien desabrido. Todo estaba en su lugar, como ya nos tiene acostumbrados el maestro Savall, pero pese a ello, la obra por momentos, se empantanó repetidas veces, sobre todo en la primera parte. Los mejores elementos posibles: buenos solistas, una coral maravillosa y una orquesta inmejorable al conjuntarse, no dan siempre el mejor resultado, la alquimia no dio la magia esperada.
Quizás peque de purista al señalarlo, pero el hecho de cortar la interpretación de la segunda parte del oratorio justo después del coro “All we like sheep have gone astray” para hacer el intermedio me parece inaceptable. El decurso de la obra en este momento narra las profecías que Isaías hizo sobre las humillaciones que soportaría el Mesías para salvar a la humanidad, estamos en uno de los momentos más dramáticos de la obra, esperando el recitativo del tenor que dirá “Todos los que lo veían se reían de él”, parar justo ahí, cortando el decurso del drama planeado por Händel, desde mi muy humilde opinión es inadmisible.
Otra curiosa circunstancia se da en el programa de mano que se repartió. En su portada lucia en letras bien grandes el nombre de Jordi Savall y debajo el nombre de la obra a interpretar: “El Mesías”. Si continuabas buscando el nombre del autor de la obra, el padre de la criatura vamos, no aparecía, lo daban por supuesto o directamente amortizado. Entiendo, que todo mundo sabe que la mencionada obra está escrita por quien está escrita, pero, sinceramente, me parece muy peligroso hacer programas de mano solo para entendidos, programas que supongan cosas, esto solo hace ahondar más en la sectorización de la mal llamada “música clásica”. El nombre de Händel apareció, sí, dentro del programa en letras pequeñas, debajo de todos los intérpretes cuyos nombres disfrutaron de un tamaño de letra más grande y legible.
Lamento ser el aguafiestas que opina que lo que escuchamos esa noche del 20 de diciembre en el Palau de la Música fue una lectura correcta, sí, pero no a la altura ni de lejos de nombres como los de Jordi Savall ni mucho menos de George Frideric Händel.
por Rubén Fausto Murillo | Dic 6, 2017 | Críticas, Música |
Refiere Christoph Wolff en su monumental biografía BACH, El músico sabio (Barcelona: Ma non tropo,2008, p.24) que a los pocos días de fallecido J.S.Bach, era publicado un texto firmado por Johann Friedrich Agricola, compositor y organista de la época, donde defendía la obra del finado maestro de los ataques de un tal Filippo Finazzi, cantante de la ópera de Hamburgo, diciendo:
“Él [ Finazzi] niega a su música [la de Bach] un efecto placentero para el oyente que no puede gustar unas armonías tan difíciles. Pero aun asumiendo que las armonías [las estructuras musicales] de este gran hombre sean tan complejas que no siempre consigan el resultado previsto, éstas, no obstante, sirven al deleite del genuino conocedor. No toda persona instruida es capaz de entender a Newton, pero quienes han avanzado con suficiente profundidad en la ciencia pueden entenderlo y encontrar enorme gratificación y beneficios reales leyendo su obra”
Me he tomado la libertad de citar a Wolff, porque creo que en esta ocasión estamos ante un concierto que podría encajar dentro de la descripción que realizó Agricola sobre la música de Bach.
El miércoles 29 de noviembre, dentro del ciclo Palau Bach tuvimos el placer de escuchar en un programa integrado en su totalidad por obras del cantor de Leipzig, una de las más célebres partituras escritas por él, me refiero: a la Ofrenda musical BWV 1079. Obra que pertenece al último periodo creativo de J.S. Bach y que nos presenta una cara poco visitada del maestro, la del músico sabio.
Los intérpretes eran de primera línea, Laura Pontecorvo a la flauta travesera, Andrea Rognoni y Antonio De Secondi a los violines, Marco Ceccato al violoncelo y coordinando todo desde el clave, el célebre director y clavecinista Rinaldo Alessandrini. Iniciaron el concierto con una sonata para flauta travesera y unos canons del mismo Bach, que cumplían la función de preparar al auditorio para la obra central del programa. Tras escuchar las primeras piezas arriba mencionadas, Alessandrini comenzó con la ejecución del Ricercare a 3 voces para clave solo que da inicio a la obra. Ciertamente en algunos pasajes no estuvo todo lo fino técnicamente que nos tiene acostumbrados un artista de su nivel, pero, lo cierto es que en conjunto estableció ya el tono que guardaría toda la ejecución de la pieza. Era particularmente llamativo el sonido delicado, íntimo, con que todos los intérpretes trabajaban tejiendo los canons y fugas que integran la obra. El escucha moderno, acostumbrado a las grandes sonoridades, al embotamiento sonoro, tiene que verse sorprendido de súbito por esta invitación a lo quedo, lo reposado, lo íntimo, el universo de Bach ya simplemente en este pequeño detalle, comenzaba a quedar muy claro.
Cuando Bach aborda la composición de esta pieza lo hace desde una posición casi de reclusión interna. Fatigado cada día más por todas las obligaciones de su cargo en Leipzig, con una ceguera que llegó a ser total, cuando trabaja en su estudio, lo hace desde la distancia del mundo que lo rodea, y más aún, lo hace desde una postura estética muy diferente a la que sus contemporáneos aceptaban. El yo, propio de la modernidad se había instalado cada vez más en la mentalidad de las personas, y la música que se hacía ya en esa época, era diametralmente diferente a la que Bach escribía. A la verdadera música se le pedía, bajo este paradigma, que trasmitiera en una melodía perfectamente perfilada los sentimientos de las personas, la vida emocional del compositor y de sus escuchas. Un universo muy diferente del de Bach, que parte de una plataforma diferente, cuando considera a la música como una ciencia, sí, un arte, pero este arte se materializa en una ciencia musical, de la que él es un notable exponente, y que logra describir a través de sus obras, y sobre todo las de carácter especulativo, como la que nos ocupa ahora, la multiplicidad de formas y sustancias de las que está compuesto el universo mismo. La postura de Bach, entonces, es casi cósmica: ha dejado hace rato de pensar en la cotidianidad y ve al horizonte para expresarse. Cuando pensamos de este modo a Bach, es cuando entendemos la descripción que hacía Agricola de él en el texto arriba citado.
La base de la que parte Bach es muy clara: el contrapunto, o sea, la simultaneidad de melodías es la materialización de la armonía y de la perfección del universo, cuando Bach escribe una fuga o un canon, aplica esa ciencia que permite que escuchemos físicamente la unión de dos o más realidades sonoras, que de no seguir estas reglas, sería imposible que sonaran simultáneamente.
Queda claro entonces que a nosotros mismos, parados en nuestro siglo, esta visión nos quede muy lejos y necesitemos de un esfuerzo extra para disfrutar de un programa así. Cuando vamos a un concierto en la actualidad, lo hacemos desde el paradigma moderno, a que nuestra vida emocional aflore o sea estimulada, y no hay nada de censurable o malo en ello, es nuestro paradigma. Esto puede llevar a la desilusión de algunos escuchas, que asisten a escuchar La ofrenda musical o El arte de la fuga, esperando escuchar los Conciertos de Brandenburgo.
La interpretación fue de muy alto nivel, considerado que es una obra exigente ya no solo a nivel individual sino sobre todo, en lograr cohesionar la diversidad que arriba he descrito. Los cinco músicos dirigidos por Alessandrini demostraron no solo un altísimo nivel técnico, sino una inteligencia musical muy elevada, construyendo con mucha precisión la totalidad de la pieza.
Al final, tras una merecida ovación por parte del público que casi llenó el Palau, nos regalaron con un pequeño destello de luz, un ágil movimiento de la Tafelmusik de G.P.Telemann que concluyó un estupendo concierto, que si bien es cierto nos había elevado a dimensiones desconocidas, la brillante interpretación del conjunto italiano, le aportó un toque de fuerza y vigor propio de los músicos latinos.
por Rubén Fausto Murillo | Nov 20, 2017 | Críticas, Música |
El pasado viernes 17 de Noviembre en el Palau de la Música tuvimos la oportunidad de asistir a un concierto de esos que dejan huella. La violinista alemana Anne-Sophie Mutter, acompañada de los maestros Lambert Orkis al piano y Roman Patkoló al contrabajo, presentaron un programa donde el aroma a Mutter fue constante. (más…)