por Irene Serrahima Violant | Nov 13, 2017 | Críticas, Música |
El pasado jueves 2 de noviembre pudimos disfrutar del último concierto de la integral de las sonatas de
L.V. Beethoven por
Leonidas Kavakos y
Enrico Pace en el
Palau de la Música Catalana. Después de escuchar las
sonatas núm. 6,
3,
2,
7 en el
primer concierto y
4,
5,
10 en el
segundo, ya sólo nos quedaban por escuchar la
primera,
octava y
novena sonata op.
12,
30 y
37 respectivamente. Independientemente de la razón que tuvieron los intérpretes para situar la primera y octava sonatas al final del ciclo, resulta evidente el motivo por el cual situaron la
Kreutzer en el útimo lugar, ya que es la sonata más conocida junto con
La Primavera (núm. 5) por su gran exigencia técnica, virtuosismo y larga duración.
A pesar de encontrarse un público un poco tenso y nervioso por la situación política actual en Cataluña, Kavakos y Pace supieron actuar elegantemente en el escenario, sin inmutarse por la atmósfera, y atacaron el Allegro de la primera sonata de forma impecable, enérgica y decidida. Igual que en sus otras actuaciones se pudo ver un gran entendimiento entre los dos músicos, que se demostraba en los ataques de las notas -claros y limpios- y en los cambios contrastantes y progresivos de los matices.
La interpretación de Leonidas Kavakos es esencialmente intelectual. Una vez que está en el escenario, la obra y ejecución le absorben completamente con una concentración absoluta, el público desaparece en la oscuridad en silencio y el intérprete da rienda suelta a un diálogo profundo y fraterno entre su instrumento y el piano. En esta conversación no hay ningún elemento que se ejecute al azar- sonido, matices, cambios, articulaciones…-a cada uno de ellos se le da una relevancia especial, y al mismo tiempo se enlazan cuidadosamente entre sí. A través de un meticuloso control de la cantidad, velocidad y peso del arco regula el sonido, prepara los cambios de posición pensando en el tipo de registro que casa en el momento y las articulaciones y matices son claros. El sonido nunca muere, se mantiene en movimiento incluso a través de los silencios.
Como ejemplo de su interpretación en el concierto, las cuerdas dobles (cuerdas que se tocan de forma simultánea) o acordes que pudimos escuchar sobre todo en las sonata núm. 1 y 9, comprendían un único sonido y gozaban de una gran profundidad. Además, los pasajes rápidos, los tocaba con un arco muy concentrado en el centro, la zona del arco que rebota más y donde es más fácil separar las notas, con el fin de conseguir una buena articulación, en el mismo lugar donde también tocó el bariolaje [footnote] alternar entre varias cuerdas [/footnote] de la octava sonata, que por la velocidad sonaba casi como si fueran cuerdas dobles. Asimismo los trinos sonaban elegantes, cuidados y a una velocidad constante.
También fue interesante observar que Kavakos utilizaba las cuerdas al aire en numerosas ocasiones sin ningún rubor, siempre que fuera con el carácter y color del pasaje. Puntualizo esto porque en la escuela de violinistas romántica de donde parten Mistein, Elman y Heifeitz -violinistas que se consideran de referencia en Beethoven y de los que están influenciadas una gran multitud de grabaciones- es característico el uso de vibrato contínuo en todas las notas posibles y por lo tanto muchos violinistas evitan el uso de las cuerdas al aire, ya que no se pueden vibrar. Este manera de pensar -utilizar el vibrato como recurso permanente y automático-, sin embargo, puede acabar obstaculizando la verdadera función del vibrato como herramienta para enfatizar y dar color a los pasajes y notas que lo necesiten ya que no se produce un verdadero contraste en el tipo de sonido.
Acortumbrados a la típica entrada triunfal del adagio sostenuto de la sonata Kreutzer, Kavakos optó por arpegiar los acordes con un carácter dulce y sensible. De esta manera la introducción al presto se convirtió en un pequeño soliloquio íntimo y reflexivo, que contrastaba con la siguiente parte, de una racionalidad mecánica y furiosa. En medio de la tempestad del presto, al final del primer movimiento fue notable un pequeño momento de calma súbito en pianísimo que por su profundidad y delicadeza recordaba al carácter del adagio. Los pizzicatos, claros y diáfanos, eran gotas de sonido que se precipitaban en la sonoridad inquieta y envolvente del piano.
Kavakos nos demuestra que no es necesario agregar elementos fuera de la partitura – glissandos, vibrato continuo o algún truco para obtener alguna sonoridad o efecto concreto- o teatralizar la interpretación para conseguir un buen resultado, minucioso y de una gran calidad musical. Escuchando su interpretación, fácilmente nos podemos imaginar cómo el violinista tiene presente en todo momento el mapa mental de la obra y cómo la va desmenuzando y plasmando de manera escrupulosa en el escenario. Esperamos volver a tener la oportunidad de disfrutarlo nuevamente en un futuro próximo.
Palau de la Música Catalana, Barcelona. 2 de noviembre de 2017.
Leonidas Kavakos, violín
Enrico Pace, piano
Programa: Integral de las sonatas para violín y piano de Beethoven (III)
I
Sonata para violín y piano núm. 1, en Re mayor, op. 12/1
Allegro con brio
Andante con moto: tema con varizioni
Rondo: allegro
Sonata para violín y piano núm. 8, en Sol mayor, op. 30/3
Allegro assai
Tempo di minuetto
Allegro vivace
II
Sonata para violín y piano núm. 9, en La mayor, op. 47,“Kreutzer”
Adagio sostenuto
Andante con variazioni
Finale: presto
por Elio Ronco Bonvehí | Oct 31, 2017 | Críticas, Música |
El nombramiento de Simon Halsey como director del Orfeó Català ha tenido una repercusión claramente positiva en la calidad de los conciertos de la formación coral y en su proyección internacional. Es más que probable que Halsey -también director del London Symphony Chorus- haya ayudado a que el Orfeó participara en los Gurrelieder, que este verano se interpretaron en los BBC Proms, uno de los eventos más esperados del festival londinense que suponía además el debut de Simon Rattle como nuevo director titular de la London Symphony Orchestra.
La inauguración de la temporada del Orfeó Català ha reforzado de nuevo este vínculo internacional, con el estreno europeo de Considering Matthew Shepard, del estadounidense Craig Hella Johnson. Se trata de una desgarradora cantata-musical escenificada que cuenta la historia de Matthew Shepard, un joven homosexual de Wyoming que fue secuestrado, torturado y asesinado en 1998. La reacción pública, con numerosas manifestaciones de carácter homófobo, así como el hecho que la legislación no permitia considerar el crimen como delito de odio, desató una polémica que puso en evidencia el desamparo de la comunidad LGBT.
La partitura de Hella Johnson es una de las múltiples reacciones artísticas que surgieron para condenar el crimen y mantener viva la memoria de Shepard. Y lo hace desde una perspectiva positiva, apostando por la tolerancia y el amor como armas contra el odio, con un libreto especialmente conmovedor que empieza glosando el carácter amable y las esperanzas de un «joven ordinario, que vive días ordinarios en una vida ordinaria que vale mucho la pena vivir«. Musicalmente pretende ser una «pasión moderna», con una sección central claramente inspirada en esa tradición coral, con la participación de un bajo-barítono solista y con referencias explícitas a la crucificción. Junto a estas referencias a Bach (además de la parte central, la obra empieza y acaba con el preludio n.1 del Clave bien Temperado intepretado al piano) la partitura contiene alusiones a distintos generos como el musical (Matthew es interpretado por un tenor, con ciertas similitudes con la música del joven Lloyd Webber, especialmente su Joseph), el gospel o el bluegrass. El resultado musical es un pastiche que no contiene aportaciones demasiado relevantes en cuanto a forma o lenguaje, pero que cumple perfectamente su función expresiva.
La obra es exigente en cuanto a efectivos. Además de un gran coro requiere numerosos solistas (soprano, mezzosoprano, tenor, bajo-barítono, tenor pop, mezzo jazz, y varios solistas del coro) e instrumentistas (clarinete, violín, viola, violoncelo, contrabajo, piano, percusión y guitarra). Los tres coros de la casa (Orfeó Català, Cor Jove de l’Orfeó Català y Cor de Noies de l’Orfeó Català) fueron los grandes protagonistas de una obra principalmente coral, y deslumbraron con su sólida interpretación, luciendo un sonido compacto y trabajado que augura grandes resultados en lo que sigue de temporada. Como solistas destacaron especialmente Marta Mathéu y Joan Martín-Royo, así como la siempre espléndida Big Mama Montse. El reducido grupo instrumental logró una presencia sonora equiparable a una orquesta gracias a la amplificación, siguiendo el método usado en los musicales. Por suerte, la amplificación estaba mucho más cuidada que en Broadway o el West End londinense (donde últimamente parece que la calidad del sonido ya no es necesaria para justificar los abusivos precios), y pudimos disfrutar de la música sin distorsiones. Merece una mención a parte la cellista Laia Puig, para quien la partitura reservaba numerosas intervenciones solistas.

Considering Matthew Shepard en el Palau de la Música de Barcelona. Los coros del Orfeó Català ocuparon el grueso del escenario y las galerias del órgano. En el lateral derecho se pueden ver los integrantes del conjunto instrumental, y a la derecha los solistas vocales sentados alrededor de una mesa, en la que unos técnicos manipulan y graban en directo las imágenes que se proyectan. Vemos en la pantalla la figurilla de juguete que representaba a Matthew. Foto: Lorenzo di Nozzi.
A parte de la excelente interpretación y la vibrante dirección de Simon Halsey, otro de los grandes aciertos fue la puesta en escena de La Brutal. Impactante pero sin sensacionalismos, transmitió con delicadeza y sensibilidad la dureza de la historia. El protagonismo escénico era de los coros y los instrumentistas, tanto por cuestiones prácticas (apenas sobraba sitio en el escenario del Palau) como por la estructura de cantata de la partitura. Los solistas vocales se encontraban reunidos alrededor de una mesa, a la izquierda del director, como si se tratara de un grupo de apoyo que compartia sus experiencias sobre el terrible crimen. Por último, por encima de todos ellos una pantalla mostraba en imágenes lo que el texto contaba. Lo interesante es que esas imágenes eran una grabación en directo de figuras de juguete manipuladas desde el escenario. El encuentro de Matthew con sus agresores en un bar se nos mostraba de esta forma en la pantalla, igual que su secuestro, hasta llegar a la turbadora imagen de la figurilla de Matthew tumbada en el suelo en un charco rojo, frente a la valla a la que estubo atado durante horas mientras se desangraba. Era una imagen necesaria, la obra no tiene sentido sin ella, pero la solución escénica permitió transmitir su dureza sin caer en el mal gusto.
En definitiva, Considering Matthew Shepard es una obra que pone de manifiesto el papel fundamental que debe tener el arte en nuestra sociedad. Los documentales, los reportajes, incluso las crudas imágenes que llenan los telediarios, son solo frios testimonios de los hechos. El arte, ya sea mediante la literatura, la poesía, el cine o la música, permite que el espectador haga suyos los hechos como si los estuviera viviendo, y empatize de verdad con el sufrimiento y el conflicto de los protagonistas. Solo de este modo podremos lograr eso tan ansiado de aprender de la Historia para no repetir sus errores.
Ficha artística
Marta Mathéu, soprano
Marina Rodriguez Cusí, mezzosoprano
Manu Guix, tenor
Joan Martín-Royo, barítono
Els Amics de les Arts, tenor pop
Big Mama Montse, mezzo jazz
Orfeó Català (Pablo Larraz, subdirector)
Cor Jove de l’Orfeó Català (Esteve Nabona, director)
Cor de Noies de l’Orfeó Català (Buia Reixach, directora)
Josep Buforn, piano
Formación instrumental:
Francesc Puig, clarinete
Eduard Iniesta, guitarras
Laura Marín, violín
Albert Romero, viola
Laia Puig, cello
Mario Lisarde, contrabajo
Paco Montañés, percusión
David Espinosa, artista visual
La Brutal (David Selvas y Norbert Martínez) dirección escénica
Simon Halsey, director
por Irene Serrahima Violant | Oct 27, 2017 | Críticas, Música |
El pasado 19 de octubre el Palau de la Música inauguraba la temporada Palau 100 con un concierto en el que la violinista Isabelle Faust ofreció un programa puramente clásico junto al conocidísimo ensemble de música historicista Il Giardino Armonico. Las obras a interpretar fueron los conciertos número 1, 4 y 5 de W.A. Mozart, con el inciso de la sinfonía núm. 49 «La Passione» de F.J. Haydn interpretada sólo por la orquesta.
La orquesta de cámara, dirigida por Giovanni Antonini, característica por su sonido equilibrado y enérgico en sus Monteverdis, Castellos, Corellis etc., ofreció un acompañamiento en los conciertos de violín cargado de ideas musicales muy claras y efectivas, propias del estilo clásico, y que -de manera muy acertada- no tenía ninguna otra pretensión que la de enfatizar al fraseo de la solista.
Isabelle Faust impresionó por la naturalidad y sencillez con que interpretó los conciertos de Mozart, con un estilo libre, ligero y brillante que danzaba sobre el acompañamiento de la orquesta y acentuaba con su lenguaje corporal. Es posible que la elección de la violinista de tocar sin almohadilla (pieza acolchada que sirve para sujetar el instrumento) fuera para adecuarse al estilo, ya que sin esta pieza el instrumento tiene una resonancia más amplia y permite más movilidad al intérprete. La violinista tocó en prácticamente todos los tutti, y el sonido de «solista» sólo sobresalía cuando era totalmente imprescindible. Todo lo que tocaba estaba completamente integrado en el sonido orquestal. La ornamentación -acordada en todo momento con la orquesta- tenía un punto improvisado. Los pasajes que se repetían no lo hacían siempre de la misma forma, sino con alguna que otra variación en los adornos.
Al mismo tiempo, también hubo otro elemento interesante de su versión: sus cadencias. Usualmente la mayoría de violinistas que tocan los conciertos de Mozart se decantan por las cadencias compuestas por el estadounidense Sam Franko o el húngaro Joseph Joachim (en menor medida las de Ysaÿe y Kreisler). Sin lugar a dudas, la gran popularidad de las mismas ha hecho que se consideren parte de las obras. Así que los oyentes conocedores que fueron al concierto y no escucharon la grabación del mismo concierto de harmonia mundi, pudieron ser gratamente sorprendidos por las sofisticadas y dinámicas cadencias del compositor y clavecinista especialista en Mozart Andreas Staier, que fueron compuestas expresamente para Faust. Al parecer,en la grabación del CD, Staier le proporcionó algunas indicaciones a la violinista de cómo quería que se interpretaran.
De forma improvista hubo un pequeño desajuste entre el primer y segundo movimiento del concierto nº5 de Mozart; la afinación de la clavija de la cuerda mi de la solista bajó de forma inesperada, y al no poderla cambiar en el momento, Faust se las apañó tocando en posiciones altas y en pianísimo cuando no había más remedio que tocar la cuerda al aire. Todas estas dificultades, incluída la interpretación de la cadencia -que tenía un desafortunado bariolaje [footnote] Técnica que consiste en la alternancia entre varias cuerdas de forma repetida.[/footnote] con la cuerda mi-, fueron superadas con una gran dosis de humor y buena disposición.
La sinfonía de Haydn «La Passione» en comparación resultó bastante más rutinaria, con una dirección correcta y tocada jovialmente, remarcando sus pequeños detalles y matices contrastantes, pero resultó menos interesante globalmente que los conciertos de Mozart. En cualquier caso la actuación de Isabelle Faust acompañada por Il Giardino Armonico fue digna de elogio y por lo tanto, recomiendo esta versión para todo aquél que quiera escuchar -de una forma atenta y agradable- una interpretación que se sale del guión usual, espontánea y con una pincelada de improvisación.
por Elio Ronco Bonvehí | Oct 15, 2017 | Críticas, Música |
La Orquestra Simfònica del Vallès (OSV) es un caso excepcional en el panorama musical español. Se trata de la única orquesta del estado autogestionada por sus músicos, que son a la vez los propietarios. A pesar de ello (o quizás gracias a ello) su temporada presenta programas más arriesgados e innovadores que los de algunas orquestas públicas, con muchos más recursos pero acomodadas en el repertorio clásico. Esta temporada, sin ir más lejos, la OSV ha aparejado la 9a de Beethoven con un concierto para piano, batucada y orquesta de Ricardo Llorca, y ofrecerá una versión de Pedro y el Lobo con la participación de la compañia de hip hop Brodas Bros. Menos innovador pero igual de arriesgado -aunque por motivos distintos- era programar la majestuosa Sinfonía nº2, «Resurrección«, de Gustav Mahler. La magnitud de esta partitura pone a prueba cualquier orquesta que la aborde, especialmente si se trata de una orquesta con una plantilla de dimensiones moderadas como la OSV. Contó con refuerzos, por supuesto (además de maderas a cuatro y diez trompas, Mahler pide «el mayor contingente de cuerdas posible»), pero ello no resta mérito a que una orquesta que pocos años atrás lo más multitudinario que se planteaba era la Sexta de Chaikovski se atreva ahora con la «Resurrección«. Porque no se trata simplemente de buscar músicos de refuerzo; es el esfuerzo logístico y la cantidad de ensayos que requiere una obra para gran orquesta, coro y solistas. Y eso no depende de la calidad de los músicos, sino del tiempo y los recursos disponibles.
Junto a la OSV participaron el Cor Madrigal, la Polifònica de Puig-reig, y las solistas Anna Alàs (mezzosoprano) y Maria Espada (soprano), todos ellos bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez. El director burgalés y la OSV se entienden muy bien, como ya han demostrado en anteriores colaboraciones, todas ellas con excelentes resultados (en estas páginas reseñamos precisamente una de ellas, con la Cuarta de Mahler). En esta ocasión ofrecieron una versión de gran calidad en la que Pablo Pérez dosificó la tensión con maestría durante los larguísimos movimientos y los músicos de la OSV volvieron a hacer gala de su contagioso entusiasmo y pasión por su trabajo. Imposible no emocionarse en el grandioso final, o en el cuarto movimiento «Urlicht«, que con la intervención de Anna Alàs y el delicioso acompañamiento de la OSV se convirtió en uno de los momentos más sublimes de la noche. Escuchando la voz de Alàs, homogénea y de timbre profundo, casi de contralto, uno no puede evitar imaginársela en otras obras de Mahler. ¿Qué tal los Rückert-Lieder con Alàs y la OSV para alguna temporada futura? Las intervenciones de la soprano Maria Espada en el quinto movimiento fueron satisfactorias pero menos impactantes, debido a la pérdida de consistencia que la voz sufría en el registro agudo. Los coros realizaron un gran trabajo, consiguiendo un sonido compacto y rico. El éxito fue absoluto, pero algunos asientos vacíos en el Palau de la Música plantean la cuestión de si la labor de esta incansable orquesta tiene la recompensa que merece. Quizás en el futuro dedicaremos algún artículo a analizar la supuesta cultura musical de una ciudad que tiende a priorizar los nombres y su supuesto prestigio por encima de la calidad de las propuestas.
por Irene Serrahima Violant | Oct 12, 2017 | Críticas, Música |
El pasado 28 de septiembre, Steven Isserlis interpretó un repertorio muy estándar para violonchelo solo en el Palau de la Música Catalana, las Suites 1, 5 y 6 de J.S.Bach. La suites de Bach, al igual que la mayoría de obras de este compositor, se caracterizan no tanto por ser virtuosas, sino por las columnas sonoras que va creando la armonía y los momentos de tensión de las voces, que poco a poco construyen una estructura con un sentido y finalidad muy clara, al ritmo y estilo de la danza estilizada o preludio. No es una música que se pueda tocar a la ligera, sino que al contrario, está muy pensada y llena de detalles, y una mala interpretación o de manera superficial puede hacer creer al espectador que se trata simplemente de música «agradable y tonal», con lo que la obra pierde todo su significado. Isserlis le atribuye a las suites un significado espiritual, llamándolas «The Mystery Suites».
Al ser unas obras tan conocidas, nos encontramos con miles de versiones de las mismas, en las que los chelistas que deciden programarlas se debaten entre ofrecer una versión con aportaciones propias o (en su mayoría) seguir a una de las escuelas predominantes. Entres estas, destacan la romántica, que se ajusta a la tradición de Pau Casals (primer chelista que las tocó completas), y la historicista, sin vibrato y con arco barroco, con la opción de utilizar instrumento antiguo y cuerdas de tripa. La elección de cuerdas de tripa, sin embargo, conlleva un riesgo muy grande, ya que se desafinan mucho más rápido que las normales, porque tienden a perder la tensión muy rápido y dependen mucho de la temperatura ambiente. Además, el tipo de sonido difiere mucho del producido por las cuerdas metálicas, siendo menos brillante y con menos potencia y proyección. Por ese motivo, muchos solistas, aún optando por una interpretación historicista, conservan el instrumento y cuerdas modernas y como mucho tocan con arco barroco, que le da una «pincelada» antigua.
En cualquier caso, el intérprete que las quiera tocar, ha de ser consciente de que será comparado con otras interpretaciones y analizado de forma más rigurosa, que si de lo contrario, por ejemplo, hubiera tocado una obra del siglo XX-XXI, es el riesgo que conlleva tocar un estándar, y más un estándar a solo.
Steven Isserlis al parecer tocó con un la de tripa (según la información del programa) y le pasó factura. Su interpretación contrarió al público por la diferencia de calidad entre la primera parte (primera y quinta suite), que fue bastante pobre, con la segunda (sexta suite), mucho más inspirada. El motivo se podría atribuir al pánico escénico o a que tenía el violonchelo desafinado en la primera parte pero ¿es suficiente motivo para que un reputado chelista de fama internacional muestre tal irregularidad? A parte de la afinación, que fue el problema principal, fue aumentando la velocidad en una especie de stringendo contínuo -seguramente de forma inintencionada- sin permitirse respirar entre movimientos, ni que las frases terminaran por su propio peso o las notas resonaran. Incluso en los movimientos rápidos, como las gigas, no se distinguía el tipo de danza que era debido a la precipitación con la que se tocaron.
A pesar de esto, se pudo notar su sensibilidad musical por su legato y control de arco en las partes lentas, por ejemplo, en los movimientos I y II de la suite 1 o una idea general muy palpable y consolidada del carácter de las danzas, con sus ataques y articulaciones correspondientes, especialmente en las Gavotas y Courrantes, algunas veces llegando a sonar de forma casi rústica por su tipología de sonido. La afinación y la actitud respecto a la obra y al instrumento mejoraron drásticamente en la segunda parte. Parecía, sin exagerar, que otro chelista había llegado al escenario. La interpretación de la Sexta Suite fue mucho más pausada, musical y agradecida, y el público la recompensó con un gran aplauso.